martes, 31 de julio de 2012

Hipnotizar al hipnotizador.


“Crear no es deformar o inventar personas o cosas.
Es establecer relaciones nuevas entre personas y cosas que existen,
tal y como existen”.
Otto Wingarden. Conversaciones con R. Bresson.



No sé si es una técnica, pero al menos es algo que resulta. Me refiero a la costumbre esa de no ser hipnotizable, de no perder la consciencia… de no ceder nunca ante el poder de otro.

Porque claro, puede parecer exagerado, pero les aseguro que ni siquiera dormido dejo de ser consciente de lo que pasa en mi entorno…. Y ninguna vez, por cierto, ni ante los accidentes ni enfermedades más graves que he tenido, he perdido ni por un instante la consciencia.

Ahora bien, más allá de la forma en que lo presento, lejos está todo esto de ser algo agradable… es más, se trata más bien de una sensación que agota y que me gustaría dejar de lado al menos una vez… pero ocurre finalmente que aunque lo intente no puedo, y todo termina siempre fijándome aún más en mí mismo, sin posibilidad alguna de desaparecer, aunque sea por un momento.

-¿Y quiere usted desaparecer? –me pregunta entonces el hipnotizador, que ha estado atento a mis palabras.

-No definitivamente… -le explico-, pero sí, creo que dejar de estar presente, al menos un momento, debe originar un descanso que siento necesario…

-Pues mire… -sigue él-, quizá usted se equivoca y piensa que la hipnosis es otra cosa… o sea, esto no es un acto de magia donde usted desaparece, nada es tan sencillo…

-¿Se refiere a que siempre hay un doble fondo?

-No exactamente, pero sin duda debe haberlo… o al menos una parte de nosotros que siempre se va por otro camino.

-¿Como el niño que iba donde no lo enviaban?

-¿Qué es…? ¿Una película…?

-No… es más bien una teoría de Wingarden que señala que en el corazón de cada hombre existe algo así como un niño que va donde no lo envían… y claro, la mayoría de los hombres lo dejamos ir y luego nos olvidamos de él pues queda perdido en una región de la que no somos conscientes…

-¿Una región sin un mapa?

-Claro… algo así… pero dentro de nosotros, claro…

-¿Y usted me pide ahora que yo lo hipnotice y busque a ese niño?

-Eh… no… No exactamente, pero sí me gustaría ser hipnotizado, y que me hiciera dormir profundo… descansar un poco.

-Pero sin consciencia de usted, por lo que entiendo…

-Claro. Usted lo ha dicho.

Fue entonces que, tras esta conversación, el hipnotizador comenzó a tratar de hipnotizarme…

Probó con relojes, con ejercicios de concentración… mirando directamente a los ojos… pero no ocurrió nada.

-¿De dónde parto? –insistía yo, mezclando las técnicas-. ¿Del objeto que quiero expresar? ¿De la sensación? ¿Parto dos veces…?

Pero no había caso.

De hecho, tras un largo rato intentándolo, sucedió que el hipnotizador pareció quedarse en trance, de un momento a otro.

Y claro, fue entonces que me fui, dejándole una nota.

Me hubiese gustado que funcionara –decía la nota, simplemente-, pero ya ve lo que sucede.

Por último, mientras caminaba, pensé que quizá mi yo entero había estado siempre junto con el niño aquel, del que hablaba Wingarden, y que iba hacia donde nadie lo enviaba.

-Sentir no es comprender –me dije entonces.

Y me quedé en blanco.

lunes, 30 de julio de 2012

La guagua fea.


“Guagua:    
bebé o niño pequeño
en el léxico coloquial de países andinos.”
R.A.E.



Una amiga que es enfermera me contó de la guagua fea.

Al parecer, ella venía llegando a un turno cuando la llamaron de maternidad.

-Tienes que venir a ver la guagua fea –le dijeron.

Y ella fue.

-Sé que suena cruel –me contó, más tarde-, pero es que no te imaginas cómo es… si hasta los doctores más serios terminaron haciendo bromas y riéndose en la sala de recién nacidos.

-¿Y cómo es…? –le pregunté entonces a mi amiga.

-Fea po, hueón, sí ya te dije…

-Sí, pero yo digo como es de fea… o sea sus rasgos…

-Es que no sé cómo explicarlos… es decir, es fea po, hueón… no es deformidad, que ahí daría lástima u otra cosa, y lo que da en realidad es risa…

-¿Risa?

-Sí… si hasta hicimos un juego… el que aguantó más sin reírse fue el gastroenterólogo, que llegó a los seis segundos… mirándola directo, me refiero…

-¿Y la guagua…?

-¿Cómo…?

-¿Qué hace la guagua cuando ustedes se ríen…?

-Ah… no sé bien… mira no más, supongo, como fijando la vista, pero sin ver… como miran las guaguas po, hueón…

-Ah… -digo yo.

Luego, mi amiga comienza a buscar en su celular una foto para mostrarme.

-Vas a ver que no exagero –me dice.

Pasa así un minuto.

-¿Conoces a Montesquieu? –le pregunto mientras busca.

Ella no responde.

-Montesquieu decía que la dificultad del humor consistía en encontrar en las cosas un sentimiento nuevo, que sin embargo proviene de las cosas mismas…

-¿Eso tiene que ver con la guagua? –pregunta ella, todavía buscando.

Pero yo me quedo en silencio.

Pasa así otro minuto y al fin ella se rinde, sin encontrar la imagen.

-Puta… no sé por qué no la encuentro… -comenta.

-No importa -le digo.

-Es que de verdad te la quería mostrar...

-No importa -repito.

Luego nos miramos por un rato.

Luego ella se va.

domingo, 29 de julio de 2012

Vian y las ecuaciones bíblicas.



Todo movimiento nos descubre, escribió Montaigne.

Yo, sin embargo, consciente que el lenguaje es también movimiento, intento a veces contrariar al francés, y usar los signos como mantas.

De esta forma, vengo hoy a presentarles algunas ecuaciones bíblicas.

Las sostengo a buena altura, sobre mi rostro, para que las vean bien.

Ahí verán ustedes si se animan a resolverlas.

* Si Jesús planteó que hay que perdonar a nuestro hermano 77 veces 7, ¿cuántas veces habría que perdonar a nuestro primo en segundo grado?

** Si el 4 es el número aplicado a la salvación de los gentiles (Hechos 10, 11-13), y el 6 es el número de generaciones en que se dan los descendientes de Caín, descubra el número que representa la posible salvación de uno de dichos descendientes. Expréselo como potencia.

*** Teniendo en cuenta que 7 son las promesas de Dios para Israel y que 8 son los milagros que habría realizado el profeta Elías, estime las probabilidades de que Elías haya realizado a través de uno de sus milagros, sin saberlo, una de las promesas de Dios a Israel.

**** Si 11 es el número de la incompletitud y el desorden (cuando los jefes de Esaú fueron 11 no se logró el orden en su ejército y los 11 hijos de Jacob denotan desintegración…) descubra con qué número debiesen multiplicarse para pasar a formar parte de un sistema nuevamente organizado en función de la potencia del 12.

Por último, teniendo en cuenta lo anterior, piense en las probabilidades que tienen los signos, ya sean numéricos o lingüísticos, para cubrirnos o descubrirnos.

Y es que finalmente, es la comprensión silenciosa y sin signos la que realmente nos descubre ante los otros y ante nosotros mismos.

Es decir: no digas, no calcules, no mientas. No embellezcas ni afees. No desnaturalices.

Todo el resto eres tú.

Como una X despejada.

sábado, 28 de julio de 2012

El pescado que surgió de ninguna parte.


“Querer encontrar la solución,
allí donde todo es enigma”
Pascal.


Nunca sabes lo que vas a pescar. Es decir, puedes elegir carnadas y lugares específicos, pero lo cierto es que nunca sabes de forma exacta qué es lo que vas a pescar. De hecho, a veces lo siento casi como un acto de fe… y claro, puede ser por eso que nunca he pescado nada.

De todas formas, tampoco lo he intentado mucho. Apenas en algunas ocasiones cuando me invitaron amigos, pero lo cierto es que parezco contagiar mi mala suerte, pues nunca nadie ha atrapado nada pescando junto a mí.

Con todo, hay algo que me resulta atractivo del acto de pescar –o de ver pescar, al menos-, y se trata justamente de esa ignorancia de lo que vas a atrapar… Es decir, ves el agua, la caña… y luego aparece ese pescado que surge de ninguna parte.

O sea, aparentemente puedes calcularlo por el peso, o quizá observarlo mínimamente mientras está siendo pescado, pero solo lo contemplas realmente cuando sale de ahí. Desde bajo el agua. De ninguna parte.

Puede que no parezca preciso, lo admito. Que alguien pueda discutir diciendo que el agua no sea exactamente “ninguna parte”, pero no puede negarse que es de cierta forma un mundo ajeno, al que lanzamos simplemente un anzuelo y esperamos a ver qué tipo de ser pica.

Quizá por eso, a veces siento oculto en este sencillo acto, la esperanza que se tiene por querer hallar la solución, pero allí donde todo es enigma… como decía Pascal.

Y claro, es entonces cuando pienso que, sin duda, así también operan las palabras, a veces sin atrapar nada o en otras sacando a flote un sentimiento, una idea, o hasta un recuerdo que no sabíamos, hasta “verlo”, de qué forma existía.

Y es que finalmente, el pescado que aparece desde ninguna parte, no ha existido –al menos para nosotros-, sin nosotros, pero su repentina aparición nos hace dimensionar realmente aquello que desconocemos y en cuya existencia tenemos, sin duda, esperanza.

Eso creo.





viernes, 27 de julio de 2012

El salto exacto y la idea de las olimpiadas metafísicas.



-¿Y en qué consistiría el salto exacto, señor Vian?

-Pues lo cierto es que resulta difícil de explicar, pero podría adelantar que esencialmente se trata de una prueba de precisión y destreza.

-¿Igual que las dieciséis anteriores que nos ha propuesto?

-No, para nada… de hecho, esta involucra aspectos más esenciales que las propuestas anteriores.

-¿A qué se refiere?

-A que apunta a una cuestión primordial de todo ser humano, y que tiene relación con el espacio del mundo que utiliza dicho ser.

-¿Podría explicarse mejor?

-Sí, por supuesto, pero creo necesario que comprenda el trasfondo antes de llegar a especificar el aspecto físico.

-Pues yo le recomiendo que me diga prontamente de qué se trata el salto exacto.

-¿No hay otra opción…?

-No.

-Entonces le diré que el salto exacto tiene como criterio fundamental la precisión que ha de lograr un participante para saltar y caer en el sitio preciso, desde el cual saltó.

-¿Me está hueveando?

-No, para nada.

-¿Pero espera usted que me tome en serio esa estúpida idea?

-Pues la verdad sí… para ser sincero.

-¡Pero si ni siquiera me ha entregado una información concreta…!

-¿Y qué desea saber…?

-No sé, señor Vian, cualquier cosa… ¿Qué tiene esa prueba de especial…? ¿Qué músculos trabaja…? ¿Qué diferencias tiene con el salto largo o salto alto…?

-Pues mire, la verdad es qué no sé algunas cosas específicas… pero puedo señalarle al menos que la prueba es especial ya que trasciende a un simple ejercicio físico…

-¿Está usted borracho?

-Eh… sí, pero eso no cambia la veracidad de mis palabras.

-¿Podría explicarse brevemente?

-Sin duda. La cosa es simple: un hombre está de pie. Un hombre salta. Un hombre cae exactamente en el mismo espacio desde el que saltó.

-Eso ya lo había dicho… yo me refería a lo trascendente.

-Pues eso también es simple: un hombre existe. Un hombre se aleja del espacio en que existía. Un hombre vuelve a existir en su misma existencia.

-¿En su misma existencia?

-Sí, es como caer en sí mismo, salir brevemente de la existencia y volver a la misma, en el punto mismo en que se la dejó.

-Pero eso no es posible…

-Claro que lo es… con la técnica correcta, al menos.

-Pues no sé, señor Vian…

-¿Qué es lo que no sabe?

-No sé por qué insiste con esto.

-¿Tampoco le gustó esta propuesta?

-Es que no es viable… no sé si se da cuenta… quizá para una olimpiada metafísica, pero…

-¡Espere…! ¿Puede repetir lo que dijo?

-Que no es viable su propuesta, señor Vian.

-No… me refiero a lo que dijo después…

-Ah… creo que le recomendé armar con sus pruebas una olimpiada distinta…

-¿Una metafísica?

-Sí… creo que eso dije.

-Pues le agradezco la idea… ¿Se lo imagina usted? Primera olimpíada metafísica de Vian…

-Eh… sí, suena bien… pero claro, primero habría que ver para creer…

-No lo creo… creer para ver, suena mejor…

-Como usted quiera, señor Vian… pero le recomiendo que vaya a dormir un poco, para que pueda diseñar sus olimpiadas por la mañana…

-Sí, quizá en eso sí tenga usted razón…

-Buenas noches entonces, señor Vian…

-Buenas noches.

jueves, 26 de julio de 2012

El curioso escándalo de Theodor Friedrich Ludwig Nees von Esenbeck.




Cuando el botánico y farmacólogo alemán Theodor Friedrich Ludwig Nees von Esenbeck fue descubierto en octubre de 1836 “actuando pecaminosamente” con una extraña planta traída desde el norte de África, ni las fuertes influencias de su familia, ni el testimonio de su hermano Christian Gottfried Daniel Nees von Esenbeck -ya destacado botánico y connotado presidente de la Academia Leopoldina-, fueron suficientes para evitar el escándalo en que derivó dicho descubrimiento.

Y es que Theodor Friedrich Ludwig Nees von Esenbeck, ya se había visto envuelto con anterioridad en otras extrañas incursiones que, descubiertas, lo terminaron alejando del jardín botánico de Leiden, en el que estuvo empleado durante algunos años.

Así, de poco valieron sus publicaciones -bastante difundidas y bien valoradas en la época-, para que su actitud fuese conocida prácticamente en casi toda la región de Renania, originando incluso una serie de historias y canciones populares, que han sobrevivido con el tiempo, y que es posible rastrear hasta nuestros días.

Con todo, no se trata solamente de burlas o de historias nacidas del escándalo, sino que parecen contener –o al menos eso me parece a mí a partir de las versiones a las que he tenido acceso-, cierta dosis de respeto, tanto por el personaje en cuestión, como por el sentimiento y deseo que aparentemente sentía Theodor Friedrich Ludwig Nees von Esenbeck, por algunas criaturas del reino vegetal.

Como ejemplo, me gustaría mencionar una canción que utiliza directamente el curioso término “clorofilia” cuando se refiere al caso señalado, y cuyo coro podría traducirse más o menos así:

“Éxtasis final que cambia
la suciedad del hombre que no se satisface
con agua y luz de sol…”

Y es que acaso ¿no tenía derecho de apasionarse –o enamorarse-, de quien quisiera aquel botánico alemán…?

Porque claro, finalmente, más allá de la tolerancia que podría hoy suscitar el caso,  supongo que existía también, tras aquella actitud, un sentimiento que impulsa a dar toda la vida por ese algo amado…

Y es que esa consagración en que se transformó la vida misma de Theodor Friedrich Ludwig Nees von Esenbeck –numerosos estudios de especies exóticas, farmacología de sustancias vegetales, importantes postulados sobre las propiedades medicinales de la flora-, no solo nos demuestra que ese tipo de amor y de entrega es posible, sino que además, -y esto lo intuyo, al menos-, nos demuestra que es el único tipo de amor posible, hoy en día.

¿No será ese, acaso, el verdadero escándalo?

miércoles, 25 de julio de 2012

Conan, no tan bárbaro.

“La civilización, apenas,
es un capricho de los tiempos”.
Robert E. Howard.



Se aburguesó Conan. Cambió la espada por un bastón de nácar y fuma puros mientras lee la página económica de un diario oficial.

-En cambiar está el secreto de la vida –se excusa.

Luego sigue leyendo.

Su acento todavía es algo tosco, es cierto, pero su apariencia deja mucho que desear. Algo excedido de peso, con una calvicie más que incipiente, su estilo resulta una mezcla difícil de digerir incluso para aquellos que desconocen su glorioso pasado.

-¿No sientes vergüenza? –le pregunto.

Pero él no contesta, e ignora mis palabras.

-¿Acaso no te acuerdas de clavos rojos…? ¿No fue suficiente ser rey de Aquilonia…? –insisto.

-Nada es nunca suficiente –me señala entonces, con un ritmo reposado.

Yo lo escucho.

-Cimmeria es pasado –continúa-. Mis mujeres se arrugaron como pasas y la última vez que intenté ser yo, me pusieron una multa por pasearme sin camisa y me procesaron incluso, por porte de arma blanca.

-Pero entonces… -balbuceo esperanzado-, entonces todavía eres Conan, en algún sitio…

-No es eso –me explica-. Hablo de ser yo porque tú le hablas a Conan, y desconoces quien soy yo, realmente…

-¿Realmente o actualmente?

-Es lo mismo. Lo real solo existe en el presente. No existe la realidad anterior… Howard mismo es un ejemplo…

-No hables así de tu creador…

-Hablo del pasado. De un hombre muerto de un balazo porque no fue lo suficientemente fuerte para sobrevivir a la civilización…

-¿Y en la barbarie habría sobrevivido?

-No lo sé, pero al menos resulta más digno morir entre los dientes de esa barbarie que bajo tu propio peso…

-Pero… ¿y tú? ¿Viniste acá a morir, acaso?

-No –admitió-. Vine porque lo cierto es que también me agrada todo esto…

-¿Qué cosa?

-No sé… las acciones en la bolsa, la buena comida… las mujeres en traje dos piezas…

-¡¿Y qué pasó con las batallas, con la fuerza… con los reinos conquistados?!

-¡Pura mierda! –exclama Conan-. Todo era vanidad…

-¿Y la civilización no es también vanidad?

-No… la civilización, de hecho, es más bien lo contrario.

-¿Cómo…?

Conan se lo piensa un poco.

-La civilización es desvanecerse como individuo –dice finalmente.

-¿Morir, entonces? –pregunto, confundido.

-No. Desvanecerse y existir desvanecido –dice Conan.

Pero no explica.




martes, 24 de julio de 2012

Ordenar la biblioteca, deporte olímpico.


"No intento salir del hombre.
Intento adentrarme en él".
G. K. Chesterton



Ordenar la biblioteca debiese ser un deporte olímpico.

Uno de esos individuales donde se combinan una serie de habilidades que requieren de un constante trabajo y práctica ininterrumpida.

Su dificultad, estimo, no debiese ser menor a la del maratón o a la prueba esa donde los tipos van caminando tan rápido que a veces pareciera que olvidan para qué.

Aunque claro, ordenar la biblioteca requiere ante todo, no olvidar, justamente el para qué.

Y es que la clave para ordenar, a nivel olímpico, la biblioteca, consiste en tratar a la biblioteca como a un ser que necesita de constantes operaciones para mantenerse vivo.

Así, el ejercicio debe ser constante pues no existe una posición definitiva en que la biblioteca deba permanecer.

Y es que toda biblioteca, de quedarse quieta, o encontrar su sitio definitivo, muere, simplemente.

Por eso, quizá, afirmaba Wingarden, que la única biblioteca perfectamente ordenada, es realmente una tumba hecha a la medida.

La dificultad que subyace en todo esto, sin embargo, -en esto de considerar el ordenar la biblioteca como un deporte, por supuesto-, sería establecer el criterio a partir del cual poder calificar esta disciplina.

Y es que como la labor no termina –y de terminar se estanca y la competencia se pierde, como se infiere-, puede ser difícil dictaminar cual es el orden que ha permitido de mejor forma oxigenar y mantener viva a la biblioteca.

Por otro lado, y volviendo al para qué mencionado en un inicio como piedra angular de este deporte, es primordial que el competidor comprenda la finalidad que tiene el mantener viva la biblioteca, reconociendo asimismo que dicha comprensión no difiere en modo alguno de la que se necesita para comprender la vida por sí misma, sin más.

Así, finalmente, será dicha comprensión la que se convierta en el deporte olímpico, mientras que el ejercicio de reubicar constantemente aquello que nos rodea –la biblioteca en este caso-, será simplemente la excusa para reconocernos también como parte de aquello que buscamos comprender, siempre en movimiento, y en contacto.




lunes, 23 de julio de 2012

Listas de objetos frágiles.


“Las maneras en que ellos y sus cerebros
construyen sus propios mundos,
no puede comprenderse totalmente
a partir de la observación del comportamiento
desde el exterior”.
Oliver Sacks, Un antropólogo en Marte.



Como vuelvo al trabajo en el colegio luego de dos semanas de supuestas vacaciones, me veo obligado a dar cuenta a mis colegas de algunas actividades realizadas.

-Un día fui a la montaña.

-Estuve una semana con mi hijo.

-Conocí a una familia gitana –les digo.

Entonces, ellos me miran cómo preguntando si no hubo algo más… y claro, hubo alguna otra aventura y mucho trabajo en pruebas, planificaciones, presentaciones y otras cosas destinadas al colegio… pero lo cierto es que en vez de hablar de aquello, me sorprendo a mí mismo agregando:

-Hice listas de objetos frágiles.

-¿Qué? –preguntaron ellos.

-Eso. Que hice listas de objetos frágiles –repetí.

Así, de improviso, recordé que aquello era cierto, y que hubo un par de noches en que salí a caminar luego de tomar unas cervezas, y que me dediqué a hacer estas extrañas listas, en las hojas finales de una agenda, con motivos de Magritte.


Lista I:

Los libros de Vonnegut.

El peine que perteneció a María Luisa Bombal.

Las estampillas japonesas de Agosto del 45.


Lista II:

Los recortes de prensa sobre la muerte de Mishima.

Una fotografía de mi hijo con ataque de risa.

Las copias en acuarela de unos bosquejos de Degas.

Una pequeña matrioska de cerámica.


Lista III.

Diapositivas viejas de pinturas impresionistas.

Un pedazo de una carta de Díaz Casanueva a Rosamel del Valle.

La correa de un reloj antiguo.

Un tigre enano de madera.

Unos boletos de tren a nombre de Bruno Díaz y Ricardo Tapia.


Lista IV.

La foto de una niña comiendo helado.

Una carta que me escribí de pequeño, recordándome que debo cuidar de las cosas frágiles.

Un poco de sabor fresco de guayaba.

El corazón de cada una de las cosas.

domingo, 22 de julio de 2012

Un extraño caballero sin armadura y con un gato.


“No vio más de él,
el caballero Amadís
ni otras gentes”.


Sale en un capítulo del primer Amadís de Gaula. Es un caballero pequeño que anda sin armadura y que lo sigue un gato. No hablan de él más allá de dos párrafos, pero es un hallazgo que me impresiona, igual que esas personas descubiertas con celular en las películas antiguas o como esos tumores que resultan ser benignos y el paciente comienza entonces como a vivir de nuevo.

Con todo, no parece nada espectacular que aparezca un chico con un gato, pero tanto el momento en que aparece, como la aparente independencia de ese personaje, hacen que esa imagen parezca agregada y sobreviva ahí, prácticamente como una anomalía. Fuera del tiempo.

Y es que claro… ya pasó el tiempo del Amadís, no hay duda. Y también el de Tirante el Blanco y el de tantos otros. Por eso, lo que queda  simplemente es ver a ese caballero como una especie de símbolo, un visitante parecido a nosotros y que también anda de cierta forma extraviado, rastreando algo en un lugar a que no pertenece, y sin el implemento adecuado…

“Recordóle a él a su sobrino Gastiles… pero al verle pasar, se percató que llevaba el mancebo caballero otra mirada. (…) Súpose visto por él, pero no se asustó Amadís, más bien se compadeció de aquel caballero carente de implementos y que apenas era acompañado por un gato, de esos pequeños y sin dueño. No vio más de él, el caballero Amadís ni otras gentes.”

Así, leyendo una y otra vez este fragmento y buscando infructuosamente que el personaje volviera a aparecer en alguno de los cuatro libros del Amadís, pasé prácticamente toda la tarde.

¿Un lector que quedó atrapado…?

¿Un añadido de uno de los tantos autores que pasaron por el Amadís…?

¿Un guiño a otro personaje de quién se extraviaron sus historias…?

Al final dejé las hipótesis de lado y pensé por un momento en las formas que tenemos de vagar por otros mundos, y en la sensación aquella de sentirnos extraviados.

Así, sintiendo que nos quedamos a vivir de cierta forma en aquello que leemos o en aquello que escribimos -o en aquello que vivimos, en definitiva-, cerré el último de Amadís y salí a caminar y a respirar un poquito más profundo.

Luego volví a casa.

sábado, 21 de julio de 2012

Vian, paisano.



Solo hubo una hora de sol, el día de hoy.

El resto fueron nubes.

Por eso, salí a caminar y a aprovechar la luz, cuando hubo.

Y claro, entonces fue cuando ambos cruzamos los caminos.

...

-¿Te leo tu mano, abertuné…? –me preguntó.

-¿Mi mano?

-Sí, tu mano… trae acá…

-Bueno, pero rapidito porque tengo que ordenar la biblioteca… -le advertí.

-No tanto apuro… mira que te han hecho grande mal a ti eh…

-¿A mí…?

-Sí, tú cargas con grande mal, abertuné…

-¿Yo?

-Sí, mucho bastá, profundo bastal… un bengorré te persigue, abertuné…

-¿Un demonio?

-¿Conoces tú romané…?

-Poquito... estudié raíces antiguas, hace tiempo.

-¿Para proteger?

-¿Cómo…?

-Pal mal que cargas…

-No, no me preocupa ese mal…

-Pero tú cargas…

-Todos cargamos, es normal.

-¿Qué dices tú, abertuné…?

-Que sacarse el mal es también sacarse el bien… las bendiciones todas…

-¿Tú ser paisano, acaso…?

-Todos somos, en el fondo…

-No…

-Sí, de donde vengo yo sí…

-Eres raro, abertuné… ¿acaso va naquelar de otembrolilló?

-No, de eso no se habla –le dije sonriendo.

-¿Y qué se hace?

-Se cree –concluí-. Se respira.

-Lleva tu mano, mejor, paisano… -me dijo luego de un rato.

-Y las bendiciones todas -agregué.

Así, finalmente, cada uno retomó su camino.


viernes, 20 de julio de 2012

Yo no he dicho nada.


"Nos enseñan a pensar lo contrario,
pero en realidad
morimos desde dentro hacia afuera"
Otto Wingarden



-Me gusta Japón porque está lejos, porque de cierta forma me es inaccesible y a veces es más cómodo querer así, con la seguridad de la distancia y de esa imposibilidad que viene a poner un abismo entre nosotros y aquello que queremos –me dijo.

-No te creo –le señalé.

-Pues debieses creer –agregó-, de hecho, es la manera más pura que he encontrado para entregar afecto…

-Pues tampoco creo eso…

-¿Me creerías si te digo que sueño sin puentes?

-¿Cómo…?

-Que en mis sueños más hermosos siempre estoy distante de aquello que contemplo, y entre ese algo y yo siempre falta un puente…

-Tal vez están y no los ves.

-Pero al final es lo mismo, si algo no lo veo no existe.

-¿Y Japón?

-Estaba hablando del interior de mis sueños.

-¿Pero y tú?

-¿Yo qué?

-¿Tú te ves?

-¿En mis sueños?

-Sí.

-Pues no sé, realmente…

-¿Pero te percibes…? ¿Sabes que eres tú, la que está en el sueño?

-Sí, creo que sí… ¿quién más podría ser?

-Pues podría tratarse de otra tú.

-¿Otra yo?

-Sí, una que se conforma con la falta de puentes.

-Pero si soy yo la que actúo así… también en la vida real… es una sensación que se mantiene…

-Pero tal vez sea culpa de esa otra tú…

-Espera… ¿me estás hueveando?

-No… te lo digo porque a veces confiamos mucho en nuestros sueños.

-Pero los sueños salen desde dentro de nosotros.

-Claro, por lo mismo debiésemos desconfiar… nuestro interior no está hecho para la vida exterior, y nos aleja de ella.

-¿Cómo…?

-Que bien podría ser una especie de trampa, una manera de hacer que tu exterior salga derrotado respecto a tu interior.

-Pues yo prefiero esa derrota.

-¿Porque crees que es más puro al no tener contacto directo con el mundo?

-Exacto.

-Pues ese es el error en el que caemos todos…

-¿Pero acaso no es sucio el mundo… o el contacto con los otros?

-No digo que no sea así... pero es una forma errónea de verlo…

-¿Y qué dices tú?

-Yo digo que el interior es peligroso… y no lo digo por aislarse del mundo y esas cosas básicas, sino por descubrir y comprobar que no era yo el Vian del sueño…

-¿A qué te refieres?

-A que un día me desenmascaré en el sueño.

-¿Cómo?

-Es difícil de explicar, pero el punto es que en un sueño cualquiera de pronto me di cuenta que ese yo no era yo.

-Mmm…

-Te lo digo en serio… fue como descubrir que el foco, o que e punto de enunciación, por llamarlo de alguna forma, no era yo…

-¿Y quién era entonces…? ¿Tu yo interior?

-¡Ese es el error…!

-¿Cómo…?

-No puedes hablar de un “yo interior”… es decir, yo soy Vian, y claro que hay algo interno, pero eso no soy yo…

-¿Y quién es ese, entonces…?

-Pues ese es el que derriba los puentes… o el que los esconde… el que te hace creer que no es posible el contacto con otro específico, o con Japón... 

-¿Y entonces tú crees que yo debiese llegar hasta Japón?

-Claro.

-Pero no es tan simple… no es llegar y ponerse a caminar para llegar…

-¿Por qué no?

-Porque está lejos… y porque caminando no se puede…

-Pues si no lo intentas no sabes…

-¿Y tú... que haces justamente lo contrario, me vas a decir eso…?

-Yo no te estoy diciendo nada.

-¿Cómo que no…?

-Te lo repito –concluí-. Yo no he dicho nada.

jueves, 19 de julio de 2012

Toc, toc.



Esta mañana me desperté porque oí golpear una puerta.

Toc, toc, sonaba la puerta.

Y claro, fui hasta la única puerta que había cerca.

La abrí.

No había nadie.

Miré fuera, pero además de un pequeño árbol de naranjas, no había nadie.

Luego me acosté de nuevo.

Entonces leí un poco de A sangre fría, y anoté unas preguntas para una prueba.

Y claro, volví en ese instante a escuchar el sonido de los golpes en la puerta.

Toc, toc, sonaron los golpes.

Esta vez, sin embargo, me quedé inmóvil, intentando escuchar bien desde dónde venía aquel sonido.

Concluí, así, que no venía de la puerta.

Sentía el ruido cerca, pero no sabía dónde, así que comencé a recorrer el lugar.

Era extraño, pero el sonido parecía estar siempre junto a mí, no importaba dónde fuese.

Eso pensaba cuando me encontré frente a un espejo y vi que reflejaba algo extraño.

Es decir, me reflejaba a mí, claro, pero se veía algo bajo la polera, como un bulto.

Toc, toc, sonaba justo ahí, bajo la polera.

La levanté.

Unos 10 centímetros sobre mi ombligo había una manilla, de puerta, de esas redondas.

Recuerdo que entonces pensé que ese tipo de manilla era fome, en vez de asombrarme.

Luego sin pensarlo demasiado, giré la manilla.

¿Y saben…? Creo que me va bien cuando no pienso demasiado.

Lo digo porque se abrió una especie de puerta y salió un pollo.

Uno amarillo y simpático y un poco inquieto que no se dejaba tomar.

A veces se caía de lado porque intentaba caminar en un piso de cerámica.

Entonces, lo vi avanzar hasta el escritorio en que trabajo y saltar de un brinco a la silla.

Luego se quedó ahí.

Segundos después subió  hasta el escritorio, donde estaba el notebook, y golpeó el teclado con el pico.

Siete veces golpeo teclas, escribiendo en el archivo donde estaba haciendo la prueba de A sangre fría.

Toc, toc, escribió. Hasta con la coma intermedia.

Luego me miró y aleteó, como si quisiera decir algo.

-¿Qué quieres? –le pregunté.

-Pío, pío… -me dijo.

La conversación era inútil y poco original, pensé.

Así, como la conversación no era fructífera, el pollo saltó hacia mí, a la altura del estómago.

Entonces, comprendí que quizá quería irse.

Levanté mi polera y el pollo aleteaba, desesperado.

-¿Seguro que quieres irte tan pronto? –le pregunté.

-Pío, pío… -respondió.

Yo lo tomé por un sí.

Por último, lo levanté con cuidado y volví a meterlo por la puerta que había salido.

La manilla desapareció entonces, como por acto de magia.

miércoles, 18 de julio de 2012

Bruce Lee se ríe de mí porque soy torpe.



-Estás por morir –me dijo bruce Lee-. Estás por morir y eres un torpe.

-¿Por morir? –pregunté.

-Sí, por morir –continuó-. Siempre estamos por morir y tú ni siquiera tienes un estilo.

-¿Un estilo de qué…?

-Da lo mismo. Un estilo es siempre necesario. De escribir, de vivir, de luchar… Da lo mismo. El estilo es lo único que te pertenece, todo lo demás te lo quitan.

-¿Quién?

-¿Quién qué?

-¿Quién te lo quita? –expliqué.

-Te lo quitan. Da lo mismo quién lo quita. Solo tu estilo permanece.

-¿Y si no tienes estilo?

-Yo sí tengo estilo.

-Me refiero en general… ¿qué pasa con los que no tienen estilo?

-Esos mueren y se quedan sin nada.

-No suena tan terrible…

-Lo es. No suena, pero lo es.

-¿Y viniste a decirme eso…?

-No… para ser sincero no. Me dieron el dato de que eras torpe, y que peleas chistoso…

-¿Quién te dio el dato?

-Da lo mismo. Me lo dieron. Hubo otros que querían venir, pero al final gané yo.

-¿Cómo…?

-Gané. Hicimos una apuesta y gané. Ahora pelea.

-¿Qué…?

-Pelea.

-No voy a pelear.

-Sí vas a pelear…

Entonces, de improviso, Bruce se acercó hasta un costado de la biblioteca y tomó Luz de Agosto, lo lanzó al aire y le dio una patada que lo hizo partirse en dos, tras chocar con la pared.

Luego, se rasgó la polera y lanzó un grito de lucha.

-No voy a pelear –repetí, aguantando la rabia-. Soy torpe, pero no hueón…

-¡Sí vas a pelar…! -gritó otra vez, rompiendo rápidamente un libro de la Yoshimoto, y otro de Kawabata…

Y claro, fue en ese momento que, al ver los libros rotos, me puse a pensar que la aparición de Bruce Lee no debiese poder romperlos… y hasta comencé a encontrarle un parecido con un amigo que suele gastar este tipo de bromas.

Entonces, confundido aún, fue que lancé el primer golpe.

Quizá fue porque no se lo esperaba, pero lo cierto es que le llegó de lleno en un ojo… y pensé que con eso tendría suficiente ventaja.

Lamentablemente, me equivoqué, y a los pocos segundos Bruce me dejó en el piso, con el cuerpo machacado, entre mis libros.

-Tienes poco espacio acá para desarrollar un estilo –me dijo entonces-. Y estás por morir, acuérdate de eso.

-Yo no voy a morir –le dije, convencido.

Bruce me miró serio un momento, pero luego comenzó a reírse de manera cada vez más estrepitosa.

-Yo no voy a morir –repetí, cerrando los ojos esta vez y tratando de no escucharlo.

-No voy a morir –dije por tercera vez.

Entonces, de golpe, sentí como si una extraña fuerza entrara en la habitación, iluminando todo.

Por último, cuando abrí los ojos, pude ver que los libros estaban nuevamente en su lugar, aunque también comprendí que, de cierta forma, Bruce Lee no me había mentido.

-Sí estás todavía aquí quiero que te quedes a ver mi nuevo entrenamiento –le dije.

Luego de esto, salí a la noche, y comencé.

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