jueves, 22 de octubre de 2015

Mi amigo Wolf.

“Acuso a mis maestros de haberme hecho creer,
con sus enseñanzas y las de los libros,
en una posible inmovilidad del mundo”
B. V.


Tengo un amigo que se llama Wolf.

Me parece que es austriaco.

Está en Chile hace años, pero todavía no habla bien español.

Nos juntamos siempre cada dos o tres meses, en casa de algún amigo.

Nadie sabe bien en qué trabaja ni qué hace.

Simplemente acordamos una hora y él cumple.

Casi siempre llega en bicicleta.

Le gusta hablar de películas checas, antiguas.

También lee ciencia ficción.

Se ríe siempre y no sabemos si entiende nuestras conversaciones.

De todas formas nos llevamos bien y creo que no es falso decir que nos comunicamos perfectamente.

Cuando se emborracha, por ejemplo, cuenta que viene del futuro.

Lo dice, por cierto, sonriente y relajado.

Después de todo, señala no venir a investigar ni a hacer grandes anuncios.

Viene porque queda tiempo, nos dice.

Y porque le es grato hablar con gente muerta.

Sobrio, sin embargo, se remite a sus temas habituales.

Cine checo, como contaba antes, y a veces habla de Thelonius Monk y de Art Blakey.

Otro de sus rasgos característicos es que saluda a todo el mundo.

De hecho, hasta si los perros ladran, Wolf se da vuelta a saludarlos.

Pensé que decían mi nombre, dice Wolf.

Entonces nos reímos.

Siempre nos reímos, con Wolf.

Quizá por eso, las reuniones en las que él participa nos parecen siempre muy breves.

Además, el final suele ser también un tanto inesperado.

Igual no se enojen cuando me vaya, nos dice, a modo de despedida.

Y claro, nosotros también nos reímos de esa frase.

Y es que da risa cómo la vida, entre problema y problema, también puede pasarse de esa forma.

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