No sé muy bien por qué ocurre, pero es muy probable
que si un niño se queda solo con un pescado y un cuchillo, el pescado acabe sin
ojos y el niño con una extraña sensación que no intenta, por cierto,
racionalizar.
Puede que ya adultos pensemos que es algo cruel, o
que lo asimilemos a una mala conducta, pero lo cierto es que más allá de los
valores familiares o del entorno, el niño suele incurrir en esta misma acción,
como si existiese independientemente de su propia formación.
Ahora bien, ¿se han preguntado por qué ataca al
ojo?
Es decir, no es que intenten por ejemplo abrir el
cuerpo o cortar la cola… si el niño ataca, ha de dirigirse inmediatamente a los
ojos, y nada más.
Pues bien, la hipótesis que aventuro es que el ojo,
sin duda, es aquella parte del pescado que aparentemente puede verlos, y ante
la cual deben rendir cuentas, lo quieran o no, de sus acciones.
Y claro, es curioso, pero justo se me vino a la
memoria algo que me contaban una pareja de amigos, quienes señalaban que ponían
un pañito sobre los ojos de su hijo dormido, para tener sexo, cuando este se
encontraba en la misma habitación.
Y es que no importaba que el niño tuviese apenas
uno o dos meses, o que estuviese en un profundo sueño… el problema era imaginar
uno de esos ojos viéndolos en esa situación, sin más.
Así, también hay gente que ante situaciones
similares voltea las figuras que tienen rostro… o las fotografías… y la sensación
puede repetirse incluso si imaginamos o recordamos a otro que nos mira y vuelve
incómoda –por llamarla de alguna forma- aquella misma situación.
Con todo, y aceptando que estos no son necesariamente
argumentos válidos para reforzar mi hipótesis, lo cierto es que –al menos para
mí-, la imagen de la sociedad toda, es similar a la de un niño escarbando el
supuesto ojo de Dios, que nos mira siempre –según lo que nos enseñaron-, desde algún
lugar más allá del mundo.
Y claro, el punto no es aquí analizar si Dios es
pez o pescado, ni el grado de conciencia que pueda existir tras el ojo que nos
mira… Por el contrario, creo que el centro de esto es darnos cuenta, quizá, que
el único ojo que no nos mira es precisamente el nuestro… y concluir entonces
que ese sea, en definitiva, el origen de muchos de nuestros problemas.
Así, finalmente, les cuento la experiencia que me
ocurrió cuando pequeño al estar yo mismo con un cuchillo y el pescado en
cuestión, frente a frente, en la cocina.
Pues bien, estaba yo justamente arrancando uno de
los ojos cuando me di cuenta que –por una razón que hasta el día de hoy no me
logro explicar-, apareció otro ojo bajo ese ojo.
Sé que suena estúpido y puedan pensar que es una
mentira, o un símbolo, o hasta una metáfora de algo… pero lo cierto es que en
ese entonces ni siquiera intuía lo que era una metáfora… y solo me asusté lo
suficiente como para no volver a intentar esa maniobra y plantearme, años después, dos preguntas que dejo aquí a
modo de cierre:
1. ¿Habrá acaso otro ojo, bajo ese ojo de Dios que -imagino-, todos
tratamos de arrancar?
2. ¿Habrá alguien lo suficientemente honesto para
dar respuesta, sin titubear, a esa pregunta?
Sin titubear, lo dudo...se trata de algo muy elevado que escapa a lo cotidiano...quizás ese otro ojo sea uno mucho más espiritual que mire aún las cosas que no se ven, o las que se ocultan maliciosamente como segundas intenciones...
ResponderEliminarVolviendo al tema de los ojos inquisidores, tal vez esa sea una razón por la que cada vez más personas se vuelvan vegetarianas...
Un abrazo