viernes, 31 de enero de 2014

Cómo se hizo la ballena.



Lo descubren tras un examen de rutina. Un dolor reiterado al estómago que lo obliga hacerse una ecotomografía. Así, tras captar cierta anomalía los exámenes siguen hasta dar con aquello.

-¿Es un tumor, doctor?

-¿Es benigno?

-¿En qué fase se encuentra?

El doctor explica entonces que no, que de cierta forma es un tumor, pero que en realidad se trata de otra cosa. Lo citan entonces en una prestigiosa clínica. Lo hacen firmar papeles para registrar su anomalía a cambio del tratamiento gratuito.

-¿Pero qué es doctor?

-¿A qué se refiere con qué es algo vivo?

-¿Una especie de Alien?

Él se acuerda entonces de un piano que había en casa de abuela. Un piano grande que estaba en un cuarto casi al centro de la casa. Lo extraño era que el piano no cabía por la puerta del cuarto en que se encontraba… ¿acaso estaba ahí desde antes que la casa?

-¿A qué se refiere con que es una especie de ballena…?

-¿Y cómo se formó, doctor?

-¿Cómo se hizo la ballena?

Nadie se pregunta cómo. Es decir, lleva días ahí, entre exámenes. Llegaron incluso doctores extranjeros. No entiende qué dicen. A veces las cosas no tienen razón. En eso piensa. Por la noche se acuerda de la historia de Jonás así que pide una Biblia, para el otro día.

-¿Hasta cuándo voy a estar acá, doctor?

-¿La van a quitar o la van a dejar dentro?

-¿Hay alguna conclusión?

Ya nadie le habla. No es que tenga mucho qué hacer, pero quiere irse del lugar. Irse aunque sea con la ballena dentro. No tiene misión, pero igual quiere irse. Es el AntiJonás, el hombre sin misión que guarda dentro de sí la ballena que quizá rehuyó de algo…

-¿Me está ofreciendo un sueldo, doctor?

-¿Dinero por estar acá, mientras filman el procedimiento?

-¿No cree que eso es poco ético doctor?

Qué mierda. La ballena dentro del hombre. El hombre dentro de la sala. La sala dentro de la clínica. Todo eso y los doctores abriendo todo el día cajas chinas. Así no se descubre el cómo, piensa el hombre. El secreto es otra cosa, no se busca de esa forma.

-¿Estoy sedado, doctor?

-¿De verdad tenía una ballena o el problema es otro…?

-¿Esta es la operación definitiva?

El hombre fuera de la clínica. Aparentemente recuperado. Lo que fuese que había estado dentro suyo podría haber llegado al corazón. Se salvó de una muerte segura, le dijeron. Todos olvidan la ballena como olvidan el apéndice. Nadie lo pide de recuerdo, nadie lo extraña.

-¿Puedo hacer mañana mi vida normal, doctor?

-¿Puedo hablar de lo ocurrido?


-¿Qué es esa sensación que quedó, como un vacío…?

jueves, 30 de enero de 2014

Un huevo / Una vergüenza



-Mi abuela tenía una gallina –me dijo-. Una gallina que se decía era casi tan vieja como ella y qué solo ponía huevos para ocasiones especiales y para gente determinada… Así, cuando ponía, la abuela mandaba llamar al destinatario de ese huevo y se lo entregaba, casi como una herencia solemne…

-¿Y cómo se sabía para quién era el huevo? –pregunté.

-No sé bien… Eso lo decidía la abuela, supongo… Pero el caso es que así fue pasando casi toda la familia…

-¿Y qué hacían con el huevo?

-Lo recibían po… y se lo llevaban… Luego lo abrían y descubrían el mensaje, como en una galleta de la fortuna.

-¿Cuál mensaje?

-Parece que lo he explicado mal… Lo que pasa es que el huevo que entregaba mi abuela tenía cosas especiales dentro… un trozo de madera, un vidrio de color, lana de color…

-¿Y tú creías eso?

-Sí po, hueón… y además creíamos que esos objetos eran una especie de secreto, un símbolo de algo importante… todos nuestros parientes los guardaban como un tesoro importante… Además la gallina era sí como mística… andaba súper silenciosa, junto a mi abuela…

-¿Y a ti qué te tocó?

-Es que ese es el problema po, hueón… y la razón por la que no visito ya a mis parientes…

-¿Te salió un mensaje que interpretaste como una señal de alejamiento…?

-No… lo que afectó todo fue mi reacción…

-¿Puedes explicar?

-Sí… lo que pasa es que yo era chico… y siempre pensé que iba a recibir algo, no sé… enigmático, quizá… por último una piedra de color, no sé…

-¿Y qué recibiste?

-Un pollo.

-¿Cómo?

-Un pollo normal po, hueón… Esperé que se abriera y salió un pollo, en vez de algo especial… y bueno, eso me dio rabia.

-¿Rabia porque te salió un pollo?

-Sí po, hueón… es que todos tenían cosas, símbolos… yo tenía un pollo… Puede parecer raro ahora, pero para mí fue importante… no tener nada especial, me refiero…

-No entiendo.

-Vivíamos en el campo, hueón… Teníamos hartas gallinas, hartos pollos… Yo pensé que todos se iban a burlar…

-¿Y qué hiciste?

-Me enojé. No volvía hablarle a la abuela y maté al pollo. Me acuerdo que lo escondí dentro de un chaleco y luego le tiré piedras, junto a un árbol…

-…

-Mi abuela me vio desde la ventana, sabes… y me mandó llamar.

-¿Fuiste?

-Sí. Pero no hablé. La escuché no más, pero no entendí en ese momento. Yo era chico, igual… como diez años, quizá…

-¿Qué te dijo?

-Me intentó explicar que el pollo era el mejor regalo… era el único que estaba vivo… cosas así.

-¿Pero no te retó… por matar al pollo, me refiero?

-No… o sea, no por eso. Recuerdo que lo último que me dijo fue que yo había sido el más especial, pero que había elegido ser peor que todos…

-Igual es fuerte para un niño…

-Quizá, pero no entendí entonces… yo tenía rabia no más…

-¿Y no volviste a hablar con tu abuela sobre eso?

-Ni de eso ni de nada. La vi un par de veces, pero no le hablaba… Igual los niños casi ni hablábamos, en ese entonces, con los grandes… Luego nos vinimos a Santiago y después la abuela murió.

-¿De algo en especial…?

-No, de vieja no más, igual que la gallina… de hecho dicen que las enterraron juntan a ambas, aunque no sé si es verdad.

-¿Y lo de los huevos, siguió haciéndolo hasta que se murió?

-Creo que sí… no sé bien… yo no volví a hablar con esa parte de la familia…

-¿Por qué? ¿Seguías con rabia por lo del huevo?

-No. Rabia no.

-¿Y entonces?

-No sé… vergüenza, quizá…

-…

-Sí, eso… supongo que se llama vergüenza.


miércoles, 29 de enero de 2014

Palomas mensajeras.



Todos me advierten que no lo tome en serio.

No lo escuches mucho, me dicen. Es buen tipo, pero la cabeza le anda mal.

Entonces, con cierto cuidado, yo lo observo.

Está cerca del lago, mirando al cielo.

Me acerco unos pasos. Lo saludo.

¿Ves esa paloma?, me dice. Yo la entrené, está llevando un mensaje.

Es un loro, le digo. Un loro tricahue, parece.

Él se calla por un momento.

Cuando las entrenas son palomas, explica. Los loros no sirven para llevar mensajes.

Yo asiento.

Esa de allá también es de mis palomas… y esa otra también, más chica, agrega.

Yo observo un zorzal y una especie de gorrión verde.

¿Todas llevan mensajes?, le pregunto.

Todas. Responde. Siempre.

Vemos pasar otros pájaros.

Palomas mensajeras, diría él.

¿Y dónde llevan el mensaje?, pregunto.

A todos lados… no hay destinatario específico, señala.

Yo me refería a dónde llevan ellas el mensaje, aclaro. Dónde lo portan… ¿Amarrado en una pata…?

En todo el cuerpo, dice él. Pero no amarrado.

Yo lo miro sin entender.

Ellas son el mensaje, agrega. Vuelan, se llevan a sí mismas… te muestran el mensaje

¿El mensaje que son ellas mismas?, pregunto.

Exacto, contesta.

El mensaje que son ellas mismas.

martes, 28 de enero de 2014

El paseo de Canossa.


Conozco en un camping a una canadiense que tiene un cuaderno de dibujos. Todos a carboncillo, me parece. Nada muy singular hasta que me fijo en que todos parecen hacer referencia a un mismo hecho histórico: el paseo de Canossa.

En dicho “paseo”, el emperador del sacro imperio romano germánico, Enrique IV, viaja hasta donde el Papa para que este lo reintegre a la religión católica luego haberlo excomulgado. Así, se supone que el emperador pasó tres días descalzo, sobre la nieve y cubierto solo de una manta para lograr conmover al papa y ser absuelto.

Así, más allá de la cuestionable certeza del hecho, y dejando de lado las importantes razones políticas que lo motivaron, observo conmovido en aquel cuaderno al menos cuarenta bosquejos de un hombre frente a una fortaleza, esperando. Con los ojos fijos en algo que está más allá de lo ue aparece en ese cuadro. Algo que no se ve.

No habla mucho español, la dibujante canadiense, pero ambos coincidimos en cierta necesidad real, de hacer guardia frente a aquello que queremos que nos absuelva.

Hacer guardia frente a un puente, dice ella.

Tomamos un té con durazno.

Yo comprendo.

Comienza a llover un poquito, sobre un lago.

lunes, 27 de enero de 2014

Míster Magoo: Qué hermoso es el mundo.


“-¡Qué lindo cómo nada ese perro!
-Se está ahogando, mr. Magoo, y es su hijo.”


Casi me convence.

Míster Magoo, me refiero.

De vez en cuando damos una vuelta y él comenta extasiado.

¡Cuánta belleza…!

¡Cuánto amor en las personas…!

Yo lo dejo hablar.

A veces incluso intento ver
por sus ojos que no ven.

Y claro… casi me convence.

Una noche se duerme y me pruebo sus lentes.

¡Qué engaño…!

No hay aumento ni distorsión alguna.

A partir de entonces lo espío.

Sospecho segundas intenciones, incluso.

Quizá por eso averiguo los datos de su oftalmólogo.

El señor Magoo tiene una vista perfecta, me dice.

Los exámenes no revelan inconvenientes.

Con todo, voy hasta la clínica y observo sus exámenes.

Todo está en orden.

Entonces vuelvo a juntarme con Magoo.

Él me habla de Waldo, de sus nietos, de sus flores.

Usted no tiene nietos, le digo.

Waldo se ahogó.

Su jardín está lleno de maleza.

Míster Magoo finge no escuchar y reubica sus lentes.

Luego me dice que cierre los ojos.

Ha empezado a llover.

Sienta el olor de la tierra mojada, me dice.

Aspírelo hasta que llegue al corazón.

Como me siento un poco culpable lo hago.

Dudo un poco, pero lo hago.

Aspiro.

El aroma es hermoso.

Ya ni sé dónde tengo el corazón.


domingo, 26 de enero de 2014

Mi amor, no es lo que piensas.



-Soñé con esa frase de mierda.

-¿Qué frase?

-Esa frase po, hueón.

-¿Pero qué frase…?

-La de ayer po, hueón… esa en que se quedó pegada la película… cuando el hombre entraba de improviso y la mujer intentaba explicar…

-¿Cuál era…?

-“Mi amor, no es lo que piensas”.

-¿Era esa?

-Claro… acuérdate que quedó harto rato en la pantalla, hasta que volvimos a iniciar el disco.

-Verdad.

-Era muy hueón el sueño, a todo esto… o sea, no era en contexto de pareja… o no como en la película, al menos…

-¿Y cómo era entonces?

-Es que se decía en todo momento… o sea, me acuerdo que en el sueño yo iba en el metro y veía gente… cada uno en su mundo, aunque todos bien, o normal al menos… el hueón con el diario, un tipo con audífonos, una chica con mochila… todos en silencio…

-¿Tú también ibas?

-Sí… al trabajo parece, en la mañana… pero el punto es que apenas tú o alguien miraba a otro, ese otro reaccionaba y te decía la frase… y con el mismo tono.

-¿La frase de la película?

-Sí po, hueón… esa... Imagínate, uno miraba a alguien… salías un poco de ti mismo y entonces te dicen eso, con un tono raro, medio molesto: “mi amor, no es lo que piensas”.

-¿Pero todos se decían eso?

-Sí po, hueón, todos… era desesperante…

-¿No chistoso?

-No hueón, para nada… es que no se decía nada más po, hueón… y entonces, para evitarlo, uno no miraba a nadie… o no prestabas atención a nadie…

-Sí, así suena terrible, al menos…

-Sí, desesperante, como te decía… además también lo sentías al revés.

-¿Cómo “al revés”?

-Al revés po, hueón… o sea, te sentías mirado… pensado por los otros… mal pensado, además… y te daban ganas de contestar la misma frase…

-¿Y lo hacías?

-Sí, creo que la decía un par de veces… irónicamente… con rabia, incluso…

-Un mal sueño entonces.

-Sí po, hueón… por lo menos eso… un mal sueño.

sábado, 25 de enero de 2014

Todos los caminos son correctos.


Puede que sea simplemente porque no he dormido. O porque tengo frío. O por la fiebre de estos últimos días. Pero claro, también puede ser que sea cierto. Me refiero a eso que dice el título: que todos los caminos son correctos.

Lo anoto en un papel hace unos años y hoy lo encuentro. Tras elegir al azar varios caminos y venir a dar a una casa que visité hace años. Ahora con mi hijo. Años atrás vine solo. Tanto tiempo, me dicen. Cómo va todo. Usted olvidó esto la última vez.

Entonces me entregan un libro. Una novela de Shusaku Endo. Yo la creí perdida. Ellos me cuentan de un incendio en la casa de atrás. De hecho, ya no hay casa de atrás. Solo quedó el manzano, me dicen. Unos meses después que usted se fuera.

Entonces le explico a mi hijo que yo estuve una semana en esa casa. En un verano hace unos años. Me había perdió igual que ahora aunque desde otro sector. Y es raro, pero vine a dar dónde mismo.

También se murió el abuelo, me dicen. Tenemos pescado con papas. Su hijo es como usted nos contó.

Hablamos de varias cosas y luego salimos a ver las estrellas. En silencio. Luego nos dejan solos. Cuando vamos a acostarnos mi hijo encuentra una hoja en el libro. Hay algo escrito en esa hoja. Yo la miro, pero no logro descifrarlo. Siempre me ocurre lo mismo.

Mañana dibujamos un mapa y volvemos al camino, le digo a mi hijo.

Él asiente y me molesta y se ríe, por mis dotes de guía.

Minutos después, antes de apagar la luz, él logra descifrar el papel dentro de libro.

Todos los caminos son correctos, está escrito el papel.

Buenas noches.


viernes, 24 de enero de 2014

Un amigo en Las Vegas.


I.

Un amigo gana un viaje para ir a Las Vegas. Le salió un cupón en unos naipes ingleses que compró en una tienda del aeropuerto. Encontró el cupón mientras mezclaba las cartas para jugar al solitario. La dejó a un lado pensando que era un anuncio o algo similar. Perdió en el solitario. Después de dos días se dio cuenta que había ganado el viaje. Confirmó que iba en serio tras comunicarse con el número que aparecía en el cupón.


II.

Viaja a Las Vegas. Viaja solo. En el avión intenta acomodarse de forma más cómoda en los dos asientos a los que tenía derecho. No lo logra. Intenta no mirar hacia el asiento que va vacío. Le pide las dos colaciones correspondientes a la azafata. Ella accede sonriendo. Él las come sin hambre.


III.

El premio incluye estadía en un Hotel-Casino de lujo. El lugar está lleno de gente que va a casarse, a jugar o a divorciarse. Parece ilógico lo del divorcio, pero mi amigo me explica que hay leyes especiales para los que se casan en ese lugar. El caso es que mi amigo no corresponde a ninguno de estos grupos. De hecho, no le interesan las apuestas ni los juegos de azar. Respecto al matrimonio prometí que no haría comentarios. Mi amigo pide que lo trasladen a otro hotel.


IV.

Trasladan a mi amigo a otro hotel. Uno igual de lujoso y en el que se celebraba un gran evento. Una premiación internacional de cine porno. Yo pienso que miente, pero me muestra fotos de la ceremonia. No miento al decir que implicaban más producción que los premios Óscar. Mi amigo observa a las actrices. También se fija en los cientos de fans que han atiborrado el hotel. Todos se saludan amistosamente, comenta. Nada es tan sucio. Lamentablemente, señala, debió regresar antes de la premiación final.


V.

-¿Y esas fichas? –le pregunto.

-Me las dieron en el Hotel Casino, como parte del premio –comenta-. En total son cinco mil dólares.

-¿Y no las jugaste…? ¿O no las cambiaste por dinero…?

-No… Creo que son mejor así. Además siguen siendo cinco mil dólares.

-Pero acá no valen nada.

-En ellas mismas sí –me dice-. Como todo en la vida. Eso es lo importante.

jueves, 23 de enero de 2014

Una chica llamada Bradbury.



Conocí a una chica que se llama Bradbury.

Bradbury Josefa F. S.

No le creí hasta que me mostró un documento.

Entonces ella me contó que sí, que sus padres la habían llamado así en honor a Ray.

Fue una larga historia, pero bastante predecible, al fin y al cabo.

Entonces, nos pusimos a hablar del escritor, mientras íbamos a pescar.

Ella tenía equipo y estábamos cerca de un lago, así que acompañé.

Ella contó que le gustaba todo lo de Bradbury salvo un cuento que odiaba profundamente.

En ese cuento un grupo de trabajadores va a quemar la casa de un gran lord, como parte de una revolución.

Sin embargo, tras llegar a la casa, el lord habla amablemente con ellos y le terminan dando una prórroga.

Además, el lord los convence de que salven unos cuadros que estaban en el lugar.

El ocaso de los dioses, unos desnudos de Renoir, algún Rubens, gigante.

Así, los que iban a incendiar la casa se toman un día para llevar esos cuadros hasta sus casas.

Con grandes dificultades intentan hacerlo, pero todos terminan devolviendo los cuadros.

No entraban por la puerta, los desnudos traían problemas con la esposa, El ocaso de los dioses no podían cargarlo, pues se hundían en un pantano que estaba cerca de la casa, por el peso.

Y claro, de vuelta en casa del lord él vuelve a tratarlos amablemente.

Les sirve un trago, lamenta lo sucedido con los cuadros, conversa con ellos sobre trabajo.

Entonces, los que iban a incendiar la casa vuelven a colocar los cuadros y deciden no quemar la casa, y dejar las cosas tal cual.

De hecho, en la última acción del cuento, el lord les pide a los hombres que acomoden mejor un cuadro, que había quedado un poco torcido.

¡Cobardes de mierda…! Grita entonces Bradbury Josefa.

Luego guarda silencio y seguimos pescando.

Tres horas seguimos pescando.

Pescamos dos latas de atún, finalmente.

Mientras las comíamos, Bradbury Josefa dijo que quemó la casa de sus padres.

Yo no le creí, sin embargo, pues no tenía documentos para probar aquello.


miércoles, 22 de enero de 2014

¿Te acorday cuando bajé más de quince kilos?

“Me dijeron que había un americano
que disparaba con gran habilidad,
pero sin espíritu”
M. G., Green Arrow.


-¿Te acorday de cuando era guatón?

-¿Quién?

-Yo po, hueón, ¿te acorday que como en un mes bajé más de quince kilos?

-Hace años eso sí po, hueón.

-Sí po, hace años, ¿pero te acorday de cómo era yo?

-Guatón po, hueón. Así eray.

-No po, hueón… en general digo yo.

-Eray guatón en general po, hueón. Guatón parejo.

-No po, yo digo de forma de ser… ¿te acorday si era muy distinto?

-¿Distinto…? ¿A qué viene esa hueá?

-No sé… es que estaba pensando…

-¿Qué cosa po hueón?

-Es que va a sonar hueón, pero estaba pensando en que esos quince kilos eran míos… o sea, eran parte de mí también…

-¿Y?

-Eso po, hueón… estaba pensando qué fue lo que perdí de mí cuando perdí esos quince kilos.

-Eh… ¿grasa?

-No po, hueón… o sea sí, grasa también… pero te imaginay si con esos quince kilos se hubiese ido algo importante…

-Algo cómo qué…

-Puta, no sé bien… eso estaba pensando…

-¿Pero te referís a un talento… una característica, algo así…?

-No sé… yo pensaba algo menos concreto…

-¿El espíritu, hueón…? ¿Acaso creís que perdiste el espíritu junto con esos quince kilos?

-No me huevís… estoy hablando en serio…

-Yo también po, hueón, pero no te entiendo… además… ¿cómo puede saberse si uno pierde el espíritu?

-No sé, hueón… pero suena muy trascendente esa hueá… e imposible además…

-¿Cómo imposible?

-Imposible po, hueón… ¿cómo va a saber uno si perdió algo que ni siquiera se sabe que tienes?

-Pero entonces, ¿de qué mierda estay hablando?

-De mis quince kilos po, hueón… de quince kilos de mí que perdí…

-Puta súbelos entonces de nuevo, si son importantes…

-No sirve po, hueón… no serían los mismos quince kilos… además no es el punto.

-…

-…

-¿Cambiamos de tema, mejor?

-Mejor.

-…

-…

-…

-Es caleta quince kilos…


martes, 21 de enero de 2014

La teoría del Big-Viang.

“Las cosas que surgen de la nada,
tienen existencia breve.
Yo conozco varias”.
Otto Wingarden


Todo surge de un acto minúsculo.

Una partícula casi elemental.

Una astilla apenas visible
que produce un dolor desmesurado.

Aclaro, sin embargo:
no es culpa de la astilla.

Todo surge entonces por necesidad de un grito.

O un gesto que contenga al grito.

O un afecto
que transforme al gesto
que contiene al grito.

Ese es el inicio.

Luego viene el despliegue, claro.

Un despliegue que a veces desgarra
(pequeñito, pero desgarra),
una pregunta lanzada sin fe…

palabras para limpiar una herida…

no hubo mucho más,
si soy sincero.

Y claro,
si hubo secreto en esto,
quizá haya sido simplemente
fijarte en el dolor del mundo
para que el tuyo se desvanezca,
minúsculo y avergonzado.

Con todo,
ocurre que a veces te encuentras
de improviso
con el amor del mundo,
tan cursi como suena
y tan inesperado…

la lluvia que refresca,
por ejemplo…

y basta y sobra
con ese ejemplo.

¿Se expande desde entonces, con el tiempo?

¿Se contrae y vuelve al centro desde el que surgió?

Poco sé de todo esto.

Mi teoría, de hecho,
no incluye mayores explicaciones,
sino solo un compromiso.

Un farol minúsculo que enciendes cada noche.

Por amor.

Con afecto.

No existe otra teoría.

lunes, 20 de enero de 2014

Un plato sobre la mesa.

“No. Hay tumbas verdaderas y tumbas que no lo son,
así como para morir hay el buen momento
y el mal momento”
R. B.


La mujer de Robinson se complicó porque no le gustaba botar comida.

Robinson era un pescador de Chiloé, de la zona de Quellón.

Robinson Medina, creo que se llamaba.

La historia me la cuenta la dueña del único almacén donde encuentro duraznos.

Uno estaba medio machucado, pero no importó mucho.

Además la señora me contó la historia y eso compensa.

La historia, por cierto, es sencilla, pero no sé cómo contarla.

Quizá deba partir diciendo que no tuvieron hijos y que a Robinson le gustaba un plato con mariscos, cilantro y papas, que se debía hervir tres veces.

Es un plato complicado porque hay que cambiar las verduras y sazonar distinto entre los distintos hervores, me explicó la mujer del almacén.

Cómo sea, el punto es que la esposa de Robinson le había preparado este plato sin que él se lo pidiera, solo para demostrarle que estaban felices y que eran buena familia, aunque no tuvieran hijos.

Así, la esposa de Robinson lo saludó al llegar del trabajo y lo dejó sentado mientras le echaba más leña a la cocina para el último hervor.

Veinte minutos después estando listo el plato, ella se lo llevó a su marido y le avisó que se sentara a comer.

Pero el marido no iba.

La esposa de Robinson se extrañó porque el olor era bueno y estaba por toda la casa, pero el marido no dejaba de mirar por la ventana.

Y afuera había mar no más, me explica la mujer que me cuenta la historia.

Fue entonces que la mujer de Robinson dejó el plato sobre la mesa y se acercó donde él estaba.

Y claro, descubrió que Robinson estaba muerto.

Sentado, tranquilito, pero muerto, mirando por la ventana.

Fue entonces que la mujer de Robinson, muy tranquila, avisó a los vecinos.

Ella decía que él estaba muerto, pero en verdad no se daba cuenta, me dice la mujer del almacén.

Todos creían que era broma, pero al final lo comprobaron.

Le hicieron un funeral bonito al Robinson, comenta la mujer del almacén.

Lamentablemente, la esposa del muerto no reaccionó de buena forma.

Cuando la acompañaron a casa, días después, por ejemplo, descubrieron que el plato estaba lleno de moscas, servido aún, sobre la mesa.

Fue entonces que la esposa de Robinson se excusó diciendo que no le gustaba botar la comida.

Cuando la quisimos botar se puso como loca, dice la mujer del almacén, mostrándome la cicatriz de un rasguño que ella la dio.

Por eso se la llevaron pal sanatorio de Santiago, concluye.

Luego se queda en silencio.

Los duraznos valían $350 cada uno, pero me dejó 3 por $1000.

Al final el machucado fue el que tenía el sabor más dulce.


domingo, 19 de enero de 2014

Vian y el McPoema.

"El peligro es que, ha medida que las negaciones de la verdad
que lleva a cabo el entretenimiento se vuelven más eficaces
y dominantes y seductoras, cada vez olvidaremos más 
de qué son denegaciones. Y eso da miedo. Porque a mí
me parece diáfano que, si nos olvidamos de cómo morir,
también nos olvidaremos de cómo vivir"
D. F. W.


-Buenos días, sea usted bienvenido. Mi nombre es Lorena, en qué puedo servirle.

-Bueno, eh… Es que me recomendaron este lugar… ¿qué es lo que tienen?

-Prácticamente de todo señor. ¿Podría decirme su nombre?

-Vian.

-Pues mire señor Vian, para empezar podría ofrecerle algún tipo de promoción… usted sabe, comprar los productos por separado siempre supone un pago extra…

-Pero ¿qué productos tienen?

-Cualquiera de los que puede ver en la lista que está a mis espaldas.

-Eh… pero ahí dice… ¿un McPoema?

-Exacto, pero ese es el nombre genérico, hay de varios tipos: McOda, McElegía, McSoneto… ese es un clásico, sabe…

-¿Y puedo pedir cualquiera de esos?

-Sí, y son completamente originales, tenemos personal encargado para producir su pedido en cualquier instante…

-¿El poema que yo quiera?

-El McPoema que usted quiera, señor Vian… yo personalmente le recomiendo el McSoneto tipo quevediano, es algo pesado, pero es el que tiene los mejores ingredientes… además lo puede pedir alejandrino y con rima consonante…

-…

-También puede agregarle un terceto extra por solo $390.

-Eh… creo que no… gracias.

-¿Y qué me dice de algo más variado?

-¿Más variado?

-Claro, puedo ofrecerle por ejemplo una cajita infeliz. Tenemos la especial en oferta por esta semana, trae McPoemas suicidas y de desamor. Además agregamos un pequeño presente: nos queda un McCigarro de Pessoa y una McOreja de goma, de Kafka…

-Es que no sé… me ha tomado por sorpresa…

-¿Y qué me dice del McCríptico, señor Vian? Tiene un toque a lo Díaz Casanueva que está increíble…

-Es que… no… gracias… yo solo quería ver si lo que me habían contado sobre este lugar era cierto y…

-¿No le apetece nada, entonces? Quizá un McHaikú… uno sencillo, claro…

-No, creo que lo dejaré por esta vez.

-¿No lo ha hecho por alguna incompetencia mía, cierto?

-No, no se preocupe… no es culpa suya…

-¿Podría escribir eso en el libro de reclamos, por favor? Es que suelen revisarlo cuando un cliente se retira sin señalar razones…

-Pues sí... podría.

-Entonces buenas tardes señor Vian. Siga siendo usted bienvenido y ojalá disfrute de nuestros servicios más adelante.

-…

-Ah… por cierto, también tenemos bolsa de trabajo, si le interesa. Podría dejar un currículum.

-No, muchas gracias… yo trabajo para la competencia.

sábado, 18 de enero de 2014

La voz de Marcel Marceau.

“Sentirse bien es una ambición
absurdamente exagerada,
teniendo en cuenta que sentir a secas
resulta tan raro”.
A. N.


-¿Te conté que soñé con la voz de Marcel Marceau? –dijo ella.

-¿Con la voz de quién? –dijo él.

-De Marcel Marceau, ¿no te acuerdas quién es?

-¿El mimo antiguo…?

-Sí, el mimo.

-¿Soñaste con él?

-No, no con él… o sea, con la voz de él no más…

-¿Me estás diciendo que soñaste con la voz de un mimo?

-Sí, es raro… por eso te lo cuento…

-Pero ¿dónde habías escuchado la voz?

-En el sueño po…

-No po, antes digo yo…

-Ah… es que no la había escuchado antes… solo en el sueño.

-¿Y cómo sabías que era su voz?

-No sé… en el sueño sabía, era raro…

-Pero, ¿él decía su nombre o algo así?

-No… de hecho solo hablaba… pero era extraño…

-¿Lo que decía era extraño?

-Sí… pero bonito… o sea, transmitía algo bonito… me hacía sentir bien…

-¿Por lo que decía?

-No sé… no exactamente, al menos… es que era como una voz de gestos, como sonidos… o sea, eran palabras, pero no eran importantes en sí… era el tono de voz… el silencio entre las palabras… era una sensación de confianza… como que te abrazaba sin tocarte…

-¿La voz te abrazaba sin tocarte…?

-Sí… como que adivinabas a alguien agradable atrás, sonriendo… alguien que te hablaba a ti, además… específicamente a ti, me refiero…

-Marcel Marceau, hablándote a ti… casi me pongo celoso…

-Sí, pero no te burles… es que era hermoso, sabes… de hecho desperté llorando… como si hubiese dormido con alguien que te quisiera… que te quisiera profundamente, me refiero… pensé incluso en despertarte y contártelo, pero tu roncabas y te veías cansado.

-Tú sabes que no ronco.

-Roncas, pero no importa… además no haces tanto ruido.

-Pues a lo mejor mis ronquidos se transformaron en la voz de Marcel Marceau.

-No. Era otra cosa… -dijo ella-. Tú no entiendes.


viernes, 17 de enero de 2014

El perro que tiritaba de frío en un sector cercano al Tíbet.



-¿Y usted me dice que su problema…?

-Es el tartamudeo, señor Vian, ya se lo he dicho…

-Claro que me lo ha dicho… me lo ha dicho tan claro que incluso me hace sospechar que está usted curado… quizá la fe lo salvó…

-Nada de fe, señor Vian, igual que usted, nada de fe… es solo que mi tartamudeo es de otra índole…

-Ya sé… usted sufre de un tartamudeo moral… usted duda ante…

-Nada de eso, déjeme explicar…

-No, espere, quiero adivinar… mmm… ya sé, usted sufre de un tartamudeo espiritual, usted cree encontrar algo en que creer, pero luego…

-No, es algo más simple… Déjeme mostrarle, mejor… ¿tiene usted lápiz y papel?

-Eh… sí… siempre ando con eso en los bolsillos para anotar ideas imprevistas, pero trascendentales… debo tener por acá…

-…

-No es que anote mucho, sabe… de hecho creo que nunca he anotado ninguna, pero bueno… nunca se sabe… es como el volcán apagado del principito… hay que limpiarlo igual…

-¿Y?

-Eso, que no suelo anotar nada… solo papeles en blanco y lápices reventados y manchas en los bolsillos… ¡Ya, acá está…! Tome.

-Gracias. Espere… Quiero que lea algo.

-¿Un escrito suyo?

-Sí, pero no preste atención al contenido, solo a la forma en que está escrito.

-¿Como Borges o Bolaño…?

-No. No así. Lea.

-…

-¿Y?

-¿Me está hueveando?

-No. Eso es lo que me pasa.

-O sea que usted…

-Sí. Soy tartamudo al escribir.

-Pero…

-Es grave, sabe… no lo tome solo como una curiosidad…

-No es eso… es solo que me sorprende…

-Complica mucho, sabe… a veces quiero mandar mensajes, escribir cartas y bueno… todo se hace difícil…

-¿Pero le ha ocurrido así desde siempre?

-Sí, desde pequeño. Cartas de diez hojas a Santa Claus para pedir una simple bicicleta… ¿sabe lo que es eso?

-¿Una bicicleta?

-No. Me refiero al esfuerzo, al…

-¿Y por qué no la dibujó?

-Eh… eso es solo un ejemplo, señor Vian… imagine llevar formularios, inscripciones… si hasta mi nombre me sale cortado…

-Sí, debe ser problemático, pero… ¿por qué me cuenta esto?

-Porque quiero que me ayude… es que sabe, yo quiero ser escritor y…

-Pues cree una vanguardia… no estaría mal…

-No es eso, yo…

-Piénselo así… haga como yo y pase sus defectos como si fuesen el sello de su estilo…

-Yo tengo mi trabajo hecho, señor Vian. Lo que necesito es que me lo corrija. Lo haga fluir, digamos.

-¿Que le quite el tartamudeo…?

-Eso. Quiero que lo deje normal. Es para un concurso…

-¿Y anda trayendo acá su material?

-Sí. Mire… está en la maleta.

-¡¿Todo eso…?!

-Sí, bueno… obviamente se ve más, pero…

-¡Pero son como diez guías de teléfonos…!

-Es una novela breve, señor Vian…

-¿Este es el título?

-Sí.

-¿E-e… el pppp el pe... elpepe… el peperrrrr…. El peperrr… peperro… El perro… El perro qqq…?

-No me humille...

-Yo solo leía.

-Se llama “El perro que tiritaba de frío en un sector cercano al Tíbet”.

-…

-¿Podría transcribirla entonces…?

-Eh, mire… debo reconocer que el título me invita a averiguar sobre la historia, pero lo cierto es que…

-No se hable más entonces.

-Oiga… ¿y puedo subir la historia a un blog, ya sabe, para difundirla y…?

-Solo después del concurso, si no incumplo las bases y…

-¿Entonces tiene usted fe en que pueda ganar aquel concurso?

-Claro… un poquito no más, como usted… pero ya sabe… siempre queda un poco…


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