jueves, 17 de diciembre de 2020

Soñé que era el Imperio Romano.



I.

Soñé que era el Imperio Romano.

El Imperio Romano en su máximo esplendor.

Con vastas regiones, autocrático, con grandes ejércitos.

Suena como si fuese un gran sueño, pero en realidad, no era la gran cosa.

Lutecia era como en lunar en la pantorrilla.

Vindobona estaba por ahí, cerca de la rodilla izquierda.

Camulodonum estaba en la espalda, en un sector que no alcanzabas a tocar.

Todo esto son aproximaciones, por cierto, no lo tomen de forma literal.

Y es que en mi sueño, yo no tenía la referencia de mi cuerpo.

Yo era un imperio, reitero.

Y no cualquier imperio.

El Imperio Romano, ni más ni menos.

Eso soñé que era yo.


II.

Desperté antes de la caída del imperio.

Tal vez desperté por eso, incluso, para no caer.

El día estaba más nublado de lo que esperaba, pero estaba bien.

Mientras me preparaba un café recordé que horas antes había sido el Imperio Romano.

Luego preparé huevos y unas tostadas.

A los huevos les agregue trocitos de ají verde.

El olor del café llenaba la cocina y llegó hasta el comedor.

Encima de la mesa había un libro a medio leer.

Un libro valioso, por cierto.

Yo no era más el Imperio Romano.

Pero estaba bien.

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