martes, 31 de enero de 2023

Con el tiempo ha descubierto que le gustan varias cosas.


Con el tiempo ha descubierto que le gustan varias cosas. Hoy, mientras hablábamos, me mencionó dos. Las últimas dos, según me dijo.

La primera de ellas es que le agrada armar rompecabezas de lugares que no ha visto. No le importa la cantidad de piezas ni la calidad de la imagen, el único requisito es que se trate de lugares que no ha visitado nunca. Se dio cuenta pues analizó sus elecciones y comprendió que dejaba de lado aquellos rompecabezas de lugares en los que ya había estado. No lo analizó mucho más. Me lo contó así, alegre. Como si descubrir algo que te gusta fuese ya un logro importante. O un logro que a ella, al menos, la satisfacía.

Lo segundo que descubrió fue que le gusta ver comprar a las personas en supermercados mayoristas. No simplemente por la cantidad total de cosas compradas, sino que le agrada ver cómo la gente compra numerosas unidades de un mismo producto. Esta segunda cosa, por cierto, la analizó un poco más.

-He descubierto que me produce una sensación placentera -me dice-. Como si bastase esa acción para sentir que ellos confían en un futuro. Que se proyectan más allá del momento en que los veo. Que existen más allá, me refiero, a partir de lo que compran.

-¿Más allá de qué? -le pregunto.

Ella sonríe.

-No sé, más allá de uno, supongo… -me dice-. Más allá de lo que veo de ellos.

Yo la observo.

Mientras lo hago, descubro que me gusta verla así.

Se ve realmente alegre y orgullosa de sus nuevos descubrimientos.

lunes, 30 de enero de 2023

Aparecer en una postal


Entre trago y trago me confesó que quería aparecer en una postal. Una postal cualquiera. Una de esas que compras como recuerdo al visitar alguna ciudad. Puede parecer algo egocéntrico a primera vista, pero lo cierto es que, tras escucharlo, comprendí que no pedía demasiado. No le interesaba que se tratase de una gran ciudad ni tampoco pretendía ser el elemento central de la imagen. Me refiero a que no quería un retrato ni nada parecido. Solo aparecer en una postal. Daba lo mismo cómo. De pie en el fondo sin siquiera mirar a cámara. Comprando un periódico frente a un kiosco. Caminando a solas llevando un libro en una mano. Le bastaba con eso, explicó. Aparecer pequeñito en una postal y un día encontrarla por ahí, a la venta entre una serie de cosas viejas. Ajada, incluso. Con un mensaje pobre tal vez escrito atrás. Gastada por el tiempo. Encontrarla y recordar entonces, claro. No la ciudad en concreto ni el lugar, sino recordarse uno mismo, al verse en la imagen. Caminando así. Descuidado. En medio del trayecto entre dos puntos que no aparecen en la imagen y que poco importan. Decir “eso soy yo” o “ese era”, en voz baja. Decírselo uno mismo, incluso. Emocionarse con eso, un poquito. Aparecer en una postal.

domingo, 29 de enero de 2023

Lagartos.


Desde que obtuvo las resoluciones sanitarias su venta de lagartos ha comenzado a dar buenos réditos económicos. Ha invertido en publicidad y todo funciona de forma más transparente. Si antes vendía tres o cuatro lagartos por mes, ahora vende fácil más de cuarenta. Por lo mismo, se ha visto en la obligación de conseguir también nuevos proveedores y de invertir parte de sus ganancias en crianza directa.

A pesar de eso, está intentando mantener la forma cercana de presentar los ejemplares. Siempre con un nombre y hasta una historia en la que, si bien hay un gran número de elementos ficticios, sirve de paso para dar cuenta de la personalidad y el temperamento del lagarto.

Yo lo apoyaba en esto -al menos en un inicio-, colaborando con los nombres y las historias que se entregaban en una especie de ficha personal para cada lagarto, creando incluso historias cruzadas de algunos y haciendo guiños, a ciertos personajes de libros o películas no muy reconocidas, con la historia de otros.

Todo era simpático en un inicio, pero hoy supongo que las historias no tienen las luces de antes y suelen ser un poco más amargas. Por ejemplo, ya no hay historias de lagartos que hayan sido viajeros temporales o con problemas de adicciones al juego ni con personalidades múltiples. Los de hoy tienen historias que hablan de cuestionamientos más trascendentales, lagartos existencialistas, tal vez, o incluso posmodernos. Animales conscientes del absurdo de su propia historia, tanto pasada como futura, lo que queda de manifiesto en sus historias que ya no gustan como antes.

-Creo que no es necesario que nos escribas más historias-me dicen-. Usaremos de nuevo las primeras que tenían mejor llegada y están más probadas.

Conversamos a partir de esto.

Incluso discutimos.

En grupo, esta vez, pues estaban también los nuevos inversores.

Los amenacé diciendo que no tenían derecho a usarlas, que nunca cobré por ello y que no me interesaba recibir un monto ahora para venderles los derechos.

Me observaron en silencio, mientras amenazaba con demandarlos por derechos de autor y por revelar información sobre el origen de los antiguos ejemplares, cuando se vendían no del todo legalmente.

-Igual los lagartos se venden por sí solos -dijo finalmente uno de los nuevos inversores-. No es necesario seguir con esas tonterías.

No hubo mucho que aportar luego de esto.

Querían pagarme para que firmase un documento similar a un término de contrato.

-No nos une nada -les dije-. Solo estaba unido a los lagartos.

Poco después se acabó la reunión.

Desde entonces venden lagartos sin nombre y sin historia.

Creo que les va incluso mejor que antes.

Las historias, por supuesto, nunca fueron necesarias.

sábado, 28 de enero de 2023

Las goteras de la casa, en verano.


Estoy seguro que por las goteras de la casa algo entra igual cuando es verano.

Calor en forma de luz, probablemente, llenando poco a poco el lugar.

Así, sin que te percates, resulta que el calor se esparce por los rincones y te inunda más que el agua.

Te inmoviliza incluso hasta que descubres que es tarde, y ya no hay nada que puedas reparar.

Tanto es el calor que, por ejemplo, hace unos días llegó incluso a botar una ventana.

Cayó el vidrio desprendido desde el segundo piso y poco faltó para tener que lamentar una desgracia mayor.

Lamentablemente, en vez de que el calor saliera por esa improvisada apertura, resultó que aquella operó también en contra.

Y es que el aire -si se le puede llamar así-, está cada vez más denso y enrarecido, y no te permite avanzar con facilidad.

No exagero: el sudor brota incluso de las cosas.

El de las paredes, la noche anterior, terminó provocando un corte y ya no hay luz.

Cuando me concentro, puedo ver las gotas de calor apretándose en la habitación, empujándose unas a otras.

Me parece incluso que algunas llegas a mi piel deslizándose por unas cuerdas, como si fuese yo una marioneta.

Afuera de todo el sol, que he comenzado a mirar de frente, cuelga a la distancia.

De tanto mirarlo, he descubierto que tiene una cara, simplemente, como la luna.

No es algo que me gustaría que me explicasen si no fuese porque ya es imposible creer nada.

Preferiría confesiones.

Una palabra al oído, del verdugo.

Yo soy mi propia marioneta.

viernes, 27 de enero de 2023

Las cosas que mendigan nuestro amor.


Las cosas que mendigan nuestro amor, dijo J., así como tú las llamas, a fin de cuentas no mendigan nada. O muy poco, en realidad. Y te lo digo así por respeto, nada más, mira que tú ya sabes lo que me ocurre a mí cuando se exagera el uso de esas licencias poéticas que a final de cuentas poco aportan. Esta te la acepto principalmente porque la dices tú y entiendo que tu intención es otra. No sé cuál, es cierto, pero otra. Me refiero a que te aguanto la palabra amor en esa frase únicamente porque se compensa con la imagen esa de que las cosas mendigan. Me gusta eso. No la compensación o equilibrio entre las partes, sino eso de imaginar que las cosas mendigan. Y sobre todo que “nos” mendigan. No lo digo pensando en que yo tenga ese supuesto amor para que me mendiguen, pero sí con la idea que me mendiguen cualquier cosa. Que extiendan sus manos de cosa hacia uno y esperen algo de vuelta. Que mendiguen sin mendigar, me refiero. Que extiendan sus manos sin extenderlas y sin siquiera tener manos. No sé si me explico. Me gusta porque a fin de cuentas ese mendigar viene a ser probablemente una excusa para que podamos entregarles algo a las cosas. Sacar algo de nosotros. Hacer un vínculo mínimo con ellas. Un vínculo de nada, probablemente o de muy poco, pero un vínculo al fin. No de amor propiamente tal, mira que ya dije que al final no mendigan nada y en eso me mantengo. Ahora, si te parece enredado y no comprendes déjalo pasar esta vez igual que yo dejé pasar tu frase. De pronto un día de estos, así medio aplastado por ellas te lo explico un poco más.

jueves, 26 de enero de 2023

Prefiero visitar ciudades bajo el agua.



Prefiero visitar ciudades bajo el agua.

De piedra, idealmente.

Profundamente sumergidas.

Bajar a ellas e irlas conociendo poco a poco.

Aguantando la respiración, sin artilugios ni artificios.

Sin facilidad alguna.

Con ardor en los ojos cada vez que observas.

Amarrándote algún peso para acelerar la caída.

Con la presión y tu propio instinto regresándote a la superficie.

Si hasta parece un rechazo todo aquello.

Un rechazo extraño en todo caso, ejercido sin violencia alguna.

Y no por la ciudad, ciertamente, pues ella es solo piedra inmóvil.

Bloques de piedra, más bien, apilados unos sobre otros.

Reunidos así para ejercer una función desconocida y por si fuera poco obsoleta.

Ciudades de un mundo que es ya otro mundo, en definitiva.

Ciudades de piedra perdidas bajo el agua.

No escondidas ni ocultas ni tampoco antiguas.

No hay que confundir el adjetivo.

Estas son ciudades perdidas.

Ciudades que están fuera del tiempo. Bajo el agua.

Estas son las ciudades que prefiero visitar.

Brevemente cada vez.

Apenas intuyéndolas, incluso.

Orgulloso y maravillado de cada pequeño descubrimiento.

Signos grabados en la roca.

Incluso un templo luminoso bajo el agua.

Signos que no comprendes, en todo caso.

Y un templo en el que no alcanzas a entrar.

¿Qué hacer, entonces?

Sencillo: volver a tomar aire y descender.

Ese es el costo, digamos.

Yo lo acepto hasta el momento y seguiré aceptándolo.

No sé tú.

miércoles, 25 de enero de 2023

Un tipo cualquiera (notas)



Un tipo cualquiera.

Un tipo cualquiera en un supermercado.

El supermercado puede también ser cualquiera, pero ojalá sea uno que tenga un espacio amplio para frutas y verduras.

Y que el espacio esté bien iluminado.

Con las frutas y verduras situadas con suficiente verticalidad para que la cámara las capte en todo instante.

Variedad de frutas y verduras, por cierto.

Sobre todo variedad de colores, entre ellas.

Brillantes, dentro de lo que se pueda.

Tránsito normal de gente, en aquel espacio.

Eso en cuanto al escenario, por supuesto.

En cuanto al conflicto -o al hecho central, más bien-, podría resumir diciendo que se trata de un tipo cualquiera que experimenta una iluminación en un supermercado.

En el sector de frutas y verduras de un supermercado, para ser más específico.

Tú tarea es encargarte de construir esa imagen.

Paso a paso, me refiero.

Lo quiero en éxtasis.

No en un inicio, claro, pero lo quiero en éxtasis.

Quiero que llore incluso frente a la variedad de colores.

Que llore sin llorar, por supuesto, tú ya sabes a qué me refiero.

Lo quiero frente a frente de la piel de los pimentones.

Lo quiero acercándose a una sandía para comprobar realmente si le late el corazón.

Lo quiero totalmente vivo ante cosas vivas.

Y que sea consciente de esa vida (de ahí proviene el éxtasis).

Cómo sea, si hay algo que no entiendes pregúntalo de inmediato.

N.1: Adjunto el archivo con la música de fondo, aunque imagino unos arreglos en el tempo.

N.2: Apenas puedas me envías un presupuesto.

N.3: Recuerda que soy consciente de las contradicciones y fallos, y que no me interesa hacer obras maestras.

De todas formas, luego nos juntamos y lo hablamos.

martes, 24 de enero de 2023

No sé de dónde viene ese olor.



No sé de dónde viene ese olor.

¿Cuál olor?

¿No lo sientes?

¿Qué cosa…? ¿El olor?

Claro.

Pues no. No lo siento.

Intenta percibirlo. Esfuérzate.

¿Y cómo me esfuerzo para sentir un olor?

Concéntrate. Respira hondo. Cierra los ojos…

Ya…

¿Ya lo hueles?

No… pero ya lo intento… estoy en eso.

¿Y…?

¿Y qué?

¿Sientes el olor ahora?

No… No percibo nada especial.

No dije que fuera un olor especial. Solo que no sé de dónde viene.

Igual no… Lo dije mal, además. La verdad es que no huelo nada.

Es una lástima. Y es extraño igual…

¿Por qué es una lástima?

No sé bien… es como poner en duda la realidad del otro… o la que percibe el otro.

Disculpa, entonces.

No, no digo que sea tu culpa… solo que es una lástima que no percibamos lo mismo… O sea, que los dos percibamos el olor o que ambos no logremos oler nada…

¿Sería bueno que ocurriese alguna de esas opciones?

No sé si bueno, pero probablemente mejor sí.

¿Podrías explicarme el olor?

¿Cómo…?

Te pregunto si podrías explicarme a qué huele… ya sabes, eso que no sabes de dónde viene.

Pues sinceramente no lo sé… justamente porque no podía identificarlo bien es que no sabía de dónde viene, y te preguntaba… porque no podía relacionarlo con un origen, me refiero.

Pues a lo mejor es el final que huele de esa forma.

¿El final?

Sí, ya sabes… El final. Cuando se va acabar alguna cosa.

Sé lo que es un final.

No es lo mismo un final que el final.

¿No?

No. No deben oler igual, si lo piensas.

Es cierto… Probablemente no.

¿Y entonces?

¿Entonces qué?

¿Qué pasa si el olor que estás sintiendo es el olor del final?

Si lo que huele así es el final no depende de mí lo que pase.

Me refiero a qué opinarías tú si así fuese.

¿Qué opinaría yo?

Sí.

Pues no sé… Mal final si es así.

¿Mal final?

Sí. Sin duda. Mal final.

lunes, 23 de enero de 2023

Un musgo que crece sobre un musgo.



Supe que hay un tipo de musgo que crece sobre el musgo.

Y otro tipo más, que crece sobre aquel, que ha brotado ya sobre el primero.

Lo supe porque la experiencia me hizo sospechar y busqué luego información al respecto.



Descubrí así, investigando, incluso el nombre de ese musgo.

O más bien, el nombre que le dieron.

De hecho, era un nombre distinto para cada uno de ellos.

Así al menos lo mencionaba el artículo que encontré.

Y es que, al parecer, no se trataba simplemente de un musgo similar que fuese creciendo uno sobre otro.

Tenían estructuras y composiciones distintas, explicaban.

Formas de vivir independientes unos de otros.



Es como si no se reconociesen entre sí, se decía en el artículo.

Se adhieren al musgo anterior, de la misma forma como se adhieren a una piedra.

Sin hacer distinción alguna.

Finalmente, en el artículo, se mostraban una serie de imágenes que representaban mayormente la composición interna de cada uno de ellos.



Yo también tenía, por cierto, fotos de esos musgos.

No de su composición, por supuesto, sino imágenes tomadas a ellos mismos, cuando me los encontré.

Nada sabía de ellos, sin embargo, cuando les tomé esas fotos.

Ahora, en cambio, los veo de otra forma.

Lamentablemente ahora, los veo de otra forma.

domingo, 22 de enero de 2023

Un faro apagado suele convertirse en templo.



Un faro apagado suele convertirse en templo.

No ocurre siempre, por supuesto, pero eso al menos he escuchado.

No me refiero al apagado normal del faro, durante el día, por cierto,
sino al faro que ya ha dejado de ser faro.

Y es que hay que dejar de ser, ciertamente, antes de comenzar a ser otra cosa.

De hecho, el faro debe incluso perder la luz, previamente, para dejar de ser faro.

Abandonarla, digamos.

O ser abandonado por ella.

Ya ven que no es tan fácil.



Por otro lado, el convertirse en templo no depende de aquello que fue faro.

Y es que por más fe que tenga en sí mismo,
convertirse en templo requiere más bien de la fe de otros.

Aclaro que no es fe, exactamente, la palabra, pero prefiero acortar el camino.

Es una licencia que me tomo, digamos.

Casi la única.

Además, no es aquí esencial la fe, después de todo.



Un faro apagado suele convertirse en templo.

Eso es cierto.

Pero un templo no puede en modo alguno, convertirse en faro.

Las razones, si bien no son explícitas, han quedado dichas previamente.

Si ha llegado usted acá, es probable que ya las haya comprendido.

Si no, eso revela simplemente que usted no ha estado acá.

Y que no podrá nunca ser un faro ni un templo.

Y es que tal vez, no tiene usted luz que perder, a fin de cuentas.

No para otros, al menos.

sábado, 21 de enero de 2023

Llegado cierto punto descubres ciertas cosas.



Llegado cierto punto (no sé decir cuál) descubres ciertas cosas.

Cosas mínimas, a veces, pero ciertamente las descubres.

Por ti mismo, me refiero, afinando apenas la vista.

Y es que las cosas que descubres no estaban ocultas ni mucho menos.

No importa siquiera dónde y cómo estaban.

Ese no es el punto.

De hecho, tampoco lo es el que descubras cosas.

El punto es aquí las cosas que descubres.

En sí mismas, me refiero.

Nada más.



Entre esas cosas, por ejemplo, está el asunto del que hablamos hace apenas unos días.

El asunto ese de los guardianes en las puertas.

Fue a partir de un acertijo y de un breve texto de Kafka… ¿no sé si te acuerdas?

Si no te acuerdas no importa, en todo caso.

Y es que lo importante, como mencionaba antes, es aquello que descubres.

Lo que descubres en sí mismo.

En este caso, que no hay guardianes en las puertas.

O que, si los hay -o crees que hay-, finalmente no resultan ser guardianes.

Y que, por si fuera poco, tampoco hay puertas.



Como ves, no se trata de descubrimientos que iluminen un camino.

Aunque ciertamente sean luminosos, en sí mismos.

En este sentido, aclaro que no es mi deseo crear falsas expectativas.

Después de todo, la importancia de aquello que descubres es variable.

Y no está dada a partir de los efectos que pueda provocar en cada uno de nosotros.

Esta es, por cierto, otra cosa que descubres.

viernes, 20 de enero de 2023

Había una vez un hombre que no tenía botas.


I.

Había una vez un hombre que no tenía botas.

No tenía botas, ciertamente, igual que muchos otros hombres.

En este sentido -igual que en otros-, este hombre era igual a muchos otros.

Lo que lo volvió especial -o distinto-, fue lo que ocurrió cuando llegó a tenerlas.

Y es que entonces, mandó grabar en ambas botas la palabra “filantropía”.



II.

Se paseaba el hombre con sus botas, dando siempre largos pasos.

Al verlo, sin embargo, no te fijabas en la dirección que caminaba sino en la palabra de sus botas.

Se notaba a distancia que no se trataba de una marca sino más bien de un mensaje.

En este sentido, podríamos decir que sus botas, eran ciertamente un canal efectivo.

Así, ocurrió que todos vimos y escuchamos la palabra.

Tan absurda como clara.

Pero no la comprendimos.



III.

Vemos botas, ciertamente.

Botas y palabras en las botas, vemos sin dificultad alguna.

Poco más vemos, sin embargo.

Ni pasos ni trayectorias ni orígenes ni fines.

Y es que el mundo está tan lleno de hombres que apenas vemos algo más.

Así, resulta que el mundo (al estar lleno de hombres) está lleno también de botas y palabras.

Y las botas, por su parte, están llenas de pies.

Y los pies de pasos.

Y el vacío, finalmente, está lleno de vacío.


Había una vez un hombre que no tenía botas.

jueves, 19 de enero de 2023

En un estacionamiento subterráneo.


Estoy en un estacionamiento subterráneo.

En el centro de Santiago, muy temprano.

Como no tengo auto no sé, exactamente, que hago ahí.

Lo que sí sé es que de pronto otros hombres me piden que los ayude a cargar algo.

Es un bulto extraño, pesado, que cargamos entre varios por las escaleras que nos llevan a la superficie.

Poco antes de llegar, sin embargo, el bulto se nos cae y logro ver algo, dentro de la lona que se ha abierto en un extremo.

No se asusten, me dicen, al observar mi expresión.

Abren la lona un poco más y veo el cuerpo de un león.

Percibo la melena, las garras y veo la lengua asomarse entre sus dientes.

Luego, un par de ellos, se alternan para contarme una historia que no escucho.

O que escucho, tal vez, pero no entiendo ni retengo.

Sigo observando al león mientras me hablan.

Descubro que no han cerrado sus ojos y eso me inquieta.

Sin pedir permiso me acerco al cuerpo del animal y trato de bajar los párpados.

No lo haga, dicen ellos, es parte del efecto.

¿Qué efecto?, les pregunto mientras le cierro los ojos.

Nos quedamos en silencio.

¿No nos va ayudar entonces?, me pregunta uno de ellos.

No contesto.

Dos de ellos bajan a pedir ayuda a otro hombre o a un par, pues no podrán cargarlos solos.

El otro se queda junto a mí, volviendo a cubrir el cuerpo con la lona.

Minutos después ellos regresan con un joven.

Luego suben con el cuerpo.

Yo me quedo en el lugar, sentado en las escaleras.

Todo está en silencio.

Estoy en un estacionamiento subterráneo, en el centro de Santiago.

No sé, exactamente, qué hago aquí.

miércoles, 18 de enero de 2023

Perdemos cuando ganamos.


Reunió sobre la mesa decenas de bolitas que hizo con las migas de un pan.

Llenó con ellas, toda la cubierta de la mesa.

A una distancia uniforme unas de otras, distribuyó aquellas bolitas.

Por toda la superficie, las distribuyó.

Para poder hacerlo, en primera instancia desocupó la mesa.

Lo hizo, simplemente, sin pensar.

Sin saber por qué ni para qué, pero lo hizo.

Solo cuando la cubierta de la mesa estuvo llena, se detuvo.

Luego observó todo aquello por un buen rato.

No intentó reflexionar ni comprender, solo observar.

De pronto, observó también sus manos vacías y descubrió que el pan había alcanzado justo.

No lo calculó en ningún momento, pero se alegró de que el proceso había concluido con una perfecta correspondencia.

No le pareció casualidad.

Nada le parecía casualidad, mientras observaba las bolitas.

Parecía concentrado.

Ahí de pie, sonriente, frente a la mesa cubierta de bolitas de miga.

No las contó, por supuesto, pero eso parecía.

Iba de una en una, deteniéndose, como si las fuera descubriendo.

Como un antiguo navegante que comienza recorrer una a una un conjunto de islas.

Esa imagen, por cierto, fue la que lo detuvo.

Y es que se asustó un poco al pensar que aquellas islas, carecían de faros.

Creé esas islas, sin saberlo, pero las creé vacías.

Perfectas y vacías.

Perdemos cuando ganamos, se dijo.

Así es, finalmente, como perdemos.

martes, 17 de enero de 2023

Ayer soñaba que era un tren


Ayer soñaba que era un tren

Un tren lleno de vagones en principio.

Luego un tren sin vagón alguno.

No es que los perdiera en el camino, en todo caso.

Se trataba más bien de dos sueños distintos, aunque vinculados entre sí.

Vinculados porque eran míos nada más, pero que no se intersecaban en sitio alguno.

No seguían un mismo riel, iba a decir, pero sonaba rebuscado.

Sonaba más artificial, digamos, de lo que era originariamente aquel sueño.



En él, por cierto, no era importante hacía dónde iba, ni el lugar de partida.

Me refiero a que la trayectoria del tren era más bien intrascendente.

Era mi forma de existir, simplemente, al interior del sueño.



Releo lo anterior, y me doy cuenta que al decir, en un momento, que yo era un tren sin vagones, pareciera ser que no era un tren, sino más bien una locomotora.

Aclaro, por lo mismo, que no era así.

Piensen en un hombre sin piernas, si quieren, o sin brazos… o sin que arrastre nada si quieren una imagen más directa.

Me refiero a que quera la consciencia de ser tren la que me daba identidad.

Y en ella me reconocía al interior del sueño.

O los sueños, más bien, pues ya había dicho que se trataba de sueños distintos, pero vinculados.



Por otro lado, la forma de existir -de saberse uno- en ambos sueños, era sin duda la misma.

Es difícil de explicar, pero podría decirlo a modo de frase popular:

Se cansa lo mismo un tren que no mira hacia atrás, pues no sabe si tiene vagones.


Ayer soñaba que era un tren.

lunes, 16 de enero de 2023

Hay frutas que flotan en el agua y frutas que se hunden.


Hay frutas que flotan en el agua y frutas que se hunden.

Hasta ayer no lo sabía.

Tal vez ni siquiera lo había pensado.

Y es que, si soy sincero, eso es algo apenas me preocupa.

Yo me alimento de ambas.



Por otro lado, tampoco es que consuma tanta fruta.

No la rechazo, por supuesto.

Tampoco tengo nada en contra.

Pero puede pasar tiempo sin que consuma fruta y ni siquiera me doy cuenta.

Desde mi consciencia entonces, podría concluir, que no me es esencial la fruta.

No me pregunten, eso sí, qué es entonces lo esencial.

O si me lo peguntan, advierto desde ya que no respondo.

Eso es algo que deben preguntarse, exclusivamente, ustedes mismos.



Hace unas horas, vi en un noticiero que hay cuerpos que se hunden y otros que flotan, en el mar.

Sin embargo, como no presté mucha atención, no sabría explicar por qué sucede.

Tampoco sé, por otro lado, si aquello tendrá que ver (o no) con el consumo de frutas.

Cuando hablan de cuerpos en el noticiero, aclaro que se refieren a restos humanos, ya sin vida.

Sé que decirlo así es un poco tautológico, pero no me gusta corregir.

Hay frutas que flotan en el agua y frutas que se hunden.

domingo, 15 de enero de 2023

La carne, si te fijas, nunca ocupa el centro del plato.


I.

La carne, si te fijas, nunca ocupa el centro del plato.

No es casualidad.

Siempre está a un costado. O en el otro.

Nunca al centro.

Intenta recordarlo si no me crees.

Construye o reconstruye una imagen.

Olvida lo demás.

No te fijes en nada más que la carne.

Verás que es cierto.

Nunca al centro, la carne.



II.

Se lo advertí a mi tía, lo de la carne.

Ella era una tía abuela, algo mayor.

Intenté decírselo con cuidado, para que no sintiese mis palabras como un ataque.

Estábamos cenando, cuando se lo dije.

Me contestó que llevaba años haciéndolo de esa forma y que no iba a cambiar ahora, que ya iba a morir.

La observé.

No dije nada.

Ta vez debí decirle que no lo dijese de esa forma.

Que no era tan mayor.

Que probablemente no iba a morir pronto.

Tal vez debí decirlo, es cierto, pero en ese instante descubrí que era cierto.

Tenía razón.

Ella iba a morir pronto.



III.

Días después se sintió muy mal.

Fue varias veces al médico, de urgencias, y terminaron hospitalizándola.

Le hicieron varios exámenes.

A partir de uno de ellos, le encontraron un tumor que -supimos después-, incluso tenía dientes.

Recuerdo que encontré chistoso aquello, pues ni ella tenía dientes, cuando le encontraron ese tumor.

Todo fue fulminante, por cierto.

Desde que le encontraron el tumor hasta que murió no alcanzaron a pasar dos meses.

La última vez que la vi ella estaba mal.

Ni siquiera podía hablar, pero estaba consciente.

Yo me acerqué a ella y quise recordarle lo de la carne, pero ella reaccionó mal.

Abrió los ojos e hizo ruidos extraños, como si intentara acusarme de algo.

Fue esa misma noche que falleció.

Le extirparon el tumor en la autopsia y lo llevaron a una universidad.

Tal vez esté ahí, todavía, al interior de algún frasco.

sábado, 14 de enero de 2023

Ocho patas.


A veces ocurre que tengo ocho patas, como las arañas.

Suele hacer calor, cuando esto ocurre.

Ocho patas que puedo ver al mismo tiempo pues supongo que también mi vista se ha alterado.

Lo supongo, solamente, pues no puedo ver mis ojos, con mis ojos.

Por eso dudo.

Y por eso pienso, en ocasiones, que debe haber una trampa en todo esto.


Entonces, para asegurarme de estar en lo correcto, cuento una y otra vez mis patas.

Y como a veces me confundo al contarlas, decido morder una pata hasta marcarla; para detener la cuenta, al ver la herida.

Sin embargo, como mis patas son peludas, la boca se me llena de pelo, cuando muerdo.

De pelo y de un líquido extraño y pegajoso.

Una sangre nueva, supongo, ahora que tengo ocho patas.

Una sangre que, bajo este calor y esta apariencia, ni siquiera ya parece sangre.


Me concentro.

El dolor es intenso en la herida, pero su intensidad es natural.

Pienso en él, para fijarlo, pero lo cierto es que se desvanece.

Se reparte el dolor, poco a poco.

Se acomoda.

En ocho fracciones se reparte.

Y es entonces cuando se desvanece.

Esta es probablemente la función de las ocho patas, me digo.

No está mal.

viernes, 13 de enero de 2023

Se decepcionó al verlo.


Se decepcionó al verlo porque había leído, en su perfil, que se dedicaba al modelismo.

Y ella, erróneamente, había pensado que él era modelo.

Un atractivo modelo que no sabía escribir la palabra modelaje, pero esto último no le había importado cuando concertaron la cita.

Ahora, mientras lo veía llegar, ella googleó el término y comprendió -más o menos-, su confusión.

De todas formas, pensó ella, no es algo tan grave. Además, él no tiene la culpa.

Tomamos algo. Conversamos un poco. Le aviso que tengo que otro compromiso y ya está.

-Hola -dijo él- ¿eres tú, cierto?

-Eh… sí, soy yo -dijo ella.

Agregaron unas palabras más al saludo y pidieron algo para tomar.

Fueron amables. Intentaron hablar de varios temas, pero lo cierto es que nada funcionaba muy bien. Esperando que pasara un poco más de tiempo, ella optó por lo más fácil.

-Así que te gusta el modelismo -preguntó ella.

-Sí -dijo él-. Le dedico varias horas al día, si soy sincero… Supongo que es algo que me relaja.

Poco después él le mostraba varias fotos de algunas de las pequeñas figuras que el montaba y pintaba. Explicaba técnicas. Fases del proceso. Le brillaban los ojos mientras hablaba.

Ella pensó que parecía alguien mostrando fotos de sus hijos. Luego volvió a observarlo.

Es más que eso, se dijo. Ni siquiera cuando alguien habla de sus hijos se muestra de esa forma. Mis padres, por ejemplo, jamás habrían hablado con esa pasión de mí.

De hecho nadie, probablemente, lo haga alguna vez.

Como ella parecía distante mientras hablaba, él se detuvo de pronto. Parecía avergonzado.

-Disculpa -dijo-. A veces me dejo llevar y supongo que exagero un poco.

Ella sonrió intentando ser amable, pero lo cierto es que no se sentía bien. A pesar de la sonrisa, parecía triste.

-Esta bien -dijo ella-. No es eso… solo me acordé que tengo otro compromiso… te lo iba a decir antes, pero…

-Pero yo no dejaba de hablar -dijo él, sonriendo.

-No -dijo ella-. Me refería a antes de que llegaras incluso… De verdad no es por lo que has dicho… todo está bien…

Él no insistió más y ella tampoco volvió a excusarse.

Se despidieron tranquilos.

Mientras ella regresaba a casa le llegó un mensaje de una amiga, a quien le había hablado de la cita.

¿Qué tal está el modelo?, decía el mensaje.

No fui, escribió ella, para no tener que explicar. 

Como la amiga no agregaba nada, ella misma lo hizo.

Lo pensé bien y probablemente no es lo que necesito.

Por último, agregó una imagen chistosa, para compensar sus palabras.

Ja, ja, ja, escribió su amiga.

jueves, 12 de enero de 2023

¿Por qué ese barco tiene doce anclas?


-¿Por qué ese barco tiene doce anclas?

-¿Acaso está mal que tenga doce?

-Supongo que sí… no debiese tener tantas, supongo.

-¿Sabes de barcos?

-No.

-¿Sabes del mar?

-No mucho...

-¿Sabes de anclas?

-No, tampoco sé, pero…

-Entonces no hay mucho que agregar. Disculpa que lo diga tan brusco, pero es cierto. No me gusta escuchar una y otra vez a esa gente que habla de lo que no debieran ser las cosas.

-¿Gente que habla de lo que no debieran ser las cosas?

-Sí. Eso me cansa. Por eso te contesto así. No tengo nada contra ti especialmente, pero no voy a perder tiempo con ese tipo de gente.

-¿Y yo soy de ese tipo de gente?

-Sí. Por supuesto que lo eres.

-¿Y puedo preguntar por qué te molesta tanto?

-Puedes, pero ya te lo dije antes.

-¿Por qué, entonces?

-Porque gastan su vida diciendo cómo las cosas no debiesen ser… hablan por hablar, en definitiva.

-¿Y tú crees que se puede saber cómo debiesen ser las cosas? ¿Crees que alguien, una persona al menos, puede saberlo?

-No he dicho eso. Pero gastar la vida diciendo cómo no es, por ejemplo, esa misma vida… no es algo que te haga más sabio o te ponga en posición de cuestionar otros fenómenos que, según un precario punto de vista, no debiesen ocurrir de esa forma o son erróneos.

-Como las doce anclas de ese barco.

-Exacto. Si no sabes qué es lo correcto no cuestiones esas anclas. Además…

-¿Además qué?

-Además no son doce, sino once.

-Antes las conté. Tengo la seguridad de que eran doce.

-Pues entonces menos aún nos compete hablar de aquello.

-No te entiendo.

-Lo que debía hacerse ya está hecho.

-¿Ya está hecho?

-Por supuesto. Ya lo está.

miércoles, 11 de enero de 2023

Vivió en Noruega por dos años.


Vivió en Noruega por dos años. Lejos de cualquier ciudad. En un lugar destinado para la protección de alces que supuestamente vivían en la zona. Durante los dos años en que estuvo vio tres alces. A lo lejos, los vio. Todo lo demás eran árboles. De tipos distintos, por supuesto, pero él no sabía de aquello. También vio nieve. Mucha nieve, el primero de esos años.

En principio, había postulado a un trabajo de pastor en Nueva Zelanda. Ofrecían cubrir todos los gastos y al mismo tiempo se comprometía un muy buen sueldo que podría ahorrar. Había investigado sobre el clima y las ciudades cercanas. Reforzó lo que sabía del idioma. Aprendió sobre ovejas, que es lo que debía cuidar. No le había parecido un mal trabajo.

En Noruega, por otro lado, el sueldo tampoco era malo. Pero lo cierto es que nunca comprendió del todo lo que debía hacer. Solo una vez en ese tiempo lo visitó un “jefe”, que lo felicitó por su trabajo, sin que él supiese a qué se refería. Por otro lado, cada mes un tipo en moto -o en trineo- le llevaban víveres. Nunca pasó de un saludo con él. No tenía más contacto.

No tenía señal de internet, pero contaba con un teléfono satelital para emergencias -que nunca tuvo-, aunque le sirvió para llamar a sus familiares, cada cierto tiempo.

También tenía una tv en la que podían verse únicamente dos canales. Uno de deportes nórdicos, que él no comprendía bien, y otro en el que daban únicamente series policiales habladas en noruego o en sueco (le pareció), sin posibilidad de tener subtítulos en inglés o algún otro acercamiento lingüístico para poder entenderlo.

Durante su primer año tuvo varias crisis que intentó sobrellevar de la mejor forma. La mayoría, supuso, eran causadas por la extrema soledad que había en el lugar. Por suerte, ya el segundo año aprendió a sobrellevarlas de mejor forma. Comenzó a dar caminatas e hizo ejercicio. También disfrutó algunas series policiales, aunque no las entendiese muy bien.

Como única cosa extraña durante esos dos años -el trabajo no era renovable más allá por temas de visado-, una vez vio a un hombre caminando con un alce, que al parecer era su mascota. Intentó acercarse a él, pero el hombre pareció huir, rápidamente, e incluso le lanzó una flecha -que cayó a varios metros suyos en todo caso-, aparentemente a modo de advertencia.

Cuando volvió al país, luego de esos años, tenía los suficientes ahorros como para decidir qué hacer por un tiempo. Viajar, invertir en algún negocio o incluso comprarse una vivienda pequeña.

-Pero no voy a hacer nada de eso -me dijo-. Voy a tomarme un tiempo y escribir un libro.

-¿Un libro? -pregunté.

-Sí -me dijo-. Una novela sobre los dos años que viví en aquel lugar.

Sinceramente, no pensé que lo lograría. Después de todo, él mismo me había contado que no le había ocurrido nada. Tampoco era muy asiduo a la lectura y no sabía que hubiese intentado hacer algo así antes.

Tras seis meses volví a saber de él, de hecho, comprando en una librería.

-No pude con la novela -confesó-, pero creo que era más acertado escribir un libro de poesía, considerando lo que viví en esos dos años…

-¿Estás escribiendo poesía, entonces? -le pregunté.

-No todavía -me dijo-. Pero eso haré. Todavía puedo darme el lujo de dedicarle todo mi tiempo a aquello.

Nos despedimos esa vez y hasta el día de hoy -ha pasado un año desde entonces, más o menos-, no hemos vuelto a encontrarnos.

Por un conocido en común supe, eso sí, que no escribió finalmente el libro de poesía, y que está postulando nuevamente para retornara ese trabajo, en Noruega.

Creo que incluso había decidido viajar a aquel lugar, aunque no lo contraten.

Por mi parte, puedo decir que le deseo lo mejor, como a todos.

Aunque no sepa ciertamente, a qué me refiero cuando digo aquello.

martes, 10 de enero de 2023

Ascensor.


Un amigo me pide ayuda para reparar el ascensor de un hotel.

Un hotel de lujo, probablemente el más caro de Santiago.

Como los otros trabajadores están de vacaciones y en realidad no se trata de reparar, exactamente, me pide que lo acompañe.

No quería hacerlo, por supuesto, pero le debía un favor y aprovecho de pagarlo.

Lo habían llamado la noche anterior pues algunos pasajeros habían comentado que escucharon un ruido extraño en el ascensor.

Habían desestimado los comentarios del primero, pues todo funcionaba correctamente, pero como fueron tres finalmente los que comunicaron lo mismo, decidieron llamar a la compañía de mi amigo para confirmar la percepción.

-Ninguno de quienes trabajamos hemos escuchado nada -dice el administrador-, pero como los tres pasajeros lo oyeron…

-¿No se conocen esas tres personas? -pregunté yo, ahondando en el caso.

El administrador me mira algo molesto, antes de responder.

-Por supuesto que no -dice entonces-. Incluso eran de distintas nacionalidades. Un japonés, un español y un polaco.

-Como en los chistes europeos… -intenté decir, pero al final me detuve, pues me miraron molestos.

Fuimos entonces al ascensor en cuestión.

Mi amigo sacó un aparato que al parecer captaba ciertas frecuencias y sonidos.

Me advirtió que no hablara.

No hablé.

La máquina no registró nada, pero mi amigo hizo un pequeño informe indicando que debían cambiar unas luces, porque generaban vibraciones de origen eléctrico que, en algunos casos, podían llegar a percibirse y ser molestas.

Por supuesto, él mismo se ofreció a cambiarlas por una suma que el administrador pareció considerar módica.

Yo, por cierto, calculé que eran casi tres meses de mi sueldo como profesor.

-¿No quiere que le cueste el chiste europeo? -le pregunté al administrador mientras firmaba la orden de trabajo.

Como el administrador no se negó decidí ignorar a mi amigo y comencé a contarlo.

-Un japonés, un español y un polaco suben a un ascensor en perfecto estado en un hotel de Santiago…

-A él no quiero volver a verlo acá -interrumpió entonces el administrador, advirtiendo a mi amigo.

Entonces mi amigo -ex amigo ahora, en realidad, pero con deuda saldada-, me acompañó a la salida preguntándome cuál era el problema.

-El chiste -le dije-. Siempre todo es un chiste. Ese es el problema.

Él me miró, intentando ser amable, aunque sin entender.

-Mándame un número de cuenta -dijo entonces-, para depositarte algo.

Yo le sonreí, simplemente, y me fui del lugar. Sin responder.

lunes, 9 de enero de 2023

Cambiaba números por otros.


Cambiaba números por otros.

Donde podía los cambiaba.

Una vez, por ejemplo, en un condominio, lo vi intercambiar los números que indicaban la dirección de dos casas.

También lo hacía si encontraba números en archivos digitales.

Precios en los productos de un supermercado.

O hasta simples números telefónicos o cifras al azar que encontraba en algún papel en algún sitio.

Al principio daba risa y pensabas que bromeada, pero con el tiempo comenzamos a preocuparnos.

Debe haber sido a causa de un tipo de trastorno obsesivo, concluimos.

Ninguna de nosotros era especialista, pero al menos coincidíamos en que debía tener algún tipo de enfermedad.

Y es que, objetivamente, era algo que no le traía beneficios.

Una vez, incluso, terminaron golpeándolo por cambiar el número telefónico en un aviso de búsqueda de un niño perdido.

Esa vez, por cierto, lo visitamos en su casa, preocupados ante la gravedad de sus lesiones.

Le habían quebrado dos costillas y tenía algunos cortes en el rostro, que además tenía varios hematomas y sectores inflamados.

Por último, esa vez, terminaron denunciándolo a la policía pensando que tenía algo que ver con esa desaparición.

Si el niño no hubiese aparecido prontamente -al parecer se estaba quedando en casa de un amigo son dar aviso en casa-, probablemente no se habría librado tan fácil.

-¿Comprendes ahora la gravedad de tu problema? -le dijimos esa vez, cuando lo visitamos.

Él pareció molesto, a pesar de la situación.

-¿Y comprenden ustedes la gravedad de los suyos? -nos preguntó de vuelta.

Yo iba a contestar, pero los otros me dijeron que no era necesario.

Supongo, en todo caso, que no hubiese estado del todo mal, desarrollar esa conversación.

domingo, 8 de enero de 2023

Durante varios años hablaron de esa casa.


Durante varios años hablaron de esa casa.

Siempre que pasaban por ahí, en sus vacaciones, comentaban sobre lo bueno que sería vivir en aquel lugar.

Años después, hablando con un lugareño, supieron que la dueña de la casa había muerto, y que sus hijos querían venderla.

Entonces, entusiastas, hicieron averiguaciones, y comenzaron los trámites para poder comprar aquel lugar.

Había que pagar reparaciones, es cierto, pero podían costearlas.

Por otro lado, algunos lugares de la casa eran inseguros para los niños, pero de todas formas -dijeron-, se trataba de un sueño hecho realidad.

Desde que comenzaron a ocuparla -un mes en verano y un par de semanas en invierno-, surgieron sin embargo otros problemas, principalmente debido a la humedad.

Ninguno muy grave, es cierto, pero igualmente resultaba cada vez más difícil hacerse cargo de esa casa.

En general era una casa vieja, comprendieron, y los daños eran ciertamente inevitables.

Así, poco a poco, comenzaron ellos mismos a descuidarla, hasta que sus hijos se independizaron y dejaron de visitar el lugar.

Años después, ya mayores, notaron la presencia de ratas en la casa.

Hablaron seriamente esa misma noche.

No hablaron de venderla.

Tampoco de repararla.

Tomaron la decisión de irse, simplemente, debido a la presencia de ratas.

Tiempo después, por cierto, las ratas se fueron.

Hoy la casa está vacía.

La vida es la misma en todas partes, solía decir Mersault.

sábado, 7 de enero de 2023

Ella tenía un hermano que murió de pequeño.


Ella tenía un hermano que murió de pequeño.

Casi nunca hablaba de él.

Yo, de hecho, lo descubrí por fotos que encontré en su casa.

Siempre aparecía junto a él, en aquellas fotos.

Fue entonces que le pregunté, por simple curiosidad, quién era aquel niño.

Sin mala intención se lo pregunté.

Entonces, con un tono extraño, ella me dijo que era su hermano.

El único hermano que había tenido.

Un año menor que ella.

De nombre Tomás.

Luego de decirme esto ella señaló que si quería saber más ella podría contarme.

Pero luego de aquello, me advirtió, no volvería a verme otra vez.

Me dijo esto con tono serio, sin explicar sus razones.

Yo la observé en silencio, todavía sin comprender.

Sin que dijese nada, ella comenzó entonces a hablarme sobre su hermano.

Nada muy trascendente, según recuerdo, solo anécdotas de infancia.

Juegos, viajes, celebraciones de familia… cosas así.

El tono de ella, al hablar, era distinto al de siempre.

Sonaba como si se estuviese despidiendo, pensé.

Fue ahí recién que comprendí que era cierta su intención de que no volviésemos a vernos, luego de terminar su historia.

Así, sin cambiar su tono, llegó a contarme sobre la muerte de su hermano.

Su etapa final, digamos, luego de lo cuál no volveríamos a hablar.

La observé sin escuchar, mientras ella movía sus labios.

Sus ojos parecían fríos, cuando terminó de hablar.

Finalmente, no hice comentarios ni me despedí ni hice petición alguna.

Dejé de verla, simplemente y me fui del lugar.

Acepté su trato, digamos, como si de aceptar una muerte se tratara.

Juro que no he vuelto a saber de ella, desde entonces, nunca más.

viernes, 6 de enero de 2023

La salud del veraneante.


Como era oscuro no supe, en principio, qué era.

Ni siquiera supe el cómo, salvo que era oscuro.

No hablo acá de piel ni de apariencia ni menos de superficie.

Por eso tampoco hablo de quién.

De la misma forma que, desde arriba, no percibes la profundidad del agua.

De esa misma forma no supe, en principio, qué es lo que era.

Un mismo gusano, apenas, que se mueve entre dos cuerpos.

Un gusano, decía, habría sabido más que yo.

A un costado de aquello, sin embargo, dormía una mujer.

Una mujer que trabajó, tal vez, pesando perlas.

Yo, por supuesto, aunque quisiera, no sabría pesarlas.

Solo por eso -lo prometo-, fue que desperté a la mujer.

Ella comentó, desperezándose, que estaba teniendo un sueño extraño.

Uno que se titulaba “la salud del veraneante”.

Yo también, tiempo atrás, había tenido ese sueño.

Por eso, probablemente, es que ella también vio aquello oscuro.

Y ambos, ahora, no sabíamos qué era.

Me pareció oír su risa, pero no quise comprobar.

Así, mientras miraba en otra dirección, ella me alcanzó unas piedras.

Entonces, igual que hacemos con un pozo para medir su profundidad.

Lancé yo las piedras a lo oscuro.

Pensé que serviría de algo, pero no sirvió de nada.

No eran antorchas, después de todo, eran piedras.

Piedras filosas, incluso, que parecían hechas para el tamaño de mi mano.

Y ellas rompieron su cabeza.

jueves, 5 de enero de 2023

Las velas eléctricas de Notre Dame.


Las velas eléctricas de Notre Dame.

Esas vergonzosas velas eléctricas.

Eso es, en parte, lo que recuerdo.

Las encendías por un euro o poco más.

Había cientos, encendidas.

La luz duraba poco, sin embargo.

Te avisaba titilando un par de veces, para que volvieras a cargarla.

Luego, simplemente, se apagaban.

Como en los teléfonos públicos antiguos, se cortaba la llamada de esa luz.

Una luz que, en este caso, no daba siquiera tono de marcar.

Ni qué decir una respuesta.

Dormí esa noche, a escondidas, al interior de Notre Dame.

En un sector dañado, que estaban reparando.

Apoyado justamente en una máquina descompuesta, de esas velas eléctricas.

Otros más dormían en ese sector.

Cinco o seis, creí contar.

Extrañamente silenciosos.

Me pareció que ahí, todos tenían miedo de los otros.

Por mi parte, tomé a solas un vino que robé de un restaurant.

También tenía un trozo de pan dulce y unas galletas.

Esa era mi segunda vez en París.

Y mi segunda vez en Notre Dame, por cierto.

La primera vez estúpidamente pagué un euro para encender una vela eléctrica.

Ya ni sé por qué lo hice.

Esta segunda vez, en cambio, intenté abrir esa máquina descompuesta para recuperar mi antiguo euro.

Me costó hacerlo, pero lo conseguí.

Logré abrir una caja de lata en la que se encontraban aún algunas monedas.

Tomé mi euro de entre ellas, y dejé ahí el resto.

Luego me fui del lugar, un poco más tranquilo.

¿Algo mas que recuerde de ese viaje...?

Ahora que lo pienso, tampoco vi la torre Eiffel, esta segunda vez en París.

A diferencia de la primera, sin embargo, esta vez ni siquiera la eché en falta.

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