jueves, 31 de diciembre de 2020

Tercera conclusión.



Algo que muere en tus manos.

Algo frágil que muere, porque no puedes hacer más.

Es de noche, pero el cemento está caliente por el sol de la tarde.

Hay objetos dispersos, cosas aplastadas, voces que hablan y se quejan.

Diciendo en medio de la noche que esto no debía pasar.

Me gustaría decirles algo, por supuesto.

Pero lo cierto es que, hasta la vida, pueda ser probablemente, algo que no debía pasar.

Lo que debía pasar es siempre algo inmóvil.

Algo imperturbable.

Eso pienso mientras algo frágil muere, en mis manos.

Mientras ocurre, busco en mí algo distinto.

Algo antiguo.

Una voz que era la mía y que habría tenido, sin duda, algo que decir.

Algo que también está un poco cálido, como el cemento, por el sol de la tarde.

O porque contiene algo, tal vez, que se niega a callar.

No lo esperabas, pero das entonces con esa única grieta.

Esa pequeña grieta que de cierta forma está también en tus manos.

En tus manos que sostienen algo frágil.

Algo que se mueve, de pronto, aunque no debía hacerlo.

Eso es lo que ocurre, y te sorprende de pronto, como una tercera conclusión.

Porque tú también morías sin saberlo con eso entre tus manos.

Y te pones de pie, nuevamente, porque no es el final.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Mi segunda conclusión.



Antes que el año termine. 

Debiese llegar a mi segunda conclusión. 

Pero como es una que implica cambios, pérdidas y otros asuntos. 

La postergo siempre un poco más. 

Tanto que me atraso y prefiero hablarlo así. 

Con puntos que cortan toda intención. 

Todo mensaje o confesión. 

Y toda forma de ser honesto. 

No soy así. 

No hago esto por cumplir. 

Sino porque lo sentía necesario. 

Porque era un compromiso. 

Porque tenía un valor que quería sostener. 

Esa es en parte una verdad. 

No una conclusión. 

Menos una segunda conclusión. 

Aspiro más bien a una segunda conclusión. 

A una calma que me es esquiva. 

A una comprensión que no veo ya desde ningún sitio. 

El mundo puede ser hermoso, pero es duro. 

Frío y extraño para quien busca realmente la comprensión del otro o una vida con sentido. 

Recuerdo una página en que estaban escritas, con una letra que ahora me es extraña. 

Frases cursis, por supuesto, pero probablemente verdaderas. 

Escribo esto a dos horas de la medianoche, mientras a cien metros un auto se estrella contra un muro. 

Alguien con más fe diría que es un llamado. 

Que debo acercarme. 

Que el caminar y dejar esto acá es, sin duda, la segunda conclusión.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Mi primera conclusión.



Fue dos semanas a un taller. Se lo habían recomendado diciéndole que le ayudaría a subir su autoestima. Tenía un costo bastante alto, pero la chica que lo realizaba era prima de una de sus amigas y solo pagó la mitad. De todas formas, era un precio alto, pero al menos se había ahorrado la mitad. 

Ya en el taller se encontró con otras mujeres de su edad. La mayoría con una apariencia bastante más cuidada que ella y de una clase social notoriamente más alta. Lo reconocía en el tono de voz. En la forma de caminar. Incluso en la forma en que la miraban, siempre como a una extraña. 

No es que le dijeran nada o la tratasen mal, pero sin duda sentía cierta incomodidad o una sensación de no pertenencia al estar en aquel lugar. 

Durante su tercera sesión, sin embargo, logró conversar con una de ellas, quien incluso le preguntó por el colegio de sus hijos. Ella no tenía hijos, por cierto, pero inventó que tenía dos y nombró un colegio que pensó era de alto nivel, para no desentonar. Intentó decirlo de forma segura, para no despertar sospechas. 

-Ahora vamos a reírnos de nosotras mismas -dijo la maestra, en una de las últimas clases-. Vamos a reírnos de nuestros defectos, de nuestras debilidades, de aquello que no queremos confesar a otros… Van a escribirlo en un papel, lo van a doblar y pensar en aquello, mientras nos reímos… debe ser en voz alta la risa… carcajadas incluso, si se puede. 

Ella la escuchó y escribió una única frase en el papel. Fue honesta con eso, al menos. Vio a todas escribir algo en un papel, y doblarlos. 

Luego intentó reírse. Se sentía un tanto preocupada, aunque no sabía de qué. No logró fluir con su risa, pero al parecer ninguna pudo. La maestra les pidió hacer ruidos, al reírse, mientras debían mirarse a un espejo. 

-Ahora van a poner esos papeles en ese frasco -siguió la maestra-. Van a meterlos doblados con confianza, porque no son importantes… porque nos hemos reído de ellos… y por eso, además, los vamos a quemar. 

Yo, a todo esto, soy quien debía quemar los papeles. Hago eso en los talleres, además de llenar los dispensadores de agua, mantener impecable el lugar y ayudo en general, cuando hace falta. 

Esa vez, sin embargo, saqué el papel de ella. Lo vi echarlo al final y reconocí cuál era. Lo separé y no se quemó, junto con los otros. Aunque lo cierto es que ni siquiera los otros se quemaban por completo. 

No sé bien por qué lo separé, solo lo hice. Luego lo leí, y lo guardé, como algo delicado. 

Ese mismo día, al final de la clase, me acerqué a ella. Tal vez pensó que yo tenía un rol más importante y me confió algunas cosas. Hablamos largo rato. 

También lo hicimos al día siguiente y el día final de los cursos, luego de lo cual compartimos teléfonos y hemos seguido hablando, cada vez más. 

Me contó lo de sus amigas, sobre sus apuros económicos, problemas en el trabajo y hasta algunos amorosos… pero jamás se acerca a decir lo del papel. 

Eso cambia, ciertamente, toda la historia. O el sentido, más bien, de la historia. 

Esa es, digamos, mi primera conclusión.

El perfume.



El perfume de ella lo molestó. Lo debía haber sentido cientos de veces, anteriormente, pero en esa situación le parecía insoportable. Tanto así que, si ella le hablaba ahora, él pensaba que no podría evitar decirle algo desagradable. Hiriente. No directamente del perfume, por supuesto. Sino de otra cosa. Algo que doliera más que mencionar un perfume. Algo de ella, digamos. Que le fuera propio. Algo que no pudiera quitarse. 

Mientras pensaba en eso y seguía oliendo el perfume se acercaron dos personas más a darle el pésame. Él los escuchó en silencio. Miró al suelo para no tener que comentar nada y su estrategia funcionó, afortunadamente, tal como había ocurrido durante toda esa tarde. 

Observaba a la gente conversar. Comentar cosas. Unos pocos con una aflicción que podría considerarse verdadera. Miraban dentro del ataúd. Se sentaban en sillas que estaban dispuestas por los bordes de la habitación. De vez en cuando algunos salían a conversar fuera o a fumar algo. Tampoco es que fuese una gran tragedia. Después de todo, se trataba de la muerte de alguien ya mayor, que había estado convaleciente. Alguien de quien se podía esperar este desenlace. 

-Si te quieres ir un rato, puedes hacerlo -le dijo ella, acercándose-. Yo diré que te sentiste mal… te disculparé con ellos… 

Él escuchaba sus palabras mientras olía el perfume. Se le antojaba dulzón. Barato. De mal gusto. Un perfume de puta, pensaba, aunque en realidad desconocía los perfumes que usaban las putas. 

-No te ves bien -insistió ella-, debes descansar… 

Él entonces la miró directamente. Trató de elegir una frase dura, pero se sintió sin fuerzas. Además, ella se veía preocupada. La encontró linda, incluso. La tristeza la ponía linda, tal vez. Viéndola sintió ganas de llorar, sin saber por qué. 

-Tienes razón -le dijo, finalmente-, iré a descansar un rato. 

Ella asintió. Lo tomó de la mano y lo acompañó para que saliese de aquel lugar. 

Él iba cabizbajo. De hecho, no volvió a levantar la vista.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Un topo, de mascota.


Sus padres le regalaron un topo de mascota. O eso le dijeron al menos, cuando él insistió. Tiene una imagen borrosa del animal, aunque sabe que bien pudo tratarse de un engaño. Algo que le dijeron, de pequeño, para que dejase de insistir por un perro u otra mascota similar. Debe haber tenido cinco o seis años en ese entonces. Él recuerda que incluso le dio un nombre al topo, aunque ahora no quiere decirlo. Al parecer le da vergüenza. Se siente torpe al recordarlo. Probablemente lo que vio fue simplemente un agujero en el suelo. Una pequeña excavación que su padre hizo en el patio para decirle que su mascota estaba ahí, bajo tierra. Más fácil de cuidar. Menos responsabilidades. Había que dejarla vivir simplemente, tal como habría que dejar hacer a todos. Además, si lo sacabas a la superficie, el topo quedaba ciego y era presa fácil para otros. El miedo y la culpa lo hicieron entonces dejarlo ahí, aunque de todas formas recuerda haber hecho de vez en cuando alguna pequeña excavación, para poder observarlo. Se acostumbro en cambio a imaginarlo en túneles subterráneos. Bajo su cuarto. Durmiendo tal vez justo bajo él. Igual que una mascota común solo que a niveles distintos. Puede que haya sido una broma o hasta un gesto cruel, visto a la distancia, pero sin duda fue una acción que lo llevó siempre a pensar en aquello que no se ve. A sentir afecto por aquello, incluso. Y hasta a sentirse responsable, de una forma única. Después de todo, décadas después, su mascota bien podría seguir ahí. Acompañándolo siempre, bajo tierra. Recordarlo era así su forma de ser responsable. Pensar que puede estar ahí. Saber su nombre y no decirlo. Alegrarte incluso, de esa forma, por saber de una vida secreta.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Mal vendido.


I. 

Adornaron el lugar. Lo limpiaron, ordenaron y luego comenzaron a poner adornos. Globos, mayormente, fue lo que pusieron. O lo que destacó más. De varios colores y tamaños, los globos fueron puestos en distintas posiciones. Formaron una pequeña comisión, para hacerlo. Siete personas en total. Tres inflando y amarrando. Tres ubicándolos en distintos sitios y asegurando su ubicación. Uno supervisando y diseñando, de cierta forma, los lugares donde debían ubicarse. 


II. 

Yo estuve entre los que inflaban. No era algo predefinido e incluso había una máquina para hacerlo, pero lo cierto es falló a último momento. Eso descolocó a todos, por supuesto. En mi caso, ni siquiera sabía hacerles un nudo para que no se les saliera el aire. Por lo menos, inflaba más rápido que los otros y ellos me apoyaron con eso. Además, de esta forma descansaban un poco. Pasaron así tres horas y luego cuatro. No dejaban de traer más globos y yo no sabía para qué más. Simplemente inflaba y entregaba. Esa era mi labor. 


III. 

Dejé de inflar cuando se acabaron los globos. Me pidieron entonces que ayudara a colgar algunos, en el lugar. No era mi labor, pero lo hice. Supongo que por no discutir… no sé muy bien, en realidad. De todas formas, no me sentí cansado hasta que finalizó el trabajo, cuando llegué a casa y me tendí en la cama. Tuve fiebre, supongo. Mareos. Imaginaba globos por todas partes mientras las cosas daban vueltas, a mi alrededor. Me sentía vaciado, supongo. Seco. Vacío, incluso. No es que en los globos hubiese “algo mío”, pero era al menos algo que había pasado por mí. Sentí que me había vendido, de cierta forma. Mal vendido. 

Nunca quise pensar, por cierto, qué paso con esos globos.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Fuiste a comprar zapatos nuevos.


I. 

Fuiste a comprar zapatos nuevos. 

Observaste en vitrinas alguna posibilidad. 

Entraste a tiendas. 

Consultaste precios. 

Te probaste dos o tres pares antes de tomar la decisión final. 

Escogiste finalmente e informaste al vendedor. 

Pagaste tu compra y ahora llevas tus zapatos. 

En una caja, los llevas. 

Ya en casa los sacas y los pones sobre una mesa. 

Te sientas frente a ellos. 

Los observas. 

En silencio, los observas. 

No te inquietes. 

No exijo nada en esta historia. 

Tus acciones son correctas. 

No te juzgo. 

Tu silencio no incomoda. 

No había nada qué decir. 


II. 

A pesar de todo no estás cómodo. 

Permaneces algo inquieto. 

Como si hubieses olvidado algo de importancia. 

A veces te ocurre. 

Esa inquietud, me refiero. 

Entonces haces listas. 

Enumeras acciones. 

Cosas. 

Sensaciones. 

Repasas el día y lo almacenas en cajas. 

Buscas que nada quede fuera. 

El despertar. 

Las acciones rutinarias. 

Luego un hecho central. 

Fuiste a comprar zapatos nuevos, te dices. 

Recuerdas que los dejaste así, sobre la mesa. 

No sabes por qué. 

Tampoco sabes dónde irás, con esos zapatos. 


III. 

Ahora intentas dormir. 

Hace calor en la habitación. 

Estás cansado. 

Poco a poco se nubla la consciencia. 

Todo se reduce a imágenes. 

A frases, incluso, aparentemente inconexas. 

Creas secuencias, de esta forma, mientras avanza la noche. 

Imágenes dentro de otras, como si así se protegieran. 

Como un corazón en una caja. 

Todo se revela así mientras se acerca la mañana. 

Al interior de los zapatos tus pies. 

Al interior del alma una tijera. 

Esas palabras almacenas. 

Te quedas frente a ellas mientras acaba la noche. 

La luz te hace ruido en los ojos.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Agua subterránea.


I.

Bajo el hogar, la casa.

Bajo la casa, los cimientos.

Bajo los cimientos, tierra y rocas.

Bajo la tierra y las rocas, corre agua subterránea.


II.

Todo me lo muestran por un estudio geotérmico.

Me explican los colores, y me muestran el agua subterránea.

No es grave, pero hay que tomar precauciones, comentan.

La información me confunde: yo nunca tomo precauciones.


III.

Tras la información, la inquietud.

Tras la inquietud, la calma.

Tras la calma, el sueño.

Al interior del sueño, el agua subterránea.


IV.

Peces subterráneos viajan en las aguas subterráneas.

Sensaciones subterráneas duermen también en esa agua.

No sale a la superficie, nadie sacia con ella su sed.

Desconozco su origen y su fin; todo es subterráneo.


V.

Los vecinos se organizan y piden un estudio.

Parecen inquietos por el agua subterránea.

Prefieran la tierra y las piedras; los tranquiliza lo inmóvil.

Desconocen ellos, pienso yo, sus propios ríos.


VI.

Hacen un pozo, finalmente, en una de las casas.

En uno de los patios, más bien, es donde hacen el pozo.

Sacan agua, que parece limpia, y comienza una reunión.

Tanto el agua, como yo, estamos sin duda en el sitio equivocado.


VII.

Ahora es de noche y pienso en el agua subterránea.

Bajo hasta ella, de cierta forma, y me mojo la cara.

Un agua fresca que existe, tal vez, para seres subterráneos.

Entonces percibo, en lo oscuro, un ligero temblor.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Polillas.



No hablaré de polillas porque abundan en este lugar.
Chocan contra las cosas, revolotean perdidas, se fijan en las paredes. 

No hablaré de polillas porque ya ni siquiera buscan luz. 

Porque ya ni siquiera sé si son polillas. 

Y porque uno debe hablar de lo que falta, no de lo evidente. 


He buscado soluciones, no crean que solo me quejo. 

Apagué las luces, por ejemplo, para que busquen otro sitio. 

Compré insecticidas, espanté unas cuantas y hasta llené de vinagre las paredes. 

Finalmente, llamé a unos expertos para que se hicieran cargo del problema. 

Ellos me hicieron preguntas y me pidieron abandonar la habitación. 

Por un momento me sentí culpable, aunque no sabía bien de qué. 

No podría dormir en aquel sitio durante al menos tres días. 


Fui entonces a buscar donde dormir. 

Un lugar seguro, digamos, en primera instancia. 

Pregunté a parientes, amigos, conocidos… 

Y en realidad me acerqué a cualquier lugar en donde viese luz. 

Pero todos me miraron incrédulos y sentí que cuestionaban, de cierta forma, mis palabras. 

Me molestó, pero no los culpo. 

La gente siempre sospecha del hombre solo. 


Dormí en un parque, finalmente, bajo la luz de un farol. 

Había polillas por supuesto, pero al aire libre todo resultaba menos agobiante. 

No me detendré a hablar de ellas, sin embargo, pues no debe hablarse de lo evidente. 

Esa es una premisa, digamos, que intento respetar. 

Quien tiene oídos, que oiga.

martes, 22 de diciembre de 2020

Un pequeño trozo de carne.


I. 

Ocurrió en un restaurant mexicano. Un hombre come a solas en una mesa algo retirada del resto de los comensales. Una comida que no describiré es lo que come, mientras está en el lugar. Todo ocurre normalmente hasta que de pronto el hombre se mueve en su asiento, y comienza a llamar la atención. Parece ahogado, hace gestos desesperados, aparentemente pide ayuda. Se acerca entonces un trabajador del local y le realiza correctamente una maniobra para que expulse el alimento que lo ahogaba. La gente que come en el local observa como el trozo de alimento sale expulsado varios metros delante de él y parece aliviada al verlo recuperarse. Incluso aplaude. El hombre hace gestos indicando que está bien. El trabajador del restaurant recoge aquello que el hombre expulsó. Un pequeño trozo de carne. Lo envuelve en una servilleta y se aleja del lugar. 


II. 

El trabajador del restaurant, ya a solas, abre la servilleta y observa el trozo de carne. Ya es tercera vez que ocurre y apenas lleva un año trabajando en aquel lugar. Verifica el pedido del hombre que antes se había ahogado y se da cuenta que él no comía carne. Nadie más se fija en eso. Ya en las veces anteriores había tenido dudas, pues el trozo de carne no parecía coincidir con lo que ellos comían. Un trozo de carne oscura es lo que observa el hombre, sobre la servilleta. Un cubo, digamos, aunque no tan regular. Por un momento piensa en comerlo, en que es algo que le falta y que alguien se lo envía una y otra vez, para que vuelva a ponerlo en su sitio. Para que las cosas mejoren. Para que todo cobre sentido. Mientras decide si hacerlo, sin embargo, yo coloco el punto final.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Instrucciones,



Antes de firmar que recibió conforme revise a grandes rasgos el contenido de la caja. 

Cuente los elementos, fíjese si incluye garantía y librillo de instrucciones. 

Busque entonces un lugar tranquilo, bien iluminado y en el que exista una amplia superficie. 

Saque con cuidado el contenido de la caja y dispóngalo sobre la superficie, de forma ordenada. 

Abra el librillo de instrucciones y asegúrese en primer lugar que estén todas las piezas o elementos a los cuáles se hace referencia. 

Luego, dé una lectura rápida al librillo, asegurándose que no falten indicaciones o que existan conceptos o esquemas de difícil comprensión. 

Solo entonces comience a ensamblar el producto siguiendo las instrucciones propuestas. 

No altere el orden sugerido, aunque por momentos le parezca lógico realizarlo de otra forma. 

Deje a un lado su lógica, en resumen, y siga la de las instrucciones. 

No cuestione ni discuta con un conjunto de palabras impresas. 

Evite molestarse si el dibujo es poco claro o no coincide del todo con alguna de las piezas. 

No se preocupe si sobra una pieza o tornillo o lo que sea, si no se hace mención a ella en las instrucciones. 

No saque fotografías del producto antes de hacerlo funcionar. 

No se alegre antes de tiempo. 

Ya ve lo que ocurrió con Ciro y con tantos otros que hoy siguen buscando el producto definitivo. 

Contemple simplemente, el producto armado. 

Tenga esperanzas, si no puede evitarlo, pero contenga sus expectativas. 

Finalmente, asegúrese que el cable esté conectado en sus dos extremos. 

Pulse el botón rojo.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Lo primero que dijo.


I. 

Lo primero que dijo fue que no estaba borracho. Prácticamente lo gritó apenas entró en la habitación, de madrugada, supongo que para evitar que alguien pudiese acusarlo de aquello al verlo entrar tambaleante, apoyándose en la pared y articulando con dificultad sus palabras. 

Estaba borracho, por supuesto, pero no me interesa aquí hablar de su estado, sino de sus palabras. Y sus palabras fueron esas: “No estoy borracho”. 

Esto debiese bastar para un primer acercamiento. 


II. 

Luego de decir que no estaba borracho intentó mostrarse firme. Sacó unas cosas de su bolsillo y las dejo sobre la cómoda. Lo hizo en silencio, pero algo parecía indicar que deseaba agregar algo más. Luego se sentó sobre la cama, en un costado, para sacarse los zapatos. 

Como no podía hacerlo bien fingió que en realidad no quería eso, y se sentó simplemente, sobre la cama, intentando mantenerse derecho. 

Ya dije que no estoy borracho, repitió, pero un tono más bajo y sin que nadie le dijera palabra alguna. 

De todas formas, no había nadie más en la habitación, como para agregar algún comentario o debatir su postura. 

Esto debiese bastar para fijar, en primera instancia, el contexto. 


III. 

La habitación, por cierto, era su habitación y la cama estaba vacía. 

O más bien, estaba a solas con él mismo, sentado en un costado de la cama. 

Cuando volvía borracho olvidaba por momentos que era así y trataba de negar todo aquello que era evidente. 

“No estoy borracho”, es un ejemplo de esto (*). 

Esto debiese bastar para fijar, en principio, una primera conclusión o explicación de los hechos. 

Ya con esto, tal vez, uno podría comenzar a desarrollar la historia.


* “No estoy solo”, es otra frase que pudo haber dicho, siguiendo esa línea.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Piense usted...


I. 

Piense usted que A es un robot. 

Un robot avanzado, de suma inteligencia, por supuesto. 

Un robot que de cierta forma puede proyectar todo aquello que va a suceder, calculando entre numerosas y distintas posibilidades. 

Y claro, como A le pertenece, el robot le aconseja a usted algunas cosas. 

No me refiero aquí a apuestas o cosas de ese estilo. 

Sino a apreciaciones útiles para que usted planifique su quehacer diario. 

Escribiría aquí algún ejemplo, pero creo que la primera idea ya se entendió y no quiero abusar. 

Con eso basta. 


II. 

Entonces un día (uno cualquiera dentro de la rutina diaria), usted escucha una frase del robot, quien se encuentra a un costado suyo, como ahorrando energía. 

A dice: 

El mundo tendrá los colores de una fotografía antigua, justo antes de desaparecer. 

Luego de eso, no agrega nada más. 

Yo, en tanto, anoto la frase en un papel. 

Luego espero. 


III. 

Por lo general, A piensa por usted, si así lo requiere, o si no se encuentra en condiciones. 

Sin embargo, me apena A, pues no sabe pensar para sí mismo. 

Un día intenté enseñarle y hasta busqué programación para configurar aquello. 

Moví desde el primer verso hasta el último y nada conseguí. 

Y claro… debo reconocer que al final dejé todo igual, o casi. 

Si alguien minucioso quiere encontrar algo, tal vez lo hará. 

La clave, para configurar a A, es la palabra “espejo”.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Dicen que una pregunta es un estímulo.


I. 

Dicen que una pregunta es un estímulo. 

Pero yo no acostumbro dar importancia a lo que dicen. 

No creo en las preguntas ni respuestas 
sino únicamente 
en las afirmaciones que hacemos de nosotros mismos. 

Falsas o verdaderas, 
poco importa, 
son aquello a lo que podemos echar mano. 

A lo que apunto es que no me motivan. 

No son un estímulo las preguntas. 

Nadie quiere realmente conocer mis respuestas. 

Preguntamos para escuchar sonidos, más bien. 

Secuencias de fonemas. 

Lo que dice alguien de sí mismo, tal vez… 

Sí… eso sí puedo aceptarlo. 

No creerlo, pero aceptarlo. 

Todo lo demás es farsa. 

Espectáculo, incluso, si es elaborado. 

Y daña, lamentablemente, si lo tomas demasiado en serio. 


II. 

Dicen que una pregunta es un estímulo. 

Que debiera acoger las consultas y esmerarme en contestarlas. 

Que en ellas puedo encontrar algo que tal vez se me escape. 

Esas cosas dicen. 

Yo, sin embargo, los escucho hablar y no comento. 

Y en tanto, los observo tropezarse una y otra vez. 

Caer enredados en sus propias palabras y golpear contra el piso. 

Producir ruidos sordos. 

Eso es lo que observo. 


III. 

Dicen que una pregunta es un estímulo. 

Eso dicen los que preguntan. 

Mientras, yo olvido qué preguntan y hablo desde cero todo el tiempo. 

Todo es siempre desde cero. 

Quien diga lo contrario poco comprende y debe caer en el juego. 

Los que caen en el juego terminan tendidos en el pido. 

Yo, en tanto, camino sobre ellos. 

Sin embargo, si soy sincero, no sé muy bien, a donde ir. 

Soñé que era el Imperio Romano.



I.

Soñé que era el Imperio Romano.

El Imperio Romano en su máximo esplendor.

Con vastas regiones, autocrático, con grandes ejércitos.

Suena como si fuese un gran sueño, pero en realidad, no era la gran cosa.

Lutecia era como en lunar en la pantorrilla.

Vindobona estaba por ahí, cerca de la rodilla izquierda.

Camulodonum estaba en la espalda, en un sector que no alcanzabas a tocar.

Todo esto son aproximaciones, por cierto, no lo tomen de forma literal.

Y es que en mi sueño, yo no tenía la referencia de mi cuerpo.

Yo era un imperio, reitero.

Y no cualquier imperio.

El Imperio Romano, ni más ni menos.

Eso soñé que era yo.


II.

Desperté antes de la caída del imperio.

Tal vez desperté por eso, incluso, para no caer.

El día estaba más nublado de lo que esperaba, pero estaba bien.

Mientras me preparaba un café recordé que horas antes había sido el Imperio Romano.

Luego preparé huevos y unas tostadas.

A los huevos les agregue trocitos de ají verde.

El olor del café llenaba la cocina y llegó hasta el comedor.

Encima de la mesa había un libro a medio leer.

Un libro valioso, por cierto.

Yo no era más el Imperio Romano.

Pero estaba bien.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Otro nombre.



Quería cambiar de nombre, como Hokusai. 

Renunciar a lo que era, digamos, y partir de cero. 

Comenzar un nuevo estilo, deshacerse incluso de una fama previa. 

Eso era lo que quería, al menos, cuando anunció lo de cambiar su nombre. 

Y para explicarlo contaba la historia de Hokusai. 

O parte de su historia, más bien, aunque casi nada de ello sirviese para explicar mejor su caso. 

Y es que él no tenía, por ejemplo -a diferencia de Hokusai-, ningún tipo de fama previa. 

Ni fama previa, ni talento conocido, ni siquiera la voluntad para cambiar nada que no fuera su propio nombre. 

Así, como no era alguien definido, todo se limitó a llamarlo de forma distinta. 

Él siguió siendo el mismo, me refiero, o más bien, siguió manteniéndose dentro de sus bordes. 

Desdibujado. 

Carente de color y forma definida. 

Quería renunciar a lo que era y resultó que no era nada. 

Era un nombre que fue reemplazado. 

Un sonido que cambió por otro. 

Una renovación tipográfica, incluso, vista a la distancia. 

¿Qué ocurrirá?

Su nombre antiguo y su nuevo nombre se perderán en el tiempo. 

Se perderá su intención. 

Su insensatez. 

Su falta de talento, de convicción y de voluntad para lograr lo que se propuso. 

Quedará, tal vez, la historia de Hokusai. 

Otro nombre.

Hokusai.

martes, 15 de diciembre de 2020

Podría culpar a Bergman.



Podría culpar a Bergman, pero lo cierto es que no hay culpa.

Hay culpables, tal vez, pero no hay culpa.

Una serie de culpables en un listado, pero sin un crimen concreto.

Eso es más o menos lo que hay, si me preguntan.

Yo mismo, si lo pienso, podría estar en esa lista.

Nombres que he olvidado… nombres tachados, incluso, que no reconozco.

Podría detenerme en todo aquello.

Podría hacer eso o culpar a Bergman o transformar la lista en una acusación.

Todas esas son opciones que he ido abandonando, mientras pienso en Bergman.

Mientras me detengo en las escenas… en los diálogos aparecidos como heridas leves…

Y hasta en la alegría que brota de la piedra, como un manantial absurdo.


Podría culpar a Bergman, pero lo cierto es que no hay culpa.

Hay una sensación, más bien, o si quieren una mancha simple, en el corazón de todos.

Una mancha simple, pero no hay culpa, por supuesto, en todo aquello.

Disculpen que lo repita, pero lo cierto es que hoy mis palabras son confusas.

No soy como Bergman, digamos, ni pretendo serlo.

Soy uno más, simplemente, en una lista, que alguien oculta de mis ojos.

Bienaventurados sean los que comprenden, sin necesidad de decir más.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Por ejemplo.



-Si en este terreno hay diamantes, por ejemplo… yo los dejaría ahí, bajo tierra… Incrustados en la roca… Eso haría si hay diamantes. 

-Pero no hay… 

-No es el punto… si hay o no hay es irrelevante… eso es solo un ejemplo… no estamos hablando de diamantes, además… 

-¿Y de qué hablamos, entonces? 

-¿Ahora? 

-Sí, ahora… ¿de qué estamos hablando? 

-Pues no sé… de otras cosas… pensé que seguías la idea… llegamos a los diamantes, pero de igual forma pudimos llegar a otro ejemplo… lo importante aquí es que era un ejemplo subterráneo… cosas que hay que desincrustar, supuestamente valiosas… que preferimos no forzar… no enriquecernos a la fuerza… por eso sentí que calzaba perfecto… 

-¿Qué es lo que calzaba perfecto? 

-El ejemplo. 

-¿El ejemplo…? ¿Cuál ejemplo? 

-El ejemplo de los diamantes bajo tierra… en este terreno… incrustados en la roca… lo que te decía recién… ¿también olvidaste el ejemplo? 

-No, no es eso… 

-¿Y entonces? 

-No sé… solo me confundo, yo creo… 

-¿Te confundes? 

-Sí… supongo que quise dejar el ejemplo bajo tierra, como los diamantes… 

-Es distinto… el ejemplo ya está expuesto… los diamantes están bajo tierra, incrustados en la roca… 

-O no están… 

-Claro… o no están.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Un momento.


Cesó el viento y de pronto
fue como si la luz cambiase
por un momento.

No se oscureció,
no hubo nubes ni la luz se fue a ningún sitio,
solo digo que cambió.

Entonces, un pájaro oscuro
se posó sobre una rama
sin saber que era oscuro.

Un pájaro como cualquier otro pájaro,
en una rama como cualquier otra,
así es como le gusta hablar al mundo.

Fue así que oímos un ruido
venir desde algún sitio,
pero no supimos en qué dirección mirar.

No fue un trueno,
no fue una voz
solo digamos que fue un ruido.

Justo después cayeron unas gotas.
una llovizna aparentemente suave
que bajó en la mañana.

Tal vez la hayas oído
y dudaste que fuese eso, realmente,
por el calor de estos días.

No es engaño, sin embargo,
son cosas del amanecer; eventos que sorprenden
como las flores entre las piedras.

Todo eso observé
mientras comenzaba el día,
luego simplemente ya estaba en él.

Mojado por la llovizna,
en una mañana luminosa
en la que poco comprendes.

El pájaro en la rama,
el ruido que escuchas…
el agua que cesa para que regrese el tiempo.

Y en el charco de agua,
que quedó en el piso
se reflejó el sol.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Escucho.



Escucho sobre la muerte de Kim Ki Duk. 

De su última muerte, más bien. 

De la más básica y definitiva de sus muertes. 

No me fijo en los detalles, por supuesto. 

Pretendo, en principio, archivarlo como un dato. 

Con respeto, por supuesto, pero solo como un dato. 

Algo que debía pasar, una vez más. 

Una de tantas, digamos, solo que esta vez es la oficial. 

La definitiva. 

Sin resurrección. 

Sin una vida que sea devuelta por las olas. 

De esta forma, pienso entonces, es que las cosas quedan. 

Nos vamos de un sitio y las cosas quedan. 

Trofeos abandonados en una cabaña. 

El eco de una canción. 

La desesperación por buscar la comprensión que no llega. 

Kim Ki Duk muere igual que todos. 

Esta vez, al menos, muere igual que todos. 

Tanto daño, tanta muerte previa… para morir, finalmente, igual que todos. 

Y es que era mortal Kim Ki Duk. 

Era mortal como lo son todos los que mueren. 

Como el sol que brilla indiferente. 

O como aquel que sufre o se alegra, ante un nuevo día. 

Escucho sobre la muerte de Kim Ki Duk y elijo entonces que dato archivar. 

Todos somos inmortales, hasta el día de nuestra muerte.

viernes, 11 de diciembre de 2020

El resumen del día.


I. 

Esa mañana según recuerdo, nos reímos de un chiste que no entendimos. 

De hecho, nos reímos, justamente, porque no lo entendimos. 

Lugo de reír hablamos del asunto y confesamos aquello. 

Pero mientras hablamos comprendimos que no lo habíamos comprendido, por razones diferentes. 

Eso detuvo nuestra alegría. 

No sé bien por qué, fue que la detuvo. 


II. 

Hablamos esa tarde sobre las plantas de interior. 

¿Quién creó las plantas de interior? 

Mientras tomábamos un jugo hablábamos de aquello. 

Un jugo natural, tomábamos, de guayaba y maracuyá. 

Bebíamos un sorbo y comentábamos. 

Si la naturaleza solo es de exterior, ¿cómo es que existen plantas de interior? 

No recuerdo si dimos con la respuesta. 

O con una posible respuesta, al menos. 

Tras terminar el jugo regamos las plantas. 

Todas tenían, por cierto, muy buen aspecto. 


III. 

Ya en la noche decidimos hablar de nosotros mismos. 

Nada muy elaborado, algunas cuestiones personales o la mención de algunos gustos. 

Entonces, comenzamos a contradecirnos y de cierta forma a molestarnos. 

No lo hicimos de gusto, por supuesto. 

Ninguno tenía intención de cuestionar al otro, me refiero. 

A pesar de eso, todo se convirtió de pronto en un chiste que no entendimos. 

Y fue como si una planta de interior se dañase de pronto, por dejarla directamente al sol. 

Este es, por cierto, el resumen del día.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Se le quemó el cabello.


I. 

Se le quemó el cabello. 

Se le quemó de golpe, literalmente. 

Se había agachado a mirar al interior de una olla que estaba a punto de hervir. 

Entonces, las puntas del cabello hicieron contacto con el fuego y el cabello comenzó a arder rápidamente. 

Ella dice que miró un instante la olla, mientras el fuego crecía. 

No sabe por qué miró la olla. 

Por ese par de segundos fue que perdió prácticamente todo el cabello. 

Cuando quiso apagarlo, apenas logró arrancar algunos mechones, desesperada. 

Finalmente, puso su cabeza bajo el chorro de agua y logró apagar el fuego, aunque ya era tarde, por supuesto. 


II. 

No sabe por qué miró la olla. 

En eso piensa cada vez que recuerda lo ocurrido. 

Y no solo por qué la miró, sino para quién era esa olla. 

¿Qué iba a preparar? 

¿Para quién era todo aquello? 

En eso piensa ahora, con un tratamiento especial para regenerar lo perdido. 

Más tranquila, pues volverá a crecer el pelo. 

Con mayor dificultad en ciertas zonas, es cierto, pero crecerá de todos modos. 

Así le han dicho, pero claro… 

Ella no sabe por qué miró la olla. 

Una olla con agua, simplemente. 

Una olla que hervía para nadie.

Le enseñó a su perro a cantar rancheras.



I. 

Le enseñó a su perro a cantar rancheras. 

O más bien, a aullar y ladrar en partes específicas de ese tipo de canciones. 

Incluso el animal parecía llevar el ritmo, golpeando el piso con una de sus patas. 

Como a todos les hacía gracia le mandó a hacer incluso un vestuario de charro. 

Al principio, el perro pareció protestar, pero se acostumbró con el tiempo hasta a llevar sombrero. 

Todo comenzó más o menos de esa forma. 


II. 

La idea de ganar dinero con el show se la propuso un amigo. 

Este amigo lo convenció y hasta le prestó dinero para que también se hiciera un traje. 

Le ofreció de cierta forma ser su manager y conseguirle algún espacio para tocar, pero le advirtió que debía seguir un guion, más allá de mostrar las habilidades musicales del perro. 

Incluso le recomendó golpear el piso llevando el ritmo, junto con su perro. 


III. 

Hicieron su show en un tren interurbano que tenía un salón con una especie de escenario. 

Les daban un dinero para traslados, más las propinas. 

Además, le cobraban un seguro, pues el perro se había mostrado huraño una vez, con los niños, y podría tal vez morder a alguien. 

O eso al menos les dijeron. 


IV. 

Dejaron el show por denuncias de algunos animalistas. 

Alegaron que obligaban al perro a trabajar, diciendo que nadie, en el fondo, trabaja por gusto. 

El dueño del perro intentó defenderse diciendo que el perro disfrutaba del show. 

Que incluso golpeaba el piso al ritmo con una de sus patas, por iniciativa propia. 

Pero igualmente debió suspender las presentaciones y la gente del tren estuvo de acuerdo. 


V. 

Ya en casa, buscando ahora un trabajo más común, el hombre observa al perro que ya no viste de charro. 

Los trajes de ambos están guardados en un bolso, mientras que los sombreros están sobre un closet, llenándose de polvo. 

Por último, el hombre dejó de escuchar rancheras para no alterar al perro, quien no sabía oírlas sin desarrollar su show. 

Y es que así cambian las cosas, a fin de cuentas. 

Así son y dejan de ser. 

Disculpe si usted no está de acuerdo. 

No hay, por supuesto, moraleja en todo esto.

martes, 8 de diciembre de 2020

Un niño con un paraguas de papel.



Un niño con un paraguas de papel.

A fondo del paisaje.

Como una mancha de acuarela.


La lluvia entonces.

El agua, me refiero, sobre el paraguas del papel.

Gastando el papel; atravesándolo.


Incluido el paisaje y el observador.

El agua que desdibuja… y hasta mis palabras.

Todo son impresiones.


Lo que parece movimiento.

La quietud que hay al fondo de las cosas.

La forma con que se manifiesta una voluntad en cada una de ellas.


Un niño con un paraguas de papel, por ejemplo.

Al fondo de un paisaje.

Mientras el agua interviene nuestra perspectiva, mientras cae.


Y entonces las cosas que parecían estar en otro sitio.

Revelan estar extrañamente conectadas.

Y el agua cae sobre todas, indistintamente, o vuelve a su origen.


Porque hasta el tiempo se deshace, un poco, bajo el agua.

Nuestros pasos, por ejemplo, se fijan en un barro más antiguo.

El agua borra el presente y te dice que esto ocurre en un tiempo distinto.


El niño con el paraguas de papel, si te fijas.

Otra vez de ejemplo, digamos, pero esta vez de otra cosa.

En medio de un paisaje formado por una voluntad ajena.

Un niño diluido como una mancha de color, sobre la tierra.

lunes, 7 de diciembre de 2020

¿Y después?

“La libertad sin objetivo 
resulta aburrida” 
I. A. 

¿Y después?

Después de todo eso dirás que nada te motiva.

Lo dirás rápido,
sin pensar,
con la irresponsabilidad que caracteriza
a las palabras que hablan
de nosotros mismos.

Oirás frases, entonces,
no dirigidas a ti
no dirigidas a nadie
en particular…
solo palabras, rebotando
en los muros de una habitación que jamás
estará vacía.

Qué manera de desaprovechar la libertad…

Qué manera absurda de esperar
la llegada de ti mismo


El agua que haces hervir tres o cuatro veces.

Los vegetales en el refrigerador.

Las manos que nunca han sabido
hacer lo que hacen.

¿Y después?

¿Cambiarás el tema?

¿Dirás que es un momento, simplemente,
en el cuál acostumbramos a dudar
de quienes somos…?

No es cuestión de propósito, si lo piensas.

Si no me crees
pregúntaselo al niño
que caminaba contando sus pasos,
pero olvidando donde va.

¿No es así?

¿Exagero…?

Trataré de explicarlo:

Todos nos aburrimos
cuando jugamos a hablar
sobre aquello que no debe ser dicho.

¿Otra síntesis?

Nos aburrimos
cuando intentamos llamar
por su nombre
a aquello que no ha de venir
hasta nosotros.

¿Y después?

¿Sonreirás diciendo que nada te motiva?

¿En qué usarás, entonces,
tu supuesta libertad?

Y por último:

¿A quién culparás
de todo esto?

domingo, 6 de diciembre de 2020

Impar.



Por la compra de un pack de pares de calcetines venía uno de regalo. 

No un par, me refiero, sino un calcetín extra. 

Si no se entiende lo digo de otra forma: 

Venía en el pack, incluyendo el agregado, un número impar de calcetines. 

Como pensé que era un error lo consulté con un par de vendedores de la tienda. 

Se excusaron diciendo que la oferta era de la marca, no de ellos, y que no podían hacer nada al respecto. 

Yo les expliqué que no quería que hicieran nada, solo quería comprobar si aquello les parecía absurdo. 

-¿Absurdo en relación a qué? -me dijeron. 

-En relación al número par de pies que la mayoría de la gente tiene -les dije. 

Ellos se miraron, como si no comprendieran. 

-Un número par de pies -les recalqué-, y un número impar de calcetines. 

-Puede ser inconveniente -aceptó uno de ellos, tras pensarlo un rato. 

-Inconveniente, pero no absurdo -complementó el otro, mientras ambos se miraban, asintiendo. 

Pensé en discutir, por supuesto, pero finalmente no lo hice. 

-Puede llevar dos packs -dijo entonces uno de los vendedores, como si hubiese hecho un gran descubrimiento. 

-Dos impares siempre es par -complementó el otro. 

Los observé atentamente mientras parecían sentirse orgullosos de su solución. 

Entonces, finalmente, pedí tres pares, solo por no aceptar su propuesta. 

Ellos dudaron un poco, pero luego trajeron los tres packs de calcetines que les pedí, con sus respectivos calcetines extras. 

-No se moleste con nosotros -me dijo entonces, a modo de despedida, uno de los vendedores. 

-De lejos se nota -dijo el otro-, que usted es uno de los nuestros.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Té.


I.

Preparas té que luego no te tomas.

Con delicadeza los preparas.

Cuidas cada paso, dejas reposar lo suficiente.

Buscas la taza adecuada.

Luego quedan ahí, servidos, como si fuesen para alguien más.

Demasiada delicadeza, tal vez.

Demasiada, digamos, para ti mismo.


II.

No te gusta recalentar el té.

Prefieres botarlo, sin duda, y luego preparar otro.

Alguna vez lo serviste en recipientes especiales y luego vaciabas en tazas pequeñas.

Era un rito, casi… o al menos una ceremonia.

No es una época tan distante, si lo piensas.

Todo el pasado, además, está siempre a la misma distancia.


III.

No ves el color real, del té, cuando lo aprecias desde la superficie de la taza.

Solo puedes saberlo si lo sirves en tazas de vidrio.

Entonces la luz llega a él desde otras direcciones y el líquido no puede ya
ocultarse en sí mismo.

De todas formas, si lo piensas, no puedes culparlo de hacer eso.


IV.

El aroma del té, tal vez, es lo que te agrada.

O la delicadeza y el cuidado que no dedicas a nada más.

Puedes preguntártelo, o elegir simplemente seguir haciéndolo.

Digamos que esa es, al menos, una decisión tuya.

La luz te llega, aunque lo ignores, desde todas direcciones.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Extrañas existencias.



Además de las semillas que producen algunas especies del reino vegetal para perpetuar su especie, existen entre ese grupo de semillas algunas que no son tales. 

Me explico: existen distintas especies que producen semillas, pero, dentro de ese grupo, encontramos una pequeña cantidad de “falsas semillas”, que no contienen lo que podríamos llamar “material genético” 

No sé para qué sirven, realmente, esas “falsas semillas”, pero supongo que alguna función tienen, así que he estado investigando sobre aquello durante algunos días. 

Encuentro porcentajes, explicaciones sobre los elementos que las forman y varios elementos informativos, pero en ninguna de ellas se habla de la función que tendrían… es decir, no se menciona en ningún sitio (o yo no lo encuentro al menos), alguna utilidad u objetivo tras esas extrañas existencias. 

Es entonces que, mientras investigo y me obsesiono un tanto con aquello, me doy cuenta que me cuesta aceptar la existencia de algo que no tenga un objetivo específico, una razón, digamos, más allá que esta se realice o no, en algún momento. 

Me refiero a que, si hay semillas y estas caen entre piedras y no crecen, esto no me obsesiona… se trata simplemente de semillas que caen entre piedras y etc., pero si de pronto me dicen que un árbol, por ejemplo, crea semillas falsas junto a sus semillas verdaderas, y no encuentro una razón que explique aquello, puedo pasar días leyendo y buscando sobre aquello, y algo se inquieta en mí, mientras busco, posiblemente más de lo que debiera. 

¿Importa aquello…? ¿Contar lo que me ocurre, me refiero, con todo aquello? Pues no, supongo que no, realmente, si soy sincero. 

He aquí entonces -simplemente como un ejemplo-, mi texto/semilla sin material genético. 

Ya puede usted, continuar su día.

jueves, 3 de diciembre de 2020

No.



No. 

No lo espero. 

No. 

Buscarás acá lo que no hay. 

No te daré en el gusto. 

Ambos cavamos en terrenos distintos. 

Con distintas fuerzas, cavamos. 

Sin saberlo, en terrenos distintos. 

No. 

Encontrarás tierra en mis uñas. 

Sin quererlo, encontrarás tierra. 

Y todo será uñas. 

No. 

Un último no. 

No habrá otro. 

Alguien gritará, en la distancia. 

Se verá pequeño, desde acá. 

Alguien hará un show. 

No. 

Dirás tú. 

Harán un show de todo esto. 

¿Pero sabes…? 

En otro sitio, tal vez. 

En otro lugar muy similar a este.

Alguien dirá lo que aquí hemos dicho. 

Las mismas palabras. 

Emociones, tal vez, similares. 

No. 

No confundiremos las voces. 

Sabremos el secreto, si escuchamos. 

Lo que dijimos estará ahí nuevamente. 

Y habrá tierra, por supuesto, en otras uñas. 

No. 

No sabremos. 

No sabremos quien es el culpable. 

Tú dirás mi nombre, pero nada dirás al decirlo. 

No. 

Ese es el nombre de alguien que no existe más. 

Nadie vendrá cuando digas ese nombre. 

No. 

Sin comprender, escucharás un no. 

Y buscarás entonces el lugar de dónde viene. 

Mirarás tus manos. 

Y mirarás luego fuera de tus manos. 

¿No comprendes? 

En todos lados, habrá olor a tierra. 

Y dudarás, entonces, si eso es bueno.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

¿Y el iceberg?



Esa vez escribí un cuento. Uno bien escrito, digamos, no como esto que ven acá. Uno pensado únicamente para ganar un concurso, por un asunto de ego, supongo, ahora que lo pienso a la distancia. 

El concurso no era tan grande, por cierto. Y el cuento tampoco muy espectacular, aunque al menos cumplió su cometido. Eso bastaba en ese entonces. 

El relato era una especie de versión de la tragedia del Titanic. Una contada desde el mundo de la naturaleza... no desde los hombres y sus máquinas. Un cuento que se preocupaba del iceberg en vez del barco y sus tripulantes. Una historia que hacía hincapié en el tiempo necesario para formar aquel iceberg y la tragedia que era que una máquina fuese a estrellarse con él e interrumpir su proceso de vida natural, por puro descuido, irresponsabilidad o capricho. 

Siguiendo esta idea, la narración describía en detalle cómo algunos trozos de hielo se desprendían y caían al mar, condenados a deshacerse o simplemente vagar como pequeños trozos incompletos… todo mientras esos seres irresponsables y vanidosos contaminaban el silencio con sus gritos, con sus luces artificiales, con la desesperación por salvar sus vidas que luego, por lo general, desaprovechaban. 

Más allá de la historia, pienso ahora, y de la fría motivación que tuve al escribirlo (la de ganar un concurso, simplemente), supongo que el cuento debió dar la idea de contener un mensaje importante, y tal vez haya sido eso, a fin de cuentas, lo que lo hacía parecer interesante. 

Exactamente lo opuesto a lo que ocurre ahora, si soy sincero. Aunque mi forma de escribir -hoy imperfecta y descuidada-, parezca apuntar en otra dirección. O en ninguna.

martes, 1 de diciembre de 2020

Saltó del auto en marcha.



Saltó del auto en marcha, como en las películas. O más bien intentó hacerlo. En vez de rodar por una pendiente que había observado a un costado de la carretera, su cuerpo se mantuvo siempre sobre el asfalto, dando saltos y golpeándose una y otra vez hasta que la cabeza se estrelló fuertemente contra una baranda de metal y perdió la consciencia. 

Poco más de una hora después lo recogían del lugar con extremas precauciones. El cuerpo tenía varias fracturas y daños e incluso hubo un momento en que les costó encontrar signos vitales. Un paramédico registró las fracturas expuestas e incluso intentó reubicar algunas, cuando ya estuvo protegido de la vista de los otros, al interior de la ambulancia. 

El resto lo dejarían para el hospital, aunque lo ideal era ayudarlo a recuperar poco a poco la consciencia para dimensionar realmente el daño causado. 

Como a unos metros del cuerpo habían encontrado una billetera con algunas identificaciones, la policía llenó el registro oficial e intentó después, infructuosamente, contactarse con algún familiar o conocido. 

En el Hospital, descubrieron que todo era peor de lo que temían, severo daño cervical y varias hemorragias internas derivaron en un coma inducido y en una serie de operaciones de urgencia que finalmente no lograron su cometido, y el paciente fue declarado muerto a las 16 horas de haber sido ingresado. 

Ya para ese entonces había aparecido en algunos noticieros la imagen captada por cámaras de seguridad del hombre lanzándose del auto en marcha, como en las películas, aunque todo se veía borroso, y no podía diferenciarse bien la forma del hombre, mientras se golpeaba en el piso, y terminaba estrellándose con una baranda. 

Lo cierto es que parecía un saco. Ni siquiera un muñeco. Y varios pensaron que eran imágenes falsas. 

Cuando se supo de la muerte, los noticiarios retiraron las imágenes, para evitar demandas u otras complicaciones, y se limitaron a informar sobre el deceso diciendo que todo era materia de investigación. 

El hombre fallecido, en tanto, no trabajaba hacía casi dos años, no tenía familiares y su cuerpo permanece todavía, hasta donde sé, en el Instituto Médico Legal. 

En su último trabajo solo comentaron que era un hombre reservado, que no entabló una amistad profunda con nadie, aunque mantuvo siempre relaciones cordiales con el resto de los trabajadores.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Interpretaciones.


Dejaron de fijarse en el hecho y se centraron en la ley. O en la observación de la ley, más bien. Su abogado le dijo que esa era la mejor estrategia y él lo aceptó sin entender muy bien a qué se refería. Todo podía resolverse si la ley se interpretaba de la forma adecuada, le dijo su abogado. Él entonces aceptó los hechos. En general, sin detalles, los aceptó. Luego los abogados se reunieron en una sala anexa, que estaba a un costado, donde él no podía verlos. Largo rato, dialogaron. Al parecer su abogado intentaba convencer al otro de que la ley resultaba ambigua… que podía interpretarse de distinta forma y que era mejor llegar a un acuerdo menor o el juicio probablemente se alargaría y la jueza podía incluso desestimar todo si aceptada la interpretación adecuada. Rato después volvieron los abogados. Al parecer no habían llegado a acuerdo. La jueza se mostró molesta cuando escuchó la palabra interpretación salir del abogado defensor. Le dijo que explicara brevemente sus argumentos, pues ella no veía ambigüedad en el escrito. El abogado entonces se refirió a algunos artículos menores, y mencionó algunas observaciones tanto de la ley, como del uso de la ley. La jueza seguía molesta, o incómoda, más bien, pues no lograba desestimar del todo las palabras del abogado. Finalmente, le dijo que podía aceptar su argumento, pero que el juicio debía aplazarse si elegían seguir esa vía. Por lo mismo, le habló directamente al acusado. Explicándole las complicaciones que tendría un juicio que quisiera avanzar por ese camino. De hecho, no se trata, propiamente, de un camino, dijo la jueza. El acusado no entendió a qué se refería, pero contestó que sí cuando ella se lo preguntó. Luego dijo que sí dos o tres veces más sin fijarse en los reclamos de su propio abogado, que le recomendaba mantenerse en silencio. Fue entonces que la jueza, sin dejar de hablar con el acusado, le dijo que todo estaba decidido y que era mejor resolver de inmediato. Sin interpretaciones, le dijo. Basándonos en los hechos. Él asintió y entonces la jueza llamó a los abogados y mientras hablaba con ellos comenzó a temblar. Todos en la sala miraban sobresaltados, en distintas direcciones. Como por acto reflejo se refugió en la silla en que estaba sentado e intentó aferrarse a ella con las piernas, como si disimulara sus emociones, ante los demás. No habría sabido decir, si le preguntaban, cuáles eran sus emociones.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Ella escuchaba rancheras.



De noche, al terminar el día, F. dejaba una media hora para dedicarse a escuchar rancheras. 

Era algo cercano a un secreto, una acción que ocultaba al resto pues lo hacía ya en la cama, con audífonos, luego que sus hijas se hubiesen acostado y G. se hubiese dormido, sin sospechar nada, a pocos centímetros de ella. 

Era lo más cercano a un amante que ella sentía había tenido nunca. 

Algo de lo que no se avergonzaba, pero que prefería mantener en secreto, posiblemente para hacer más emocionante ese momento, cada noche. 

Las rancheras las escuchaba concentrada. 

Alegre, hasta cierto punto. 

Investigaba grupos, descubría temas nuevos, leía un poco sobre los intérpretes. 

Disfrutaba de las letras y la música mayormente, aunque no le transmitían deseos de moverse o bailar, sino que restringía las emociones a un mundo interno, que parecía ensancharse cada vez que comenzaba a sonar la música. 

De entre todo lo que escuchaba F. fue elaborando su propio ránking. 

Sin pensarlo ni analizar sus gustos, fue guardando como favoritas algunas canciones en las que se repetían algunos hechos aparentemente trágicos: 

Alguien a quien le incendiaban su rancho, la historia de una familia arrastrada por un río o hasta una canción en que se decía que la pistola de un maquinista de tren, se había dirigido de pronto, por cansancio, hacia su propio dueño. 

De hecho, uno de los detectives analizó este aspecto detalladamente, buscando huellas en el contenido de las rancheras, para comprender lo que a F. le había ocurrido. 

Escribió un largo informe al respecto, aunque finalmente este fue desestimado y el caso fue archivado sin que alguien más leyese sobre aquello. 

Es decir, se mantuvo en secreto -al menos de lo que podría llamarse su círculo cercano-, que ella escuchaba rancheras. 

Estoy seguro que ella lo hubiera querido así.

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