lunes, 30 de abril de 2018

Un perro guardían


Tuve dos perros.

Desde cachorros.

Dos perros que eran parte de una misma camada.

En principio ambos perros serían guardianes.

Por ello, intentamos adiestrarlos de esa forma.

Recuerdo que mi padre incluso pagó un curso.

Yo era, por cierto, el encargado de llevar los perros a ese curso.

Por seis meses los llevé.

Tres veces por semana.

Según el instructor los perros estaban progresando.

De hecho, enviaba informes, a mi padre, con registros.

Entonces mi padre los firmaba y enviaba dinero, de regreso.

Cada uno tenía un rol bien determinado.

Yo, por ejemplo, hacía siempre de intermediario.

Mi rol era sencillo y debía evitar cuestionar nada.

No pude evitar, sin embargo, preguntarme de qué serían guardianes esos perros.

Quería preguntarle a mi padre, pero lo cierto es que no me atrevía.

Tampoco se lo pregunté, de forma alguna, al instructor.

Poco antes de cumplirse los seis meses iniciaron los problemas.

Yo lo notaba en la expresión de mi padre al leer los informes.

También se percibía en la actitud del instructor.

Por lo que decían los informes, ocurrió que cada perro se hizo guardián del otro.

Y claro, esto era un problema pues no podían, de esa forma, ser guardianes fieles de algo más.

Entonces una tarde, fui testigo de una pelea que el instructor provocó entre ambos.

Inyectó algo a los perros y los obligó a pelear.

Yo estuve presente.

Un perro se negó a atacar y el otro lo hizo pedazos.

Literalmente lo hizo pedazos.

El otro, según mi entendimiento, murió siendo leal.

Entonces llevé el perro que sobrevivió donde mi padre.

Los dejé solos, en un cuarto, junto al informe del instructor.

Poco después sentí al perro gemir, como si le estuviesen dando golpes.

Luego se abrió la puerta y el animal salió corriendo, arrancándose incluso, del hogar.

Mi padre me dijo que estaría bien, pero yo no sabía de quién hablaba.

A veces, siento que ese perro me mira aún, desde la distancia.

domingo, 29 de abril de 2018

Dibujo un cuadrado.


I.

Dibujo un cuadrado y lo observo.

De verdad dibujo un cuadrado y lo observo.

Podría escribirlo y no hacerlo y por eso lo aclaro.

Porque no me gusta mentir, de hecho, dibujo el cuadrado.

Porque esa es la única verdad de la quiero hablar, en esta ocasión.

Y quiero exponerla, ante ustedes, sin vergüenza.


II.

El cuadrado es pequeño y está, más o menos, en el centro de una hoja.

Debo hacer muchas otras cosas, pero elijo dibujar el cuadrado.

En este sentido, ese cuadrado representa lo que elijo hacer, con mi vida, en ese momento.

Y claro, de paso también representa lo que elijo no hacer.

Por eso algo duele cuando observo ese cuadrado.

Porque de cierta forma es un pozo pequeño y una celda.


III.

Si pudiese, abrazaría ese cuadrado.

Pondría incluso mi cabeza sobre él, y pediría una caricia.

No necesito un rostro ni una voz, me bastaría con ese cuadrado.

Unos minutos, tal vez.

Un minuto, incluso.

O poco menos.


IV.

Parece pequeño, pero Dios cabe en ese cuadrado.

Mi vergüenza cabe en ese cuadrado.

Lo que esperé de la vida, alguna vez y lo que he intentado dar otros.

Todo cabe en ese cuadrado.

El universo y su silencio.

Y hasta la gran pregunta.


V.

Observo el cuadrado.

Lloro un poco ante él, como ante ustedes.

Me repongo y escribo y apoyo mi mano sobre él.

Espero un milagro.

sábado, 28 de abril de 2018

Seiscientos dos.


I.

Conté estrella una vez.

Creo que llegué a seiscientos dos.

Luego me confundí y pensé que estaba contando nuevamente las primeras.

Por eso decidí parar.

Para no engañarme, me detuve.


II.

Otras veces he contado piedras.

También árboles, hojas y hasta hormigas.

A veces me pregunto para qué lo hago.

Y la respuesta más honesta resulta ser bastante simple:

Debe ser, simplemente, por salir de uno mismo.


III.

No me asustan los números.

No hacen daño.

Tal vez por eso también, es que siempre estoy contando y haciendo listas.

Las palabras en cambio, me cuestan cada día más.

Incluso escribir, hace unos años, se ha vuelto una experiencia dolorosa.


IV.

Desde hace unos años escribo como si mirase hacia el suelo.

Sin levantar la vista, me refiero.

Sin el orgullo de la fiebre o la verdad.

No es que mienta, pero no levanto la vista.

Si la levanto tendría que quemar el mundo.

Y tengo miedo.


V.

Me duele el pecho cada vez que cuento cosas.

Y es que en el fondo sé, que de esa forma evado, enfrentarme a su significado.

Al sentido de esas estrellas, por ejemplo, o a las piedras que están ahí hace millones de años.

Por lo mismo, mi palabra se mantiene fría porque prefiero eso a la tibieza.

Cada día, sin embargo, supongo que me acerco más al número que hará estallar el grito.

Ese es mi temor, mi razón y mi esperanza.

viernes, 27 de abril de 2018

Esto pasa.


I.

Voy caminando.

Cargo una mochila y avanzo por el sendero.

Comienza a llover.

Como la lluvia es suave no me apuro.

Me mojo tranquilo, simplemente, bajo la lluvia.

Pasa entonces una hora.

La lluvia persiste y aumenta su intensidad.

Tengo una capa impermeable, en algún lugar de la mochila.

Camino diez minutos más y decido sacarla.

Me cuesta encontrarla, en principio.

De hecho, casi debo vaciar la mochila para esto.

Luego, por supuesto, debo ordenarla.

Ahora intento ponerme la capa.

Me demoro un poco, en hacerlo.

Justo cuando termino de ponérmela deja de llover.

Varios me habían advertido que esto pasa.


II.

Otro día, durante el mismo viaje.

Situación similar; mismo sendero.

Esta vez voy con la capa, y está lloviendo.

No de manera tan copiosa, pero llueve.

Tras caminar un poco decido mojarme.

Directamente, bajo la lluvia.

Además la lluvia es suave y agradable.

Por esto, decido sacarme la carpa y caminar un poco, bajo la lluvia.

Dejo entonces la mochila a un costado y me preparo para guardar la carpa.

Apenas me la quito, sin embargo, deja de llover.

Me habían advertido, de todas formas, que esto pasa.


III.

El mundo está lleno de desgracias, me dijo.

Verdaderas desgracias, continuó.

No estoy hablando de la lluvia ni ese tipo de cosas.

Hablo más bien de cosas terribles que ocurren siempre en uno u otro sitio.

Nuestro único consuelo es saber que no las causamos.

O repetirnos más bien, que no la causamos.

Y claro, mientras hacemos eso cubrirse o ir directamente hacia la lluvia.

Tú sabes de esas cosas, me dijo.

Y todas las cosas pasan.

jueves, 26 de abril de 2018

¿Ves esos viajeros?


¿Ves esos viajeros?

No voy tras ellos.

Ellos deben regresar.

Por eso es que
me aparto del camino.

No hay otras razones.

Los espero simplemente
a un costado de las vías.

Nada que no tengan
van a encontrar.

Volverán cansados.

Poco a poco vaciarán sus bolsos.

Y cargarán entonces, su propio peso.

Y les cansará cargar, por cierto,
su propio peso.

No necesitas extrañarlos.

No necesitas seguirlos.

Ellos volverán.

Arrastrando los pies, volverán.

No serán débiles,
pero desconocerán, sin duda,
su propia fuerza.

Por eso, de hecho, ellos volverán.

Porque pensarán que en el inicio
está su fuerza.

Porque sentirán que en sus primeros pasos,
extraviaron el sentido.

Maldecirán el camino.

Dirán que el mundo es aquello que hay.

Intentarán volver al mundo.

No sentirán, sin embargo, culpa alguna.

Cree en mí: yo conozco a esos viajeros.

Yo conozco el corazón de los viajeros.

Aún bajo la lluvia, los percibo.

Confundidos por la esperanza.

Así los escucho avanzar.

Y no los sigo.

¿Ves esos viajeros?

No necesitas ir tras ellos.

Confía en mí: ellos volverán.

Porque no hay un sitio correcto.

Porque buscan más allá,
de los que ellos mismos merecen.

Por eso volverán.

No vale la pena ir tras ellos.

Por eso es que
me aparto del camino.

Nada que no tengan
van a encontrar.

miércoles, 25 de abril de 2018

Lo vimos en pijama.


I.

Lo vimos en pijama, perdido en medio de las calles, así que uno de nosotros debe haber llamado a la policía para que viniese por él.

-Le puede pasar algo… -debe haber dicho aquel que llamó.

Y claro, podrían haberlo tomado como un hombre preocupado, finalmente, y venir apenas pudiesen.

Pero la policía no llegó, sino hasta tres horas después, cuando su presencia era innecesaria.


II.

Lo atropelló un camión que transportaba bebidas Bilz y Pap.

Como cosa positiva podríamos contar que posiblemente tuvo una muerte inmediata.

En el lugar exacto en que murió alguien marcó los bordes de su cuerpo con tiza roja,


III.

Además de algunas cosas de aseo personal, el cuerpo tenía una enorme cantidad de dinero en los bolsillos.

Por lo mismo, busqué información sobre el lugar de dónde provenía ese dinero, pero no encontré pista alguna.

Guardé el dinero en una bolsa azul, dentro de mis cosas, hasta que supiéramos de dónde vino.

Luego hice como si nunca hubiese encontrado nada.


IV.

Festejé lo del dinero un tiempo, pero después nos dimos cuenta que quedamos donde mismo.

Me refiero a que no sabíamos nada, en el fondo, de lo que estaba sucediendo.

Por lo mismo, decidí no festejar y concentrarme para no olvidar aquello que era importante.

El viejo que había muerto, por ejemplo, del que hablaba en un inicio.

Tal vez por esto, antes de ir a dormir, salgo a la calle y me recuesto sobre el dibujo hecho con tiza roja.

Así, recostado, imagino también que llamo por teléfono, o hasta que conduzco un camión que atropella a un viejo que caminaba en pijama, por las calles.

Eso es mas o menos lo que ocurre, aunque sea confuso.

Intento dormir, entonces, sobre el asfalto.

martes, 24 de abril de 2018

Orden final.


I.

El orden final consiste en separar las cosas.

Las que necesito de las que no necesito.

Comencé la separación y lo que no necesitaba apenas cabían en mi hogar.

Lo que necesitaba, en cambio, cupo con holgura en mis bolsillos.


II.

Entonces saqué una de esas cosas necesarias, de mi bolsillo.

Era una caja pequeña, llena de cerillas.

Encendí una, pero no me decidí a arrojarla hacia mi casa.

Y es que lo que debía purificarse, finalmente, no estaba entre esas cosas.


III.

Pasaron unas horas y terminé vaciando mis bolsillos.

Luego dejé mis zapatos, mi chaqueta y hasta mis pantalones.

Llevé todo hasta la casa y pensé si estaba en lo correcto.

Tenía frío, sin embargo, y no podía pensar de buena forma.


IV.

Si lo piensas bien todo es innecesario, me dijo alguien a quien no quise mirar.

Y no está tan mal, lo innecesario.

La vida entera, después de todo, no es necesaria para nadie.

Y amar lo innecesario, en este sentido, es el único amor posible, si lo piensas.


V.

Poco después volví a entrar a casa.

Me di una ducha y preparé algo de comer.

Traté de no pensar nada en especial ni tampoco buscar conclusiones.

En cambio, como todo había sido revuelto, volví -sin apuro-, a ordenar la biblioteca.

lunes, 23 de abril de 2018

Era un buen tipo.


Era un buen tipo, pero comenzó a alejarse de su mujer e ir con putas a partir de un cuadro. Y no es que ir con lo putas lo convirtiera de inmediato en un mal tipo, pero digamos que lo hizo como una manera de ensuciarse, tal vez. O por dañar algo. No sé bien como decirlo. Lo que sucedió además parece mentira, pero ocurre simplemente que he reducido los hechos a lo esencial y eso hace que sueño extraño. Déjame mejor contarlo de otra forma.


Un hombre tiene su vida normal. Normal-Feliz, incluso. Familia, trabajo y salud. Todas esas cosas que supuestamente te hacen feliz o que al menos te llevan a avergonzarte cuando quieres pedir algo más. Tiene eso, decía, pero un día descubre casualmente la reproducción de un cuadro que lo emociona. Uno de Rockwell, digamos, pero pudo ser cualquier otro. No sabe qué le pasa al verlo, pero un día compra la reproducción y se descubre llorando. Crece su humanidad, digamos, frente al cuadro. O aflora. Y es entonces, tras varias semanas de mirar el cuadro a escondidas que decide contárselo a su mujer y ella le dice que sí, que es lindo. O sea, él busca el momento para decírselo y tiene  miedo, pero al final lo hace. Entonces él le muestra la imagen, ella lo ve y le dice que es lindo. Y eso debiese estar bien, por supuesto, pero él sabe que hay algo que ella no comprende. Que están más lejos del cuadro y de sí mismos que antes. Lo intenta entonces nuevamente, pero siente que ella no comprende. Y tiene rabia. Y claro, es entonces que va con putas. Porque sabe que a ella le dolería, va con putas. Ocurren más cosas, pero ese es el resumen, por supuesto. Eso y que quema la imagen del cuadro de Rockwell. Se me olvidaba eso. No la olvida, pero quema la imagen. Ni siquiera da para una historia.

domingo, 22 de abril de 2018

Un propósito en la vida.


Era un juego de niños. Cuando a mí me lo enseñaron se jugaba con nueve. Nueve niños y nueve cosas. Al principio cada uno conocía una cosa, pero luego estas se entregaban al azar, entre todos. Por lo mismo, casi siempre terminabas conociendo dos cosas. Entonces sorteábamos los roles, y debíamos buscar. Así, en principio, todos teníamos la misma tarea, pero con asignaciones secretas distintas. La tarea en común era encontrar un propósito en la vida. Y claro, en los papeles aparecía escrito tu rol para los otros, pero desconocías totalmente qué o quién era tu propósito y qué o quién era tu vida. Entonces, un poco al azar, íbamos cogiendo algunas cosas e intentábamos adivinar cuál de ellos podía ser nuestro propósito, o nuestra vida. Fue en una de esas oportunidades que ocurrió algo que terminó por confundirnos. Lo que ocurrió fue que a cada uno de nosotros nos tocaron las cosas que, previo al inicio del juego, conocíamos. Así, por ejemplo, en mi caso, que había presentado como objeto una figura plástica, mi papel me asignaba que esa misma figura era mi sentido, y que yo mismo, además, era mi vida. Dicho esto, lo que debía ocurrir era que yo buscase mi propósito en la vida. En este caso, se trataba de encontrar el libro (mi propósito), en mi propia persona (mi vida), como gran misión. Lamentablemente, esa misma vez, ningunos de nosotros pudo encontrar siquiera su propósito, y solo semanas después fue que declaramos cerrada esa partida y revisamos lo asignado y descubrimos lo ocurrido. Tras enterarnos, convinimos a modo de broma que la historia daba para un texto que pusiese su centro en la existencia. Afortunadamente, desistimos de la idea, pues sin duda se trataba (exclusivamente) de un juego para niños y nos quedamos con esa versión. Así ha sido, por supuesto, hasta ahora.

sábado, 21 de abril de 2018

Día a día desaparecen cosas.


I.

Día a día desaparecen cosas.

Desaparecen cosas y otras aparecen.

Como no las apreciamos lo suficiente, ni siquiera nos damos cuenta.

Ojalá fuese simplemente porque son cosas.

Pero tal vez desaparecen justamente, porque no las apreciamos lo suficiente.


II.

En mi caso suelo numerar las cosas.

Las numero y así logro percatarme.

En la biblioteca, por supuesto, aunque ocurre ciertamente en todo ámbito.

Entonces reviso secuencias y descubro que faltan números.

Y el vacío es, de esta forma, quien me avisa de la desaparición de algo.

Alabado sea entonces, el vacío.


III.

Investigando sobre el fenómeno encontré un gran número de referencias.

Estudios, encuestas, informes y hasta un puñado de interpretaciones.

Y aprendí entonces que además de las cosas
desaparecen también otra serie de elementos intangibles.

Entre estos se cuenta, por ejemplo, el vínculo que nos une a ciertas cosas.

Cosas que amamos y cosas que odiamos, por ejemplo,
 se transforman de esta forma solo en cosas.

Pero no me preocupo de las cosas que odiamos.


IV.

No son muchas las conclusiones  a las que se puede llegar sobre esto.

Además, casi todas resultan cursis
y parecen apelar a algo en nosotros que también se ha perdido.

Y es que algo está mal, sin duda,
si las cosas que amamos desaparecen.

Sin embargo, me atrevo a decir que algo está bien
si sabemos reconocer,
antes que desaparezcan,
cuáles son esas cosas.

viernes, 20 de abril de 2018

No era tan malo.


Él me explicaba que no era tan malo sentirse perdido. Una y otra vez, me lo explicaba. Y es que no importaba de qué habláramos, lo cierto es que siempre lograba llevar la conversación al punto necesario para decir aquella frase. Que no estaba mal sentirse perdido, me refiero. Por lo general lo hacía mientras contaba sobre una oportunidad en que se extravió en la Patagonia. Sin exagerar, debo haber escuchado esa historia al menos una docena de veces. Por lo mismo, no me interesa repetirla ahora. Dentro de esa narración, sin embargo, el acostumbraba hablar sobre el sentirse perdido. Y era entonces que explicaba que aquel que se siente perdió no está realmente en ese estado. Y claro, como uno no entendía del todo tras esa primera afirmación, él señalaba que todo aquel que dice estar perdido ya ha reconocido al menos no estar en un lugar correcto y puede utilizar esto como un sistema de referencias. Es decir, el que dice estar perdido tendría al menos una meta definida y sabría que no está en el camino que conoce, para poder alcanzarla. Estar verdaderamente perdido, en cambio, suponía desconocer del todo en que sitio uno se encontraba, pudiendo creer, incluso, que se está en el lugar correcto, pero sin estarlo. Y claro, eso era lo que él explicaba aunque lo hacía a la par de aquella historia sobre la vez que se extravió en la Patagonia y otras más, a veces, según los que estuviéramos reunidos. No separaba la historia de los argumentos, podríamos decir, si estamos atentos al aspecto menos importante de lo que hacía. Espero, ciertamente, que ese no sea el caso.

jueves, 19 de abril de 2018

Las cosas van mejor en Finlandia.


I.

Las cosas van mejor en Finlandia, me dice.

Trabaja menos horas.

Encontró una tienda de discos increíble.

Un local de tangos donde fabrican su propia cerveza artesanal.

Y hasta un mercado donde venden a precios bajos, libros soviéticos de antaño.

En definitiva, está tranquila, me dice.

Y eso, hoy en día, ya es estar mejor que antes.


II.

Otro día volvemos a hablar y señala lo mismo.

Que las cosas van mejor en Finlandia, me refiero.

Lo dice con un tono extraño, casi fuera de contexto.

Como si fuese una contraseña en una película de espías.

O como si se tratase de un código secreto
para descifrar aquello que realmente está diciendo
cuando hablamos.


III.

Intento descifrar entonces, su mensaje, pero no lo logro.

Tal vez el asunto es simple
y ocurra que las cosas ciertamente
vayan mejor en Finlandia.

Es decir, se suicidó el conserje de su edificio,
es cierto,
pero en general todo está mejor.

Dejó el cigarro.

Está tomando clases de tango.

Publicó algunas reseñas en un periódico.

Y hasta comenzó a salir con un cirujano sueco
que dirige una pequeña clínica,
en Helsinki.

Así,
con toda esta información,
no me queda más que reconocer
aquello que resulta evidente:

Las cosas están mejor en Finlandia.

Me alegro por ella, sinceramente.

Pero yo no estoy en Finlandia.

miércoles, 18 de abril de 2018

Bajo el agua.


En el sueño estamos bajo el agua.

No muy profundo.

El agua se ve limpia.

Transparente.

Inmóvil.

Estamos frente a frente.

Sumergidos.

Ambos aguantamos la respiración.

Entonces ella me intenta hablar.

Bajo el agua, por supuesto.

Mueve los labios.

Gesticula.

Rápidamente, gesticula.

Y es que parece, sin duda, ser algo importante.

Se desespera un poco.

Habla con énfasis.

Obviamente no se escucha.

Además, no tengo indicios claros sobre lo que está diciendo.

Tampoco un contexto, dentro del sueño.

Solo veo burbujas.

Intento leerlas, en el sueño, pero solo son burbujas.

Su expresión también es solo una expresión.

Una expresión, apenas, en medio de las burbujas.

Por momentos, incluso, dejo de ver su rostro debido a las burbujas.

Pero no pongo en duda quién es.

De hecho, aunque no la viese en lo absoluto, estoy seguro que sabría quién es.

Sin embargo, debo reconocer que no comprendo qué me dice.

Ni siquiera sospecho qué puede ser aquello de lo que me está hablando.

Además debemos salir a la superficie, en el sueño.

Y es que hasta en él resulta, que debemos respirar.

El problema es que de cierta forma sé que al salir a la superficie no estaremos ya frente a frente.

Y es que saldremos, por decirlo así, a una superficie distinta.

Ella lo sabe, también, en el sueño.

Por lo mismo, ambos nos agitamos, bajo el agua.

Por último, cuando no aguantamos más, ascendemos.

En una superficie distinta, por supuesto.

Yo incluso despierto, al mismo tiempo.

Eso es lo que me pasa.

martes, 17 de abril de 2018

Apuesta.


Aposté todo al doce y salió el cuatro.

La ruleta giró y salió el cuatro.

Nunca me ha gustado el número cuatro.


Esa última frase me salió en voz alta.

Algunos jugadores me miraron por hablar en voz alta.

Y yo les pedí disculpas, a los que estaban junto a mí, también en voz alta.


A mí tampoco me gusta ese número dijo alguien junto a mí.

Era una mujer vestida de negro con una revista bajo el brazo.

Tras decirlo apostó todo al cuatro y ganó una gran cantidad de fichas.


No siempre está bien lo que a uno le gusta, dijo la mujer entonces.

Me refiero a que no está bien para el mundo y este entonces nos castiga.

En cambio lo que detestamos encierra a veces una victoria nada desdeñable.


Entonces la mujer se acercó hasta mí y me entregó unas fichas.

No las pedí, pero estas llegaron de igual forma y no eran pocas.

Luego se fue hasta una mesa cercana y se sirvió una copa de vino.


Mientras miraba la ruleta girar pensaba yo en mi próxima apuesta.

Pensé en jugar todo por el cuatro, o por el doce, hasta que simplemente aposté.

No esperé, sin embargo, a ver los resultados de todo aquello.


Fui entonces hasta donde la mujer, mientras la ruleta giraba.

Tampoco me gustaba el doce, le aclaré. Además los números no existen.

De la ruleta me llamaron, pero no voltee y me fui sin despedir.


Mientras me iba, sentí que todo aquello, se había vivido varias veces.

lunes, 16 de abril de 2018

En la oscuridad se arrancan los esclavos.

“Y nos negamos firmemente
a llamar poesía a la oscuridad”
L. C.

En la oscuridad se arrancan los esclavos.

Uno piensa que no tiene
y hasta aboga por sus derechos,
pero de pronto ves arrancar alguno
que lleva el signo de tu propiedad
marcado en la piel,
y es entonces cuando todo aquello
en que creías creer
se viene abajo.

En mi caso, por ejemplo,
apenas vi correr a uno
salí de mi casa
sin detenerme a pensar.

Busqué un cuchillo.

Corrí a la calle.

Incluso un vecino que apenas conocía
me prestó sus perros ,
que él mismo había adiestrado
para ocasiones como esta.

No se confíe,
me dijo.

A veces se piensa que solo ha huido uno
y nos encontramos luego
con que la cuadrilla completa
nos ha abandonado.

Yo asentí.

Sin entender, yo asentí.

Y es que en el fondo
ni siquiera sabía que tenía alguno,
me dije,
mientras corría tras él,
prácticamente a oscuras,
siguiendo a los perros
entre las calles.

Afortunadamente,
pocos minutos después,
los ladridos de los perros me avisaron
que lo habían cercado.

Lo tenían contra una pared,
aparentemente herido,
agachado y temeroso.
Cabizbajo.

Por favor aleje los perros,
me dijo,
sin levantar la vista.
Puede castigarme cuanto desee,
pero no deje que vuelvan a morderme.

Tú no me dices que hacer,
me escuché gritar entonces,
para mantener el orden.

Y claro,
los perros al oírme dejaron de ladrar
y el esclavo se puso de pie
y volvió cojeando hasta la casa.

Luego, ya en casa,
pasaron unas horas
y las cosas comenzaron a calmarse.

Me duché.

Planché mi ropa.

Dejé listas las cosas para el trabajo.

Finalmente,
puse el despertador
y le preparé comida a los perros,
para devolvérselos mañana
a mi vecino.

Entonces fue que escribí:

En la oscuridad se arrancan los esclavos…

Ella hablaba con orgullo de su abuelo.


Ella hablaba con orgullo de su abuelo.

Decía que había sido un buen hombre.

Un doctor preocupado por los otros.

Que esterilizó gratis a las putas de su pueblo.


Yo pensaba en principio que bromeaba.

Pero la historia volvía a aparecer cada vez que ella bebía.

Y entonces hablaba de su abuelo y se veía alegre al recordarlo.

Y no me percaté que su alabanza iba de paso, en detrimento mío.


Ocurrió así que cuando el buen tiempo quedó atrás.

La historia del abuelo pasó a ser utilizada en mi contra.

Ya que mientras él esterilizó a las putas de su pueblo.

Yo vivía, según ella, sin hacer el bien de modo alguno.


Comenzó a molestarme así, la historia de su abuelo.

Y pensé en la forma de ensuciar su imagen.

Pero lo cierto es que todo a quien pregunté, lo admiraba.

Simplemente porque el viejo había esterilizado a las putas.


¡¿Qué es lo tan valioso de esterilizar a las putas…?!

Le grité una noche, cuando exploté.

Y entonces ella se entristeció, pues además de no hacer el bien.

Era yo un ser incapaz, de comprender al prójimo.


Poco después de aquello, terminamos, según recuerdo.

No la volví a ver, pero supe que se fue a España.

Con el tiempo, conocí una puta y me contó que estaba embarazada.

No se veía muy alegre, pero al menos ya tenía un nombre para el niño.

domingo, 15 de abril de 2018

Ella sabía el nombre de cada uno de mis huesos.


Ella sabía el nombre
de cada uno
de mis huesos.

Igual que Dios, según dicen,
llama por su nombre
a cada estrella,
ella sabía el nombre
de cada uno
de mis huesos.

Yo no le creía,
pero un día los nombró.

Uno a uno, los nombró.

Y eso era más, sin duda,
que conocer mi alma.

Yo cerraba los ojos
y ella los nombraba.

Con voz suave,
como si hubiesen sido nuestros hijos
ella los nombraba.

A veces tocaba mi piel,
al mismo tiempo,
para indicarme qué hueso,
bajo ella,
era el que su voz llamaba.

Esos huesos me sostienen,
pensaba yo.

Y ella conoce el nombre
de cada una de las partes
de aquello que me sostiene.

Varias noches, en ese entonces,
le pedí que repitiese
aquellos nombres.

No quería aprenderlos,
solo quería oír,
con su voz,
aquellos nombres.

Tal vez no me crean,
pero juro que en ese entonces
me bastaba y sobraba
simplemente con aquello.

Y es que ella,
si soy sincero,
nunca dijo que me amaba,
pero por otro lado
conocía el nombre
de cada uno de mis huesos.

Tibia, radio y peroné,
falanges y metacarpianos,
húmero clavícula y esternón…
cada uno de los nombres
ella se sabía.


Y eso es más, claramente,
de lo que yo llegaré algún día
a saber de ella.

Ella sabía el nombre
de cada uno
de mis huesos.

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