"¿Sabe usted, cómo es el final de aquel juego...?"
R. T.
Jugamos a las adivinanzas con los alumnos de mi jefatura. Es un curso de chicos de unos
14 años con un humor muy extraño. Primero iniciamos con acertijos comunes, pero
luego subimos la dificultad y lo hacemos con mímica y con conceptos absurdos….
Y claro, yo le doy la indicación en secreto a alguno para que el grupo adivine.
-Un conejo amarillo.
-Un yogurt vencido.
-Una linterna sin pilas.
Así, lo crean o no, mis alumnos van adivinando uno
a uno los conceptos que les propongo y me veo obligado a complejizar el
ejercicio.
-Un payaso triste en un monociclo enano.
-Un reloj a que le falta el minutero.
-Un libro al que le han arrancado la página 113.
Y sí, aunque ahora se demoran bastante y se
equivocan de vez en cuando, lo cierto es que logran llegar al concepto tras
unos cuantos intentos.
-¿No me están engañando? –les pregunto entonces.
Y claro, ellos dicen que no y yo les creo… aunque de
todas formas decido vigilar el movimiento de mis labios cuando doy la
instrucción, y ampliar la dificultad, todavía un poco…
-Un hombre en un pozo de piedra del siglo XVII.
-Un niño tomando una coca cola a la que se le ha
ido el gas.
-Una mujer caminando hacia atrás en la capital de
Turquía.
Con todo, si bien varios alumnos se dan por
vencidos, queda todavía un grupo de dos o tres chicas que logra adivinar todo
aquello que invento, más allá de la impericia de alguno de los ejecutantes.
-Para terminar –les digo-, solo voy a dar una
oportunidad de adivinar esta vez… a ver si lo logran…
Así, en definitiva, es que llego a la frase que da
origen al título de esta entrada:
Un hombre que
se creía semáforo descubre un día que tiene un cajón en su frente.
Entonces, el niño ejecutante se para complicado
frente al curso, sin saber bien qué hacer… tocándose la frente de vez en
cuando, pero sin decidirse a un movimiento en particular.
-Un hombre que se creía semáforo descubre un día
que tiene un cajón en su frente –dice entonces una chica mirándome directamente,
y sin titubear.
Yo quedé en silencio.
El resto del curso, en cambio, pensó que la chica
dijo alguna tontería, e incluso cuando el ejecutante confiesa que yo le dije
aquello, ninguno de sus compañeros le cree.
-¿Cierto que no era eso, profe…? –me preguntan.
Y yo sonrío sin responder e intento cambiar el
tema, tratando de no mirar a la niña que
adivinó, directamente.
Así, por un momento, pienso en preguntarle a la
chica qué ve en mí… qué represento, me refiero, allí adelante… pero claro, me
da miedo preguntar aquello y al final termino despidiéndome para las vacaciones…
recomendándoles unas cuantas cosas y pensando incluso que, de cierto modo, esta
bien podría ser una despedida definitiva, de todos ellos.
¿Puede uno llegar a ser transparente para los
otros?, me pregunto entonces… mientras los chicos guardan sus cosas, para
retirarse…
-¡¡RRiiiiiiiinnnggggggg….!! –contestó el timbre.
ja!...ya con el título lograste hacer que viniera corriendo a leerte...y con la justificación que le diste en el texto, qué decir...conseguis siempre dejarme pensando mientras me nace con sinceridad una sonrisa...el plus de poner tu integridad de profesor bajo la lupa ante la "superioridad" de una alumna nos hace reconsiderar nuestra propia ética a través de lo que sería tu humana inseguridad...
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí... diste en el clavo.
ResponderEliminarSaludos.
Una línea de inseguridades, el cajón abierto, existen frustaciones, coca colas sin gas, pero toca que se rellenen los cajones y que las pilas tengan linterna aunque siempre parpadea.
ResponderEliminarBesito sin vacatas, aún.