miércoles, 13 de marzo de 2019

Una vez escuché una canción.


Una vez escuché una canción.

Una canción que hablaba de tres enanos.

Y en la canción los enanos eran violentos y tristes.

Y hacían alboroto al beber.


Tenían una casa descuidada, decía la canción.

Y un perro al que apenas daban de comer.

Encendían fuego en el jardín.

Y llevaban putas todas las semanas, sin excepción.


De día, decía la canción.

Iban los tres montados, bajo un abrigo negro.

Y pedían dinero haciéndose pasar por un solo hombre.

Que caminaba torpemente, por las grandes avenidas.


De hecho, algo así decía el coro.

Cuídate de ese hombre extraño, si lo ves venir.

Aléjate de él o finge estar muerto.

En su interior respiran tres enanos amargos.

Ese es el secreto, del hombre que va por la avenida.


Luego la canción volvía a hablar sobre su casa.

Mencionaba las cortinas rasgadas.

Las botellas dispersas en el sitio.

Y el olor inmundo que salía desde dentro.


Entonces, casi parecía un alivio.

Cuando la canción hablaba de aquellos hombres.

Que fueron una noche a quemar la casa.

Como si el fuego que llevaban, hubiese sido la voz justa de Dios.


Y claro, luego se repetía el coro.

Y se hablaba ahora de un hombre extraño corriendo en llamas.

No lo apagues, decía la canción.

Deja que se quemen, en su interior, los tres enanos amargos.

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