martes, 31 de julio de 2018

Trabajos (III)


Mi tío, el de la funeraria, me quiso contratar para que ayudara a lavar los muertos.

Intenté hacerlo, a modo de prueba, pero vomité tres veces en el intento.

Afortunadamente, mi tío se apiadó y me dejó de igual forma para hacer encargos y cosas menores.

Dos meses trabajé con él.

Por semana solían llegar 10 o 12 muertos.

Mi tío se encargaba de todo el proceso hasta que el ataúd era puesto bajo tierra, durante el funeral.

Un secreto que pocos sabían era que los muertos iban vestidos solo de cintura para arriba, cuando el modelo de ataúd así lo permitía.

Debido a esto, mi tío tenía una gran cantidad de pantalones y zapatos que solía anunciar en páginas de internet, para obtener algún dinero extra.

Yo, por lo general, me encargaba de llevar los pantalones hasta el lugar de encuentro.

No me daban dinero extra por esto, pero mi sueldo no era tan bajo.

Todo nos fue bien hasta que un cliente debió, por un asunto legal, exhumar un cuerpo.

Y claro, encontraron al cadáver sin pantalones,

Esa misma noche nos apedrearon la funeraria y rompieron un auto y unos cinco ataúdes.

También llegó la prensa, al lugar, pero mi tío ya había decidido vender el negocio.

Colaboré así en lavar al último muerto pues ya nadie iba hasta el lugar.

También conversé, con ese muerto, mientras lo lavaba.

Pero esa es otra historia.

lunes, 30 de julio de 2018

Lo que estoy diciendo.


I.

Una vez mi abuelo me dijo un secreto y luego se murió.

Fue algo trágico, por supuesto, pero ya ha pasado mucho tiempo.

La familia entera supo de esto pues me mandó llamar con bastante urgencia.

Yo estaba en la playa, según recuerdo, y apenas llegué me dijeron que el abuelo me iba a decir un secreto.

No me dijeron, de hecho, que se estaba muriendo, solo que me iba a dar un secreto.

Entonces me acerqué al abuelo y él me dijo el secreto.

Luego se murió.

Cuando digo “luego” me refiero a que no pasaron más de cinco minutos.

Cuando digo “murió”, supongo que ya saben a qué me refiero.


II.

Semanas después comenzaron a preguntarme por lo que el abuelo había dicho.

Yo, sinceramente, no me acordaba bien de qué me hablaban.

Entonces insistieron, aclarando que se trataba del asunto del secreto y acusando que lo quería yo para mí solo.

Dejaron de hablarme desde entonces hasta que tuve que inventar lo que el abuelo había dicho.

No sentí que hubiese otra salida.


III.

Inventé un secreto bien poético y profundo.

Al parecer decepcionó a algunos que esperaban algo así como el mapa de un tesoro.

Todos volvieron a hablarme y con el tiempo todos olvidaron el asunto del secreto.

De hecho, olvidaron también al abuelo, dicho sea de paso.

Su tumba está en Valdivia, en un sector lejano, del cementerio.

Y cuando digo que lo olvidaron es justamente eso, lo que estoy diciendo.

domingo, 29 de julio de 2018

Cuando sobra una zapatilla.


-Esta mañana –me dijo-, cuando me fui a poner las zapatillas, no pude determinar si me sobraba una zapatilla o me faltaba un pie.

-¿Es una metáfora? –pregunté.

-No –contestó-. Para nada. Sé que suena absurdo, pero mira.

Yo miré.

-¿Podrías decirme si me sobra una zapatilla o si me falta un pie? –me preguntó.

-Debiera poder –le dije.

Bajé la vista y lo observé con cuidado, pero al parecer había algo que me impedía comprender qué ocurría.

-¿Qué dices ahora…? –insistió.

Yo no quería reconocer que no podía así que volvía a intentarlo. Me sentía como si hubiese algo que obstaculizara mi comprensión. No sabía cómo explicarlo.

-¿Tampoco logras verlo…? –preguntó ahora.

-No. No es eso… –intenté explicar-. Me refiero a que veo… Veo, pero no sé ver. No comprendo…

-Pues ya ves… eso es lo que me pasa desde esta mañana…

-¿Y solo te pasa con las zapatillas? –pregunté.

-No sé… -me dijo-. Al menos es lo único que intenté entender, y no pude.

-¿No quieres intentar con algo más? –insistí.

-Pues no sé –dijo tras un momento de silencio-. Me da un poco de miedo observar cualquier cosa, si soy sincero.

-¿Y qué vas a hacer entonces?

-Pues por el momento no me queda más que no saber –me contestó-. No ver. No pensar. No nada, en definitiva, para no preocuparme.

-¿Puedo escribirlo al menos? –le pregunté, finalmente.

-Claro –me dijo.

Y yo escribí.

sábado, 28 de julio de 2018

Mi truco.


Me doy cuenta que estoy en un sueño cuando me miro los pies. Ese es mi truco. Diría que me funciona al cincuenta por ciento. Me refiero a que la mitad de las veces en que miro descubro que no es un sueño. Y viceversa. Lo extraño es que no sabría explicar qué es lo que ocurre con mis pies cuando se trata de un sueño, y cuando no. Si los tuviese que dibujar, por ejemplo, el dibujo de mis pies sería exactamente el mismo en las dos ocasiones. Tampoco tiene que ver con la dirección que toman o si están descalzos o no, eso no tiene incidencia alguna. Simplemente resulta que al mirarlos reconozco la naturaleza del espacio en que me encuentro. No sé bien cómo explicarlo, pero es como si una especie de fuerza me invitara a dar un paso. Un paso metafísico, por supuesto. Un descubrimiento que es un paso. Y el descubrimiento es justamente distinguir la naturaleza del espacio en que me encuentro. Por otro lado, debo reconocer que no cambia mi ánimo por estar en uno en otro. Y es que debo reconocer que, hoy por hoy, en ambos me encuentro medio perdido. Por ello, el paso que viene luego del reconocimiento –el paso no metafísico, digamos-, requiere de la misma fuerza en ambos espacios. Y hasta duele incluso, de la misma forma. Lo doy, por supuesto, y en el paso no se evidencia ni el más mínimo sufrimiento. Y los que me observan, pueden pensar ciertamente que se trata de algo así como un estilo. Y es entonces cuando sonríen al verme. Y no sé por qué, pero yo también sonrío.

viernes, 27 de julio de 2018

Yo en un río.


Primero era un río. Yo en un río. Tratando de afirmar mis pies entre las piedras y plantándome firme. Eso era yo más o menos. Eso quería ser yo. Una especie de héroe aunque no tuviese claro el propósito. Un héroe ridículo, es cierto, pero un héroe a fin de cuentas. Eso era lo que pretendía ser. Eso era lo que entendía de la vida. Plantarse firme y estar ahí, me refiero, inmóvil ante la corriente que golpeaba y que era el mundo. Inventando que quería derribarme. Inventando que venía contra mí. Y forzándome de esa forma a ser el centro. Eso quería ser yo. Eso fui, incluso, por un tiempo. Un tipo firme en un río. De pie contra la corriente. Un héroe inmóvil. Un héroe hecho estatua antes de cualquier hazaña. Dejarse ir era rendirse, pensaba entonces. Ir al ritmo de la corriente era la verdadera inmovilidad, pensaba. La falta de fuerza. La falta de roce. Un muerto en la corriente, si se quiere. Eran extrañas, de esta forma, las opciones. O te plantas frente al mundo y lo ves pasar, o te dejas llevar y ves siempre la misma parte del mundo. El flujo del mundo. Yo en un río. Primero era un río. Eso es lo que creía, me refiero. Luego no creí en nada más.

jueves, 26 de julio de 2018

En resumen.


En resumen, el doctor le dice que ve mal de cerca. Que necesita lentes. O hasta una intervención. Ella escucha al doctor y asiente. Se pregunta si el doctor no exagera. Y es que hasta ahora sentía que leía bien, aunque el doctor le ha dicho que ver bien de cerca y poder leer, son cosas distintas. Esa tarde ella piensa en lo que le dice el doctor mientras mira en torno suyo. Las cosas de su cuarto. Esas cosas están cerca, piensa ella. Yo las veo. En general son cosas importantes. Aunque claro, el doctor debe saber sobre esto más que yo. Eso se dice mientras piensa en aquellas cosas importantes que están cerca y que no ve. Desde lo más banal a lo más poético. Muertos flotando en la superficie de un lago, por ejemplo. Qué pasa si admiro la belleza y no veo flotando a los muertos en un lago, se pregunta. Aunque claro, bien pudo haber pensado en flores u otras cosas menos trágicas. El mundo mismo, digamos. Quién puede ver el mundo, si vamos sobre él, se dice. Y si vamos sobre Dios. Quién puede ver a Dios, se pregunta ahora. O ver lo que somos. Tal vez es cierto que necesite lentes, concluye. Pediré dos recetas, incluso, por si acaso.

miércoles, 25 de julio de 2018

Abandonar el proyecto.


Ella aseguraba que los gatos hablan. Que manejan nuestro idioma. Que pueden comunicarse con nosotros, cuando lo desean. Yo no le creía, por supuesto, pero le seguía el juego. Eran varias las razones que tenía, pero tal vez la más fuerte era que quería acostarme con ella. Por eso la ayudé y estuve presente en la búsqueda de pruebas, sobre su hipótesis, durante unas cuántas semanas. Pasado ese tiempo, ocurrió que ella no temía pruebas sobre su ex y yo no había conseguido acercarme a ella en lo más mínimo. Un poco aburrido del asunto nos juntamos en casa de un familiar de ella que tenía como catorce gatos. Ella no me lo dijo, pero le habían encargado cuidar del lugar un par de días y había querido que la acompañara. Hicimos pruebas con unos gatos y luego bebimos unas pocas cervezas. Tuvimos sexo esa noche y también al día siguiente. Luego seguimos con el asunto de los gatos. Aguanté una hora más de eso y le comuniqué mi decisión de abandonar el proyecto. No ha valido la pena, le dije. Lo de que los gatos hablen es una mierda absurda y enferma. Ella no discutió mi observación. Pensé que se molestaría, pero lo cierto es que volvimos a acostarnos y accedió a todo sin problemas. No fue nada del otro mundo. Luego de eso no volví a verla. No la busqué y ella tampoco me buscó. De vez en cuando al observar un gato, me acuerdo de ese entonces. Ni ellos ni yo tenemos nada que decirnos, así que guardamos silencio. Tal vez por eso, también, el mundo no nos habla.

martes, 24 de julio de 2018

Trofeos.


Su casa estaba llena de trofeos que había ganado en el karaoke.

Trofeos pequeños, por supuesto, sin mayor valor monetario.

Y es que lo cierto, es que si no hay premios de por medio, ella no canta.

Da lo mismo la importancia, pero ella explica que necesita algún porqué.

No se trata sin embargo de incentivos, pero hay cosas que si se hacen exclusivamente por sí mismas –me explica-, se desgastan.

Entonces da una serie de ejemplos que culminan con el ejemplo del karaoke.

Luego, con calma, me va explicando el tiempo, lugar y circunstancias en que ganó aquellos trofeos.

Y me sorprende, por cierto, que recuerde cada uno de los 117 trofeos que tiene en casa.

Más de 10 por año, me dice orgullosa, mientras va apilándolos en un rincón.

Más de la mitad de los trofeos son de un mismo local, que hace concursos dos veces por mes.

El resto son de lugares variados.

Por otro lado, no le interesa intentar cantar de forma seria.

Y claro, tampoco participar en concursos más grandes.

Con este tipo de trofeos está bien, me dice, mientras me explica.

Con eso me basta, reitera, y eso es lo importante.

lunes, 23 de julio de 2018

Olivia.


Fuimos a ver una banda punk que se llamaba Olivia. Tenía cinco integrantes que iban vestidos como la novia de Popeye. Todos eran altos y lo suficientemente delgados como para que sus disfraces causaran cierto impacto en los espectadores. No pude entender las letras, pero al parecer había un tema que hablaba de cortarle las bolas a Popeye y meterle las espinacas por el culo. De hecho, tocaron dos veces ese tema. Al inicio y al final del espectáculo. Creo que podía interpretarse como una apología al feminismo, o algo así. Lo cierto es que no entendí muy bien, si soy sincero, pues estaba algo borracho. Tal vez por lo mismo, no estoy seguro si todos los integrantes eran hombres o había una mujer tocando una guitarra. Saqué unas cuántas fotos, de hecho, para revisar después. Y claro, fue en una de esas fotos donde salía el tipo cuchillo en mano, alejándose del lugar. No se veía muy bien porque estaba de espaldas, pero podía notarse al hombre herido, justo comenzando a caer. Al otro día por mejor llevé las fotos a la policía y presté declaración. Les dije que yo había estado cuando dieron muerte al hombre, en el centro de bandas punk. Confirmé que no me di cuenta en el momento y que solo me enteré por los rumores y porque se suspendió el espectáculo. Se quedaron con las imágenes y borraron la memoria de mi cámara, para que no fuesen difundidas. Todo resultó bien salvo que el tipo que me tomó declaración me dijo que daba información superflua y que le hacía perder tiempo con detalles sin importancia. Y claro, yo fingí que tenía razón y lo dejé quedarse con esa impresión. Allá él si no sabe ver qué es lo importante en todo esto. Deje que los muertos entierren a los muertos, le dije finalmente, cuando me iba. Él pensó que estaba loco o que seguía borracho así que ni siquiera se molestó en responder.

domingo, 22 de julio de 2018

Dormir en paz.

La encontraron muerta en la casa. Sentada. Frente al televisor. La encontraron de noche, al volver del trabajo, pero el experto señaló que había muerto mientras veía un matinal. Era extraño pues ella decía que no veía tv, durante el día. Que no le gustaba. Que el tiempo apenas alcanzaba para limpiar la casa y poco más. En la cocina estaban las verduras picadas y había dejado descongelando la carne. Al parecer iba a hacer carbonada. Ellos encontraron todo de esa forma y él se percató del cuerpo, así que le dijo a su mujer que no entrara. Llamaron a la policía y a la ambulancia. Dieron sus declaraciones por separado. En casa y en la comisaría. Dijeron que ella iba de lunes a viernes. Lavaba, cocinaba y limpiaba. Habían firmado hacía poco un contrato simple. Ambos recalcaron esto. Conocían el sector donde vivía y sabían que ella tenía una hija, aunque no su edad exacta. Al parecer ya era mayor. No estaban seguros, en todo caso. Declararon que la vieron bien. Que no se quejó de dolores ni contó que estuviese yendo a un médico. Les tomó varias horas dar cuenta de todo eso. De vez en cuando se acercaban los vecinos y hubo que explicar la situación. Casi todos llegaban de tarde así que no conocían bien a la mujer. Mientras declaraban la mujer seguía sentada. El cuerpo se lo llevaron entre tres y él vio que fueron algo bruscos para estirarlo pues estaba rígido. Casi no durmieron esa noche y hablaron sobre si era prudente o no faltar al trabajo otro día. Al final decidieron que debían ir. Esa misma tarde, antes de volver a casa, ella puso un anuncio. Repitió el mismo que la vez anterior aunque agregó una frase referida a la buena salud. También puso en negritas lo de traer referencias. Por unos días, al llegar a casa, miraron sillones en catálogos de tiendas, pero finalmente dejaron el mismo. Al otro dia recibieron una llamada. Para el fin de semana fijaron la primera entrevista. Poco antes del mediodía. Mejor no contar los detalles, convinieron entre ellos. Desde la tercera noche, volvieron a dormir en paz.

sábado, 21 de julio de 2018

Lanzas.


Día por medio encuentro una lanza en mi patio.

Una lanza larga, de madera y con una punta filosa, de metal.

Por lo general está enterrada en el suelo, aunque de vez en cuando causa algún destrozo.

Nunca he visto llegar una  así que no sé bien de dónde vienen.

Además, aparecen clavadas en distintas direcciones, lo que no me deja distinguir el sector del que provienen.

Para aclarar el misterio decido esperar yo mismo, en el patio, aquellas lanzas.

Monto guardia entonces, de pie, y atento a lo que pasa.

Ya en la madrugada, cerca del alba, siento el sonido de una.

Poco después, descubro que la lanza se ha clavado en uno de mis pies.

Ahogo el grito e intento observar mi pie, clavado al suelo.

Carne abierta, huesos rotos y sangre que se esparce por la tierra.

Ese pie no podrá rehacerse, pienso entonces, mientras amanece.

Intento sentarme, con la lanza clavada, todavía, en uno de mis pies.

El dolor me hace temblar y no consigo pensar cómo sacar el pie de ahí ni detener la hemorragia.

En instantes llamaré una ambulancia y tendré que explicar lo sucedido.

Alguien me arrojó una lanza, les diré, y me destrozó un pie.

Ellos y yo sabremos, sin embargo, que esa no es, plenamente, la verdad.

viernes, 20 de julio de 2018

Golpes en la ventana.


-Anoche sentí golpes en la ventana. Un par. Como si llamasen a una puerta y golpeasen con  los nudillos. Luego sentí también golpes en la puerta.

-¿Fuiste a ver?

-No. Tuve miedo, en realidad. La ventana que golpearon está en un segundo piso. La puerta que golpearon permanece abierta. Sin seguros, me refiero.  Fueron dos golpes. Siempre dos. Tres veces dos, según recuerdo. Tal vez era más un aviso que un llamado.

-Sí… A mí también me pasaba antes.

-¿Lo de los golpes?

-Sí. O sea… no, no sé. Lo de estar a medio dormir, al menos. Lo de sentir ruidos, en la noche. Creo que también escuché alguna vez los dos golpes.

-¿Y?

-Nada. Nunca pasó nada. No tienes de qué preocuparte, supongo.

-Sí tengo. Me preocupo de los golpes.

-No me refiero a eso. Pero son cosas que pasan, supongo… No dormir… Escuchar cosas… Luego dejas de preocuparte y ya está.

-¿Y ya está qué?

-Pues no sé bien cómo decirlo… Supongo que los sueños vuelven a su sitio.

 -¿Qué quiere decir eso?

-Que duermes otra vez. Que estás tranquilo. Que hay explicaciones normales al otro lado de la puerta.

-¿Te pasó eso a ti?

-Claro… Ahora, por ejemplo, duermo siempre de un tirón... Antes no me pasaba.

-¿Y eso es bueno?

jueves, 19 de julio de 2018

Dados.


Primero el nueve.

Seis y tres, digamos.

Eso es bueno.

Y mientras ruedan los dados
haces cuentas.

Números, intentas,
nada más.

Y es que esta vez, te dices,
las palabras quedan fuera.

Once.

Seis y cinco, esta vez.

Y nuevamente el nueve.

Y hasta pareciera que lo logras.

Quedar en cifras, me refiero.

No en las cosas.

Ocho.

Cinco y tres.

Y Dios le dio a Adán el paraíso
y Adán cuantificó.

Hizo el inventario.

Dos.

Uno y uno.

No siquiera un inventario.

Dados.

Ocho.

Seis y dos.

Eso es lo que hacemos.

Lo llevamos al azar.

Nos engañamos.

Siete.

Cuatro y tres.

Otra vez siete.

Eso es bueno.

No lo piensas ahora,
pero te enseñaron que eso es bueno.

Líneas.

Ahora líneas.

Cuando los números parecen suficientes
trazas líneas.

Nueve.

Seis y tres.

En el mundo no hay líneas.

Ni siquiera números,
antes de los dados.

Siete.

Cuatro y tres.

Una línea perfecta.

Y puede que un pitido tal vez,
que acelere al resto.

Nuevamente un siete.

Cuatro y tres.

Extrañamente alguien llora
porque no sabe que eso es bueno.

Siete otra vez.

Seis y uno.

Y eso es bueno, te dices.

Y vuelves a lanzar.

Y vuelves a lanzar.

Y eso es malo.

miércoles, 18 de julio de 2018

Un gato.


I.

Leo en las memorias de un monje japonés del siglo XIII, las observaciones que hace sobre un gato manchado que llega a uno de sus templos. Dicho gato, según el monje, reveló que podía hablar tras unas semanas de que lo alimentaran y lo acogieran en el tempo. Lamentablemente, luego de manifestar esa capacidad, el gato habría estado con ellos solo unos cuántos días, en los que a ningún monje le fue permitido dirigirle palabra alguna.


II.

Según lo escrito, el gato habría agradecido algunas comidas, se habría quejado del clima y habría realizado unas cuantas preguntas a los monjes. Sin embargo, aparentemente molesto por la falta de respuestas, se habría retirado del templo, apenas las condiciones climáticas fueron favorables y tuvo el estómago repleto.


III.

El monje explica la actitud que tuvieron con el gato, aunque al mismo lamenta su partida. Así, como núcleo de su explicación, señala que un precepto básico de toda sabiduría es que no hay que interrogar al mundo. Por otro lado, sin embargo, lamenta que el gato no haya podido compartir con ellos un conocimiento trascendente a través del lenguaje. Probablemente no era necesario, concluye el monje en ese apartado. O no podía transmitirse, usando nuestro lenguaje.

martes, 17 de julio de 2018

La muerte del padre.


No pensaba llorar, pero cuando vio a su padre en el ataúd lo encontró más chico. Y eso, extrañamente, lo hizo volcarse en llanto. Así se lo explicó a quienes se acercaron a él y trataron de consolarlo. No es pena, explicó, es que está más chico. Quienes lo escucharon no entendieron, pero no pidieron explicaciones. Y es que era una experiencia fuerte, comentaban, eso de perder un padre. Él en cambio pareció molestarse con su propio llanto. O con las razones de su llanto, más bien, si queremos ser exactos. Estoy seguro de que está más chico, insistía. Recordó entonces una película donde unas tribus reducían cabezas… y hasta calculaba que el cuerpo de su padre podía levantarlo sin mayor dificultad… o hasta el ataúd completo. Como si las proporciones del mundo estuviesen alteradas. Tal vez es un sueño, se dijo, mientras lloraba. Tal vez mi padre no ha muerto y puedo yo tomarlo en brazos, continuó, y entonces él se reduzca cada vez más hasta que vuelva a despertar y mis manos estén vacías. ¿Es eso?, le preguntó a los otros. ¿Eso es lo que pasa?, insistió. Dos amigos del trabajo se acercaron a él entonces y lo tomaron por los hombros. Todo está bien, le dijeron. Tranquilízate. Lo que pasa es que tu padre ha muerto.

lunes, 16 de julio de 2018

Desconfiar de la X, en los mapas el tesoro.


I.

Hay que desconfiar de la X, en los mapas del tesoro.

Es más: desconfiad mejor de los mapas del tesoro.

No cuentes pasos ni busques referencias.

No trates de alternar, en él, los puntos cardinales.

Y es que los mapas del tesoro se hicieron justamente para alejar de los tesoros.

Y la X en ellos, simplemente, es la mayor de las incógnitas.

Luego de la muerte.

Luego del amor.

Luego de la vida.


II.

Hay que desconfiar de la X, en los mapas del tesoro.

Es más: desconfiad mejor de los mapas.

Y es que la realidad no puede, a fin de cuentas, ser referida en signos.

No hay excepción.

No hay intento que valga.

La naturaleza del mundo es cambiante como el corazón humano.

En vano lo intentan los geógrafos y los poetas.

Todo mapa miente, sin querer, por desconocer la naturaleza de la verdad.

Todo aquel que intenta fotografiar a Dios queda siempre cegado por la luz.

Y con las manos vacías.


III.

Hay que desconfiar de la X, en los mapas del tesoro.

Es más: desconfiad mejor de los tesoros.

Nada valioso ha de encontrarse nunca fuera de nosotros mismos.

Nada de alto precio puede ser transportado o cambiado de lugar.

Y es que no se puede trasladar el corazón del hombre ni ninguno de sus órganos.

Y los ojos del hombre no han sido puestos para contemplar el mundo.

Dichoso aquel que comprende que ellos están ahí para alumbrar el interior del hombre.

El interior de Dios.

El interior del mundo.

domingo, 15 de julio de 2018

De cierta forma no es su culpa.


El viejo me dijo que el tiempo era como un perro. Uno de esos chicos, mañosos, que te atacan a traición. Justo cuando piensas que es inofensivo, cuando te has animado hasta a acariciarle el lomo y quizá hasta le hayas puesto un nombre. Es entonces, decía el viejo, cuando lanza el tiempo las primeras mordidas. Y descubres que sus dientes son filosos. Y comprendes una nueva naturaleza del dolor. Estas son las marcas, dijo el viejo, mostrando sus heridas. Al principio te defiendes, pero lo cierto es que no lo ves venir. Ataca en la oscuridad y ni siquiera sabes, en principio, quien te ataca. Solo sientes sus dientes. Su mandíbula fuerte. Su gruñido extraño, como sonido de reloj. Así ataca el tiempo, dijo el viejo. Si peleas te desgarras. Si lo esperas enloqueces. Es extraño, pero finalmente simplemente lo dejas venir. Siempre duelen sus mordidas, pero te acostumbras al dolor. Y al amanecer nuevamente es un perro pequeño, a tu lado. Sabes lo que ha hecho, pero de cierta forma lo perdonas. Le acaricias el lomo. Le das agua. De cierta forma no es su culpa, dice el viejo. Después de todo, la piel está hecha para hacerse jirones. La sangre para ser derramada. La vida para llegar hasta su final. El tiempo es como un perro, dijo el viejo. Nada más.

sábado, 14 de julio de 2018

Hans.


Él tenía un loro desde hacía al menos veinte años.

No podía recordar la fecha exacta, al igual que muchas otras cosas.

Por ejemplo, no sabía si el loro se llamaba Hans o ese era su propio nombre.

Y es que el ave acostumbraba repetir aquella palabra cada vez que lo veía.

Lo de los veinte años, en tanto, lo recordaba por una foto que estaba colgada en la pared.

En la foto aparecía él, un niño pequeño y el loro.

Y claro, para no olvidarlo, sobre la imagen había pegado una nota que decía “veinte años atrás”.

De todas formas, no recordaba cuándo puso aquella nota.

Y entre otras cosas, tampoco recordaba quién era aquel niño pequeño.

Tal vez un hijo se decía el viejo, pero no recordaba con claridad.

Se escribió una nota, sobre el velador, para preguntarle a la mujer quién era aquel niño.

La mujer venía a cocinar y al limpiarlo, tal vez todos los días.

No parecía hacer aquello con afecto, así que lo más probable es que fuese contratada.

Tal vez él mismo la contrató, pero no lo recuerda.

Tampoco recuerda, por cierto, cómo debe sentirse ante todo esto.

Cuando el loro muera, pensaba el viejo, olvidaré que uno de los dos se llama Hans.

viernes, 13 de julio de 2018

Challas.


I.

Soñé que el mundo se volví challa.

Pequeñitos círculos dispersos por doquier ocupaban el lugar que había ocupado el mundo.

No eran de colores.

No había algarabía.

El mundo se había vuelto challa, simplemente.

Y yo no estaba en condiciones para celebrarlo.


II.

No era de papel el mundo, pero se había vuelto challa.

Por lo mismo, dichas challas eran de los más diversos materiales.

Challas de tierra, challas de cemento…

Hasta de carne, había challas.

Estas últimas, si las mirabas atento, parecían palpitar, incluso.

Y podías quedarte largo tiempo mirándolas en la palma de tus manos.


III.

No es que hubiese algo para barrer, pero tuve la esperanza en un momento, que el mundo estuviese casi intacto, debajo de las challas.

Por esto, comencé a tratar de moverlas, con mis brazos.

Cabe y removí por días, en el sueño, pero todo era challa.

Más compactas a medida que avanzabas, pero seguían siendo challas.

Fui insensato y seguí, hasta que quedé exhausto, en mi propio sueño.


IV.

De cierta forma es justo, concluí, durante el sueño.

Cárcel y catedral, montaña y cueva…

Todo es challa.

Tal vez ocurre que me ha sido dado ver el fin del mundo, y no lo sé.

O tal vez ocurre que es el corazón del mundo.

El corazón de cada cosa y ser del mundo me refiero.

De cierta forma es justo, concluí, y cerré los ojos.

Desperté.

jueves, 12 de julio de 2018

Ella decía que se equivocó de santo.


Ella decía que se equivocó de santo. Que hizo las peticiones cambiadas. Yo la escuché decirlo y con esa frase bastaba. Me refiero a que hubiese podido crear, con esa frase, una breve historia de equívocos y hasta intentar ser un poco chistoso. Pero ocurrió que verdaderamente ella creía que se había equivocado de santo. Y ocurrió que su madre murió de cáncer y su tío recuperó su amor perdido. Si el dolor hubiese sido menor ella hubiese podido pensar algo más o menos simpático. Por ejemplo, que alguien nos castiga por despistados. Pero como su dolor fue inmenso y el dolor suele redirigir nuestros pensamientos, llegó a la conclusión que en ella misma existía un deseo oscuro de llevar a la fe a lugares más bien oscuros, y atentar contra ella. Y claro, por lo mismo, ella creía que debía ser castigada. Fue entonces que, buscando castigo, ella buscó también en la vida de santos y optó por el retiro. Por la renuncia, más bien, a modo de expiación y sacrificio. Varios días pasó ella entonces pensando a qué renunciar. Que era aquello que más amaba y que podía entregar a cambio de su falta. Lamentablemente, tras buscar, descubrió que no tenía a qué renunciar. Ni hijos, ni familia, ni dinero, ni siquiera un trabajo o una vida, en general, que la hubiese tenido satisfecha. Fue entonces que nos encontramos y me contó lo que le había sucedido. No solo me equivoque de santo, me dijo esa vez. Me equivoqué de Dios. Equivoqué la esperanza. Me equivoqué de vida.

miércoles, 11 de julio de 2018

Veo caer un pájaro.


I.

Veo caer un pájaro.

Extrañamente fulminado lo observo caer desde el techo de una casa.

Pienso en ir hasta donde cayó, pero está claro que el pájaro está muerto.

Tras pensarlo un momento finalmente desisto.

Y es que me siento cínico:

No me detengo siquiera ante los pájaros vivos.

Y a aquel caído, pude haberlo ignorado
hasta que cayó fulminado.


II.

Algo similar sucede con las catedrales.

Wingarden por ejemplo, contaba que no creía en Dios hasta que entró en las catedrales.

Y no es que viera a Dios, estando en ellas.

No lo vio, decía, pero sin duda sintió su ausencia.

De esta forma, al menos existía una certeza:

En esas catedrales habría cabido Dios.

Igual que el cuarto vacío que se destina a un huésped
que nunca llega.


III.

Vuelvo a pasar por el sitio donde cayó el pájaro.

Pocas horas después de haberlo visto caer.

Me acerco al lugar y desde lejos, observo como el cuerpo ha comenzado a llenarse de hormigas.

Eso que está ahí no es un pájaro, me digo.

No hay pájaro.

Me alejo entonces del lugar intentando pensar en otra cosa.

No voy a pensar en un pájaro, me digo.

La ausencia del pájaro revolotea sin embargo, como en una catedral.

martes, 10 de julio de 2018

Máscaras.


A los pies del cerro donde está el zoológico vendían máscaras.

De superhéroes, animales, robots y otras series de motivos.

De vez en cuando, de pequeño, tras reunir algún dinero, fui hasta el lugar exclusivamente para comprar una de ellas.

Ninguna ajustaba muy bien, según recuerdo, y los elásticos se rompían fácilmente, pero creo recordar que me atraían los diseños, principalmente.

Ni siquiera las compraba para ponérmelas, si soy sincero, simplemente las adquiría para observarlas.

De vez en cuando, sin embargo, ya en casa, me miraba al espejo con alguna de ellas.

Recuerdo que simplemente miraba mis ojos, atrás de las máscaras.

No quedaban necesariamente en los orificios, por lo que se hacía difícil ver, estando tras ellas.

Nunca me disfracé, digamos, con ellas, siempre fui yo tratando de buscarme atrás de esas máscaras.

Era pequeño como para pensar en símbolos o grandes análisis, pero eso es sin duda lo que hacía.

Por último –generalmente la misma noche que compraba las máscaras-, sacaba unas tijeras que mi madre guardaba en un bolso y cortaba las máscaras.

Un rostro plástico, digamos, justo partido por el medio.

El ruido de esos cortes lo recuerdo hasta el día de hoy.

No sé por qué siempre guardé siempre uno de los lados, y terminé botando el otro.

Un significado, por supuesto, debe tener, aunque hasta el día de hoy se me escapa.

lunes, 9 de julio de 2018

Equipos que nada le importan.


Dos veces por semana él ve un partido entre equipos que nada le importan

No suele abanderarse por ninguno, aunque cierta satisfacción lo invade cuando el equipo que partió perdiendo logra revertir el marcador.

Aunque claro, de ocurrir así, luego hay que apoyar al otro.

Suelen transmitirlos los martes y jueves, justo a la hora en que él regresa del trabajo.

Está cansado, y tal vez por eso ver estos equipos que nada le importan correr en el campo de juego, le permite dejar las emociones a un lado y ver el partido, sin más.

Es un poco como en el trabajo, piensa a veces, donde tampoco importa mucho lo que haces y hay que esperar cumplir con el horario semanal, simplemente, para disfrutar lo que queda del día o del fin de semana, si estás de suerte.

Esta vez, mientras se come un sándwich y bebe una cerveza, observa a esos hombres correr tras el balón, desesperadamente, como si de ello dependieran sus vidas

Al principio reía, cuando observaba las expresiones en sus rostros, pero con el transcurso del tiempo ha comenzado a desarrollar una leve empatía por los distintos jugadores.

Aunque claro, de vez en cuando hay alguno que parece esforzarse más de la cuenta y entonces algo así como la burla, la admiración y hasta la envidia, parecen convivir en una misma expresión.

-¡Qué manera de gastar la vida…! –dice entonces, en voz alta, mientras vuelve a acomodarse en el sillón.

-¡Qué manera de gastar la vida…!

domingo, 8 de julio de 2018

Hipo.


Dos personas.

Una calle.

Una pausa frente a un kiosco.

-Yo puedo hacer que le dé hipo.

-Perdón, ¿qué me dijo?

-Dije que yo puedo hacer que le dé hipo.

-¿Es una broma o algo así?

-No.

-¿Quiere dinero?

-No.

-¿Y entonces?

-No quiero nada. Solo quiero que usted sepa que yo puedo hacer que le dé hipo.

-Usted está loco.

-No. O no importa. Pero es verdad lo del hipo.

-Pues entonces hágalo y listo.

-¿Y para qué lo haría?

-Pues no sé… usted empezó con esto…

-Yo solo le dije que podía hacer…

-¡Ya sé lo que dijo…! Haga que me dé hipo, para creerle y entonces se va.

-Esa no es forma de creer.

-¿Cómo?

-Usted quiere pruebas para creer. Eso no es creer. Eso es saber. Además igual lo negaría.

-¿Y cómo podría negarlo, si me diera?

-Pues no sé. La gente se arregla. Luego dicen que de tanto conversar los puse nerviosos y les vino el hipo. Lo cuentan como una anécdota. La verdad la cuentan como una anécdota. Esa no es forma de creer.

-¿Y entonces?

-Entonces nada. Puedo hacer que le dé el hipo y eso es todo.

-¡Espere…! ¿Se va así…?

-Claro... ¿Qué más quiere?

-Pues no sé… ¿el hipo?

-Eso no es lo que quiere. No sea insensato.

-Pero…

-Hasta luego. Que tenga un buen día.

sábado, 7 de julio de 2018

Seis peces de colores.


Como el reglamento de la empresa no era específico le debieron permitir ir a su trabajo con sus peces de colores.

Tenía seis, en un acuario que ayudábamos a bajar desde su auto día a día, hasta colocarlo en una mesa, junto a su escritorio.

Fue el gerente, de hecho, quien nos informó al respecto.

-Parecerá extraño, pero en la normativa se permite –nos dijo-. Se prohibían las mascotas, pero no fuimos específicos sobre los peces de colores. Ya lo consultamos con un abogado y recomendó dejarlo así. De todas formas no creo que sea un problema. Al dueño incluso le hizo gracia.

Dos semanas después de aquel anuncio, siete trabajadoras del piso tres y cuatro del dos, ya habían llevado acuarios similares.

Incluso el supervisor del piso cuatro llevó uno con caballitos de mar, y alentó a los suyos a marcar diferencia con los pisos más bajos.

Un mes después, por lo mismo, ya resultaba imposible contar los acuarios y se debieron habilitar lugares especiales para dejarlos durante la jornada de trabajo.

Asimismo, el tiempo para subir dichos acuarios y alimentar a los peces fue negociado por el sindicato y hasta se amenazó con ir a huelga cuando la empresa propuso descontar los exiguos diez minutos que se habían solicitado para el ítem de alimentación.

Fue entonces que llegaron de un canal de tv y la empresa decidió no solo dar los diez minutos sino colaborar con los alimentos y construir salas acordes, implementando acuarios fijos para que los trabajadores que quisieran pudiesen dejar sus peces en la empresa y no llevarlos y traerlos desde casa, día a día.

Fue el propio dueño quien salió en tv dando estas noticias y la empresa subió sus ventas, casi de inmediato.

Por lo mismo, en los meses siguientes, otras empresas similares no quisieron ser menos y alentaron a los suyos a tener iniciativa propia.

Aparecieron entonces las empresas con iguanas, erizos de tierra y hasta hurones, en las que el proceso se desarrolló de forma similar, aunque la tv les fue prestando cada vez menos atención ya que se avecinaba el mundial de fútbol y –a no ser que uno de esos animales vaticinara resultados-, no tenían ya la menos gracia.

Poco después, un abogado especializado explicó que la prohibición de estas mascotas habría sido posible desde un primer minuto, y llamo a reunión a los distintos gerentes para proponerles representarlos en conjunto, proponiendo una nueva interpretación.

Así se hizo.

La situación legar era engorrosa, por lo que los trabajadores prefirieron aceptar las condiciones, apenas iniciado el juicio.

Además, muchos de ellos habían comprendido que se trataba de una responsabilidad agobiante, el atender a sus mascotas cada jornada.

Como recuerdo, sin embargo, cada empresa decidió incorporar a su logo aquella mascota mayoritaria que tuvieron sus trabajadores.

Así fue como empezó.

viernes, 6 de julio de 2018

Yo escuchaba todo.


“Ahora dicen que no escuché, pero yo escuchaba todo. Estaba atento incluso a las señales, o al más mínimo de los avisos. Seis años viví de esa forma. Alerta. Escuchando. Transcribiendo lo que escuchaba. Transformando en signo hasta el viento que se filtraba bajo la puerta. Seis años viví así. Sé de lo que hablo. Y no son pocos seis años. Algunos me critican y piensan que saben lo que significan seis años. Y hasta dicen que saben lo que significa escuchar. ¿Saben acaso que escuchar significa perder los otros sentidos? ¿Saben que la vida se puede perder escuchando únicamente, por seis años? Y es que hasta el mundo busca el diálogo. Y claro, cuando uno escucha simplemente el mundo se disgusta. Quiere oír. Quiere replicar. Escuchar la esperanza y lanzar el trueno. Porque de esa forma dialoga el mundo. Yo en cambio lo dejé hablar. Transcribía todo, pero fingí que no escuchaba. Comprendí los signos de la lluvia. Del rayo. De la tormenta. Aprendí de cierta forma el lenguaje del mundo. Aunque claro, no devolví mensajes. No participé del diálogo. Acepto eso. Pero no digan que no escuché. No digan que no estuve en el mundo. Seis años estuve de esa forma. Puedo incluso revelar lo que dijo y no podrán negarlo. Yo escuchaba todo.”

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