lunes, 29 de febrero de 2016

Dios, en pelota, por el mundo.


Era en los tiempos antiguos. Cuando Dios salía a pasear en pelota por el mundo, como recién salido del baño. Y es que juraba que éramos hueones. Que no nos dábamos cuenta. No nos distinguía de las cosas. A veces, por ejemplo, se sentaba sobre un cerro a hacerse una paja. Debe haber creído que no sabíamos qué es lo que estaba haciendo. Caminaba rascándose las bolas. Se tiraba peos como si nada. Cero respeto, el hueón. Se sacaba los mocos y los pegaba en cualquier lado. Si pisaba vacas le importaba una mierda. A veces se entretenía sacándole las cabezas a las jirafas, o haciendo colgar de sus trompas a los elefantes. Era como un cabro chico indolente y malcriado. Pero claro, no era ni de cerca un cabro chico. Y supongo que nadie, tampoco, lo había criado. No sé cuánto tiempo habrá sido así. Cuántas generaciones, me refiero. A mí me tocó ser de los primeros en pararle los carros. Hicimos un grupo y fuimos a hablarle. Teníamos miedo, pero había que hacerlo. Que tuviera decencia, le dijimos. Respeto al menos por lo que había creado. El hueón nos miró como sin entendernos. Se acercó incluso a escucharnos. Le dijimos que era feo que anduviera en pelota. Le hablamos de los juegos con animales. Le mencionamos la masturbación pública. Que teníamos mujeres. Que había niños. Y claro, como pensamos que íbamos a morir no nos guardamos nada. Fue entonces que, preparados ya para lo peor, vimos cómo Dios se sonrojó, avergonzado. Como si no comprendiese aún que fuésemos capaces de incomodarnos. Y claro, supongo que fue la primera vez que se sintió observado. Se tapó rápidamente los cocos y se fue corriendo sin decirnos nada. No me tocó volver a verlo, pero comenzó a correr el rumor que ahora usaba túnica y que se peinaba la barba. El rumor de que había distinguido, digamos, no necesariamente la diferencia entre el bien y el mal, pero al menos la distancia que existe entre lo público y lo privado. De ahí en más supongo que quiso traspasarnos la culpa y creo que se excusó diciendo que aquel que vimos no era él, sino el diablo. No sé de quién es la culpa, sin embargo, de lo que ha de venir después. Doy testimonio al menos de lo que me tocó vivir, para ayudar a las generaciones futuras. Poco más tengo qué decir. Así era en los tiempos antiguos.

domingo, 28 de febrero de 2016

No sé qué le pasó, cambió de pronto.

"Tengo la sospecha que tenemos
simplemente
el mundo que merecemos"
T. D. II

No sé qué le pasó,
cambió de pronto.

A todos nos pasa, claro,
pero en ella el cambio
fue excesivo.

Ahora le hablas,
por ejemplo,
y ni siquiera responde.

No se come la comida que le sirves.

Ni siquiera se mueve
cuando le haces el amor.

Ha descuidado su aspecto.

Y no en cosas ligeras.

Siempre que llego a casa,
por ejemplo,
ella apesta
un poco más.

Está pálida.

Deja mechones de pelo
sobre la almohada.

Le soy indiferente.

Da lo mismo lo que haga.

Me acerco a ella.

Le leo mis escritos.

Le cuento cómo me fue en el trabajo.

Pero ella,
claro está,
no realiza el menor comentario.

La saco en el auto,
de paseo,
y ni siquiera mira
el paisaje.

El otro día un montón de gente
vino a verla.

Casi todos le trajeron flores.

Venían arreglados, incluso,
como para una fiesta.

Ella ni se inmutó.

Las flores quedaron ahí,
en el piso,
y ella ni siquiera agradeció.

Siempre ha sido fría,
pero ha llegado a un punto
francamente inaceptable.

Ya ni sé siquiera
si llamarle frialdad.

O indiferencia.

O hasta falta de espíritu.

Ni es capaz siquiera de espantar las moscas
que se acercan.

¡Puta de mierda…!

Estoy seguro
que si me viese muerto
ni siquiera
reaccionaría…

Luego hablan de amor
y de una vida feliz
y de todas esas cosas…

sábado, 27 de febrero de 2016

Diez mil crucificados.


I.

Denme un dólar
por cada crucificado
que no resucitó.

Eso les pido.

Y es que hoy saco cuentas
de loco derrotado.

Diez mil iglesias, incluso,
para diez mil crucificados
que no resucitaron.

Eso es lo que hoy,
si me preguntan,
me parece justo.

Ese es el mínimo, digamos.

Y es que mi alma,
lo confieso,
no sabe usar tijeras.

Nadie le enseña.

Y no sabe.


II.

Diez mil crucificados.

Todos juntos,
en fila,
como una hilera de dominós.

Con las cruces enterradas apenas.

¿Ya los ve?

Busque ahora usted
dos o tres romanos fuertes
y arroje hacia atrás
la primera de las cruces.

Observe entonces
como van cayendo
cada uno
de los diez mil crucificados.

Cierre los ojos,
si quiere,
y escuche.

Nunca queda una cruz
en pie.

Eso puedo asegurarlo.


III.

Dios no es hueón.

Por eso no resucitó
diez mil crucificados.

Quizá nos quiso ahorrar problemas.

Quizá fue un descuido.

O quizá, simplemente,
ocurrió que poco
le importamos.

¡Vaya uno a saber…!

¡Y vayan a saber
los diez mil crucificados…!

No hubo tormenta tras sus muertes.

No cargaron sus cruces.

No se libraron sus carnes,
de gusanos.

¿Y es que saben…?

Eso me suena más a verdadera iglesia.

La iglesia de los diez mil resucitados.

Un dólar por cada uno,
les pido.

Y es que en pedir,
al menos,
no hay engaño.

viernes, 26 de febrero de 2016

Un control remoto.


Ordenas tus cosas. Como siempre. Entonces encuentras el control remoto. Tiene un aire familiar, pero no recuerdas a qué pertenece. Al encontrarlo está sin pilas. Usa dos. De las pequeñas. Intentas hacer memoria. Recuerdas que tienes algunas en un cajón. Compraste hace tiempo una caja entera, para una lámpara que llevabas cuando ibas a acampar. Para una de esas pequeñas, que cuelgas al interior de la carpa. Apenas usaste diez, de sesenta. Ahora sacas un par y se las pones al control remoto. Aún no recuerdas a qué pertenece, pero te fijas que enciende una pequeña luz roja. El control está bueno, observas. Solo falta descubrir qué es lo que enciende. Se te ocurre entonces apuntar en distintas direcciones. Un poco para hacer memoria y otro por si acaso enciende algo. Todo está revuelto y es probable que entre los libros pueda haber incluso algún aparato electrónico. Y claro, justo cuando consideras eso te parece escuchar un pequeño ruido. Un murmullo, casi. Buscas entonces en el control algún botón para el volumen. Lo encuentras. Aprietas el botón para alzarlo y apuntas nuevamente en todas direcciones. Entonces, el sonido que parecía un murmullo crece en intensidad y hasta se vuelve claro. Eso que se oye es una voz. Una única voz. De un tono extraño. Puede que hasta desagradable. Prestas atención. La voz tiene algo familiar. Tal vez sea tu propia voz, comprendes. Siempre ocurre eso, cuando nos escuchamos. Pero claro, en esta ocasión esa voz es además peligrosa. Y es que esa voz puede ser también una grieta. Una especie de agujero por donde puede escaparse el mundo. De hecho, de eso parece hablar aquella voz. Pero claro, decides ahora bajar el volumen y no fijarte en el significado. Aprietas entonces el botón de apagar y le sacas las pilas al control. Ojalá y esa cosa se haya apagado. Dejas de ordenar porque ya es tarde. Y claro, también dejas de ordenar porque hay cosas que, en definitiva, no quieres encontrar. De esa forma ocurre siempre. Y hoy es parte de ese siempre.

jueves, 25 de febrero de 2016

Morita y su golpe de gracia.


Yo le digo que espere,
pero igual llega Morita
una y otra vez
a dar su golpe de gracia.

¡Puta el hueón porfiado…!

A veces al despertar
lo veo con el sable
a un costado de la cama.

O cuando me abrocho los zapatos.

O cuando leo algún libro
demasiado concentrado.

¡No me hueís, Morita…!

Cuando sea el momento
te lo haré saber.

Me tenís nervioso
Japonés conchetumadre.

Eso le digo,
pero el hueón insiste.

Y es que alega incluso,
que se va a hacer tarde.

Que es mejor la muerte digna.

Y argumentos así,
hasta mal pronunciados.

Usté debe sel un buen guelelo,
me dice.

¡Guerrero, hueón…!

¡Guerrero…!

Guarda el sable
y pronuncia bien, hueón…

Eso le contesto,
pero él no me hace caso.

Incluso lanzó un golpe
el otro día.

Alcancé a reaccionar,
pero igual cortó
un mechón de pelo…

¡No me pidió ni disculpas…!

Hueón ocioso.

Samurai al peo.

Japonés culiao.

Ya no sé ni qué decirle.

Y no es que sea cobarde…

Eso alega él,
por supuesto,
pero esta es otra cultura…

Acá la dignidad es otra cosa,
le digo.

Relájate un poco…

Tómate un sake…

Al final, en todo caso,
da igual qué le diga...

Ni duerme el hueón
esperando la ocasión…

Y yo tampoco duermo,
vigilándolo…

Así se nos pasa la vida.

Él sable en mano.

Yo escribiendo.

Al final,
(espero)
uno de los dos,
tendrá que ceder
al cansancio.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Nabucodonosor (Décimas)


Soy Nabucodonosor,
pero díganme Nabuco,
en este nombre no hay truco
y hasta suena más mejor.
Mi padre no fue doctor
ni menos hombre pudiente
con suerte tenía dientes
y a veces un par de cobres
pero él me puso mi nombre
que vino a marcar mi suerte.

Un día me habló un curita
que andaba siempre de negro
que por qué yo no me alegro
si tengo vida bendita
y a su iglesia va y me invita
pa enseñar de Dios la ley
y que mi nombre es de rey
me cuenta y no me complico
hasta que me agarra el pico
porque creyó que era gay.

Me puse entonces violento
y agarré una cruz sin brillo
la enterré como cuchillo
sin mayor remordimiento,
lo maté y no lo lamento
le dije después al juez
quien me dijo que tal vez
yo me había imaginado
que me habían manoseado
por problemas de niñez.

Escondí mejor mi enojo
pues pensé que era mejor
transformar la rabia en flor
que salir como rastrojo,
se me mojaron los ojos,
pedí perdón por el daño
el juez me dio gran regaño,
habló mal de la violencia
y me mandó por demencia
al hospital por siete años.

No es muy fácil de explicar
que no me causó molestia
vivir allí como bestia
sin poder ni murmurar,
y entonces me fui a acordar
que en mi nombre están impresos
casi todos mis sucesos.
La verdad que no se nombra
y que existe como sombra:
tras la carne están los huesos.


martes, 23 de febrero de 2016

Una técnica asiática.


-Es una técnica asiática –me dijo-. De hecho, tiene un nombre, pero no lo recuerdo…

-¿Una técnica? –dije yo.

-Sí, una técnica para fingir que comes… Desarmas un poco lo que está en el plato… ensucias un poco la servilleta… esparces la comida… de vez en cuando comentas lo sabroso que está y tomas un poco de agua…

-¿Y no masticas?

-No, no es necesario… solo acercas el tenedor o los palillos a la boca de vez en cuando… es como un acuerdo… todos saben que funciona de esa forma…

-¿Quiénes son todos?

-Todos… los comensales, los que atienden el restaurant… es como un acuerdo, ya te dije… el objetivo es otro… digamos que sirve para cumplir con cierta formalidad… generalmente se hace para comenzar a crear un negocio… antes de que exista la suficiente confianza entre los comensales…

-Pues dicho así parece mentira…

-Puede parecerlo, pero no lo es… una vez vi algo en tv sobre eso… era extraño, porque dentro de todo no se veía falso… no me refiero al comer, claro… sino a la conversación… me refiero a que la conversación era seria… puede que hasta sincera… era como un pacto para centrar la atención en las palabras… en la corrección de ellas…

-Hmmm…

-Si lo piensas es como lo contrario de occidente… acá lo que se finge es la conversación… la información que se traspasa… casi siempre son cosas triviales, o datos ya recibidos… también se juega a desmenuzar solo que acá se hace con las palabras en vez de con la comida… A mí me parece hasta algo más sucio…

-¿Lo de acá?

-Sí, lo de acá.

-Pues sí, puede ser…

-…

-…

-¿Pedimos ya…? –preguntó entonces.

-No sé… –le contesté-. Creo que he perdió el apetito.

lunes, 22 de febrero de 2016

Dicen que las cosas cambian.

“Eso que está ahí
¿Lo ves…?
Un día fue una puerta”


Las cosas cambian.

Dicen que las cosas cambian.

Todos dicen que las cosas cambian.

Yo los escucho y no sé.

Yo observo las piedras.

Ellas no me ven.

Ellas cerraron los ojos
hace tiempo.

Cuando les da el sol
se calientan.

Cuando llueve
ellas se mojan.

A mí me parece que no cambian.

A mí me parece,
más bien,
que los otros mienten.

También me parece
que es bueno
cerrar los ojos.

En esas cosas creo yo.

En el sol que te calienta.

En la lluvia que te moja.

Y en las piedras.

Si hasta podría amar las piedras.

Y es que ellas se dejan amar.

Igual que con el sol.

Igual que con la lluvia.

Yo en cambio,
no necesito
ni quiero
ser amado.

Y es que no creo
en los que dicen amar.

Ni creo, tampoco,
en los que necesitan
ser amados.

Ellos se protegen de la lluvia.

Ellos se protegen del sol.

No están tranquilos
si no construyen puertas.

No están tranquilos
con su propio corazón.

No están tranquilos
si no construyen catedrales.

Por eso prefiero vivir
entre las piedras.

Y dejarlas en su sitio.

Yo vivo entre cuchillos
que no pierden el filo.

domingo, 21 de febrero de 2016

Sinceramente, para qué.


Sinceramente.

Me gustaría saber
para qué se escribe.

No para escribir, claro,
para eso no se necesita.

Supongo que ocurre
un poco
como con la vida.

Me refiero que sería un plus
saber para qué se vive,
aunque para vivir,
claro está,
no resulta necesario.

Sinceramente.

Sería hermoso saber.

Para qué un hijo.

Para qué la luna.

Para qué el agua fresca.

Para qué el corazón.

Para qué el amor.

Para qué la muerte.

Sería hermoso saber.

Y claro.

Tal vez escribir.

Tal vez vivir.

Tal vez amar.

Tal vez tener un hijo.

Sean respuestas,
en el fondo.

Tal vez el agua fresca
lo sea.

Sería hermoso saber.

Sinceramente.

Saber por ejemplo
de dónde viene el miedo
a perder lo que amas.

A perder un hijo.

A perder tu corazón.

Saber por qué ese miedo existe,
me refiero.

Tal vez sería hermoso
saber.

El verdadero valor de la vida.

El valor de una flor.

El valor del agua fresca.

Cuando busco el silencio absoluto,
por ejemplo,
logro escuchar mi corazón.

Puede ser egoísmo,
sin embargo,
en medio de miles de millones
de otros corazones.

Sinceramente.

Tengo miedo de estar equivocado.

Miedo de ir hacia ningún sitio.

Miedo de nada abrazar.

Y es por eso,
en el fondo,
que me gustaría saber
para qué se escribe.

Para qué se vive.

Para qué se ama.

Para qué existe el agua fresca.

Sinceramente.

Para qué.

sábado, 20 de febrero de 2016

Tres profundidades.


I.

-¿Le sirvo en plato hondo?

-¿Qué?

-Le pregunto si quiere que le sirva en plato hondo.

-¿Qué tan hondo?

-¿Me está hueveando?

-No…

-Pues mire… este es el plato bajo, y este es el plato hondo…

-Ya…

-Y… ¿en cuál le sirvo…?

-En el hondo.

-De acuerdo… ¿Así está bien?

-Sí, así está bien.

-Si necesita cualquier cosa me llama.

-De acuerdo. Muchas gracias.


II.

-¿Y dicen ustedes que lo enterraron en la arena?

-Sí, como un juego… hicimos un hoyo grande, luego o metimos dentro y lo tapamos con arena.

-¿Lo cubrieron entero?

-No… por supuesto que no… le dejamos la cabeza afuera… luego le pusimos algas simulando pelo y le sacamos fotos.

-¿Y él no despertó en ningún momento?

-No… a ratos se quejaba y resoplaba un poco… siempre se pone así cuando se emborracha…

-¿Y entonces?

-Entonces no supimos más… fuimos a comprar… luego a la camioneta… pensábamos sacarlo después… pero entonces descubrimos que nos habían robado la camioneta…

-Y dieron aviso.

-Sí, había un policía cerca de la playa y nos dijo que haría un reporte, pero que había que venir de todas formas hasta acá…

-¿Y fue entonces que volvieron por su amigo?

-No… fue más tarde, cerca de la madrugada… fuimos hasta la playa y no vimos a nadie…

-¿Y ahora quieren poner una orden de búsqueda?

-Sí… o sea, estamos asustados, además subió la marea…

-Pues no hay problema con la camioneta, pero con su amigo tienen que pasar más horas… no se puede hacer nada antes de 48, si es mayor de edad…

-¿No se puede hacer una excepción?

-Mmm… quizá podríamos quedar en 36, con una orden especial… déjeme preguntarle al capitán.

-Gracias, le estaríamos agradecidos…

-Espérenme acá.


III.

-Buenas noches, urgencias…

-¡Aló…! ¡Envíen una ambulancia rápido… mi hijo tuvo un accidente…!

-Calma señora, tranquilícese… ¿está llamando desde su teléfono particular?

-Eh… sí… por favor, envíen una ambulancia, mi dirección es…

-Ya se generó su dirección, su teléfono está registrado…

-¡Es que está sangrando...! ¡Mi hijo está sangrando…!

-Tranquila señora… ¿se trata de un accidente en el hogar?

-Sí, se lo hizo él mismo… ¡está sangrando mucho…!

-Por favor, señora… ¿su hijo está consciente? ¿qué edad tiene?

-Sí, consciente… tiene doce… está al lado mío…

-¿Puede explicarme el tipo de accidente?

-Se enterró una antena de metal, afilada… justo en el pecho…

-¿Una antena?

-Sí, de una radio vieja… de su abuelo… siempre se pone a jugar con ella y se hace pequeñas heridas…

-¿Podría explicarme mejor…?

-¡Envíe la ambulancia, por favor…!

-La solicitud se generó, señora…. Pero necesitamos saber qué tan profundo ingresó la antena…

-¿Qué tan profundo…? No entiendo…

-Sí… ¿todavía está insertada, cierto?

-Sí, intenté removerla, pero…

-No lo haga… ¿los sonidos que se escuchan son de su hijo?

-Sí, está conmigo, junto al teléfono…

-Trate de no mover la antena… ¿puede calcular cuánto ingresó...?

-¡Pues no lo sé…! La herida está justo en el pecho…

-¿Pero hubo presión…? ¿Cómo es que llegó a enterrársela?

-Él siempre juega con eso… la gira en la piel, como un tornillo… tal vez esta vez giró más fuerte y la antena se enterró… ¡Cuándo van a venir…!

-Tranquila señora… si no es profundo no debiese ser tan grave… ¿de qué forma sale la sangre?

-¿De qué forma sale…? ¡Esto es grave…! Su ropa está llena de sangre… mis manos… ¡yo creo que la antena llegó al corazón…!

-No lo creo… el corazón está muy dentro… es un músculo grueso…

-¡Usted no está acá…! ¡No puede…!

-Tranquila, señora… trate de sentar a su hijo y avíseme si bota sangre por la boca, o si se ahoga al respirar… sin mover la antena, eso sí…

-De acuerdo…

-Ahora trate de calcular, por favor… ¿qué tan profundo ingresó la antena…?

-¿Por qué insiste con eso…? ¡¿Cómo mierda lo voy a calcular…?!

-Necesito enviar esa información a los paramédicos que se dirigen hacia allá…

-¡¿Y cómo puedo saber la profundidad de algo que no se ve…?!

-Tranquila señora, solo le estoy pidiendo un dato…

-¡¿Pero cómo mierda voy a saber la profundidad…?!

-...

viernes, 19 de febrero de 2016

Dios está de moda.


¡Quién lo iba a decir…!

Dios está de moda.

Como en los países con hambre.

Como en los pasillos de las salas de urgencia.

Como en las noches de angustia.

Dios está de moda.

Las cruces se venden por millares.

Aumentan las vacaciones a tierra santa.

Construyen arcas en cada una de las casas.

Y es que Dios está de moda.

Se escuchan cantos, por las noches.

Sansón es el nuevo campeón en la WWE.

La cajita feliz trae piezas de un pesebre.

¡Quién lo hubiera dicho…!

La gente se abona a las iglesias.

Las biblias se venden en los kioscos.

En los supermercados se designa un pasillo para hostias y pan sin levadura…

Todo está cambiado.

Las calles, por ejemplo, se llenan de gritos:

¡Alabado sea Dios…!

¡Alabados los ángeles del cielo…!

¡Alabada sea hasta su santa ausencia…!

No hay rencor en las palabras.

De hecho, muy pronto se reconocen beneficios.

Bajan los índices de criminalidad.

Disminuyen las brechas económicas.

Los más sensibles reconocen incluso la sed de las plantas.

Y es que Dios está de moda.

Hay que aprovecharlo mientras dure.

No importa si no hay resurrección.

Ni siquiera importa si hay milagros.

Al menos se trata de una buena moda.

Sobre todo ahora en el verano.

Las túnicas son fresquitas.

La alimentación es sana.

Y la genuflexión ayuda a quemar calorías.

¡Quién lo iba a decir…!

Ni siquiera importa si hay milagros.

jueves, 18 de febrero de 2016

Las tres tumbas de Jacques Prévert.

"...la mort fait le menáge..."
J. P.

Jacques Prévert tiene tres tumbas.

Una en Nantes.

Otra en Omonville-la-petite.

Y una última en Amiens.

Por lo mismo, yo tengo tres hipótesis:

Quizá tuvo tres vidas.

O quizá tuvo tres muertes.

O quizá hubo tres Jacques Prévert.

Cuando cuento no me creen, pero entonces muestro fotos.

Las miran con desgano.

Luego dicen que es normal, en los artistas.

Luego me devuelven las fotos.

Generalmente saco el tema para hablar del número de vidas.

De las formas de vivir, o de morir, o hasta de ser enterrado.

Así, si la conversación se encamina, hasta les regalo una cuarta hipótesis:

Eran cuatro, los Jacques Prévert, y uno sigue vivo todavía.

Entonces los otros suelen mostrarse nuevamente incrédulos.

Y claro, yo saco nuevas fotos y les explico:

Estas son de la tumba que está en Amiens.

Junto a la lápida, como ven, hay un culo de mármol levantado.

Aquí hago una pausa para que ellos vean bien la foto.

Como pueden observar, prosigo, el culo de mármol tiene un agujero entre las nalgas para depositar flores.

Por último, pueden ver a este hombre, que viene todos los días a depositar flores en el culo de mármol.

Mi hipótesis, concluyo, es que ese hombre es Jacques Prévert.

Tras llegar a este punto, aquellos con quienes hablo suelen pensar que bromeo.

Calculan la edad, la fecha de las fotos y hasta ponen en duda los efectos que el alcohol produce sobre mi lógica.

Lamentablemente, ellos no entienden el porqué de mi historia.

Tampoco comprenden, por supuesto, que se trata de un regalo.

Así, pierden la oportunidad de hablar sobre la muerte, la vida y hasta de las formas que día a día estos conceptos adoptan.

Pierden un paraíso entero, digamos.

Y es que por eso, en definitiva, están condenados a tener una sola tumba.

Algunos la cargan desde ya, como si fuese un nombre.

miércoles, 17 de febrero de 2016

La libertad del hombre que nadie recuerda.


-No sé cómo decirlo –me dijo-. Ni cómo explicarlo. Pero supongo que es lo contrario a ese deseo de ser recordado del que tanto hablan algunos… A eso es lo que aspiro, después de todo... A ser olvidada. A tener una historia que se recicle en otras miles de historias. A deshacerme de a poco en el resto de las cosas… Que hablen de ti un poquito… Que te lloren un poquito… Luego deshacerme en las cosas… Como esas bolsas de ahora que comienzan a degradarse solas… No sé si me explico…

-Sí –dije yo.

Entonces hizo una pausa para beber agua. Luego siguió.

-No se trata en todo caso de modestia ni de mantener un bajo perfil… Se trata más bien de un deseo de libertad. De libertad plena, eso sí… De desaparecer en los otros, o en el mundo… Siempre me ha parecido hermosa esa sensación, como el video ese de la isla que era tapada lentamente por el mar… parece que tú mismo me lo mostraste… No sé… era bello saber que bajo el agua quedaba cubierta una isla llena de vida… No puedo evitar que me guste eso… Las estrellas que desaparecen… Los planetas que pudieron haber tenido vida… Ya sabes… todas esas cosas que desaparecen y que se vuelven tenues… Eso sí que suena a libertad… A plenitud… Ya sabes… Algo así debiese tener un nombre, ¿no crees…? Una forma más fácil de decirlo…

-La libertad del hombre que nadie recuerda –dije yo.

Ella quedó pensativa.

-Es el nombre de un artículo sobre Wingarden, en todo caso… -agregué.

-Sí… –dijo ella, un tanto escéptica-, puede ser…

Luego terminó de beber el agua.

Yo me quedé pensando en Wingarden.

Y bueno... nada más ocurrió, que valga la pena relatarse.

martes, 16 de febrero de 2016

Hombres en la luna.


Ella me cuenta que su padre lloró cuando el hombre llegó a la luna.

No de emoción ni alegría, eso sí.

Él habría llorado más bien de rabia… o hasta de desencanto.

Como si el hombre hubiera pisado mierda, me dice.

Como si la humanidad entera la hubiese pisado.

Ella me cuenta también que en ese entonces vivían cerca de Temuco.

Era una niña en ese tiempo, me explica, pero recuerda aquello con claridad.

Su padre alegando que ya no tendría qué mirar por la noche.

Su padre bebiendo aguardiente.

Su padre llorando.

Y es que un padre no debiese llorar, me dice.

Y tampoco el hombre, claro está, debiese haber pisado la luna.

Eso me dice y parece estar también molesta.

Se le nota en su tono y en la velocidad con la que está hablando.

Por momentos incluso cambia el tema, pero supongo que todo tiene que ver con su padre.

Por ejemplo, me cuenta que su padre cumplió con la promesa de no volver a mirar la luna.

Y claro, también me cuenta que murió antes que se empezara a cuestionar si el hombre había llegado o no, realmente, en esa ocasión.

Quizá le habría gustado conocer esa posibilidad, me dice.

Tener esa esperanza.

Yo asiento.

Y es que nunca conocí a su padre, es cierto, pero creo que comprendo su sensación.

Como si el hombre hubiese pisado mierda, me digo, recordando su frase.

Y supongo que en gran parte, estoy de acuerdo.

lunes, 15 de febrero de 2016

Cosas que guardar en los bolsillos rotos.

“Y el corazón no se detuvo,
pues apenas necesita explicación”


Así lo dijiste.

Me miraste y lo dijiste.

Esa es otra de las cosas
que puedes guardar
en los bolsillos rotos.

Y claro,
yo no entendí
o no quise hacerlo.

Tú, por otro lado,
tampoco te explicaste.

No sé bien por qué,
sin embargo,
pero esa frase me quedó grabada.

Y comencé a pensar entonces
cuáles eran esas otras cosas
que podías guardar
en los bolsillos rotos.

Hice listas, recuerdo.

Grandes listas.

Des cubrí así que el mundo entero
cabía en ellas.

Descubrí que yo, incluso,
cabía en ellas.

Y es cierto:
supongo que me obsesioné con ello.

Por orgullo, tal vez.

Por miedo, tal vez.

Y claro,
comencé a desear entonces
que cosieras tus bolsillos.

En silencio lo desee.

Equivocado, lo desee.

Lamentablemente,
no lo hablamos nunca de esta forma.

Nunca confesé aquellos deseos, me refiero.

En cambio, vino el tiempo
en que convenía incluso
dejar caer nuestras creencias…

Dejar caer…

Soltar…

Podía llamarse de mil formas.

Lo cierto, sin embargo,
es que nunca pude hacer aquello…

Disculpa.

De verdad disculpa.

Además esa historia,
a fin de cuentas,
es otra de esas cosas
que pueden guardarse
en los bolsillos rotos.

La vida misma, si quieres.

Los recuerdos, si quieres.

Y ya sabes...
lo que fuimos juntos.

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