sábado, 30 de junio de 2018

Encresparse las pestañas.


Se encrespó las pestañas.

Durante al menos veinte años se encrespó las pestañas.

Se trataba de una de esas acciones que se realizaba sin pensar.

Sin cuestionar, me refiero, el sentido profundo de aquel acto.

Eso pensaba, esta vez, mientras se encrespaba las pestañas.

Y de cierta forma era triste ponerse a pensar en todo aquello.

Es decir, no se trataba de una acción que debiese ser pensada.

No sabía bien cómo explicarlo, pero el corazón se aceleraba cuando se comenzaba a cuestionar estas acciones.

Como obedecer a los padres, de pequeña.

O de rezar, cuando estaba hincada a un costado de la cama, junto a la madre.

Y es que era innegable la aparición de cierta angustia si uno se cuestionaba estas cosas.

Por lo mismo, intentó encresparse las pestañas sin pensar en el porqué.

Todo debía ser simple, en el fondo.

Simplemente hay que encresparlas, se dijo.

Simplemente había que obedecer a los padres (de pequeña).

Y simplemente hay Dios, aunque no responda.

Lamentablemente, el no querer pensar en el encrespado hizo que se detuviera aún más en aquella acción.

Frente al espejo, entonces, se detuvo.

Y pasó de mirar lo que rodeaba al ojo a mirar el ojo.

Y vio dentro de él que la duda ya estaba instalada.

Desde siempre, me refiero.

Ya estaba instalada como un sello de agua.

Daba lo mismo ahora si terminaba de encresparse las pestañas.

O si el texto donde se narraba aquel momento llegaba a la última palabra.

Algo en su ojo lo sabía, y por eso lloró.

Porque de cierta forma sabía algo que no debía saberse.

Ambos ojos, de hecho, lloraron.

viernes, 29 de junio de 2018

Una (buena) tradición.


De chicas ellas vivían en el campo y recuerdan que siempre, los días sábado, debían encargarse solas de hacer puré.

No era una tarea sencilla, por supuesto. Sobre todo si tenías en cuenta que ellas eran dos y sus hermanos catorce, en ese tiempo.

Siempre que nos juntamos ellas recuerdan la historia, y hablan de cómo arrastraban un saco entero de papas la noche anterior, las pelaban hasta casi llegar el alba y luego venía la cocción, el ir a buscar leche, poner las especias y por último el moler, que les llevaba también un par de horas.

Ninguna de ellas, sin embargo, cuenta aquello como si fuese un gran sacrificio. Fue lo que nos tocó, es lo que dicen simplemente. Y hasta era una de las labores suaves, dentro de su hogar.

Una vez al año, ahora, nos juntamos en la misma casa en que vivieron su infancia.

Ellas permanecen juntas hasta el día de hoy pues ninguna se casó ni tuvo hijos, y cocinan puré para los nueve hermanos que les quedan  y para un gran número de sobrinos y sobrinas que vamos cada año.

En esa oportunidad, comemos, bebemos y escuchamos las mismas historias hasta que es la hora de irnos y ellas se despiden hasta el próximo año.

Cada año hay más grumos y pedazos de papa, dentro del puré, supongo que porque están más débiles. Pero no dejan que nadie les ayude, salvo en las ensaladas y la carne que prepara algún otro, para acompañar al puré, que es siempre el centro de esa reunión.

Mientras repiten la historia este año, yo las observo y pienso que es probable que sea la última comida que se realice de esta forma.

Esta es una buena tradición.

jueves, 28 de junio de 2018

Hormigas extraterrestres (1)


Una de los tantos secretos de las misiones Apolo –o mitos tal vez, vaya uno a saber-, habla de un proceso de recolección de una supuesta hormiga extraterrestre, cuya presencia había sido registrada en la superficie lunar durante una de las primeras expediciones que se acercaron a su superficie.

Esto, ya que la sospecha sobre estos insectos, ya había sido comenzado anteriormente tras el supuesto hallazgo por parte de la URSS de esta especie, en uno de los numerosos meteoritos que cayó en la zona de Siberia, a finales de la década del sesenta.

Y es que desde que comenzó a hablarse de este hallazgo, Estados Unidos habría intentado por todos los medios ponerse a la cabeza, utilizando un código especial para referirse a este hecho, que aparece en varios documentos de época que hoy en día son de dominio público, y cuya interpretación no parece del todo ilógica cuando se analizan sus palabras.

Respecto a las hormigas mismas, sin embargo, prácticamente no hay documentos oficiales que prueben su existencia, aunque  algunos científicos han hablado de ellas y de los distintos análisis que se habrían realizado durante los años en que habría sido posible conservarlas con vida, tanto en Estados Unidos, como en territorio soviético.

Según estos testimonios –recogidos en algunas revistas pseudocientíficas durante la década de los ochenta-, las hormigas extraterrestres compartían casi todos los rasgos y características con sus parientes terrícolas, aunque se habrían mostrado extremadamente belicosas con ellas, cuando se intentó que compartiesen un mismo espacio.

Asimismo, se mencionan otras diferencias referidas principalmente a la resistencia que las hormigas extraterrestres habrían tenido respecto a diferentes efectos climáticos incapaces de sobrellevar para las terrestres.

Más allá de esos descubrimientos, resulta extraño que las palabras atribuidas tanto a científicos soviéticos como norteamericanos, hablen del fin de estos especímenes a partir de un factor común, que dice relación con el cese repentino de las actividades de estas hormigas sin motivo aparente, lo que derivó en la muerte colectiva del grupo y habría ocasionado el abrupto cese de sus investigaciones.

Los científicos citados, por lo demás, no ofrecen tampoco ninguna hipótesis a este respecto.

miércoles, 27 de junio de 2018

El caso del peluquero.


Leo una noticia que hace referencia a un peluquero que es llevado a juicio.

Es una noticia menor, por supuesto, pero no deja por eso de llamar mi atención.

Según se informa, habría una serie de denuncias que lo acusan de haber dañado voluntariamente a una serie de clientes, mientras les cortaba el pelo.

El daño, idéntico en la totalidad de los casos, consistía en un corte hecho en el lóbulo de una oreja.

Si bien los primeros afectados lo tomaron por algo fortuito, la conversación entre algunos vecinos  terminaron por delatarlo.

Y es que en el sector donde trabajaba dicho peluquero se había vuelto común ver a personas con un pequeño parche en una oreja realizado diversas labores.

Como última evidencia, se menciona que varias personas heridas habrían señalado que el peluquero se sonreía al momento de realizar la herida, aunque carecían de evidencias concretas para demostrar las supuestas sonrisas.

No dice mucho más la noticia salvo algunos detalles del juicio que todavía se lleva a cabo, aunque las posibles penas son bastante menores.

Finalmente observo la foto adjunta a la noticia donde se ve a seis personas luciendo un parche en la oreja y sosteniendo unos papeles que supongo tienen relación con la demanda.

Una de las personas que aparece en la foto, se parece a un amigo que me pidió que escribiera un texto en clave, aparentemente sencillo, y que solo él pudiera descifrar.

Eso es lo que aparece en la noticia.

martes, 26 de junio de 2018

Bocinas.


Cuando cruzo la calle me tocan la bocina.

Generalmente porque la cruzo en cualquier parte y no me preocupo demasiado.

A veces vienen tan rápido que no me alcanzan a ver o lo hacen demasiado tarde.

Una vez, por ejemplo, un camión ni siquiera alcanzó a tocar la bocina.

En esa oportunidad, el camión terminó sobre mí y causó gran alboroto.

Era un camión rojo, que transportaba latas en conserva.

Me dieron por muerto, pero finalmente solo quedé postrado y perdí una pierna.

Creo que fue la izquierda.

Dudo porque en el espejo me parece que uno ve las cosas a la inversa.

Y claro, yo me veo en el espejo.

Hay una enfermera que me ubica frente a uno casi todas las tardes.

A veces la oigo discutir porque hay gente que no quiere, que yo me vea en el espejo.

Creo que es mi madre la que llora, cuando habla de aquello.

Por las noches, sin embargo, nadie llora, pero escucho las bocinas.

Generalmente me las tocan a mí mismo, cuando intento cruzar la calle, sin dar aviso previo.

lunes, 25 de junio de 2018

La muñeca muerta.

“Bien puedes hacer esto
con quien pueda sufrirlo”.
G. de la V.

Ellos se preocuparon porque la vieron cortar a una muñeca con un cuchillo.

Un día cualquiera, a los seis años, luego de llegar del colegio.

No le dijeron nada de inmediato, pero esa noche le preguntaron por la muñeca.

Se llamaba Martina, la muñeca.

-¿Y Martina? –le preguntaron.

-Está muerta –dijo la niña-. Era una muñeca muerta.

No le quisieron preguntar más y lo dejaron así, por esa noche.


Al otro día, vieron que la niña devolvió el cuchillo antes de sentarse a desayunar.

-¿Por qué tenías el cuchillo? –le preguntaron, con un tono tranquilo.

-Porque quería saber si estaba muerta… -les contestó.

-¿Martina?

-Sí –dijo la niña-. Martina.

-¿Y estaba muerta?

-Sí… -agregó la niña-. Era mi única muñeca muerta. Yo creo que se murió de vieja.


Luego de dejarla en el colegio ellos buscaron los restos de la muñeca y los encontraron en un pequeño basurero, en el cuarto de la niña.

Tenía cortes a lo largo de los brazos, el tronco y las piernas.

El rostro de la muñeca, sin embargo, estaba intacto.

-¿La llevamos al sicólogo? –preguntó.

-No sé –dijo ella-. Tal vez es cierto que solo quería comprobar si estaba muerta.

-¿Y cómo habrá querido comprobarlo? –volvió él a preguntar.

-No sé… Tal vez esperaba que la muñeca gritara y no lo hizo…

Ambos guardaron silencio un instante.

-¿Y? –insistió él-. ¿La llevamos?

-Yo creo que no… -dijo ella, algo insegura-. Solo quería saber si estaba muerta…

-Sí… -aceptó él-. No es tan grave. Está al límite de lo que se puede hacer, creo yo…

-Sí, yo también lo creo… -confirmó ella.

domingo, 24 de junio de 2018

La niña encontró una ardilla.


Durante el almuerzo, la niña dijo que encontró una ardilla.

Nadie lo tomó muy en serio porque en el sector no había ardillas y además porque no especificó que la había guardado en una caja.

La niña almorzó rápido ese día y se encerró en la pieza a jugar con el animal.

La sacó entonces de la caja y la hizo caminar por la habitación.

Pensó en ponerle nombre, pero luego se dijo que no debía hacerlo.

Eso solo servía para encariñarse y esa ardilla no parecía que iba a durar viva mucho tiempo.

La anterior, por ejemplo, apenas había durado unas horas luego que le arrancó los brazos.

Además, luego de arrancárselos, prácticamente había dejado de moverse y solo gritaba y se retorcía en el lugar.

La niña había creído incluso escuchar palabras dentro de los gritos de la ardilla y las había escrito un papel.

Las había leído antes de dormirse y aquello le pareció una oración, o hasta un poema.

Esta vez quería ahorrarse esas molestias así que, si la mataba, lo haría dentro de la misma caja.

Así la sangre no mancharía la alfombra y siempre estaba la tapa por si se cansaba de ver retorcerse al animal.

Tomó entonces la ardilla y le contó cuáles eran sus planes.

Mientras le hablaba, le pareció que el rostro de la ardilla era igual al de su madre, y hasta al de su abuela.

Incómoda, volvió a meter la ardilla a la caja y pensó que tal vez era conveniente acelerar el desenlace.

No parece tener ganas de jugar, se dijo la niña.

No son buenos animales.

sábado, 23 de junio de 2018

Uno ha insistido en tener razón.


Uno ha insistido en tener razón.

No hablo en especial de mí ni tampoco de usted.

Todos  hemos insistido.

Tanto lo hemos hecho que la razón misma
ha quedado de lado, desde entonces

Y la verdadera pasión ha pagado el precio,
que suscita en nosotros,
la pasión falsa
y el orgullo desmedido.


Todos hemos insistido en tener razón.

Y hemos creído pagar el precio, por tenerla.

Caímos en el juego.

Duplicamos su valor rebajando el nuestro.

La razón delante de nosotros no nos dejaba vernos.

Dimos un nombre a nuestra razón
olvidando nuestros propios nombres.

Y nuestra voz rompió entonces la unión
que tenía con nosotros mismos.


Hemos insistido en tener razón.

Y hemos apostado a favor de nuestros errores.

De esta forma,
el sonido de las palabras
pudo más que las palabras.

Y colgamos las armas en la armería
por cuestión de estética.

Es una mezquindad tener razón.

Es un olvido de los otros,
olvidar que las armas eran más que armas.


Volveremos a insistir en tener razón.

Aunque sepámoslo un error,
volveremos otra vez a intentar tenerla.

No importarán advertencias.

No importarán las consecuencias del pasado.

Lucharemos por tener razón
y nuestras uñas se enterrarán en la carne ajena.

Y es que todo esto, a fin de cuentas,
ya se ha dicho.

Bajo la razón, finalmente,
sonará la única voz honesta
y silenciosa.

viernes, 22 de junio de 2018

Nos gusta la fruta, cuando no es de estación.

Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

La verdura, cuando resulta escasa.

Cierto pez, cuando está en veda.

La vida incluso,
cuando somos viejos.

Amamos a la mujer
cuando se ha enamorado de otro.


Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

El presente ya ido
va creciendo en los recuerdo.

Los dolores, son dolores pasados.

Y hasta llamamos aprendizaje
al sufrimiento más severo.


Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

Añoramos a los padres
cuando ya no están.

Encontramos más bello el objeto
cuando se ha perdido.

Y hasta nos aferramos sin motivo
a la ropa más dañada.


Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

Somos fieles a Dios
hasta que aparece entre nosotros.

La casa de la niñez
se convierte en un palacio.

Crucificamos el presente
en honor de lo ya ido.


Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

En el ataúd los muertos
nos resultan siempre bellos.

La fuerza que nos deja
justifica nuestra cobardía.

Y no dejamos que los muertos
entierren a sus muertos.


Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

Nos gusta la fruta
cuando no es de estación.

jueves, 21 de junio de 2018

Encuentro.


Se encontró con F. en camino a casa de V.

Pareció un encuentro casual.

Caminaron juntas unos minutos sin decirse nada sustantivo.

Casi al llegar comprendieron que iban al mismo sitio.

Aminoraron entonces el paso, pero no comentaron nada.

Cada una esperaba que la otra comentase primero la situación.

Ninguna lo hizo.

Ya frente a la casa de V. ambas se detuvieron.

Permanecieron así, en silencio.

Luego se miraron.

Ambas sintieron algo de dolor, pero estimaron que sería más grande el dolor de la otra.

Fue así que al mismo tiempo dieron vuelta y retornaron por el camino.

-No tienes que regresar –dijo F.

-Igual iba a hacerlo –contestó la otra-. Antes o después, iba a regresar.

No hablaron nada más hasta que llegaron al lugar donde coincidieron.

Una vez ahí volvieron a separarse.

Cada una pensó por un momento  en retomar el camino, pero desistieron de hacerlo.

Ambas creyeron que iban a llorar, cuando estuviesen solas, pero ciertamente ninguna lo hizo.

Esa misma noche, comenzó el caos.

miércoles, 20 de junio de 2018

Tercera misión.

I.

Una de las escuelas de magia más prestigiosas en el mundo tiene su sede en Finlandia.

En lo personal, supe de su existencia por un breve documental de los años ochenta.

Dicha escuela promueve la práctica de una magia que solo debe realizarse e bosques, o en paisajes naturales.

Entre las proezas realizadas mencionan cambios de posición de árboles del bosque, traslación de objetos desde un lugar a otro y una serie de pequeños trucos que hacen del entorno el verdadero protagonista de su magia.


II.

El ingreso a esta escuela de magia suponía una difícil selección.

Y es que no solo se elegía a partir de edad o conocimientos específicos, sino que muchas veces -antes de decidirse por algún nuevo estudiante-, les entregaban algunas misiones que cumplir, las  que supuestamente eran consideradas al momento de elegir a un nuevo estudiante.

No obstante lo anterior, se sabe de casos que lograron con holgura realizar sus tareas extras y fueron rotundamente rechazados, sin explicación alguna.


III.

He postulado dos veces a esa escuela.

Sé de alguien que quedó, pero no tengo prohibido entregar mayores datos.

Cumplí una de mis dos tareas, pero simplemente me dijeron que postilara nuevamente.

En este sentido, debo reconocer que no me molesta mayormente, pues volvería a postular indefinidamente.

Hoy he recibido mi tercera misión y de cierta forma estoy cumpliéndola.

Sé que la magia existe.

martes, 19 de junio de 2018

Testimonios.


I.

“Soñé que no tenía uñas y cuando desperté resultó que no tenía dedos. O sea, sí tenía pedacitos de dedos, pero nada que resultara útil, en realidad. Me dijeron que me había caído una parte del techo encima y que había perdido la conciencia. Y que los chanchos de ese tal don Ramiro me habían comido los dedos, en la confusión, luego del terremoto. Eso fue lo que me dijeron“.


II.

“Todos le echan la culpa a mis chanchos, pero mis chanchos son aquí las víctimas. Y es que siempre pasa lo mismo, no sé si se han dado cuenta: al final culpan a las víctimas. Yo creo que porque no saben defenderse, o justamente porque son víctimas. Yo vine a saber lo que ocurría cuando ya habían abierto al Timoteo, que era el chancho más joven, y le revolvían las tripas buscando los dedos. No encontraron nada, por supuesto. Porque el Timoteo es víctima. No dejé que abrieran al Wenceslao porque ya es viejo y se merece morir pa que uno coma, no pa que alguien rebusque unos dedos que quizá dónde fue a perder, y esparzan las tripas y no sirva de nada. Eso es lo que yo creo”


III.

“Don Ramiro y el joven Rafael siempre tuvieron disputa. Nadie cree que son parientes de lo feo que se miran, pero es la verdad. Luego del terremoto no aparecía el joven y a don Ramiro lo vi acongojado, mientras lo buscaba por todos lados. Es mentira que buscara los chanchos, don Ramiro buscaba al joven Rafael. Lo encontró por los gritos de los chanchos, es cierto, pero en realidad yo lo vi alegrarse cuando encontró al joven. Lo de los dedos no sé. Sinceramente no sé. Además no me impactó ni nada. No creo que se vaya a morir por eso. Lo que me impactó en cambio es cómo la gente puede fingir que se odia, luego dejar de fingir y luego volver a lo primero y la tierra no vuelve a temblar ni  a sonar ni nada. Son oportunidades perdidas, creo yo. Como la carne del Timoteo que quedó ahí y se llenó de moscas. Eso es lo que yo sé”.

lunes, 18 de junio de 2018

Ellas.


Como soy profe y las chicas no sueltan el poder por estos días, han revisado las lecturas domiciliarias que he dado mientras tenía una pistola al cuello. Tras comprobar que incluso había mayoría de autoras entre las lecturas todo se apacigua, de momento, aunque no me fío.

Ya en casa reviso la biblioteca y me fijo que mi mayor cariño también es por ellas, más allá de los periodos en que prácticamente no se les dejaba escribir, pues no tengo en esos casos mucho espacio a elección.

No tengo tiempo para ahondar en esto, aunque supongo que alguna vez lo he hecho, enamorándome a mi manera por algunas o al menos sintiendo un afecto especial por la mayoría de ellas.

Hoy lo recordaba cuando las chicas me hicieron nombrar las diez autoras que considerara más valiosas y no pude con solo diez y hasta me sentí mal de olvidarme de algunas que se enojaron conmigo mientras volvía a casa.

-Clarice Lispector, Flannery O´Connor, Emily Dickinson, Banana Yoshimoto, Carson Mc Cullers, Violeta Parra, Patricia Highsmith, Virginia Woolf, Amelie Nothomb, Yoko Ogawa, Doris Lessing, Irene Nemirovsky, Dorothy Parker, Alice Munro…

-Ya profe. Pare. Se puede ir… -me dijeron.

Y yo me fui, por supuesto, aunque seguí agregando algunos nombres intentando no pensar en posiciones, porque así como el valor trasciende los géneros, trasciende también los números, y entendí por un momento que tal vez la poligamia, desde el corazón, era posible. Y hasta volví a creer un poco, mientras viajaba apretado en el metro, en la posibilidad del amor de Dios.

domingo, 17 de junio de 2018

Escribo mal porque quiero escribir mal.


Escribo mal porque quiero escribir mal.

Si quisiera escribir bien, escribiría bien, pero escribo mal.

Por ejemplo, no repetiría tanto “escribir” ni “bien” ni “mal” si quisiera escribir bien.

Por suerte quiero escribir mal.

Me quita menos tiempo.

Y hasta a veces creo que me da estilo.

Un mal estilo, por supuesto, pero estilo al fin.

De todas formas esto es momentáneo.

Me refiero a que si bien escribo mal (porque quiero) desde hace algunos años, puedo escribir bien apenas quiera escribir bien.

El problema sin embargo, es que no sé qué me pueda hacer querer escribir bien.

Y es que me faltan razones, si soy sincero.

Me faltan creencias.

Y me faltan motivos.

Y es que nadie, en el fondo, merece que yo escriba bien.

Suena a grandilocuencia, por supuesto, pero en el fondo hablo en serio.

Y es que escribir bien, para mí al menos -si bien puedo hacerlo cuando quiera-, requiere una serie de sacrificios y renuncias que probablemente van a ser por nada, así como el empleo de una fuerza que cada día me es más escasa.

Escribir mal, por el contrario, como usted puede ver, apenas me quita algunos minutos cada noche.

Y entonces escribo mal porque quiero dormir.

Porque debo hacer otras labores.

O incluso porque usted, querido lector, me ha decepcionado.

Y me ha decepcionado justamente porque  es cierto que me es querido.

Así que ya ve: no solo escribo mal sino que también lo culpo.

Puede dejar esto hasta aquí, si lo desea.

No se sienta obligado.

sábado, 16 de junio de 2018

Control de identidad.

Leo algunas estadísticas.

Por lo general asociadas a informes del gobierno.

Casi siempre hay contradicciones o mentiras flagrantes.

Pero no hablo aquí de aquellos temas.


En esta oportunidad veo informes de carabineros.

Cifras de detenciones, allanamientos… cosas de ese tipo.

Uno de los ítems habla del control de identidad.

Y hace un desglose exacto de lo realizado en los últimos meses.


La mayoría de esos controles no arroja grandes novedades.

De vez en cuando algún detenido o persona con causas pendientes.

Me llama la atención, sin embargo, un ítem nombrado como “sin identidad”.

Personas que no se verifica identidad, según dice el texto. No hay registro.


Investigo sobre aquello y resulta ser cierto.

2 de cada 100 controlados no solo no lleva identificación, sino que no tiene identidad.

Me gusta aquella cifra y hasta un poco el concepto.

Quienes se incluyen en la cifra son dejados a cargo de una institución.

Nada más se dice sobre ello.


Hago entonces unas llamadas y pregunto algunas cosas.

Principalmente referidas a los “sin identidad”.

La institución citada cerró hace un año y al parecer nunca funcionó.

Carabineros, por otro lado, me pide dos días para responder una pregunta.


Por suerte no están alto el dos por ciento.

Y es que los sin identidad pudieran crecer y algo pasaría a estar en riesgo.

Por mi parte, voy guardando los informes y archivos que revisé hoy.

Y me pregunto quién soy, y si tengo o no, como comprobarlo.

viernes, 15 de junio de 2018

Caballos.


El caballo que vi sacrificar cuando tenía cinco años.

El gran caballo de madera, supuestamente ideado por Ulises.

El caballo del que cae Saulo, cegado por una luz.

Los sufrimientos de Kolstomero, en esa novela con dibujos en acuarela.

El cansancio de Katie, mientras huía con Jesse James.

La muerte que quedaba tras las pisadas de Othar.

Los caballos de ajedrez, que intenté, alguna vez, tallar a mano.

El caballo que fue atacado por una jauría, cerca de Hornopirén.

Artax hundiéndose en un pantano.

El caballo sobre el que Munchaussen saltó un barranco sosteniéndose de su propio pelo.

El caballo de mar que alguien creyó mítico y que descubre de pronto frente a frente en un acuario.

El cuento de Carver en el que aparece un caballo en el patio de una casa.

El caballo a cuerda que estaba en un museo del juguete en Praga.

Las imágenes de El caballo de Turín, de Bela Tarr.

El caballo que cargaba carbón en un sector de Lota.

Los caballos desbocados, de Mishima.

El caballo de porcelana que quebró un niño en una exposición.

El caballo pintado en una caverna, hace millares de años.

El caballo que vi sacrificar, hace apenas unos días.

jueves, 14 de junio de 2018

En el metro.


I.

Mujer discute con escolar que va sentado en el piso.

La mujer lo increpa y el escolar la ignora.

Entonces otra mujer alega a favor del escolar y un hombre que observaba a un costado respalda a la primera mujer.

El escolar que está sentado en el piso ignora incuso a quien la defiende.

Yo subo el volumen de mis audífonos y escucho a Max Roach, quien de cierta forma –hermosa forma-, nos ignora a todos.


II.

Joven discute por teléfono.

Le dice a alguien que esto no puede repetirse, que está harto.

Luego agrega, en un tono más alto, que hablarán cuando lleguen a casa.

Por último, en varias ocasiones, pregunta airado qué quiere decir con que no estará en casa cuando llegue.


III.

Señora encuentra en el piso una bufanda.

La levanta y pregunta a demás pasajeros de quién es.

Varias veces lo pregunta.

Nadie le responde.

Luego amarra la bufanda al respaldo de una silla.

Juro que veo moverse la bufanda, como si llevase amarrado al otro extremo, un animal imaginario.


IV.

El metro frena bruscamente y, producto de ello, una joven golpea fuertemente a una señora de edad.

La señora de edad, entonces, reprende a la joven airadamente.

Pasan tres estaciones y la mujer no deja de increparla.

Mirándolas bien, desde mi posición, ambas tienen un parecido notable, aunque supongo no lo saben.


IV (B).

En la siguiente estación, al bajarse, otra joven le grita a la señora de edad.

-¡Deje de alegar, vieja amargá…!

La señora se asoma hasta la puerta del vagón, para responderle.


-Dios me pudo haber hecho feliz y no lo hizo. Alégale a él, cabra conchetumadre…

miércoles, 13 de junio de 2018

El espía.


I.

-Soy espía –me dijo, apenas abrí la puerta.

-¿Espía? –pregunté.

-Sí. Soy espía –confirmó.

-¿Y qué desea? –pregunté, invitándolo a pasar.

-Hacer mi trabajo, solamente –contestó.

-Ok. –Le dije.

Y entró.


II.

Le ofrecí una cerveza, pero no aceptó.

-Estoy trabajando -me dijo.

-¿En este momento? –insistí.

-Sí -contestó.

-¿Y a quién espía?

-A usted –señaló.

Yo me sorprendí un poco, pero finalmente no dije nada al respecto.

Entonces me serví la cerveza mía y la de él, para pensar más claro.


III.

-Si quiere ahorrar trabajo puedo ayudarlo –le ofrecí.

-¿Cómo? –preguntó.

-Me refiero a s quiere saber algo –intenté explicar-, puedo evitarle espiar y decirle directamente lo que quiera…

-Soy espía –volvió a decir, algo cortante.

-Lo sé… -contesté-. Por eso mismo yo puedo contarle…

-No –contestó-. Si usted  me cuenta ya no soy espía… Y eso es lo que soy.


IV.

Minutos después, mientras tomaba un café, abrió su bolso y me mostró varias libretas, que fue poniendo una junto a otra.

-¿Las vende? –le pregunté, por molestar.

-No -me dijo-. Son productos para espías. En ellas he anotado todo lo referente a esta investigación.

-¿Cuál investigación?

-Ya le dije. Lo espío a usted.

-¿Y en esas libretas…?

-Hay información –interrumpió-. Datos para confirmar quién es usted.

-¿Quién soy yo?

-Sí –repitió-. Datos para confirmar quién es usted realmente.

-¿Y quién soy? –pregunté.

-Usted es Vian –me dijo entonces-. A veces lo olvida, pero usted es Vian.

-¿Está seguro? –le pregunté.

-Seguro –contestó-. Puede engañarse usted, tal vez, pero yo soy un buen espía.

martes, 12 de junio de 2018

La piñata falsa.


D. cuenta que en su visita a Dinamarca, conoció cierta costumbre que podría denominarse como la piñata falsa.

Como el nombre llama a imaginar, se trata de una tradición que se utiliza en algunos cumpleaños y que consiste en la utilización de una piñata que no es tal, y que el festejado, vendado, debe golpear sin obtener el resultado esperado.

Así, a través de algunas fotografías, D. nos muestra de qué forma el cumpleañero, tras el vendaje de rigor, es puesto junto a la supuesta piñata que debe golpear, aunque esta, como decíamos, no es en realidad una piñata verdadera.

A partir de esta equivocación, suele producirse un gran revuelo entre los otros asistentes a la celebración, generalmente relacionado con las risas, aunque también en ocasiones -dependiendo de la naturaleza de la piñata falsa-, puede producirse en los demás asistentes una fuerte conmoción.

Lo anterior, ya que en vez de la piñata verdadera, pueden verse en su reemplazo desde simples objetos que el festejado debe golpear, hasta pequeños animales o incluso el hermano menor del festejado, que puede terminar con severas contusiones o derechamente muerto, como ocurrió en un par de ocasiones, durante el último año.

Con todo, a pesar de los riesgos y aparente salvajismo de la costumbre, sigue siendo hasta el día de hoy una tradición muy usada en la región, al igual que en otros países nórdicos.

-Buenas fotos –le decimos a D., tras su explicación.

Él asiente, en silencio, como si en realidad se sintiese molesto de que no hubiésemos comprendido algo.

lunes, 11 de junio de 2018

Mi tío Juan dice que murió seis veces.


Mi tío Juan dice que murió seis veces.

Lo dice tan serio que yo le creo.

Se acuerda de cada uno de sus decesos con total detalle.

Siempre que nos juntamos, en casa del abuelo, él los narra.

De hecho, trata de ser original con la forma de presentarnos sus historias.

Con su primera muerte, por ejemplo, él hizo una canción.

Con la segunda un poema.

Con la tercera una serie de dibujos para explicar lo sucedido.

Y así sigue con las otras.

Les contaría de las muertes, pero sinceramente no tengo tiempo.

No para hacerlo al detalle, por lo menos.

Además, de cierta forma, yo creo que sus muertes son secretas.

Él no lo ha dicho, es cierto, pero a veces hay cosas que se sobreentienden.

Su misma esposa, la tía Sofía, ni siquiera sabe de su sexta muerte.

Él solo la ha contado a mi prima Isabel y a mí.

La contó en presencia del abuelo, es cierto, pero el abuelo ya no escucha.

Y es que la tía Sofía se habría puesto triste de haber sabido de esa muerte.

De hecho, nosotros mismos no entendimos bien por qué el tío Juan la había elegido.

Con esa muerte, por cierto, el tío creó una oración.

Una oración media extraña, que habla de un Dios que podría haber hecho felices a todos e hizo feliz a ninguno.

Luego el tío Juan muere –en la oración-, y luego agradece y despierta.

Tras terminar la historia, él nos dice que no podrá contarnos su séptima muerte.

Esa es mía nada más, nos dice.

Yo le creo al tío Juan.

domingo, 10 de junio de 2018

Tibia en comparación al mundo.

“Había perdido un mundo
para no ganar ninguno”
J. S.

Fuimos a recoger piedras.

A oscuras.

Las elegimos al tacto.

Tal vez por temperatura.

Casi al final del lugar, di en el suelo con la mano de un niño.

La mano estaba tibia.

Apenas se movía, pero estaba tibia.

Tibia en comparación al mundo.

Dejé las piedras a un lado e intenté calentar aquella mano.

Era extraño, pues a oscuras, no pensaba en el niño.

Todo se reducía a esa mano que ahora comenzaba a calentarse.

Poco después la mano pareció volver a la vida.

Movió los dedos.

Luego se aferró, por un momento, a la mía.

Por último, de improviso, se alejó rápidamente y no volví a encontrarla.

Solo encontré las piedras.

Un montoncito de piedras sobre el mundo frío.

Pensé en dejarlas ahí, pero luego me apiadé de ellas.

Las tomé con cuidado y las cargué encima.

Las tomé con cuidado, como a la mano de un niño.

Entonces comenzó a llover en medio de la oscuridad.

Era una lluvia fina, silenciosa.

Protegí las piedras y fui hasta el lugar de encuentro.

Tranquilo, midiendo mis pasos.

El mundo estaba frío, oscuro y llovía.

En unas horas, sin embargo, iba a amanecer.

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