sábado, 31 de octubre de 2015

Es(t)e también es uno de los rostros de la muerte.


Oigo la historia de un tipo al que le disparan
mientras intentaba pasarse sobre la reja de su casa.

Al parecer andaba sin llaves
y un vecino armado lo confundió con un ladrón.

Murió de inmediato, según dicen,
pues la bala le dio de lleno en el cráneo.

La noticia salió en noticiarios y en pequeños foros
donde hablaban sobre la tenencia legal de armas
y una serie de otras cosas.

El dato que me queda dando vuelta a mí, sin embargo,
es que no ha quedado claramente establecido
(para los abogados)
si el hombre pretendía entrar o salir de su casa
al momento del disparo.

Y es que al parecer
el ataque podía estar menos justificado
en uno de esos casos.

Tecnicismos, digamos,
aunque no sea esa, exactamente,
la palabra.

Me quedo entonces viendo un dibujo
donde aparece representado lo ocurrido.

El vecino defensor y su pistola.

La trayectoria de la bala.

El hombre sobre la reja.

El muerto desplomándose hacia el jardín
de su casa.

Todo está claro y es un esquema sencillo.

Parece un poema de Juan Luis Martínez.

Es(t)e también es uno de los rostros de la muerte, podría llamarse.

Morir sin saber si entras o sales de tu casa, me refiero.

No diferenciar la situación.

Que los otros discutan sobre la tenencia de armas
y el supuesto clima de inseguridad.

A mí la imagen del hombre muerto sobre la reja
me basta y me sobra.

En esa misma situación me quedo, por cierto,
sin saber si voy entrando o saliendo del poema
en este instante.

Dispare usted ahora,
querido lector.

viernes, 30 de octubre de 2015

Canta, musa.



Canta, musa.

Por favor canta.

Yo estoy atento a tus palabras.

Cualquier palabra.

Yo espero.

No busco a otros dioses.

Tampoco recurro a las palabras de los hombres.

Nada tienen ellos que decir,
y tú lo sabes.

Ya po, musa…

Cántate una cortita, aunque sea.

Un haikú bueno y yo lo alargo.

Un par de versos con esdrújulas
pa darle fuerza  a la cuestión.

Creo que me merezco una palabrita.

Ya apagué la tele.

Ya cerré los libros que estaba hojeando.

Si hasta me desconecté a internet pa ponerte atención,
completamente.

¡Canta, musa…!

Se supone que te gusta.

Créeme que estoy atento.

Si hasta cierro los ojos, para concentrarme.

Soy todo oídos.

Dicta no más que yo escribo.

La página está virgen..


¡Ya po, musa…!
Si yo también tengo sueño.

Cada diez minutos me voy a mojar la cara
y ya voy por el quinto café.

No me importa si no sale afinadito.

No me importa que no rime.

Pero di alguna hueá…

Con respeto te lo digo.

Ensénanos algo.

Un secreto chiquito…

Como sacar las manchas de chicle, por último…

Di algo, po musa…


¡Cualquier hueá, musa conchetumadre…!

Si hasta un bostezo te acepto.

Un ronquido.

¡Canta musa de las mil putas…!

Yo, alguien o el mundo
necesitamos algo.

¡Canta, musa culiá…!

¡Reculiá…!

¡Canta musa conchetumadre…!

Canta…

jueves, 29 de octubre de 2015

Una china muy bonita.


Era una china muy bonita.

Hermosa la china, hueón.

Y era de esas chinas chinas.

O sea, de China.

No de esas que nacen acá y que tienen la pura pinta
y los ojos de allá
y con suerte un poco de acento.

Esta era china entera.

De esas que no pertenecen.

Que se ven como extraviadas.

Y que parece que se van a ir
de un momento a otro.

Flaquita la china,
pero con gracia.

Rica, digamos.

Atractiva.

Tú le hablabas y te miraba por momentos.

Máximo dos segundos
y luego bajaba la vista.

Así era esta china.

Y a mí me gustaba.

Yo la veía pasar siempre
como un espejismo.

Estoy seguro que nadie más
la veía.

O que nadie veía que era linda,
al menos.

Vestía sencillo.

Caminaba sencillo.

No decía palabra alguna.

A veces pensaba que me la imaginaba
y que por eso nadie la miraba.

De verdad le daba vueltas,
pensando aquello.

Así hasta que un día
me animé a hablarle.

Ella iba caminando y yo le pedí
que se detuviera un poco.

Y claro… ella lo hizo.

Entonces comencé a hablar.

Sé que estuve harto así, frente a ella,
pero ni siquiera recuerdo que le dije.

Ella no se rio ni se enojó.

No hizo ni el más mínimo gesto.

Solo escuchó y luego se inclinó,
antes de irse.

Seguía siendo linda, por supuesto.

Eso pensaba mientras ella se alejaba.

Ni siquiera supe si hablaba mi idioma.

Ni siquiera comprendí que podía ser un símbolo.

Ni siquiera supe si era parte de este mundo.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El maestro me dijo que bebiera, para dejar de pensar.

“Aprendí a perderme en la respiración
tan despreocupadamente
que a veces tuve la sensación, no de respirar,
sino de ser respirado, por extraño que parezca”.
B. H.


El maestro me dijo que bebiera para dejar de pensar.

Yo lo escuchaba y sentía que entendía, pero luego me di cuenta que no.

En este sentido, me hizo beber hasta que fui capaz de olvidar que estaba bebiendo.

En el intertanto, tuve dos episodios graves de intoxicación y pasaron tres años.

Solo entonces, una noche en la que yo ya había olvidado incluso que él era mi maestro, fue que comenzó el verdadero entrenamiento.

Quebró los vasos en que bebíamos y dijo que ya era suficiente.

Ahora estás listo, me dijo.

Luego me explicó que habíamos seguido el camino correcto.

No solo has olvidado para qué comenzaste a beber.

Olvidaste también que estabas bebiendo.

Y anulaste la distancia que existía entre tu ser y tu pensamiento.

Sonaba a que me estaba hueveando, pero reposé sus palabras y me di cuenta que era verdad.

Solo entonces recordé que él era mi maestro.

Y claro, solo entonces comprendí que había llegado al estado ese que tanto había anhelado:

Como cuando tengo hambre y duermo cuando tengo sueño, me dije.

Esa noche, por lo demás, fue la última en que vi a mi maestro.

No sé si intuyó lo que iba a pasar, pero lo cierto es que se fue sin despedirse.

Yo lo vi irse y luego me tendí de espaldas, mirando el cielo.

Estaba despejado y se veían las estrellas.

Pero claro, no era solo que se veían, sino que se mostraban y hasta que estaban en mí, de cierta forma.

La sensación era tan real que asustaba.

Tanto que uno llegaba a llorar, ahí, bajo las estrellas.

Y fue entonces, que la cobardía pudo más en mí.

Y es que lo que pasó, en resumen, es que me dio miedo esa sabiduría.

Y dudé de ella, claro.

Me excusé diciendo que si aceptaba esa sabiduría, debería renunciar a demasiadas cosas.

Y hasta me mentí pensando que, de cierta forma, esas cosas me necesitaban.

Eso fue lo que hice.

Me dije que esa era la verdad, pero era también la soledad absoluta.

Una soledad distinta, es cierto, pero soledad al fin y al cabo.

Todo eso… y una pérdida total de esperanza.

Eso me dije.

Con todo, he aprendido que la verdad, es algo que no se maneja.

Y esa sabiduría, lamentablemente, no es algo a lo que uno puede escoger renunciar.

Aplazas apenas, si tienes suerte.

Yo lo hice, de hecho, pero la suerte se me acaba.

Por lo mismo, intento resumir solo a cosas concretas, aquello que ha ocurrido.

El maestro murió hace cinco años, sería un buen ejemplo.

martes, 27 de octubre de 2015

El poema está mal hecho.


No sé si era un poema de Lira.

El que decía que la poesía está mal hecha.

O tal vez era una mujer.

O en una de esas era el mundo.

No lo sé, en todo caso.

Tal vez el recuerdo mismo está mal hecho.

Como el comienzo del poema que viene a aparecer recién.

En el verso nueve.

Una vez vi a siete niños en un baño, haciendo gárgaras.

Al mismo tiempo, me refiero.

Yo pensé que se acababa el mundo.

Entonces fueron terminando uno a uno hasta llegar al último.

Fue una situación extraña.

De hecho, ni eso ni la felicidad, volvieron nunca a repetirse.

Pero el mundo siguió, por supuesto.

Mal hecho, como los poemas, pero siguió

Y quizá cada niño, por su cuenta, siguió también haciendo gárgaras.

Cada niño, prácticamente, porque menos uno.

Era uno que se quejaba del mal ritmo.

De los puntos finales de los versos.

Del desorden y las ideas que no vienen al caso.

Fue entonces que ese niño confesó que no hacía gárgaras.

Yo soy poeta, me dijo, no necesito hacer gárgaras.

Cabro culiao, pensé entonces, pero no se lo dije.

Y es que en el fondo, mi deseo secreto siempre fue ser poeta pobre.

Y al final, si lo pienso, me faltó apenas ser poeta.

lunes, 26 de octubre de 2015

¿Ves ese lugar que está allá?


¿Ves ese lugar que está allá…? Sí, esa planicie, entre esos grupos de árboles. Pues hace unos años aterrizó ahí un avión. Uno chico, claro, con dos hombres. Creo que tenía problemas en el motor y decidió bajar de emergencia. Al final, logró aterrizar aunque igual termino chocando con uno de los árboles, pero no fue tan grave. El piloto se hizo un corte en la frente y quedó con dolores en la espalda. El otro se golpeó la cabeza, pero ni siquiera sangró. Ambos se quedaron en casa como tres días. La abuela los atendió y nos mandó a que los dejáramos dormir en nuestros cuartos. Y claro… nosotros, esos días, dormimos en el comedor, cerca de la estufa. Recuerdo que ellos se levantaban tarde y nosotros teníamos que esperarlos para desayunar. No sé por qué me acuerdo de eso. Debiera acordarme del enojo del tío Pedro y de cómo sacó la escopeta y decidió llevarse al monte a esos dos hombres. En cambio, me acuerdo de los desayunos y de la cantidad de azúcar que echaba cada uno de ellos, es su café. Cuando cavamos, días después, yo recordaba las cucharadas de azúcar mientras les echaba tierra encima, tal como lo hacía mi tío. ¿Ves ese lugar que está allá…? Pues bien, ahí los enterramos. Luego mi tío fue desarmando el avión y lo vendió como chatarra.  Nunca nos descubrieron. La abuela lloró esa vez, como si los hubiera conocido.

domingo, 25 de octubre de 2015

Miento, pero todos mienten.

“Nadie es lo que parece,
¿por qué habría de serlo usted?”
T. P.

Miento.

Pero todos mienten más que yo.

Los desconocidos mienten.

Mis amigos mienten.

Hasta el corazón miente.

Todo se triza, como el vidrio.

Y Dios es un tren
que no se detiene en ningún sitio.


Sé que me entiendes.

Conoces el fin de todo esto.

Sabes quién está tras los golpes
de esa puerta.

Conoces su nombre
y aceptas que es ajeno.

Si hasta el árbol que riegas
está muerto.

Y las frutas sobre el refrigerador,
por supuesto,
son de plástico.


Miento.

Pero todos mienten.

Lentamente, pero mienten.

Como los peces que mastican
el cuerpo de los ahogados.

O como las estrellas derribadas.

Todo siempre ha sido piedra.

El árbol quemado.

El barco encallado en la orilla.

Solo ocurre que ocultamos los cadáveres.

Igual que perros
enterramos nuestros huesos.


Miento.

Pero todos mienten.

Las alcantarillas están repletas
de sueños.

Las fotografías viejas
se tuercen sobre sí mismas.

Nos acercamos a ver
el rostro de los muertos.

Y el bosque ni siquiera sabe
que es bosque.


Miento.

Pero todos mienten.

El corazón golpea en cada pecho.

Y no lloramos más que por nosotros mismos.

Sé que me entiendes.

Todo se triza, como el vidrio.

Y Dios es un tren
que no se detiene en ningún sitio.

sábado, 24 de octubre de 2015

Usted viene por la acera.


Usted viene por la acera.

Tranquilo.

Equilibrado.

Quizá usted no lo sabe,
pero lo cierto es que no va.

Usted viene.

Lo veo venir, de hecho,
mientras me fijo en sus pasos.

No se encuentra a gran distancia.

Podría acercarme, incluso,
y explicarle que viene
y no va.

Desconozco, sin embargo,
si usted está preparado
para ese descubrimiento.

Tal vez se enoje, si le digo.

Tal vez se decepcione.

Permanezco así, con cautela,
simplemente esperando.

Y es que vienen muchos
esta vez.

Usted en medio, claro,
pero vienen muchos.

Y es cierto, ninguno de ellos sabe,
realmente, que viene.

En ese sentido,
esos que vienen,
son de los suyos.

Todos creyendo que van
hacia algún sitio, me refiero.

Todos creyendo en su propia voluntad.

Todos creyendo en sus propias rutas.

Y claro…
vengo yo entonces y les digo
que esa sensación 
es ciertamente errónea.

Nadie me escucha,
es cierto,
pero yo les digo.

Deben creer que estoy loco.
deben creer que van a llegar a algún lado
a contar esa anécdota.

Pero claro…
ustedes son la anécdota.

Usted y los otros, me refiero.

Y yo los espero.

Sigue usted en la acera,
mientras tanto,
acercándose.

Ya está a punto de llegar,
de hecho…

Ahora, si se fija,
ya está aquí.

viernes, 23 de octubre de 2015

Desajuste.


Fue como un sueño. Sorpresivo. El momento preciso, me refiero. Es decir… todo calmo, todo normal y de pronto ocurre. En este caso la peluca, claro, pero a veces esa sorpresa toma otras formas. Algunas veces, incluso, te sorprendes y no sabes, a ciencia cierta, cuál fue la sorpresa. Quizá por eso, que identificara la peluca como objeto fue un paso esencial, si lo piensas. Además, era una identificación del todo lógica. Podías repensarla incluso, y todo calzaba. Después de todo, ¿quién no se sorprende si alguien, de golpe, se arranca una peluca? Es innegable el desajuste, me refiero. Así, ocurre que hasta la peluca puede ser guardada y exhibida. Este es el momento, podrías decirte, al verla. Esto produjo el desajuste. Y claro, de ahí a recuperar confianza en el orden de las cosas, existe un paso pequeño. Solo basta identificar el desajuste, me refiero. Aislarlo como fenómeno y pensar que siempre ocurre de esa forma. Siempre son pelucas, pensar. Solo hay que identificar la peluca. Con todo, supongo que sabes que ese camino es erróneo. Demasiado fácil, si lo piensas, y erróneo. Me refiero a que el desajuste no es nunca menor. Incluso, si eres sincero, tampoco es realmente sorpresivo. Hay indicios, me refiero. Pequeñas grietas en la realidad… No en el sueño. Y claro, nunca es solo una peluca, en resumen. Tú ves si lo aceptas o sigues aislando ese objeto que nada significa. Tú eliges si cierras los ojos al verdadero desajuste, me refiero. Siempre ocurre de esa forma, después de todo. Es tu elección. Nunca es solo como un sueño.

jueves, 22 de octubre de 2015

Mi amigo Wolf.

“Acuso a mis maestros de haberme hecho creer,
con sus enseñanzas y las de los libros,
en una posible inmovilidad del mundo”
B. V.


Tengo un amigo que se llama Wolf.

Me parece que es austriaco.

Está en Chile hace años, pero todavía no habla bien español.

Nos juntamos siempre cada dos o tres meses, en casa de algún amigo.

Nadie sabe bien en qué trabaja ni qué hace.

Simplemente acordamos una hora y él cumple.

Casi siempre llega en bicicleta.

Le gusta hablar de películas checas, antiguas.

También lee ciencia ficción.

Se ríe siempre y no sabemos si entiende nuestras conversaciones.

De todas formas nos llevamos bien y creo que no es falso decir que nos comunicamos perfectamente.

Cuando se emborracha, por ejemplo, cuenta que viene del futuro.

Lo dice, por cierto, sonriente y relajado.

Después de todo, señala no venir a investigar ni a hacer grandes anuncios.

Viene porque queda tiempo, nos dice.

Y porque le es grato hablar con gente muerta.

Sobrio, sin embargo, se remite a sus temas habituales.

Cine checo, como contaba antes, y a veces habla de Thelonius Monk y de Art Blakey.

Otro de sus rasgos característicos es que saluda a todo el mundo.

De hecho, hasta si los perros ladran, Wolf se da vuelta a saludarlos.

Pensé que decían mi nombre, dice Wolf.

Entonces nos reímos.

Siempre nos reímos, con Wolf.

Quizá por eso, las reuniones en las que él participa nos parecen siempre muy breves.

Además, el final suele ser también un tanto inesperado.

Igual no se enojen cuando me vaya, nos dice, a modo de despedida.

Y claro, nosotros también nos reímos de esa frase.

Y es que da risa cómo la vida, entre problema y problema, también puede pasarse de esa forma.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Cargar la propia cruz.


Fue un acuerdo de todos.

Había que cargar la propia cruz.

Después de todo eran buenas personas.

Hicieron planes de trabajo.

Entrenamiento.

Largas reflexiones.

Ante todo decidieron que la cruz tenía que ser distinta en cada uno.

Y no se referían solo al peso o tamaño.

También hablaron de diseño.

Colores, terminaciones, formas… ya saben.

Esas cosas.

Y es que no se trataba de cargarla solo para una fecha especial.

(Ellos eran personas responsables)

Se trataba de vivir cargando la propia cruz.

Todo el tiempo.

Llevarla al hombro como una mochila perenne.

No dejarla de lado, digamos.

Ocurrió así que al poco tiempo, se fueron uniendo otros, a esta iniciativa.

Y claro, se hizo necesario organizar esa inquietud.

Entonces, abrieron un grupo en Facebook y hasta sacaron personalidad jurídica.

La fabricación de cruces, por otro lado, comenzó a hacerse en serie.

Fue todo un boom, digamos, entre la gente.

Pero también como todo boom, comenzó de pronto a declinar.

Y es que se produjo colapso, por ejemplo, en el transporte público.

Y el cansancio, por cierto, también se dejaba sentir.

Así, finalmente, salió todo en tv como una anécdota.

Unos meses, probablemente un año, y las crucen comenzaron a apilarse.

Siempre ocurría así con esas iniciativas.

Y entre ellas, comenzaron a juntarse ratones y otras plagas similares.

Con el tiempo, de hecho, los de salud pública les prendieron fuego.

La gente, hoy, se ríe al recordarlo.

martes, 20 de octubre de 2015

Un curso de arte.


Postulé a un curso de arte.

Fue en mis tiempos de universidad.

Como requisito había que llevar un retrato.

Yo pinté uno en base a un amigo y lo llevé.

Me dijeron que estaba mal hecho.

Que el requisito, por el tipo de taller, era un retrato realista.

Yo alegué, pero ellos no cedieron.

Días después les llevé a mi amigo.

No pueden juzgar mi realismo si no conocen la realidad que reproduje, les dije.

Ellos miraron a mi amigo y hablaron entre ellos.

Me dijeron que esperara.

Yo había llevado el retrato y lo puse al lado de él, para que comparasen.

Me dijeron que me sentara un rato y me ofrecieron café.

Creo que me tomé tres tazas.

Fue en eso que llegaron hasta el lugar un par de policías.

Me preguntaron qué pasaba.

Yo les expliqué la situación.

Les mostré el retrato y les presenté también a mi amigo.

Entonces, rápidamente, uno me esposó y comenzó a hacerme preguntas.

¡¿Qué le hiciste…?!, me decía.

Yo intentaba explicar, pero ellos prácticamente no escuchaban.

Recién entonces mi amigo habló y explicó que él era así, simplemente.

Los policías se asustaron y llegaron nuevamente los profesores de arte.

Le pidieron la documentación a  mi amigo.

Hicieron unas llamadas y luego me soltaron las esposas.

Intentaron convencerme de que no pusiera cargos y yo les propuse que si me admitían en el curso de arte, me quedaría en silencio.

Los policías hablaron entonces con los profesores y ellos accedieron.

Ese fue el trato.

Así, entré al curso de arte.

Mi amigo, en tanto, fue contratado como modelo por varios alumnos de esa facultad.

Creo que con el tiempo hasta se casó con una estudiante que acostumbraba pintarlo desnudo.

Yo, en cambio, después de toda la insistencia, no asistí nunca a aquel curso.

Desistí de intentarlo, digamos.

Quizá se deba contar, ahora que lo pienso, como una especie de fracaso.

Quién sabe.

lunes, 19 de octubre de 2015

Perder el día pensando sobre el problema de lo auténtico.


Perdiste todo el día pensando sobre el problema de lo auténtico. Te lo habían encargado para un artículo y además habías leído unas cuantas cosas al respecto. Lamentablemente, terminaste por no escribir aquel texto (apenas avanzaste un par de frases) y fue así como perdiste todo el día pensando sobre el problema de lo auténtico. Lo malo es que no se trata de un hecho aislado. Me refiero a que te pasa de vez en cuando, eso de perder el día. Casi siempre, si eres sincero, lo pierdes pensando o estando inmóvil, frente a una pantalla. Y es que no te convence eso de hablar temas específicos ni recurrir a teorías. No logras interesarte en ello. Pero claro, ya sabías eso antes de entusiasmarte un poco por el problema ese de lo auténtico. Me refiero a que sonaba interesante, al menos. Parecía incluso algo que podías alejar lo suficientemente de la teoría como para sentirte cómodo. Pero claro, no fue así. Finalmente la página en blanco pudo más y preferiste pensar que fue opción. Que elegiste no hacerlo, me refiero. Pero claro… tú sabes, en el fondo, que eso no es cierto. Tú sabes que esa es otra forma de, justamente, intentar autentificar ese recelo. Otra forma de afirmar una conducta y transformar la consecuencia en causa. Y es que acá existe un único hecho: perdiste todo el día. Y claro, eso es también lo único auténtico. Me refiero que al perderlo lo falseaste, inmediatamente. Lo ensuciaste. Le quitaste el valor, incluso, de cierta forma. Así, no importa de qué forma se diga. Perdiste todo el día, simplemente. No hay más.

domingo, 18 de octubre de 2015

¿Vale así?


-¿Vale así?

-¿Cómo?

-Así, de esta forma.

-¿Vivir así, dices tú?

-No… yo digo actuar… decir.

-¿Decir qué?

-Lo que actuamos, claro.

-No te entiendo.

-¿Vale decirlo así?

-¿Eso quieres decir?

-Sí.

-Entonces supongo que sí… vale decirlo de cualquier forma.

-Pues no me parece creíble… lo estás diciendo para zanjar esto, nada más.

-No, en realidad no.

-Pues así parece…

-Estoy cansado, puede ser eso.

-Dudar no es estar cansado.

-No he dicho que dude.

-No, pero has dudado.

-¿Y?

-Que eso también vale, tú mismo lo has dicho.

-¿Y acaso dudar es malo?

-¿Yo dije eso?

-No, pero…

-Lo que pasa es que no contestas en serio, hace tiempo… todo lo dices así, lo vives así, como si todo fuese válido…

-¿Y eso te molesta?

-Sí. Me molesta. Me gustaría verte crítico, fuerte… que no lo aceptaras todo como viene…

-Entonces, ¿te gustaría que te dijera que no vale así…?

-Sí, en realidad sí…

-¿Y preguntas para eso…?  ¿Preguntas para que te diga que no…?

-Pregunto para que las palabras tomen un orden, para obligarte a hablar… para que te sientas vivo.

-Para huear, en resumen.

-No. No lo digas así…

-¿Acaso no es parte de mi fuerza… de mi crítica…? ¿No buscas eso?

-No por sí solas.

-…

-Me gustaría verte decir, no jugar a enojarte y no decir…

-¿Verme decir qué?

-No qué, sino cómo… Quisiera verte decir esas cosas en que creías… o que no creías, pero creyendo... ¿acaso no se puede?

-¿Como en un show…?

-No. No tiene por qué ser así. No tiene por qué ser un espectáculo.

-Pues si está acá ya lo es, de cierta forma…

-No lo creo.

-Estás en tu derecho.

-Lo digo en serio… tú también debieses saberlo.

-…

-Sé que comprendes, aunque guardes silencio.

-…

-¿Ahora vas a terminarlo, cierto?

-Sí… tienes razón.

-¿Por qué?

-Ahora mismo lo termino.

sábado, 17 de octubre de 2015

Una versión de la verdad.

“…y una pradera
cuya inmensidad nos desespera…”
Cherrycoke

Si Dios existe ha retrocedido.

Como haciéndose el hueón,
cuando se piden voluntarios.

No lo culpo.

Al menos nosotros tenemos hechos.

Ilusiones de verdad.

Y hasta el tiempo suficiente para oír
más de una
versión de la verdad.

Así,
vemos a generaciones de nosotros
que han gastado su vida
corrigiendo verdades.

Mapas.

Conceptos.

Informaciones.

Cosas de ese estilo...

Tampoco los culpo, por cierto.

Y es que debe ser difícil, después de todo,
llegar a tener una visión de la verdad
sin tener que dudar
de nuestros propios hechos.

Sería como querer resucitar,
pero sin morir.

Pero claro…
¿quién no quiere eso?

Hasta Dios, si existe,
yo creo que lo quiere.

Una versión de la verdad, me refiero.

Y una pizca de silencio.

Después de todo,
quien duda de los hechos,
según dicen,
se acerca a la verdad.

Y quién proclama la verdad,
digo yo,
la pierde.

viernes, 16 de octubre de 2015

Lo que la visión (no) encuentra.


I.

Encuentro una plaza en una esquina.

Una pequeña plaza, algo descuidada.

En la plaza encuentro un sector con maleza.

Y en ese sector una serie de bolsas, aparentemente con basura.

De una de ellas brota un olor muy desagradable.

Me acerco hasta la bolsa y veo que está abierta.

La muevo con un pie.

Entonces observo cómo dentro de la bolsa está el cuerpo de un gato.

Un gato negro, con pequeñas pintas blancas.

Hasta ahí llega mi mirada.

Eso es lo que encuentro.


II.

No es siempre junto a uno, que avanza la mirada.

A veces queda tras nosotros.

A veces va por delante y hasta nos ve venir.

A mí, por ejemplo, se me extravió esa vez, al encontrar el gato.

De hecho, yo creo que se quedó dentro de esa bolsa.

Lo sé porque cuando trato de mirar la visión que aparece surge en otro sitio.

El interior de la bolsa, por otro lado, no tiene atracción alguna.


III.

De vez en cuando la visión yerra.

Yo mismo incluso, que pasé varios días pensando que se trataba de un gato.

Entonces la vista indaga y descubre otra cosa.

Terrible quizá, pero menos gratuita.

Precariamente entonces la vida se reordena.

Se organizan las horas y hasta se abren las flores.

Todo sigue como si no tuviese dentro un gato muerto.

Escribimos textos, incluso, como si nada.

Ni siquiera sabes (o sabemos) qué es lo que duele.

jueves, 15 de octubre de 2015

¿Qué vio María Antonieta?


Me gusta la idea esa… de la guillotina.

Como final, por un lado.

Y también como espectáculo.

Como final me gusta finalmente la falta de opción.

La no necesidad de segundas lecturas.

La inutilidad de la autopsia y hasta de opinión médica, digamos.

Como espectáculo, por otro lado, me gusta el escenario.

El verdugo siempre a un costado.

La cabeza rodando, todavía viva.

Y hasta la inocencia de la hoja, que cae exclusivamente por su propio peso.

Dicho esto, me acerco a la imagen que tengo, de María Antonieta.

La pregunta esa de qué vio, la cabeza, luego de separarse del cuerpo.

Y la atracción que, honestamente, siento hacia la figura de la reina.

Y es que debo reconocer que siempre me ha atraído, María Antonieta.

La torcida imagen histórica.

Su nombre.

Y hasta la idea que de ella me fabrico, entre imaginación, ocio y testosterona.

Entonces, desplazándome hasta el momento ese, de la guillotina,
pienso que debe existir una fracción de tiempo
en que el público y hasta el verdugo solo tienen ojos para la cabeza de la reina,
olvidándose por completo del cuerpo.

Y claro, ahí es donde esa fracción de tiempo debiese bastar
para correr con el cuerpo entre la multitud
y rescatarlo del olvido, el descrédito y el desprecio.

Quédense así ellos con la cabeza de María Antonieta,
que yo me conformo con el cuerpo.

Todavía tibio, lo imagino.

Liberado del suplico de las ideas y del control racional del cerebro.

Así, junto a él, me tomo apenas un descanso para teclear estas palabras.

Cuerpo y sangre simplemente.

Voy por ti, María Antonieta.

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