jueves, 31 de diciembre de 2015

Nuevo estilo.


I.

Me dijeron que me buscaba un hombre llamado Rudecindo.

En pleno año nuevo, durante una reunión familiar.

Salí, extrañado, a ver quién era.

-Soy Rudecindo –me dijo.

-No conozco a ningún Rudecindo -contesté.

El hombre me miró detenidamente.

-Vengo a pasar el año nuevo –dijo entonces-. Como poco, traigo mi propia bebida.

Me fijé que traía un botellón de vino.

También me fijé que parecía inofensivo.

-Pase usted –le dije.

-Gracias –contestó.


II.

Presenté a Rudecindo como a un colega.

Se sentó en la mesa, con nosotros.

Comió poco y se comportó prudentemente.

Cuando dieron las doce saludó con mesura y nos dio buenos deseos.

Finalmente, me llevó a un lado y me pasó algo oculto, que traía en la chaqueta.

-Nadie notará el disparo en medio de los fuegos artificiales –señaló.

Yo asentí, porque era cierto.


III.

La pistola que me pasó Rudecindo era pequeña.

Desconozco el modelo, pero era automática y tenía el cargador lleno.

Rudecindo me explico cómo sacarle el seguro y me indicó la forma de tomarla para evitar el rebote.

-Gracias –dije yo.

-No te demores y haz lo que debas –me dijo, antes de irse.

Luego se despidió de mi familia, de forma muy cortés,

Nadie sospechó nada.


IV.

Disparé dos veces y fue suficiente.

Supongo que siempre es así, cuando se hace.

Luego busqué argumentos para sostener esos disparos.

Encontré algunos.

No en una mala forma de terminar el año, me dije.

Luego vacié el cargador, disparando mis tiros al aire.

Nadie entendió nada, estoy seguro, pero era algo que debía hacer.

Ese era mi nuevo estilo.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Si muero un día de estos (canción - traducción libre)


Si muero un día de estos
no voy a venir a penar,
voy a ser indiferente como Dios
y dejaré que los otros caigan
por su propio peso.

Pueden tener ustedes
mi palabra,
no los vendré a penar,
no tiraré sus ropas
ni moveré objetos,
es decir,
no colaboraré en lo absoluto
para llenar sus vidas
de anécdotas que contar
en una tarde cualquiera.

No interrumpiré sus vidas,
es cierto,
pero sepan que en cambio
me sentaré siempre cerca
a observar cada uno
de vuestros quehaceres,
y así tal vez
de alguna manera
actuarán para mí, sin saberlo.

Aunque no tenga qué hacer
no los vendré a penar,
pero así y todo
no se sentirán tranquilos
pues el vacío hará nacer
en ustedes
una duda razonable:

¿y si el hueón ,
en silencio,
nos está despreciando?

Pasaré a ser entonces,
junto a ustedes,
un observador sin voz,
un juez sin poder
o hasta un Dios sin iglesia,
y rogarán ustedes
en silencio también
por la más pequeña
de las manifestaciones.

Y es que si muero un día de estos,
recordarán ustedes que les dije
que no vendría a penarlos,
pero sabrán también, de cierta forma,
que estoy ahí
y mi indiferencia
hará surgir en ustedes,
como ya les dije,
una duda razonable:

¿y si el hueón ese,
en silencio,
nos está despreciando?

martes, 29 de diciembre de 2015

Rechazar el premio de un concurso belga


El hueón
ese
hizo
un poema
que alcanzó
según él
más de 300
versos.

Lo mandó
entonces
a un
concurso
literario
belga
de gran
renombre.

El poema
tenía
justo
304 versos,
muy similares
a estos
que usted
ve acá.

Los agrupó
en estrofas
de ocho
versos
y metió
en ellos
palabras
importantes.

Amor,
vida,
sexo,
espíritu,
tiempo,
muerte
y un par
de chuchás.

También
citó nombres
respetados
y hasta
usó
símbolos
de gran
trascendencia.

Y claro,
bastó eso
para ganar
el concurso
literario
belga
de gran
renombre.

De premio
un par
de miles
de euros,
unos pasajes
y estadía
de lujo
en un hotel.

Bien por él
debiese decir,
pero
en realidad
me tiene
pica´o
el mono
culiao.

Y es que
se vendió
el muy
mierda,
aunque él
asegure
que es parte
de un plan.

(Utilizar
el momento ese
al recibir
el premio,
para hablar
de cosas realmente
importantes
no poéticas).

Con todo,
yo creo
que el hueón
ese
se está
engañando,
como
todos.

Pobre hueón,
yo hasta
le creía
cuando
encontraba
cada día
una mierda distinta
en su blog.

Y que alguien
crea en ti
debiese ser
suficiente
para rechazar
cada uno
de los premios
de renombre.

Es cierto
que escribía
cada vez
con más
desgaste,
pero eso
ocurre
sin excepciones.

Sé también
que está cesante,
y que hasta podría
exculparlo,
pero yo creía
necesitar
que estuviera
limpio.

Por lo mismo,
si lo ven
por ahí,
traten
de convencerlo
para que rechace
el premio belga
de renombre.

Les recomiendo
invítarle
unas cervezas
ya que
borracho.
es el tipo
más honesto
que conozco.

Y es que está
Escribiendo mierda,
es cierto,
pero le tengo
fe,
porque sabiéndolo
al menos
sigue intentándolo.

Así,
digamos que
si esto sirve
para que
el hueón ese
no se crea
el cuento,
ya valió la pena.

Después de todo,
no fue Jesucristo,
quien anduvo
sobre el agua,
sino que fue
el agua,
justamente,
quien lo sostuvo.

No sé bien,
en todo caso
que quiere
decir
lo anterior,
pero creo estar
seguro
que él lo sabe.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Chinos tejiendo canastas.


Conocí a un chino en Londres hace algunos años.

Él estudiaba un doctorado en historia, aunque no recuerdo bien en qué ámbito en particular.

El punto es que un día mientras tomábamos algo –él bebía desde un plato, por cierto-, me comentó que su padre tenía una pequeña empresa en China, en la que se tejían canastas.

Lo dijo solo como un dato, en todo caso, sin reflexiones sobre el tipo de trabajo o cuestionamientos sobre condiciones laborales o el número de gente que trabajaba en el lugar.

Recuerdo que en la conversación –bastante difícil por mi pésimo inglés-, intenté sacarle algo de información sobre la empresa de canastas. De hecho, hasta le pasé lápiz y papel para que dibujase una de las canastas que hacían.

-Eso no es importante –me dijo. Y se negó rotundamente.

Debimos conversar un par de veces más en los días que pasé allá y lo cierto es que no podía dejar de darle vueltas a la imagen de chinos tejiendo canastas.

De hecho, hasta soñé con chinos tejiendo canastas, mientras sucedían otras cosas en ese viaje, que me parecían en ese entonces, en extremo importantes.

Visto ahora incluso, a la distancia, tengo la impresión que todo lo que ocurrió en ese viaje, sucedió mientras un grupo de chinos tejían canastas, en silencio.

Así, hasta el día de hoy, cuando estoy en situaciones complicadas o que me afectan en demasía, trato de respirar hondo y mirar hacia un lado, donde los chinos esos que siguen el mismo proceso.

Quién sabe cuántos chinos, cuántos años o cuántas canastas…

Eso no es importante.

domingo, 27 de diciembre de 2015

El buzón-rana-distinguida.


No necesitaba más que el buzón de la esquina. Uno de metal, muy antiguo, que estaba ahí desde por lo menos treinta años. Llevar una carta, de hecho, y meterla por la ranura, era como alimentar una hermosa y distinguida rana de metal. O al menos yo lo imaginaba de esa forma. Así, buscaba excusas para enviar cartas a las personas más inverosímiles, desconocidos muchas veces a quienes escribía para contarles algo simple, nada más: ¿Sabe usted que su código postal se lee igual en ambas direcciones? ¿Me deja contarle un resumen de Luz de Agosto…? ¿Se sabe el chiste del cocodrilo que andaba con muletas…? Cosas de ese estilo. Supongo que era algo así como buscar lectores. Trabajo personalizado, claro, pero se trataba de conseguir lectores al fin y al cabo. Además estaba el asunto ese del buzón-rana-distinguida que se encontraba cada vez peor alimentado. Mis cartas sonaban siempre al chocar en el fondo, y lo cierto es que nunca vi a nadie más meter una carta dentro de él. Por esto, supongo, fue que comenzaron a espaciarse los retiros de cartas. Dos semanas en un principio y luego ya solo venían una vez al mes. Si su carta apremia, decía una circular adosada, le rogamos llevar su correspondencia hasta la sucursal más cercana. Aunque claro, yo no hacía eso… y dudo que alguien más utilizara el servicio de correos, en ese sector. Pasó entonces el tiempo hasta que un día me encontré con una nueva circular que anunciaba el retiro definitivo del buzón. Y claro, fue entonces que el buzón-rana-distinguida me exigió silenciosamente una carta de despedida. La escribí y la eché al buzón, días después incluso que lo hubiesen clausurado. Un par de semanas después vinieron a quitarlo. Rompieron la vereda, lo sacaron y lo echaron a un camión. Mi última carta iba dentro. Nunca escribí otra.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Rastrillos.


Yo creo que se pusieron de acuerdo.  De otra forma no habría resultado. Todos los vecinos de la calle sacando rastrillos a la misma hora, a eso me refiero. Sacándolos y pasándolos una y otra vez sobre lo que hubiese en el antejardín, sin distinción alguna. De haber estado sobrio hasta me habría dado miedo, estoy seguro. Además estaba el hecho de que no me hubiesen informado. Y es que toda la calle estaba rastrillando, menos yo. Supongo que eso debe querer decir algo. No me atreví a preguntar directamente, pero los miré de reojo todo el rato. El calor y el ruido de los rastrillos transformaba la escena en una especie de película de terror. Aunque claro… el estar borracho me suele proteger de sensaciones extremas... Sin pensarlo mucho entré a casa en busca de mi propio rastrillo. Revolví todo hasta recordé que no tenía. Lo más cercano que encontré fue una pala con el mango roto. La saqué de todas formas. Sentí que los vecinos me miraban. Todos seguían usando sus rastrillos, pero estoy seguro que observaban, de alguna forma. Entonces tomé una última cerveza y comencé a cavar, en el antejardín. Nada muy profundo, en todo caso, pues el suelo estaba seco y solo quería estar ahí, con los otros, haciendo ruido. Fue en ese instante que me golpeó la primera piedra. Era pequeñita, en todo caso, y me había caído en un hombro. Tras pensarlo decidí que tal vez hubiese saltado sola, mientras cavaba. Lamentablemente, cayó entonces otra piedra. Y luego una un poquito más grande que me golpeó directamente la cabeza. Me llevé los dedos al lugar del impacto y descubrí sangre. Un pequeño hilo de sangre que salía como un chorrito. Ninguno de los vecinos, por lo demás, daba muestras de haberme agredido. Todos seguían con sus rastrillos, como si no hubiese pasado nada. Yo también seguí cavando, sin alterarme, bajo el sol. El hilo de sangre se mezcló con el sudor y la sensación era molesta. Además comencé a marearme. Solo podía pensar en que los vecinos se habían puesto de acuerdo y que eso debía querer decir algo. Estaba tan molesto que no me percaté que los vecinos ya comenzaban a entrarse. De hecho, fui el último que se quedó en el antejardín. Hice un agujero de unos cuarenta centímetros de profundidad, con la pala. Terminaré por llenarlo, un día de estos. Así siempre suceden las cosas.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Esto es injusto, pero no importa.


Esto es injusto, pero no importa. Además todo es injusto, si se piensa. El otro día un viejo, por ejemplo, comentó que había logrado comprender la vida. Y claro, murió a las pocas horas. Eso sí que me parece injusto. Visto así, de hecho, todas las otras injusticias parecen pequeñas. El viejo en cuestión, por cierto, era el padre de un amigo y murió un día antes de navidad. No es que lo terrible sea la muerte, en todo caso, pero al menos molesta el absurdo. No me digan que la vida es justa, por favor. No den vueltas los argumentos. En el entierro, por ejemplo, no faltó quien intentó decir que al menos murió comprendiendo, y que eso da tranquilidad. Pura mierda, si se piensa. Y es que lo que comprendió –supuestamente-, fue la vida, y no la muerte (que le aconteció de inmediato). He ahí la injusticia máxima. Con todo, conocer el absurdo y la injusticia que hay detrás es al menos un avance. No esperar la justicia, me refiero. No desearla, siquiera. Agradecer lo que llega, nada más, porque pudo ser peor. Hasta la muerte, si se piensa, ya que pudo tocarte un forense necrofílico o pudieron incluso robarte las córneas. Obviamente es un ejemplo, no es que me importen las córneas, especialmente. Dicho lo anterior, no me queda sino volver a esto un poco más resignado. A esto que en un principio mencioné que era absurdo y a lo que vuelvo a agregar que en realidad no importa.  Sinceramente, lo digo. Y es que vivimos en un planeta que flota sobre la nada, después de todo. El equilibrio y la justicia, finalmente, solo fueron inventos temerarios.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Regalos sin abrir.


En mi caso, guardo siempre un regalo sin abrir, me dijo. El que suele verse mejor, para ser exacto. De hecho, tengo hasta un lugar en la casa para dejarlos, pues es un ritual que sigo desde hace años. No se trata de guardarlos para abrirlos después, por cierto. Ni siquiera pienso abrirlos, si soy sincero. Y es que los dejo ahí, finalmente, para recordarme que no los necesito. No los regalos, precisamente, pero digamos que ellos funcionan como símbolos, en este proceso. Tengo lo que necesito, me digo, cuando los veo. Lo extraño es que cuando cuento todo esto, mis amigos suelen ofenderse en vez de alegrarse… cuestión que me lleva a dudar incluso si son o no, verdaderamente, mis amigos. Y claro, ocurre entonces que me ofusco y esos amigos se transforman en otros de esos regalos sin abrir, prácticamente. Y parte del mundo entero, ya que estamos. En una de esas, sin embargo, el egoísta soy yo, tal como ellos dicen, pero sinceramente me nace sentir que tengo la razón, en esta disputa. Después de todo, sé quién me envió cada una de esas cosas que no necesito, excediendo mi necesidad y mi felicidad natural. Lo sé, y me alegro que me hayan ayudado a darme cuenta de aquello que ya poseo. De verdad no sé por qué se enojan… lo juro.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Desconfiad de la gente con sombrero.


Desconfiad de la gente con sombrero.

Los animales no usan sombrero.

Ni el sol ni los astros utilizan sombrero.

Jesús no usaba sombrero.

Aunque claro, desconfiad también de él, de todas formas.

Desconfiad sobre todo del Jesús ese que actuaba amable.

Desconfiad del que guardó silencio.

Desconfiad del que se dejó matar, sin luchar por su cuerpo.

Desconfiad incluso de la corona de espinas,
pues podría tratarse de un sombrero encubierto.

Ahora bien, caminen por las calles y busquen personas con sombrero.

Sigan sus pasos, si quieren, y analicen brevemente sus acciones.

Comprueben ustedes mismos que en ellos no pueden depositar su confianza.

Luego vuelvan y hablemos.

Sin sombreros, hablemos.

Pregúntenme adónde voy y cuéntenme dónde van ustedes.

Háblenme de aquello en qué creen y de aquello en que necesitan creer.

Así, lleguemos a un acuerdo sobre cuáles son las cosas verdaderamente necesarias.

Hablemos con franqueza.

Comprendámonos.

Yo mismo, por ejemplo, les contaré que a veces tomo rutas largas.

Confesaré que me pongo brevemente un sombrero para hablarles de algo 
cuando en realidad quisiera 
llevarlos a otro sitio.

Un ejemplo, por cierto, es este texto.

(Aunque mi vida entera tal vez, 
pueda también servir de ejemplo)

Desconfiad de la gente con sombrero, en definitiva,
pero no desconfiéis de la gente,
por sí sola.

Ese debiese ser (tal vez) el final de todo esto.

martes, 22 de diciembre de 2015

Ratones en el laberinto.


Visitamos el laboratorio de una universidad privada que quería un pequeño reportaje y unas fotografías.

De esos laboratorios que incluyen zonas de seguridad, gran número de compuestos químicos, órganos en formol y hasta esos típicos laberintos con ratones blancos.

Los encargados, de hecho, nos mostraban orgullosos las instalaciones.

Y claro, nos contaban cómo criaban ellos mismos sus propios ratones.

Nacían tantos, nos decían, que a veces los donaban a otras universidades.

Ojalá destaquen eso, nos dijeron.

Proveemos a otras universidades.

Yo hice como que anotaba, para que quedaran tranquilos.

Quizá fue por eso –por hablar tanto de los ratones-, que uno de los tipos nos invitó a presenciar un experimento que hacían con algunos de ellos.

Observen, nos dijo.

Este ratón caminará desde este punto hasta el otro extremo del laberinto, y apretará el botón rojo, con su hocico.

Y claro, nosotros observamos.

El ratón, segundos después, hizo exactamente lo que el hombre había dicho.

Por último, luego de apretar el botón, el hombre le entregó al ratón un pequeño trozo de queso.

Saquen fotos de eso, nos dijo.

Y claro, nosotros sacamos fotos del ratón sujetando entre sus patas delanteras el pequeño trozo de queso.

Todo parecía haber funcionado perfecto.

Ya en la tarde, sin embargo -tratando de escribir el texto-, terminé por redactar una entrevista donde el ratón nos explicaba cómo había amaestrado a unos tipos para que le dieran queso cada vez que apretaba un botón rojo.

-Son hueones muy ingenuos… -decía en la entrevista, aquel ratón.

Así, finalmente, mandé ese texto junto con un par de fotos, a la universidad privada.

Todavía no responden mis mensajes.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Tres puertas.

“Hay tres puertas. Todas azules y con números dorados. Era a finales de los ochenta. Yo pedí la dos porque me pareció ver una luz bajo la puerta. El público aplaudía y gritaba cosas. Creo que la mayoría gritaba para que yo abriese la uno. Insistí con la dos de todas formas. El animador entonces abrió la uno, para ver qué había perdido. Tras ella, había un par de electrodomésticos. No era un mal premio, si pensamos en la época. Entonces el animador volvió a insistir por un cambio. Ahora el público gritaba para que abriera la tres. Yo no cambié mi decisión. Para crear más suspenso abrieron primero la número tres. Tras ella se encontraba un perro San Bernardo ya adulto y con comida para cinco años. Era un premio extraño. El animador se acercó al perro e hizo el loco durante un rato. Yo no me distraje. Vi sombras bajo la puerta dos. Vi que se apagaba la luz y hasta me pareció oír ruido. Entonces el animador hizo una última oferta. Podía cambiar la puerta dos por lo que tenía en un sobre, en su chaqueta. La abrió un poco, para que viera, y me pareció distinguir dos sobres, en ella. El público volvió a insistir para que cambiase mi decisión. No quise hacerlo. Entonces, el animador se dio por vencido y se decidió a abrir la puerta dos. Hubo redoble de tambores y luego una música que resaltaba la decepción. Tras la puerta había una caja con manzanas podridas. El animador las tomaba y se las mostraba al público. Tal vez encuentre en ellas un gusano de oro, me dijo. El público rio. Entonces me ofreció una pequeña suma de dinero como premio de consuelo. Dio por hecho que yo la aceptaría, pero le dije que no. Él se puso serio. Luego pasaron a otra sección. A mí, en tanto, me mandaron en taxi, con la caja de manzanas. Ya en casa, con las manzanas, descubrí que entre ellas había como tres o cuatro en buen estado. Guardé, de todas formas, el resto. Después de todo Schiller, según recuerdo, confesó que olía una manzana podrida, ante la página en blanco, como fuente de inspiración. Nunca más participé en un concurso televisivo. Ese es mi testimonio.”
M. A. B., como parte de libro testimonial,
Retratos de una época.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Ella estuvo tomando sol.


Ella estuvo tomando sol.

Ella estuvo tomando sol, toda la tarde.

Tenía un bikini negro.

Tenía una gaseosa.

Tenía un libro de Conrad, a un costado.

Pobre chica.

Pobre chica que no sabe el daño del sol.

Pobre chica que no midió las consecuencias.

Contestó el celular un par de veces.

Rio bastante durante la segunda llamada.

Luego se tendió boca abajo.

Se desabrochó entonces la parte de arriba del bikini.

Se sacó la parte de arriba del bikini.

Se quedó quieta en esa posición, como una muerta.

No fueron diez minutos.

Fueron un par de horas.

Si alguien hubiese estado ahí, se habría asustado.

No podía ser que solo estuviese dormida.

Si hasta los pájaros del lugar, deben haber pensado lo mismo.

Fue entonces que volvió a sonar el celular.

Sonó el celular y ella hizo un ligero movimiento.

No lo respondió, pero al menos la sacó de su quietud.

La llevó a dar señales de vida.

Poco después tomó la gaseosa y dio un sorbo.

Hizo un gesto de molestia y dejó la botella a un lado.

Volvió entonces a amarrarse la parte de arriba del bikini.

Se tendió ahora boca arriba.

Quedaba todavía un poco de sol.


No tocó, finalmente, el libro de Conrad.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Llegar al número final.


Estaba con insomnio. En la cama. Contando. No contando ovejas, por cierto, ni nada en particular. Solo números. Aunque no sé realmente si se puedan contar números. El punto es que tras mucho contar supe que había llegado al número final. Sé que no es lógico decirlo así, pero ese es el recuerdo que tengo. Llegué al número final, estoy seguro. Es decir, ni siquiera sabía si los números podían contarse a sí mismos y de pronto descubro que no hay más. Que todo eso del infinito de lo que siempre sospechaste, era un cuento, simplemente. Esa noche, debo haber renunciado a dormir luego de ese descubrimiento. De hecho, recuerdo haber encendido luces y buscar un cuaderno donde anotar aquello que me había sucedido. Y es que el final así, de pronto, venía a acabar con una serie de cosas que hasta ese entonces creía ciertas. Era una sensación extraña, sin duda. Ilógica incluso, si se quiere, pero profundamente cierta. Tengo memoria, por ejemplo, de haber escrito el número final en una hoja y haber intentado sumarle algún número… pero cualquier intento resultaba infructuoso. Y es que había llegado al número final. De eso estaba seguro. Todo de casualidad y gracias al insomnio, pero lo había hecho. Fue así como intenté explicárselo a todos durante las próximas semanas, sin ningún resultado. En cambio, me intentaron convencer respecto a mi propia experiencia. Dijeron que era imposible. Que debo haber estado soñando, o somnoliento. Que el número aquel al que llegué y he olvidado, en realidad no existe. Y claro, yo les dije que sí… que debían tener razón… que era cierto. No quise insistir. No volví, de hecho, a hablar de aquel tema. Mentí, por supuesto, si es que quieren saberlo. Todos lo hacen.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Pájaros que arrancan las semillas.


Pájaros que arrancan las semillas.

Sueño con pájaros que arrancan las semillas.

Vienen al amanecer en grandes bandadas.

Bajan hasta la tierra sin el más mínimo cuidado.

Ni siquiera necesitan las semillas.

Apenas las mastican.

Y las escupen.

Son apenas vehículos del daño.

Hordas que arrancan aquello que creíste sembrar.

Semillas destinadas a crecer.

Semillas que llegaron a arrojar brotes…

Hasta que llegaron los pájaros, claro.

Y sus picos hurgaron en la tierra hasta despedazar las semillas.

Pájaros oscuros.

Pájaros que no comprenden, siquiera, sus propias acciones.

Pájaros que atacan cuando apenas salimos del sueño.

Graznan al amanecer.

Avisan que su tarea está hecha.

Vuelven a emprender el vuelo esperando que no volvamos a sembrar.

Ilusos.

Su daño es siempre menor al corazón que habita –o debe habitar-, en cada hombre.

Pueden volver cuando quieran.

Mis manos quedan abiertas.

No nacerá en mí el rencor ni el desamparo.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Perder algo que no tienes.


A todos nos pasa.

La sensación esa de perder algo que no tienes.

Yo hasta lo busco, incluso, luego de perderlo.

En una oportunidad, por ejemplo, llamé un taxi.

Apenas llegó, le pedí que me llevara donde estaba aquello que había perdido.

El taxista no entendió, pero me llevó de todas formas hasta un local con letreros brillantes.

En el local vendían cervezas y podías jugar a los bolos.

Tomé seis botellas y derribé apenas cuatro pinos.

No era una buena marca.

De hecho, antes tomaba al menos diez cervezas y ni siquiera me mareaba.

Me sentí mal entonces, y comencé a observar simplemente el juego de los otros.

Había un viejo que hacía chuza a cada rato.

Luego, en las pausas, el viejo tomaba jugo de chirimoya.

Y claro… pensé entonces que ese era el truco.

Pedí un jugo de chirimoya y volví a arrendar una pista.

Tras varios intentos, solo boté unos cinco pinos.

Debía volver a analizar al viejo ese.

Lo miré con atención y fui descartando elementos.

Luego me convencí que su secreto debía estar escondido en algún sitio.

Así, finalmente, decidí que el secreto debía estar escondido en su bolso.

Lo tomé entonces sin que me viera y me fui del local.

Ya en casa abrí el bolso.

Además de una camisa y unos zapatos gastados encontré unas cartas de naipe inglés.

Nada de eso tiene significado alguno, me dije.

Tomé otra cerveza.

Comencé un libro de Thomas Pynchon.

Volví a perder entonces, otras cosas que no tengo.

Quise buscarlas, pero no supe dónde, nuevamente.

Debe ser tan fácil que no lo veo, me dije.

Prendí la radio.

A lo mejor nunca he amado nada… decía una canción.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Desde la zona de triples.

Lanzas desde la zona de triple. Te devuelves incluso, para intentar la pequeña ventaja. El punto extra que no sabemos aún qué significa. Eso es lo que haces. Ni siquiera da para una historia. Ocurre simplemente que estás en la zona de triples. Y que hay una oportunidad. Y que te arriesgas. No es que no hubiesen opciones. Siempre podías acercarte. Incluso podías dar un pase. Tal vez la línea esa, en el piso, era a fin de cuentas el límite último de algo… Todo eso lo intuiste. Lamentablemente, creíste que intuirlo era lo mismo que entenderlo. Ese fue el error más importante. Lo mismo pasa siempre, en todo caso, en distintos órdenes de cosas. Ahora se trata solo de un triple, por lo menos. Y la línea en el piso, al parecer es solo eso. La comprensión no cabe en este sitio. Tampoco cabe ningún pensamiento. Vuelves entonces a reubicarte. Miras tus pies para asegurar la zona. Luego viene el impulso. El movimiento. Y al final un pequeño momento que nunca confiesas, pero que existe, y en el que siempre te preguntas para qué. Todos lo hacen, en todo caso. De alguna forma todos lo hacen. El freno. La zona de triples. El proceso entero del que hablaba, me refiero. De eso se trata, por supuesto. Y es que ni a ti ni a mí nos importa el resultado final del lanzamiento, después de todo. Ambos miramos hacia otro lado.

martes, 15 de diciembre de 2015

Bajo la ducha.


Moriré en una ducha. Bajo el agua. Las gotas seguirán cayendo y yo estaré abajo, muerto. Por otro lado, nadie sabrá que he muerto. En eso pienso antes de meterme bajo el agua. Moriré en poco rato, me digo. Esta ha sido una buena vida. A veces pienso más cosas, es cierto, aunque finalmente, solo son sensaciones. Nada concreto, me refiero. Solo el repaso de ciertas sensaciones que, llegado el caso, pueden llenar una vida. Yo, en cambio, las dejo ir, mientras cae el agua. Es como si le quitase el tapón a las sensaciones y uno se desangrara de ellas, ahí en la ducha. Una muerte, entonces, digamos sin adornos. Eso o un tipo de muerte, al menos. Cada noche. Bajo la ducha. El agua que golpea y reconoce en ti a un ser que ocupa espacio. Un agua que te delimita, entonces, mientras te desgasta poco a poco. Eso mientras te deshaces como el jabón. Desapareces bajo ella, me refiero, y no importa. A eso vas, además, cada noche. Es un rito necesario, incluso, si se quiere ver de esa forma.  O si se necesita ver de esa forma. Yo lo acepto así, al menos. Moriré esta noche. Mañana en la noche, moriré también. Siempre bajo el agua. Siempre aceptando esa muerte de la misma forma como aceptas la vida. Moriré en una ducha. El agua seguirá cayendo y yo estaré abajo. Esta ha sido una buena vida, diré. Alguna vez será la última.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Punto ciego.


En su tratado sobre la visión (Óptica, color y visión, UNAM, 1984), Wingarden demuestra que todos los seres humanos tenemos un punto ciego. Lo hace a partir de pruebas médicas –que aquí no vienen al caso-, y de experimentos lo suficientemente claros como para poder ponerlos en duda.

Aun así, el propio Wingarden acepta que ese punto ciego –el verdadero punto ciego de un individuo-, es desconocido para el propio individuo que lo padece. De hecho, a partir de una serie de observaciones –que puede usted mismo buscarlas, si le interesan-, Wingarden demostró que somos incapaces de integrar el punto ciego a nuestro campo normal de visión, aunque un especialista nos demuestre, incluso, nuestro error o incapacidad.

Por otro lado –y he aquí lo central del trabajo de Wingarden-, debido a la existencia de este punto ciego, ningún individuo podría jactarse de ver totalmente la realidad. O no de forma íntegra, al menos. Debido a esto, las distintas visiones recogidas por los individuos debiesen trabajar de forma complementaria, si se quiere tener la posibilidad de llegar a un conocimiento acabado sobre cualquier tipo de fenómeno.

Y es que el punto ciego del que habla Wingarden no se aplicaría solo a realidades macro, ni tampoco sería algo exclusivo de un sentido de percepción específico (en este caso la vista).

En este sentido, la propuesta vendría a ser que ese punto ciego opera al nivel del tacto, de la audición, del gusto… y hasta del entendimiento en su totalidad. Es decir, se trata de un punto ciego que opera al nivel general de la comprensión, tanto de aquello que somos, como de aquello(s) que nos rodea.

Veamos si entendimos, ¿existe un punto ciego en el ser que amamos, en el Dios que creemos, o hasta en la visión que tenemos de nosotros mismos…?

Wingarden responderá que sí, por supuesto, y concluirá diciendo, que ese punto ciego es además el respiradero por el cual se mantiene viva la realidad, permitiéndole al hombre trasladarla desde el lugar en que existe fenomenológicamente, hasta el órgano aquel en que la comprensión y la creencia se aúnan y nos ayudan a construir un sentido para nuestra propia existencia.

¡Buenas palabras, Wingarden…!

domingo, 13 de diciembre de 2015

Ella quería hablar / ¿Acaso el mundo se va a acabar?


Él:

Ella se acercó y me dijo que quería hablar. Lo típico. Igual que siempre, ya sabes. Todo en silencio y entonces colocó ese tono serio, miserable. Era como si se hubiese muerto alguien o si se fuese a acabar el mundo. Creo que le dije esa frase. El punto es que ella se enojó más. Me acusó de mil cosas y empezó a gritar. Con garabatos incluso, y eso que ella nunca los usa. Yo creo que los vecinos escucharon. Preferí callar para que se calmara, pero ella seguía igual. Incluso arrojó unas cosas. Algunas se quebraron... Supongo que fue entonces que los deben haber llamado. No era para tanto, ya ven. Me refiero a que nadie golpeó a nadie y solo se rompieron cosas chicas, sin valor. No se acabó el mundo ni nada de eso y además esto ya venía mal. Yo lo tomo como un fin ruidoso, nada más. Tal vez sea mejor así, para que no queden ganas de volver ni nada de eso... No creo que se me olvide ningún detalle…


Ella:

El problema es que él no toma nada en serio. Estaba borracho, además. El departamento entero tenía olor a trago, ustedes deben haberse dado cuenta. Le pedí que habláramos, de buena forma. Él ni siquiera se movía. Yo creo que quería hacerme reaccionar así. Me decía: ¿de qué quieres hablar? ¿acaso el mundo se va acabar? Yo intentaba explicarle, pero él seguía con lo mismo: ¿acaso el mundo se va a acabar?, decía. Lo debe haber dicho unas quince veces, por lo menos. Yo aguanté harto, pero él seguía con lo mismo. Entonces no pude más y me explotaron los nervios. Son meses aguantando lo mismo, no es que yo sea así… Y es que sentía como si de verdad quisiese que se acabara el mundo. Entonces le dije que sí, que el mundo se acababa y hasta debo haber botado algunas cosas… No es que quisiera agredirlo a él en particular, yo quería mostrarle que el mundo se venía abajo, nada más… ¡Claro que se acaba el mundo…!, le gritaba… ¿y saben...? yo creo que él se lo creyó… O sea, de verdad lo vi asustado… Como si detrás mío hubiesen habido unos ángeles tocando trompetas o algo… Además fue justo entonces que ustedes golpearon y lograron entrar… Él tenía los ojos llorosos… Yo creo que hasta estaba comprendiendo… De verdad me apena la situación… o sea, me da vergüenza… Qué pena hacerlos venir por esto... No, no creo que se me olvide nada... 

sábado, 12 de diciembre de 2015

Hueón de pequeño.


De pequeño
como parte de mi instrucción cultural
me dijeron que Chet Baker
tocaba excelentemente la trompeta
y cantaba con voz suave.

Yo, como era hueón,
no dejé de preguntarme
qué trucos haría
o como tendría la boca,
Chet Baker,
para cantar y tocar la trompeta
al mismo tiempo.

Con el tiempo,
y atento a esa anécdota que recién contaba,
he concluido que esa es la clave
que explica por qué uno es hueón
cuando pequeño.

Me refiero a la creencia
-hueona creencia, por cierto-
de la indivisibilidad del mundo
o del tiempo
o hasta de los otros,
siempre en función de una comprensión
que creemos completa
y de la que no alcanzamos siquiera
a dudar,
en ese entonces.

Y es que recién con los años
logramos entender
que no existe un mismo tiempo
para nadie.

Y claro,
ya que estamos,
ni siquiera un mismo mundo.

Con todo,
ese nuevo aprendizaje,
no viene a quitarnos
necesariamente
lo hueón,
sino simplemente a cambiar
esa forma de serlo,
a un nuevo estilo
que podríamos llamar
más sofisticado.

Y preferimos quedarnos entonces
con el Chet Baker trompetista
o con el Chet Baker cantante
olvidándonos entonces de ese otro Chet Baker
que tal vez por la misma incomprensión
se reventó la vida.

Ese es en parte
el problema.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Vecinos.


Ella me cuenta sobre un vecino que fue visto matando un gato.

Lo denunció un testigo que tiene una casa de tres pisos.

Entonces vino la policía y, tras investigar, descubrieron evidencia de otros animales muertos.

De eso hablamos un rato y de cómo parecía un tipo normal.

Por otro lado, me cuenta, ha habido varias quejas sobre ese vecino de la casa de tres pisos.

Al parecer, también fue denunciado por otros vecinos que lo han visto demasiadas veces mirando en dirección a sus casas.

Creo que lo obligaron, por lo mismo, a no abrir las cortinas de las ventanas del tercer piso.

También hablamos de la casa en que no cortan la maleza y de aquella en que se ahorcó don Mario y que no han logrado arrendar, desde entonces.

De esta forma, se van sumando historias y anécdotas ocurridas en el último tiempo.

Operaron al papá de Andrés.

La chica de la esquina o está gorda o está embarazada.

Un sobrino de la señora Margarita se inventó un autosecuestro y hasta salió en la tele.

Por último, ella me cuenta que se armó una comisión para que todos los vecinos celebren juntos la navidad.

-¿No te parece raro? –le pregunto entonces-. Como que algo en las historias no calza…

-¿Y qué más querías?, -me dijo-. Vivimos en un planeta que está flotando en la nada.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Polillas.


Los chinos cuentan una leyenda
en que las polillas
terminaban por engullir el sol.

Aunque claro,
no era el sol directamente,
aquello que engullían,
sino la luz del sol,
poco antes que esta
llegase hasta la Tierra.

Revoloteaban sobre las aldeas
y ascendían al cielo
manteniendo todo en penumbras
por largas temporadas.

Cuando esto sucedía, por cierto,
solían perderse plantaciones
por lo que el hambre
y la oscuridad
se fundían,
según la historia china,
en una sola desgracia.

El final de esa leyenda,
por otro lado,
tiene diversas variables.

En una de ellas
se decía que las polillas
luego de llenarse de luz
se convertían en estrellas.

En la otra,
las polillas simplemente se quedaban ahí,
mientras los hombres se emborrachaban
en los bares del pueblo.

Finalmente,
en esa segunda versión,
los borrachos orinaban
eliminando líquido de un tono tan brillante
que las polillas bajaban hasta él
y perecían ahogadas.

Ustedes, por cierto,
pueden elegir
la versión que gusten.

Yo, por mi parte,
prefiero pensar que las polillas
se quedan simplemente engullendo
la luz del sol,
mientras los hombres
se emborrachan en los bares
y orinan ese líquido brillante
iluminando la tierra
con ríos luminosos.

Nuestra propio verano
con nuestro propio carbón,
diría Melville.

Pero él ya no está
con nosotros.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Sapos, contra la decepción.


I.

Después se lo adjudicaron varios, pero creo que fue Schopenhauer quien recomendaba tragarse un sapo cada mañana como remedio contra la decepción.

Yo le creí y como la decepción me pone incómodo, busqué en internet y mandé pedir varios.

Una semana después llegó un mensajero con una especie de terrario donde traía al menos treinta, todavía muy pequeños.

-¿Son para la decepción? –me preguntó.

Yo asentí.

Entonces él me contó que lo de los sapos era un tratamiento habitual, y hasta me propuso que en vez de propina le regalase uno.

-Lo siento, -mentí-, no son para mí.

-¿Y para quién son? –insistió.

-Son para el mundo –dije yo.

Y como la frase sonó genial, no me tragué ningún sapo ese día.


II.

Al día siguiente tampoco me tragué ninguno.

Pero lo intenté.

Saqué uno y me lo metí a la boca, pero se quedó tan quieto que me dio miedo.

Al final, los dejé junto a los otros en la tina, donde vacié también un poco de tierra.

Por la tarde, me di cuenta que les llegaba un poco de luz, por una grieta.

Hay una grieta en todo, escribí.

Así es como entra la luz.

Y como la frase estaba genial, tampoco me tragué ningún sapo ese día.


III.

Apenas desperté, recordé que la frase genial era en realidad de una canción de Cohen.

Extrañamente, eso no me decepcionó.

De hecho, fui hasta donde los sapos y se las canté, según recordaba.

Entonces, junto en la parte que dice: “preguntamos por signos y los signos fueron enviados”, los sapos comenzaron a saltar como haciendo una coreografía.

Fue algo tan genial que decidí no tragar ninguno, en ese tercer día.


IV.

Como llevaba tres días sin ducharme decidí soltar los sapos en la casa.

Les había comprado alimento así que estaban sanos, pensaba, y hasta crecían.

Entonces, mientras me duchaba, pensé que era agradable eso de encontrar genial algo que estuviese fuera de uno mismo, y descubrir que eso también era capaz de quitar la decepción.

De hecho, la coreografía de los sapos, había hecho más en mí que cualquiera de las frases geniales.

Capaz que hasta termine el blog, me dije.

Por último, salí del baño y vi como los pequeños sapos saltaban por mi biblioteca.

El más pequeño de todos, usaba un libro de DeLillo, como resbalín.


V.

Ya llevan un tiempo los sapos sueltos en mi casa.

Algunos han crecido y hasta hay dos que me dicen papá.

Como ven, siguen siendo geniales, así que la decepción suele alejarse, cuando los veo.

Lamentablemente, hay días que ni siquiera paso por mi casa.

Por lo mismo, los otros que ayudan en eso de la decepción, pueden no ser sapos y estar en cualquier sitio.

Y bueno, por si no fui lo suficientemente claro, me refiero a usted, querido lector.

Hágase responsable de una vez.

Yo, por lo mismo, me decidir a no terminar los escritos, por si en una de esas, algún día, le sirven a otro.

Sírvase usted, si gusta. No sea vergonzoso.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales