miércoles, 31 de agosto de 2022

Un tren se detiene.


No llegaron ese día.

Habían tomado el tren y nevó, así que detuvieron el viaje por cuestiones de seguridad.

No nevaba en el lugar hacía doce años.

Llamaron para avisar sobre el retraso, pero sintieron que les contestaban fríamente.

Esto les molestó.

No la nieve ni el retraso sino la forma en que reaccionaron cuando contaron su problema.

Pensando en lo ocurrido, comentaron entre ellos que tal vez no les creyeron.

Por lo mismo, sacaron fotos desde el tren y hasta grabaron un video en el que un guardia hablaba sobre lo ocurrido.

Luego enviaron las fotos y el video, para demostrar que era cierto.

Poco después, el dispositivo mostró que lo enviado había sido visto, pero no recibieron comentario alguno.

No aparecemos en las fotos, se dijeron.

Tal vez pensaron que conseguimos aquello en otro sitio y que no realizamos el viaje.

Discutieron luego sobre si tomar o no otras fotos en que ellos aparecieran, dentro del tren.

Fotos en que se notara que estaban en el tren en este instante, y que estaba detenido.

Mientras buscaban un ángulo que facilitara lo anterior, algo los detuvo, o detuvo sus ánimos.

Se miraron.

Apagaron las cámaras de sus celulares.

Desistieron, digamos, sin decir palabra.

Fue como si de pronto nevase también, dentro de ellos, y el tren que los impulsaba también se hubiese detenido.

Volvieron a sus asientos.

Llegando a la próxima estación, nos devolvemos, acordaron.

Afuera, había parado de nevar.

Poco después, el tren volvió a ponerse en marcha.

martes, 30 de agosto de 2022

Dos falanges menos.


Por dos años compré en ese almacén. O probablemente tres, ahora que lo pienso. El punto es que la mayoría de las veces me atendía una mujer bastante atractiva, esposa del otro hombre que estaba ahí, me parece, aunque no estoy seguro del todo. El punto es que la mujer atractiva tenía dos falanges menos en una de sus manos. Casi siempre la escondía, pero como yo estaba acostumbrado a pagar en efectivo ella se veía obligada a dar el vuelto y entonces veía aquella falta. Y es que las falanges faltantes estaban en su mano más hábil. O sea, no estaban ahí, pero faltaban ahí, justamente. Teníamos un trato cordial, entre ambos. Nada de coqueteos o entablar conversaciones referidas a otros temas. Así, con el tiempo, más allá de resultarme atractiva comencé a sentir cierta ternura, por esta mujer. No debido a las falanges faltantes, directamente, sino más bien por el gesto de ella al intentar disimular aquella falta. El cambio de tono, me refiero, o la velocidad con que retiraba su mano al dejar el vuelto sobre el mostrador.

Fue luego de esos dos o tres años que dejé de trabajar en aquella zona y, por supuesto, dejé de ir a ese almacén. Desde entonces, hasta hoy, no había vuelto a verla, aunque de vez en cuando debo reconocer que pensaba en ella.

Tal vez por eso, la reconocí de inmediato cuando la vi esta mañana. Sola. Haciendo trekking por el sendero de un parque que debí visitar. Sin pensarlo demasiado me acerqué hasta ella y le hablé, nervioso. Le dije que compraba en el almacén que ella atendía. Varios días a la semana, le recordé, durante dos o tres años.

Ella, sin embargo, negó saber algo del asunto. Era diseñadora y nunca había trabajado en un almacén, me dijo. Yo la observé y no supe qué decir. Estaba seguro que era ella, pero acepté su negativa y me disculpé por haberme confundido.

Ella, cordial, aceptó mis disculpas y siguió por el sendero.

En ningún momento, pienso ahora, intenté mirar sus manos.

El sentimiento es puro, me dije.

lunes, 29 de agosto de 2022

No sabe, de Chirico.


No sabe, de Chirico.

De Chirico no sabe.

Y todos saben que de Chirico no sabe.

Hasta él mismo, incluso, sabe que no sabe.

Pero al menos es honesto, de Chirico.

Me refiero que no miente, cuando no sabe.

Y eso, por supuesto, hace distinto a de Chirico.

Le da un valor extra, digamos, aunque no sepa.

Un valor que no tienen los otros.

Me refiero a qué, por ejemplo, si le preguntas dónde ir, a de Chirico,
es capaz hasta de hacer un mapa para explicar que no sabe.

Los demás, en cambio, mienten sin más,
sabiendo que no saben o sin saber, directamente.

Sin escrúpulo alguno, me refiero.

Mienten y no saben.

Mienten y mienten y no saben y no saben.

Se les nota a distancia.

Apenas uno ve que no son de Chirico se les nota de inmediato.

Hay señales, además. Otras señales.

Así, cuando mienten sin saber,
sus palabras resultan disonantes.

Repiten verbos, por ejemplo, al hablar, de forma excesiva.

Por lo mismo suenan extraño.

Producen cacofonías molestas, me refiero.

Y parecen derechamente estúpidos, hablando.

Lo describo aquí, principalmente, a modo de advertencia.

Si quieren, hasta puedo expresarlo en una máxima:

Mienten los que parecen estúpidos, pero no los genuinamente estúpidos.

Y de Chirico es genuino.

Aunque ciertamente, no lo sepa.

domingo, 28 de agosto de 2022

Ver películas de submarinos.


Hoy me dediqué a ver películas de submarinos.

O de hombres, más bien, al interior de submarinos.

Vi, para ser exacto, tres de esas películas.

Una incluso la vi en ruso y sin subtítulos.

Digo esto para aclarar que poco me interesaba la trama, el único requisito era que apareciesen submarinos.

Dicho esto, me gustaría señalar que dos de las películas eran tragedias terribles.

En ambas, ocurrían accidentes en los submarinos que terminaban con su tripulación muerta y con las máquinas en el fondo del mar como planetas vacíos.

Acabo de percatarme que escribí sin pensar “planetas vacíos”.

En las películas, retomando el tema, había un gran número de acciones heroicas y hasta un romance que se daba entre una tripulante que había ingresada disfrazada y un marinero que hace lo posible por evitar la tragedia, sin lograrlo.

Eso ocurría en la película rusa, ciertamente, cuyo nombre desconozco.

Las otros dos eran estadounidenses, aunque creo que una había sido producida parcialmente en Reino Unido, hace más de cincuenta años.

Eso hice hoy, en resumen, y no tengo en realidad ganas de contar nada más.

Y es que hay momentos, simplemente, en que te cierras como una puerta.

Una hermética, incluso y ya establecerá quien quiera algún tipo de relación.

Yo, por mi parte, rehúyo también comparaciones y metáforas.

Las esquivo, digamos, casi hasta el final.

sábado, 27 de agosto de 2022

Otra lista.


Me desperté con ganas de hacer otra lista.

Esta vez, una lista de cosas que había olvidado.

Por supuesto, al poco rato, comprendí que aquello era imposible.

Del todo imposible.

Mientras asimilaba esto, sin embargo, numeré el interior de aquella hoja.

Un número en cada línea.

Creo que llegué hasta el veinte, o el veintidós.

Luego observé la hoja y los números en la hoja.

Y pensé.

Deben existir muchas más cosas que he olvidado, pero veinte o veintidós alcanza.

Decidí, entonces, solo anotar esas cosas olvidadas que pudiesen resultar significativas, o tener un valor importante, al menos para mí.

Fue recién entonces, tras intentar recordar estas cosas, que comprendí el absurdo de mi empresa.

Tras comprenderlo, mi primera reacción fue reírme de mi mala idea, pero casi de inmediato me inundó una sensación que podría considerarse de tristeza, ante la lista vacía de cosas olvidadas.

Ahora, pensé, acordarme tan solo de una cosa de relativa importancia, podría arrojar buenas sensaciones.

Y sí que necesito buenas sensaciones.

Lamentablemente, aquellas cosas olvidadas siguieron olvidadas y por más que busqué no logré dar sino con otras cosas que siempre estaban ahí, flotando dispersas en el agua.

Poco después, doblé finalmente la lista vacía y me decidí a enterrarla.

Ahí bajo tierra, me dije, sin ser vista, estoy seguro que en ella aparecerán esas cosas que no pude escribir directamente en ella.

Cuando hube terminado, un silencio extraño se apoderó de todo.

He aquí ese silencio:

viernes, 26 de agosto de 2022

Un bucle dentro de un chicle.


I.

Dice la leyenda que alguien escondió un bucle, dentro de un chicle.

Probablemente lo hacen para que rime, simplemente, y contar la leyenda en forma de canción.

Pocos creen, por lo mismo, en la seriedad de esa leyenda y sonríen al escucharla.

Yo los noto nerviosos, sin embargo, cuando vuelve a mencionarse.

Un bucle dentro de un chicle, les digo, y ellos sonríen, otra vez.

Me refiero a que sonríen, sin excepción, cada vez que se los digo.


II.

Según esta leyenda, cuando alguien masca el chicle y llega de pronto al bucle, no solo ocurre que vuelve a mascar el chicle, sino que el bucle se extiende afectando todo, alrededor.

Desconozco hasta qué punto o momento retrocede, pero lo importante es que vuelve a repetirse.

Y que tanto el chicle como el bucle vuelven sin duda a un estado anterior.

El estado en que el bucle está oculto e inmerso en el chicle.

Eso es, al menos, lo que dice la leyenda.

Lo que me pregunto, sin embargo, es si entre tanto bucle, el chicle pierde -o no pierde-, su sabor.

El chicle que tiene el bucle, me refiero, y el sabor que está en el chicle.

O que estaba o nunca estuvo.

Vaya uno a saber.

jueves, 25 de agosto de 2022

No sabía decirlo, pero lo dijo.


No sabía decirlo, pero lo dijo.

Lo dijo mal, tal vez, pero de una extraña forma sintió que logró expresarlo.

Luego se quedó tranquila, y habló sobre otras cosas.

De todo, menos de política, pues terminaba mal cuando abordaba el tema.

Yo la entendía, por cierto, en ese punto.

De hecho, solíamos ser cómplices para evadir el tema cuando este estaba demasiado cerca de nosotros.

Debimos parecer cobardes, por supuesto, pero asumimos que ese era el costo.

Esta vez, por ejemplo, ella prefirió hablar de jabones, instalaciones eléctricas y cine húngaro.

Yo escuchaba, simplemente, y de vez en cuando anotaba algunas de sus palabras, pues me interesaban las conexiones que establecía entre sus ideas.

A veces, incluso, me parecía notar que a pesar de hablar de otros temas (o desde otros temas), ella hablaba igualmente de lo que parecía evitar hablar, y expresaba todo, aunque no dijese nada claro.

Por mi parte, esta vez, solo comenté algo cuando ella habló sobre el cine húngaro.

Apenas unas palabras sobre animaciones húngaras que había visto ahora último.

De Gyorgy Kovasznay y Orosz, principalmente.

Así, resultó que ella conocía una de Kovasznay, que había visto hacía poco por streaming.

Ambos, por cierto, recordábamos cosas algo distintas, sobre aquella película.

Sin embargo, como los demás no la conocían, aquello debió pasar desapercibido.

Así ocurre siempre, dijo ella esa vez, antes de cambiar nuevamente el tema.

Yo no estaba de acuerdo, pero asentí.

Todo estaba, casi, donde debía estar.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Donde se fue el gato.

I.

-No estar acá -dijo ella, terminando su discurso-. Me gustaría ir donde se fue el gato.


II.

Horas después bebimos juntos. Conversamos de varias cosas. Ella estaba alegre, otra vez, y su actitud parecía muy distante a aquella que sostuvo mientras expresó su discurso.

Yo todavía les daba vueltas a algunas de sus palabras. No tanto al significado, en todo caso, sino que las hacía sonar, como monedas en un bolsillo.

-¿Te puedo hacer tres preguntas cortas?-, dije entonces, cambiando el tono.

Ella accedió.

-¿No sabes dónde está el gato, cierto? -pregunté.

-No -dijo ella.

-¿Tampoco te interesa encontrarlo, supongo?

-Tampoco -contestó.

Yo me quedé en silencio.

No hubo necesidad de formular la tercera.


III.

Su discurso puso fin a una relación extraña en la que yo no estaba envuelto.

Aun así, tras escucharla, sentí que incluso a mí, sus palabras terminaron separándome de algo.

Era la segunda vez que la escuchaba hablar en serio y hasta el momento, ha sido también la última.

Después de aquello, nos vimos un par de veces, brevemente, hasta que terminamos perdiendo el contacto.

Unos amigos en común me cuentan que la ven, de vez en cuando, y que sigue siendo la misma.

No mienten, por supuesto, o no al menos voluntariamente.

Yo, involuntariamente, sí lo hago.

martes, 23 de agosto de 2022

Ella tuvo un amigo pakistaní.


Ella tuvo un amigo pakistaní. Coincidió con él mientras estudiaba un curso de administración financiera avanzada, en el extranjero. Hablaron en inglés, solamente, y no de cosas muy profundas, según me contó. Según parece, el pakistaní venía de una familia con bastantes recursos y tenía una hermana que estaba comprometida con una especie de príncipe o descendiente de una realeza ya venida a menos. Él le mostró fotos de su familia y en especial de su hermana, con quien llegó incluso a comunicarse en un par de ocasiones. Tal vez por eso, la hermana la contactó un par de años después, preguntándole sobre cierta región del sur de Chile, a donde quería realizar un viaje. Yo estaba con ella cuando vio el mensaje y me contó la historia. Un poco desordenada, por cierto, pues solo hacia el final llegó a hablar sobre el amigo pakistaní, que venía a ser el punto inicial de aquel relato. Si bien no lo dijo abiertamente, creo que ella tuvo algún tipo de romance con el amigo pakistaní cuya hermana, un par de años después, iba a visitar cierta zona en el sur de Chile. Todo ocurrió hace mucho tiempo, por supuesto, y carece de importancia. O de real importancia, más bien. Solo lo repaso y ordeno porque de cierta forma me recuerda que hay zonas que desconocemos tanto del mundo como de los otros. Zonas sin nombre incluso. Zonas por las que elegimos transitar o no transitar. Ella tuvo un amigo pakistaní.

lunes, 22 de agosto de 2022

Probablemente tengas razón.


I.
Probablemente tengas razón. Lo admito. Pero desde hace un tiempo eso es lo que menos me importa. Acepto su validez, digamos, pero me parece el argumento menos válido. Así, ocurre simplemente que me resbala la razón y no me conmueve en lo más mínimo. No es nada personal, aclaro. Te escucho. No estoy convencido desde antes. Acepto las palabras, tranquilamente, aunque ignoro su peso. No discuto contigo. Es más, a veces ni siquiera tengo una posición previa. Es solo que eso de tener razón… no sé. No me suena a algo importante. Me parece triste, incluso. Una razón triste.

II.
Dicho lo anterior, aclaro que no creo tener la totalidad de la culpa. Me refiero a que, ahora, debieses tú admitir algo. Y es que hay una actitud que me incomoda en todo esto. Algo que aflora en ti apenas dices algo que crees -y posiblemente sea-, incuestionable. Una sensación que me molesta y que se vincula con ese rechazo a la razón que confesaba antes. Te lo diré ahora, pero escúchalo antes de rechazarlo: Te contentas con tener razón. Eso, apenas, te satisface. Cocinas el argumento para ti, simplemente. Y eso es, pienso ahora, lo que lo vuelve triste. Me refiero a que miles y hasta millones de personas tienen la razón para sí mismas y ya ves. Tú eres, simplemente, una de esas. No hay nada de especial, en todo esto. Esa es la imagen que veo. Solo tú, teniendo razón. Una razón triste.

domingo, 21 de agosto de 2022

Una chica extraña en la azotea.


I.

Todo empezó con una chica extraña en la azotea de un edificio.

Vi que arrastraba un animal que arrojó desde la altura.

Creo que se trataba de una cabra.

No vi el cuerpo, pero eso me contaron los vecinos.

Ellos, por cierto, no vieron a la mujer, no sospechaban de nadie.

Pensaban, simplemente, que la cabra saltó por su propia cuenta.

Igualito que los cerdos de la biblia, decía la anciana del segundo piso.

Así, sin acusaciones ni sospechas, tampoco hubo investigación sobre el hecho.

Simplemente recogieron y botaron el cuerpo.

Yo preferí guardar silencio.


II.

Días después me encontré a la chica extraña en una panadería.

Era un local pequeño, a pocas calles de distancia.

Compró pan integral, según recuerdo, apenas un par de unidades.

Debe vivir sola, pensé yo.

Probablemente nadie sepa que ha provocado la muerte de una cabra.


III.

La seguí ese día hasta una casa que creía deshabitada.

Estaba en malas condiciones y no contaba con luz eléctrica.

Como no se percató, me quedé un rato más, cerca del lugar, observando.

Tras pasar varios minutos comprendí, sin embargo,
que no sabía bien qué era aquello que observaba.

Estoy rodeando algo que ya sé, me dije.

Algo que ya sé y no puede saberse de otra forma.

De regreso, entonces, decidí subir también a la azotea de aquel edificio.

Nadie me detuvo.

Una vez ahí, me senté a llorar.

sábado, 20 de agosto de 2022

Estafado.


Me estafaron.

Otra vez, pero ahora no es tan grave.

¿Qué fue esta vez?

Una caja de fósforos, simplemente, que no traía fósforos.

Y es que, en vez de aquello que debía contener,
traía un montón de palitos sin material alguno extra.

Sin nada en sus extremos, digamos.

Palitos planos, nada más.

Fósforos sin fósforo o como sea que se llamen.

Lo cierto es que ya ni sé cómo decirles.

De todas formas, el punto aquí es que me estafaron, y eso basta.

Y tengo todavía en mis manos la cajita mientras tecleo estas palabras.

Ni siquiera una denuncia.

Un testimonio, apenas, de un hecho que pronto olvidaré si no lo escribo acá.

Una caja de fósforos sin fósforo.

Mire usted.

La tengo todavía porque no supe qué decirle al que me la vendió.

Además, sé que no fue él el responsable de la estafa.

O no me lo imagino, al menos, dándose el trabajo de cambiar su contenido.

Por otro lado, debo reconocer que detrás de la estafa hay también otra sensación.

Una que no es tan mala.

Una sensación que se basa en la idea de una valoración distinta.

Algo parecido a lo que ocurre, probablemente, con las monedas mal acuñadas.

Observo entonces la caja y pienso que puede convertirse fácilmente en un amuleto.

O hasta en un símbolo de algo que aún no sé.

Me estafaron, en resumen, pero está bien.

Otra vez, digamos, pero no es tan grave.

Mire usted:

viernes, 19 de agosto de 2022

Tenerlo todo (mejor o igual que yo)


Era su turno de hablar.

Siempre era su turno de hablar.

Es lógico, dijo entonces. Como el día comienza a ser más largo las noches son más cortas. De eso no te puedes quejar. Lo bueno es que existe equilibrio, al menos, y todo suele a ajustarse, finalmente, en un mismo lugar. Me refiero a que nunca cabe la misma luz y oscuridad de forma exacta, en un mismo sitio. Pero ver inalterables las proporciones externas de ese sitio, es algo que suele tranquilizar.

Mientras me hablaba, pensé que mentía, pero lo dejé seguir.

No digo que debas tranquilizarte, siguió. No digo que tú, específicamente, debas tranquilizarte. No es eso. Hablo más bien de cosas generales, observaciones reiteradas, incluso, que suelen repetirse de lugar en lugar. Como esas advertencias, por ejemplo, respecto a que no puedes tenerlo todo. Creo que leí algo parecido incluso en un poema infantil: Tus manos son pequeñas, decía, y en los ojos nada, finalmente, se puede guardar.

Seguí en silencio. Escuchaba molesto, lo admito. Pensaba en qué quería decir con eso de no poder tenerlo todo. Tal vez quería confundirme y luego…

No quiero confundirte, me interrumpió. Probablemente piensas eso. Sin embargo, hablo solo del día y de la noche y del espacio que comparten. Ese es el todo, simplemente, al que podemos acceder. El equilibrio forzado ayuda un poco a frenar nuestros deseos y a eso hay que atenerse. Tú lo sabes mejor o igual que yo.

jueves, 18 de agosto de 2022

Al almacenero no lo sobrevivió el amor, si no su esposa.


I.

Al almacenero no lo sobrevivió el amor, sino su esposa.

Se veía triste, al inicio, pero por supuesto después no.

En su almacén compramos pan y algunas cosas, para sacar de apuro.

Es decir, murió el almacenero, pero ahora atiende su esposa.

El pan que venden, ciertamente, sigue siendo el mismo.


II.

Lo confieso: nunca supe el nombre del almacenero.

Compré ahí varios años, pero nunca me enteré.

Por cada compra, calculo, no cruzamos más de diez palabras.

Tampoco lo vi nunca, en ese tiempo, cruzar palabras con su esposa.

Ella simplemente le llevaba algunas cosas, como si adivinase, qué podía faltar.


III.

Dicen que murió de una afección a los pulmones.

Estuvo hospitalizado unos días, antes de abandonar este lugar.

Algunos vecinos se organizaron para comprar flores y asistir al funeral.

Miré de lejos todo, porque la gente es sucia en los velorios.

Tampoco fui al entierro pues no visito cementerios, desde hace varios años ya.


IV.

Por alguna razón que desconozco a los vecinos no les gusta la almacenera.

No les molestaba como esposa, pero ahora no les gusta más.

Algo les recuerda, supongo, aunque probablemente no lo comprendamos.

Su voz, tal vez, que antes nunca conocimos.

Sus ojos, probablemente, que siguen viendo, siempre más allá.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Lleno de cuerdas está el mundo.


I.

El mundo está lleno de cuerdas.

No el universo, el mundo.

Lleno de cuerdas porque así lo quiso Dios.

Porque quiso existir de esa forma, entre nosotros.

Porque Dios quiso abrazar las cosas, me refiero, siendo el nudo.


II.

Falso.

Las cuerdas no, pero todo lo demás es falso.

Y de las cuerdas colgaban ropas, que también eran falsas.

Las limpias y las sucias no hacían diferencia.

Así, la verdad únicamente servía para sostener las cuerdas.

Y todos lo sabían.

Y nadie lo sabía.

Y entre ambos hechos, la verdad estaba.


III.

Nos enredamos sin más, en las cuerdas del mundo.

No del cuello, necesariamente, pero lo cierto es que nos enredamos.

De esta forma, atrapados quedamos, al interior del mundo.

No gritamos, es cierto, pero solo fue porque no supimos a quién.

Tampoco por qué ni para qué.

Ni lo creímos necesario.


IV.

Es cierto: lleno de cuerdas está el mundo.

Pero en el fondo, las cuerdas solo se amarran entre sí, y no se aferran a sitio alguno.

Y es que no son raíces, las cuerdas del mundo.

Existen junto a nosotros, nada más, como tablones sobre el agua.

No balsas, sino tablones, es su forma de existir.

Allá usted si cree o no quiere creer, en mis palabras.

martes, 16 de agosto de 2022

Recordar la diferencia.


Debes recordar la diferencia. La distancia que existe entre hablar con los otros y simplemente hacer ruido. Y el para qué, por supuesto, perdido hoy en esa misma distancia. Esa es tu tarea. Debes recordar la diferencia. Una y otra vez recordarla. Retener la fuerza. Y utilizarla, para retenerla. Envejecerás, por supuesto. Nadie ha dicho lo contrario. Envejecerás, es cierto, pero serás tú mismo. Y entonces hablaremos. Honestamente, hablaremos. Sin culpar al trabajo ni a todas esas cosas que creímos nos robaban el tiempo. Y podrás de esa forma decir cómo estás y en qué estás y sabrás así que eres tú mismo. Sin esfuerzo lo sabrás. No interpretarás tus guiones. No harás ruidos innecesarios. Lo sabrás siéndolo. Y gastaremos así la piel, los órganos y hasta los huesos. Porque así debe ser. Porque hay que gastarla. Porque estamos vivos y no puede ser de otra forma. Di algo entonces que no sea ruido. Un gesto incluso que recuerde quién eres. Respira. Desde el corazón, respira. Hazlo así y cuida tus ojos. No de lo que ven sino de cómo ven. Cuídalos y recuérdales para qué lo hacen. Toca el mundo, con ellos. Que ese sea el final de tu tarea. Ser, observar y dejar ir. Nada más. El verbo amar, no debiese siquiera conjugarse.

lunes, 15 de agosto de 2022

Listas de lo que no conoces.


I.

-Inténtalo si quieres -me dijo-. Allá tú… Igual no puedes hacer listas de lo que no conoces.

-Puedo -le contesté.

La observé.

Parecía molesta, pero estoy seguro que en el fondo no lo estaba.

Se puso de pie.

Se vistió.

Cuando hubo terminado se volvió hacia mí.

Su rostro no tenía ojos, ni orejas, ni nariz.

Solo boca.

Al verla, pensé que hubiese sido mejor que no tuviese nada.

También me preparé, entonces, para dejar aquel lugar.

A diferencia suya yo sí tenía ojos, pero mi boca se pegaba.

-No puedes hacer listas de lo que no conoces -repitió.

-Puedo -quise decir otra vez, pero no pude.

Desperté.

Busqué en la habitación.

Ella ya no estaba.


II.

Me costó años, finalmente, pero pude hacer la lista.

Enumeré lo desconocido a duras penas y terminé la labor.

Era una lista extensa, es cierto, pero eso no tenia que ver con lo arduo del trabajo.

Entonces, ella volvió aquella noche.

Junto a la boca tenía algo similar a una herida.

O tal vez, pienso ahora, le estaba brotando su primer ojo.

De todas formas, el punto aquí es que ella habló.

Y mientras lo hacía, yo intentaba hablar más fuerte, leyendo desde la lista.

Ella pareció sorprendida, en un inicio.

Sobre todo cuando adiviné su nombre.

-Tú no me has hecho lo que soy -dije entonces.

-Tú no eres -dijo ella, simplemente.

Desperté.

Busqué la lista.

Solo entonces, agregué la última palabra.

domingo, 14 de agosto de 2022

Cosas que revela la lluvia.


Me desperté una noche, mientras llovía, seguro de que el esposo de mi vecina estaba enterrado en el patio contiguo. Enterrado y muerto, por supuesto, en el patio que estaba al otro lado de la pared derecha, si observamos mi casa desde la entrada. Su cuerpo estaba bajo tierra -creía-, y sobre él, el golpeteo incesante del agua venía a explicarme aquello que ahora creía saber.

Lo que explicaba, por cierto, no era más que la certeza de que el cuerpo de aquel hombre estaba bajo tierra. Y que mi vecina, ciertamente, era la que lo había enterrado, en aquel lugar.

-Ya sé todo vecina -le dije al día siguiente, todavía borracho de lluvia-, no es necesario que mienta.

-¿Qué es lo que sabe? -dijo ella.

-Todo -dije nuevamente-. Sé todo y no se me va a olvidar.

Ella me miró extraño, pero sin demostrar inquietud alguna.

-Usted también tiene secretos -dijo de pronto, sin mirarme-. Todo el mundo tiene secretos.

Mientras hablábamos, ella trapeaba la entrada de su casa, que había quedado cubierta con pozas de agua.

-Conozco el secreto sobre su esposo -dije entonces.

-No son secretos si a nadie le importan -dijo ella.

Nos quedamos un rato en silencio.

Hacía frí., 

Entnces ella me invitó a entrar y tomar un café.

sábado, 13 de agosto de 2022

Como una tina.


Se desbordó como una tina. O como cualquier recipiente en realidad al que se ha llenado hasta los bordes y poco más allá. Pero claro, yo elijo pensar en una tina. O más bien: en los bordes de una tina. Los bordes de una tina vistos desde fuera, por supuesto. En su conjunto. Una tina desbordada, dejando caer aquello que ya no puede contener y que, por tanto, ha comenzado a dejar escapar.

Con todo, siento necesario precisar que aquello que cae desde la tina no es exactamente aquello que intenta ingresar a ella luego de estar llena. Me refiero a que, en el caso del agua, por ejemplo, no son exactamente los últimos centímetros cúbicos vertidos en la tina los que caen inmediatamente desbordados, aunque coincida el número de ellos, ciertamente, pero lo importante es que no son exactamente los mismos, que han pretendido ingresar.

En este sentido, por difícil o imposible que sea, ansío identificar el momento exacto en que la tina desbordada ha terminado de expulsar la última de las gotas con que fue llenada en primera instancia; es decir: ansío identificar el momento preciso en que la tina llena sigue estando llena, pero su contenido es completamente otro que el que estaba en ella en primera instancia.

Y es que recién ahí, pienso ahora, podría intentar comprenderla. Y mis manos volverían entonces a acercarse a ella. Y nos miraríamos a los ojos. Y podríamos hablar.

viernes, 12 de agosto de 2022

Un misterio blanco.


Creo que es en un relato de Felisberto Hernández donde se señala la existencia de una nueva clase de misterio. Un misterio blanco, me parece que le llaman. Por supuesto, este misterio existiría complementariamente al misterio tradicional, más oscuro, que es característico de aquello que pensamos habitualmente cuando nos acercamos a la idea de misterio.

En ese relato, si es que no me engaño (y los engaño a ustedes, de paso), se nos habla de este misterio asociado a la idea de que -a diferencia de lo que ocurre con el misterio tradicional que buscamos siempre iluminar hasta hacerlo desaparecer-, nada se tienta uno a hacer con él, pues justamente es blanco y luminoso y existe simplemente así, mientras nos vemos inmersos en él.

-¿Un misterio que no es misterioso…? -preguntará entonces un lector medianamente atento.

-¿Una realidad en la que no hay indicios ni símbolos ni signos y todo es exactamente lo que es, a simple vista…? -dirá otro, de esos que les gusta teorizar.

-¿Algo así como un misterio sin misterio, cuya falta de secreto, justamente, motiva nuestra extraña desconfianza e incredulidad? -preguntará un tercero, buscado sintetizar.

Y entonces quien escribe simplemente dirá:

No.

(Y ya no estará hablando del misterio blanco mencionado, probablemente, por Felisberto Hernández)

Y dará por zanjado aquel asunto.

jueves, 11 de agosto de 2022

Un túnel o un pozo.


Ella discutía con él todo el tiempo.

O él discutía con ella, si quieren, pues no intento direccionar el origen de la discusión desde uno de ellos en específico.

Lo aclaro ante todo pues trato de no tener, a este respecto, posición alguna.

En este sentido, simplemente pretendo describir aquello sobre lo cual discutían, según ha llegado hasta mí.

Acepto de antemano, sin embargo, aquellas críticas que puedan apuntar a la falta de contexto, historia y referencias que permitan llevar la discusión hacia un terreno más trivial. Donde la comprensión superficial es siempre más cómoda y sencilla, aunque no por eso más certera.

Y es que yo aspiro, por cierto, a otra comprensión.

He aquí, entonces, la esencia de aquello que llegó hasta mí:

Ella, decía que se trataba un túnel.

Él, insistía en que se trataba de un pozo.

Mientras discuten pueden ustedes imaginarlos observando la entrada oscura de aquello sobre lo cual discutían.

O la salida, si desean verlo de otro modo.

El punto es que discutían sobre aquello, sin dar mayores argumentos y sin atreverse o intentar comprobar, su posición.

Apenas, admitamos, lanzaban algunas amenazas:

Si yo entro ahí y no regreso, decía ella, sabrás que se trata de un túnel.

Pues si yo entro ahí y no salgo, admitirás que se trata de un pozo, contestaba él.

Y así, por supuesto, discutían todo el tiempo.

Ahora, me gustaría contarles -lo admito-, una secuencia de hechos o situaciones que puedan transformarse en algo similar a un desenlace, para la situación anterior.

No cuento, sin embargo, con ningún tipo de elemento para construir aquello.

Y es que tampoco ingresé, digamos, en ese túnel (o pozo), ni indagué más sobre ellos y su actual situación.

Además, lo que debía decirse, ya ha sido dicho.

Por lo mismo, imaginemos mejor que ellos siguen discutiendo, usted leyendo y yo escribiendo.

Y que cada cual, busque una respuesta que le satisfaga.

miércoles, 10 de agosto de 2022

Seis pedazos del sueño.


Sueño por pedazos. Generalmente seis pedazos. No necesariamente se arman entre sí, aunque a veces calzan. Mi hipótesis es que en realidad son siete o más pedazos, pero yo solo sueño seis. Por lo mismo, pienso que hay “algo” (que es de cierta forma la base del sueño) que se parte en pedazos y que no es el sueño mismo.

Con esto, descarto de paso la idea de que los pedazos sean fragmentos dados a partir de la continuidad del sueño. Y es que no se trata de una cuestión temporal. La división aquí es más bien espacial. Quiero decir que aquello que se rompe posee sin duda una “sustancia”, aunque no llegue del todo a ser algo físico concreto.

Ahora bien: desde hace unos meses he comenzado a ser consciente de esos seis pedazos. Y cuando digo ser consciente incluyo también el asumir la responsabilidad sobre ellos. Por otro lado, complementariamente, infiero la existencia de esos otros pedazos (el séptimo y otros) cuya existencia es esencialmente necesaria para sustentar y posibilitar el funcionamiento de los otros seis pedazos de los que sí tengo evidencia, consciencia y responsabilidad.

De esta misma forma, finalmente, creo que es correcto extrapolar el sueño en seis pedazos y proponer derechamente la vida en seis pedazos, y proyectar al mismo tiempo la idea funcional que le asigno a mi sueño.

Nótese por favor que he hablado de pedazos. No fragmentos.

martes, 9 de agosto de 2022

Varias veces durante la entrevista.


Lo dijo varias veces durante la entrevista. Luego de pasar ocho días en el desierto y tres en recuperación. Lo habían localizado gracias a unos drones y pudieron rescatarlo cuando ya muchos lo creían muerto. Estaba deshidratado, por supuesto, y en muy malas condiciones, pero se repuso más rápido de lo que todos podíamos pensar. Fue entonces que le realizaron la entrevista y que yo recibí la grabación para escribir una nota que no debía superar las 350 palabras. Luego, un periodista debía leerla mientras intercalaban imágenes de archivo y hablaba un especialista y un integrante del grupo que lo rescató.

Fue entonces que, mientras escuchaba la entrevista, me llamó la atención una idea que aquel hombre repetía. Él decía que cuando comenzó a resignarse a una muerte segura, dejó de pensar en encontrar agua o un pequeño oasis, como en las películas. Lo que él quería era un espejismo. No el agua real.

-Mis oraciones eran por un espejismo -decía el hombre-. Eso es lo que yo pedía. Una imagen de agua corriendo y ojalá el sonido, nada más. No siquiera pensaba ya en el agua de verdad. Yo rogaba por un espejismo.

Intenté hablar de eso en la nota, por supuesto, pero finalmente el editor me pidió dejar elementos más concretos. Que me centrara en sus palabras cuando hablaba de los efectos de la deshidratación y en lo que sintió cuando comprendió que sería rescatado.

Yo hice caso, por supuesto. De paso, me fijé que los otros medios de comunicación tampoco hicieron hincapié en eso y debí aceptar que, tal vez, aquello de rogar por el espejismo no era algo tan importante como yo pensaba.

Así que lo dejé ahí, digamos.

Hoy, años después, dudo incluso si dijo o no esas palabras realmente.

Podría esforzarme y encontrar el archivo, para comprobarlo. Pero no sé, en el fondo, qué ganaría (o qué demostraría) si encuentro aquello.

No hay más.

lunes, 8 de agosto de 2022

Meterse bajo los autos.


Le gustaba meterse debajo de los autos. Autos detenidos, por supuesto. Estacionados.

(Si hubiesen estado en movimiento habría sido otra cosa. Otra historia. Más breve, por supuesto. Una noticia, tal vez, y este texto no estaría acá)

Podía pasar horas así, bajo los autos. Quieto. Ojos cerrados, en ocasiones. En otras, atento ciento por ciento a lo que veía pasar.

(Si hubiese estado siempre igual, no habría podido comparar las experiencias. Y la valoración que damos a todo no sería certera)

Se metía bajo ellos cuando nadie lo observaba. Y casi nunca lo observaban. Era uno más, digamos, entre ellos. La única diferencia era que él se metía bajo los autos. Y no era una diferencia apreciable, cuando él no estaba bajo ellos.

(Cualquiera pudo toparse con él y no saber. Incluso puede leer esto sin percatarse que hablamos de alguien conocido. Alguien como usted, digamos, pero que gusta meterse bajo los autos)

No trataba de esconderse, por cierto, bajo los autos. No huía de nada. Acechaba, más bien, bajo ellos. Sentía que ellos (los otros) no sabían, pero él sí. Tal vez ellos ni siquiera sabían de qué gustaban. Allá ellos.

(Ellos es tan impersonal y ajeno que no resulta, en lo absoluto, una buena palabra. Además, en ocasiones es indeterminado. Por eso no suelo usarlo en los textos si no es necesario. Porque confunde, me refiero. Porque luego hay que dividir y explicar, y ya ven).

domingo, 7 de agosto de 2022

Encuentro.


Vi “El graduado” tres veces la semana en que nos volvimos a encontrar.

A ella le gustaba mucho esa película y yo lo tomé como una grata coincidencia.

No hablábamos desde hace años, pero podría decirse que todo estaba bien, entre nosotros.

Nos saludamos.

Reímos de algo.

Acordamos ir juntos a algún lugar.

Fuimos entonces a beber y avanzaron así las horas.

Me contó que estaba escribiendo sobre cine, para un par de revistas.

Todo andaba bien, al parecer.

Todo en orden, recuerdo que dijo, sin demasiado entusiasmo.

Me preguntó si quería ir a su casa y acepté.

Por el camino nos besamos mientras ella hablaba de una película de Chabrol.

Dormimos juntos esa noche, y nos reunimos así durante unas semanas más.

Tras ese tiempo comencé a dudar pues ninguno de los dos parecía querer ir a sitio alguno.

Ella, por supuesto, sentía algo parecido.

Hablamos de ello una tarde en que llovió de improviso.

Hubiese querido que algo doliese, pero lo cierto es que no pasó nada más.

Nos reunimos por última vez en el mismo bar en que fuimos a beber cuando nos encontramos.

Reímos un poco, simplemente, y nos deseamos suerte.

Mientras nos despedíamos pensaba que cualquiera de los dos pudo haber cambiado la historia.

No sé si eso es bueno o malo, a fin de cuentas.

Todavía pienso igual.

sábado, 6 de agosto de 2022

Dos veces ladra el perro.


I.

Dos veces ladra el perro cuando quiere morder.

Tres veces si no va a atacar.

Cuando ladra una no sabemos qué quiere.

O tal vez, simplemente, ladre por ladrar.


II.

Me mordió en un brazo
cuando ladró dos veces.

Yo se lo ofrecí, más bien,
para que no dañase algo esencial.

Rasgó carne y nervios,
pero no llegó al hueso.

Y hablo solo del hueso,
pues no sé el nombre de algo más.


III.

Me oculté tras un árbol
cuando ladró tres veces.

Y es que entonces no sabía
que no iba a atacar.

Estuve ahí toda esa noche
oculto por si acaso.

Sabíamos del otro, pero al menos entonces,
no nos vimos nunca más.


IV.

Un ladrido escucho
cuando estamos lejos.

Un ladrido como un nombre
de quien no sabemos dónde está.

Desconozco aquel nombre
aunque tal vez todos desconozca.

Ni siquiera sé si es el perro
el que ladra más allá.


V.

Ahora bien, si está en silencio,
ocurre que el perro duerme, o que muerto está.

En ambos casos, ciertamente,
poco hay que hacer y poco hacemos.

No juzguen ante la tristeza
por esto a ser alguno.

Perros y hombres habrá siempre
que ladren por ladrar.

viernes, 5 de agosto de 2022

Canción del gran alfiletero (traducción)


A descubrir, a descubrir,
quién es el gran alfiletero.

Quien no participe
no venga después a celebrar.

Cambiemos pistas, hagamos mapas,
vamos tras las huellas que no sabemos dónde van.

Clavemos alfileres por doquier
hasta que uno se delate, al silenciar el grito.

A descubrir, a descubrir,
quién es el gran alfiletero.

Plantemos en el mundo pistas falsas.
Engañémonos, sin más, como siempre hacemos.

A descubrir, a descubrir,
quién es el gran alfiletero.


Coro:
Pero cuando lo encontremos, por favor,
olvidémonos ya de diferencias,
y clavemos nuestros dardos
en ese alguien que no sufre
o que dispuesto a hacerlo está.

A descubrir, a descubrir,
quién es el gran alfiletero.


Diga usted, pruebe nombres,
nadie será descalificado.

El error es parte del proceso,
como dicen por ahí.

¿Será tu madre, tu padre
o ese vecino que llega borracho?

¿Quién será, a fin de cuentas
el gran alfiletero?

Hagan también sus apuestas.
no se limiten a buscar.

Puede ser dios o hasta una piedra,
no mutile sus creencias.

Hay tantas formas de perder
como posibilidades de ganar.


Coro:
Pero cuando lo encontremos, por favor,
olvidémonos ya de diferencias,
y clavemos nuestros dardos
en ese alguien que no sufre
o que dispuesto a hacerlo está.

A descubrir, a descubrir,
quién es el gran alfiletero.

jueves, 4 de agosto de 2022

Los pies sobre las rocas.


Los pies sobre las rocas.

Esa era su condición.

Solo hablaría seriamente con los pies sobre las rocas.

No dio explicaciones, pero había rumores de que antaño se hacía de esa forma.

Fuimos con él, entonces, hasta un sector con grandes rocas, que él nos indicó.

Un lugar común, dentro de todo, solo que tenía un pequeño roquerío sobre el cual nos dispusimos a hablar con él.

Una conversación simple, le dijimos, lo más natural posible.

No es que mintiéramos, pero también es cierto que llevábamos un gran número de preguntas para abordar los temas que verdaderamente nos interesaban.

La muerte de su hijo.

Sus años en el seminario, hasta que abandonó.

El alcoholismo y los problemas con drogas.

Los últimos años, en rehabilitación.


Dos horas hablamos, finalmente.

Lo hicimos de pie, sobre las rocas.

Descalzos, como nos indicó.

Sin aparatos para grabación directa.

Intentando comprender, tomando uno que otro apunte, observando.


Él, por cierto, ni siquiera nos miró.

Contestó siempre con un tono neutro, aunque firme.

No evitó tema alguno.

Era igual que todos, pensé, solo tiene más certezas.

Carga con ellas, incluso.

No lo complican los hechos, sino aquello que sabe.


Cuando terminamos de hablar nos preparamos para volver.

Nos pusimos calcetines.

Enfundamos nuestros pies.

Sentí el piso menos firme, cuando descendimos de las rocas.

O tal vez llevaba un peso, que no cargaba antes.

miércoles, 3 de agosto de 2022

No te peocupes.


No te preocupes.

Todo es papel.

Tinta y papel, si es que hay tinta.

No olvides eso.

Nunca olvides eso.

Tinta y papel, como huesos y carne.

No te preocupes de más.

Después de todo, no todo lo que encuentras en el piso son huellas.

Proporcionalmente, de hecho, casi nada.

Prácticamente nada.

Casi no hay símbolos, me refiero.

Signos apenas, y a veces ni eso.

Por eso reitero lo que digo.

No te preocupes.

Ni siquiera sé decirlo de otra forma.

Por eso, lo hago una y otra vez de la forma más sencilla que puedo.

Lo sabes.

Aunque no lo digas, lo sabes.

El desafío no es entenderlo, sino aceptarlo.

Tinta y papel, como huesos y carne.

Ni siquiera puedes escarbar en eso.

Ni siquiera puedes, pero no te preocupes.

Deberás cargar con ello, pero casi no pesa.

Es solo que el perro lleva el hueso en su hocico pues no encuentra donde enterrarlo.

Papel, simplemente.

Y tinta en el papel.

No te preocupes de más.

Incluso las cartas, si las hubo, terminaron por volver siempre al mismo sitio.

Tinta y papel como huesos y carne.

No te preocupes de más.

Cuando hablemos de sangre, hablaremos de otra cosa.

martes, 2 de agosto de 2022

Sin percutor.


Un arma sin percutor.

Eso oí que dijeron.

El resto fueron las palabras de siempre.

Todo igual salvo que el tono era similar a aquel que oyes en los funerales.

Ese tono que usan en los funerales cuando alguien bromea.

Cuando alguien al que de cierta forma le importaba el muerto, intenta bromear y pasar la página.

Y ríe extraño, por supuesto, cuando lo hace.

Y finalmente no la pasa.

Acá, sin embargo, si hubo o no hubo muertos es algo secundario.

Hasta los vivos, acá, son algo secundario.

Todo se reduce siempre a lo mismo.

No a la voluntad.

No a la renuncia.

No a la vergüenza o falta de vergüenza.

No se reduce a eso, me refiero.

¿A qué se reduce entonces?

Pues se reduce simplemente la ausencia de percutor, en el arma.

Aunque no lo oigas sabes que es así.

Aunque nadie pronuncie esas palabras, el hecho es evidente.

Solo queda plantearse, apenas, si el arma sin percutor sigue siendo un arma.

Peor incluso así es solo otra vuelta innecesaria.

Una órbita en torno a una estrella de calor insuficiente.

¿Algo bueno entonces?

¿Se puede rescatar algo entonces, cuando no hay percutor en el arma?

Lo pregunto y nadie sabe qué.

Al menos a mí, me percato, se me ha quitado el hipo.

lunes, 1 de agosto de 2022

Tab bueno como cualquier otro.


Es tan bueno como cualquier otro, me dijo.

No agregó nada más.

Nos quedamos en silencio, por un rato.

Entonces encendió un cigarro.

Mientras lo hacía, escuchamos pequeñas pisadas, en el techo.

Ella escuchó gatos.

Yo no sé por qué, pero imaginé una grulla.

Miré sus ojos.

Como si en realidad viese otra cosa, miré sus ojos.

Ella, en tanto, me observaba como si esperase que yo dijera algo.

Algo absurdo, probablemente.

Frases que sirvieran para acercarse a algo que ya estaba roto.

La observé.

No es que quiera acercarme, parecía decirme.

Imaginé incluso que corregía mi versión.

Lo que quiero son palabras que sirvan para tomar aquello sin cortarse.

Intenté comprender.

Sin que dijese palabra alguna, intenté hacerlo.

¿Quieres decir algo?, le pregunté entonces.

¿Algo sobre qué?, me preguntó a su vez.

No importa, le dije. Déjalo así.

Ninguno insistió.

Ella fumaba y parecía estar un poco en otro sitio.

Sus ojos, sin embargo, permanecían ahí, y hasta parecían buscar algo, en la habitación.

No lo comprendí en ese instante, pero supongo que buscaba un cenicero.

Y es que siempre buscamos un cenicero, después de todo.

Pasaron unos minutos.

Es tan bueno como cualquier otro, volvió a decir, sorpresivamente.

No recuerdo de qué hablábamos.

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