sábado, 31 de julio de 2021

Diagnóstico tardío.


Descubres que eres alérgico a las picaduras de abejas cuando te pica, justamente, una abeja. Eso es lo que generalmente pasa. Hasta antes de aquello nada sabes ni sospechas. Luego diagnostican la alergia y tú memorizas, por supuesto, aquel dictamen. Un juico médico que no te atreves a poner en duda ni a cuestionar en lo más mínimo. Desde entonces, cuentas aquello como anécdota y adviertes sobre tu situación, a los demás. Puede incluso que sueñes con un evento similar y vivas temeroso de que vuelva a repetirse. Sientes esto, aunque tal vez (sin saberlo), solo eras alérgico a la abeja que te picó aquella vez, y no había más peligro. Nadie te lo dirá de esa forma, por supuesto, y aunque fuese así, es comprensible que no te quisieras arriesgar. Desde entonces, huirás de las abejas como si al hacerlo, ciertamente, tu vida pudiese ser un poco más segura. Incluso si lo comentas, los otros te dirán que eso es lo correcto. Que cuidarse es siempre algo sensato y que la vida es algo que no se debe arriesgar. Poco importa si estás de acuerdo o no con todo aquello. Nunca lo sabrás, realmente. Así, la muerte también llegará un día como la picada de esa abeja que provocó la alergia. Hasta antes de aquello, probablemente, no la habrás oído llegar. Así es como ocurre. O así, al menos, es como suele ocurrir. Ese será tu último diagnóstico.

viernes, 30 de julio de 2021

Doce años.


M. trabajó doce años en una fábrica sin saber qué fabricaban.

Trabajó sin preguntárselo, incluso, pues tenía otras cosas más importantes en qué pensar.

Armaba y desarmaba motores, engrasaba piezas e incluso con el tiempo dio órdenes a dos o tres personas.

Una vez incluso, hizo que echaran a una de ellas, tras hacer un informe negativo de su labor.

Como el informe era objetivo, no sintió culpa en lo absoluto, en todo caso.

Sus rutinas eran cosa establecida.

Dos veces al día, se tomaba un breve descanso para fumar.

Lo hizo así por ocho años hasta de un día para otro dejó de hacerlo.

Nunca explico por qué, aunque lo vieron un par de veces, poco antes, rompiendo sus cigarros y observándolos.

Faltó solo tres veces al trabajo, durante doce años.

Una vez porque había golpeado a J., su mujer, y se sentía extraño.

Las otras dos porque tuvo alguna fuerte indigestión, según recuerda.

Dejó de trabajar en el lugar porque un compañero de trabajo le contó de otro sitio.

De otra fábrica similar, en la que podría obtener un poco más de sueldo.

Fue ahí que lo conocí y le pregunté qué cosa fabricaban en su antiguo trabajo.

Y M. reconoció que nunca lo supo, aunque había trabajado ahí, durante doce años.

jueves, 29 de julio de 2021

Zombie come zombie.


Veo una película de zombies.

Una película extraña, por cierto.

Ambientada en un futuro en el que todo es ruina.

Calles desiertas, llenas de grietas.

Vegetación crecida.

Ciudades destruidas y abandonadas.

No hay humanos en la película.

Simplemente zombies contra zombies.

Esa es la película, en resumen.

Maquillaje precario.

Sin protagonistas definidos.

Escasos efectos especiales.

Así, carente de diálogos y de música, todo en el film se reduce a acciones.

Acciones básicas, en este caso.

Zombies caminando y atacándose entre ellos.

Comiéndose su propia carne incluso, cuando quedan atrapados en lugares solitarios.

Ciento diez minutos de metraje en que observamos algo así como un fin.

Algo cercano a la idea de extinción, que algunos tienen en mente.

Y es que tampoco se ven animales, a lo largo de la historia.

Un par de ratones, simplemente, en una escena.

Y unas pocas aves carroñeras que bajan a picotear de vez en cuando.

Todo es oscuro y lento en la película.

Aparentemente en tiempo real, aunque no hay cómo asegurarlo.

La cámara va así de un lado a otro casi al ritmo de los propios zombies.

Se mueve de esa forma hasta que llega la noche.

Así, ya a oscuras, la lluvia cae sobre dos zombies que se atacan mutuamente.

Arrojados en el piso, en medio del lodo ambos comen el uno del otro.

Ambos mastican y se retuercen hasta que poco a poco se quedan quietos.

Y la cámara justo entonces deja de moverse, como si el mundo, sin saberlo, hubiese muerto.

Zombie come zombie.

miércoles, 28 de julio de 2021

Inacabado.


No nací.

Simplemente desperté.

Y desperté en un mundo inacabado.


Cansado, desperté.

Desencantado.

Y es que ni siquiera era un mundo a medio hacer.

Todo era como una construcción abandonada.

El mundo estaba así, sin más.

Dado por perdido, digamos.

Dado por muerto antes de tiempo.

Nadie estaba terminándolo.


No miré con rabia.

Simplemente comprendí.

Aprendí un lenguaje y esperé.

A que fuese mi turno, esperé.

No intenté culpar a nadie.


Mientras esto ocurría, nada hice.

Nada salvo fijarme en algo a la distancia.

Entonces, me pareció que se acercaba una estampida.

Gigante, pero lenta, la estampida.

Una estampida de tortugas, digamos.

De esa forma se acercaba.


Tranquilo, escuché decir a alguien.

Moriremos antes de esa muerte.

Y dormiremos antes del primer morir.

Deja que eso se acerque, simplemente.

Quédate tranquilo, reiteró.

Solo puede intimidarnos si tenemos algo que perder.

Ni tú ni yo tenemos nada.


No nací, escribí entonces.

En la arena, lo escribí.

Nada tengo y no deseo nada.

Cuando llegue mi turno, conocerán mi voz.

Podrán escucharla, si quieren.

Pero no sabrán quién soy, por mis palabras.


Inacabado en un mundo inacabado.

Eso ocurre simplemente.

Todo en mi es eco de alguien más.

Alguien que me habla y alguien a quien hablo.

Una trinidad absurda e incompleta.

No nací.

martes, 27 de julio de 2021

Pienso que es un error.


Pienso que es un error. Que es un error, pero que no importa. Además, pocas cosas resultan finalmente, no ser errores. No diré que sean aciertos, pero al menos resultan ser errores fallidos. Digamos entonces que apuesto por eso. Con eso me conformo. Con realizar esa última acción y que el error sea distinto al presupuestado, o que derechamente no lo sea. La alternativa, por otro lado, era simplemente la inercia. La no acción para evitar el fracaso. Descansar el peso sobre la masa, digamos. Y luego quedarse así. Contando el tiempo con un único par de números. Una existencia binaria donde el error no tiene cabida, porque nada tiene cabida. Puede que lo describa de mala forma, pero conozco a muchos que lo prefieren así. Paso junto a ellos evitando juzgarlos. No los envidio ni pretendo esa opción. Paso junto a ellos simplemente, con piedras en mis zapatos. Se me abren heridas en los pies, pero me mantengo erguido. Camino hacia el error, pero soy consciente de cada uno de mis pasos. El error es real. Igual que el dolor y el movimiento. Y es que todos ellos, finalmente, resultan tan absurdos como necesarios. Pienso que es un error, pero sigo, en definitiva. No existe nada más, fuera de mi sangre y de mis pasos.

lunes, 26 de julio de 2021

Simple.


“Como no comprendía símbolos
ni le gustaban las metáforas,
todo lo que decía o escuchaba
lo transformaba en una historia simple
y aparentemente vana”


Caminaba siempre pegado a la pared. Rozándola casi, con la punta de sus dedos. Como lo veía desde lejos pensé que probablemente se trataría de un ciego. Una vez lo seguí mirando, varios minutos, detenidamente, esperando que se le acabara la pared y revelara así el misterio. Pero la pared no se acababa y se me perdió de vista, tras doblar en una esquina, sin que lograse concluir nada.

Si bien la ruta que seguía era siempre la misma, no acostumbraba a tener, en cambio, ninguna rutina horaria. A veces pasaba un par de semanas sin que lo viera y también podía ocurrir verlo dos o tres días seguidos, si se daba el caso. A distintas horas, por supuesto. Sin cargar bolsas ni paquetes y sin ninguna pista que pudiese ayudar a comprender desde dónde venía, a dónde se dirigía o qué tramite realizaba.

Hubiese querido acercarme y comprobar mi hipótesis, pero yo estaba por ese entonces a cargo de una librería, desde donde lo veía caminar. Por otro lado, no me atrevía a preguntarle a alguien más por aquel hombre, pues en el fondo sabía que, si era o no ciego, finalmente, era una información más, sin trascendencia ni importancia alguna.

Así y todo, cuando renuncié al trabajo (tarde o temprano siempre renuncio a mis trabajos), decidí ir por un tiempo cerca del lugar, para poder acercarme a este hombre cuando lo viera pasar y comprobar finalmente si se trataba o no de un ciego. Y entender entonces -si podía entenderse de alguna forma-, qué lo llevaba a caminar de esa forma.

Fue por esto que estuve yendo un mes, prácticamente, a pasearme por esa zona, hasta que unos locatarios comenzaron a llamar a carabineros cada vez que me veían rondando por el lugar, sin comprender, supongo, qué podía estar haciendo, paseando por ahí sin un objetivo claro y sin querer confesarles, por supuesto, qué era lo que realmente me llevaba hasta ese sector.

Luego del tercer o cuarto control de identidad, de sufrir algunas amenazas de gente del lugar y de sentirme yo mismo perturbado por todo aquello, me prometí olvidar lo sucedido y nunca volver por esos lados.

Es por esto que hoy, si alguien quiere caminar tocando las paredes, siendo o no ciego, no me produce ya inquietud alguna.

Si alguien me conoce, sabe de qué hablo.

domingo, 25 de julio de 2021

Descubrí algo.


No te sientes junto a la chimenea para calentarte. Puede que tengas frío, pero no lo haces para eso. Lo que haces realmente es esperar que se consuma el fuego. Aunque no lo reconozcas te gusta ver cómo decrecen las llamas, cómo desaparecen las cosas… De qué forma se consume el tiempo. ¿Cómo lo sé? Simplemente observo. Todo el tiempo te observo. Tú no te das cuenta, por supuesto, porque diriges tu mirada al fuego. Si eres honesta y lo piensas, no serías capaz de estar ahí sin mirarlo. Tampoco le darías la espalda, por ejemplo. En un inicio, pensaba que admirabas la fuerza de las llamas, pero ahora te conozco y sé que observas otra cosa. El deterioro constante. El desgaste. Algo así como el fin del mundo en un espacio pequeño. Dirás que no si te lo digo, pero aceptarás más adelante. Cuando seas honesta y reconozcas en aquello la misma sensación que te lleva a mirar relojes, hablar sobre cómo crecen los niños o a pasar los dedos sobre el desgaste de las cosas. Creo que sabes de qué hablo: la textura de las telas, las arrugas en la piel… todo parece tener pequeñas grietas. Aunque no seas consciente, ya lo has descubierto. Sí, mirar el fuego es para ti ser testigo del desgaste físico que provoca el tiempo. Observas a tu madre. Ya no escuchas ladrar al perro. ¿Y sabes? Me doy cuenta que hasta lees esto de la misma forma. No me enojo, en todo caso. Intento comprenderlo, simplemente. Y me comprendo.

sábado, 24 de julio de 2021

Probablemente sencilla.


Pasea perros cuatro veces por semana.

Los mismos perros, cada vez.

Aparentemente le gusta su trabajo.

Aprendió sus nombres, sus costumbres y hasta podría decirse que los perros lo quieren.

Lo esperan inquietos, obedecen sus órdenes y hasta lloriquean un poco, cuando él los devuelve a sus hogares.

Cuando llega a la plaza, a mitad del recorrido, se da incluso un tiempo para estar a solas con cada uno.

En ese tiempo a solas, él les cuenta un poco sobre lo que ha hecho cuando no está con ellos.

Esta última semana, por ejemplo, leyó varios cómics de superhéroes, y los comentó brevemente con los animales:

Querían que el Capitán América se presentase a presidente, pero finalmente se negó.

Aquamán ayudó a parir a una ballena.

La armadura de Ironman desarrolló consciencia propia y se enfrenta, de cierta forma, a su creador.

Y claro, cuenta algunos detalles sobre cada aventura, que no desarrollaré acá.

Es extraño, pero mientras habla, cada uno de los perros lo observa atento, como si comprendiesen sus palabras.

Él, de hecho, piensa antes de ir por ellos qué es aquello que ha hecho, cómo lo puede contar.

Cuando no ha hecho mucho, busca algún recuerdo interesante, para no dejar de compartir y fortalecer el vínculo.

A veces, los días que no pasea perros, se saca a pasear él mismo y se lleva hasta la plaza.

No tiene ahí, sin embargo, nada qué decir, ni a nadie que escuchar.

viernes, 23 de julio de 2021

El problema de la vida (escena única)


La solución al problema de la vida
ha de verse en la desaparición del problema.


A. está en un salón, sentado en un sofá, muy quieto. Por su actitud y la forma en que se dirigirá a B. (más adelante), podríamos pensar que es ciego.
El salón es amplio y tiene cortinas oscuras, que cubren las ventanas. También hay una puerta, por la que entrará B., desde el exterior.
B., por cierto, entra al lugar un tanto agitado, buscando sitio para dejar un paquete que trae consigo.


A.: (Tras percatarse de la llegada de B) ¿Llueve?

B.: ¿Qué…?

A.: Te pregunté si llueve.

B.: (Acercándose a una ventana y corriendo la cortina para mirar fuera) Mmm… deja ver…

A.: (Impaciente) ¿Y?

B.: (Sin dejar de mirar fuera) Sí y no.

A.: ¿Sí y no qué?

B.: Sí y no llueve.

A.: ¿Estás seguro?

B.: Sí. Seguro.

B. vuelve a cerrar la cortina y busca un lugar para dejar su chaqueta.

A.: (Inquieto) Pero, ¿llueve o no llueve, finalmente?

B.: (Despreocupado) Llueve y no llueve, ya te dije.

A.: (Brusco) No puede ser.

B.: ¿Por qué no?

A.: Eso no tiene sentido.

B.: (Luego de una pausa, sin prestarle demasiada atención) Tiene y no tiene.

A.: ¿Tiene y no tiene?

B.: Sí. Tiene y no tiene sentido, creo yo.

A. Se queda en silencio, concentrado, como si tratase de entender las palabras de B.
Este último, se ha sentado cerca de A., y comienza a abrir el paquete que había llevado hasta el lugar.
Pasan dos o tres minutos en silencio, como si ambos fuesen actores que han olvidado el siguiente parlamento, demorando la acción que realizan.

A.: (Rígido) Ahora te tocaba hablar a ti.

B.: (Sin mirar a A.) ¿A mí?

A.: Sí. A ti.

B.: ¿Y que debía decir?

A.: (Habla bajo, para que el público no se entere) Lo de la solución al problema de la vida.

B.: ¿La solución?

A.: Sí. La solución.

B.: ¿No puedes decirla tú?

A.: Puedo, pero si la digo yo no tendrá sentido.

Ambos vuelven a quedarse en silencio. Se escucha, desde el exterior, el ruido de lluvia y no lluvia.

B.: (Todavía murmurando, sin moverse) ( ¿Y si lo dejamos hasta aquí, mejor?

A. no responde.

jueves, 22 de julio de 2021

A Wittgenstein más que a la guerra.


I.

La nieve está bien de esa forma.

Déjala así.

Que se convierta en agua sucia por sí misma.

No cargues con la culpa de su pérdida de pureza.

Ni siquiera ocupes, si puedes, esa palabra.

No generes una avalancha.

Todo eso es innecesario.

Triste e innecesario.

Déjala así y hablemos de otra cosa.

Cosas simples, esta vez.

Solo proposiciones primitivas, si estás de acuerdo.

Esa es mi propuesta.


II.

No discutamos, ojalá, si hablamos de otras cosas.

Evitemos un disgusto.

Pactemos antes, para evitar distancias y desavenencias.

Asumamos como ciertas (si estás de acuerdo) nuestras proposiciones.

Ciertas y vinculadas con la verdad, que es siempre ajena.

Aunque no tengamos pruebas asumamos que son ciertas.

Esa es, ahora, mi propuesta.

No puedo prometer que resulte, pero al menos acepto lo siguiente:

Probablemente, no hay rinocerontes en este cuarto.



III.

Quienes nos escuchen entonces, estarán extrañados.

Dirán, por ejemplo:

Están hablando de hechos, no de cosas.

Nos pensarán borrachos.

Nos juzgarán indefensos.

Mientras lo hacen, deberemos ignorar, por cierto, todo aquello.

Ignorarlos y centrarnos en acciones emocionalmente concretas.

Maldecir, aullar y cantar, por ejemplo.

No sé si soy claro.

Lo desconozco, pero esa es mi propuesta.

Si falta algo que no sea pasión.

Que no sea sangre lo que falte.

Por último, si se asustan, les diremos que se calmen.

Que aquí no hay heridos.

Que esto se debió a Wittgenstein más que a la guerra, a fin de cuentas.

Si estás de acuerdo, por supuesto.

miércoles, 21 de julio de 2021

A pesar de su naturaleza.


Anotaba en un cuaderno una serie de textos que no tenían luz.

Historias proscritas, según él.

Frases inconexas.

Pensamientos no acabados.

Preguntas ilegítimas, incluso.

Escribió, por ejemplo, una pequeña novela en la que cada uno de sus párrafos iniciaba con la misma sentencia:

A pesar de su naturaleza.

Cien párrafos, exactamente, comenzados de esa forma.

Nunca la dejó ver.

Y es que sentía orgullo y vergüenza al mismo tiempo, al hablar de todo aquello.

Sensaciones que habrían terminado por ahogarlo si no hubiese podido él, ciertamente, fabricar su propio oxígeno.

Pueden pensar que exagero, pero en medio de todo aquello sé a ciencia cierta que lo fabricaba.

Así fue cómo se salvó.

A pesar de su naturaleza, se salvó.

No son metáforas.

Son maneras, simplemente, en que puede expresarse una verdad oscura.

¿Qué…?

¿No les gusta así?

¿Preguntan si puede decirse de otra forma?

Pues sí, puede decirse de manera más directa, si se quiere.

Se salvó porque aprendió a mentir.

Sobrevivió, digamos, de esa forma.

A pesar de su naturaleza, sobrevivió.

Retrocedió unos pasos.

Se refugió en el rincón de una hénide gastada.

Se contuvo.

Como un gigante que intenta ponerse los zapatos de un enano, se contuvo.

¿Qué…?

¿No se entiende todavía?

Si pudiese explicarlo mejor, créanme que lo haría.

Una hénide, por cierto, es un conjunto de datos psíquicos anterior a una idea.

Pero sin corazón ni piedad para entender, eso es algo que no nos aporta demasiado.

martes, 20 de julio de 2021

Una secuencia.


I.
La realidad del cuerpo como una enfermedad. O como un síntoma, más bien, de esa misma enfermedad. Ser conscientes del cuerpo, me refiero. Reconocer sus partes, sus órganos, la piel incluso. Percibir el cuerpo es escindirse. Distanciarse del cuerpo, si se quiere. Una autopsia en vida. He ahí la enfermedad.

II.
No percibo el cuerpo desde el cuerpo. No lo habito. No soy, en él. Si me roban el cuerpo no me roban nada. Si me llevan la piel, los órganos o hasta los huesos, sigo siendo yo. Suena a condena, mi estado, porque es inevitable, pero no es una condena. La parte de la piedra que está en contacto con la tierra, permanece viva.

III.
Desde donde estás, entonces, decides nombrar cosas. Los agujeros de tu habitación, por ejemplo, aunque no me parece buena idea. Y es que ni siquiera sé a qué te refieres cuando hablas de esos agujeros. De hecho, yo no encuentro agujeros cuando observo tu habitación. Solo nombres, más bien, buscando agujeros, para aferrarse a algo. Eso y nombres haciendo agujeros, incluso, para tener una referencia exacta. Un sitio. Nombres cavando, en definitiva, cada una de sus pequeñas tumbas.

IV.
La realidad del cuerpo como una enfermedad, decía en un inicio. Una enfermedad que es al mismo tiempo una casa vacía. Si el lector lo desea puede pararse y mirar dentro. Esa es la secuencia que propongo. Ni tú ni yo podemos saber más.

lunes, 19 de julio de 2021

No es eso.


(...)

-No es eso… De verdad yo lo intento, pero a veces me cuesta verlo como una persona…

-¿Y cómo lo ves, entonces?

-No sé bien… No es algo malo en todo caso, pero es como si no percibiera su identidad, su presencia… como si de cierta forma no fuese un individuo…

-¿Lo ves como una masa…? ¿Como parte de un colectivo…? No te entiendo…

-No, no es eso.

-¿Y entonces?

-Yo creo que lo veo… no sé… como un vegetal, tal vez… Sí… Es eso, ahora que lo pienso… Lo veo como un vegetal. Como un vegetal en vez de como una persona.

-¿Y qué significa eso?

-Nada… No es que deba significar algo… Solo son percepciones, pero me complican un poco… Lo que pasa es que intento pensarlo y lo veo así, simplemente… como un vegetal… como un brócoli, digamos… Igual es un poco chistoso, ¿no crees?

-¿Verlo como un brócoli?

-Sí. Igualito que un brócoli, en esencia. Sin órganos vitales, por ejemplo… Apenas con una apariencia y un color distintivo… echadito sobre el mundo como un brócoli en un plato.

-…

-…

-¿Tiene pelo crespo, al menos?

-¿Qué…? ¿Quién?

-Ya sabes… ese que ves como un brócoli.

-Eh… sí… Bien crespo.

-Pues a lo mejor la relación es por eso.

-¿La relación?

-La apariencia, me refiero… La imagen del brócoli. Es probable que sea por eso.

-Pues sí... puede ser.

-¿Puede ser?

-Sí, puede ser, pero no sé…

-…

-…

-¿Y a mí, a todo esto?

-¿A ti qué?

-¿A mí no me ves como un vegetal?

-Pues no lo había pensado… Pero sí, podría ser…

-¿Podría ser?

-Sí... Tal vez te veo como una papa.

-¿Como una papa?

-Sí. Eso es exactamente. A ti te veo como una papa.

domingo, 18 de julio de 2021

¿Le pediste que te lo explicara?


-¿Y le pediste que te lo explicara… que te diera razones?

-Sí, varias veces.

-¿Y?

-Pues nada. O no sé... Puede que me haya intentado explicar en un principio y supongo que no entendí. Luego se veía molesto y no hubo caso. Decía cosas raras. Como si se estuviese burlando. Aunque a lo mejor son ideas mías.

-¿A qué te refieres?

-No sé bien… Es que no le entendía. Explicaba cosas, decía palabras que no entendía. De hecho, pensé en anotar algunas palabras y después preguntarte… Incluso me dijo que hablara mejor con otro tipo, si quería entender…

-¿Con otro tipo?

-Sí.

-¿Con quién?

-No sé bien… con alguien que ni conocía… algo así como dekar… no entendí muy bien en un principio…

-¿Dekar?

-Sí, incluso le dije que me lo escribiera, para buscarlo.

-¿Y lo escribió?

-Sí… Se escribe Descartes, D-E-S-C-A-R-T-E-S… como de descartar… Me dijo que si no entendía lo que me quería decir tal vez Descartes podría ayudarme… ¿sabes quién es? ¿dónde se encuentra?

-…

-No es que quiera hablarle ni nada, pero al menos quiero entender un poco más, o acercarme a entender, al menos… siempre siento que me quedo fuera…

-¿Tú conoces a Descartes?

-Eh… sí… Un poco.

-¿Y? ¿Crees que pueda ayudarme a entender algo?

-Pues no, en realidad no creo.

-¿Ni un poco?

-No… Además, me parece de cierta forma ya comprendes.

-¿Ya comprendo?

-Sí… ya comprendes, no le des más vueltas. Ese tipo no tiene nada que enseñarte.

sábado, 17 de julio de 2021

Probablemente.


-Probablemente quieras ignorarlo -me dijo-, pero trazaron líneas en ti… Sin que te dieras cuenta las fueron marcando… Ahora, conocen la altitud y latitud de cada una de tus emociones, las coordenadas donde nacen y desaparecen cada una de ellas… Te cartografiaron, Vian. Te diseccionaron. Eso hicieron en ti. Lo peor es que ni siquiera te forzaron. No opusiste resistencia. Los dejaste entrar para que rascaran tus heridas. Por comodidad o porque preferiste, tal vez, hurgar en las de otros. No te percataste en aquel momento, pero ahora ya lo puedes ver. Son marcas imaginarias, por supuesto, pero las puedes ver. Te llenaron de líneas imaginarias y te robaron la realidad de esa forma. Tu realidad. Te parcelaron de tal forma que ya ni siquiera eres tú mismo. O no el que eras, al menos. No el que sabías que eras. Te volvieron imaginario, Vian. Tal vez creíste que pactaste. Que hiciste un trato del que obtendrías beneficios. Puedes comprobar, sin embargo, que no fue así. Aunque guardase silencio sé que podrías comprobarlo. Te dejaron ser el eco de ti mismo, Vian. Únicamente te permitieron eso. Mientras, desmantelaron aquello en que creías. Aquello que te permitía ser un todo. Tener voz. Decir algo. Me apena decirlo, pero la culpa es tuya, Vian. Eso dejaste que te hicieran.

viernes, 16 de julio de 2021

El día llegó como un yogurt.


El día llegó como un yogurt. Con un sabor artificial y con la fecha de caducidad escrita en la tapa. Había que comérselo, simplemente, antes que terminara el día. O más bien, para que el día yogurt terminara. Bien podía no comerlo, es cierto, pero la fecha ahí, a simple vista, era una presión contra la que no combato. Estoy invicto, por cierto, justamente porque no combato. Me enorgullezco de aquello. De saber que puedo elegir no combatir. Y me enorgullezco también de haber descubierto el rostro secreto del día. No es un rostro pulcro, ni sencillo. Se trata más bien de un rostro que mira en todas direcciones, pero nunca a quien lo observa. Un rostro retorcido como un sacacorchos y que es incapaz de observarse a sí mismo. Tal vez por eso se enmascara. Tal vez por eso llegó como un yogurt y te ofrece de inmediato la fecha de término. El momento en que el día vence y ya no puedes consumirlo. Yo lo acepto entonces, mientras aún es tiempo, pero no me engaño. El sabor es artificial, pero si fuera natural sería amargo. Cuando ya no puedo más suele llegar el fin. No creo que sea coincidencia. El fin del mundo es el final del día.

jueves, 15 de julio de 2021

Una mugre en un ojo.


I.

Fue al doctor porque tenía una mugre en un ojo.

Desde hacía días la tenía, y el ojo se le había irritado.

Al cerrar el ojo incluso creía percibirla, tras el párpado, pero no había podido sacarla.

Tampoco sabía lo que era, pero pensaba en algo así como una piedrecilla minúscula.

Un grano de arena, tal vez.

Eso fue, más o menos, lo que le dijo al doctor.


II.

El doctor lo revisó y confirmó sus sospechas.

Efectivamente, tenía una piedrecilla minúscula en un ojo.

Extrañamente, eso sí, no la tenía en el ojo que mantenía irritado.

Probablemente, ese ojo se irritó por el esfuerzo y el roce constante de las manos, le explicó el doctor.

Luego el médico le sacó, a través de varios lavados, la piedrecilla del ojo que él creía sano.

La dejó sobre una pequeña fuente platead y se la mostró.

Era una piedrecilla minúscula, apenas perceptible.

Como él no sabía qué decir la siguió mirando hasta que el doctor rio y le preguntó si quería llevársela.

Él rio también y dijo que no, que no era necesario.

Entonces el doctor le recetó unas gotitas, y la consulta terminó.


III.

Ya en su casa, de regreso, él estuvo un buen rato mirándose al espejo.

Observando el reflejo de sus ojos, más bien, en el espejo.

Mientras lo hacía, pensó en la sensación que había percibido en el ojo equivocado.

En la naturaleza de esa sensación, y en lo extraño que resultaba todo aquello.

Finalmente, tras no encontrar explicaciones, el hombre que estaba frente a él se volteó y le dio la espalda.

Él, poco después, siguió su ejemplo.

miércoles, 14 de julio de 2021

Mi forma de ser breve.


Como me lo pediste trataré esta vez, de ser más breve.

Más directo, incluso, si eso es lo que quieres.

No es algo que me guste, pues suelo evitar ese tipo de contacto.

No lo hago por miedo, en todo caso.

Si me conocieras un poco, no pondrías eso en duda.

Tampoco lo hago por rehuir el tema, ni por razones de estilo.

Solo señalo esto antes, aunque parezca que me desvío, pero no es así.

No te molestes.

No te agites ni te canses.

Simplemente lo señalo.

No lo explico porque explicar deja en el mismo sitio las palabras.

Y yo busco, en cambio, devolverlas.

Por eso el preámbulo:

Porque me las saco de encima.

Las devuelvo en otro orden.

Me limpio de ellas.

Y es por eso, también, que esto es un diálogo, aunque no lo parezca.

Y aunque no lo parezca yo ejerzo aquí, mi derecho al diálogo.

Pero claro… tú me habías dicho algo.

Hoy prefieres algo así como un resumen.

Más directo... pero ante todo más breve.

Esas fueron tus palabras.

De acuerdo, pero luego no te quejes:


Te pasas la vida regalando cosas que no te pertenecen.

Nada de lo que das es verdaderamente tuyo.


¿Eso querías?

Pues esa es mi forma de ser breve.

martes, 13 de julio de 2021

Un nuevo tipo de acercamiento.

“Un nuevo tipo de acercamiento,
más etéreo, menos conclusivo,
sin esqueleto ni funciones,
levemente puro
y de desarrollo escaso”
O. W.


Podría clasificarse como un libro de detectives, pero se desarrollaba de manera singular. Ya en el primer párrafo te indicaban quien era el asesino. Directamente, me refiero, no por indicios ni indirectas. De ahí en más el misterio consistía en averiguar el quién era la víctima y reconocer el móvil, que no se dejaba ver a simple vista.

De hecho, debo reconocer que en mi caso, aunque lo leí con detenimiento, no logré descubrir -tanto en primera como en última instancia-, quién realmente había sido asesinado. Anoté pistas, datos, recordé secuencias, pero mientras más analizaba el contenido, más me alejaba de conclusiones claras. Incluso, por un momento pensé que todos estaban muertos menos el asesino, o que el asesino se había dado muerte a sí mismo… pero deseché también estas opciones.

Era un libro, pensé entonces, que adopta la estructura de novela de detectives, pero que solo ofrece un victimario, careciendo de víctimas.

Se tratada de una conclusión no muy lógica, lo admito, pero no había espacio para algo más. Además, pensar que el asesino inventó el crimen o que se quiere plantear que el propio lector sea la víctima, me resultaba también algo obtuso.

Además, ¿qué podía concluirse, en este sentido, sobre el victimario?

Le di vueltas al asunto hasta que me decidí por lo siguiente:

Un criminal que debemos dejar en libertad, tras la lectura, por falta de pruebas. Un asesino liberado, en definitiva, de su culpa. Pero que no acepta la gracia.

lunes, 12 de julio de 2021

Kamikazes (apuntes)


Imagino la situación como una escena de película Pixar. Esas en que cada auto o avión tiene su personalidad y conversan como si nada. Cada uno con sus propios problemas. Como si no fuesen cosas.

En vez de Cars, probablemente, se titularía Kamikazes.

Una escena ocurriría en un bar (en un hangar-bar). Entre distintos aviones kamikazes que beben mientras hablan de forma más o menos inconexa. Con cierto desgano, como si supiesen que sus interlocutores no tienen, tampoco, respuesta alguna.

En esta escena, por cierto, se desarrollarían algunos diálogos al azar, mientras la cámara se mueve en el lugar, hasta salir del recinto y fundirse en el exterior.

-Años buscando un sitio donde estrellarse... Un blanco perfecto. Algo que valga la pena destruir. Luego lo encuentras y descubres que no estás listo. Que dudas no sabes por qué. Porque te has encariñado con la búsqueda. O no sé.

-…

-Dejé de volar con él desde hace unos meses… supongo que me cansaban sus preguntas raras… cuestionamientos existenciales si quieres… Podíamos estar volando en medio de la nada y se ponía a hablar: Al estrellarme, ¿dejo de ser yo y mis restos se confunden con aquello que destruyo, o mantengo más bien, mi individualidad? O peor aún… ¿puede realmente un individuo ser un kamikaze si elige estrellarse contra objetivos propios…? Y luego seguía… ¿Cómo sabes que tan propio es ese objetivo…? De verdad era agotador… Filosofía barata y nada más; no se lo recomiendo a nadie.

-…

-¿Has pensado qué es lo que explota, finalmente…? ¿Eres tú lo que explota o hay que elegir un blanco que sea fácilmente combustible? ¿Cargarse de explosivos, tal vez, o solo aspirar a la destrucción producto del choque, del impacto mismo?

-…

-Para asegurarse, de todas formas, mejor explotar con el estanque lleno.

domingo, 11 de julio de 2021

La silla.


Sentado, en la silla, descubro de pronto una leve inclinación. Una inclinación leve. Un tambaleo ligero. Ma había sentado por años en esa silla y nunca lo había notado. Desde que lo noté, sin embargo, no dejé de sentirlo. No dejé de ser consciente de él, me refiero. Y claro, comencé a forzar un poco la inclinación hasta que esta dejó de ser tan leve y pareció acrecentarse. Días después, derechamente, ya se había soltado una pata. Hice caso omiso y acerqué la silla hacia la muralla. Supongo que por seguridad, no sé. O solo son cosas que uno hace. Entonces pasó más tiempo y pasaron también, por supuesto, más cosas. Cosas que no cuento pues me centro por el momento en la silla que es aquí el asunto y hasta el título de todo esto. Fue así que un día tomé la silla y la saqué fuera de casa. La volteé y la apoyé sobre una mesa y observé sus patas. Tomé la que estaba suelta y la forcé un poco. La quebré. Entonces la arranqué y la dejé a un costado. Luego fui por algunas herramientas, y comencé a desmontar todo. Saqué las otras patas. Desarmé el respaldo, la base del asiento. Eran muchos los trozos que comenzaron a apilarse, unos sobre otros. O entre otros, más bien. Terminado esto observé lo que estaba frente a mí. Así, finalmente descubrí que nunca aquello fue una silla. Me había sentado por años en una ilusión, pensé. En un constructo falso. No sé cómo no me vine abajo antes.

sábado, 10 de julio de 2021

¿Por qué no ladra Scooby Doo?


Recuerdo haber pensado esto de pequeño y hasta haber titulado así una especie de collage que presenté, haciéndome el interesante, en uno de los pocos encuentros que logramos realizar en la ya casi desaparecida fundación Otto Wingarden.

El collage, por cierto, reunía una serie de referencias a eventos cotidianos de distinto tipo, aunque también reemplazaba en ocasiones el rostro de algunas personas por el de Wittgenstein, lo que parecía dar la clave a la interpretación más obvia que sugería mi trabajo.

En esa oportunidad, la conversación nos llevó también a reflexionar sobre la cobardía de Scooby Doo, llegando a la conclusión que el lenguaje que había aprendido esta caricatura -y que lo llevaba a balbucear algunas palabras en situaciones casi siempre desesperadas-, era la puerta por la cuál ingresaba la cobardía y otras emociones ajenas a la naturaleza primera de este personaje.

Recuerdo que estuvimos así varias horas, bebiendo y hablando sobre cuestiones de esa índole hasta que -supongo-, todo comenzó a perder sentido, o a revelar más bien que nunca lo tuvo, revelándonos al mismo tiempo que la razón principal por la que no ladraba Scooby Doo era la misma razón que nos llevaba, entonces, a dejar inconcluso aquel encuentro. Y que nos llevó, con el tiempo, a la casi desaparición de esta fundación que mencionaba en un inicio. Y hasta al final abrupto, ahora, de este text

viernes, 9 de julio de 2021

Chinos que caminan hacia atrás.


Por años pensé que lo había soñado, pero hace unas horas comprobé que era cierto.

Existe un documental sobre chinos que caminan hacia atrás.

Por años tuve imágenes dispersas que pensé pertenecían a un sueño, pero di con el documental casualmente, durante la tarde y todo ha vuelto a un lugar más cercano a lo racional.

El documental, por cierto, no habla solo de chinos que caminan hacia atrás, sino que aborda en general el tema de la longevidad china, dedicándole una buena porción de tiempo a mostrar la costumbre de los habitantes de algunas aldeas, que caminan -al menos un poco cada día-, justamente hacia atrás.

Más allá de la posibilidad que estos hombres piensen que retroceden el tiempo al retroceder sus pasos, lo que se sugiere en el documental es el gran número de beneficios que alcanzarían estas personas al caminar en dirección contraria, ya que esto -si bien no reduce concretamente sus años-, ayuda al menos a ejercitar el cerebro y a mantenerlos lúcidos hasta edades avanzadas, evitando así algunas enfermedades relacionadas con la senilidad y retrasando el inevitable deterioro al que se enfrenta cada día todo ser humano.

Ahora bien, ¿cambia en algo mi situación luego de comprobar que ciertas imágenes que creía ficticias reflejaban directamente un aspecto de la realidad?

Me atrevería a decir que sí, aunque solo levemente.

Tan levemente, que ni siquiera intentaré explicarlo.

Así, mientras recuerdo la imagen de una pareja de ancianos que cruza un puente en sentido inverso, pienso también en el desgaste y deterioro inevitable que se filtró sin darme cuenta en un párrafo anterior, cambiando -también levemente-, la trayectoria que dirigía mis palabras.

Tan levemente, eso sí, que ni siquiera intentaré explicarlo.

jueves, 8 de julio de 2021

En un traje de oso.


M. trabajó tres semanas en un supermercado, promocionando una nueva marca de miel, dentro de un traje de oso.

Al parecer, la idea original era promocionarla con chicas vestidas de abeja, pero habían desechado este plan porque ya en su última campaña habían sido acusados de explotar demasiado a las jóvenes y promover conductas sexistas.

Como el traje le dejaba bastante espacio y no lo vigilaban demasiado, M. aprovechó de sacar varios productos del supermercado, durante esas dos semanas.

Productos gourmet, mayormente, que pensó podía revender entre sus amigos o cambiarlos, al menos, por otras cosas que pudiese necesitar.

Tenía permiso para sacarse el traje cada 90 minutos y tomarse un pequeño descanso, en el que dejaba los productos en el bolso en que llevaba ropa de cambio, y que llenó de productos cada día durante esas tres semanas.

Un solo guardia sospecho de él, durante aquel tiempo, pero finalmente no hizo nada pues él mismo sacaba alguna cosa de vez en cuando, y prefirió dejarlo pasar.

Fue unos días después de terminar el trabajo cuando M. llamó a sus amigos y les envió fotos de los productos, que ofreció venderles por un tercio del valor real.

En un principio le costó, pero luego de un tiempo logró vender todo.

No hizo nada trascendente con las ganancias, pero al menos no tuvo complicación alguna.

También se quedó con el disfraz de oso, que permanece aún en su cuarto arrojado en un rincón, como un animal muerto.

M. piensa que en la vida, ciertamente, nada tiene moraleja.

miércoles, 7 de julio de 2021

Pañuelos de papel.


Ella tenía una caja llena de pañuelos de papel.

No en los paquetes originales, sino solo los pañuelos de papel.

Ordenados en filas y unos sobre otros.

Guardaba la caja en la parte baja de un armario.

De la misma forma como antaño se guardaban cartas u otras cosas secretas.

La caja parecía haber sido de unas botas, aunque no lo recuerdo muy bien.

Había pañuelos de distintos tipos, pero no era exactamente una colección.

No había diseños extraños y muchos de ellos estaban “repetidos”.

Simplemente eran pañuelos de papel, ordenados en aquella caja.

A veces, cuando me quedaba a solas en su casa, sacaba y observaba aquella caja.

No sé bien por qué lo hacía.

Aunque debo confesar que me tranquilizaba hacerlo.

Nunca hablamos de aquello, de todas formas.

Me refiero a que nunca le confesé que había visto al interior de aquella caja.

Y tampoco, por supuesto, le pregunté nada sobre ella.

Dejamos de vernos por una serie de discusiones menores que ya no vienen al caso.

A veces, cuando la recuerdo, pienso en ella al mismo tiempo que en su caja con pañuelos.

Como si ambas hubiesen sido algo similar, de alguna forma.

Pañuelos de papel ordenados en una caja.

Algo desechable, en el fondo, intentando ser eterno.

martes, 6 de julio de 2021

Criaturas extrañas.


Hicieron una vez un concurso para crear criaturas absurdas. En principio era un desafío escolar, de la asignatura de artes, vinculado a la realización de un diseño extraño. Perros con patas de gallina, cocodrilos con plumas… cosas de ese estilo. Luego, sin embargo, el concurso creció e incorporó otras áreas. Usar la criatura como el protagonista de una historia breve, en principio, aunque poco a poco se fueron agregando elementos más complejos. Cálculos exactos en el diseño, para determinar características, velocidad y fuerza. Descripción de métodos de reproducción, alimentación y esperanza de vida. Una inclusión factible en un ecosistema determinado y su participación en la cadena alimenticia. Un sistema social de jerarquías y de asignación de roles que asegurara su supervivencia. Estadísticas que proyectaran su crecimiento seguro como especie. Y hasta hubo quien se aventuró a pedir una redacción que explicara el sentido de vida, que tendrían esas nuevas criaturas absurdas.

Todo fue bien, por cierto, hasta ese último punto, pero luego las cosas comenzaron a complicarse. Y es que, al no poder desarrollar esa última redacción, comenzaron a darle vueltas a eso del “sentido de vida”. Y hasta se acusó a quién lo propuso por ser poco concreto, no dar instrucciones claras y carecer de rúbricas adecuadas.

Hubo intentos y pequeñas discusiones, por supuesto, pero finalmente se decidió que el trabajo estaría completo sin este último punto. Se arguyó, entre otras cosas, que era innecesario para los objetivos propuestos. Y que no apuntaba a un indicador claro.

Los estudiantes que lograron todo lo demás fueron calificados con un 7. Es decir, se les otorgó un número.

El siete, está formado por un segmento lineal vertical, generalmente inclinado, y un segmento lineal más pequeño horizontal que nace desde su extremo superior.

lunes, 5 de julio de 2021

La técnica ACME.


Yo al menos me lo imagino así. Mientras sufro o me duelo por algo, al menos. ¿Quieres saber qué hago? Pues es simple: imagino que todo es marca ACME. Como los implementos y productos que usaba el Coyote para atrapar al Correcaminos. O para intentar atraparlo, más bien. No es que duela menos de esa forma, pero al menos sabes que aquello no te mata. Que ocurra lo que ocurra volverás a abrir los ojos. Que volverás a pararte, aunque no quieras. Soledades marca ACME. Ataúdes marca ACME. Pérdida de fe marca ACME. Absolutamente todo, hoy por hoy, me lo imagino con ese sello. A veces lo escribo, incluso, en el borde de las cosas. O lo escondo en los pliegues. Y mientras duele lo leo. Mientras pienso que viene lo peor, lo leo.

No es en todo caso que aquello te haga más fuerte. No prometo tanto. Y es que obviamente es mentira esa frase que repiten por ahí diciendo que aquello te fortalece. Lo cierto es que hay desgaste. No te mata ni te fortalece, pero te desgasta. Te obliga a perder algo. A seguir, pero tras haber perdido algo. Es normal, en todo caso. No me quejo. Así son las cosas y no conozco mejores alternativas. O si las conocía las olvidé. O las he dejado a un lado. Llámenme tibio, si quieren, pero sé que no es el caso. Si es ACME no te mata, podría resumir. Y todo es ACME.

domingo, 4 de julio de 2021

A lo mejor la guerra, no sé...


A lo mejor la guerra, no sé… O un meteorito. O tal vez una especie de explosión cósmica. Al menos eso suena razonable. O sea, a mí me suena razonable. No sé a ustedes. Aunque claro, en una de esas me equivoco y el fin llega por sí solo. Sin anuncios me refiero. Porque sí, simplemente. Porque era el tiempo, digamos, y tenía que llegar. Y entonces se apaga todo de una vez, como si alguien presionase un gran interruptor. Sin darnos cuenta siquiera. Sin sufrimientos ni temores de por medio. Un clic, me imagino… Un único clic. Pero no sé nada, en realidad…

De todas formas, no es que piense demasiado en eso. Apenas le doy unas vueltas de vez en cuando. Casi siempre como un presentimiento. O como una sensación, tal vez. Eso y poco más.

Una vez, de hecho, pensé que había llegado y luego vi que no. O creí que no, pienso ahora, mientras escribo estas líneas. A lo mejor sí llegó y todo esto es algo así como el eco de otra cosa más real que finalizó hace un tiempo. Las manchas de luz que quedan luego que la gran luz se apaga.

Sea como sea, todo es frágil de cierta forma. Y engañarnos con aquello es tan absurdo como esconder bajo una manta, la verdad.

La luz se junta en las fisuras.

Y no hay fisuras, en la oscuridad.

sábado, 3 de julio de 2021

De cero.


Es extraño no poder partir de cero con un nuevo computador.

Me refiero a tener que vincular perfiles y cuentas que en el fondo llevan mis enlaces frecuentes y sitios favoritos hasta otro dispositivo que envejece de inmediato y me amarra de cierta forma al yo que usaba un computador previo.

Ya me había pasado una experiencia similar cuando demoré semanas decidiendo sobre si recuperar o no los contactos y datos asociados a un número de teléfono antiguo hasta que decidí finalmente que no, que los contactos realmente necesarios volverían tarde o temprano y descubrí entonces que transmitía buenas sensaciones esa precaria ilusión de partir de cero, nuevamente, aunque fuese a partir de la renovación un dispositivo tecnológico, y no de un cambio más profundo.

Por otro lado, no es que necesariamente uno quiera a cada rato partir de cero -o tener la ilusión más bien, poder hacerlo-, pero al menos poder usar el nuevo computador de forma invisible, sin la obligación de tener que nombrarme y comenzar de esta forma a acumular archivos, escritos y descargas nuevamente, pero ahora sobre una nueva base.

No faltará, por supuesto, quien me hable de posibilidades “tecnológicas” para hacer esto: creación de nuevos perfiles, navegar como invitado, entre otras. Pero lo cierto es que la sensación de “comenzar desde cero” no puede hacerse a costo cero. Es decir, para comenzar nuevamente (reitero que sé que es una ilusión, pero me permito la licencia), hay que perder algo previamente. Dejar atrás algo, me refiero. Un perfil, archivos y enlaces, aunque sea.

Ahora bien, ¿no es contradictorio que con este blog hace más de diez años piense de esta forma?

Por supuesto que no, aclaro.

Y es que acá -para bien o para mal-, digamos que soy otro, todo el tiempo.

viernes, 2 de julio de 2021

Plantas por libros.


Como armé computador nuevo (en realidad lo armó mi hijo), tuve que dedicarme a ordenar el lugar, pues estaba demasiado lleno de cosas y no dejaba espacio ni generaba buen ambiente para desarrollar mi trabajo.

En el proceso, desarmé el escritorio incluso, sacando unas repisas y superficies que dejaban menos espacio para otros implementos necesarios. Así, entre sacar unas cosas que ya no usaba y poner otras que deseaba tener a mano, terminé liberando un poco de superficie, lo que de inmediato pensé en ocupar con algunos libros, de esos pocos que he comprado en los últimos años y que han comenzado a apilarse en diversos rincones, pues el espacio oficial de la biblioteca ya no daba para más.

Lo extraño de todo esto fue que, una vez que puse libros en algunos de esos espacios liberados, a pesar que estética y funcionalmente habían quedado en una buena posición, me decidí a sacarlos nuevamente, y poner algunas plantas en esos sitos.

Así, a pesar que el invierno ha afectado a varias de mis plantas y no se encuentran, algunas, en buenas condiciones, decidí reubicarlas más cerca de mi espacio de trabajo, reemplazando libros por ellas.

Reitero la idea, pues debo reconocer que me sorprende el reemplazar libros, y hasta me imagino -exageradamente, por supuesto-, recorriendo barrios ofreciendo cambiar mis libros por plantas, de una forma similar a la que, décadas atrás, algunos comerciantes recogían chatarra u otros utensilios y te entregaban plantas, pelotas o cosas similares, en retribución.

Debo convencerme todavía, por supuesto, de que se trata de un buen negocio.

Aunque debo reconocer que, en el fondo, me lo imagino no como un negocio, sino más bien como un intercambio de regalos. De seres vivos.

jueves, 1 de julio de 2021

Un hombre en la batalla de Stalingrado.


-Sé que participé en la batalla de Stalingrado -nos dijo el viejo-, solo que no me calzan las fechas.

Entonces nos explicó algunos pormenores de todo aquello -al menos de lo que le habría tocado presenciar-, nombres de compañeros y de su superior, incluso detalles de diversas situaciones previas con detalles mínimos, que bien podían ser inventados, pero que construían una imagen muy completa, coincidente con todo lo que pudiésemos saber sobre aquel acontecimiento.

Mientras hablaba, el anciano dibujaba en papeles supuestas rutas, nos explicaba el recorrido de la operación azul y lo terrible que fue ese periodo luego del cual no regresaría nunca más a Alemania, y viajaría a América, junto con su hermano, quien habría fallecido hace algunos años, en el mismo hogar en el que ahora él se encontraba.

Nosotros, por cierto, habíamos ido hasta ese lugar a hacer una pequeña entrevista a aquel hombre, pues su historia --que había aparecido en una breve nota en tv, meses atrás-, nos servía para explicar una idea esbozada por Lacan en algunos estudios de psicoanálisis que nos interesaban en aquel entonces.

Más allá de detallar esas ideas y los pormenores de las conversaciones que tuvimos con aquel hombre, lo que aún me sorprende de todo aquello era la seguridad con que él refería su historia, y la forma en que había generado un “vínculo” con todo aquello, más allá que sus recuerdos probablemente los hubiese obtenido de libros o películas que confundía hasta el punto de creerlos suyos.

-Las fechas y mis datos personales no me calzan, pero me calza todo lo demás… lo que siento, las culpas, los miedos… todo lo que soy calza con eso -nos dijo en varias ocasiones.

Tanto me afectó escucharlo aquella vez que yo mismo comencé a preguntarme si mi “historia” calzaba con aquello que soy, o lo que yo era, en ese entonces.

Estoy seguro que, de haberlo conocido, ustedes también se lo habrían preguntado.

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