viernes, 31 de marzo de 2023

El telón.


Estoy con ella, creo. Sentados uno al lado del otro en unas butacas. Las butacas son negras y están algo desgastadas. Un tanto rígidas, también. Yo también, ahora que lo pienso, estoy un poco como esas butacas. Dudo si es ella la que está al lado, pero prefiero no comprobarlo. En cambio, observo el entorno. Estamos sentados en una de las primeras filas en un teatro. Está ingresando gente, todavía. Varios solos, unos pocos, en parejas. No parece haber apuro. El teatro no se va a llenar. Probablemente solo la mitad de los asientos se ha ocupado. Sobre mis piernas tengo un libro. Un libro grueso, con letra pequeña. Creo que es Salto Mortal, de Kenzaburo Oé. De entre sus páginas sobresale un marcador, poco antes de la mitad del libro. Sigo observando. El teatro en el que estamos es antiguo. Tiene un escenario alto y aparentemente profundo. Puedes adivinarlo, aunque no se ve, pues está cubierto por un gran telón. Sí, es uno de esos teatros antiguos, que todavía abren y cierran el telón al comienzo de sus presentaciones. Es entonces cuando las luces bajan un poco y todo da a entender que la obra va a comenzar. Estoy atento mirando el telón, pero también la percibo a ella, de alguna forma, a un costado. Comienzan en ese instante a escucharse leves chirridos metálicos. Al parecer se produce pues han comenzado a abrir el telón. Algo se ha enganchado, al parecer y el mecanismo no funciona. Se siente el forcejeo hasta que algo parece quebrarse. El telón cae, lentamente a pesar de todo. Todo se llena de polvo. Las telas se amontonan el escenario y algunos asistentes gritan, asustados. Tras las telas caídas, sobre el escenario, pueden verse los actores, cada en uno en su lugar de inicio, sorprendidos también y en la posición en que comenzaban a actuar. Todos están quietos observando directamente al público. La situación es extraña, pero no peligrosa. Incómoda, tal vez. Entre el polvo y los murmullos decido entonces ponerme de pie. Y aplaudo. Muy fuerte y honestamente aplaudo. Los actores se miran, incómodos y uno incluso me pareció que comenzaba a inclinarse. Yo sigo aplaudiendo un rato más. Nadie se suma a mis aplausos y permanecen en silencio. Pasados unos segundos me voy del lugar. Salgo por entre las butacas y comienzo a buscar la salida. El polvo se me ha metido a los ojos que me lagrimean un poco. También lo siento en la garganta. Mientras avanzo, recuerdo que he dejado el libro, sobre mi butaca. No me devuelvo, en todo caso. Decido dejarlo atrás. La gente me observa, mientras salgo, pero no me juzga. Tampoco se juzgan a ellos mismos. Mientras algo del lugar concluyo que nadie, en definitiva, es digno de hacerlo.

jueves, 30 de marzo de 2023

Un fotógrafo de ancianos.


Lo detuvieron porque sacaba fotografías de ancianos, en la playa.

Los fotografiaba sin consentimiento, por supuesto.

Apenas ellos se tendían sobre las toallas y, por lo general, se dormían sobre ellas, él enfocaba y los fotografiaba, sin dar explicaciones ni detenerse a preguntar.

Lo hacía abiertamente, en todo caso, como si tuviese derecho a hacerlo.

Con gestos de profesional y una gran cámara colgada al cuello, el hombre caminaba por la playa, día a día, buscando sus objetivos.

Esto hasta que algunas personas consultaron a los guardias, y si bien no hicieron denuncias oficiales, preguntaron sobre aquella situación.

Los guardias, a su vez, decidieron hablar directamente con carabineros, mientras realizaban un control en el lugar.

Estos, por último, detuvieron al fotógrafo esa misma tarde, luego de verificar la impresión y observar ellos mismos cómo el hombre actuaba en el lugar.

Si bien el hombre no se resistió, intentó aclarar de inmediato que su interés era meramente artístico, y explicó que no fotografiaba a los ancianos como individuos, sino como trozos o fragmentos de materia desgastada, puesta al sol.

Yo me enteré de aquel asunto semanas después, cuando vi las fotos.

Las vi antes que las eliminaran, como testigo civil del proceso, junto a un notario, un detective, el abogado defensor y el fotógrafo acusado.

Las fotos, efectivamente no dejaban ver al individuo completo, sino que enfocaban trozos de carne simplemente, sobre fragmentos de toallas, en la playa.

Carne cubierta de una piel que se veía casi muerta, o daba la impresión de estarlo al menos, en al menos doscientas fotografías.

Ninguno de nosotros comentó nada, al respecto.

Observamos las fotos en una pantalla y luego se nos mostró como se destruía el dispositivo en el cuál estaban almacenadas, además de una carpeta con algunas copias físicas, que al parecer habían sido impresas para resolver el aspecto judicial de aquel asunto.

Si bien las destruyeron en una trituradora mecánica pensé que, de haberlas quemado, probablemente hubiese sentido olor a carne quemada.

El fotógrafo miraba todo tan atentamente como los demás, sin expresión alguna.

El detective se dedicaba a grabar el asunto.

Yo, en tanto, firmé un acta, di mis datos para recibir un pequeño depósito y me fui del lugar.

Por el camino, por cierto, me dediqué a observar mi propia piel, con una mirada extraña.

Pensé incluso en fotografiarla, pero me arrepentí.

Finalmente, apuré el paso e intenté pensar en otra cosa, pues ya se hacía tarde.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Jurassic Park: Elipsis.


El experimento consistía en editar películas famosas. Hacer versiones propias, me refiero. Sin añadir nada, en principio, pero recortando varias de sus escenas y alterando, por lo general, algunos diálogos.

Según mi apreciación, una de las versiones más logradas fue la que realizó con Jurassic Park. En esa ocasión, por ejemplo, lo que hizo esencialmente fue retirar todas aquellas partes de la película en que aparecían dinosaurios. Asimismo, editó los diálogos en que se hablaba sobre ellos tratando que las conversaciones hablaran de ese “problema” sin nombrarlo.

La edición final de esa película recuerdo que duraba poco menos de media hora. En la versión, a pesar de todos los cortes, puede sentirse igualmente la tensión de la película original. De hecho, me arriesgaría a decir que al no saber exactamente qué es aquello que perturba a los personajes y los hace huir, la versión vacía de Jurassic Park (por llamarla de alguna forma), termina siendo más atractiva que la película original. Más abstracta, más ambigua, más misteriosa… Y ante todo, más abierta a interpretaciones por parte de los espectadores, quienes suelen llenar ese vacío producto de la ausencia de los saurios, con elementos o seres distintos, según su propia naturaleza y experiencia.

Un buen experimento, digamos, para concluir.

Totalmente replicable.

martes, 28 de marzo de 2023

Un pequeño dragón.


I.

Al principio pensé que exageraban, pero resultó ser cierto.

El dragón era tan pequeño que cabía fácilmente en un bolsillo.

No se quedaba quieto, eso sí, pero cabía.

De hecho, en mi caso, apenas lo tuve unos segundos y debí retirarlo.

Y es que además de inquieto, se le ocurrió al dragón lanzar fuego cuando estaba dentro.

Como resultado, me quemó el último billete del mes, la tela del pantalón y un trozo de piel me quedó enrojecida.


II.

Con la premura, al sacarlo, creo que lo dañé un poco, pues cayó al suelo con un ala magullada.

Desde ahí, el pequeño dragón caminó torpemente hasta esconderse detrás de un mueble.

Poco después, me acerqué hasta el lugar e intenté llamar al dragón, para que volviese a salir.

Como no sabía con qué ruido llamarlo, se me ocurrió de pronto prender un trozo de papel, para que viese las llamas.

Pueden pensar que fue algo estúpido, pero lo cierto es que resultó.

El pequeño dragón salió y se acercó hasta donde estaba la llama, y cuando esta se apagó, se quedó olisqueando la ceniza, que había caído al piso.


III.

Me negué a devolver al dragón cuando me lo pidieron de regreso.

No es que me haya encariñado, pero sentí que él estaba más cómodo, en mi hogar.

Le dije a los otros que lo había extraviado y hasta ofrecí pagarles, por la pérdida.

Al parecer, me creyeron, aunque fueron bastante abusivos con la cifra, que me pidieron pagar.

El ala del dragón mejoró, por cierto, con el paso del tiempo.

Tanto así que se fue de casa hace unos días, tras volar desde una ventana.

No he sabido de él, desde entonces, pero no me sorprendería comenzar a sentir que la ciudad huele a quemado.

Nunca quise ponerle un nombre, por cierto, al pequeño dragón.

lunes, 27 de marzo de 2023

Engaños y decepciones.


I.

Ella me cuenta que de pequeña su mamá la engañaba.

Un engaño pequeño, digamos, pero engaño al fin.

Le decía que, si se portaba bien el colegio durante cinco días, la dejaría faltar los siguientes dos.

Al parecer aquello funcionó bastante bien, pero solo hasta que ella se dio cuenta que no había clases los fines de semana.

Eso la decepcionó, por supuesto.

De hecho, esa fue, según cuenta, su primera decepción.


II.

A veces, por la noche, ella me habla de sus otras decepciones.

No sé por qué, pero parece ser su tema recurrente.

No parece triste cuando habla de ellas, pero su mirada cambia y de cierta forma se vuelve distante.

Mientras la escucho, pienso si en el futuro no seré yo parte de una nueva decepción.

No el protagonista, digamos, pero al menos parte de una de ellas.

No pareces atento, me dice entonces.

Si te molesta que hable de otras épocas puedes decirme.

Yo lo niego, por supuesto, pero no me detengo a explicar.


III.

Podría corregirla y decirle que no habla en realidad de otras épocas.

Podría intentar hacerlo, pero lo cierto es que estamos lo suficientemente lejos como para que podamos comprendernos, sin discutir.

Puedo observar, de hecho, cómo la decepción sigue viva cuando ella cuenta sobre ella.

Y puedo notar de qué forma la decepción está en sus ojos, y no necesariamente en lo que ella ve.

Tal vez esté equivocado, por supuesto, pero es lo que me parece.

Cuando acabe de narrar todas sus decepciones, me digo, probablemente no sabrá qué hacer por las noches.

Entonces, estará tan vacía que olvidará nuestros nombres.

Y no recordará, tampoco, qué nos trajo hasta acá.

domingo, 26 de marzo de 2023

Me contó que estuvo en Grecia.


Me contó que estuvo en Grecia. En Atenas, específicamente. Dos años me enteré que estuvo ahí. Trabajando en un pequeño hotel que alojaba a turistas que estaban de paso hacia algunas islas. Tuvo un novio turco durante gran parte de ese tiempo. Un hombre veinte años mayor que ella y que era dueño de uno de los yates que llevaba gente hasta las islas. Me dijo el nombre, seguramente, pero lo olvidé. Ella me contó que el hombre tuvo un ataque al corazón, a bordo del yate, y que lo llevaron hasta un hospital que había en una de las islas. Apenas ella se enteró, pidió permiso en su trabajo y fue a verlo a ese hospital, donde se encontró con la esposa y con una de las hijas de aquel hombre, que se llamaba Calypso y tenía más o menos su edad. Sin revelar quién era habló con ellos y terminó haciéndose amiga de Calypso, con quien viajó luego a Roma, a Ámsterdam y a Londres, que fue donde la conocí yo. El padre de Calypso, por cierto, se recuperó sin problemas y desconocía con quién estaba viajando su hija. Ya en Londres, por cierto, ellas se separaron. Claypso regresó a Grecia y ella se quedó varios meses en el pequeño departamento que yo arrendaba, en Camden. Fuimos algo así como novios durante ese tiempo. Nada muy formal, en todo caso. De todas formas, todo terminó abruptamente cuando se presentó ahí el turco, el padre de Calypso, y le pidió a ella que volviera con él, realizando de paso varias promesas. Esa noche, ella me preguntó qué opinaba del asunto. ¿Qué asunto?, pregunté yo. Ella explicó que el asunto era ella y la posibilidad de volver con el turco. Entonces yo guardé silencio y decidí no opinar. Con los últimos ahorros que me quedaban decidí viajar unos días a Lisboa, y le dije que se tomara esos días para decidir qué quería hacer. Días después, mientras estaba en Lisboa, sentado en un tranvía cuya trayectoria desconocía, comprendí que ella no estaría en Londres cuando regresara. Por lo mismo -y para no pasar por la tristeza de tener que comprobarlo-, decidí mejor quedarme en Lisboa unas últimas semanas y apurar el regreso a Santiago. Perdí, por cierto, lo que dejé en el departamento en Camden, aunque no recuerdo que nada de aquello tuviese un especial valor. El pasaje a Santiago, finalmente, me lo pagó un amigo que estaba en Barcelona y que me debía un gran favor. Puede estar de más decirlo, pero nunca volví a hablar con ella. Me dejó un par de mensajes en mi celular, pero los borré antes de escucharlos. Ninguno de esos mensajes, superaba los dos minutos.

sábado, 25 de marzo de 2023

La hamaca.


Le gustaba descansar en la hamaca.

Tenderse un rato, simplemente, y dormitar un poco.

Podías verlo alegre cuando hacía aquello, como si todo cambiase automáticamente al iniciar esa acción.

De hecho, lo consideraba mucho más que un simple descanso.

No lo teorizaba, por supuesto, pero podías notarlo en su semblante.

Así, después de una semana intensa, él realizaba todo aquello como si fuese un símbolo.

Una especie de ritual que, si bien no producía un cambio permanente, resultaba absolutamente necesario para seguir adelante.

“Seguir adelante”, por cierto, sí era una expresión suya.

La hamaca la había comprado hacía dos años, luego de en unas vacaciones en las que se subió por primera vez a una.

Averiguó sobre texturas, materiales ideales, tiempos de descanso sugeridos y tensión necesaria.

Luego la compró y la instaló, siguiendo detalladamente cada una de las instrucciones.

Lo hizo en el lugar precios para que, tendido sobre ella, no viese nada en particular.

Su vista enfocaba, cuando estaba en la hamaca, solo un trozo de muralla y de cielo interior del departamento en que vivía.

Dicho esto, me gustaría señalar que lo que ocurrió la última vez que subió a la hamaca fue simplemente un infortunio.

Un pequeño descuido que lo llevó a enganchar uno de sus pies con la amarra del borde y desbalancearse un poco.

Por la posición del cuerpo, pienso que al caer intentó no caer con todo el peso sobre la hamaca, para no dañarla.

Por eso -esa es mi teoría, al menos-, su cuerpo cayó en la otra dirección y su cabeza se incrustó en el ángulo de esa mesa de metal en la que tenía fotos de sus viajes.

Si quedó consciente unos segundos, desde esa posición, debe haber visto la hamaca, que permaneció colgada en perfecto estado.

Ahora, dicen que su accidente hará bajar levemente el precio del arriendo de aquel departamento, lo que me parece absurdo.

Absurdo en un nivel distinto, por supuesto, que todo lo demás.

viernes, 24 de marzo de 2023

Bacterias.


Ella sueña que cuenta bacterias.

Concentradamente, mirando por una especie de microscopio.

Tras el lente, las bacterias se mueven, en todas direcciones, mientras ella intenta contarlas.

Su técnica -en el sueño-, consiste en darles nombres a cada una de esas bacterias.

Nombres absurdos, por cierto, y distintos en cada oportunidad.

Una vez me contó que las había llamado siglo I, siglo II, siglo III y así hasta llegar al sigo CXII.

Luego de eso -casi siempre le ocurre en el 112 o en el 121, vuelve a confundirse y pierde la cuenta.

Una vez en que las nombró como tipos de verde (verde oliva, verde melón, verde musgo…) creo que logró llegar más allá de esas cifras, pero olvidó el número exacto.

Con todo, se trata de un buen sueño, según dice, pues no hay presión en la labor que realiza, sino una especie de paz, contando bacterias.

La única vez que la noté alterada fue la primera vez que descubrió que las bacterias estaban aparentemente en ella misma.

Esto, pues notó que el lente por el que observaba estaba presionado directamente contra una de sus piernas.

Es decir, era en su propia piel, donde se realizaba el espectáculo.

De todas formas, cuando el sueño volvió en noches siguientes, ella no le dio a eso mayor importancia.

-Es raro de explicar, pero siento que con el paso del tiempo reconozco a cada una de esas bacterias- me dijo hace unos días.

Yo la observé, extrañado.

-Quiero decir que me son familiares -explicó., y supongo que hasta me he encariñado un poco con ellas.

No supe que decir ante sus palabras, pero ella tampoco esperaba algún tipo de comentario.

Simplemente se le notaba bien, alegre incluso, cuando me contaba aquello.

Antes de acostarnos, esa noche, recuerdo que la miré y pensé que estábamos un poco más lejos, el uno del otro, y que a partir de ahora solo seguiríamos alejándonos.

-¿Tú no sueñas con bacterias? -dijo ella entonces, antes de dormirnos.

-No. Nunca me ha ocurrido -mentí.

jueves, 23 de marzo de 2023

Lo que nada significa.


A todos nos atrae lo que nada significa.

Admitamos eso, al menos, en primera instancia.

Luego, si quieren, hablemos de otras cosas.

Y es que yo, si soy sincero, no tengo en realidad ningún apuro.

En tanto, mientras espero a que se decidan, escribo y borro sobre una pizarra en blanco.

Frases importantes (no como estas) son las que escribo en esa pizarra.

Verdades, casi, escritas velozmente y con letra irregular.

Así, su demora es la culpable de la desaparición de esas palabras.

No me vengan, luego, con reclamos.



A todos nos atrae lo que nada significa.

Desconozco la razón, pero puedo afirmarlo con seguridad absoluta.

Como sonámbulos vamos hacia el significante vacío.

Nos precipitamos día y noche, hacia la cáscara hueca.

Ese es un hecho, si lo piensas un poco.

Puede que ustedes no lo admitan, pero es cierto:

Sin duda nos atrae lo que nada significa.

Eso es y (prácticamente) no hay más.

Dicho esto, tal vez alguien piense, incluso, que huimos del significado.

O que nos libramos de él como si nos quitásemos ropas sucias.

Yo considero todo aquello, por supuesto, pero no lo tengo muy claro…

¡Vaya a saber uno quien tiene razón en todo esto…!

¿Todavía no se entiende?

Pues así es justamente cómo nos atrae lo que nada significa.

Así es como podemos demostrarlo, me refiero.

De todas formas, ustedes pueden elegir si quieren o no quieren entenderlo.

Yo ya dije (aunque no se notara) lo que debía decirse.

Nos atrae, reitero, lo que nada significa.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Un gran edificio.


Era sin duda un gran edificio.

Un gran edificio en medio de un gran conjunto de edificios.

Y ese gran conjunto de edificios estaba también en medio de otros edificios, que llenaban la gran ciudad.

M., justamente, había pasado varias veces por fuera de ese edificio hasta que se decidió a entrar.

Entonces, la atendió un vendedor que la llevó a la sala de ventas y luego le presentó un departamento piloto.

M. recorrió el lugar.

Primero junto al vendedor y luego se quedó unos minutos, a solas.

Observó detenidamente los espacios.

Sacó incluso un par de fotografías, con su teléfono móvil.

Mientras lo hacía, intentaba mentalmente buscar con qué compararlo.

No conseguía hacerlo, por cierto.

Estaba en esto cuando volvió el vendedor, quien llevó a M. hasta una sala.

No se detenga en los detalles, dijo entonces el vendedor.

Mejor observe todo desde fuera, a mayor escala.

No lo entiendo, dijo M.

Hablo del contexto, de la ubicación… del lugar en el universo que ocupa este edificio…, dijo entonces el vendedor.

M. lo escuchaba, en silencio.

Es un edificio en el corazón de la ciudad… explicó el vendedor. Y si se fija en la ubicación del departamento que ahora le ofrezco, podríamos decir que es también el corazón del edificio…

Ahora, mientras escuchaba al vendedor, M. se dijo a sí mismo que probablemente era cierto: estaba en el corazón del edificio, que era, a su vez, el corazón de la ciudad.

Aunque claro… también podía ser que eso no tuviesea nada de especial y que todo fuese siempre, secretamente, el corazón de algo más.

Algo que nos atrae, ciertamente, aunque en el fondo nada significa.

Y es que nos atrae lo que nada significa, se oyó M. decir de pronto, sin percatarse.

¿Decía usted?, preguntó entonces el vendedor.

Nada, no decía nada, dijo entonces M.

Y de cierta forma sintió que aquello, era profundamente cierto.

martes, 21 de marzo de 2023

Otros colores.


-Otros colores -me dijo-. No esos.

-¿No cuáles? -pregunté.

-No esos -repitió-. No esos colores.

Ella me miraba fijamente, mientras hablaba.

Su actitud, mientras lo hacía, era tan extraña como sus palabras.

Y es que no indicaba nada, cuando parecía hacer referencia a algo.

Solo clavaba su vista en mis ojos, de forma directa. Y esperaba.

Yo, por supuesto, nada decía.

Intentaba entender de qué me hablaba, pero no llegaba a comprender.

-Otro color -dijo entonces-, ¿no lo conoces?

-¿Qué color? -pregunté.

Ella me miró como si estuviese considerando si decirme o no de qué se trataba.

-Por ejemplo -dijo-, el color de la idea de que somos un accidente… ¿lo conoces?

Guardé silencio.

Ella insistió.

-El color de la esperanza sin base real, el color de caer de bruces y no colocar las manos…

-¿Qué pasa con esos colores? -le pregunté, aún sin entender-. ¿Qué ocurre con ese tipo de colores?

-Pues ocurre que ese tipo de colores son los que me interesan -dijo luego-. Deseo saber cuáles son… Dónde están esos colores.

-No lo sé -dije yo, pero no pareció escucharme-. Nunca he sabido dónde se encuentran.

-¡Son tan interesantes esas cosas! -exclamó de pronto-. ¿Te imaginas? ¿Qué pasaría si descubrimos, por ejemplo, que el color de lo necesario y lo innecesario es el mismo…? ¿No crees que se vendría todo abajo si descubrimos que es así?

-Pues no sé -dije tratando de seguir sus ideas-, puede ser que sí…

-¡Claro que puede ser…! -exclamó ahora ella-. Puede ser y será así…

Yo sonreí para darle la razón, aún sin entender, pero contagiado por su entusiasmo.

-Otros colores -volvió ella a decir-. No esos…

-De acuerdo -le dije, finamente-. Hagamos de cuenta ahora, que es así.

-Puedo intentarlo -dijo entonces ella-. Puedo comprometerme a eso, al menos.

Yo acepté.

lunes, 20 de marzo de 2023

Una breve encuesta.


En esta ocasión no escribiré una entrada tradicional (si es que existen de alguna forma), sino que les haré una encuesta.

Una encuesta formada por nueve preguntas.

Me gustaría pudiesen contestarlas honestamente, intentando comenzar la primera con un estado de ánimo alegre y que este fuese disminuyendo poco a poco hasta llegar a la última pregunta.

Como única indicación extra me gustaría señalar que no se pueden repetir respuestas.

Es decir, cada una de las preguntas requiere construir una respuesta totalmente diferente.

Diferente y cada vez un poco más triste, si se puede.

El pago o recompensa por hacer esta encuesta se revelará próximamente, cuando menos se lo espere.

Junto con despedirme, los dejo ahora con esta breve encuesta.


Pregunta 1: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 2: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 3: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 4: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 5: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 6: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 7: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 8: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?

Pregunta 9: ¿De dónde saca el conejo un mago sin sombrero?


¿Ya terminó?

¡Muchas gracias por su tiempo!

domingo, 19 de marzo de 2023

Otra forma de explicarlo.


Yo era pequeño y observaba.

No entendía mucho, pero observaba.

Un vecino gimnasta hacía ejercicio en una plaza, cerca de casa.

Lo hacía temprano, apenas amanecía, para que nadie se burlara.

Y es que, en ese entonces, prácticamente todo era cuestión de burla.

Yo mismo, debo reconocerlo, lo observaba en parte para experimentar aquello.

Probar esa alegría, me refiero, que veía en los otros al reír hablando de aquel hombre.

Aún así, debo reconocer que mi forma de observar no me conducía a la alegría.

O no de forma inmediata, al menos.

Era más bien un proceso analítico que, de ser exitoso, recién me acercaba a algún tipo de emoción.

Fue así que, mientras observaba, me dije en principio que aquello era un salto mortal hacia atrás.

O una seguidilla de saltos mortales hacia atrás, más bien.

Mientras el hombre ensayaba, recuerdo que yo incluso dibujaba algunos movimientos, en un cuaderno.

Fue así que descubrí algo interesante.

Y es que en principio, es cierto que aquello parecía una seguidilla de saltos para atrás, pero luego, en algún momento, probablemente cuando estaba en el aire, se producía un giro que lo hacía caer mirando hacia adelante, como si ese retroceso hubiese sido una treta para avanzar sin que los demás lo notaran, y pudiese entonces engañarlos de esa forma.

Recuerdo que eso fue lo que me asombró, en aquel instante.

Y admiré, de forma secreta, aquella técnica que con el tiempo incorporé.

Sin saltos, por supuesto.

También sin aspavientos y sin malas intenciones.

No hay -se los aseguro-, otra forma de explicarlo.

sábado, 18 de marzo de 2023

Confiar en un demonio.


Aprendí a confiar en un demonio.

Hace unos años, lo hice.

Aprendí a confiar en un demonio que -ahora comprendo-, no sabía mentir.

No analicé la situación; simplemente lo hice.

Confié, digamos, sin detenerme a analizar mi decisión.

No era extraño: así actuaba en ese entonces.

¿Qué es lo ocurría?

Pues en el fondo es sencillo de decir:

Yo ya estaba defraudado.

Cansado y defraudado no sé decir de cuantas cosas.

Tampoco hay tiempo, por cierto, para aquello.

Antaño, todo había sido distinto.

Y es que yo, me había rodeado exclusivamente de seres puros.

Bellos y nobles, supuestamente.

Transparentes y luminosos.

Pero nada de eso funcionó.

Los ángeles brillaban, es cierto, pero hablaban con eufemismos.

No sabría decir si mentían, pero me daba la impresión que ni siquiera ellos, tenían acceso a la verdad.

¿Qué pretendían, entonces?

Ahora que lo pienso, creo que intentaron hacerme amar la confusión.

Sí… eso es lo que intentaron.

Y de paso, me invitaron a agradecer la incomprensión pues ese era, según decían, el único vínculo natural entre las cosas.

¡Ángeles de mierda…!, dije entonces

¿Quién lo iba a decir, si no era yo?

Y claro, fue entonces que, ante la oportunidad, vino hasta mí un demonio.

Y yo aprendí a confiar en él, como decía en un inicio.

Me enseñó el espíritu del hombre.

Y me mostró, poco a poco, las sombras verdaderas.

Un demonio terrible, como ven, pero de comportamiento honesto.

Eso aprendí, con el tiempo.

Todo dolía, al aprender; pero dolía porque era cierto.

Así, en definitiva, aprendí a confiar en un demonio.

viernes, 17 de marzo de 2023

Se adorna.


Se adorna.

Se pinta.

Se observa.

Se cuelga cosas.

Cosas brillantes, generalmente.

Cosas con detalles que apenas se aprecian.

Pasa la yema de sus dedos por su rostro.

A veces cierra los ojos, cuando hace esto.

Se echa cremas.

Se perfuma.

Se peina.

Se pinta los ojos con cuidado.

Los bordes, por supuesto.

Nunca más allá.

Se habla bajito, en ocasiones, mientras hace esto.

A sí misma se habla.

Se escucha.

Se ríe, un poco, de sí misma.

O de sus palabras, más bien.

Se limpia.

Se humedece el rostro.

Se pinta los labios.

Con dos colores distintos pinta sus labios.

Dos colores que son entonces un único color.

Sonríe.

Observa sus dientes.

Su lengua.

Alza un poco el rostro para observar su cuello.

Se viste.

Se desviste y se viste.

Siempre en ese orden.

Se acuerda de sí misma en otra época.

De su apariencia más bien.

No añora.

No sufre.

De cierta forma, se resigna.

Es sensata, después de todo.

Más que la mayoría, al menos.

Ni ella ni yo sabemos entonces si pasó ya otro día.

Otro mes.

Otro año.

Vuelve entonces a adornarse.

Se pinta.

Se observa.

Se cuelga cosas.

A sí misma se cuelga de sí misma.

Se observa.

No cesa, su intención.

jueves, 16 de marzo de 2023

Un anciano.


Un anciano en la esquina bajo la luz de un farol se apoya en un poste gris que está inclinado.

Yo observo a ese anciano.

Como es de noche y está oscuro (a pesar de la luz) las cosas parecen confundirse un poco.

No hay luna.

Primero pienso que es un cuadro. Una pintura.

Una suma de elementos pintados bajo cierta disposición que no logro describir.

Vuelvo a observar.

No sé bien qué es lo que veo.

Un anciano que está inclinado bajo la luz gris de un farol, se apoya en la esquina de un poste.

Sí. Aparentemente todo sigue en orden.

Yo observo que no hay luna.

A pesar de la poca luz reconozco al anciano que parece confuso, a la distancia.

Está iluminado desde arriba, y ya no sé si lo que veo es un anciano o un anciano en un cuadro.

Probablemente ni él mismo podría aclararlo.

Vuelvo a observar.

Sé bien que no es exacto lo que veo.

Un anciano gris se apoya en la luz inclinada de la esquina de un farol, que está bajo un poste.

Nuevamente no es cuestión vista, ni de orden.

Aunque lo parezca por momentos.

Yo observo todo esto y eso es lo que concluyo.

Podría pensarse que el problema radica (dos veces) en el significado de la palabra bajo.

Pero lo cierto es que aquello no es cierto.

Vuelvo entonces a observar.

No hay luna.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Perros de cartón.


Cortamos perros, en cartón.

Muchos perros de cartón.

O siluetas de perros, más bien.

Supongo que se entiende.

El cartón del que cortamos era rígido y bastante grueso.

Habíamos hecho moldes previamente, por lo que los perros resultaban uniformes.

Varios tipos de perros, me refiero, pero cada uno de esos tipos con una misma silueta.

Doce tipos de perros, para ser exacto, y doce perros por cada tipo.

Ciento cuarenta y cuatro perros de cartón, entonces.

Así, todo salió bien hasta que llegamos al final de la labor.

Lamentablemente, cuando cortábamos el último perro ocurrió un accidente.

M., uno de los que cortaba, rebanó parte de uno de sus dedos y sangró profusamente.

Su sangre, manchó el cartón donde aún no terminaba de cortar esa última figura.

Bromeamos en principio, pero como no dejaba de sangrar y el corte no era menor, dos de nosotros lo llevaron de urgencias para que fuese atendido.

Como éramos cuatro, en principio, yo me quedé a solas con los perros de cartón.

Y claro, también con el perro de cartón a medio terminar, que estaba teñido por la sangre de M.

Extrañamente, tras agrupar los perros terminados comprobé que había exactamente doce de cada tipo y que no faltaba ninguno.

Extrañado, observé la figura del perro que había intentado cortar M.

Era un perro, sin duda, pero su forma no coincidía con ninguna de la de los otros que habíamos cortado.

Mientras lo observaba, me llamaron desde urgencias, para contarme que M. ya había sido atendido, pero que lo habían dejado en observación pues tenía fiebre y al parecer algún tipo de infección, que querían investigar.

Los dos que lo llevaron bromearon incluso pues descubrieron que en la ficha médica de M. se señalaba que la herida se debía a la mordedura de un perro.

Finalmente, tras terminar la conversación, me acerqué hasta la figura que supuestamente había mordido a M., para concluir su labor.

Esta vez, sin embargo, me aseguraría de cortarla en trozos, para mayor seguridad.

Como el cartón todavía estaba húmedo, al presionar, tuve la sensación de que cortaba carne.

Juro que no escuché, sin embargo, ningún grito al deslizar el cuchillo.

martes, 14 de marzo de 2023

Zapatos bajo mi cama.


I.

Olvido que existen los zapatos bajo mi cama.

A veces pienso que ya no tengo y compro urgentemente otro par.

Una vez, incluso, recuerdo haberme quedado (aparentemente) sin zapatos, por lo que no pude salir de casa, durante un par de días.

Por supuesto, tenía varios pares bajo mi cama, pero entonces no se me ocurrió buscar.



II.

Cuando digo zapatos, aclaro, digo también zapatillas.

Es decir, generalizo, para no tener que entrar en detalles.

Y es que, para detallar, debiese mirar nuevamente bajo mi cama y observar detenidamente aquellos zapatos que he olvidado.

No miraré, por supuesto, pues tampoco estoy dispuesto a recuperar otras cosas ya olvidadas.

Después de todo, si llegaron bajo la cama ha debido ser por algo.

No digo que tengan la culpa, pero lo cierto es que nadie es olvidado porque sí.

Ningún olvidado es víctima, me refiero.

O no más que otros, al menos.



III.

Estoy seguro que si hablasen, los zapatos que hay bajo mi cama confesarían que también me han olvidado.

Lo dejamos olvidado sobre la cama, dirían, y ya no sabe qué hacer.

Algunos incluso -los más viejos-, ni siquiera recordarían el mundo que había fuera, antes de refugiarse ahí.

Y yo, al escucharlos, tendría que reconocer que de cierta forma, aquello sería cierto.

lunes, 13 de marzo de 2023

Paños húmedos.


Paños húmedos.

Aplique paños húmedos si hay fiebre.

Y si no la hay, por precaución, aplíquelos igualmente.

Por lo mismo, tenga siempre a mano paños húmedos.

Con agua helada si es posible.

O tenga paños secos si quiere, y agua helada.

Y realice la mezcla en el momento.

Ya verá que no es difícil y que bien vale el esfuerzo.

Incluso para usted, aunque se sienta bien, guarde siempre un paño húmedo.

Para emergencias, digamos, pues nunca se sabe.

No espere a la fiebre, le digo, más bien adelántese.

Tampoco espere síntomas ni leves malestares.

Aplique así, de pronto y son pensarlo, el paño húmedo.

Sobre la frente, si es posible, aunque lo cierto es que valen también otras zonas.

Ponga el paño húmedo sobre usted y sobre los otros.

Imagine entonces que es un velo o una mortaja de agua.

Respire hondo.

Finja alivio, aunque no lo sienta en lo absoluto.

Poco después, si han perdido el frío, retire los paños con cuidado.

Tómelos delicadamente, como tibios recién nacidos.

Y sumérjalos luego al agua, hundiendo sus cuerpos hasta que vuelvan a estar helados.

Luego repita el procedimiento varias veces.

Justo las ocasiones necesarias, en realidad, para que ni usted ni los otros, sucumba.

Paños húmedos, simplemente, como ven.

Aplíquelos haya o no haya fiebre.

Ya verá como todo mejora.

domingo, 12 de marzo de 2023

Un pequeño harakiri.


Un pequeño harakiri.

Eso prometía, al menos, el anuncio.

Con letras grandes, casi luminosas, en las afueras de un bar.

En vivo, esta noche: un pequeño harakiri.

Lo leí dos o tres veces, para asegurarme de estar en lo correcto.

Y por supuesto, me venció la curiosidad.

Todavía no era noche, recuerdo, pero entré de igual forma.

Solo tras pedir una cerveza, me atreví a preguntar sobre el anuncio.

La chica que atendía señaló hacia un rincón, donde había un pequeño escenario.

Cada dos o tres semanas, dijo, el dueño del bar realiza esta ceremonia.

Nada muy terrible, en realidad, apenas un corte superficial… aunque sangra bastante, debo admitir...

Pero entonces, la interrumpí asombrado, se trata verdaderamente de un harakiri…

No uno propiamente tal, me corrigió.

Es solo lo que promete el anuncio: un pequeño harakiri.

Miré a la chica fijamente para advertir si bromeaba, pero comprendí que no lo hacía.

Me sonrió antes de irse y aproveché de pedirle un par de cervezas más.

Así, comenzó a anochecer mientras bebía, y el local comenzó a llenarse.

Una pareja de finlandeses se sentó en mi mesa, pues no había más lugar.

Fue entonces que la iluminación cambió y vimos entrar al hombre y subirse al escenario.

Todos guardaron silencio.

El hombre miraba al frente, hacia un punto fijo.

Tomó posición sobre el escenario y sacó una pequeña katana.

Pude fijarme que a un costado estaba la chica que me había atendido, lista para socorrer al hombre, luego de su presentación.

Entonces sucedió.

Tal como lo había visto decenas de veces en películas.

Igual en cuanto a movimientos, pero con resultados, claro está, a menor escala.

Y es que el hombre sangraba, efectivamente, pero seguía consciente y se lo llevaron tras el escenario sin grandes dificultades.

Mientras esto ocurría, la pareja de finlandeses intentó aplaudir, pero luego se dio cuenta que se trataba de algo solemne y permanecieron en silencio.

Poco después, las luces volvieron a ser como antes.

Nadie habló de lo ocurrido.

Yo, aunque hubiese querido, no tenía con quién hablar.

Pensé en pedir un par más de cervezas, pero decidí que ya era suficiente.

Es solo un pequeño harakiri, pensaba, no amerita una borrachera mayor.

Poco después, cuando salí del local, observé que se llevaban al dueño del bar en un pequeño auto, probablemente a que le hiciesen curaciones.

Había un aire extraño.

Todo me parecía más pequeño tras salir del bar.

Menos importante, incluso.

Menos trágico.

No supe concluir, sin embargo, si aquello era algo bueno.

Simplemente llegué a mi casa, me lavé los dientes, y me fui a acostar.

sábado, 11 de marzo de 2023

Bajar la montaña.


Casi nadie le da importancia al bajar la montaña.

Me refiero a que todos se esfuerzan por llegar a la cumbre, poner la bandera e inmortalizar el momento.

No digo que esto último esté mal, por supuesto, pero creo que falta darle el valor necesario al descenso.

Por ejemplo, pienso que sería bueno llevar otra bandera para clavar a los pies de la montaña, luego de haberla descendido.

No antes eso sí.

No si no la hemos subido, me refiero.

Pero sí al bajar.

Clavar una bandera al volver a la altura en la que se desarrolla, por decirlo así, nuestra vida diaria.

Y es que no es fácil caminar en el declive.

No es fácil decidirse a retornar desde la cumbre.

Quiero decir que hay una fuerza distinta que se requiere para ello.

Y es que no se baja simplemente por inercia.

No es la gravedad lo que nos hace descender luego de pisar la cumbre.

Se requiere para esto una fuerza distinta.

Y hasta una voluntad distinta, si nos detenemos a pensarlo.

¿No fue Moisés, acaso, quien al bajar encontró a su pueblo adorando un becerro de oro?

Pues bien, si eso le pasó a él, imagínense qué podría ocurrirnos a nosotros.

Como ven, o se trata de volver, simplemente.

Hablar de regresar es siempre una falacia.

Una bandera en la cumbre y otra a los pies de la montaña es lo que necesitamos.

Y una última bandera, clavada en el corazón, si es que nos sobra alguna.

viernes, 10 de marzo de 2023

Las piedras hablan bajito.


Las piedras hablan bajito.

Muy, pero muy bajito.

Además, entre ellas, solamente, hablan las piedras.

No sé bien de qué hablan, pero sé que no hablan de nosotros.

A nosotros, de hecho, prácticamente no nos ven.

No nos toman en cuenta, me refiero.

Y es que nosotros estamos de paso, a fin de cuentas.

Por eso, hablan ellas de otras cosas.

Las pequeñas, por cierto, son las que hablan.

Las más recientes, digamos.

Las menos eternas.

Las otras solo cantan.

Sus canciones son muy largas y no se diferencian mucho del silencio.

Para nosotros, ciertamente, casi es imposible escucharlas.

Así y todo, si estamos atentos, podemos percibir aquello que transmiten.

En la orilla de un lago, por ejemplo, ríen con alegría mientras el agua las baña.

Bajo tierra, la vibración de sus palabras ayuda a la germinación de las semillas.

Bajo la lluvia, expectantes, levantan sus voces como manos.

Sí…

Las piedras hablan bajito.

No sé de qué hablan, pero tampoco creo que hablen de sí mismas.

Y es que se percibe a simple vista, que dan cuenta de sí mismas, de otra forma.

Así son ellas.

De esa forma, permanecen.

Aún así, no son eternas.

Hablan, de hecho, justamente porque no lo son.

Y también por eso cantan.

Las piedras, hablan bajito.

jueves, 9 de marzo de 2023

Como solo tenía un zapato intentó caminar en un pie.


Como solo tenía un zapato intentó caminar en un pie.

Al parecer, no quería tocar el suelo con el pie que estaba descalzo.

Yo no alcancé a verlo en todo caso, pero eso fue lo que me contaron.

Eso y que él no sabía bien dónde dirigirse, con el pie que estaba calzado.

En un dibujo que hicieron unos niños, aparece retratado de esa forma.

En el dibujo, aparece apoyado en un árbol, parado en un pie.

Y en el pie que apoya contra el piso, claramente hay un zapato.

Uno de los que presenciaron esa situación me dijo que no me preocupase.

Que yo debía mirar con alegría, todo aquello, sobre mis dos pies

Que cada uno debe arreglárselas como puede, ya que eso nos fortalece.

Y que si él logró o no logró caminar es cosa irrelevante en todo esto.

Por otro lado, agregaron, tener los pies calzados no revela el sitio a dónde ir.

Y hasta los niños del dibujo sabían eso, pues escribieron esa frase a un costado de la hoja.

En otra hoja, por cierto, comenzaba un relato que no comprendí en absoluto.

Esto es lo que decía en un inicio:

Como solo tenía un zapato intentó caminar en un pie.

Y seguía, por supuesto, pero no recuerdo hacia dónde.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Puedo.


Puedo, le dije.

Luego callé.

Sé que algo pasó entonces pero no recuerdo qué.

De hecho, poco después, olvidé incluso de qué hablábamos.

Como eso me angustiaba, disimulé un poco.

O al menos intenté hacerlo.

Observé el entorno.

La observé a ella, también.

Me quedé serio, simulando seguridad.

Y dejé pasar un rato.

Creo que mientes, dijo ella de pronto.

Es más, creo que sin saberlo mientes, agregó.

Si eso es cierto, le dije, luego de un rato, ciertamente no podría saberlo.

Ella guardó silencio mientras analizaba mis palabras.

Finalmente pareció aceptarlas.

Entonces, para demostrarme su buena voluntad, ella me regaló un conejo blanco.

Uno pequeño, que cargaba en un bolsillo.

¿Y para que quiero yo un conejo?, le pregunté entonces.

Ella no contestó.

Yo volví a insistir con la pregunta.

No puedo saber para que lo quieres, me dijo luego de un rato.

Ese querer está en ti.

Es cierto, acepté.

Nos quedamos en silencio mientras yo observaba el conejo.

Se llama Dylan, dijo ella.

Yo no contesté.

El conejo era tan pequeño que cabía en la palma de mi mano.

No se movía mucho, aunque sus ojos observaban en todas direcciones.

Si lo vas a tener en tus manos debes tener cuidado, dijo ella.

Podrías apretarlo sin darte cuenta y matarlo fácilmente.

Asentí.

Como no tenía bolsillos ni tampoco mochila o algo similar, no sabía cómo llevar al conejo.

La miré entonces, pensando en si debía o no devolvérselo.

Ella también me miró.

De pronto, extrañamente, volví a olvidar de qué estábamos hablando.

Puedo, me oí decir entonces, en medio de una conversación que nuevamente no comprendía.

Ella parecía asombrada.

Asombrada y algo molesta, si soy sincero.

Tal vez por esto, preferí callar, esperando que ella continuara con la conversación.

Pero claro... ella no lo hizo.

martes, 7 de marzo de 2023

El pastor de lobos y el pastor de ovejas.


Dos pastores en una historia.

Un pastor de lobos y un pastor de ovejas.

¡Cuántas veces no conté yo mismo aquella historia…!

Hoy, sin embargo, lo confieso: por años solo mostré una parte de todo aquello.

Así, ocurrió que me enfoqué únicamente en el pastor de ovejas.

Y construí de esta forma una historia débil, parcial e inexacta.


Disculpen que lo diga así, tan ligeramente, pero lo cierto es que quiero ahorrarles el preámbulo.


Dicho esto, intentaré explicar el problema que existe al centro de todo esto.

Lo que ocurrió, es que intenté hablar de dos pastores, pero observando siempre solo a uno.

En mi defensa, al menos, diré que no lo hice conscientemente.

Y no miento al decir esto.

Probablemente, pienso ahora, ocurría que yo mismo era por ese entonces más oveja, que lobo.

Aunque luego cambié, por supuesto.

No me pregunten por qué.


Disculpen que no aborde de otra forma estos hechos, pero quisiera ahorrarles el desarrollo, y el detalle del proceso.


Ahora bien, cuando comencé a mirar al pastor de lobos, debo reconocer que nunca me abandonó el miedo.

Por otro lado, reconocí en mí, poco a poco, que ese también era mi pastor.

Incluso cuando nos dejaba a nuestro antojo, ese era nuestro pastor.

Aprendí así, que el corazón no te ladra en el pecho como un perro, sin que aúlla ahí silencioso, como un lobo.


Podría decirlo de otra forma, pero sería igualmente una conclusión apresurada.


Dos pastores en una historia, prefiero decir, en cambio.

Al inicio y al final.

Un pastor de lobos y un pastor de ovejas.

¡Cuántas veces no conté yo mismo aquella historia…!

lunes, 6 de marzo de 2023

De una cebolla, probablemente.


No sé bien de qué hablaba.

De una cebolla, probablemente.

Esa era al menos la palabra que más repetía.

Una y otra vez la decía, en medio de otras frases que no lograba comprender.

Se veía inquieta.

Molesta.

Parecía defenderse de una acusación.

Todo ocurrió en un parque.

Ella y él estaban ahí, desde hacía rato.

No pude ver bien al tipo, pero al menos ella parecía extranjera.

En parte por su apariencia.

Y también porque no pronunciaba bien el español.

El hombre que discutía con ella no hablaba mucho.

De hecho, “no es suficiente”, fue la única frase que le escuché decir.

Tres o cuatro veces se la escuché.

Después de decirla una última vez el hombre se marchó.

Ella se quedó ahí, simplemente.

No intentó seguirlo ni pareció inquietarse más.

Incluso me pareció que se relajó rápidamente.

Tras acercarme unos pasos, sorpresivamente, la escuché reír.

Su risa era contagiosa.

Como reí ella volteó y me vio.

Yo también soy rusa, me dijo.

No entendí.

Entonces ella apuntó al libro que llevaba en una de mis manos.

Era uno de Bulgakov.

¿Me estaba escuchando antes?, preguntó entonces.

Yo pensé negarlo, pero finalmente le dije que sí.

De todas formas no entendí mucho, comenté.

¿Qué entendió?, preguntó ahora.

Solo algo de una cebolla y que él decía que no era suficiente, confesé.

Ella se quedó en silencio un rato.

Una vez regalé una cebolla, dijo entonces. Nunca he regalado nada más.

Me miraba fijamente mientras decía esto.

Yo también lo hacía, pero lo cierto es que no sabía qué contestar.

Por un momento pensé que tal vez no entendía qué significaba la palabra cebolla y que en realidad estaba hablando de algo más.

Sé lo que es una cebolla, dijo ella en ese instante, como si leyese mis pensamientos.

Yo sonreí.

Y sé también cuál de los tres eres, agregó.

Como me vio confundido se acercó hasta mí y dijo un nombre, en voz baja.

Juro que me pareció, en ese momento, que ese nombre era el mío.

Ella rio, al ver mi sorpresa.

Yo la observé reír.

Su risa, ahora, ya no me parecía contagiosa.

Creo que me confunde usted con alguien, le dije entonces, antes de alejarme del lugar.

Mientras lo hacía, ella rio más fuerte.

Finalmente, tras un par de minutos, la comencé a olvidar.

domingo, 5 de marzo de 2023

Un día amanecí feliz de no haber nacido buitre.


Un día amanecí feliz de no haber nacido buitre.

Fue chistoso.

Debo haber soñado algo al respecto, pero lo cierto es que no recuerdo bien.

Sí recuerdo que estaba alegre por no ver alas de buitre al observar mis manos ni rostro de buitre al verme en el espejo.

En eso consistía esa pequeña felicidad.

No es que haya tenido algo en contra de los buitres.

De hecho, nunca había pensado detenidamente en ellos y no despreciaba en absoluto su naturaleza, ni sus características ni aquello que llaman, en general, “forma de vida”.

Simplemente había amanecido feliz de no haber nacido buitre.

Se trataba de una sensación, digamos, no de una conclusión lógica.

No comparé nuestras existencias, simplemente resultaba alegre no ser un buitre, nada más.

Era una alegría sencilla, digamos.

Profunda, tal vez, pero claramente pasajera.

Lo supe en ese instante así que simplemente la disfruté.

Me refiero a que había surgido desde un lugar desconocido -propio, pero desconocido-, y que no me interesaba descubrir.

Bastaba con la sensación, decidí entonces, sin detenerme en argumentos.

Ser feliz porque no nací buitre, y nada más.

Todo en una ración pequeña, al abrir los ojos, una mañana.

Sin importar que dicha sensación desaparezca, prontamente, al avanzar el día.

Por ello, tengo la esperanza de recuperar esa alegría, aunque sea una vez más.

Despertar feliz por no haber nacido hurón, avestruz, mantis religiosa o cucaracha.

Aunque en verdad, aquello que no somos poco importa en realidad.

La clave es acercarse a la alegría de ser uno mismo, por sobre algo que nos deja fuera.

Sí… sería bueno que ocurriera, me digo, mientras escribo estas palabras.

Un día amanecí feliz de no haber nacido buitre.

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