jueves, 30 de septiembre de 2021

Puede sonar tonto.


Puede sonar tonto, pero lo que me da miedo de las alturas, no es la altura misma. Es decir, no me atemoriza la distancia que existe entre mi cuerpo y el sitio de “aterrizaje”, sino el que yo pueda caer desde esa altura. Esto que acabo de decir puede parecer obvio, por supuesto, pero lo cierto es que hay algo más secreto en este caso. Y es que el miedo a caer desde esa altura es en el fondo el miedo a dejarme caer desde esa altura. A no sujetarme si me tropiezo, digamos. O hasta el miedo a lanzarme yo directamente, aunque hasta el momento nunca he tenido la convicción de esta idea. No de forma consciente, al menos.

¿Cuál es el miedo entonces, en resumen?

Me ordeno. El miedo sería este:

Que surja ese deseo de improviso (que puede estar oculto en algún lado) y yo termine arrojándome, después de todo, sin que la altura me dé la oportunidad de retractarme de esa decisión y (lo que es peor) sin haber asimilado siquiera el porqué de aquel acto.

Y es que entonces el vértigo (el vértigo verdadero, no el que sentía a priori) de llegar al final de todo aquello, puede resultar tan repentino y fulminante, que la tan anhelada comprensión a la que uno aspira (por mínima que sea), sea de golpe imposible, inalcanzable y de pronto el ¡PLAF!, simplemente, que como decía en un inicio, puede (ahora más que nunca) sonar un poco tonto.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

¿Lo has pensado?


I.

¿Lo has pensado?

¿Alguna vez lo has pensado?

Pues no te compliques.

No hay problema.

Ahora vengo yo y lo planteo directamente:

Todo lo que has dicho sobre el mundo es cierto.

Incluso todo aquello que no has dicho, pero puede decirse.

Puedes decirlo tú, me refiero, en cualquier momento.

Todo eso es o será cierto.

Te lo explicaría, pero estoy algo cansado y prefiero promover la fe.

Tu fe.

Todo lo que has dicho sobre el mundo es cierto.


II.

Piensa en las pirámides, por ejemplo.

En las de Egipto, me refiero.

Piénsalas blancas, como eran antaño.

No las has visto directamente, pero son ciertas.

No necesitas verlas, para saberlo.

Igual que las piedras e igual que tus manos.

Igual que la muerte y el mundo.

Igual que la muerte del mundo, aunque no ocurra todavía.

Y aunque esa palabra erróneamente asuste.

Y no comprendas bien por qué.


III.

Tal vez miento.

O pienso que miento.

Pero todo lo que he dicho sobre el mundo es cierto.

Lo mismo ocurre para lo que tú has dicho.

Y es importante.

Trascendente incluso cuando te haces consciente de algunas cosas.

Sé responsable.

Respira.

Todo lo que dirás sobre el mundo será cierto.

No trabajes en la construcción de la pirámide de otro.

No trabajes en la construcción de la pirámide.

martes, 28 de septiembre de 2021

Gestos dedicados a sí misma.


Ella, hacía gestos dedicados a sí misma.

Únicamente dedicados a sí misma.

En principio, sin embargo, no era consciente de aquello, y sentía que estaba en comunión y armonía con el mundo.

Sentía -me refiero-, que se comunicaba con algo más allá de ella.

Algo que en el fondo nunca conoció.

A veces, si la observabas con detenimiento, ella daba la impresión de estar buscando algo ante lo cual arrodillarse.

Un dios al que venerar, digamos.

O un sentimiento al cuál entregar su vida, incluso, aunque esto parezca exagerado.

Y es que no se la entregó a sus hijos ni al trabajo ni a nada que hasta ese entonces hubiese conocido.

Así y todo, me gustaría aclarar no en modo alguno un ataque.

Y por lo mismo, me gustaría descartar que aquello fuese resultado del egoísmo.

Del mismo modo, tampoco era, exactamente, frialdad.

En mi opinión, creo que en el fondo no sabía cómo entregarla, simplemente.

Y era culpable de aquello y lo sabía, pero evitaba reconocerlo abiertamente y solo lo hacía con gestos extraños que nadie más entendía.

Gestos dedicados a sí misma, como decía en un inicio.

Únicamente dedicados a sí misma.

Desconozco por lo mismo, si servían, finalmente, para algo.

De todas formas, perdió su vida como todos.

Gastándola de a poco en gestos inútiles que ella creía la mantenían a flote.

Pero los muertos también flotan, por supuesto.

Y ella lo olvidó y todos lo olvidamos, porque resultaba conveniente.

Igual que olvidamos el significado de los gestos que dedicamos a nosotros mismos.

O preferimos, más bien, olvidarlos.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Nadie sabe de qué habla, me dije.


I.

-El mundo te ama -me dijo.

-¿Qué? -pregunté.

-Le digo que el mundo le ama.

-No entiendo -seguí-. ¿Quién dices que ama?

-El mundo -me contestó.

-¿Y a quién?

-A ti.

-Ok -le dije.


II.

Como seguía ahí opté por meterme una mano en los bolsillos.

Entonces, mientras buscaba una moneda para darle me dijo que no estaba pidiendo nada. Que solo estaba entregando un mensaje.

-¿Un mensaje? -pregunté.

-Sí, un mensaje -me dijo.

-De acuerdo -señalé-, pero ¿quién envía el mensaje?

-El emisor -contestó.

Apenas dijo eso pensé que se trataba de un ex alumno que me estaba tomando el pelo, pero lo cierto es que seguía tan serio como antes.

-El mundo es el emisor -complementó.

-Ok. -dije yo.

Él permaneció en silencio otro rato, pero luego agregó:

-También es el mensaje y hasta el canal.

-¿Quién? -pregunté.

-El mundo -me contestó-. Ya se lo dije.


III.

-¿Y tú quien eres? -le pregunté entonces-. Si el mundo es el emisor el mensaje y hasta el canal, ¿quién eres tú…? ¿qué rol cumples, me refiero?

-Yo soy un canal alternativo -contestó-, y además trato de hacer inteligible el mensaje.

-¿Nada más? -pregunté.

-Nada más -contestó.

Así, mientras hablábamos, debo reconocer que el tipo comenzaba a incomodarme. Y es que parecía notar cierta arrogancia en sus palabras, y no me hacía ya la menor gracia.

-Pues si eres eso que dijiste ya tu rol acabó… -comenté, molesto-. No sé qué sigues haciendo acá.

-Espero su respuesta -me dijo-. Para llevársela al mundo.

-¿Qué mierda sabes del mundo? -le lancé entonces, ofuscado-. ¿Qué te da derecho a fingir que intercedes entre él y yo?

-La premura -me contestó, tranquilo.

-¿Cuál premura?

-Usted va a desaparecer pronto -se limitó a decir.

Yo me quedé en silencio. Luego di media vuelta para alejarme del lugar.

-Y una parte ínfima del mundo va a desaparecer también cuando usted desaparezca -concluyó, mientras me alejaba.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Un amo indiferente.


Tenía tres esclavos. Los había heredado de su abuelo. Para que tuvieran un techo les había dejado una zona del granero y los tenía ahí, simplemente, casi sin hacer nada en todo el día. Ya no trabajaba la tierra y estaba viviendo simplemente de las rentas de una herencia. A veces, uno de los vecinos iba a pedirle los esclavos. Por uno o dos días, simplemente, los pedían. Y es que sabían que no los utilizaba y querían arrendarlos o comprárselos, derechamente, si es que los dejaba a un buen precio. Él, sin embargo, se mostraba indiferente con sus vecinos de la misma forma como con sus esclavos. En principio le pagaba a una mujer, para que le cocinara, pero finalmente desistió de todo contacto humano. Solo vivían en su terreno él y sus tres esclavos. Él no les dirigía la palabra y se portaba indiferente con ellos. Los esclavos, en tanto, comenzaron a arreglárselas por su cuenta para comer. Quien sabe de dónde, pero consiguieron unas gallinas y hasta plantaron algunas cosas, en uno de los terrenos que ya nadie ocupaba. El amo los dejó hacer. Al principio estuvieron agradecidos de la indiferencia que este mostraba, pero poco a poco fueron molestándose con su actitud. Nos niega la existencia, llegó a decir uno, que había aprendido a hablar así luego de haber tenido tratos con un sacerdote, años atrás. En el fondo es peor que otros amos, concordaron todos, con el tiempo. De esta forma, los esclavos se volvieron altivos y mostraban también su indiferencia con el amo, aunque de forma forzada. Fingían que no le veían y ya ni siquiera agachaban la cabeza o bajaban el volumen de sus voces al cruzarse con él. Llegó así el día, en que los esclavos comenzaron a ampliar sus dominios, ocupando otras partes del granero y hasta metiéndose a la despensa de la casa grande, de la que llegaron a robar un par de botellas de whisky, sin que el amo los increpara ni pareciese darse cuenta de lo ocurrido. Una noche, sin embargo, la noche en que habían decidido por fin, los esclavos, hacer algo definitivo, entró el amo de improviso donde ellos estaban y los atacó con el hacha que ocupaban para cortar leña. Dos de ellos murieron de inmediato y el otro quedó consciente, pero desangrándose a un costado, observando cómo el amo estiraba los cuerpos sobre la paja y con un gran cuchillo curvo, comenzaba a quitarles la piel, aunque sin preocuparse de rasgarla. No supieron ser libres, dijo el amo, mientras comenzaba a arrastrar al tercero. Volvió a levantar el cuchillo. No comprendieron la gracia.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Una contraseña.


Acordamos una contraseña. Por mutuo acuerdo la acordamos. Pero la olvidé. Nunca pensé que la olvidaría, pero así sucedió. De hecho, pensé que la recordaba hasta que un día sentí necesidad de usarla y descubrí que la había olvidado por completo. No sé por qué ocurrió de esta forma. Le he dado vueltas al asunto y no consigo asociarla siquiera con alguna pista o temática general. Al menos (y esta es mi única esperanza) estoy casi seguro que se trataba de una sola palabra. Puede no parecer algo importante, pero en el peor de los casos puedo ir probando una por una, con cada palabra, hasta dar con ella. Puede parecer algo exagerado, pero al menos me ayuda a pensar que el contacto puede volver a ser posible. Además, puedo descontar las palabras demasiado breves, aquellas que tienen de una a tres letras, por ejemplo, con lo que ya me ahorro bastantes. Lo único malo es que no puedo ir leyéndolas de corrido sino que debo hacer una espacio entre una y otra, para darle cierta solemnidad y carácter de contraseña a aquello que digo. Me refiero a estar consciente de querer establecer contacto y entonces decir cada palabra. Si le dedico tiempo puedo hacer varios cientos cada día y en algún momento daré con la indicada. Esa es la esperanza que me queda. Saber que la llave está ahí, digamos, en ese manojo gigante. Luego se abre la puerta y ya está. O ya está lo primero, digamos. Luego veremos qué sigue.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Aves que mueren en el aire.


Hay aves que mueren en el aire.

Muy en lo alto, mueren, mientras vuelan.

Algunos pueden verlo como una acción heroica
o como un símbolo de algo.

Para otros es solo una costumbre
que las lleva a elevarse
cuando sienten la muerte cercana.

Yo pensé que era falso,
una más de esas leyendas cotidianas,
pero hace unos días observé cómo caía una.

Caía, simplemente,
como un pájaro que hubiese muerto,
en las alturas.

Causó gran alboroto pues cayó
directamente sobre una mujer que caminaba
llevando unas bosas.

El ave -o el cadáver del ave, más bien-,
golpeó de lleno a la mujer,
haciéndola caer violentamente
y rompiéndole los lentes, de paso.

Yo presencié todo y doy fe que fue así.

El cuerpo del ave, de hecho,
quedó a un costado de la mujer,
que sangraba por un corte que se había hecho
en el rostro.

De las bolsas de la mujer
rodó una lata de atún
que quedó junto al cadáver del ave.

Varios transeúntes se acercaron a ver
y a colaborar un poco,
pero aparte de recoger las cosas de las bolsas
y elaborar teorías sobre lo ocurrido,
nada pudieron hacer por la mujer
que permanecía quieta, en el piso,
por el impacto del ave.

No sé qué pasó con la mujer, por cierto,
pues me fui del lugar
solo un par de minutos después.

Aprendí, sin embargo,
que hay aves que mueren en el aire.

Y eso, compensó el día.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Cursos de perfeccionamiento.


Como desistí nuevamente de los cursos de perfeccionamiento propuestos me pidieron esta vez argumentar de mejor forma mi decisión. Así lo hice. Analicé contenidos, expliqué obsolescencia de algunas estrategias y hasta argüí caminos personales para alcanzar esos mismos conocimientos o técnicas propuestas en dichos cursos. Entonces, molestos y supongo que un poco desconcertados luego de recibir los extensos informes que me tomaron más tiempo que haber ido a los propios cursos, me dijeron irónicamente que diseñara yo mismo algunos cursos de perfeccionamiento que estuvieran a mi altura. Lo dijeron despectivamente, por supuesto, pensando que mi actitud se debía a un orgullo desmedido, pero en su propuesta había algo que me quedó dando vueltas por un tiempo. Me refiero a la posibilidad de perfeccionarse, uno mismo, a sí mismo. Con un conocimiento que ya esté en uno, en este caso, pues sino sería lo mismo que recurrir a otros conocimientos externos. Suena absurdo y hasta mal redactado, probablemente, pero no supe explicarlo mejor. De hecho, cuando lo intenté, lo que los otros entendieron fue que ya no era posible perfeccionarme, lo que, de ser cierto, no se traduce en creer que sea perfecto, como ellos dijeron, sino justamente en aceptar mi imperfección que es al mismo tiempo mi escaso grado de perfección posible. Cómo sea, me pidieron entonces que, para aceptar mi ausencia a los cursos propuestos, les presentara un detalle de aquello que forma parte de mi propio curso natural de perfeccionamiento, en el cuál estaría trabajando mientras ellos estuviesen asistiendo a dichos cursos. Desgastándose en ellos, más bien. Como soy obediente y duermo poco, finalmente lo hice. Terminé hace un rato, de hecho. Pensaba pegarlo acá, pero quien ha leído un poco algunas entradas, ya debe conocer el contenido, de cierta forma. Y para los que no, he decidido privilegiar el conocimiento directo que el indirecto, que sería a fin de cuentas el presentar un listado de fundamentos teóricos asociados a acciones que más parece una de esas listas que se pegan, de vez en cuando, en el refrigerador. Eso es todo.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

El guion.


También me ocurría eso cuando jugaba a las escondidas, pero esto era peor. Me refiero a que, al jugar a las escondidas, solo me daba miedo que no me encontraran o de no salir nunca del lugar en que me había escondido y que los otros se olvidaran y siguieran con su vida. En cambio, en el par de ocasiones en que me tocó hacerme el muerto, me asusté de verdad de pasar a estar muerto realmente, y fue una experiencia espeluznante. La primera vez fue en una obra teatral, en la que hacíamos de soldados españoles e indios. A mí me tocó ser indígena, pero eso estaba bien, lo malo era que hacia el final de la obra tenía que hacer de muerto y tirarme al piso. Y tratar de no moverme y respirar poquito o casi nada, me habían dicho. Así que claro, yo lo hice, pero mientras estaba tirado en el piso, en plena obra, dejé de sentir mi respiración y, con los ojos cerrados y tan quieto como podía estar, pensé que de verdad estaba muerto. El tiempo se me hizo eterno, recuerdo, así que comencé a pensar en alguna prueba para poder tranquilizarme y saber que estaba vivo, mientras no podía moverme, para que la obra saliera bien y no arruinarla por mi culpa. Pensé y pensé y no llegaba a conclusión alguna. No tenía cómo demostrarme, a mí mismo, que estaba vivo. No había forma de hacer eso. O tal vez, pensaba en ese instante, realmente había muerto y por eso no podía encontrar una forma de demostrar aquello. Eso fue lo que me pasó esa vez y cuando me levanté y recibimos los aplausos y todo eso, creo sinceramente que no volvía ser el mismo. Seguí pensando en cómo demostrar que estaba vivo, cada cierto tiempo. Sobre todo en la cama, mientras intentaba dormir, y me quedaba quieto y tenía esa misma sensación que en la obra. La otra vez que me ocurrió -intensamente, como en la obra-, fue hace apenas unas semanas. Esta vez no estaba quieto si no comiendo, junto a unos amigos… Y claro, no sé explicarlo bien, pero de cierta forma sentí lo mismo que aquella vez, de pequeño, en la obra teatral. Yo estaba muerto. O si estaba vivo, no podía demostrarlo en lo absoluto. No a mí mismo, al menos. Terminé de comer esa vez y seguí con la rutina, pero era de cierta forma igual que estar quieto. Igual que estar sobre el escenario. Y claro desde esa ocasión, hace algunas semanas, digamos que solo ha bajado la intensidad, pero la sensación no ha desaparecido del todo. Ha aminorado su intensidad, digamos, pero no su certeza. O he aceptado su certeza, más bien, y he seguido fingiendo. Actuando de vivo, podría decir, de cierta forma. Y bueno, ya ves, ahora el guion indica que debo decirte esto a ti antes de comenzar otra escena. No pido respuestas, no te cuento un problema, solo sigo el guion. La escena acaba acá, por cierto. Gracias por escuchar, ahora debo retirarme.

martes, 21 de septiembre de 2021

No vaciar la papelera.


Desde hace un tiempo no vacío la papelera.

No hay necesidad, pienso, cuando la observo.

Está a un costado del escritorio, detenida hace meses.

No es que esté vacía o que no bote papeles en ella.

El punto es que cuando veo que se está llenando
y los papeles ya llegan a la superficie,
me acerco hasta ella, y simplemente los comprimo.

Cargo mi peso en ellos y los empujo hacia el fondo,
con esmero.

Cada vez necesito un poco más de fuerza,
pero me doy un tiempo para hacerlo.

Podría decirse incluso que esta acción
ha pasado en estos días,
a convertirse en una especie de terapia.

Así, mientras la aprieto
pienso que la humanidad entera
cabría apiñada en una isla pequeña,
si no dejan espacio entre ellos.

Lo comprobé con cálculos, hace unos años,
pero en principio lo planteaban en un libro extraño
que también, en principio, aparentaba ser bastante más puro.

La basura en cambio,
es otra cosa, por supuesto,
pero su comportamiento físico, digamos,
obedece al mismo principio.

De esta forma,
proyecto continuar comprimiendo todo aquello
que llega a caer al papelero,
convirtiéndolo tal vez
en una especie de agujero negro
que ha de crearse ahí,
a un costado de mi escritorio.

Si genera fuerza suficiente después
como para absorber otras cosas,
eso escapa a mis proyecciones.

Y es que, si soy sincero,
no soy bueno para eso de vislumbrar
o formular hipótesis
de lo que sucederá a futuro.

De hecho, hoy mismo, por ejemplo,
no proyecto nada más allá,
de esta línea.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Lo detuvieron por eso.

"Perdonadme partisanos.
Canto esto solo para aquellos
A los que les da igual quien gane la guerra."
L.C.

Lo detuvieron por eso.

Por decir que le daba igual quien ganaba la guerra.

Dijeron que era una postura antipatriótica y lo dejaron unos días en prisión.

Luego le ofrecieron retractarse del asunto, pero él no quiso.

Por lo mismo, tuvieron que juzgarlo.

No se defendió.

Tampoco se declaró culpable.

No comprendía de qué debía defenderse.

Simplemente escuchó la acusación y ratificó sus dichos.

Le daba igual quien ganara la guerra.

Antes de leerle la sentencia la jueza le habló de su padre que había dado su vida por la patria.

Parecía emocionada.

Él, cuando ella finalizó, le preguntó qué cuál patria.

No lo dijo con sarcasmo, pero la jueza se molestó.

Entonces, mostrándose ofuscada, agregó a los dos meses de prisión efectiva una multa que él no sería capaz de pagar, aunque vendiese sus pocas posesiones.

Pasó dos meses detenido en una celda común, de tránsito, con otros hombres que iban camino a ser juzgados por delitos menores.

No se hizo amigo de nadie aunque dos de los detenidos, que eran remisos y habían sido acusados de hurto menor, se comportaban con él como si fuese un líder.

Cuando salió de prisión, finalmente, la guerra ya había terminado.

Había sido una guerra menor, sin bajas de importancia y con destrucciones específicas, bien localizadas.

Una guerra limpia, habría dicho la jueza.

Ahora, probablemente vendría el periodo en que una nación mediaría para lograr apaciguar los ánimos y tratar de estabilizar las cosas.

Siempre ocurría así.

Funcionaba así, digamos.

Aunque nunca, ciertamente, funcionaba del todo.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Odio dormir, me dijo.


-Odio dormir -me dijo-. Puede sonar exagerado, pero es lo que siento. De todas formas, no es el dormir en sí mismo lo que odio, sino algunas consecuencias de este acto. Tal vez tú no lo has notado o creas que no ocurre de esa forma, pero lo cierto es que cuando estás dormido puede suceder cualquier cosa. Y no me refiero a tu mundo interior ni a lo vulnerable de tu estado de consciencia ni a nada de eso. Yo hablo aquí de lo concreto. Del mundo real, digamos. De aquello que está fuera de ti, cuando duermes. Tu espacio. Tus cosas. Tu entorno, en definitiva. Por eso es que acostumbro revisar todo, día tras día, al despertar. Minuciosamente lo reviso. Y es que desconfío, digamos, del periodo en que duermo. Algo no está bien, cuando entro en ese estado, aunque no sepa decir qué. Algo se descoloca en esos momentos. Es raro en todo caso, pues me ocurre solo algunas veces. Cuando duermo y no sueño, para ser específico. Así, mi impresión es que si sueño y luego despierto no hay problema alguno, pero en cambio, si duermo y no sueño, tengo la impresión que ha ocurrido un engaño, y es entonces cuando siento que pudo pasar cualquier cosa y comienzo a revisar mi entorno, buscando algún indicio. Entonces, concluyo que mis acciones internas, pueden tener un correlato externo del que no he participado conscientemente ni he sido testigo. Un correlato que no quedó registrado en el sueño y por tanto es susceptible que haya ocurrido fuera de él, en mi espacio cotidiano…

-De acuerdo -le dije, apenas hizo una pausa-. Pero, ¿por qué me cuentas esto?

-No sé… -contestó-, pensé que podía interesarte, como te gusta leer y todo eso…

-No me interesa -le dije, cortante.

-Pero entonces… -intentó decir.

-Entonces supongo que es más fácil llamar poesía a la oscuridad -interrumpí-. Eso es todo lo que pasa.

Pasaron unos segundos. 

No dijo (o no escuché) nada más.

sábado, 18 de septiembre de 2021

El verdadero Peter Parker.


Eran las siete y diez cuando llegó Peter Parker. El verdadero Peter Parker. Venía apurado, corriendo incluso, tratando de ser uno de los primeros en inscribirse para la entrevista.

Yo ya estaba inscrito cuando él llego. Él era el tercero. Antes de ambos había una chica, que debía haber llegado bastante antes de la siete.

Fue entonces que llegó un encargado y luego varios postulantes más. Y claro, el encargado fue anotando nuestros nombres y yo escuché entonces a Peter Parker decir su nombre, y repetirlo incluso un par de veces ya que el encargado de anotar la lista creía que estaba bromeando.

-¿Puede mostrarme su carnet? -le pidieron.

-Claro -dijo Peter, y se lo mostró.

Yo observaba la situación y alcancé a echarle una mirada a la identificación. Era cierto, decía Peter Parker.

-Siempre me pasa lo mismo -comentó, mientras guardaba su carnet y me ofrecía una pastilla de mentolada.

-Gracias -le dije-. Yo tengo un amigo que se llama Bruno Díaz y a veces le pasa lo mismo.

-Sí -dijo él-. Antes me molestaba y hasta pensé en cambiarme el nombre… Ahora no sé… supongo que ahora he madurado y comprendo que yo no soy el que comparte un nombre, sino que soy el verdadero Peter Parker.

-¿El verdadero? -pregunté.

-Claro -explicó-. Soy el Peter Parker que existe realmente. El que nunca fue picado por una araña radioactiva y nunca tuvo un gran poder y, por consiguiente, tampoco una gran responsabilidad…

-Una pequeña responsabilidad para un pequeño poder -comenté.

-Exacto -dijo él-. Por eso me presento a este tipo de trabajos… pocos días, poco dinero… pero concretos, al menos… verdaderos.

-Así es -dije yo, mientras observaba que la fila crecía y oía que llamaban a la chica, que había llegado primero que todos.

Apenas un par de minutos después, el encargado recibió un mensaje y nos comunicó que el puesto de trabajo ya había sido tomado.

Peter Parker no pareció desanimarse y quiso compartir conmigo un par de direcciones, con datos para otros posibles trabajos.

Le agradecí, pero le dije que no era necesario y le deseé lo mejor, en su búsqueda.

Él respondió con cortesía, y se marchó.

Mientras se alejaba, pensé un poco en el asunto ese de la responsabilidad, y decidí mejor volver a mi trabajo.

Todavía estaba a tiempo.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Testigo incompleto.

"Cuéntalo en pasado, me dijo.
Sáltate el inicio de la historia.
Espántalo de esa forma."
O. W.

Pero yo era testigo de aquello, solo testigo, nada más. No era parte del suceso, me refiero. No estaba en él. Además, si lo pensaba, no era yo un testigo cómodo. Me refiero a que, para ser testigo, no lograba captar de buena forma todo aquello. De ningún modo hubiese servido, en este sentido, para entregar ningún testimonio válido, o confiable. Me faltaba perspectiva, para eso. Estar fuera también situacionalmente. ¿No se entiende? Intentaré explicarlo una vez más.

Imagínenlo si pueden. O si quieren, más bien. Yo miraba un paisaje, digamos, pero al mismo tiempo caminaba por la postal en que se reproducía ese paisaje. Así, justamente por carecer de perspectiva para ser testigo “del todo”, por estar dentro de la imagen y al mismo tiempo intentar mirarla, no lograba comprender exactamente la imagen que hacía todo aquello. Estaba dentro, digamos, pero era testigo. Inmerso, ajeno y poco confiable. Eso era yo.

Ahora bien, ¿por qué intento explicarlo?

Voy a decirlo directamente: porque no soy confiable cuando presento la realidad. Y hasta el momento, lo que he presentado este último tiempo debe dar cuenta justamente de ese rol de testigo incompleto que mencionaba antes.

De hecho, si soy del todo sincero, debo confesar que no sé creer en la realidad del paisaje que describo. Lo dije bien: no sé creer. Incluso si hubiese un terremoto bajo mis pies e intentara arrojarme al piso, no sabría creer en él. Eso es algo que debe decirse. O que debo decir, más bien.

Una aclaración antes de continuar, digamos.

Un presente del que no me siento orgulloso, pero que ha de devenir en otra cosa, en algún momento próximo.

Si resisto y busco, al menos, ha de devenir en otra cosa.

En esto creo.

Sin más.

jueves, 16 de septiembre de 2021

Bienvenido a Lanada.


"Kashiwagi me había enseñado 
el retorcido y tenebroso camino
que podía conducirme a la vida.
Entrando al revés."
Y. M.

I.

Bienvenido a Lanada, decía el cartel. Era un letrero verde, típico. De esos que abundan en la carretera indicando una serie de localidades que, apenas vistas, son olvidadas.

Entonces, sorpresivamente, el bus paró a pocos metros de ese letrero. Sin que nadie lo hiciese detener y sin que yo observase razón alguna en esa detención.

Minutos después, como nadie se movía, sentí que era yo el llamado a realizar alguna acción, y como no iba en realidad hacia ningún sitio en específico decidí bajarme ahí, en Lanada, y recorrer un poco el lugar.


II.

Si bien estaba el letrero anunciando Lanada, lo cierto es que desde la carretera apenas se presentaba un angosto camino de tierra, entre una especie de selva de árboles y arbustos que parecían ser prácticamente impenetrables.

Seguí entonces por el camino durante un rato largo, un par de horas, tal vez, pero no llegaba a sitio alguno. La selva a los costados del camino no variaba en lo absoluto y el sol había comenzado a ponerse, por lo que comencé a preguntarme si debía regresar, ya que la noche amenazaba.

Me saqué la mochila y decidí comer algo, antes de decidir que hacer, sentado en el camino.


III.

Oscureció.

No hacía frío, al menos, y el lugar era tranquilo.

Acomodé mis cosas y decidí descansar.

No me era necesario llegar a ningún sitio, por lo pronto, así que podía dormir en el camino a Lanada, sin que nada me preocupase mayormente.

Así lo hice.

Dormí hasta que amaneció y el sol me despertó sin demora.

Mientras tomaba mi última ración de agua me orienté y decidí que era mejor desandar el camino.

Extrañamente, apenas me demoré unos minutos en volver a la carretera.

Observé el letrero nuevamente y decidí caminar un poco, esta vez, por la carretera.

A lo mejor estuve en Lanada y no me di ni cuenta, me dije.

Sí, probablemente eso era Lanada, elegí pensar. Un camino estrecho en medio de vegetación impenetrable.

Mientras pensaba eso un bus paró cerca de donde estaba, y yo corrí hacia él.

No sabía hacia dónde se dirigía, pero eso, de todas formas, no tenía mayor importancia.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Amar a los muertos.


No lo comprendió ni en su infancia ni en su juventud. De hecho, pensó en un inicio que solo era cuestión de tiempo. Que la experiencia y el esfuerzo eran las llaves para lograrlo, pero finalmente la experiencia terminó por arrojarle una única verdad: Solo podía amar a los muertos.

Sí, después de años de intentos, fracasos y pérdidas, terminó por darse cuenta: únicamente lograba amar a los muertos… Y qué fácil era hacerlo, pensaba. Así, de la sorpresa inicial pasó a entender, lógicamente, el porqué de esa situación: odiarlos no valía la pena, se dijo, y uno podía amar solo aquello que ya era cosa hecha.

Le gustaba decir esto en voz alta -ya sea estando a solas o explicándoselo a alguien más-, y es que, de cierta forma, se enorgullecía de su propio razonamiento.

Por otra parte, complementaba, amar a alguien vivo era algo incompleto. Algo que llevaba a reducir lo que uno podría, intuitivamente, esperar del amor.

Era como decir que una comida era sabrosa mientras se estaba preparando, explicaba, o mientras estaban los ingredientes dispersos, dispuestos en algún sitio, pero no necesariamente de forma definitiva.

-Lo bueno es que ya no me canso intentando con vivos -terminó diciendo aquella vez en que me explicó este asunto-. Intentando y fracasando, por supuesto…

-Puedes tener razón -le dije yo.

-Sé que la tengo -dijo él-. Además, no veo otra opción… ¿tú que haces Vian, a todo esto?

-Yo escribo -contesté, simplemente.

Y di por terminado aquel asunto.

martes, 14 de septiembre de 2021

Cruzarse con Buda.


"Si te cruzas con Buda mata a Buda,
 solo entonces evitarás las trabas de las cosas..."


Se cruzó con Buda e intentó matar al Buda.

Lamentablemente, no le fue tan bien.

Y es que Buda se defendió como un experto y no logró asestarle, finalmente, ni siquiera un golpe.

En cambio, Buda terminó dejándole fracturas en tres costillas, hematomas varios, un tec cerrado que debían analizar y la mandíbula desencajada.

Buda conchesumadre, pensó él, mientras estaba en recuperación.

Luego, intentó alejar los malos pensamientos y aceptar el dolor, como le habían enseñado hacía años.

Por otro lado, como algunas heridas fueron de gravedad, un carabinero fue a tomarle declaración al hospital.

¿Me permite adivinar?, dijo el policía nada más percatarse que, junto a la cama había una kasaya o túnica marrón, que ya se había acostumbrado a encontrar en algunos de estos casos.

¿Usted es otro de los que intentó matar al Buda para alcanzar la redención, no es así?

Él escuchó sorprendido, pero no quiso contestar. Pensó que, en términos legales, aunque no lograra asestar ningún golpe, su acción podía considerarse como intento de asesinato.

No logro entender sus motivaciones, siguió el carabinero, pero pienso que debiesen entrenar un poco más… matar no es simple como algunos piensan, sabe…

Mientras hablaba, el policía había tomado las observaciones clínicas y parecía llenar un documento, que llevaba en una carpeta.

No soy un experto, siguió el carabinero, ¿pero no han pensado en tomar otra vía? Me refiero a que ese Buda es un hombre grande y ya está visto que se defiende bien… ¿Por qué no prenderle a la ropa algún billete simplemente o encender velas de colores fuera de su casa?

Así no se alcanza la redención, murmuró el que había sido golpeado.

El carabinero hizo una pausa, pero luego de unos segundos pareció desestimar el asunto y le acercó el documento, para que el herido tratase de firmarlo.

Voy a hacer como que no escuché eso, dijo simplemente, escribí que fue un robo con violencia y que usted no tiene señales claras del agresor… debe firmar aquí.

Pero no fue un robo, señaló entonces el que ahora era una víctima, mientras tomaba el lápiz y firmaba el documento, a regañadientes.

Antes, de irse, el carabinero aprovechó de llevarse la billetera del hombre y un anillo que parecía tener cierto valor.

Ahora sí es un robo, dijo el policía, saliendo del lugar. No se moleste y piense que así se evita mentir. Por otro lado, la redención no llega por una sola vía, ¿sabe?

El hombre en recuperación se quedó en silencio.

Así, finalmente, el carabinero se fue del lugar y archivó el asunto.

lunes, 13 de septiembre de 2021

El clavo en el martillo.


I.

Ahí están.

El clavo en el martillo.

No lo dije mal, así están.

Los que lo entienden de otro modo, en realidad no lo entienden.

Y a mí no me importa.

O muy poco.

El clavo en el martillo… ¡mírenlo bien!

Luego no me pidan que les explique, lo que no quisieron ver.

Quien tiene oídos que oiga.

La cuestión es simple:

El clavo en el martillo.

Y entre ambos, el golpe.

Los que quisieron ver ya lo han visto.

Y dieron, sin saber, su primer paso.


II.

Pero el clavo es medio hueón y se resiste.

Inútilmente se resiste el clavo.

Gasta su vida, incluso, resistiéndose.

Si no se resistiera, sin embargo, igual la gastaría.

No sé si sabe eso, el clavo.

Se aferra a la madera, intenta negarse.

Procura entonces recibir el golpe con entereza.

Oponiendo su fuerza que es en el fondo algo así como su esencia.

La naturaleza misma del clavo, digamos.

Como si eso cambiara las cosas.

Solo así, supongo, sabe existir.


III.

El clavo en el martillo, decía.

Ese instante.

O lo que fue ese instante, más bien.

El momento exacto del clavo en el martillo.

El golpe seco.

¡Si hasta la imagen es seca!

Y es que no sangra el clavo.

De él no brota nada.

Solo el clavo en el martillo, decía.

Y ya fue.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Otros textos (II)


Ayer contaba lo mismo.

A veces encuentro textos viejos. Pocos encuentro, porque no los busco. Además, no sé bien qué hacer con ellos, cuando los encuentro. Ni siquiera los leo completos. Observo las primeras palabras, y recuerdo. A veces, supongo, evito sensaciones.

Esta vez encuentro unos pocos de hace más de veinte años. No lo corrijo a pesar que se notan maltrechos. No los toco, digamos, para que ellos no me toquen a mí. Para que no me reclamen algo.

Dejo un par acá. Los últimos que dejo, supongo. El segundo es de época escolar, según recuerdo, de esos que se hacían para quedar olvidados.

Ya no sé.


El país del que nunca se habla.


Compran las niñas carteras y pinturas y escobitas

¡Qué digo!

Les compran

Se esconden en el cuarto de la madre

Y sacan a escondidas un viejo rouge del bolso

Y comienzan a esmaltarse la cara así como han visto a sus mayores

Hunden sus piececitos en los zapatos de tacos más altos que encuentran

Y con un collar que da a hasta seis vueltas en sus cuellos

Y con una cartera en cuyo interior hay un bolsillo secreto con dos preservativos

Dan vueltas por la habitación

Como polillas ante un montón de cenizas que se apagan


En ocasiones

La habitación es demasiado pequeña y para estar a gusto deben ponerse de pie sobre la cama

Y a veces se doblan los tobillos

Y no tienen donde asirse ahí en medio de la nada

Y mientras una, la pequeña, mira desde abajo a su hermana

Con los ojos brillantes y aplaudiendo pues cree que el equilibrio está hecho para ella

Siente el golpe seco de la cabeza de la otra rebotando contra el piso

Y el collar, de seis vueltas, enrollarse en los bordes de la cama


No sabe entonces qué hacer ella y está sola

Es la primera vez, de muchas, que lo sabe

Y sabe menos como untar sus dedos en el charco y repasarse los labios


Esto ocurre en Pensilvania en el 69

Hay fotos de los piececitos de una niña en unos zapatos altos

Trizados y desnudos como en tumbas demasiado grandes

Mientras en la calle la gente celebra porque el hombre ha pisado la luna

Ha dado un gran salto y su huella ha quedado estampada

Y aplauden

Y celebran

Y se abrazan


A la pequeña la encuentran después

Gateando con la cara embadurnada en rojo

Y la brillante cartera que le trajo Santa la última navidad y que tanta gracia le hizo sujeta en su mano

A duras penas logra ponerse de pie y buscar el aplauso de los otros

Porque ha crecido de pronto

Porque ella también es grande


Y aunque su foto apenas ocupe media página

En aquel diario especial dedicado a esa gran hazaña del hombre

A esas huellas estampadas en aquel desierto a cientos de millas de distancia

Aunque el nombre de Mary Penny Reilly se haya perdido desde entonces

Y solo queden otras huellas en la memoria de todos

En videos, en brillantes textos escolares

He aquí la huella humilde de ese grito

Que nunca sonó

O que nunca oímos



Un cuarto donde no da luz.

Toda casa tiene

Un cuarto donde no da luz

Yo vivo en esos cuartos


Llevo poco a poco mis supuestas pertenencias

Y las apilo frente a las murallas

Como si quisiese incluso

Eclipsar posibles grietas


Lleno de libros

Imágenes

Películas con un desenlace que sólo yo conozco

Lentamente el espacio se reduce

Y te cobija

Tanto así que a veces buscas apoyar tu rostro

Contra aquellas cosas

Como si pudiesen de alguna forma acariciarte


A veces incluso te acurrucas en el centro

Y lloras profundamente como si aquello sirviese para algo


Así se pasa el tiempo


Hoy me preguntan (desde fuera)

Para qué tanto dolor

Para qué perder el tiempo en aquellos cuartos donde no llegan luces

Como si un hombre sediento bajase hasta el fondo de un pozo

Enteramente seco

A esperar un poco de agua


Y entonces yo no sé que responder

Solo sé que siento sed

Que mis ojos se han secado


De verdad es poco lo que sé


Yo sólo busco brazos

Que hacia mí se extiendan

Y me abracen

sábado, 11 de septiembre de 2021

Otros textos (I)


A veces encuentro textos viejos. Pocos encuentro, porque no los busco. Además, no sé bien qué hacer con ellos, cuando los encuentro. Ni siquiera los leo completos. Observo las primeras palabras, y recuerdo. A veces, evito sensaciones.

Esta vez encuentro unos poco de hace más de veinte años. No lo corrijo a pesar que se notan maltrechos. No los toco, digamos, para que ellos no me toquen a mí. Para que no me reclamen algo.

Dejo uno acá:



Yo sé el nombre de esa mujer.

Yo sé el nombre de esa mujer

Sé más menos donde vive

Y sé también que su única hija

Se fue a vivir con su pareja hace casi seis años


La oí gritarla y amenazarla

Dejarle en claro que no podría después volver a casa

Amontonar las cosas de su hija y esparcirlas por el patio

Explicarle desesperadamente que no tenía edad

Y muchas otras cosas que no vienen al caso

Y todas aquellas palabras salían de su boca

Como ruidosos pájaros que huían en todas direcciones

Tanto así que muchos de sus vecinos

Se asomaron por las ventanas

Y escucharon cada uno de sus argumentos

Y lo que oyeron era similar al grito de una mujer

Cuando le arrebatan su único bolso en medio de la noche


Por lo menos

Esa escena no duró mucho a fin de cuentas

Y los vecinos volvieron a su cena antes de que ésta se enfriara

Y algunos de ellos comentaron que lo que le sucedía a esa mujer

Era simplemente el no saber valerse por sí misma


Además de todo aquello

Yo sé donde trabaja esa mujer

Sé por ejemplo que han cambiado su uniforme

Y que hace un tiempo la dejan llevar falda

Y tan solo ese pequeño hecho

Que hace algunos años le habría causado orgullo

Sé que ha sido, para ella,

Una situación incómoda y extraña


Y es que las piernas de esta mujer

Antaño bellas y atractivas

Son como un fruto que se ha dejado perder

Piel que se ha secado sin recibir caricias

Ni besos, ni mordeduras

Y que hoy ella pretende ocultar

Pidiendo la falda más larga de todas

Como si fuese aquella prenda también una mortaja


Y mientras veo a esta mujer

De pie en la entrada de esa tienda

Vigilando a todos aquellos que le parecen sospechosos

Me gusta pensar que de alguna forma la conozco

Y que sé más de ella que cualquiera

De los que entran a esa tienda


Me gusta entonces observar su postura firme

Su cuerpo grueso y sin gracia tratando de imponer respeto

Sus largos turno de casi doce horas

Pienso en su casa sola y descuidada

En el vacío que la espera al llegar a ella cada noche

La imagino preparando su comida

Planchando su traje azul y sus blusas blancas

Y pienso que en casa aún deben quedar ecos

De gritos y de voces y que ellos

Deben dificultar de alguna forma el sueño de esta mujer

Cuando cambia de posición una y otra vez

Su cabeza sobre la almohada


Debe recordar la mujer en esas noches

Sus primeras peleas con su hija

La vez en que cambió turno y la encontró gimiendo

Sujetando con sus manos sus piernas abiertas

Mientras aquel muchacho introducía primero su lengua

Y luego entraba en ella fuerte y repetidas veces

Hasta que los gemidos se hicieron tan fuertes

Que ella pudo entrar sin que nadie la notase

Hasta el baño de su cuarto

Y pudo desabrochar su pantalón

Y bajar su mano y sus dedos hasta una humedad que creía perdida

Y que desde entonces no dejó de frecuentar

Aún en los momentos más extraños


Por lo demás

Sus compañeras de trabajo

No son amigas a las que se pueda contar

Esta clase de intimidades

Ni sus compañeros gente que pudiese ayudarla

De alguna forma a satisfacerlas


Además, resalta, ella ya pasó hace un tiempo los cincuenta

Y aunque muchos le digan que piense en otras cosas

En verdad no tiene ella mucho más en qué pensar

Y luego de sus compras suele ella demorar el paso

Como si en algún momento la vida pudiera alcanzarla desde atrás

Y le entregara algo

Toma, le diría la vida,

Esto parece que es tuyo

Y le entregaría aquella parte que le corresponde

Eso que le arrebataron alguna vez como un bolso

Y qué no puede identificar en verdad con cosa alguna


Tanto espera esta mujer que algo así la sorprenda

Que no ve a los chicos escondidos tras el poste

En un ángulo extraño del pasaje

Habituados a espiar a esta mujer extraña

Aquella vieja sucia que se sienta todas las tardes en la plaza

Y se mete la mano entre las piernas, comentan

La vieja caliente y muy puta

Y tan decente que parece


Y así es como el grupo va haciéndose cada vez más grande

Hasta que deciden zanjar las cosas de una sola vez

Y tiran a suertes sobre quien será el primero

Una vez que entren a escondidas en casa de la vieja


Después de todo, comentan,

Ella está pidiendo eso a gritos


Y aunque los chicos no lo sepan ciertamente

Tienen sus palabras algo de razón

Solo que eso

A lo que ellos se refieren

Puede ser también algunas otras cosas


¿Sabes el nombre de aquella mujer

que le pasó eso terrible en aquella casa?

Me preguntan entonces


Y yo digo que no supe nunca nada de ella

Y sé, de cierta forma, que esto es verdad.

viernes, 10 de septiembre de 2021

¿Todos se están yendo?


-¿Todos se están yendo?

-¿Qué dices?

-Te preguntaba si todos se están yendo.

-¿Por qué dices eso?

-No sé bien… es una sensación, supongo.

-Nada de eso, todos están acá, en el salón… Tú descansa y no te preocupes. Todos se preocupan demasiado por ti, como para irse.

-Pero… ¿de qué se preocupan?

-¿Qué dices?

-Te pregunto de qué se preocupan.

-De ti, por supuesto… ya te dije.

-Pero ¿de qué cosa de mí se preocupan?

-De tu salud… ya sabes… como te descompensaste y caíste así, de golpe, todos están esperando a que yo salga y diga que no hay de qué preocuparse, que vas a estar bien y todo eso que se dice en estas oportunidades.

-¿Y por qué no sales y se los dices?

-¿Quieres que lo haga?

-No sé… no es el punto. Lo que quiero es que me digas por qué no sales y les dices eso.

-Lo voy a hacer en un momento, pero no hay apuro. Supongo que no lo hago porque me gusta saberlos preocupados… no me gusta pasar ese momento frente a ellos diciéndoles todo eso y tranquilizándolos cuando realmente no me parece tan bueno estar tranquilos…

-¿No es bueno estar tranquilos?

-No. No es bueno, creo yo. Y no lo digo por tu estado… lo digo en general… No hay que bajar la guardia, ¿sabes?

-…

-Además es un poco como retroceder el tiempo… es como si les dijera, todo está tan bien como antes… aquí no pasó nada… y ese es un engaño, por supuesto.

-¿Y acaso no te gustan los engaños?

-No. No me gustan.

-Pero si crees que son necesarios los empleas igual, ¿no es así…?

-¿De qué estás hablando ahora?

-De lo que tú ya sabes… de este engaño… de que estamos solos y ni siquiera tenemos salón.

-¿De verdad crees que estamos solos?

-Sí.

-¿Qué siempre estuvimos solos?

-Sí.

-Pero antes decías que tenías la sensación de que los demás se estaban yendo…

-Sí, es cierto… era la sensación de que algo se alejaba… de perder algo…

-¿De perder algo que nunca habías tenido?

-Sí, algo así. Supongo que eso era.

-¿Prefieres entonces que sigamos aquí y que no vaya a ningún sitio?

-Sí, eso prefiero.

-Y el silencio… ¿prefieres también el silencio?

-Sí… a veces es mejor. El silencio y el final, como leí una vez en un texto.

-¿En qué texto?

-En este, por supuesto. No tenemos nada más.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Mis propósitos.


De pronto, J. descubrió que el mundo estaba lleno de cosas a las que nunca le había prestado atención. Esto, que podría haber sido un gran descubrimiento o hasta un nuevo punto de partida en la vida de J., extrañamente no alteró su forma de ser en lo más mínimo. Lo tomó simplemente como quien descubre que dentro de la despensa hay un montón de latas en conserva, pero sin detenerse siquiera a ver las etiquetas de esas latas, ni mucho menos a entrar en contacto con su contenido.

Hice una pausa.

-¿Está bien si lo digo de esa forma? -le pregunté-, ¿con la imagen de las latas en conserva?

-No estoy seguro -dijo J.-, parece adecuado, pero... ¿puedes probar decirlo con algo que no sea necesariamente de mi propiedad?

-De acuerdo -dije yo-. Puedo intentarlo.

Fue como si J. se sintiera caminando por una especie de supermercado, y descubriese que cada pasillo estaba lleno de productos extraños cuyos funciones y sabores desconocía… rotulados incluso de forma incomprensible…

-Sí -me interrumpió J.-, así está mejor, pero cámbiale lo de “incomprensible”, pues pareciera que quedo de hueón…

-De acuerdo -le dije-, ¿alguna otra observación para terminar el fragmento de hoy? ¿Algo que quiera destacar antes de pasar a la historia propiamente tal?

-Sí -dijo J., muy atento-, me gustaría que destacaras más eso de que el descubrimiento no alteró mi forma de ser en lo más mínimo…

-Pero si eso es exactamente lo que dije -comenté.

-Sí, pero es necesario que de mí se desprenda confianza -explicó-, alguien que cambia simplemente porque su percepción cambia no resulta confiable, y tú ya conoces mis propósitos…

-Así es -le dije-. Los conozco.

Pasaron unos segundos.

-¿Sigues escribiendo entonces? -me dijo.

-Sigo -contesté. 

Pero en realidad no seguí.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Quince minutos.


A F. le otorgaron quince minutos para maldecir al día. No era poco, si lo comparamos con otros. La mayoría tenía cero así que quince minutos diarios, era algo que debía agradecerse. Dicho así, directamente, lo que cuento acá puede sonar un poco a ciencia ficción o a distopía, pero les aseguro que todo es tan realista como lo podemos ser nosotros mismos: usted leyendo en su sitio, me refiero, y yo escribiendo en el mío. Tal cual. Lo que ocurría con F., simplemente, es que era alguien ordenado. O estructurado, más bien. Metódico. Por lo mismo, organizaba su horario de manera meticulosa, proyectando no solo sus acciones más concretas sino también los espacios destinados al despliegue de sensaciones y otras necesidades humanas que, según le decían, era necesario abordar. Hablaba de esto generalmente con su familia, un par de amistades y también con su terapeuta, al que había comenzado a visitar hacía un par de años, poco después de que su empresa comenzara realmente a dar frutos y F. no pudiese darse el gusto de algún desequilibrio, por riesgo a desestabilizar otras cosas más. Debido a esto, y a que su terapeuta le recomendó manifestar diariamente su rabia o molestias, F. conversó largamente con dicho terapeuta y con su familia, y fue entonces que buscó espacio en su agenda para las maldiciones, buscando el momento adecuado para que estas no molestasen a los otros, y evitar de esta forma dañar su imagen y vivir algunos malos momentos, con los demás. Los quince minutos los ubicaron antes de las nueve de la noche, momento en el cuál F. debía bajar hasta el estacionamiento, -insonorizado para no molestar al resto de la familia-, donde podía dejarse llevar sin problemas por las molestias que lo aquejaban. La rabia contenida por diversos tipos de incompetencia, incomprensiones, situaciones injustas, problemas laborales… o simplemente por desear una vida distinta a la que llevaba, aunque no hubiese podido describir como sería, realmente, aquella vida ideal. Luego de este momento, por cierto, F. se iba directamente a dar una ducha -por si quedaban resabios desagradables, le había recomendado su terapeuta-, luego de lo cual retomaba su breve espacio diario de vida familiar, enfocándose principalmente en el ámbito marital. Una regla tácita, para este último espacio, era nunca hacer referencia a lo que hubiese pasado en los quince minutos de maldiciones, ni preguntas por parte de la esposa, ni comentario alguno por parte de F., de lo contrario, por supuesto, aquella rutina habría perdido su utilidad. Y es que todo funcionaba perfecto, pensaba F., gracias a esa organización minuciosa. Todo estaba en su lugar. Puedes escribirlo incluso, si quieres, me dijo hace unos días. Me siento orgulloso de mis costumbres. De todo lo que he logrado. De mi estabilidad. Yo, por cierto, tomé sus palabras casi como una orden y aquí me tienen. Dejando quince minutos de mi tiempo para escribir estas palabras, antes de llegar al final.

martes, 7 de septiembre de 2021

Mis enemigos invisibles.


Me llamó la atención la chica por varias razones. Una de ellas, era que llevaba un extraño polerón en el que podía leerse la frase: PREGÚNTEME POR MIS ENEMIGOS INVISIBLES. Era un polerón liso, de un solo color, en el que contrastaba la escritura de aquella frase que, a pesar de aquello, no logré leer del todo en un inicio.

Probablemente era algo estúpido, una prenda genérica tal vez con una frase llamativa, pero como llevaba rato mirando a la chica -en parte por leer la frase-, y ella ya se había dado cuenta, decidí acercarme y explicarme ante ella.

-Disculpe -le dije-, solo estaba tratando de leer la frase que está escrita en su polerón…

-¿Y logró leerla? -me preguntó.

-Eh… sí, me demoré, pero la entendí al final.

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué? -dije nervioso.

-¿No va a preguntarme por ellos?

La chica me miraba y hablaba de forma segura. Debo admitir que me intimidaba un poco.

Tal vez porque no atinaba a decir nada la chica abrió su polerón y me mostró una polera en la que estaba escrita exactamente la misma pregunta. También se subió una manga y me mostró el antebrazo, donde llevaba tatuada aquella misma interrogante: PREGÚNTEME POR MIS ENEMIGOS INVISIBLES.

-¿Son muchos? -le pregunté luego de un rato-. Los amigos invisibles, me refiero…

-El número no es lo importante -contestó ella.

-Claro… -atiné a decir-, lo complicado es que sean invisibles, ¿no?

-Tampoco -dijo ella, con un tono que sentí algo decepcionado-. Basta con que sean enemigos. Eso es lo difícil. La gente suele poner acento en las palabras equivocadas…

-Dígamelo a mí -comenté de paso-, soy profe de lenguaje.

Ella sonrió y miró hacia otro lado.

-¿Están ahora aquí? -le pregunté.

-Siempre -contestó-, aunque ahora están frenándolo un poco a usted, para que no se acerque lo suficiente.

Yo guardé silencio y analicé sus palabras.

Volví a mirarla y me fijé que llevaba un bolso en el que también tenía escrita aquella frase.

Parecía una persona desequilibrada, tal vez como yo mismo, en otra época.

Ya no me miraba ni intentaba seguir la conversación. Parecía simplemente mirar algo distante, en una dirección extraña.

-Creo que mejor me voy -dije entonces, luego de un momento-. Si puedo ayudarla de alguna forma puede decirme…

Como no contestó di media vuelta y comencé a alejarme. Me pareció que en ese instante ella comentó “ya se lo había dicho”, en voz baja, pero decidí no volver atrás.

Después de tordo era tarde y yo, al igual que todos, también tenía cosas por hacer.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Ella era dentista.


Ella era dentista y le gustaba su trabajo. Ganaba buen dinero, además. Era simpática, pero de cierta forma fría o al menos neutra, y yo me sentía un poco como un paciente, cuando nos juntábamos y salíamos por ahí, a tomar algo o conversar.

Ella hablaba de sus pacientes y yo la escuchaba. Era una de las pocas personas a las que, por cierto, me gustaba escuchar.

Era extraño, de todas formas, pues no sé si ponía verdadera atención a sus historias o simplemente buscaba encontrar en ellas alguna grieta, algo que me dejara ver cómo era realmente o al menos investigar.

Una de las pocas veces que dijo algo que me pareció más que una historia, dijo algo lo siguiente:

-Casi siempre le recomiendo a los niños que se queden un tiempo después, luego de haber sido sometidos a un procedimiento con anestesia. Se los pido a sus padres, más bien, para que se queden con ellos. Generalmente los niños, en ese rato, se muerden los labios o la lengua o prueban hacerse alguna herida, para ver si la anestesia aún funciona. No es grave, pero creo que es mejor observarlos. Tú eres un poco como esos chicos.

Esa es una aproximación de lo que dijo, por supuesto. No lo recuerdo de memoria. Lo que sí recuerdo es que, anestesiado, supongo, no supe bien qué contestar.

Luego nos juntamos un par de veces más y me siguió contando sobre algunos pacientes. Fuimos a la cama, también un par de veces, e incluso estuvimos a punto de comenzar una relación más seria, que finalmente nunca se llegó a dar.

Se fue a Australia, según recuerdo, y se casó tiempo después con otro dentista.

Para mi cumpleaños, año por medio, me envía una postal.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Al final de aquel paisaje.


Caminaba en silencio. Desde hacía un par de horas caminaba en absoluto silencio. Todo estaba lleno de árboles, aunque en esa dirección pensaba que debía estar el mar. Entonces, justo al final de aquel paisaje, vi a un chico con unos audífonos. Era extraño verlo ahí, parado bajo la lluvia en medio de la nada. Y además no tenía la actitud de estar escuchando sonido alguno. En silencio, mientras me acercaba a él, pensé que aquel chico era un fraude. Alguien parecido a mí, tal vez, que se había puesto los audífonos para escuchar el silencio, pero un silencio otro. Un silencio fingido, me refiero, más personal, pero igual de certero como el que podía sentirse en aquel sector. Probablemente ni siquiera sepa que es un fraude, me dije, mientras avanzaba. Entonces, me percaté que donde terminaban los árboles se alcanzaba a ver un acantilado, por el que no parecía correr viento alguno. Tal vez, pensé ahora, luego de ese acantilado estará el mar. Eso pensaba mientras observaba que todo seguía en silencio y resultaba de lo más extraño. Me refiero a que todo estaba suspendido, pero a la vez era algo así como un final. No era un suspenso, me refiero. No se trataba de un momento entre dos continuos. Era más bien un momento suspendido, pero así como está suspendido un ahorcado. Un ahorcado que ha pasado a ser un cuerpo colgado, nada más. Como un fruto seco, desde un árbol seco, me dije. Observé entonces al chico, con los audífonos. Frente a frente. Me fijé que estaba empapado. Totalmente empapado y sonriendo como si le hubiesen pedido hacerlo para una foto. Una foto que era de cierta forma el final, como decía antes.

-¿Es aquí? -le pregunté entonces al chico.

Pero él no contestó.

En cambio, de improviso, se dejó escuchar el mar.

sábado, 4 de septiembre de 2021

No se dice así, pero no importa.


No se dice así, pero no importa. Puedes hablar tranquilo. No estoy aquí para corregir a nadie. Además, tampoco sé como se dice. Solo sé algunas formas de no decirlo, o de decirlo mal. Y supongo que intentarlo, al menos, ha de valer la pena. En este sentido, te comento que es erróneo solo por si esperas alguna respuesta. Por si piensas que ahora, luego de decirlo, recibirás comprensión, entendimiento o alguna de esas cosas que a veces logran que el hablar valga la pena. Esto es lo que te digo: desecha esa idea. Una esperanza así suele producir daños irreparables. Aunque claro, todo daño es siempre irreparable, aunque a veces lo olvidemos. O finjamos que olvidamos. Ya lo ves. Te digo que no estoy aquí para corregir, pero de alguna forma igual intento hacerlo. El punto es que lo intento en relación a tus expectativas, no a aquello que dices mal. Eso puedes seguir diciéndolo de la forma que quieras. No hay una buena forma, además. No existe el nombre ni la palabra para eso. Alguna vez pensé que sí, pero con el tiempo, he llegado a la conclusión que no. Y si la hay, es seguro que no tenemos acceso a ella. Así que es cierto que no se dice así, como te decía en un inicio. Pero no importa. Hagamos ruido no más. Esa es mi forma de decirlo.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Aguas.


I.

Remaron por el río hasta dar con eso que flotaba.

Escuché que se trataba de cabezas de perro.

Recogieron ocho, en un saco, pero es probable que haya más.

Por esto, volverán ahí por la mañana, para aclarar el asunto.

Si es que puede aclararse, por supuesto.


II.

Llovió toda la noche, nuevamente.

El río ha aumentado su caudal y se hace imposible cruzar el puente.

De seguir así, alguien ha de venir a rescatarlos, comentan.

Las lluvias no amainan y los animales están inquietos.

Los días son más cortos y algo grave parece estar pasando.

Algunos rezan, mientras se escuchan los truenos.

Uno de los hombres salió porqué escuchó un grito.

Y no volvió.


III.

Los que remaron por el río ahora están dentro de casa.

A ratos dudan, si las cabezas encontradas eran realmente de perros.

Dejaron el saco junto al bote, y no les interesa ir a buscarlo.

Y es que todo era extraño, bajo la lluvia.

Ocho cabezas encontraron y ahora son también ocho los que están dentro de casa.

Una simetría oscura, pero perfecta.

Eso es lo que encontraron.


IV.

Pasa el tiempo.

Bajo la lluvia pasa el tiempo.

La casa ahora está a oscuras, y en silencio.

Los que rezaban han dejado de rezar.

Los animales muertos, bajo la lluvia.

Critíquenme, si quieren.

Pero lo cierto es que no hay mucho más que hacer.

El granero está vacío, a fin de cuentas.

De seguro está vacío.

Y las aguas lo cubren.

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