sábado, 11 de marzo de 2023

Bajar la montaña.


Casi nadie le da importancia al bajar la montaña.

Me refiero a que todos se esfuerzan por llegar a la cumbre, poner la bandera e inmortalizar el momento.

No digo que esto último esté mal, por supuesto, pero creo que falta darle el valor necesario al descenso.

Por ejemplo, pienso que sería bueno llevar otra bandera para clavar a los pies de la montaña, luego de haberla descendido.

No antes eso sí.

No si no la hemos subido, me refiero.

Pero sí al bajar.

Clavar una bandera al volver a la altura en la que se desarrolla, por decirlo así, nuestra vida diaria.

Y es que no es fácil caminar en el declive.

No es fácil decidirse a retornar desde la cumbre.

Quiero decir que hay una fuerza distinta que se requiere para ello.

Y es que no se baja simplemente por inercia.

No es la gravedad lo que nos hace descender luego de pisar la cumbre.

Se requiere para esto una fuerza distinta.

Y hasta una voluntad distinta, si nos detenemos a pensarlo.

¿No fue Moisés, acaso, quien al bajar encontró a su pueblo adorando un becerro de oro?

Pues bien, si eso le pasó a él, imagínense qué podría ocurrirnos a nosotros.

Como ven, o se trata de volver, simplemente.

Hablar de regresar es siempre una falacia.

Una bandera en la cumbre y otra a los pies de la montaña es lo que necesitamos.

Y una última bandera, clavada en el corazón, si es que nos sobra alguna.

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