miércoles, 30 de noviembre de 2016

Un buen tipo.


Lo invitaban principalmente porque tenía dinero. Aunque tampoco es que tuviesen algo contra él. Me refiero a que todos pensaban, en el fondo, que era un buen tipo. Por lo mismo, les gustaba que él lo pasase bien y no simplemente aprovecharse.

El nombre no importa.

Los detalles tampoco.

Fueron unos meses simplemente en que fueron con él a todas partes.

Fiestas, recitales, bares, playas cercanas.

Él andaba siempre con fajos de billetes en los bolsillos. Los usaba como si fueran papeles. Por lo general se le caían algunos, incluso, cuando pagaba. Ni él ni los otros los recogían.

Alguna vez presencié esa situación y lo cierto es que el dinero que portaba parecía no tener valor. Lo tenía, por supuesto, pero esa era al menos la impresión que daba. Como si alguien cargase a un bebé de verdad como si fuese una muñeca. Aunque supongo que esa no es una forma exacta de explicarlo…

El punto en esto es que se trataba de un espectáculo extraño. Un espectáculo que parecía crear una atmósfera propia que excluía a todos quienes no formasen parte de aquel grupo.

Seis meses estuvieron juntos.

Seis meses en que los vi ir y venir de distintos sitios.

Luego él se fue del país, según creo, y los que quedaron intentaron seguir el ritmo.

Pero claro… no se sentían a gusto.

Nunca los vi pelearse, pero lo cierto es que se separaron.

De él (el del dinero) tampoco volvieron a tener noticia alguna.

martes, 29 de noviembre de 2016

El hermano muerto.


El hermano muerto que vive entre nosotros.

Ya sabes…

Resulta que a veces toma mis cosas.

No las cambia de lugar, no es eso.

Ni siquiera es que me moleste.

Es solo que siento, a veces, que soy yo quien sigue su rutina.

Ya sabes…

Como si el verdadero dueño de las cosas fuese él.

O como si yo fuese el hermano muerto.

No es que la idea me obsesione…

Pero lo pienso a veces mientras lavo los platos.

O incluso cuando escribo lo siento.

Como si él ya hubiese escrito y yo llegase siempre tarde.

O como si escribiese yo sobre un texto tachado.

Ya sabes…

Como si hasta la vida que uno vive estuviese gastada.

Mis pasos.

Mis latidos.

Mi sangre incluso, que a veces siento espesa.

¿Se sentirá también así mi hermano muerto…?

¿O al menos uno de los dos disfruta más el sabor de las cosas?

¿Creerá aún en Dios, o en el amor…?

¿Aún resonarán las palabras en su pecho?

No es que sea algo terrible… no digo eso.

Es solo que la vida está recalentada.

Las ropas limpias, pero puestas.

Las cosas en su sitio, pero opacas.

Ya sabes…

Sensaciones que uno quiere obviar…

Hermanos muertos.

Ojalá que el agua encuentre la semilla.

Y ojalá que el fin sea un comienzo.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Todo es caligrafía.


Caligrafía.

Todo es caligrafía.

Curvas, rectas, puntos y demases.

Todo es caligrafía.

El pulso firme, la presión del lápiz, la guía que puede ofrecer cada línea.

Caligrafía.

Solo caligrafía.

Llené cuadernos, de pequeño, y no recuerdo qué escribí.

Una y otra vez llené cuadernos.

Todo fue caligrafía.

Amé y fue caligrafía.

Reí y fue caligrafía.

Y mis pasos fueron rectas, curvas, puntos y demases.

Y claro… llené caminos con mis pasos.

Una y otra vez llené caminos.

Pero todo fue caligrafía.

Ni siquiera recuerdo dónde fui.

Y los caminos incluso, fueron dibujos en la tierra.

Curvas, rectas, puntos y demases.

Nunca supe dónde iban.

Ni siquiera distinguí qué letras dibujaban.

Así, todo fue caligrafía.

Y claro: todo es caligrafía.

Pasa el tiempo y solo cambia el estilo.

Cambia la curva, la recta, los puntos y demases.

Busqué a  Dios y solo encontré una palabra.

Una palabra que no supe qué decía.

Todo es caligrafía.

Los rostros de los hombres.

Los restos de los hombres.

El movimiento de los astros.

Todo es caligrafía.

Dejé de amar y fue caligrafía.

Deje de reír y fue caligrafía.

Y el significado entonces fue arrancado así como se arranca la carne de los huesos.

Todo es caligrafía.

Todo fue caligrafía.

Curvas, rectas y puntos y demases.

Todo es caligrafía.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Ella tuvo un millón de enfermedades distintas.


Ella tuvo un millón de enfermedades distintas.

Pero murió finalmente por desgano.

O porque vio en cada enfermedad una flor oscura.

O por la culpa de arrancarlas antes que fuese el tiempo.


Ella tuvo un millón de nombres y un millón de amantes.

Con todos tuvo un hijo y ninguno de ellos fue bueno.

Y es que la maldad llegó a ellos junto a la falta de respuestas.

Algunos se mataron entre sí y nunca llegaron a llamarse hermanos.


Ella tuvo un millón de sueños y un millón de desengaños.

Y pocas veces supo distinguir los unos de los otros.

Se alegría fue amarga y su voz no aprendió a nombrarla.

Y entonces perdió la esperanza sin luchar, igual como alguien envejece.


Ella visitó al menos un millón de catedrales.

Y en todas llamó a dios con un millón de nombres distintos.

Lo hacía pues tenía una pregunta que solía gritar en sus visitas.

Si dios respondió o no lo hizo, ella nunca lo supo.


Ella vivió un millón de muertes y todas fueron propias.

Las vio venir y hasta a veces las llamaba.

Ninguna de ellas fue rotunda, sin embargo, salvo el desgano.

Y ella misma apagó su corazón, como una luz en la noche.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Trivialidades.


Ordenando cosas, ya de adulto, P. descubre una foto de su madre, cuando joven, junto a un esquimal.

Es una foto en blanco y negro donde alcanza a verse el paisaje blanco y un letrero algo borroso, con letras en inglés.

Ambos posan para la cámara, pero solo la madre de P. sonríe.

P. no cree, sin embargo, completamente que se trate de un esquimal.

Bien puede ser alguien en una fiesta de disfraces, o en algún evento extraño, aunque el fondo de la imagen lo hace dudar.

La foto la encontró en una caja, junto a otras más comunes, donde aparece su madre con su familia o con un grupo de amigas, todas de su juventud.

Días después, mientras tomaban once P. le pregunta a su madre si alguna vez viajó, de joven, fuera de Chile.

Su madre le dice que no, que solo hace unos años fue a Argentina, para el matrimonio de J.

-Es que encontré una foto donde apareces de joven –le dice P.-, junto a alguien que parece esquimal.

-¿Junto a un esquimal? –pregunta la madre.

-Sí –dice P.-, con los ojos un poco rasgados, pómulos grandes y hasta la ropa de esquimal… tú también ibas muy abrigada.

-¿Estás seguro? –pregunta la madre.

-Claro… dejé la foto en la caja café, en la bodega…

La madre de P. no parece darle mayor importancia y luego cambian el tema.

Como también se encuentra M., hermana de P., y esta se va a casar en unos meses, la conversación deriva hacia esos rumbos.

Poco más ocurrió en ese encuentro.

Luego pasó el tiempo.

La hermana de P. se casó, tuvo un hijo y se divorció a los seis años.

Respecto al esquimal, P. olvidó el asunto y no volvió a buscar la foto en esa caja.

De todas formas, la foto de su madre en Alaska, ya no está en ese lugar.

Respecto a la familia, solo puedo decir que los tres se siguen juntando a tomar once al menos una vez al mes.

En esas ocasiones, por cierto, suelen hablar mayormente sobre cosas triviales.

No creo que esto cambie en el futuro.

Nadie ha dicho, en todo caso, que esto sea malo.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Sitio (s)


Una puerta.

Una pared.

Una puerta que da a otra puerta.

Un agujero en la pared.

Mirar por el agujero en la pared.

Una puerta que da a otra puerta que da a otra puerta.

Un agujero que da quién sabe a dónde.

Mirar quién sabe a dónde.

Observar quién sabe qué.

Otra puerta.

Otra puerta que da a una puerta.

Otra pared.

Un agujero en la pared.

Otra puerta que da a una puerta que da a otra puerta.

Mirar por el agujero en la pared.

Observar quién sabe a quién.

Un agujero que da quién sabe a dónde.

Otra pared.

Una puerta en otra pared.

La sombra de alguien, sobre una puerta.

Otro agujero en otra pared.

Un apunte:

Nadie pertenece a ningún sitio.

Y es que buscas algo al abrir las puertas.

Buscas algo distinto a las otras puertas.

Algo incluso, al mirar por un agujero.

Y claro, entonces (tal vez)llegan las preguntas.

¿Está el agujero en la pared?

¿Es realmente una puerta una puerta, una puerta que da a otra puerta?

Mientes si dices que hay respuesta para todos.

Apenas una pared.

Apenas un agujero.

¿Quieres ver?

Puede que todo sea oscuro.

No hay flores en ningún sitio.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Un meeseek para ordenar la biblioteca.


I.

No pido mucho.

Apenas un Meeseek.

O tal vez dos.

Que verifiquen unos datos.

Que mejoren la postura, de los libros.

Y que no interfieran, eso sí, con el orden profundo que debe haber acá.

Ordenar la superficie, digamos.

Un Meeseek, entonces, para ordenar las superficies.

O tal vez dos.


II.

Ahora bien, como la tarea es algo así como eterna.

Bien puede un meeseek quedarse a vivir, en la biblioteca.

Trabajar ocho horas diarias, en principio.

Vislumbrar el fondo, si hay suerte.

Y caminar por los bordes, propongo, para no estresarse.


III.

Ahora bien, es cierto:

Un meeseek no viene al mundo para buscarle un sentido.

Sin embargo, también es cierto que nadie que busca ese sentido, encuentra algo.

Un meeseek entonces bien podría… tal vez, pero no importa.

Aprietas el botón, ahora, para olvidar la idea.


IV.

Otra idea que se me ocurrió.

Fue un meeseek para ordenar cada libro.

Pero claro, luego venía el problema de ordenar a los meeseek.

Y poco entiendo yo, de cosas vivas, como para solucionar aquello.


V.

No pido mucho, en definitiva.

Un meeseek, les decía, o tal vez dos.

Que nadie busque el sentido y así tal vez alguno lo encuentre.

Solo acciones pequeñas.

Solo borde y superficie.

Y una despedida sin llanto, al final de cada acción.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

La situación.


I.

-Disculpe, ¿me puede informar cuál es la situación?

-¿Qué situación?

-Pues ya sabe… la situación…

-¿Esta situación?

-Claro. La que vivimos.

-Ah… esa.

-Sí. Esa.


II.

-¿Y sabe al menos por qué está acá?

-¿A qué se refiere?

-Le pregunto si tiene idea de lo que lo ha traído aquí

-¿Me está hueveando o es en serio?

-Es en serio.

-Entonces no le entiendo.

-Le pregunto si reconoce el momento en que empezó todo.

-¿Todo?

-Todo lo que lo llevó hasta acá.

-¿Mi big bang, digamos?

-Algo así, pero no dije que fuera suyo, necesariamente.

-…

-Olvídelo. Usted no entiende nada.


III.

-A todo esto, ¿te llamas Patricio?

-¿Qué?

-Te pregunto si te llamas Patricio.

-No.

-Pues entonces tú serás No-Patricio.

-Eso es estúpido, mejor llámeme por mi nombre y…

-No-Patricio está bien. Ese también es tu nombre.

-Usted está loco.

-Puede ser, pero ese es tu nombre ahora, de todas formas.


IV.

-En resumen, no puedes describir la situación.

-Cállese, no voy a contestar nada…

-Tampoco sabes reconocer el momento en que se inicia tu ahora.

-No me interesan sus palabras…

-Sin embargo le das importancia a una palabra pues crees que es lo único que tienes.

-…

-Estás equivocado en todo, chico…

-…

-Esa es la situación.

martes, 22 de noviembre de 2016

Tijeras (otra vez)


No se saca las tijeras. Día y noche con las tijeras. O sea, llega del jardín y se las pone. Lo extraño es que la tía me dice qué allá se porta bien. Que no da mayores problemas, me refiero... O sea, juega normal, obedece órdenes, termina sus trabajos… ¿Qué…? No. No es que se haga daño. Simplemente recorta papeles, revistas… cosas así. Una vez intentó cortar una camisa, pero lo hablamos y no se repitió. Sí… Son las tijeras para niño, pero igual tienen filo. ¿Qué…? Claro, si lo llevamos hace tres semanas, más o menos… No… O sea el doctor dijo que si no atacaba a nadie ni se hacía daño no nos preocupáramos, pero claro, yo le dije que hay muchas formas de hacerse daño… Sí, por eso te digo… esas cosas raras hacen daño, tarde o temprano. ¿Él…? No, nada… no le dio importancia. Yo intenté explicarlo que no era solo por él, que estaba el tema de la casa… los nervios… lo que puede pensar Josefa… Claro, justamente… yo se lo dije así, clarito, pero no me pescó mucho… Me refiero a que puede ser, según él pueden no haber secuelas, pero ¿el hoy? ¿qué pasa con el miedo que nos da hoy…? No sé por qué nadie piensa en eso… O sea, el miedo del hoy es claramente suprior al del mañana… Sí… Eso hacemos al menos, cuando se duerme. Ahí se las sacamos. Lo bañamos en la mañana y luego se las pone. Luego se las saca y va al jardín. Luego regresa y se las pone. No sé qué hacer… es lo mismo siempre y nadie le da importancia. Si hasta yo me he visto tomando las tijeras y cortando todo… para entenderlo, claro… para saber por qué, o qué sensación hay detrás… ¿qué siento?  Pues no sé… nada… pero ya sabes ya estamos grandes y una nunca siente nada… nada salvo miedo, claro… Sí, también… Yo también voy a buscarlo ahora. Hablamos más tarde entonces. Tú tienes suerte en todo caso con los tuyos… Sí, disculpa… Lo hablamos después… Nos vemos.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Equivocado.


Tomé el teléfono.

Marqué.

Pregunté por F.

-Equivocado –me dijeron.

Antes de que colgara alcancé a hablar.

-¿Qué está equivocado? –pregunté.

-¿Cómo?

-Le pregunté qué es lo equivocado. Usted lo dijo…

-El número, por supuesto… ¿está bromeando?

-No. No lo estoy –señalé.

Del otro lado guardaron silencio.

-Un número es un número –dije entonces-. No puede estar equivocado.

-Espere… -dijo la voz del otro lado-, ya sé… esto es una joda… para algún programa o algo…

-No –le aclaré-. Simplemente me asombra que pueda decir tan rápido que algo está equivocado y esperar que con eso baste. Y además culpar a un número.

-¿Quiere que le siga el juego…? -preguntó-. ¿Si la conversación dura cierto tiempo gano un premio y…?

-No hay premio. Solo quiero que me diga qué está mal.

-¿En el mundo…? –la voz al otro lado parecía entusiasta y hasta se permitía bromear-. ¿Tiene tanto tiempo como para decirle qué está mal en el mundo?

-No –le dije-. Simplemente quiero saber qué está equivocado por llamar a F.

-Pues mire… lo erróneo es llamar a este número de teléfono para buscar a alguien que debe tener otro número. Y claro, yo creo que usted marcó mal… eso es lo equivocado, si es que de verdad quiere seguir el juego.

-¿Cómo sabe usted que yo marqué mal?

-Lo sé porque aquí no está F.

-¿Y si el número equivocado fuera el suyo? –insistí.

No respondieron del otro lado.

-¿O qué pasa si simplemente llamé a su número para probar si estaba F., pues no conozco su número y voy intentando uno en uno, hasta dar con ella…? ¿Qué pasaría si llevo más de dos años en eso porque F. es importante para mí y usted se burla y cree que la llamo para algún tipo de programa o concurso o algo similar…?

-Eh… pues no sé… -dijo la otra voz-. Disculpe si es así, es solo que, ya sabe… casi nadie insiste y…

-No importa -señalé.

Dejamos pasar unos segundos.

-¿De verdad hace eso de marcar los números de uno en uno…? –preguntó entonces.

-No –le dije.

Del otro lado se quedaron en silencio.

-Creo que voy a cortar –dijo ahora la voz, con un tono serio.

No contesté.

Miré el reloj.

Mientras lo hacía, cortaron.

Le faltaron dos minutos para el premio, me dije.

Dos minutos, apenas, para la verdad.

Entonces marqué otro número.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Un golpe, en el auto.


Íbamos en el auto, de madrugada.

Habíamos visitado a G., por su cumpleaños.

Recuerdo que conversábamos sobre una canción de Bowie.

Extrañamente no recuerdo cuál.

Fue entonces, después de una curva, cuando chocamos algo que cruzaba la carretera.

El auto se desestabilizó y aquello que chocamos debió saltar unos cuántos metros.

Por el bulto que alcanzamos a ver, antes del choque, pensamos que sería algún animal.

Un perro, posiblemente.

Estacionamos a un costado de la carretera y nos bajamos del auto, a buscar el cuerpo.

Estaba oscuro, según recuerdo, y prácticamente no distinguíamos nada.

Recorrimos al menos cien metros en torno al vehículo, pero no encontrábamos aquello que chocamos.

Estábamos cansados y caminar por la carretera a esa hora podía ser peligroso.

Por lo mismo, pensamos en irnos, pero cierta sensación de culpa nos lo impedía.

Volvimos al auto y nos sentamos a decidir qué hacer.

Tras un rato decidimos volver a buscar el cuerpo.

No nos íbamos a ir sin encontrarlo.

Cada cierto rato pasaba algún auto que iluminaba el lugar.

Las luces del nuestro también lo hacían, pero en una zona menor.

Buscamos en distintas direcciones.

Varias veces.

Tanto buscamos que comenzó a amanecer.

Teníamos frío.

Volvimos al auto.

No sé por qué, pero antes de partir sospechamos que uno de nosotros había encontrado algo, y no quería decirlo.

No insistimos con eso, pero dijimos que si un día contábamos la historia, sería sin especificar nada.

Nos sacamos una foto, en la mañana, a un costado del auto, que quedó con una pequeña abolladura.

Nunca más nos volvimos a ver.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Morir de tu muerte.

“Muere de tu muerte. No envidies
las muertes antiguas”
M. S.

Hizo un viaje a Europa.

Supuestamente era por tres meses.

En el último de ellos visitó un pueblo pequeño, en Portugal.

Ahí conoció a varios hombres que trabajaban el vidrio.

Nos envió una foto donde se veía a un par de esos hombres soplando por unos tubos, junto a un horno.

Al parecer se quedó en ese lugar varios días.

También nos envió fotos de las figuras trabajadas.

Una especie de cisne y otra que no se apreciaba muy bien, pero que parecía un camello.

Nos contaba esa vez que había pedido que le enseñaran, pero al parecer eran técnicas que requerían demasiado tiempo.

Luego no supimos de ella hasta un año después, cuando volvió a llegar correspondencia.

Era una carta urgente, enviada por la embajada, para avisar que había fallecido.

Luego hubo llamadas telefónicas, visitas de un canal de tv y hasta una gitana que ofrecía aclararnos su muerte.

Por otro lado, debimos recurrir a la asistencia judicial, pues la familia en Chile quería traer sus restos.

Tras la negativa, nos enteramos de extraños detalles de su muerte.

En el parte oficial de la embajada, por ejemplo, se decía que había muerto trabajando el vidrio.

En el informe forense, por otro lado, se hablaba de importantes quemaduras internas.

Finalmente, -aunque parezca imposible-, la muerte parecía haber ocurrido luego de aspirar el vidrio, mientras se le daba forma.

En tv, de hecho, apareció un especialista, tratando de explicar dicha hipótesis.

Por nuestra parte, en tanto, hicimos un bingo y varias colectas para ayudar a la familia, y pudiesen de esa forma ir al funeral.

Desde entonces han pasado tres meses y todavía no regresan.

De hecho, ya perdieron los pasajes de regreso y no sabemos nada de ellos, luego del viaje.

Ya dimos aviso a la policía y nos pusimos en contacto con la embajada.

Por desesperación, incluso, contactamos a la gitana, quien nos dijo que la familia estaba aprendiendo a soplar vidrio, en un pueblo pequeño.

No es su muerte, concluyó la gitana, así que están a salvo.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Amén en cualquier caso.


Ella iba cada semana al lugar de oración, pero nunca oraba.

Pedía permiso para entrar, y avanzaba por el sendero apenas comenzado el día.

Se sentaba sobre el pasto.

Tocaba las piedras.

Casi siempre seguía el andar de algún bicho.

A veces intentaba orar, pero sentía que mentía.

Entonces dejaba de intentar.

Llevaba siempre una botella con agua.

Bebía sorbos cortos y a veces le gustaba mojar un poco sus manos.

Si hacía calor se humedecía la frente.

Un par de veces llevó duraznos.

Se quedaba en el lugar aproximadamente una hora.

Luego llegaba más gente y ella decidía regresar.

Saludaba moviendo levemente la cabeza y sonriendo un poco.

De todas formas se mostraba un tanto inquieta.

En el fondo le costaba entender a las personas que oraban.

Siempre se preguntaba qué decían.

También se cuestionaba qué debían sentir, cuando rezaban.

No se atrevía a confesarlo, por supuesto, porque se sentía tonta.

Y por sentirse tonta también, sentía que no sabía nada de sí misma.

Por ejemplo, había ocasiones en que lloraba, sin saber por qué.

Asimismo, también una vez la habían retado, por reírse sola.

¿Cómo iba a poder orar, entonces?

¿Cómo iba a saber por qué pedir, o por qué cosas dar las gracias?

Y es que lo peligroso de orar, pensaba ella, era orar de la forma equivocada.

En varias oportunidades, recuerdo, me dijo aquella frase.

Y claro, también me contó que cuando iba a aquel lugar, solía decir la palabra amén, antes de marcharse.

Nada más sé de aquella chica.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Un arbusto, en una llama casi azul.


I.

Desde mi ventana observo cómo se quema un arbusto.

No voy hacia él.

Pero lo observo.

Está ahí, en medio del patio.

La llama es casi azul.

Extraña.

La noche misma es extraña.

Como si estuviese hecha para contemplar, no para buscar explicaciones.

Así, el corazón no se inmuta.

El corazón no pregunta.

Tal vez también esté, ahora mismo, envuelto en una llama azul.

Y tal vez, como el arbusto, no se consuma en lo absoluto.


II.

¿Saben?

Esto ocurre cada noche.

Lo del arbusto, me refiero.

Siempre me asomo a mirarlo y encuentro también la llama azul.

Pero claro, esta noche todo parece más extraño.

Más extraño y al mismo tiempo más tranquilo.

Y es que flota en el aire, incluso, algo que bien puede parecer un fin.

Algo que incluso puede serlo.


III.

¿Y si este es el fin?

¿Qué pasa si esta es la última vez que ese arbusto se enciende ahí, bajo esa llama azul?

¿Extrañaré la llama azul?

¿Y mi corazón, allá adentro…?

¿Por qué no pregunta junto a mí?

¿Por qué acepta todo tan fácil?

¿Por qué no arde, el corazón?


IV.

Corre un viento agradable esta noche.

Como he abierto la ventana recibo la brisa en el rostro.

Intento sentirla.

Dejar solo de observar, me refiero.

Cierro los ojos.

Respiro.

Entonces me decido a ir hacia el arbusto.

Todavía está en llamas.


V.

Acerco mis manos hacia el arbusto y toco el fuego.

Las llamas azules pasan entre mis dedos.

Entonces acerco más las manos y en vez de tocar el arbusto, doy con mi corazón.

Un arbusto pequeño, en medio de la noche, envuelto en llamas suaves.

Tal vez ni siquiera sea mi corazón, pienso ahora.

Es decir, no solo mi corazón…

Tal vez este sea el corazón de todos.

Como una antorcha pequeña que ilumina el final de algo.

Como millones de antorchas pequeñas.

Me quedo ahí entonces, sintiendo, hasta que amanece.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Sabes...?


I.

-¿Saber algo de uno mismo? –dijo ella-. Pues sí, supongo que sé cosas.

Entonces yo esperé a que hablara nuevamente, pero no dijo nada.

-¿Qué cosas sabes? –pregunté.

-Cosas –dijo ella, tras un momento de silencio.

-¿No son datos? –le pregunté.

-No –dijo ella.

-¿Tampoco fechas y esas cosas? –insistí.

-No –dijo ella-. Son cosas que no sé cómo decir.

-¿Y entonces? –seguí.

-Entonces eso. .. Entonces no son cosas habituales…

-Ya –dije yo.

Luego esperé un par de horas, pero ella nada dijo.

Eso fue todo.


II.

En realidad eso no fue todo.

Pero lo otro fueron apenas pequeñas islas. Costaba incluso cruzar de unas a otras.

-No sé si contarlo –dijo ella-.  Me refiero a que no sé si esas historias… ya sabes, pudiesen ser útiles algún día.

-…

-De todas formas las comento, claro… Pero lo cierto es que no sé si sirva que alguien las escuche…  

-…

-No sé qué pienses tú… Probablemente  no cambie mucho, pero al menos son señales… Son pocas, claro, pero un mundo entero, digamos, puede ser hecho por señales…

-…

-Lo que es yo, las voy a buscar todo el tiempo… O sea, no es que sin historias esté mal, simplemente quiero aclarar dudas…

-…

-No sé si me explico… Lo que pasa es que resultó molesto, finalmente, tomar decisiones ajenas… Y de cierta forma, creo que todas las decisiones son ajenas. No le pido nada a nadie, por lo mismo… Solo saber que son señales. Volver a comenzar, incluso, si es que puede, y escuchar otras... ¿tienes tiempo?

martes, 15 de noviembre de 2016

Sastres.


I.

Miden los sastres.

Hombros.

Pecho.

Piernas.

Brazos.

Estamos de acuerdo en que miden.

De hecho, mucho más, miden.

Acá el punto es otro.

¿Sabrán ellos qué miden?

¿Sabrán que sus medidas carecen de un mayor significado?


II.

Ingenuos, los sastres.

Y su ingenuidad no está mal, salvo que se une a la de todos.

Ingenuidad colectiva, entonces, la de los sastres.

No podemos culparlos.

Números en vez de significados.

Todos miden.


III.

¿Pero de dónde miden?

¿Sabrán ellos desde dónde miden?

El punto inicial, me refiero.

¿Qué es aquello que queda bajo las ropas?

Esas cosas les pregunto, pero fingen no entender.

Algunos se enojan, incluso, y me acusan de perder el tiempo.

¿Qué tiempo?, les digo yo.

Pero ellos no responden.


IV.

Ahora, el sol se pone y la luna es amarilla.

Y claro… comienzan a nacer entonces las otras preguntas.

¿De dónde miden cuando falta el hombre?, por ejemplo.

Es decir, poco es el hombre, si unos pocos números lo reemplazan.

Ellos no comprenden y me muestran una serie de fotografías y de libros.

Ahí está todo, me dicen.

Y parecen satisfechos.


V.

Mejor no discutir, con los sastres.

Mejor, incluso, no tener la razón.

Además ya es tarde, y los números lo marcan.

Eso pienso mientras estiro los brazos.

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