jueves, 26 de enero de 2023

Prefiero visitar ciudades bajo el agua.



Prefiero visitar ciudades bajo el agua.

De piedra, idealmente.

Profundamente sumergidas.

Bajar a ellas e irlas conociendo poco a poco.

Aguantando la respiración, sin artilugios ni artificios.

Sin facilidad alguna.

Con ardor en los ojos cada vez que observas.

Amarrándote algún peso para acelerar la caída.

Con la presión y tu propio instinto regresándote a la superficie.

Si hasta parece un rechazo todo aquello.

Un rechazo extraño en todo caso, ejercido sin violencia alguna.

Y no por la ciudad, ciertamente, pues ella es solo piedra inmóvil.

Bloques de piedra, más bien, apilados unos sobre otros.

Reunidos así para ejercer una función desconocida y por si fuera poco obsoleta.

Ciudades de un mundo que es ya otro mundo, en definitiva.

Ciudades de piedra perdidas bajo el agua.

No escondidas ni ocultas ni tampoco antiguas.

No hay que confundir el adjetivo.

Estas son ciudades perdidas.

Ciudades que están fuera del tiempo. Bajo el agua.

Estas son las ciudades que prefiero visitar.

Brevemente cada vez.

Apenas intuyéndolas, incluso.

Orgulloso y maravillado de cada pequeño descubrimiento.

Signos grabados en la roca.

Incluso un templo luminoso bajo el agua.

Signos que no comprendes, en todo caso.

Y un templo en el que no alcanzas a entrar.

¿Qué hacer, entonces?

Sencillo: volver a tomar aire y descender.

Ese es el costo, digamos.

Yo lo acepto hasta el momento y seguiré aceptándolo.

No sé tú.

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