lunes, 31 de mayo de 2021

Hormigas.


I.

Vimos una larga hilera de hormigas que se iban de aquel lugar.

No era como aquellos caminos de ida y regreso que acostumbran observarse.

Y es que el viaje, digamos, se hacía en una sola dirección.

Podíamos ver desde donde se alejaban, pero (por alguna razón que desconozco) no lográbamos determinar hacia dónde se dirigían.

Se iban, simplemente.

A un ritmo regular, sin llevar con ellas cosa alguna.

Como hay que irse, digamos.

Sin retrocesos, y en una sola dirección.


II.

Tal vez por eso no me voy.

Eso pensaba mientras veía a las hormigas.

Si me hubiese ido antes no habría vuelto.

Y no volver es siempre extraño.

Me conozco lo suficiente como para saber que no regreso si me voy.

Que dejo de ser yo, cuando llego a ser otro.

Y duele dejar de lado el yo que soy, por supuesto.

Abandonándolo a su suerte.

He envejecido así, con mi yo puesto, con temor a sacármelo de encima.

Tal vez por eso no me voy.


III.

Las hormigas, en cambio, se van seguras, como si no hubiese otro camino.

Yo las observo y les digo que ya voy.

No en su misma dirección, por supuesto.

Me refiero más bien a que pronto voy a imitarlas.

Encontraré ese único camino que nos saca de aquí.

De buena forma, por supuesto.

Después de todo, es un camino que no sale del mundo.

Le da la espalda, de cierta forma, pero no lo abandona.

No cesan las hormigas, en resumen.

Algo han descubierto.

Y yo no.

sábado, 29 de mayo de 2021

Nadie dijo que iba a ser fácil.


Nadie dijo que iba a ser fácil.

Bueno… nadie dijo nada en realidad.

Todo fue ruido, simplemente.

Murmullos.

Una especie de silencio sucio, tal vez.

Gastado.

Poco más.

Así es como ocurre, a fin de cuentas.

Así es como siempre ocurre.

Nunca nadie dice nada.

No me quejo, por cierto.

Solo constato algunas impresiones.

Me centraré en una, a continuación.

Trataré de explicarla:

“Hacemos ruidos unos junto a otros.

Como máquinas, tal vez.

Como máquinas encendidas sin un propósito claro.

Amables máquinas, en el mejor de los casos.”

Esa fue mi explicación, por cierto.

No da para mucho más.

Ni si quiera el sonido del mar es lo suficientemente honesto.

Esos falsos poetas que fingían contemplarlo bien lo saben.

Falsos hombres, en verdad.

Falso mar.

Palabras poéticas, doblemente falsas.

Puede parecer que exagero, pero no es así.

Ya dije que solo doy mis impresiones.

Y es que el único ruido honesto,
he aprendido,
es el de las cosas cuando caen.

O el de los cuerpos, cuando caen, más bien.

Esa es mi impresión, al menos.

Y esa es mi forma, también, de hacer ruido.

Desde ya pido disculpas si a alguien le molesta.

Prometo retirarme, prontamente, al silencio absoluto.

Amable y en silencio, en todo caso.

Nadie dijo que iba a ser fácil.

O algo así.


No sé si lo soñé o existe realmente.

Un capítulo de una serie que se llamaba “Mil formas de morir”, o algo así.

Era una serie con capítulos breves, entretenida supongo, aunque bastante mediocre.

El capítulo en cuestión -o el fragmento del capítulo, más bien-, que recuerdo, trataba sobre un hombre que moría sentado, observando un libro de pintura.

El título, debió haber sido algo así:

“Murió mientras miraba un autorretrato de Rembrandt”.

Y la muerte, por supuesto, había acontecido exactamente como señalaba aquel título.

Se trataba de un hombre de mediana edad, sin enfermedades previas, que en un pequeño cuarto de su casa se había sentado a observar un autorretrato de Rembrandt.

El libro en que lo observaba, por cierto, era un libro que contenía exclusivamente autorretratos de Rembrandt, por lo que sospecho -esto no lo aclaraba el capítulo-, que el hombre no solo miraba un autorretrato, sino que había mirado progresivamente estos autorretratos, a medida que la apariencia del pintor envejecía, cuadro a cuadro, frente a sus ojos.

Según el capítulo, se decía que el hombre había muerto de un ataque al corazón, aunque por su postura y por los indicios en torno a su cuerpo, la muerte se habría producido de forma súbita, sin que el hombre reaccionara o se mostrase al menos incómodo en su lugar, o se desesperase de alguna forma ante lo ocurrido.

En el capítulo, por cierto, mostraban el autorretrato de Rembrandt que supuestamente había observado aquel hombre.

Y sugerían, para darle cierto interés al hecho, que el hombre había descubierto algo en aquel cuadro.

Algo que lo llevase a detenerse, simplemente, sin más.

En fin… no sé si soñé o vi realmente, alguna vez, aquel capítulo.

De cualquier modo, me parece que se trata, sin duda, de una excelente forma de morir.

viernes, 28 de mayo de 2021

Riego las plantas.


Los sábados temprano riego las plantas.

Las plantas del interior de casa, digamos.

Hay algunas, por supuesto, que atiendo un poco más en la semana, pero de la mayoría me encargo cada sábado.

Varias de ellas, por cierto, están “en modo” kokedama.

Es decir, en una técnica que consistía en criarlas en unas especies de nidos, formados por tierra y musgo, que atrapan la humedad y permiten que no haya problemas en el riego, aunque sea tan espaciado.

Me gustaría decir que yo mismo las formé así, pero en realidad -salvo una-, las compré ya crecidas, de esa forma.

De hecho, la única que yo hice (me disculpo por el verbo, mal usado), no ha crecido mucho, y me parece que no crecerá, definitivamente, así como van las cosas.

El punto es que, para regar los kokedamas, debo sumergirlas en algún recipiente con agua, con cuidado, sujetándolas yo mismo todo el tiempo para que permanezcan sumergidas e incluso tomando agua con una de mis manos y echándoles agua desde arriba, como si ayudara a bautizar bebés.

Tal vez por eso, todas ellas tienen nombres que solo yo conozco, y si bien solo las “riego” una vez a la semana, me tomo tanto tiempo en hacerlo, que ocupo medio día, prácticamente, en esta actividad.

Un buen medio día, por cierto, que empleo cada semana.

Supongo que yo también, de cierta forma, me lleno de nutrientes semanales al hacerlo.

Y me humedezco, por dentro, de esa forma.

jueves, 27 de mayo de 2021

Un crítico de cítricos.


Conocí a un crítico de cítricos.

Parece trabalenguas, pero es cierto.

O al menos así se presentó.

Era portugués, según nos dijo, y vivía de eso: analizando cítricos.

Estaba en una plaza, paseando un perro pequeño, que se llamaba Limonada.

Creo que fue a raíz de eso, que nos reveló su profesión.

Recorría por lo general diversas partes del mundo visitando plantaciones de cítricos.

Llenaba fichas, mandaba hacer estudios de suelo y colaboraba con otros especialistas que vendían sus informes a distintas compañías, principalmente alimenticias y de licores, que al parecer pagaban bastante bien por sus servicios.

Había venido a Santiago para probar un tipo de naranjas que se estaba produciendo en un predio de Colina, e iba a aprovechar de analizar unas plantaciones de limones en el Cajón del Maipo, encargada por una viña nacional.

-Si quieren puedo mostrarles algunas fotos -nos dijo.

Nosotros aceptamos.

En lo personal, pensé que nos mostraría fotos de plantaciones y de lugares exóticos donde se producían algunos cítricos.

En vez de eso, nos mostró un gran número de imágenes, en los que se veían simplemente una única fruta, apoyada sobre una de sus manos.

-Este es un pomelo que se da en la Guyana Francesa -nos dijo-. Lo venden directamente a una pastelería de lujo, en Francia.

Luego nos mostró limones de Etiopía, naranjas de cierta región de Pakistán, una lima de Escocia, un tipo de piña de Ecuador… y otras decenas de imágenes que vi estoicamente, mientras Limonada jugaba con los cordones de mis zapatillas.

Cuando comenzó a oscurecer, dejó de mostrarnos fotos y guardó su celular.

Me preguntó en que trabajaba y yo dije que era profesor, pero no pareció llamarle demasiado la atención.

Luego nos despedimos, simplemente, y nos deseamos suerte.

Cuando fui a despedirme de Limonada, ella me mordió la mano, aunque no me hizo mayor daño.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Agua a hervir en una olla.


Como se había cortado la luz y hacía frío, decidí poner agua en una olla, para prepararme un café.

No tenía una olla adecuada para hervir agua, así que busqué una pequeña, simplemente, sin pensarlo demasiado.

Puse el doble de agua necesaria, como siempre hago, sin cuestionarme demasiado.

Una vez me cuestionaron diciendo que era un gasto de energía innecesario, pero lo cierto es que no me acostumbro a preparar siempre las raciones justas.

No sé, sin embargo, si al hablar de agua sea correcto hablar de raciones, pero al menos en mi caso me ocurría lo mismo con la cantidad de comida que preparo, y hasta con las cosas diarias que compro, y que muchas veces debo botar, sin consumir.

Esta vez, mientras veía el agua intentando hervir (no sé bien cómo decir eso), comencé a pensar en eso, mientras observaba.

Tal vez era porque el agua se dejaba ver -a diferencia de lo que ocurre con el hervidor-, pero lo cierto es que sentí equivocado, por primera vez, haciendo hervir agua para nadie.

Aún así, esperé a que hirviera, simplemente, y luego me serví el café.

En la olla, claro está, quedó agua suficiente para otra taza.

Me tomé el café así, recuerdo, parado frente a la olla, que seguía hirviendo, sobre el fuego.

Mientras se evaporaba el agua yo me tomaba el café, observando.

No recuerdo haber pensado nada más en especial.

Ambos terminamos, por cierto, prácticamente al mismo tiempo.

martes, 25 de mayo de 2021

Croquetas de pollo con forma de pescado.


Comimos croquetas de pollo con forma de pescado.

Y pensamos que eran croquetas de pescado.

Solo nos percatamos semanas después, cuando salió una nota en tv, y descubrimos que habíamos comido algo equivocado.

Lo conversamos mientras veíamos el noticiero, tomando once, pero no conseguíamos recordar el sabor, de eso que habíamos comido.

Esa vez, en tv, había hablado un sicólogo y un conocido chef, quienes intentaron dar alguna explicación de lo ocurrido.

Y es que, más allá del error en la fábrica, lo que llamaba la atención es que muy pocos consumidores se hubiesen percatado de aquello.

Apenas un par de reclamos que dijeron sentir un sabor extraño y luego alguien en la fábrica que se dio cuenta del error en el vaciado de ingredientes.

A partir de esto, el sicólogo explicaba algo referente a los sentidos y daba ejemplos similares.

Luego el chef, criticaba mayormente la calidad de los productos, y explicaba algo referente a tipos de texturas y cómo la fritura podía esconder algunos sabores.

Recuerdo que mientras veía la noticia miré a los otros, que estaban conmigo, sentados a la mesa, y me pareció que estaban incómodos con el tema.

Así que ahora hay que desconfiar de todo, dijo finalmente la animadora de tv, mientras despedía a los invitados y pasaba a otra noticia.

Entonces fue que conversamos algo sobre el asunto, pero supongo que evitamos llegar al centro del problema.

Cambiamos de tema, simplemente, al poco rato.

Y supongo que también, mientras lo hacíamos, cambiamos de canal.

lunes, 24 de mayo de 2021

Me vino a la mente una imagen.


Me vino a la mente una imagen.

Comenzaba a despertar, cuando ella llegó a mi mente.

Me alegré, recuerdo, al sentirla llegar.

Pues pensé que era sin duda, una buena forma de comenzar el día.


Sin embargo, a los pocos minutos.

Percibí que era más bien una imagen borrosa.

Nítida en el fondo, pero con manchas superficiales.

Manchas que no dejaban ver, por supuesto, de qué se trataba todo aquello.


Me ofusqué entonces, intentando distinguir la imagen.

Me concentré para que ella no se fuera, antes de reconocerla.

Traté de asociarla a algún recuerdo…

Me esforcé buscando pistas, en los bordes, o dónde fuese.


Realicé hipótesis, mientras observaba.

Busqué similitudes con paisajes, construcciones… ¡hasta retratos!

Pero observar, una imagen mental, es sin duda una tarea abrumadora.

Y no logré validar ninguna, mientras comenzaba a avanzar el día.


Entonces busqué palabras, para poder nombrarla.

Pensé que tal vez ese elemento podría dar cuenta de su naturaleza.

Línea tras línea, sin embargo, todo resultó más torpe y más errático.

Y me esforcé en cerrar los ojos para que el día no arruinara la imagen.


Sí… me había venido a la mente una imagen.

Y me había esforzado en buscar reconocerla, sin lograrlo en lo absoluto.

Gasté el día en no olvidarla, hasta que el tiempo la borró, o la consciencia.

Y perdí también, sin darme cuenta, la belleza de las manchas.

domingo, 23 de mayo de 2021

Hablando de L. T.


L. T. dice que no tuvo hijos.

Habla desde una verdad que nadie parece cuestionar, porque es la suya.

En este sentido daría lo mismo si dijese que tuvo dos mil o que parió un rinoceronte.

Simplemente se trata de palabras que salen por su boca.

Nada más.


No se trata, sin embargo, de confiar o no confiar en L. T.

Mi intención, en modo alguno, es desprestigiarlo.

Lo que ocurre simplemente, es que sé que se equivoca.

Sé que tuvo hijos, por ejemplo, por mencionar algún error.

Seis y medio hijos.


No sé si L. T. miente de forma deliberada.

Pero sé que sus palabras -como todas-, no nombran la verdad.

Ocultan otro ardor, otra fiebre, otra enfermedad.

Y es que L. T. no sabe, más bien, hablar de sí mismo.

Y tampoco sabe hablar.


Intentaré explicarlo mejor:

Dice L. T., pero no habla.

Y definitivamente estas acciones, no son lo mismo.

Elimina estímulos, más bien L. T.

Eso es lo que hace.


Ayer hablaba de esto con mis hermanos.

Uno se durmió en realidad, pero los otros cinco me escucharon.

Tres no entendieron nada, y uno, al menos, me entendió mal.

Seguimos así, varias horas, hasta que simplemente nos dormimos.

Hablando de L. T.

sábado, 22 de mayo de 2021

Desde hace un tiempo.


Desde hace un tiempo, me he dado cuenta que escribo exclusivamente, sobre cosas que no sé qué significan. Más allá que siento que estoy desgastado, y disconforme con la gran mayoría de los textos, me preocupa ese quedar siempre afuera de lo que nombro, sin atreverme a interpretar situaciones, a otorgar significado a cuestión alguna.

Como no sabía bien por qué ocurría, comencé a mirar algunas entradas antiguas, para buscar algunas diferencias. Y claro… para ojalá encontrar respuestas, analizando esas posibles diferencias.

Busqué entonces al azar, años atrás, y me detuve en algunas que trataban exactamente las mismas cosas que ahora, y descubrí de esa forma que mi primera hipótesis estaba errada. No es que ahora escriba sobre cosas que no sé qué significan, sino que escribo de las mismas cosas de siempre, pero ahora, ya no sé qué significan.

Obviamente, el saber qué significan no era algo dado por las cosas mismas. Me refiero a que no son ellas las que te extienden los brazos entregándote el significado. Por lo mismo, llegué entonces a un par de conclusiones.

Ambas me hicieron más daño del que creía… o más bien, revelaron que me había hecho ya, tiempo atrás, más daño del que creía.

Pensaba escribir las concusiones acá, pero supongo que a nadie le interesan.

Por lo mismo, concluyo simplemente con una nota a modo de recordatorio.

No debo transfórmame en una cosa, que no sé qué significa.

No debo transfórmame en una cosa, que no sé qué significa.

viernes, 21 de mayo de 2021

¿Y por qué no?


Vi a un tipo con un casco, bajo la lluvia, tocando una harmónica.

Debido al sonido de la lluvia, sin embargo, no podía escuchar bien su melodía.

Yo había salido a caminar, para mojarme un poco, pues no llovía hace mucho.

Y entonces fue que una esquina, en medio de la nada, encontré a este tipo.

Estaba bastante cerca de mi casa, a no más de cien o doscientos metros de la entrada.

En una esquina que habitualmente está vacía, sobre todo cuando hay lluvia.

Llevaba puesto un casco para moto, algo gastado, un poco más grande de lo habitual.

De cierta forma -aunque no lo era-, podía parecer un casco de astronauta.

La visera le tapaba los ojos, y no podía verse nada de su rostro.

Simplemente sus manos, que sujetaban la harmónica, mientras el tocaba una melodía.

Intenté comprender qué era lo que hacía, ahí, bajo la lluvia, pero no lo conseguí.

Tal vez se trataba de algo simple, que no debía ser analizado:

Un hombre, con un casco, tocando una harmónica, bajo la lluvia.

¿Y por qué no?, me dije, mientras regresaba a casa, sin resolver aquello.

Ya en el interior, me pregunté varias veces si el hombre seguiría ahí, pero no salí a comprobarlo.

Finalmente, la lluvia cesó en un par de horas.

Según dicen los expertos, no es probable que, al menos pronto, vuelva a llover.

jueves, 20 de mayo de 2021

Soñó que caían meteoritos.


Soñó que caían meteoritos.

Solo un par, en todo caso, soñó que caían.

Uno en el mar.

Otro en la montaña.

A pocos minutos uno del otro.

Los dos a una distancia considerable de donde él se encontraba, en el sueño.

A una distancia segura, digamos.

El que cayó en la montaña fue el primero.

Produjo un gran sonido, y una especie de eco que llegó hasta donde estaba.

Una onda expansiva, tal vez, pensó más tarde.

Aunque ciertamente no recibió daño.

Por otro lado, el que cayó en el mar no causó tanto ruido.

Aunque provocó de todas formas un oleaje inusual, en los bordes del sueño.

Él cuenta que, sin saber cómo, se acercó a la orilla.

Y pudo observar que, prácticamente, ya no había playa.

Nada de arena, me refiero, donde rompían las olas.

Mientras, amarrados a lo lejos, un par de botes se movían vacíos, sobre el oleaje.

No había más gente, en el sueño.

O no se veían, al menos, aunque él intuía que muchos estaban asustados.

Encerrados en sus casas, escuchando las noticias.

Buscando una voz creíble que les dijera qué hacer, o cómo protegerse.

Él, en cambio, extrañamente tenía sed de más.

No lo hubiera creído, pero se descubrió esperando nuevos meteoritos.

Una oleada ojalá, haciendo que la tierra se transforme.

Sin dejar que nada, en definitiva, permaneciera en su sitio.

miércoles, 19 de mayo de 2021

¿Alguien lo pensó de esa forma?


¿Alguien lo pensó de esa forma?

Lo pregunto, aunque sé la respuesta.

La respuesta callada, vaciada de signos.

Las palabras huecas.


Lo pregunto por eso, tal vez.

Porque el eco del ruido…

Porque la esperanza como una piedra

Ha sido lanzada a un pozo seco.


No hay respuesta.

¿Alguien lo pensó de esa forma?

¿Quién dijo que el silencio otorga?

El silencio otorga silencio; nada más otorga.


Lo pregunto por eso, tal vez…

Porque tampoco oí el ruido seco.

Porque el fin del fin se desconoce.

Porque la muerte no llega hasta que llega.


¿Alguien lo pensó de esa forma?

Respondemos con preguntas, pues tememos las respuestas.

¿Acaso la piel se secó al mismo tiempo,

Por dentro, que por fuera?


Lo pregunto por eso, tal vez.

Porque las cosas caen sin caer.

O porque nada nunca se ha levantado

A fin de cuentas.



No hay respuesta.

No sonó el grito ni el eco del grito.

Aunque algunos esperan

Detrás de una puerta.


Lo pregunto por eso, tal vez.

Porque sin esperar espero.

Porque todo se ha vuelto muro.

Y toda sensación se piensa.


¿Alguien lo pensó de esa forma?

La sensación volcada a la palabra.

Y la palabra fría como piedra.

¿Alguien lo pensó de esa forma?

martes, 18 de mayo de 2021

Sin que Dios se diera cuenta.

“Confiaba en vivir mucho tiempo
sin que Dios se diera cuenta”
E. C.

No a escondidas.

O no por temor, al menos, ante su posible presencia.

Un poco por vergüenza, tal vez.

Pero solo hasta ahí.

Eso, me dijo, podía aceptarlo.

Así lo admitió cuando conversamos sobre el asunto el otro día.

Se encontraba lúcido pues consiguió esconder sus pastillas.

Las tenía en una de sus manos, y me las pasó al saludar, para que me deshiciera de ellas.

Fui a verlo después de votar, aprovechando que me quedaba al paso.

Conseguí un permiso especial, por cierto, para que me dejasen pasar.

Luego de saludar y de las preguntas de rigor fue que mencionó aquella frase:

Si Dios no se da cuenta, seguiré vivo un largo tiempo.

Eso fue lo que me dijo.

Me costó entender su lógica.

Pensé que era algo cercano al egocentrismo.

Una idea que se relacionara con que Dios lo acechaba o algo así.

Sin embargo, pude ver mi error tras escuchar otras de sus frases.

Si mira hacia acá y ve que ya no sirvo, me va a borrar del mapa, me dijo.

Me va a sacar del mundo igual como si sacase el polvo de un mueble.

Tras entender su punto intenté darle ánimos.

Hablarles de su utilidad, de que todavía servía para muchas cosas., que…

Yo soy el mundo, dijo entonces interrumpiéndome.

No tengo opción alguna, si mira en esta dirección.

Parecía un poco exaltado, mientras hablaba.

Como si intentase decir rápidamente algo importante, antes de hacer en lo trivial.

Luego de esas frases, sin embargo, caímos inevitablemente en esto último.

En comentarios familiares, observaciones de las elecciones… cosas de ese estilo.

Supongo que evitamos otros temas.

Diez minutos después nos despedimos.

Esté tranquilo, le dije. Dios no se da cuenta de nada.

Él asintió y dijo un par de bromas, al respecto.

Un poco amargas y desoladoras, aquellas bromas.

Pero bromas, smplemente, al fin y al cabo.

No me interesa, por lo mismo, mencionarlas acá.

Además, el final ya estaba dicho.

lunes, 17 de mayo de 2021

¿Qué?


¿Qué?

¿Cómo que qué?

Pues ya sabes, ¿de qué hablas?

¿Preguntabas eso, acaso?

¿Cómo?

Te decía si preguntabas eso.

¿Me preguntas si yo preguntaba eso antes…?

Sí. Eso.

Pues no sé… más o menos. Depende qué tan antes.

Debiese dar lo mismo.

¿Lo mismo?

Sí… en el fondo sí…

No te entiendo.

Me refiero a que, si fue antes, sirve de igual forma.

Ah, eso.

Sí. Eso.

¿Y entonces?

Pues entonces solo te hice una simple pregunta.

¿Era simple?

Claro… solo te pregunté “¿qué?”

¿Y eso es simple, según tú?

Claro… Más o menos simple, supongo.

Simple, tal vez, pero sin respuesta.

¿Estás seguro?

Claro… ¿tú crees que tendría alguna respuesta, acaso?

Toda pregunta no tiene respuesta hasta que la tiene.

Eso dices tú.

Sí, eso digo yo. Es cierto.



¿Te molestaste?

No. No es eso.

¿Y entonces?

¿Entonces qué?

¿Entonces qué es?

¿Qué es qué…? No te entiendo.

¿Cuál es el centro de todo esto, ya sabes…?

¿Me preguntas por el problema?

No… o sea, no me gusta llamarlo así. Por eso prefería el “qué”, y luego dejarte hablar…

El problema es lo innecesario, nada más.

¿Lo innecesario?

Sí, hacer lo innecesario, más bien… Eso creo yo al menos.

¿Nada más?

No… No creo… o no sé…

¿No sabes?

O sea, sé… pero se me vienen cosas a la cabeza, y ni siquiera sé de dónde vienen.

¿Cómo por ejemplo?

Como por ejemplo la demencia moral de James Cowles Prichard.

Ah, eso…

Sí, eso.



¿Qué?

domingo, 16 de mayo de 2021

Formas de honestidad (1)


No es que no sea honesto. No es eso. Ocurre simplemente que he descubierto distintas formas de serlo, sin tener que contar la verdad. Sin necesidad de recurrir a ella, me refiero, pero sin ocultarla conscientemente, ni reemplazarla por algo falso. Sin tener que reemplazarla -me corrijo-, por algo deliberadamente falso.

Sigo siendo honesto, entonces. Igual de honesto que siempre, aunque no lo parezca. Mis temas y mi mensaje es el mismo, digamos. O si ha cambiado, se debe simplemente a que lo que antes me parecía verdadero, ahora me parece verdadero, pero de otra forma. O tal vez, ocurre simplemente que eso verdadero ha cambiado de lugar. O que yo apunto a otra dirección, y no lo miro ya de frente. No es que no sea honesto, en resumen. Ya les dije que lo soy, solo que de otra forma.

Sí, es eso. Sigo siendo honesto, pero se me nota poco. Mis emociones se distribuyen por canales distintos a los de antaño. Mis palabras se alejaron de la fuente y mi piel se ha vuelto un poco más dura, con el tiempo. He aprendido a llorar y reír de formas distintas. A trabajar, incluso, de una manera que no hubiese creído posible. Ocultando afectos. Dejándolos reposar tras acciones que parecen absurdas cuando se desligan de ellos. Y es que no saben quién soy.

No es que lo oculte, en todo caso. Ya les dije que soy honesto. No me muestro como otro. Solo ocurre que no me interpreto a mí mismo y supongo que a pocos le importa. No me extrañan, digamos. Es imposible que me extrañen pues no me conocieron. Lo que pueden ver -si ven-, son acciones, simplemente. Y tal vez un poco de cansancio. Agotamiento.

Soy yo, en definitiva, pero de una forma distinta. Comprenderán, lamentablemente, cuando sea tarde.

sábado, 15 de mayo de 2021

Un canguro.


Sonó el timbre de casa y fui a ver.

Casi nunca voy, pero esta vez me animé a ver quién llamaba.

Entonces lo descubrí.

Frente a la puerta, intentando tocar el timbre nuevamente, había un canguro.

Aclaro que no soy español, no hablo de una niñera o cuidadora de niños, hablo de un canguro-animal… un marsupial australiano.

Un canguro típico, digamos.

Pensé que podía tratarse de una broma así que me acerqué, para comprobar que no se trataba de un disfraz o algo parecido.

Tal vez un servicio delivery, imaginé, en el que disfrazan a sus trabajadores y entregan un producto llevándolo en la bolsa…

Pero no.

El canguro era un canguro, sin más.

Lo miré a los ojos y si no hubiese sido tan absurdo le habría preguntado algo, pero no lo hice.

Simplemente me paré frente a él, con la puerta enrejada de por medio, sin decir palabra alguna.

El marsupial era más o menos de mi estatura, un par de centímetros menos, probablemente, pero se veía tranquilo, en absoluto amenazante.

Consideré dejarlo pasar, aunque no sabía bien para qué… ni siquiera sabía de qué se alimentaba un canguro, o qué podría ofrecerle.

Finalmente, me decidí a abrir la puerta y dejarlo entrar, pues mantenernos así, frente a frente, con la puerta de pro medio, se me antojó una situación insostenible.

Abrí entonces la puerta y le hice un gesto, para que pasara, pero el canguro no se movió.

Inclinó la cabeza hacia un costado, sin mover el cuerpo y lanzó un grito del cual no o hubiese creído capaz.

Una especie de chillido que me hizo caer al suelo, sorprendido, sin que él se moviese en lo más mínimo.

Luego, simplemente el silencio.

Volvió a quedarse en su sitio y yo en el mío, sin que se acercase ni dejase de mirarme en todo momento.

Segundos después, sin razón aparente, dio media vuelta y se fue, dando algunos saltos que lo dejaron de improviso en medio de la calle, donde lo atropelló una camioneta que pasaba rápidamente en ese momento.

El canguro no chillo, no hizo sonido alguno y quedó tendido en la calle, a varios metros de la camioneta, todavía moviéndose, en el suelo.

Yo sí grité, en cambio, supongo que por lo sorpresivo de la situación.

Luego la policía y unos hombres vestidos de azul que, al parecer, terminaron sacrificando al canguro, que cubrieron con bolsas negras.

Me preguntaron unas cosas, le tomaron los datos al conductor de la camioneta y luego se fueron.

La noticia del hecho no salió en ningún sitio, aunque la busqué.

Esa es mi versión de la historia.

viernes, 14 de mayo de 2021

Las cosas donde querían estar.


Tal vez no es eso.

No lo sé.

Comprendo poco sobre aquello.

Pero claro…

Al menos sé que es un riesgo.

De eso estoy seguro.

¿De qué estoy hablando?

¿Qué es lo que es un riesgo…?

Disculpen, pensé que lo había dicho.

O que se entendía, de cierta forma.

El que la materia tome consciencia de sí misma.

De eso estoy hablando.

De eso siempre estoy hablando.

Y es que hay cosas que no pueden discutirse.

Materia y consciencia, por ejemplo, debiesen ir por separado.

Seguir rutas distintas, me refiero.

Ese era el camino seguro, en un inicio.

Ni siquiera acercarse una a la otra.

Pero algo se torció de pronto.

Un poco de materia en movimiento y ya se fue creyendo el cuento.

Se sintió superior al resto.

Y creyó adquirir consciencia de sí mismo.

¡Gran error de la materia…!

Error básico de comprensión.

Un error, que, sin duda, nos costará demasiado caro.

Materia que se diferencia de otra materia.

Que se cree distinta al todo.

Que se cree especial.

Piedra que se niega a rodar junto a las otras.

Carne que se piensa destinada a algo trascendente.

Piedra y carne que se rehúsan, en definitiva, a ser lo que son.

Y a aceptar, con esto, la única forma de trascendencia que les fue permitida.

Ustedes saben cuál es esa forma…

No me hagan perder el tiempo hablando de lo que ustedes ya saben.

El problema siempre ha sido la materia que cree adquirir consciencia de sí misma.

Tal vez las cosas, simplemente, terminan estando, donde querían estar.

jueves, 13 de mayo de 2021

Otro libro.


Encargué otro libro de Asano.

Otro manga, más bien.

Me puse contento cuando llegó, en una caja de cartón.

Pero entonces, sin más, dejé de estar contento.

Pues recordé justamente,
que lo que había encargado,
era un libro de Asano.

Y esa no es la sensación adecuada
para poder recibirlo.


Ya es tercer libro de Asano que recibo.

Tercero o cuarto, más bien.

Los recibo, y luego los dejo a un lado pues temo abrirlos.

Los hojeo unos segundos, es cierto, pero poco más.

Luego los dejo así, sin lugar fijo, orbitando la casa.

Se mueven por inercia, entonces, no por impulso propio.

Como cuerpos sin luz propia, o con una luz gastada, y algo sucia.


Miento.

Me dejo llevar.

Mejor corrijo mis palabras:

Hay a veces luces limpias en los libros de Asano.

O en sus mangas, más bien.

No iluminan mucho, pero son luces.

A veces, incluso, pienso que son luces fuertes,
pero que no tienen, en definitiva,
nada importante que iluminar.

No es culpa de Asano, digamos.


Ese es el punto, ahora que lo pienso.

No hay para qué enojarse con Asano.

Él no es la causa, digamos, sino la consecuencia.

Y es entonces cuando observo nuevamente los libros de Asano, sin abrirlos.

Y los perdono y compadezco, de cierta forma.

La luz es tenue, cuando lo hago.

Y hasta siento que los libros, a su manera,
se compadecen también de mí.

miércoles, 12 de mayo de 2021

El burro que toca una flauta.


¿Te acuerdas?

La fábula esa en que un burro toca una flauta.

Pues algo así es todo esto.

Tal vez ni siquiera era una fábula, pero supongo que te acuerdas.

Y hasta reconoces, si te sinceras, que has tocado la flauta alguna vez, como ese burro.

Pues bien… no te sientas mal.

¡Todos lo hemos hecho!

Conciertos enteros, algunos, que no quisieron moverse de ese sitio.

Vidas enteras, incluso, en que no se atrevieron a cambiar de sitial.

Del lugar donde creyeron encontrar, su talento.

Del lugar donde no convenía salir, para no arriesgarse.

Y donde fueron admirados, por otros burros que se detuvieron a mirar.


¿Te acuerdas?

¿No te acuerdas…?

Pues todos fuimos burros.

Flautistas o espectadores, pero burros, al fin y al cabo.

Quien no lo fue abandonó el lugar y lo perdimos de vista.

Los otros, cuidamos nuestras flautas y nos amarramos a ellas, sin saber.

Estacionamos ahí y no las perdimos de vista.

Les pusimos hasta nombre.

Dios. Amor. Familia. Vocación.

¡Tantos nombres…!

¿Recuerdas tú cómo llamaste a tu flauta?

¿Recuerdas cómo sonó tu primera nota?

Si lo haces, intenta decirlo, por favor, para ayudar a construir esta historia.

O reconstruirla más bien.

Y es que a uno, se le olvidan con los años, ciertas cosas.

¡Vaya a saber uno, por ejemplo, si todo esto fue (o no fue) una fábula…!

martes, 11 de mayo de 2021

No lustro mis zapatos.


Años atrás lustraba los zapatos.

Luego dejé de hacerlo, sin más.

No sé bien cómo explicarlo.

Tal vez, de cierta forma, los sentía lejanos.

Como si la distancia que me uniera a ellos hubiese aumentado, de improviso.

Los miraba, entonces, con la intención de lustrarlos, pero me parecía que debía hacer un gran trayecto, hasta llegar a ellos.

Lo mismo, por cierto, comenzó a ocurrirme después con otras cosas.

Cosas que debía ordenar.

Tazas que lavar.

Personas, incluso, de las que empecé a alejarme.

Y es que sentía que, para hablarles, incluso, debía esforzarme demasiado.

Como si debiese gritar de un lado de un abismo, hacia otro.

Y claro, lo que yo decía en un extremo no tenía que ser necesariamente, lo que se entendía en el otro.

Preferí entonces el silencio.

O los gestos más bien.

Un saludo en la distancia.

Una señal amigable.

A veces, incluso, todo el mundo me parecía como zapatos sin lustrar.

Zapatos que de un momento a otro pasaron a estar demasiado lejos.

Por si fuera poco, luego no solo comencé a sentirme lejos de los zapatos.

Sino también de mí mismo.

Como si hubiese quedado suspendido, entre los zapatos (sin lustrar) y yo mismo.

Pudiendo ver a ambos.

Eso es lo que ocurre, digamos, desde hace un tiempo.

Por eso, en resumen, no lustro mis zapatos.

lunes, 10 de mayo de 2021

Escuchaba discos de Bob Dylan.


Escuchaba discos de Bob Dylan.

Dos o tres veces por semana, escuchaba discos de Bob Dylan.

Cuando lo hacía, no hacía nada más que escuchar, los discos de Bob Dylan.

Ahora que lo pienso, creo que me provocaban, siempre, una misma sensación.


No sé, por cierto, explicar en qué consistía esa sensación.

Pero incluso pensar en los discos de Bob Dylan, me acerca a esa sensación.

No como antaño, pero me sitúa al menos, al borde de dicha sensación.

Al límite de un precipicio, digamos, en el que no corrías riesgo alguno.


No sé si caí, sin embargo, pero no recuerdo dolor alguno.

Aunque tampoco recuerdo, si soy sincero, nada agradable ni beneficio alguno.

Y es que ni siquiera elegía el disco, solo sacaba alguno.

Si usted entiende lo que digo, tal vez escuchó alguna vez, los discos de Bob Dylan.


Y es que giraban y giraban los discos de Bob Dylan.

Indiferentes a sí mismos o a provocar en ti alguna sensación.

Repitiendo palabras y emociones, sin sentido alguno.

Quien es consciente del girar del universo, sabe ciertamente de qué hablo.

domingo, 9 de mayo de 2021

No es lo mismo.


Estaba con mi sobrino.

Mi sobrino pequeño, digamos.

Y es que viene cada cierto tiempo a casa.

A veces a pedir algo.

Alguna golosina, mayormente.

Otras, le gusta que lo sienten al piano o simplemente recorrer el lugar,
moviendo algunas cosas.

Le gusta mover cosas.

Cuando no lo observo, le gusta mover cosas.

También, por cierto, le gusta la leche helada.

Y el chocolate.

Extrañamente, sin embargo, no le gusta la leche con chocolate.

Intenté hablar con él, pero no entendía mis argumentos.

Le mostré la leche y el chocolate, por separado, y luego intenté mezclarlo, para que entendiera.

Pero en vez de entenderlo, se enojó.

No es lo mismo, me dijo.

Discutí con él un poco, pero no cedió.

Entonces nos sentamos frente al piano, a golpear algunas teclas.

Ninguno de los dos, por cierto, sabe tocar piano.

Mientras tocábamos me paré un momento para tomar, yo mismo, la leche con chocolate.

Luego salió, mi hijo, de su cuarto.

Se sentó con mi sobrino, a tocar piano.

Mi hijo sabe un poco, al menos, aunque no practica.

Hace años no practica, con el piano.

Le ofrecí leche con chocolate, a mi hijo, mientras tocaba.

Me dijo que no, o que después… no recuerdo.

Mi sobrino me miró y repitió que no era lo mismo.

Lo pensé un poco, mientras observaba la escena.

Comprendí, entonces, que tenía razón.

Y un vaso se quebró, en la cocina, sin que nadie lo tocara.

sábado, 8 de mayo de 2021

Una casa fantasma.


Fuimos a buscar pruebas a una casa fantasma. Pruebas de que era, digamos, una casa fantasma. Llevamos algunos equipos para grabar y un gran número de micrófonos que dejamos por toda la casa. Pasamos, en total, seis noches en el lugar. Cinco noches de una vez y luego otra noche. Digo noches, por cierto, pero también estuvimos ahí los días correspondientes a esas mismas noches.

No encontramos nada. Nada concreto, digamos. Un par de ruidos, digamos, nada más. Un par de ratones un día. Un pájaro que se golpeó con una ventana, en otro. Revisamos los audios por si acaso, pero lo único que escuchamos fue el silencio y nuestras voces. Había imágenes interesantes, como composiciones me refiero, pero tampoco captamos en ellas nada extraño. De cierta forma fue un fracaso, digamos.

Meses después, sin embargo, comenzó a inquietarme algo de esas grabaciones. De las de audio, principalmente. No recordaba exactamente qué era, por lo que me decidí a escucharlas, otra vez. Una vez más oí el silencio, y nuestras voces. Pero me fijé en lo que decíamos y me escuché hablando de un martillo. Algo que nunca ocurrió, por cierto, en esos días. Luego de eso me reía. O en el audio, al menos, se escuchaba que me reía. Una risa corta, común, pero que yo no había pronunciado.

Voy a recuperar el martillo, decía, en la grabación. Y no es para reparar nada.

Luego me reía, brevemente.

Hoy encontré el martillo.

viernes, 7 de mayo de 2021

Dos edificios que se cambian de sitio.


Dos edificios que se cambian de sitio.

Dos edificios que se lanzan a andar.

A moverse por la ciudad, por un tiempo.

Y luego a abandonarla.

Lentamente, para no impresionar.

Lentamente, buscando no causar estragos.


Nadie los vio irse.

Nadie apreció su discreto caminar.

Solo se encontraron de golpe con un solar vacío.

Y es que cuando algo se marcha, deja siempre algún espacio.

Un vacío en que pasa a generarse una extraña fuerza.

Una energía que ataca, aunque no distingue a qué.

Hay que prepararse, para esos ataques de la nada.


Dos edificios que se cambian de sitio.

No entre ellos, no se trata de un enroque.

Aparecen en lugares cada vez más lejos, 
del centro de la ciudad.

Esa parece ser su trayectoria.

No cargan hombres dentro.

No los dirige sueño alguno.

Simplemente se alejan, para no regresar.

Para morir de pie, lejos de la vista de los hombres.

Para abandonarse a sí mismos, digamos.

Para sentir en cada uno de sus pisos el tiempo verdadero.

El paso del tiempo verdadero, me refiero.

No el de la ciudad.


Nadie sabe a dónde llegan.

Y es que nadie los busca.

Nadie sabe que se fueron, me refiero.

Y eso es algo que está bien.

Le duela a quien le duela, pero es algo que está bien.

La muerte, en cualquier sitio, es algo inevitable.

jueves, 6 de mayo de 2021

Da lo mismo qué preguntes.


Da lo mismo qué preguntes.

No tengo las respuestas.

Digo algo, por supuesto, pero más bien por cortesía.

Por no dejar hablando solo a nadie.

O por consideración a su confianza, simplemente.


Da lo mismo qué preguntes.

Ya lo dije.

Ni yo ni nadie tiene las respuestas.

Incluso si preguntas mi nombre, la respuesta no la tengo.

Hago ruidos, tal vez.

O sonidos, si hay suerte.

De vez en cuando un signo, aunque ya vacío de significado.

Me limito a sonar, simplemente.

Me limito a chirriar como una puerta.

Pero no pretendo ser acceso, a ningún sitio.

Da lo mismo qué preguntes.


No.

No tengo las respuestas.

Hoy puedo confesarlo.

No soy sabio en lo absoluto.

Ni siquiera tengo preguntas formuladas.

Ni siquiera mis sentidos funcionan bien.

Percibo el mundo por inercia.

No lo descifro.

No lo interpreto.

No intento comprender qué hago en él.

Ni siquiera sé diferenciarme, de mí mismo.


Da lo mismo qué preguntes.

Da lo mismo con la fuerza que preguntes.

Da lo mismo tu insistencia.

Mis respuestas de hoy en más, solo serán chirridos.

Deja de buscar.

Deja de pensar que las palabras, pueden contener verdad alguna.

Y es que el chirrido, a fin de cuentas,
es la mejor respuesta que puedo darte.

No sabrás que es por tu bien,
pero lo será, sin duda alguna.

Da lo mismo qué preguntes.

miércoles, 5 de mayo de 2021

En ese entonces.


En ese entonces veíamos un animé de deportes. No recuerdo cuál era el nombre de esa serie. De hecho, ni siquiera recuerdo qué deporte practicaban en el animé. Solo tengo en mi memoria una gran cantidad de tardes que veíamos los capítulos sentados en unos sillones negros, en una habitación en el que el calor era asfixiante y debíamos prender un ruidoso ventilador y subir aún más el volumen de la tv, para poder escuchar de mejor forma.

Fue una serie extensa. Un animé con un gran número de capítulos que vimos a diario durante un mes, más o menos. Un mes siguiendo al equipo del deporte en particular -entiéndase básquetbol, béisbol, fútbol o lo que sea-, que comenzaba a mejorar en su juego hasta llegar a algo que podría denominarse “las grandes ligas”.

Era entonces, sin embargo, que la serie torcía un poco pues veíamos que los jugadores comprendían, al llegar a ese tipo de competencia, que no estaban necesariamente a ese nivel, y que hicieran lo que hicieran, resultaba mejor -o más sensato al menos-, un ligero retroceso.

Era entonces cuando la historia se volvía más interesante, pues los miembros del equipo decidían jugar sus últimos partidos, antes de abandonar completamente su condición de jugadores de aquel deporte, y comenzar a ser entonces, sin rótulo alguno, personas comunes que buscaban saber quienes eran ellos, por sí mismo, alejados ya del intento de ser otra cosa.

-De verdad no te acuerdas del título -me preguntan entonces-. ¿No recuerdas nada más de la serie?

Y yo digo que no, pero finjo que busco una respuesta durante un rato, mientras se acaba este texto.

martes, 4 de mayo de 2021

Una muesca.


No sé bien cómo decirlo. No me refiero a esto en particular, sino a un todo. Nunca sé nombrar algunas cosas. En este caso me refiero a algo así como un punto. Un momento tal vez. Una muesca en tu vida. Algo así como el punto en que dejas de pensar en quién quieres ser y aceptas ser quien eres, sin más. Todo bien hasta ahí si no fuera porque justo en ese punto comienzas también a dejar de ser quien eres. A difuminarte, de cierta forma. A convertirte en un fantasma. Un fantasma en un mundo fantasma, dirán por ahí. No es que sea algo triste. No da, al menos, para una tragedia. Se trata simplemente de abandonar un sueño mientras comienzas a despertar. Despertar a un día en que todo estará sumido en la luz total. La luz que borra la existencia de las cosas. Créeme. Ten confianza. No es ni será una tragedia. La forma en que amamos las cosas que perdemos o dejamos ir no debiese borrarte por completo. No dejas de querer a un hijo por tener otro. No le des vueltas a esas cosas. Nunca pienses demasiado en nada. Ya sabes… has como esa gente en las películas. Las que se acercan al mesón de venta de boletos y dice algo así como: A cualquier lugar menos aquí. Me gustan esas historias… De cierta forma tienen razón.

Lo único real fue la muesca.

lunes, 3 de mayo de 2021

Nunca probamos el helado de yoghurt.


No sé si te acuerdas. Filmaron un comercial en esta casa. Uno bien famoso, hace varios años, eso sí. Una familia antigua, una cena de lujo y un helado de yogurt que impresionaba a los presentes. No nos pagaron, esa vez, pero accedimos porque nos hicieron un video para poder vender la casa. Era un buen video. Incluso lo acompañaron de una narración para contar la historia del lugar. No nos fue muy bien, en todo caso. Tal vez te acuerdes. Pasamos dos años más en esta casa, sin poder venderla. Luego la vendimos y ahora, años después, regresamos. Un mal negocio, sin duda, pues la compramos nuevamente por mucho más dinero del que la habíamos vendido. No admitimos abiertamente que extrañábamos el lugar, pero claramente así era. Cada vez que veíamos nuevamente el comercial pensábamos en regresar, y así fue como nos decidimos en buscar nuestros ahorros -una herencia mayormente, que habíamos recibido de una tía-, y nos convencimos de regresar a casa. Por si fuera poco, además de pagar más, desde que volvimos no hemos parado de dejar todo cómo estaba, echando atrás unas pequeñas remodelaciones que los otros intentaron hacer, para dejar todo como era en un inicio. No hablamos de asunto, pero eso es lo que hacemos, entre todos. Vivir en un recuerdo. En una especie de comercial que viene a ser, más encima, una especie de recuerdo falso. A veces ni siquiera sabemos bien cuántos vivimos realmente en esta casa. Ni por qué.

sábado, 1 de mayo de 2021

Las cosas como son.


I.

-Las cosas como son -me dijo.

-De acuerdo -dije yo-. Pero no te conviene en lo absoluto.


II.

Lo peor es imitarse a uno mismo, dijo entonces.

A uno que ya no es, que se quedó atrás.

Hemingway, por ejemplo.

¡Hemingway y tantos otros…!

Tú debieses saberlo.

Lo peor es imitarse a uno mismo.


III.

Suena bien eso, dije yo, pero la verdad nunca suena bien.

Hay que desconfiar de lo que suena bien.

Y un poco también de lo que suena mal.

Puedes decir lo que quieras.

Exagerar lo que quieras.

No conoces el nombre de este mundo.

No sabes lo que son las cosas.

No te conviene saberlo en lo absoluto.


IV.

No es que me explique mal, me dijo.

Puede parecerlo, pero no es así.

Lo que ocurre es que solo comprendes lo que quieres comprender.

Prefieres no ver la forma de las cosas.

¿Otras formas de decirlo?

Aquí van:

Juegas siempre con objetos difuminados.

Nada es fijo en tus palabras.

No crees en los bordes.

Tienes miedo de hablar con palabras certeras.


IV.

No tengo miedo, señalé.

Lo que tengo es piedad del mundo.

Piedad de lo que muere sin comprender.

Sin oportunidad de comprender.

Pudiste hacerlo y no quisiste.

Ambos perdimos, como siempre.

Ahora te deshago y me deshago.

Te pongo fin.

Buscas.


Buscas y no encuentras. Entre las cosas dispersas es que buscas. Tanto revuelves y te esfuerzas que hasta olvidas por momentos lo que buscas. Siempre ocurre lo mismo. Te cansas buscando, cada día, lo que no encuentras. Como te pones horas para hacerlo y hasta estableces rutinas, esto ya parece un trabajo. De esta misma forma, has decidido ordenar un poco mientras buscas. Así, si no encuentras, al menos será más fácil encontrar algo en una búsqueda futura. Y ya sabes que eso siempre llega. La nueva búsqueda me refiero. Un nuevo objeto extraviado que comienzas a buscar mientras las horas avanzan y el día se llena de acciones que no siempre nos dejan satisfechos. Por eso, decía, a veces es mejor pensar en una búsqueda futura. Prepararla de antemano, me refiero. Facilitarla para que cuando comience no nos agobie en demasía y -quién sabe-, es posible que hasta terminemos encontrando aquello que buscábamos, sin darnos mayor cuenta. Si eso ocurre, por cierto, es probable que pensemos que hemos usado demasiado tiempo. Y empecemos a cuestionar, entonces, el tiempo empleado y la buena o mala suerte que nos llevó a encontrarlo cuando menos lo esperabas. Y te quejarás porque lo buscado, termina estando siempre en el último lugar que buscas. Y no comprenderás, probablemente, el sentido profundo de esa frase.

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