domingo, 31 de marzo de 2019

En control.


Einstein está esperando locomoción pública.

Es el único en el paradero, a esta hora de la mañana.

Está atento al camino, mirando hacia el lugar desde donde vienen los vehículos.

Se ve tranquilo.

Ya se informó de recorridos, distancias y horarios.

Todo está anotado, de hecho, en una libreta.

Einstein está de pie y de vez en cuando se apoya en uno de los pilares del paradero.

Son pilares endebles, claro.

Ya se debe haber dado cuenta.

Lleva cruzado un bolso café en cuyo interior está la libreta de apuntes.

También hay dentro una vieja novela policial, una botella con agua y una pera algo machucada.

Le gustan las peras, a Einstein, incluso las machucadas.

No tanto las novelas policiales, pero esa la tenía a mano y quiso llevar algo ligero.

Pronto pasará la locomoción, parece pensar.

No se desespera pues ya le advirtieron de ciertos peligros, problemas e inconstancias del transporte público.

Sus vecinos le advirtieron.

Todo está en control, piensa Einstein.

Y es que incluso los atrasos pueden ser regulares y las inconstancias transformarse en constantes, a partir de su estudio.

Todo está en control, piensa Einstein.

Antes dije que se veía tranquilo.

Y era cierto.

Pero me faltó agregar que de cierta forma se ve solo.

Y que no cargó la bip.

sábado, 30 de marzo de 2019

Un tigre.


Me mandaron al sicólogo porque dije que vi un tigre.

Desde mi habitación, agazapado, había visto al animal.

Me hicieron dibujarlo y me preguntaron a quién se parecía.

No se parece a nadie, les dije. Es un tigre.

Fui a varias sesiones y en todas intentaban que dijera que lo había imaginado.

De hecho, la situación empeoró pues en un descuido confesé que había vuelto a verlo.

Entonces, vi a mi madre llorar porque yo había visto un tigre.

Nunca se ha cubierto el rostro, mi madre, para llorar.

No me habló durante días, en la casa.

Y me prohibió volver a decir algo en el colegio, referente a mi visión.

Fue así que, finalmente, debí mentir y decir que todo había sido un invento.

No recuerdo si expliqué motivos, pero debí demostrarles que sabía que no existía ese animal.

El sicólogo me hizo pedirle disculpas a mi madre y yo debí hacerlo.

Ya en casa, incluso, tuve que decir que había mentido, por goce personal.

Escuché esa misma noche a mi madre recriminar a mi padre y decirle que todo era culpa suya.

Le gritaba que no se preocupaba, que su vida era el trabajo y nada más.

Entonces salí al patio y el tigre me hirió en el hombro, aunque su intención no fue, ciertamente, atacar.

Escondí la herida y hasta el día de hoy me aqueja.

Nunca, desde entonces, he vuelto a contar que veo un tigre.

viernes, 29 de marzo de 2019

La chica de los bolsillos.


Nació con bolsillos.

Yo no lo creía, pero resultó ser cierto.

Ella misma me los mostró.

Eran dos.

Uno estaba en su pecho, como el bolsillo pequeño en una camisa.

El otro era similar a un bolsillo trasero del pantalón, donde se acostumbra llevar la billetera.

Tras comprobar que eran verdaderos pensé que habían sido fruto de una operación.

Pero ella me demostró que eran de nacimiento.

Lo hizo enseñándome fotos de cuando era pequeña.

Un bebé como cualquier otro, solo que con dos bolsillos en su piel.

No me dejo meter mis manos, pero ella misma metió las suyas para demostrarme que eran funcionales.

Sin embargo, a pesar de aquello, dijo que nunca había guardado nada en su interior.

No ha sido necesario, fue lo que dijo.

Tuvimos sexo esa noche, pero me advirtió sobremanera de no indagar en sus bolsillos.

Fue bastante incómodo, de hecho, pues yo no paraba de intentar acercarme a ellos, incluso inconscientemente.

Y claro, ella estaba atenta al menor roce, y se ponía a la defensiva.

Por lo mismo, decidió cubrirse para poder dormir un poco aquella noche.

Ahora debo ser la chica de los bolsillos, para ti, me dijo, antes de dormirse.

Uno pierde el nombre y se transforma en eso.

SI volvemos a vernos insistirás en que te muestre qué hay dentro y no te quedarás tranquilo aunque te diga que no hay nada.

No sé qué pasará, le dije. No sabemos.

Ella no siguió la conversación y yo me quedé en silencio, fingiendo dormir.

jueves, 28 de marzo de 2019

Tarde o temprano.


Se puso una cereza sobre la cabeza y dijo que iba disfrazada de torta.

Eso no se vale, le dije yo, pero no me hizo el menor caso.

Caminando, la llevé hasta el lugar y la dejé en la puerta.

Tres horas después me llamó para que fuese a buscarla, llorando.

No quiso hablar y se vino en silencio, junto a mí, tomándome del brazo.

No hacía frío, esa noche, según recuerdo.

Una cuadra antes de llegar a casa se acercó a vomitar cerca de un árbol.

Yo podía verla, inclinada, todavía con la cereza puesta en la cabeza y su vestido con encajes.

Ni ella ni yo teníamos pañuelo así que se limpió con un trozo de papel, que llevaba en un bolsillo.

Nos quedamos así, detenidos, un buen rato.

Poco después la escuché reír, como si hubiera recordado algo.

¿No te conté por qué estaba triste?, me dijo.

Yo negué, y ella se volteó para mirarme, despacio.

Me río porque lo he olvidado, confesó.

Ambos nos sonreímos y nos preparamos para seguir el camino.

Caminamos así unos pasos, respirando profundo el aire húmedo.

Ya no duele cuando uno se olvida, comentó mientras abríamos la puerta.

Y yo le dije que sí, que el dolor siempre se olvida, tarde o temprano.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Lo mejor de ella. (Transcripción)


(…)

¿Qué era lo mejor de ella…? No sé bien cómo decirlo... Que era concreta, tal vez. Sí, eso… No era una idea. No era abstracta. Lo mejor es que ella estaba ahí…

(…)

Me refiero a que había un espacio llenado por ella. Un lugar ocupado por ella. Lo que pasa es que de cierta forma eso te quita peso, responsabilidad... Así lo siento yo, al menos.

(…)

Es algo personal, claro… pero siempre he pensado que el hombre que anda solo carga con el espacio que está en su entorno. Con el peso de ese espacio… Un hombre en una montaña, por ejemplo, si está solo, siento yo que carga con toda la montaña…

(…)

Ella entonces generaba un espacio menos en mi entorno. Un espacio vacío, claro... Y es que ella ocupaba ese espacio, como te decía... Me lo sacaba de encima, aunque suene mal...

(…)

No sé por qué suponen que la debía odiar. O sea, sé por qué lo suponen, pero esa es su manera de ver las cosas. Buscan motivos, y es lo lógico… Es el trabajo de ustedes, además.

(…)

¿Algo más que declarar…? Pues no, en realidad…  Yo creo que todo cabría en dos o tres líneas, de hecho.  Era concreta. Llenaba espacio. Así como una película llena el tiempo, o como una comida llena el estómago. Eso me gustaba de ella. No me desagradaba nada en especial. No tengo más que declarar.

martes, 26 de marzo de 2019

Lo que llena las calles.


Un montón de viejos enfurecidos.

Enfurecidos porque son viejos.

Eso es lo que llena las calles.

Carne casi en descomposición.

Una oleada de dientes que de vez en cuando se aflojan.

Eso vemos hoy, en las calles.

Y es cierto: de alguna forma les tememos.

Algunos, por ejemplo, hemos subido a los pisos más altos.

Otros han bloqueado calles o accesos a las casas.

Así siempre comienza todo.

Tratamos de evitar la violencia, claro, pero a veces no se puede.

No es nuestra culpa.

Y es que poco a poco nos han hecho olvidar quiénes son.

Nos ofusca su insistencia.

Su cercanía, incluso, es ahora una amenaza.

Traen la muerte, con ellos.

Y quieren acostumbrarnos a su cercanía.

Eso no es sano.

Nos dicen que es normal, pero no es sano.

Nos ha costado entender el engaño, pero sus mentiras han aflorado.

Fingen vivir por algo mientras se mueven por las calles.

Sin sentido, se mueven por las calles.

Algunos se afirman en las paredes, pero no se resignan a la quietud.

Gritan nuestros nombres, algunos.

Nos llaman hijos.

Nos arrojan su desesperación como trozos de carne.

Yo he subido a los pisos altos para no escucharlos.

Y ya somos muchos, en los pisos altos.

Si no cesan pronto tendremos que empezar a arrojarles cosas.

Eso hemos decidido.

No repetiremos el error.

Trataremos de hacer de la vida otra cosa.

Eso requiere sacrificios.

Otro Dios.

Otra carne.

Otros hijos.

Y el futuro será de quien esté dispuesto a pagarlo.

lunes, 25 de marzo de 2019

Nada tiene que ver conmigo.


-Puede que no sea correcto, -me dijo-. O no para ti, al menos. Para mí, en cambio, se trata de una forma de vida. Una sencilla y que no tiene que ver con egoísmos, como tal vez a ti te podría parecer. Una forma que no escogí, por cierto, sino que llegó a mí de manera natural, aunque siendo sincera, no me gusta para nada esa palabra. Y es que tú me conoces, Vian. Me gusta ver cosas y pensar… o sentir más bien, no sé si pensar... Me refiero a ver cosas, sabes… Verlas y sentir, en definitiva, que nada de eso tiene que ver conmigo. Me gusta eso. Me satisface eso, más bien. Sentir que nada tiene que ver conmigo... Es casi lindo, sabes… aunque de vez en cuando te hace sentir un poco sola, es cierto, pero solo es de vez en cuando... Siempre he sido así. No pido, no exijo nada… Solo soy así. Por ejemplo, de pequeña, me gustaba alimentar a escondidas las mascotas de mis vecinos. Ellas ya estaban alimentadas, claro, y no necesitaban que les diera nada… Pero yo lo hacía igual. No quería tener mascota ni tampoco elegía perros vagos, o realmente necesitados… Supongo que lo hacía por lo mismo. Elegir mascotas ajenas, me refiero…  Sentir que nada tenía que ver conmigo… Tal vez debas intentar vivir de esa forma, Vian, al menos un tiempo. Probar vivir de esa forma. Tal  vez si lo haces verás una belleza en el mundo que hasta hoy desconoces… No es egoísmo, no lo reduzcas a eso, es más bien…

-Entiendo –le dije, interrumpiéndola-. Dejémoslo así.

domingo, 24 de marzo de 2019

Otra de las cosas en que no vale la pena pensar.


I.

No sé si esas ropas, pensé, estarán secas para mañana.

Apenas lo pensé, claro, me arrepentí.

Y es que esa es otra de las cosas en que no vale la pena pensar.

Ya había hecho una lista con esas cosas y esa era, palabra por palabra, una de las primeras que anoté.

No sé si esas ropas, había anotado, estarán secas para mañana.


II.

No quiero hablar, sin embargo, de aquella lista.

No está terminada y supongo que son advertencias que funcionan solo a nivel personal.

La escribí para recordar que hay pensamientos que apagan el verdadero conocimiento.

Y en esos pensamientos, por supuesto, no vale la pena pensar.


III.

Me refiero a que puedo calcular que estarán secas.

O incluso que no lo estarán.

Pero mi tacto es ahora.

Mi piel en contacto con la humedad de la ropa es ahora.

Y pensar si para mañana estarán secas, entonces, viene a destruir ese contacto.


IV.

No debiéramos tener ese don.

El don de proyectar, me refiero.

Apostar al futuro, sí, pero no proyectar.

No deducir.

Y es que le quita maravilla al asunto.


V.

Mejor así: despertar e ir a tocar la ropa.

Está la ropa seca, sentir.

O: está la ropa mojada.

Que todo sea una sorpresa, me refiero.

Que absolutamente todo nos sorprenda cada mañana:

¿La cama está vacía?, por ejemplo.

¿Cantan los pájaros esta mañana?

¿Duele o no duele, el corazón...?

sábado, 23 de marzo de 2019

Una ventana rota.


-Vivo con una ventana rota –dijo ella.

-¿Qué…? –dijo él.

-Que en mi casa hay una ventana rota… cuando lleguemos la verás…

-Ja, ja… por un momento pensé que dirías que estabas casada, o que tus hijo estaban en casa o que…

-No tengo hijos.

-Sí… ya me lo habías dicho.

-Pero tengo una ventana rota –repitió ella.

Entonces él bajó la velocidad y la miró para saber si debía reírse u obtener algún significado de esa frase.

-Igual hay una cortina que la cubre –siguió ella-, así que no entra frío…

-Tampoco es que haga frío –dijo él.

-Es cierto… -dio ella, luego de una pausa-. No hace frío.

Él siguió manejando hacia dónde ella le dio que estaba su casa. De vez en cuando la miraba, hacia un costado. Ella no parecía notarlo.

-¿Quieres que  paremos a comprar algo antes de llegar a tu casa…? ¿Algo de beber… u otra cosa?

-No… -dijo ella-. No quiero beber más.

-Es cierto –dijo él-. Ya bebimos bastante…

-Dobla en la calle que viene…

-¿En esa…?

-Sí… Es la penúltima casa… donde está el poste…

-¿Esta…? –preguntó él, deteniendo el auto.

-Sí –dijo ella-. Esta es mi casa.

Ambos se quedaron sentados, en el auto. Sin decidirse a bajar.

-¿Cómo crees que se quebró? –preguntó entonces ella, como recordando algo.

-¿Qué cosa…? –dijo él.

-La ventana… La ventana rota, de mi casa…

-Pues no sé… -dijo él, mientras se intentaba acercar a ella-. ¿Gano un premio si adivino…?

-No –dijo ella, sonriendo-. Ni yo recuerdo cómo se quebró, en realidad.

-¿Vamos adentro? –preguntó él, mientras ponía una mano sobre una pierna de ella.

-Vamos –dijo ella.

Y entraron.

viernes, 22 de marzo de 2019

¿Quién ha permitido este escándalo?


I.

La historia nunca está en orden.

Es confusa y nunca tiene un desenlace.

Su comienzo es tan precario que no sostiene ni un verbo.

Tampoco es edificante y hasta parece mal escrita.

Puede usted prescindir de ella aunque está mal visto.

De hecho, yo no la recomiendo en lo absoluto.


II.

Siempre hay un alguien en la historia.

Un alguien que busca comprenderse y ser comprendido.

Un alguien egoísta, en suma.

Un alguien que habla de sí mismo.

Siempre de sí mismo.

E incluso así, el pobre, no sabe de qué habla.


III.

Cambian los nombres y los argumentos.

Cambian el espacio, el tiempo y hasta el tamaño de la letra.

Cambia todo menos la historia.

Es la misma para todos y bastaría siempre un único resumen.

Y este cabe, por lo general, en una lápida.


IV.

¿Quiere alguien conocer ese resumen?

Pues aunque no lo quieran, aquí les va.

Lo dejo como historia para incomodar a quien quiera leerlo.

Puede que incluso, para darme importancia, aparezca (mal)escrito de esta forma:


V.

Envuélvanme eso en carne, dijo Dios.

Y luego todos olvidaron qué era eso, y alabaron la carne.

Y la carne agradeció a Dios y no entendió.

¿Quién ha permitido este escándalo?

jueves, 21 de marzo de 2019

¿Te das cuenta?


¿Te das cuenta…? Siempre está todo frente a nosotros. No lo vemos todo, claro, pero el caso es que está. El todo, me refiero. Y uno recién entonces se da cuenta que no pertenece al todo. No como alguien que lo ve, al menos. No inserto en él, me refiero. Ni siquiera como un ojo. Un agujero en el muro del todo, apenas. En el muro final del todo.

¿Te das cuenta…? Si fuésemos parte del todo y viéramos el todo estaríamos viéndonos también a nosotros mismos. Pero la consciencia nos jugaría entonces una mala pasada. Y es que la totalidad no admite consciencias. No fragmentarias, al menos. Y toda consciencia es fragmentaria. De ahí lo imposible. Desde ahí, más bien. Y desde ahí también, estas palabras.

¿Te das cuenta…? El ojo que se ve a sí mismo no sabe qué es un ojo. De esta misma forma, la palabra que a sí misma se escucha solo percibe ruido. Me refiero a que sin nosotros hay apenas nada. El todo nos necesita. Es todo para nosotros, digamos. Por y para nosotros. Existe, incluso, gracias a nosotros. El todo es el regalo que le hacemos a Dios, desde nuestra pequeña insignificancia.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Soñar que eres un huevo.


Soñar que eres un huevo. Desde dentro, soñar que eres un huevo. Que tu piel es frágil y quebradiza como una cáscara. Soñar que sabes que eres un huevo, más bien. Y querer, entonces, ir más allá del huevo. Más allá de ti mismo, de esa forma, querer ir. Soñar entonces que te trizas y que de pronto comprendes que vas a abrirte. Decidir, incluso, que vas a abrirte. Crash, crash, suena el huevo. Tu voluntad rompiendo el huevo, suena crash, crash. Soñar con ese crash, crash. Desde dentro, me refiero, soñar que suena así. Sentir entonces que algo termina de quebrarse. Y que tras quebrarse, poco a poco te vacías. Soñar que sale de ti algo viscoso. Algo que eres, es lo que sale de ti. Tú que no eres cáscara. Tú que sales, más bien, de entre la cáscara. Soñar que eso eres tú. Descubrir que eso eres tú. Algo viscoso, pero sin sustancia. Sin color, incluso. Sin forma definida, es como te descubres. Soñar que eras un huevo, entonces, pero no tenías yema. Dudar, entonces, si eras o no un huevo. Solo algo viscoso retenido en una cáscara. Soñar que eras eso, apenas, y no sabías. Y soñar que ya es, como siempre, demasiado tarde.

martes, 19 de marzo de 2019

Un voluntario.


I.

Alguien pidió un voluntario.

No explicaron para qué.

Entonces, al parecer, me ofrecí.

Eso entendí, al menos, con el paso del tiempo.

Una pequeña reacción, tal vez, ante una chispa adecuada.

Eso, al menos, entendí.


II.

Si fluyes, eres voluntario.

Eso creo yo.

Negarse es una acción más difícil de realizar.

No participar.

Dar un paso atrás.

O al costado.

Ser voluntario en cambio, es fruto de un reflejo involuntario.

Como respirar.

Como retirar la mano del fuego.

Vivir incluso, si lo piensas, es un reflejo involuntario.


III.

Una vez vi un cuadro donde cientos de cerdos se lanzaban por un barranco.

A veces pienso en ese cuadro.

No me causa una mala sensación.

Aunque es, sin duda, una sensación distante.

De cierta forma lo relaciono con el negarse a ser voluntario.


IV.

Una vez voluntario, tampoco me explicaron para qué.

Es extraño, por supuesto.

Puedo admitir eso.

Tal vez soy voluntario para reconocer que serlo sin explicación, es algo extraño.

Y poder admitirlo, de paso.

Esa es una posibilidad.


V.

Otra posibilidad abarca un poco más de aspectos.

Tal vez para ellos me ofrecí voluntario.

Para escribir.

Para intentar comprender.

Y hasta para sufrir un poquito de vez en cuando.

Todo para preservar mi voluntad para algo más puro.

Todo para no ser como un cerdo que se lanza por un barranco.

lunes, 18 de marzo de 2019

Tu dolor de muelas.


I

No es mi dolor

Tu dolor de muelas

No puede serlo


II

Intento explicarme

Pero no es fácil

Y tú exiges que lo haga


III

He tenido dolor, es cierto

Y hasta me quedan muelas

Pero nada sé de tu dolor de muelas


IV

Lo mismo pasa siempre

Puedo mentir, si quieres

Pero nada sé de tu dolor


V

Piénsalo, te digo

Nada supiste tú, tampoco

De mi dolor de muelas.


VI

¡No lo digas sin pensar…!

Ningún poeta podría saber nada

De tu dolor de muelas


VII

No es cuestión de sinceridad

Tampoco de empatía

Habla aquí mi honestidad más pura


VIII

Puedes creer lo que quieras

Pero en el fondo

Solo crees en tu dolor de muelas


IX

Rézale a tu Dios

Por tu dolor de muelas

A mí me es también inaccesible


X

Lejano y ajeno como tu dolor

O como la raíz de tus palabras

O como el amor de los hombres


XI

Todo lo verdaderamente tuyo, de hecho

Me es inaccesible

Por eso es verdaderamente tuyo


XII

Compréndelo bien:

Es tu dolor de muelas

Duélete de él, porque es tuyo


XIII

Ya sabes…

Hasta un pez abisal explota

Si lo sacas a la superficie


XIV

Tu dolor de muelas

Tu dolor de muelas

Duélete de él, porque es tuyo

domingo, 17 de marzo de 2019

Todo es real siempre.


Todo es real siempre.

Eso dice el tatuaje de una chica que atiende en una panadería, cerca de casa.

Lo tiene escrito en un antebrazo y, al parecer, es su único tatuaje.

No suele hablar con nadie y atiende de manera seca, por lo que no da oportunidad de saber nada de ella, además de lo que dice el tatuaje.

Una vez se dio cuenta que lo leía –suelo hacerlo cada vez que me atiende, como si quisiera verificar que no ha cambiado-, y tras percatarse escondió en lo posible su brazo.

Desde entonces trato de no mirarlo directamente, o de disimular al menos, si lo hago.

Y es que me obsesiona esa frase.

A veces me parece verla escrita en distintos sitios y me provoca un gran desasosiego.

Todo es real siempre, me parece leer en algún letrero.

Todo es real siempre, parece decir alguien mientras leo un libro o veo alguna película.

Supongo que la chica de la panadería no sospecha realmente qué es lo que me ocurre, y debe pensar que ella me gusta o algo parecido.

De todas formas la incomodo, puedo notarlo.

Un día de estos le explicaré que es lo que sucede, aunque en realidad no sé si sabré cómo explicarme.

Todo es real siempre, le diré, simplemente.

Y ella tendrá que entender, supongo, si sabe qué es lo que tiene escrito.

sábado, 16 de marzo de 2019

Un pez en un charco.


Alguien puso un pez en un charco.

Eso supongo, más bien.

Un pez rojo y pequeño, con apenas espacio para nadar.

Lo encuentro al caminar, en la mañana, luego de una noche de lluvia.

Me acerco a él y meto un dedo al agua para comprobar que es verdad.

El pez se mueve y trata de sumergirse, pero en el charco no hay gran profundidad.

Y claro, yo me quedo ahí, mirándolo, pues no sé qué se debe hacer cuando se encuentra un pez en un charco.

¿Poner un anuncio para ver si encuentro al dueño…?

¿Llevármelo a casa en una botella con agua mineral…?

Busco respuestas mientras otros transeúntes pasan junto al charco.

Finalmente me decido y regreso a casa, a buscar un recipiente y agua, para poder llevarlo.

Mientras lo hago, pienso que no tiene lógica alguna lo del pez en el charco.

De hecho, dudo por momentos que lo haya encontrado en realidad.

Así, mientras me acerco al charco, temo incluso no encontrar al pez.

Pero ahí está.

Con cuidado lo meto al recipiente y lo llevo a casa.

Me quedo  junto a él, mirándolo, sorprendido.

Y cada movimiento suyo, debo confesar, me sorprende un poco más.

Se me pasa así el tiempo y ante el retraso, decido no ir a trabajar.

Es que encontré un pequeño pez rojo en un charco, les digo.

Pero no parecen escuchar.

viernes, 15 de marzo de 2019

Le arrancaron los dientes.


Le arrancaron los dientes.

Yo lo vi.

Primero los soltaron a golpes y luego metieron una navaja entre ellos y rasgaron hasta sus encías.

Yo esperaba que el hombre se desmayara, pero no lo hacía.

En cambio, gritaba y se llenaba de sangre mientras le arrancaban con alicates las piezas que le quedaban.

Un par de dientes, llenos de sangre y todavía con trozos de encías vino a dar hasta donde me encontraba.

Yo no debía estar ahí, pensaba mientras los veía.

Pasaron unos minutos y parecían ahora haber terminado.

El hombre al que le habían arrancado los dientes se atragantaba con su sangre y con restos de lo que habían sido sus dientes.

Entonces uno de los hombres que lo atacaba lo volteó a patadas hasta que quedó boca abajo.

Al parecen querían que viviera, luego del ataque.

Le gritaron entonces algunas cosas y le dijeron que eso era apenas una advertencia, que todo siempre podía ser peor.

Antes de irse uno de los hombres le tiró el alicate a su cabeza que rebotó contra el suelo.

Luego que se fueron, yo esperé un rato más antes de salir de mi escondite.

El hombre en el suelo intentaba arrastrarse hasta una muralla.

Todo ocurrió en la parte trasera de una cancha de baby fútbol, cerca de mi casa.

La sangre se secó en el piso y dejó una mancha que permaneció por años.

Antes de ver eso, yo  pensaba que un hombre no era capaz de aguantar tanto.

Ahora sé que el hombre puede aguantar eso y bastante más.

El cuerpo se defiende de la muerte y de alguna forma vuelves a vivir aunque hayas perdido gran parte de tu sangre y te hayan arrancado los dientes.

Cuánto desperdicio, pienso ahora, cuando no se sabe para qué.

jueves, 14 de marzo de 2019

Quería ser Ulises.


Quería ser Ulises así que hui de mi hogar. Veinte años quería andar fuera, pero la policía me envió de regreso antes que pudiese extrañar siquiera. Entonces busqué en la historia original –no en la versión escolar que había leído-, y llegué a la conclusión que antes de irme tenía que ofender a un Dios. Pensé que me sería difícil llegar a hacerlo, pero descubrí que era fácil maldecirlo. Busqué razones para odiarlo y descubrí que había muchas. Entonces, lo ofendí de tal forma que hasta me produjo dolor. Dolor de desamparo, digamos. Dolor porque descubrí que realmente podía ser justo el despreciarlo. Eso ocurrió y yo partí. Era pequeño cuando partí. Llevaba una mochila con algunas ropas, una botella con agua y el libro de Ulises. Dormí en una playa durante dos semanas, junto a algunos botes. Ahí, me hice amigo de un viejo que había leído el libro y me dijo que estaba mal. Que no había comprendido que el tiempo solo empieza a correr cuando quieres regresar. Yo lo pensé y volví a leer el libro y descubrí que era cierto. Aunque de cierta forma el querer perderme, para mí, podía ser el querer regresar, para Ulises. Puede ser, me dijo el viejo, pero no tienes Ítaca. Y ya sea para alejarte o para regresar, debes tener una. Completé el mes fuera de casa, pero desde aquella conversación sabía que regresaría. Y claro, también supe que no había logrado ofender a Dios de forma alguna. Todo fue indiferencia, digamos, incluso en mi propia casa. Pensaron que había viajado al norte con un primo, y solo me retaron por no llamar. Hoy, a veinte años de aquello, solo puedo decir que nunca volví a ver al viejo ni a leer La odisea. Respecto a Ítaca –a mi propia Ítaca-, debo confesar con vergüenza, que sigo aún sin encontrarla.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Una vez escuché una canción.


Una vez escuché una canción.

Una canción que hablaba de tres enanos.

Y en la canción los enanos eran violentos y tristes.

Y hacían alboroto al beber.


Tenían una casa descuidada, decía la canción.

Y un perro al que apenas daban de comer.

Encendían fuego en el jardín.

Y llevaban putas todas las semanas, sin excepción.


De día, decía la canción.

Iban los tres montados, bajo un abrigo negro.

Y pedían dinero haciéndose pasar por un solo hombre.

Que caminaba torpemente, por las grandes avenidas.


De hecho, algo así decía el coro.

Cuídate de ese hombre extraño, si lo ves venir.

Aléjate de él o finge estar muerto.

En su interior respiran tres enanos amargos.

Ese es el secreto, del hombre que va por la avenida.


Luego la canción volvía a hablar sobre su casa.

Mencionaba las cortinas rasgadas.

Las botellas dispersas en el sitio.

Y el olor inmundo que salía desde dentro.


Entonces, casi parecía un alivio.

Cuando la canción hablaba de aquellos hombres.

Que fueron una noche a quemar la casa.

Como si el fuego que llevaban, hubiese sido la voz justa de Dios.


Y claro, luego se repetía el coro.

Y se hablaba ahora de un hombre extraño corriendo en llamas.

No lo apagues, decía la canción.

Deja que se quemen, en su interior, los tres enanos amargos.

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