domingo, 27 de diciembre de 2020

Un topo, de mascota.


Sus padres le regalaron un topo de mascota. O eso le dijeron al menos, cuando él insistió. Tiene una imagen borrosa del animal, aunque sabe que bien pudo tratarse de un engaño. Algo que le dijeron, de pequeño, para que dejase de insistir por un perro u otra mascota similar. Debe haber tenido cinco o seis años en ese entonces. Él recuerda que incluso le dio un nombre al topo, aunque ahora no quiere decirlo. Al parecer le da vergüenza. Se siente torpe al recordarlo. Probablemente lo que vio fue simplemente un agujero en el suelo. Una pequeña excavación que su padre hizo en el patio para decirle que su mascota estaba ahí, bajo tierra. Más fácil de cuidar. Menos responsabilidades. Había que dejarla vivir simplemente, tal como habría que dejar hacer a todos. Además, si lo sacabas a la superficie, el topo quedaba ciego y era presa fácil para otros. El miedo y la culpa lo hicieron entonces dejarlo ahí, aunque de todas formas recuerda haber hecho de vez en cuando alguna pequeña excavación, para poder observarlo. Se acostumbro en cambio a imaginarlo en túneles subterráneos. Bajo su cuarto. Durmiendo tal vez justo bajo él. Igual que una mascota común solo que a niveles distintos. Puede que haya sido una broma o hasta un gesto cruel, visto a la distancia, pero sin duda fue una acción que lo llevó siempre a pensar en aquello que no se ve. A sentir afecto por aquello, incluso. Y hasta a sentirse responsable, de una forma única. Después de todo, décadas después, su mascota bien podría seguir ahí. Acompañándolo siempre, bajo tierra. Recordarlo era así su forma de ser responsable. Pensar que puede estar ahí. Saber su nombre y no decirlo. Alegrarte incluso, de esa forma, por saber de una vida secreta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales