domingo, 10 de junio de 2018

Tibia en comparación al mundo.

“Había perdido un mundo
para no ganar ninguno”
J. S.

Fuimos a recoger piedras.

A oscuras.

Las elegimos al tacto.

Tal vez por temperatura.

Casi al final del lugar, di en el suelo con la mano de un niño.

La mano estaba tibia.

Apenas se movía, pero estaba tibia.

Tibia en comparación al mundo.

Dejé las piedras a un lado e intenté calentar aquella mano.

Era extraño, pues a oscuras, no pensaba en el niño.

Todo se reducía a esa mano que ahora comenzaba a calentarse.

Poco después la mano pareció volver a la vida.

Movió los dedos.

Luego se aferró, por un momento, a la mía.

Por último, de improviso, se alejó rápidamente y no volví a encontrarla.

Solo encontré las piedras.

Un montoncito de piedras sobre el mundo frío.

Pensé en dejarlas ahí, pero luego me apiadé de ellas.

Las tomé con cuidado y las cargué encima.

Las tomé con cuidado, como a la mano de un niño.

Entonces comenzó a llover en medio de la oscuridad.

Era una lluvia fina, silenciosa.

Protegí las piedras y fui hasta el lugar de encuentro.

Tranquilo, midiendo mis pasos.

El mundo estaba frío, oscuro y llovía.

En unas horas, sin embargo, iba a amanecer.

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