miércoles, 4 de julio de 2012

Un niño, un pescado y un cuchillo.



No sé muy bien por qué ocurre, pero es muy probable que si un niño se queda solo con un pescado y un cuchillo, el pescado acabe sin ojos y el niño con una extraña sensación que no intenta, por cierto, racionalizar.

Puede que ya adultos pensemos que es algo cruel, o que lo asimilemos a una mala conducta, pero lo cierto es que más allá de los valores familiares o del entorno, el niño suele incurrir en esta misma acción, como si existiese independientemente de su propia formación.

Ahora bien, ¿se han preguntado por qué ataca al ojo?

Es decir, no es que intenten por ejemplo abrir el cuerpo o cortar la cola… si el niño ataca, ha de dirigirse inmediatamente a los ojos, y nada más.

Pues bien, la hipótesis que aventuro es que el ojo, sin duda, es aquella parte del pescado que aparentemente puede verlos, y ante la cual deben rendir cuentas, lo quieran o no, de sus acciones.

Y claro, es curioso, pero justo se me vino a la memoria algo que me contaban una pareja de amigos, quienes señalaban que ponían un pañito sobre los ojos de su hijo dormido, para tener sexo, cuando este se encontraba en la misma habitación.

Y es que no importaba que el niño tuviese apenas uno o dos meses, o que estuviese en un profundo sueño… el problema era imaginar uno de esos ojos viéndolos en esa situación, sin más.

Así, también hay gente que ante situaciones similares voltea las figuras que tienen rostro… o las fotografías… y la sensación puede repetirse incluso si imaginamos o recordamos a otro que nos mira y vuelve incómoda –por llamarla de alguna forma- aquella misma situación.

Con todo, y aceptando que estos no son necesariamente argumentos válidos para reforzar mi hipótesis, lo cierto es que –al menos para mí-, la imagen de la sociedad toda, es similar a la de un niño escarbando el supuesto ojo de Dios, que nos mira siempre –según lo que nos enseñaron-, desde algún lugar más allá del mundo.

Y claro, el punto no es aquí analizar si Dios es pez o pescado, ni el grado de conciencia que pueda existir tras el ojo que nos mira… Por el contrario, creo que el centro de esto es darnos cuenta, quizá, que el único ojo que no nos mira es precisamente el nuestro… y concluir entonces que ese sea, en definitiva, el origen de muchos de nuestros problemas.

Así, finalmente, les cuento la experiencia que me ocurrió cuando pequeño al estar yo mismo con un cuchillo y el pescado en cuestión, frente a frente, en la cocina.

Pues bien, estaba yo justamente arrancando uno de los ojos cuando me di cuenta que –por una razón que hasta el día de hoy no me logro explicar-, apareció otro ojo bajo ese ojo.

Sé que suena estúpido y puedan pensar que es una mentira, o un símbolo, o hasta una metáfora de algo… pero lo cierto es que en ese entonces ni siquiera intuía lo que era una metáfora… y solo me asusté lo suficiente como para no volver a intentar esa maniobra y plantearme, años después, dos preguntas que dejo aquí a modo de cierre:

1. ¿Habrá acaso otro ojo, bajo ese ojo de Dios que -imagino-, todos tratamos de arrancar?

2. ¿Habrá alguien lo suficientemente honesto para dar respuesta, sin titubear, a esa pregunta?

1 comentario:

  1. Sin titubear, lo dudo...se trata de algo muy elevado que escapa a lo cotidiano...quizás ese otro ojo sea uno mucho más espiritual que mire aún las cosas que no se ven, o las que se ocultan maliciosamente como segundas intenciones...

    Volviendo al tema de los ojos inquisidores, tal vez esa sea una razón por la que cada vez más personas se vuelvan vegetarianas...

    Un abrazo

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