sábado, 30 de abril de 2011

Aquí había árboles.

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"Pues, ¿qué abandonarás
que puedas decir
que lo has abandonado a la fuerza?"
Séneca.
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I.

Aquí había árboles, pensó, y luego lo dijo en voz alta.

-¿Qué has dicho, papá?

-Que aquí había árboles –repitió.

Los niños se miraron y murmuraron algo que el padre no escuchó.

Avanzaron entonces unos pasos y el padre comenzó a explicarles sobre aquel lugar. Les contó los juegos de aquel tiempo: las carreras con ojos vendados, las escondidas en altura, y hasta les habló de la vez en que su hermano se quedó toda una noche arriba de un árbol porque ya era muy tarde y no podía distinguir las ramas.

-¿Tú hermano era el tío Víctor?

-Sí –contestó el padre, algo molesto porque el verbo en pasado le recordaba siempre que su hermano había muerto, y que los niños nunca se habían mostrado realmente afectados por aquella situación.

Él entonces se detuvo un momento mientras los niños se alejaban un poco y comenzaban a correr. El prado estaba descuidado y la tierra parecía removida pues habían arrancado los árboles hacía poco tiempo.

-Tengan cuidado –les dijo, y buscó un lugar donde sentarse para vigilarlos y esperar a que se cansaran o simplemente se aburrieran de correr.

Mientras esperaba, sin embargo, una serie de extraños pensamientos se abría espacio en su interior.

Pensaba, por ejemplo, en que entre él y los niños había siempre algo que funcionaba de forma opuesta. Es decir, si él hablaba ellos callaban, o si el avanzaba, ellos se detenían… cosas de ese tipo.

-…aunque quizá eso suceda con todas las personas… -se oyó decir el padre, en voz alta, mientras los niños estaban lo suficientemente lejos como para no oírlo.

La madre de los niños, en cambio, pensaba el padre, siempre estaba atenta cuando él decía algo en voz alta. No entendía bien, claro –y eso le trajo en ocasiones un gran número de problemas-, pero siempre se acercaba a preguntarle sobre qué estaba pensando apenas lo veía murmurar algo en algún sector de la casa.

-Estaba pensando en las cuentas –decía él, o repetía otro lugar común para evitar revelar aquello que, sin ser nada grave, era lo único propiamente suyo, que tenía.

Recordó una vez, por ejemplo, en que tras ver a su esposa arreglar algo en el jardín, él dijo en voz alta –aunque para sí-, algo relacionado con la belleza de ella, en cuclillas, bajo el sol.

-¡¿Qué dijiste?! –había gritado ella, esa vez.

Y el hombre había mentido pues se avergonzó de confesar lo que había dicho y su esposa terminó llorando y alegando porque él estaba en otro mundo, siempre… analizando las cosas, cuestionándolas, separándose de ellas.

-Algo así como arrancar los árboles… –dijo en voz alta el padre, tras terminar de recordar, sin percatarse que sus hijos estaban nuevamente al lado suyo.

-¿Qué dijiste, papá?

-Que ya es hora de irnos –dijo el padre-, y se acercó a sus hijos para sacudirles la tierra de la ropa y para limpiarles un poco el lodo de las zapatillas, para que no ensuciaran el auto.


II.

-Estás haciendo mal las cosas –le dije-. Aunque yo también las hago mal… no te asustes…

-¿Quién eres? –dijo él.

-Vian –le contesté-. Soy Vian.

Él miró entonces en torno suyo y comprendió que todo estaba vacío…apenas el suelo con la tierra removida y sin los árboles.

-¿Nunca hubo árboles? –preguntó.

-Nunca –contesté.

-¿Ni hijos, ni esposa, ni un hermano muerto?

-Nada. Nunca hubo nada…

-¿Y el suelo removido…? ¿Y mi problema de hablar en voz alta…?

Yo volví a negar con la cabeza. Aunque lo del suelo removido me llevó a dar algunas explicaciones.

-Quizá hubo algo acá, antes, pero no fueron árboles –le dije.

Él entonces comenzó a mirar en torno suyo y a palpar la tierra con las manos, sin demostrar mayor emoción, en sus acciones.

-Parecía real… -dijo entonces, como pensando en voz alta.

-A lo mejor lo era –le dije yo.

Entonces él me miró y volvió a mirar en torno suyo, y se recostó luego un momento, sobre la tierra. Y se durmió.


III.

Despertó porque escuchó a sus hijos reír correteando por el lugar, y se enderezó y se sacudió la tierra, que le había quedado hasta en el rostro.

-¿Ya te despertaste papá? –preguntaron los niños, riendo.

-Sí –dijo él-, mientras ordenaba las ideas.

Luego los ayudó a limpiarse, para que no ensuciaran el auto.

-¿Nos vas a volver a limpiar? –preguntaron los niños.

Él los miró y sin dejar de limpiarlos les dijo que sí, que se habían ensuciado de nuevo… que era necesario.

Durante el camino de regreso él puso música y cruzó algunas palabras con sus hijos.

Luego, llegó hasta la casa, saludó a su esposa, y le dijo que quería dormir un poco y que lo disculpara, pero no iba a tomar once.

-Pero estás bien, supongo… ¿No pasó nada malo…? –preguntó ella.

Él volvió a decir lo que era correcto. Y se fue a acostar. Y cuando lo hizo, prácticamente no se dio cuenta que había otra persona, junto a él, en la cama.

viernes, 29 de abril de 2011

Vian, Vian o sobre la definición de las ideas simples.

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Un poco por joder, y otro poco por intentar parecer brillante, trato de forzar la comunicación que sostengo con el director de un programa de magíster en ciencias físicas a quien quiero convencer para que me permita ingresar a dicho programa.

No es que me interese tanto, claro, pero como estaba ya medio borracho cuando comencé a conversar y sentí que el tipo me miró en menos por “pertenecer al mundo de las letras”, insisto con el tema hasta que logro captar su atención cuando rebato su idea relativa a la necesidad que tiene la realidad para ser definida, antes de ser “aprobada” o “aceptada” por el entendimiento humano.

-¿De verdad cree eso? –le pregunto.

-¿Qué cosa? –dice él, haciéndose el desentendido.

-Lo de la definición como base para afirmar la existencia de algo.

Él entonces se lo piensa un poco.

-Sí –contesta luego de un rato-. En eso creo.

-¿Y cree que las ideas simples son también definibles?

-Sí –me contesta-, pero creo que estás llevando esto a un terreno que puede volverse ambiguo, por eso no me gusta el lenguaje. Además ni siquiera creo que tengamos un consenso sobre lo que entendemos por definición.

-¿Qué cree usted que es la definición?

-¿Quieres que defina la palabra definición?

-Sí, aunque suene absurdo.

-Pues no sé, supongo que es la exposición del significado de una palabra.

-¿Y con qué expresaríamos ese significado?

-Con palabras.

-Pero, ¿con otras palabras, o con sinónimos de la palabra que buscamos definir?

-Con otras palabras, claro, dar sinónimos es otra cosa… pero no entiendo realmente a dónde quieres llegar.

-Pues verá, ante todo quiero llegar a que acepte que entendemos por la palabra definición algo prácticamente igual, y que desde ese acuerdo, no se podría negar que las ideas simples, al menos, no pueden ser definidas.

-¿Y esto tiene algo que ver con que yo te acepte en el curso de magíster para ciencias físicas?

-No, quizá no… -le digo, algo molesto-, pero tómelo como un curso gratuito que le estoy dando para comprender la estrechez de su espectro de conocimiento nominal…

-¿Y hay bibliografía en ese curso, o se trata simplemente de las ideas de un borracho sin nombre?

-Mi nombre es Vian –me defiendo-. Y sí, podría citarle algunos nombres, pero quizá su cerebro se desgaste en memorizarlos y luego no entienda lo importante.

-Pues yo creo que me atrevo a intentarlo.

-Entonces memorice: Wingarden, Locke, Aristóteles…

-Espere, prefiero que me nombre los libros.

-¿Desconfía de mí?

-Y de su hígado –agrega.

-Entonces busque usted “Beweeginge”, el “Ensayo sobre el entendimiento humano”, o “Sobre el alma”…

-Algo entiendes, parece…

-Pues mire, si quiere que le sea sincero, no “entiendo” nada, según mi manera de definir “entendimiento”, pero digamos que podría tomar la voz de cualquiera de los que mencioné antes para zanjar el tema en cuestión.

-¿Y cuál era el tema en cuestión? ¿El de que las ideas simples no se pueden definir?

-Exacto. ¿Quién quiere que le responda, entonces? –digo, dándomelas de cabrón.

-Locke, que me responda Locke. –me dice con un tono soberbio.

-Pues él dice que la razón es la siguiente: que los varios términos de una definición, al significar diversas ideas, no pueden representar juntos de ninguna manera una idea que carece de toda composición; y por lo tanto, una definición, que no es propiamente sino la exposición del significado de una palabra por varias otras que no denoten cada una lo mismo, no puede tener lugar cuando se trata de los nombres de las ideas simples.

-Eso es una mierda.

-Pero lo dice Locke.

-Entonces Locke es una mierda…

-Puede que sí, pero igual que todos… aunque lo malo es que tiene razón… Pero dígame ahora: ¿cómo definiría movimiento?

-¿Movimiento es una idea simple?

-Exacto, pero como lo definiría –insisto.

-Como el tránsito realizado de un lugar a otro…?

-¿Y el tránsito, cómo lo definiría? ¿Cómo un movimiento?

-Sí… o como un desplazamiento…

-¿Y el desplazamiento como un tránsito, supongo? ¿No se da cuenta que eso son sinónimos y no definiciones?

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-Supongamos que tienes razón, que las ideas simples, según aquello, no son definibles…

-Ya…

-¿Qué gracia tiene eso? ¿A dónde nos lleva?

-A la incertidumbre de tener que aceptar que el 90% de las palabras que utilizan las leyes físicas tienen una definición negativa o carecen de definición…

-¿Y?

-Y por lo tanto no son sustentables en sí mismas y no tienen significado concreto en el mundo real…

-¿Y?

-Y entonces el hombre de letras es usted –concluyo-. Letras en el aire… palabras de ficción… ¡eso es lo que es usted y su mierda de programa…! –le grito.

-¿Y tú eres el hombre concreto, el ligado a la realidad, supongo?

-No. Yo soy el hombre de las ideas puras.

-Estás loco… además, ¿qué mierda serían las ideas puras?

-¿Quiere que se las defina de nuevo…? ¿No se da cuenta que le di la respuesta de eso hace un rato?

-Entonces no las definas, pero dame un ejemplo.

-Vian.

-¿Cómo Vian?

-Vian.

-¿Vian es una idea pura?

-Vian. Vian, Vian… -le digo yo, en mi nuevo idioma de ideas puras.

-¿Te das cuenta que estás borracho? –dice él parándose del lugar y dejando un billete lo suficientemente grande como para cubrir mis cervezas y sus cafés.

-Vian, Vian –le digo, con tono agradecido.

Entonces, justo cuando pienso que el tipo va a explotar y que va a lanzar un golpe o algo similar, me dice que no hay problema si quiero ingresar al famoso programa… y que él mismo puede hacer la carta de aceptación…

-Vian, Vian –insisto, mientras le estrecho la mano.

Él me mira por última vez y yo supongo que calcula si fue un error el haber accedido a mi solicitud de ingreso.

Luego, mientras lo veo irse, pienso que ya tengo la aceptación y que ahora sólo falta obtener la beca, porque no pienso pagarme esa hueá de magíster, después de todo…

-¿Le traigo la cuenta? –me dice entonces el garzón, como apurándome para poner fin a esta entrada.

-Vian –le digo-, Vian, Vian.

Y él, sin ningún tipo de pregunta y entendiendo rápidamente, la trae (y hasta me descuenta la última cerveza).

¡Viva el entendimiento humano!

jueves, 28 de abril de 2011

Nuestros padres decían que la culpa era de la televisión.

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Nuestros padres decían que la culpa era de la televisión. Porque la vida no era así, como se veía, y porque nos distraían de aquello que realmente era importante, decían, sentados, fumando algo, mientras los niños –que éramos las víctimas, claro-, jugábamos en el patio o en la pieza, mientras la conversación terminaba, y volvíamos a quedar solos y uno pensaba entonces qué era eso de la culpa… qué era aquello que nos habían hecho, y por qué…

Luego uno crecía, y salía a veces a otros lados y escuchaba a la gente hablar de otros culpables: la dictadura, la CIA, o hasta la coca-cola, que tenía un ingrediente secreto que controlaba la mente de los consumidores…

-¿De verdad tiene eso la coca-cola? –pensaba yo.

-Claro –me contestaba un viejo que trabajaba en una iglesia-, esa bebida tiene un ingrediente que hace que nos olvidemos de lo importante, o que no nos interese descubrirlo…

Yo entonces le daba vuelta a esas palabras, y las comentaba con otro adulto y éste las contradecía, y te hablaba que los verdaderos culpables eran los resentidos, la gente que no sabía reconocer que en un buen trabajo está la respuesta a todas nuestras preguntas importantes que tenemos sobre la forma correcta de vivir, y de relacionarnos con los demás…

-Por eso tienes que estudiar, para ser un profesional, y no quedarte ahí vagando y luego alegando contra el gobierno porque no tuviste oportunidades… y tirando piedras…

-Pero entonces… -intentaba comprender uno.

-¡Pero entonces nada! ¡La culpa es de la mediocridad, y querer que la vida te la den hecha! –Te increpaba otro-. Hay que estudiar y buscarse un trabajo y sentirse orgulloso de lo que somos…

-¿Cómo “de lo que somos”? –preguntaba uno.

-¡De lo que tenemos…! –te contestaban y cerraban la conversación. Y la vida continuaba.

Lo malo es que aquello de los culpables se seguía repitiendo una y otra vez, y si bien uno comprendía que probablemente no existía una verdad absoluta sobre aquello, la culpa existía como algo incuestionable, y uno pasaba realmente a sentirse víctima, y a intuir que había algo que uno no comprendía por culpa de otros –daba lo mismo quién fuera ese otro-, y eso angustiaba, en ocasiones.

Yo, por ejemplo, creía que los adultos de mi niñez comprendían cosas que yo nunca lograría entender debido a los culpables. Y leía sus libros y escuchaba sus conversaciones, y me sentía mal cuando uno de esos “grandes”, por verme interesado en esos temas, me hablaba cosas que yo tampoco comprendía:

-No les hagas caso a los otros –me decía uno-, la culpa la tienen ellos… porque creen que Dios tiene soluciones para las cosas que ellos no saben resolver… y son culpables por creer en ellos… porque son cómodos…

-La culpa la tienen los que no creen en Dios –decía otro-, esos que creen que el hombre se basta a sí mismo y se creen superiores e intenten sostenerse ellos mismos…

-La culpa la tienen los concursos de belleza –me decía entonces una tía-, y todas esas chicas que se olvidan de que las tetas no se hicieron para mostrárselas a todo el mundo…

Y claro, podría seguir porque la lista de culpables era realmente amplia y pasaba incluso por aquellos por lo que nunca hubieses esperado: los rusos, Walt Disney, los hippies, la música rock, la mini falda, el fútbol, Cristo, la cesantía, los desastres naturales, los ricos, los pobres, el Papa, Hitler… y un montón más de agentes que aparentemente eran los culpables de nuestra incomprensión… de eso que nuestra generación carecía y que, sin darnos cuenta, hemos derivado en la generación que vino cambiando simplemente los culpables, pero sin detenernos a pensar nuevamente, cuál es el cargo concreto del que se les acusa.

Y es que si bien hoy en día ya no culpamos a la televisión, pasamos a culpar a las consolas de juegos, a los computadores, al consumismo, a la violencia desproporcionada, a las guerras, a los intereses económicos, a las multinacionales… pero siempre evitando ver cuál es nuestro papel en todo eso, o de qué, en definitiva, son culpables aquellas cosas.

Es decir, ante aquello que sabemos está mal, y ante eso que vemos equivocado en los otros, buscamos igual que nuestros padres, y que nuestros abuelos -y quizá cuántos más-, la excusa que nos libere de toda culpa, o que nos permita compartirla al menos, para no confesar que no llegamos nunca a comprender algo de lo que vemos a nuestros hijos, o a los nuevos jóvenes, cada vez más alejados.

-¡Son indolentes! –gritamos entonces.

-¡Insensibles!

-¡No saben lo que es la vida!

Pero lamentablemente, -y esto lo sabemos muy bien-, creo que aquello es algo que también nosotros desconocemos… y ellos, no han hecho más que seguir la ruta equivocada que nosotros llevábamos…

¿Habrá que retroceder, entonces…? ¿Dejar los trabajos, los estudios y desligarse completamente del fanatismo del equipo de fútbol que sueles alentar…? ¿Habrá que quemar la ciudad, o las farmacias, o las universidades…?

Sinceramente, muchas de esas posibles soluciones que parecen absurdas y sin sentido, me atraen de una forma que otros podrían denominar enfermiza, o netamente antisocial…

Me complica confesarlo, siendo profe, y padre, y llevando por el mismo camino a esos que de cierta forma quieren, o están obligados a seguirte…

Hoy pensaba eso mientras atravesábamos con un grupo importante de alumnos, un túnel abandonado, en un sector en las afueras de Santiago. Yo iba adelante y los niños venían en medio y más atrás otros profes, totalmente a oscuras, gritando y asustándose entre ellos… todo un flautista de Hamelin llevando a los chicos a perderse en la montaña, sin saber tampoco hacia dónde íbamos, o qué podíamos encontrar…

Pero claro, al final salimos, y estábamos todos, y el mundo estaba tal como lo dejamos… o casi. Y no es que el mundo sea malo, ni nada por el estilo… ni tampoco quiero hablar más de culpables… quiero simplemente visualizar, en medio de la oscuridad una pequeña luz que nos indique por donde está el camino, y tocar esa luz, y disfrutarla… y sentirme otro al salir de cada túnel, y de cada día, y de cada texto.

(Es decir otro que soy yo, más otra luz. Y luego que sólo quede la luz y el yo desaparezca.)


miércoles, 27 de abril de 2011

La manzana rallada.

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Confieso que de chico fui un mañoso. O hasta malcriado. No tanto por “pataletas” y esos malos espectáculos que dan algunos niños, pero sí en cuanto a comidas y a gustos que fueron, por decirlo de alguna forma, al menos “reducidos”.

Con todo, recuerdo que en materia de frutas, por ejemplo, mi madre –consintiéndome demasiado, por supuesto-, lograba disfrazar algunas de ellas, en pequeños fragmentos que, bajo ese aspecto indefenso (pequeños trozos picados, o molidos, o rallados), lograban engañarme y traspasar la barrera arbitraria que yo imponía y ante la cual sólo tenían acceso una o dos variedades.

Y claro: llegamos entonces al ejemplo de la manzana rallada. Es decir, a la única forma en que yo accedía a comer aquella fruta.

El ejemplo es absurdo y me avergüenza, no crean que lo cuento con orgullo… pero más allá de la sensación asociada a esta costumbre, me parece advertir en ella una forma de engaño –y hasta de autoengaño-, presente en un sinnúmero de otras actividades en las que caemos todos, de una forma u otra.

Podría enumerar así, una serie de estrategias utilizadas para reforzar el sistema económico y la degradación de algunos sistemas de valores, pero sinceramente creo que terminaría citando a Lipovetski o autores de ese estilo y sucede que no tengo ganas de llevar mis palabras, al menos hoy, por esos caminos, aparentemente más “académicos”, por ponerle un nombre.

Tampoco me interesa ahora, contarles el caso de una mujer que logró que su esposo se comiera a sus propios hijos, dándoles pequeños trozos de sus cadáveres que mantenía ocultos en el congelador mientras su marido permanecía en cama, tras sufrir un grave accidente en su trabajo…

-Pero entonces ¿qué es lo que le interesa? –podrían preguntarme, molestos por mi poca eficacia ante el tema.

Mmm…

¿Cómo decirlo…? (Este soy yo hablando de nuevo, por si acaso)

Pues me interesa la forma en que empleamos la técnica de la manzana rallada para transformamos en aquello que algún día pensamos que no seríamos nunca, confieso, sin más.

Sí.

Eso.

Y me sorprendo incluso yo porque pensé, al momento de comenzar esta entrada, que hablaría de la forma en que aceptamos y desarrollamos algunos afectos en relación a la idea de la manzana rallada…

Pero bueno, supongo que uno tiene el derecho de darse cuenta de sus verdaderos intereses durante la marcha…

Además, el asunto ese de la contaminación leve, o de la manifestación de un algo que creímos siempre fuera de nosotros y que de pronto descubrimos como una pieza esencial en nuestra vida, es algo que sin duda me resulta más atingente, por estos días.

A veces es el corte de pelo, el aceptar el trabajo para una empresa, o comprarte tu primera corbata… poco importa la forma, lo relevante es que la contaminación ya está hecha, y eso que pensamos aborrecíamos está de pronto ya en nuestro organismo, y ha logrado ingresar de la misma forma que la manzana entró en ti, cuando eras chico, rallada y sin que te dieras cuenta que se trataba de la misma fruta que, supuestamente al menos, no te gustaba.

Y claro, quizá sea injusto con la manzana al compararla con esas cosas realmente contaminantes y que no aportan, creo, ningún tipo de nutriente a lo que somos, como los ejemplos dados anteriormente… pero bueno, la reputación de la manzana ya está dañada desde el Paraíso así que no voy a sentirme culpable de aquello, ni escribir una reivindicación de la manzana ni nada por el estilo… sino que simplemente voy a ponerle fin a esta entrada…

-¡Ya era hora! –dirá el lector aburrido.

-¡Pesimista de mierda! –dirá por otro lado uno más efusivo y más atento por cierto, a mis palabras.

¿Pero saben? (y este de nuevo soy yo), también podría verse esto desde otra perspectiva. Es decir, justificarme pensando que en esta vida que amenaza a veces con volverse rutinaria y donde la mayoría es contaminación y la excepción a la regla es, digamos, el acto puro… en esta vida, decía, la verdadera manzana rallada puede ser a fin de cuentas el nutriente puro disfrazado: el amigo cercano en el trabajo, el tatuaje escondido bajo la camisa, la carta de renuncia que tienes guardada en tu escritorio… o hasta aquello que escribes en la noche…

Todo recordándote que sigues de cierta forma creyendo en quien eres y que la contaminación (transformación) completa nunca será posible mientras exista ese poquito de manzana rallada entregándote secretamente el nutriente necesario…

Y sí: esta es mi manzana rallada.

Y este soy yo: Vian, ex mañoso, poco antes del fin, de un buen día.

martes, 26 de abril de 2011

El iglú.

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Me gusta la palabra iglú. Tanto el sonido como el objeto que designa. De pequeño, por ejemplo, recuerdo haber tenido envidia de un niño bajo y medio gordito al que le decíamos Iglú.

-¡Buena po, Iglú…! –recuerdo que le gritaban. Y el Iglú se molestaba un poco y no valoraba, pensaba yo, la calidad de su apodo.

Yo en cambio siempre fui Vian. A veces caía algún sobrenombre por ser un poco narigón o ya más grande porque me consideraban algo loco, pero nunca nada especial o de lo que yo pudiera sentirme orgulloso.

El Iglú en cambio tenía el apodo perfecto y no lo quería. Y hasta supongo que sufría un poco. Así que un día fui hasta él y le conté de mi apreciación.

-¡Tu apodo es increíble! –le dije-. ¡Y es que un iglú…! ¡Un iglú es mejor que cualquier otra cosa…! ¡Un iglú…!

Fue entonces que me di cuenta que en realidad no sabía por qué me gustaban tanto los iglús. Es decir, no sabía decirlo, al menos.

Para peor, recuerdo que esa vez entre tanto tratar de convencer al Iglú sobre lo afortunado de su apodo, él pensó que me estaba burlando, y me golpeó fuertemente con una regla de metal haciéndome una herida en la cabeza, que sangró profusamente.

-¡El iglú le pegó a Vian! –gritaron todos. Y la noticia corrió por el colegio y los profesores se enteraron y al iglú terminaron por echarlo, porque descubrieron además que la regla con que me había golpeado había sido afilada por él mismo, quién sabe con qué fin.

No volví a verlo, claro. Y una de las cosas que aprendí de esa experiencia, fue que a veces no vale la pena intentar explicar aquello que sentimos, -no directamente al menos-, y que en ocasiones debemos darnos una gran vuelta en torno a lo que queremos expresar, si realmente pretendemos que nos comprendan, o si sentimos, de cierta forma, necesidad de aquello.

Quizá es por eso, pienso ahora, que comencé esta entrada hablándoles de mi gusto por los iglús, lo que constituye por cierto, parte de la vuelta que me doy en torno a ciertas sensaciones que, para estar acorde con el tema de esta entrada, voy a comparar con bloques de hielo.

Así que bueno, imaginen ahora que doy vueltas en torno a algo que no sé nombrar, con una serie de bloques de hielo, y que voy depositando uno a uno en cierto orden… ¿se dieron cuenta lo que formo…?

Y no crean que se trata de formar la estructura… es decir, el iglú no es el fin… me gusta como palabra, claro, y hasta como “objeto real”, pero, ante todo, lo que más me agrada es su significado. Su sentido.

Y es que el iglú nos protege del frío, con frío. Nos separa de un medio que podría incluso denominarse como “hostil” utilizando el mismo elemento del que huimos, pero en otro estado…
En este sentido, es como si nos protegiéramos del calor con fuego, o nos resguardáramos de algunos sentimientos, con otros sentimientos…

Y claro, podrá alguien plantear entonces que ese hablar “en torno de” es simplemente una excusa para construir el algo del que uno pretendía hablar desde un principio, pero sinceramente, si se piensa así, se estará realmente lejos de una apreciación correcta.

Y es que a lo mejor exista en todo esto algo así como un deseo secreto. O una sensación similar a estar realmente dentro de ese iglú, rodeado de libros que quizá también estén hechos de hielo y que algún día se derritan… sí, quizá eso deseo secretamente. O simplemente es aquello algo que necesito. Y de lo que no hablo.

Porque a fin de cuentas ordenar la biblioteca es también limpiar las ventanas, desde dentro. Una forma de permanecer resguardado de los otros a partir del contacto con todo eso que es justamente aquello que se teme. Es decir, tocando a los otros, huir del contacto de los otros… Queriéndolos, huir del afecto que se teme recibir…

Nada más hay en el centro del iglú, salvo la sensación de sentirse extrañamente protegido, aunque a la vez preso.

Y sí, hoy soy Vian, el esquimal… y este precario iglú, es mi reino.

lunes, 25 de abril de 2011

Sobre el intento de ocupar una cancha vacía.

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I.

Por algún error en la implementación
de un proyecto vecinal,
ocurrió que en una villa donde viven puros ancianos
construyeron una cancha de tenis.

Los viejos pasean por fuera
y la miran,
sin atreverse a entrar,
de hecho,
de las decenas de veces que he pasado por ahí
siempre he visto a los abuelos
sentarse en los bancos
que existen en el exterior de la cancha,
y charlar sobre algo
que no me interesa averiguar.

La cancha, mientras tanto,
siempre está vacía.

Y no es que quiera que los viejos jueguen,
no alego por eso,
ni tampoco quiero que arranquen la malla
y ocupen el espacio para otra cosa,
es simplemente que la cancha ahí,
sin estrenar,
comenzará prontamente a dañarse por las lluvias,
y verla estropearse será entonces similar
a observar un símbolo perder su significado,
o mirar quietamente una ballena
varada en la costa,
mientras es picoteada por las aves.

Quizá por eso,
o contra eso,
es que me decido a ir hasta el lugar
raqueta en mano
y enfrentar a un amigo en lo que será
supongo
uno de los peores partidos de tenis
que alguien pueda presenciar.

-¿Y la quieren arrendar por una hora?
Nos pregunta la vieja de las llaves.

-Sí, una hora está bien –decimos.

-Es que lo mínimo son dos horas –improvisa.

Y bueno, para que pelear:
pagamos.


II.

Lo extraño e incómodo es que apenas
nos preparamos para jugar,
afuera empieza a llenarse de viejos,
algunos traen sus gatos
y sus chales,
y los esposos llevan del brazo a sus esposas
y hasta traen sillas.

Con mi amigo nos miramos
y comenzamos a paletear un poco,
es decir, no tiene sentido alegar
o decir algo,
después de todo, la idea fue nuestra,
y ahora sólo queda ver qué es lo que pasa.

Tras unos golpes errados
que debían servir de práctica,
comienzan los reclamos:

-¡Ya po´ cabros…!

-¡Aprovechen la juventud…!

Y hasta escuchamos unos garabatos en voz baja.

Mi amigo y yo nos miramos, entonces,
y los miramos,
y no sabemos si enojarnos o no,
sólo sabemos que no sabemos jugar
y que esta idea de salvar un símbolo
era sin duda algo que no nos correspondía
y que excedía sin duda
nuestras posibilidades.


III.

Media hora después
los insultos continúan
y se acrecientan.

Además las pelotas
caen cada vez más lejos
y el partido se vuelve además de malo
un poco más lento.

Por otro lado,
los abuelos, fuera de la cancha,
parecen cada momento más fuera de sí
y hasta levantan los bastones
y poco falta para que nos tiren las placas
entre tanto grito.

-¡Son terrible e´ pajeros
cabros culiaos!

Nos grita uno que hace rato
está al borde de la cancha,
y que parece haber estado entrenando
todas esas frases
que los otros viejos aplauden
y celebran a carcajadas.

-¡Como serán de malos,
que el más ahueonao va ganando!

Grita ahora,
y poco a poco me empiezo a cabrear
-porque además soy yo el que va ganando-
y justo cuando voy a dar mi mejor golpe
y hacer callar al viejo
resulta que me tropiezo
y caigo de bruces
y hasta me enredo en la malla
para algarabía de los viejos de mierda.

Así, mientras me desenredo
observo como los viejos caen al suelo de risa
y hasta veo una abuelita agacharse asustada
sobre su esposo
temiendo quizá un paro cardiaco.

-Me cansé de la hueá, viejos de mierda,
les grito entonces.

-¡¿No tienen acaso nada que hacer
en vez de andar mirando unos hueones malos
jugar tenis?!

-¡Pero es que son muy malos! –dice uno.

-¡Y muy hueones! –dice otro.

Y vuelta a la risa.

Yo me miro con mi amigo y él me hace un gesto
para que nos vayamos,
pero yo no voy a perder tan fácil,
me digo,
y voy a cerrar al set.

-¡Esta es por vos, viejo ahueonao! –le digo a uno,
pero por los nervios fallo el tiro,
y el viejo vuelve a la risa
y a huevearme nuevamente.

-¡Lo malo es que a esta edad…
se nos van a olvidar estos hueones…! –grita uno.

-Deberían venir mañana, cabros
así nos acordamos y hasta les hacemos una copa…!

-¡La copa naftalina! –gritan otros.

Yo hago como si no los escucho
y sigo jugando.

Mi amigo, en tanto,
responde unas cuantas,
pero resulta ser aún peor que yo,
y los viejos aplauden ante cada error
y no se cansan.

Entonces,
entre punto y punto
(entre un error y otro)
comienzo a imaginarme la situación desde fuera,
y me fijo que ya ni siquiera somos cabros
como nos llaman ellos,
sino dos profes treintones
buenos pa la cerveza
cabreados con unos viejos que se van a morir en pocos años…
y poco a poco
mientras acepto la realidad
comienzo a jugar con mayor gusto…

Me huevean claro, pienso,
y con razón,
pero yo sigo el juego concentrado
y les termino el show con gusto
y hasta gano
y lo celebro.

Los viejos no pueden más de alegría,
aplauden y gritan entre ellos
y hasta veo que se pagan apuestas
a escondidas…

Por último,
y por si faltara algo,
la señora de las llaves nos dice
que hay que costear la pintura de una puerta,
done un viejo rayó con tiza
nuestro resultado:

Ahueonao 1: 6
Ahueonao 2: 4

Y hasta salimos dibujados con caras chistosas.

Yo me miro con mi amigo y decidimos pagar,
no sin antes discutir un poco para bajar el precio.

Al final, mientras nos íbamos,
me devuelvo para borrar y escribir mi nombre
con el resultado.

-¿Se llama Vian? –me pregunta entonces la señora.

-Sí –digo yo.

-Pues puede volver cuando quiera –me dice, como entre risas,
mientras apaga las luces de la cancha,
y anota mi nombre
en una libreta.

domingo, 24 de abril de 2011

La felicidad es un placer que te arruina.

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"Has estado enferma, pobre ángel mío;
quizá ambos somos la causa.
Si hubiéramos tenido tiempo nos habríamos matado.
Tenía ganas.
¡Qué felices éramos entonces!
¡Qué locos y jóvenes!
¡Qué pocos días de esos hay en la vida!”

Flaubert, carta a L. Colet (12-9-1846)


I.

La felicidad es un placer que te arruina
Dice Flaubert.

Te mira desde arriba del abismo
Y se burla pues sabe
Que el regreso es imposible.

Acepta la lucha
Y te hace escoger el campo de batalla
Y armada de venganza y de vergüenza
Cual Tomiris
Te humilla y te degüella y te sumerge
En la sangre derramada.


II.

¡Arruinémonos!

Bajemos rodando las laderas
Y arranquémonos el pelo
Rasguémonos la piel
Festejemos.

¡Qué triste y opaco debe ser un paraíso
Lleno de hombres ancianos
Descreídos y decrépitos!

Aún es tiempo:

¡Arruinémonos!


III.

Que fluya entonces el alcohol
Y griten violadas, las doncellas
Mancilladas porque el amor
O porque la vida
O porque Dios
Las engañó de la misma forma que a las putas.

Márquense las arrugas con cuchillos
Ahorremos tiempo
No dejemos que el descenso
Y la caída
Arrastren con ellos
Lo que queda.

Además somos lo que queda.

Nuestros restos.


IV.

La felicidad es el placer que te arruina
Dice Flaubert.

Todos los demás pasan por el hombre
Y apenas nos desgastan.

La felicidad en cambio nos deja
Algo así como sedientos,
O con la consciencia del desgaste
Y la eternidad como una farsa.

La felicidad es cruel
Y es obsesiva,
Enferma de sí misma
Y nos arruina.

¡Arruinémonos!


V.

Ciro fue a pelear contra Tomiris,
Y sus ejércitos lucharon
Y la sangre corrió
Y Ciro fue muerto.

Entonces Tomiris,
Despreciada y orgullosa, recogió en una vasija
La sangre derramada en la batalla
Y sumergió en ella la cabeza arrancada
Del rey Ciro.


V.

¡Qué pocos días hay de aquellos en la vida!

Y cuanto desperdicio
Y cuanto daño
Por no saber
Conformarse con aquello.

Engáñese usted si quiere,
Y aspire a la decrepitud…
Y sobreviva
¡Allá usted…!

Cuide de sí mismo
Y espante las moscas del cadáver,
Y viva usted como el cuerpo de Ciro
Al que le han arrancado la cabeza.


VI.

Todos perdemos el momento:

Lo dejamos pasar.

Y miramos a distancia
Y hasta el recuerdo se pierde
Y ya no auxilia.

Y los hombres claman
Y alegan
Porque la vida no es justa.

Y creen merecer felicidad
Y justicia
Por el mero hecho de existir…

¡Insensatos!


VII.

Quizá las putas saben la verdad
Y no la dicen.

Por eso tengo sed de putas.

Nada de princesas,
Nada de mujeres puras.

Esa es carne en formol
O trabajada con tinturas
Como la carne de supermercados.

Las putas en cambio,
Ofendidas,
Obran como Tomiris,
Y saben la verdad
Pues han sido despreciadas.

Por eso tengo sed de putas.

Y ellas tienen sed de sangre.

Y a mí la sangre me sobra.


VIII.

La felicidad es un placer que te arruina
Dice Flaubert…

¡Arruinémonos!

¡Arruinémonos!

¡Arruinémonos!

sábado, 23 de abril de 2011

Vian, Ilka, Chet y el pozo.

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Son las tres de la mañana cuando siento el timbre del departamento sonar casi ininterrumpidamente. Había terminado recién de ver un documental sobre Chet Baker y estaba durmiéndome casi, leyendo a Kapuscinski, que no está tan mal, a todo esto.

Dejé pasar unos minutos pensando que se trataba del tipo borracho del quinto que se equivoca día por medio, pero el asunto siguió, así que al final abrí la puerta.

-¡Vian, conocí a alguien! –dijo Ilka, entrando y sentándose en el único sofá que no estaba lleno de libros.

Yo la vi entrar y cerré la puerta. Por un momento pensé que se trataba de fantasmas o algo así, pues ya me ha tocado tres veces encontrarme con una niña chica que dice haberse caído de las escaleras y que al parecer nadie más ha visto.

-Disculpa que me meta así en tu casa… ¿estás solo, cierto?

-Sí, todavía no inflaba la muñeca –confieso, pero ella se ríe porque piensa que es broma.

-Quiero contarte sobre alguien a quién conocí -dice entonces-, pero no quiero que no me creas, además la historia es rara…

-¿Puedes contarla…?

-Pero ¿me vas a creer…?

-Eh… sí, supongo que sí…

-Ya, entonces primero dime un nombre.

-¿Para quién?

-Para nombrar a quien conocí esta mañana…

-Ilka, ¿estás bien…?

-Dime un nombre y luego escucha, no te pido nada más…

-También me pides que crea…

-Bueno, dime un nombre, escucha y cree, en ese orden.

-Chet.

-¿Cómo?

-Chet, ese nombre te doy.

-Es que no me gusta…

-Hey, tú te llamas Ilka, no huevées…

-Está bien… Chet, conocí a Chet entonces… esta mañana.

-¿Antes o después que se fuera Iván? – (Iván es el hijo de Ilka, y viajó a ver a su abuela).

-Justo cuando se fue –dice Ilka-. Yo entré a la cocina y quise cocinar un queque, de plátano, y otras cosas dulces…

-¿Y…?

-Miré a un lado y Chet estaba ahí… en la cocina. Yo lo vi de reojo y seguí cocinando, pero…

-Espera… ¿tú conocías de antes a Chet?

-No, o sea no lo había visto, pero me pareció que sí, quizá, aunque nada claro…

-¿Y qué hiciste entonces?

-Seguí cocinando –dice ella-. Caminaba por la cocina buscando ingredientes y pasaba por su lado sin decirle nada, como si no lo viera… Fue así un largo rato hasta que metí el queque al horno… -Ilka hace una pausa.

-¿Y?

-Después me fui a bañar, dejé a Chet en la cocina y le hice un pan con mermelada, para que esperase, pero se lo tragó de inmediato…

-¿Cómo…? ¿No entiendo Ilka?

-Que le hice un pan y se lo tragó… no hay que entender, Vian, hay que escuchar… Además si sigues paso a paso no vas a entender cómo fue que llegó al baño…

-Espera, me vas a decir que Chet te siguió al baño cuando te fuiste a bañar…

-No me siguió, el se quedó en la cocina y yo cerré la puerta, luego me metí al baño y cerré la puerta, pero él también estaba ahí…

-Espera, ¿Chet es acaso el padre de Iván…? Ese que dijiste que trabaja en Croacia…

-No, el padre de Iván no trabaja en Croacia, mentí si te dije eso… pero no, Chet no es el padre de Iván y además eso no es lo importante…

-¿Qué cosa no es importante?

-Eso, el que relaciones a Chet con otra cosa que con él mismo…

-Ok –digo, para evitar discutir.

-El caso es que me duché y mantuve con él la misma actitud que había tenido antes, en la cocina, e hice lo mismo cuando lo encontré en los otros lugares de la casa, y hasta en la cama, cuando quise descansar un poco…

-…

-Así que al final pensé que Chet había venido por el queque, o por comida, y andaba detrás de mí igualito que los perros cuando tienen hambre y mueven la cola…

-Espera –la interrumpo- ¿Chet tiene cola?

-Jaja, no Vian, no… cómo va a tener cola…

-Pero es que…

-Nada, deja avanzar… el punto es que saqué el queque y me puse a alimentar a Chet. Primero le di una rebanada y luego vi que seguía igual así que le fui dando más hasta que le di todo el queque…

-¡¿Todo?! –alego yo, con algo de hambre.

-Todo. Y luego le di la comida que quedaba y hasta le hice un par de sándwiches…

-¿Y todo de inmediato?

-De inmediato… Chet acababa con todo y fue entonces que me di cuenta que no era normal, es decir quizá era normal, pero era normal para ser un pozo…

-¿Cómo un pozo?

-Un pozo, Vian. ¿No entiendes?

-No.

-Un pozo: un brocal, un hoyo, y a veces agua en el fondo, u otra cosa que desconocemos, porque está oscuro…

-¡¿Un pozo?!

-Sí po, Vian, un pozo -dijo Ilka, mientras reía como si se tratase de un juego-. Uno de esos donde los niños tiran piedras para saber qué tan hondo es y luego se imaginan cayendo…

-¿Tú crees que se imaginan cayendo?

-Sí, a veces uno imagina esas cosas, igualito que yo cuando caigo por las escaleras –me dice.

Entonces miro nuevamente a Ilka y me doy cuenta su cuerpo ha cambiado, y que está pequeñita sentada allí, con las rodillas rotas, y comienza a llorar de pronto porque se cayó de las escaleras y porque al parecer ya no es Ilka…

-¡Me tiraron por las escaleras! –dice entonces-. ¡Pero yo me quería caer al pozo!

-Pequeña –le digo yo entonces, con los ojos cerrados-. No sé quién eres o qué quieres, pero te quiero pedir que te vayas de acá con cuidado…

-¡Es que me quieren arrojar por las escaleras! –me interrumpe.

-¿Quiénes?

-¡Ellos! –contesta, y por un momento siento que ellos también están aquí-. Me quieren arrojar aquí porque quieren que tú me veas y no me dejan lanzarme al pozo.

-¿Y por qué te quieres lanzar al pozo? –le pregunto.

-Porque debo irme, ellos me obligan a asustarte, y quieren que duerma contigo…

-Pequeña, vete por favor, si quieres lanzarte al pozo no pueden obligarte a no hacerlo…

-Pero pueden esconder el pozo… ayúdame Vian… -solloza.

Entonces yo, de golpe, levanto la alfombra y aún con los ojos cerrados le digo que se meta abajo, que ahí está el pozo y que yo la ayudo.

Inmediatamente ella se arroja al suelo y yo la cubro con la alfombra. Siento su cuerpo y sus huesitos blandos como si fuese un ave y voy tratando de dejarla abajo, hasta que de pronto la sensación se va y la alfombra vuelve a ser simplemente una alfombra sin nada extraño bajo ella.

Todo entonces queda en silencio. No tengo teléfono y no conozco a nadie en el edificio, salvo a Ilka y algo me dice que no debo ir a llamarla. El corazón me late a prisa y todo está oscuro. No quiero moverme hasta ver luz.

Horas después llega la luz. Y me muevo. Y todo parece normal, pero no lo es.

Pero claro, nadie me cree. Y esto parece un cuento.

viernes, 22 de abril de 2011

Casi un argumento.

"Me atraen de una manera enfermiza
los alimentos deshidratados"
Otto Wingarden.
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Le dijeron que orara por su padre, pero no lo hizo y al otro día su padre murió. Se sintió culpable. Había comprobado la existencia de dios pero también la negligencia suya, lo poco que pesaban sus afectos, por decirlo de algún modo. Quizá por eso, a veces tenía rabia y se acostumbró a rezar como con rencor… igual que un empleado cuando luego de su horario de trabajo debe quedarse con el jefe para dar cuenta sobre algunos gastos, o información no del todo necesaria, ni importante.

Luego de aquello, todo fue como un cálculo. Rezaba sí, pero no le gustaba pedir nada para él mismo. Pedía simplemente por cosas obvias, cosas supuestamente importantes y universales como la paz mundial, es decir, palabras que servían al menos para comprobar ante dios, o ante su jefe, que él era algo así como un buen empleado. Y claro, quizá no lo suficiente como para ser el empleado del mes y que su rostro estuviese colgado en la oficina de dios, pero quizá lo suficiente para que, sumando el tiempo, pudiera tener una pequeña recompensa, o al menos, un saldo positivo, pensaba.

Fue un buen estudiante y se recibió de ingeniero en informática un año antes de casarse con Florencia y hacer un viaje por Europa, un recorrido que ella no dejaba de recordar y cuyas fotos estaban colgadas hoy, quince años después, en los lugares estratégicos de su departamento, para que los visitantes tuviesen la oportunidad de preguntar y ellos –ella en verdad- la posibilidad de contar alguna anécdota o una historia que de esa forma permanecía viva, como si las palabras removieran cenizas y uno encontrara siempre ahí al fondo algunas encendidas, que entibiasen un poco lo que ellos consideraban una buena vida, sin mayores altibajos.

Esto pensaba Esteban todas las noches mientras se acostaba al lado de Florencia y fingía estudiar libros ilustrados –aunque en realidad repetía alguna oración aprendida y daba las cuentas del día-. Y claro, nunca contó sobre aquello a Florencia, sino que a medida que rezaba, iba avanzado algunas páginas en las ilustraciones, mientras su mujer se ponía unas cremas en el rostro, -o se las sacaba, lo cierto es que Esteban nunca lo supo-, y luego había que dormir, o hacer el amor, o hablar un poco sobre algunas otras cosas.

Fue entre una de estas cosas que Florencia sacó el tema una noche. Y se lo dijo sin más.

-Tengo un amante, Esteban. –le dijo.

Él la escuchó con las luces apagadas y no supo bien qué decir. Nunca había orado sobre su relación y ya había dado las cuentas del día, así que era algo que debía responder por sí solo, pensó, mientras buscaba algo así como una reacción, al interior de otro algo que le pareció similar a un cajón vacío.

-No sé si esto te duele realmente o simplemente es algo que esperabas –continuó Florencia-, pero yo no me siento nada bien con el asunto…

Luego ella siguió explicando algunos pormenores y contó además que era algo que ocurría hacía un año, y que durante este tiempo –y más-, había estado juntando, a escondidas, el dinero necesario para hacer un nuevo viaje por Europa.

-Pero no creas que lo voy a hacer con él –aclaró Florencia-, siempre que junté ese dinero yo pensaba algo así como alejarme de los dos, o renovar las fotos de la casa… salir sola, ¿entiendes? Es decir, yo no podría vivir sola y tener esas fotos viejas y salir contigo en ellas pues no sería lógico… así que quiero fotos sola, en esos mismos lugares… -concluyó, un tanto nerviosa.

Luego de esto ella se puso a llorar y le exigió a Esteban que saliera de la habitación y durmiera en un sillón. Y le informó también que se iría unas semanas a vivir con Gabriela, su hermana, hasta que decidiera comenzar su viaje y empezar de cero.

Entonces Esteban se fue a un sillón e intentó pensar las cosas. Se encontró llorando un momento, pero sin mayor dolor o sufrimiento, y todo se calmó rápidamente. Y claro, no estaba de acuerdo con las cifras que entregaba su esposa –sobre todo esa que hablaba sobre comenzar de cero-, pero sabía que era algo que debía aceptar, simplemente. Como la vida entera.

Durante las próximas tres semanas ninguno de los dos estuvo en el departamento. Ella se quedó con su hermana, y él arrendando una pequeña pieza en un edificio que quedaba a un costado del trabajo. Aún no se separaban oficialmente, pero tampoco había ningún intento de mejorar la situación.

A veces él lo pensaba al rezar –porque seguía haciéndolo-, y se preguntaba si pedir o no porque ellos volviesen a estar juntos, pero algo cercano al rencor le impedía hacerlo, de la misma forma como nunca se había acercado a su jefe para pedir un aumento, pues creía que era tarea de él dárselo, si cumplía de buena forma con su trabajo.

Fue entonces que recibió la llamada de Florencia pidiéndole que se reunieran en el departamento porque ella quería despedirse y hablar con él antes de partir.

-¿Cuándo viajas? –preguntó él, en esa misma llamada.

-En dos semanas –contestó Florencia. Y acordaron juntarse unos pocos días antes de aquel viaje.

Ya en el departamento la reunión fue extraña. Todo el lugar estaba lleno de polvo y las fotografías seguían en sus sitios como si nada realmente hubiese pasado.

Ellos hablaron entonces sobre la posibilidad de vender aquel lugar, pero no llegaron a nada claro. Luego, Florencia le contó que Daniel, su amante, había decidió irse con ella, aunque sólo durante el periodo de sus vacaciones –ella al parecer se iba por varios meses- y luego vería si al regresar retomaba su relación con él, o no lo hacía.

Entonces Esteban fue con ella hasta el dormitorio donde le ayudó a recoger unos abrigos que necesitaba para el viaje y mientras lo hacía, ella se había acercado y lo había besado y todo fue confuso y terminó con los dos teniendo sexo –ya no era hacer el amor, pensaba Esteban- y disfrutándolo tanto como sucedía en un comienzo de su relación, si es que podía compararse con ello.

Terminado aquello ella lloró un poco y él también, claro, pero no dijeron nada. Ella viajó de todas formas –lo supo por un mail donde ella enviaba una foto desde Notre Damme, sola- y se veía alegre.

-Esa noche –la noche en que recibió aquel mail- Esteban rezó de una forma distinta, es decir, dio sus cuentas como siempre, pero le dijo a ese jefe que esa era la última oportunidad en que lo hacía. Y renunció a esa especie de trabajo de la misma forma como había renunciado a su trabajo “real”, hacía pocos días.

Dejó el lugar que arrendaba y regresó al departamento, y limpió el polvo y corrió los muebles para limpiar mejor, y hasta se sacó fotografías sonriendo en lugares estratégicos de la casa, donde siempre aparecían tras de él, las fotos de aquel primer viaje con su esposa.

Eligió la mejor de las nuevas fotos –en la que se veía más alegre,- y envió un mail de vuelta a su esposa, agregando unas cuantas palabras.

Así, cruzando unos mails y otras fotografías, ambos acordaron que volverían a intentarlo apenas ella regresara.

Él, como una sorpresa especial, compró algunos marcos vacíos, para que ella pusiese sus nuevas fotos.

Y claro, fue entonces que ella regresó.

jueves, 21 de abril de 2011

Aquí hay perro encerrado, o el amor como necesidad de.

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Marcos está preocupado porque tiene un problema con Marcos, que es su hijo. Yo lo escucho contarme su situación, pero me confundo a ratos porque ambos tienen el mismo nombre y además porque tengo sueño.

-Marcos –lo interrumpo-, ¿por qué no le dices Marquitos, o de otra forma que me confundo un poco con la historia?

-Porque mi hijo se llama Marcos y no Marquitos –me dice algo molesto, o nervioso, más bien-, y además no te digo nada mío. Todo lo que pasa le sucedió a él.

-Ok., pero podrías ordenar un poco los datos, para entender mejor a qué quieres llegar… -le pregunto.

Entonces Marcos (el papá) me reitera que encontró un perrito muerto en el clóset de su hijo, ahogado, lleno de excrementos y amordazado, y que al parecer el culpable de todo eso fue su hijo (el otro Marcos).

-Es decir, no sé si llamarlo culpable –me explica-, Marcos apenas tiene 9 años y sé que no lo hizo de gusto, pero imagínate la reacción al ver eso… No pude evitar gritarle y pedirle explicaciones con algo de violencia…

-¿Le pegaste?

-No, no golpes, digamos. Pero en un momento recuerdo que lo tiré muy fuerte hacia la cama porque estaba de pie y no respondía, y yo no entendía qué pasaba…

-¿Y qué pasó al final?

-O sea, al final explicó, pero era todo tan raro que no sé si he logrado ordenar la historia… escucha: ante todo el perro era un cachorro, uno café que habían tirado en la plaza y que Marcos insistió en que nos quedáramos…

-¿Y tú le habías dicho que no?

-Claro… -me dice algo agresivo-, ¿o cómo querís que lo cuidara si trabajo todos los días y la mamá con suerte viene a verlo una vez a la semana…?

-¿Pero insistió mucho tu hijo en lo del perro?

-¿Marcos?

-Eh… sí, Marcos.

-Pues no tanto, en realidad. O sea mañoseó un poco, pero eso no más… además el Marcos está bien enseñado y no llora ni alega nada, así que yo pensé que todo había quedado hasta ahí.

-¿Y se supone que fue entonces que él entró al cachorro…?

-Sí, parece que sí... Según me dijo lo entró escondido y lo metió en el clóset, pero como hacía mucho ruido, tenía que taparle la boca y terminó amordazándolo, o algo así…

-¿Cómo “algo así”?

-Algo así po, hueón… -me dice, nervioso-, como que le metió unas cosas en el hocico y parece que lo intentó tapar con ropas para que no hiciera ruido…

-¿Y tú te habías dado cuenta de algo raro?

-Nada. O sea, algo me acuerdo de haberle dicho que se callara una noche, pero nada más, y pensé que estaba revolviendo cosas porque en el closet guarda unos juegos y unas revistas…

-…

-Pero lo peor fue que parece que el mismo mató al perro, le llevó agua igual la primera noche y comida, pero con eso de hacerlo callar parece que lo apretó mucho y el perro se murió…

-¿Pero tu hijo se dio cuenta de eso?

-No sé bien, es raro… el me dice que sí, pero que a la vez creía que estaba dormido…

-¿Cómo?

-Eso po, hueón… como que el perro se había muerto, pero estaba dormido… o muerto, pero que iba a despertar…

-¿Como resucitar?

-No sé, a lo mejor creía algo así, porque seguía llevando agua y le hacía cariño y yo sentí hasta olor a perro en la cama así que capaz que hasta lo haya metido muerto…

-¿Y qué pasó con él, al final?

-Lo iba enterrar en el patio, pero preferí meterlo en una bolsa y lo dejé afuera con la basura no más…

-Yo lo decía por tu hijo…

-¿Qué pasó con Marcos?

-Sí…

-No sé po, hueón. Está como igual, aunque no sé bien… Al menos parece ser que no le afectó mucho… Y en colegio no le han dicho nada tampoco… así que supongo que no fue tan terrible a fin de cuentas…

-¿Y por qué me lo cuentas entonces?

-¿Cómo?

-¿Si no fue tan terrible y se supone que hiciste bien las cosas, por qué me lo cuentas?

-Puta, no sé po, hueón, porque somos más o menos amigos y los amigos e cuentan hueás, como para andar con la verdad…

-¿Y tú creís que eso que contaste es la verdad?

-Mira, hueón, yo no quiero preguntas hueonas ni filosofía barata…. trabajo hartas horas en la semana, y tengo un hijo igual que tú, y aunque te creas superior hasta lo quiero igual que tú…

-Igual que todos, supongo…

-No sé, o a lo mejor sí, y por eso da lo mismo si todos los papás se llaman Marcos y todos los hijos se llaman Marcos porque a todos no pasan las mismas hueás…

-Pero entonces no tendríamos para qué contarnos las cosas… todos sabríamos qué pasa… y tendríamos perros muertos en los clóset todos nosotros…

-¿Y tú te creís mejor porque no hay un cachorro en el clóset de tu hijo?

-No me creo mejor, hueón, no te estoy atacando, y puede ser que algún día me encuentre con un perro o un gato, o lo que sea… además la necesidad de amar la tenemos todos…

-Pero no matamos seres por eso…

-No sé, hueón, y no es el punto… es simplemente que ser felices es algo egoísta a veces… o cruel… supongo…

- ¿Y entonces porque hay necesidad de amar pasa a ser válida la crueldad…?

-¿Cómo la crueldad?

-La crueldad, po hueón… la crueldad de la necesidad de amar… ¿eso estay diciendo, o no?

-Yo no quiero decirte nada hueón, porque sinceramente estoy pensando en tu hijo y en mi hijo y me preocupan esas necesidades, y me da miedo…

-Porque tú soy hueón y si pasa más rato hasta te vay a poner en el lugar del perro… y vay a evitar pensar que la vida es blanca o es negra y que no hay más…

-Mira, no sé si hay más, pero ojalá lo haya…

-No vengay con filosofía barata, po Vian… ni me digai ahora que la verdad es barata que es supongo la respuesta que seguía…

-Sí… lo había pensado, pero no iba decírtelo…

-¿Qué la verdad es barata?

-Sí. Más que barata, de hecho.

-Pues entonces ya estoy pensando como tú y se me va a hacer innecesario llamarte y contarte estas hueás que para ti hablan siempre de algo más hondo, donde te terminai ahogando, hueón, igual que el perro.

-Pero se trata de tu hijo, hueón.

-Marcos, hueón… No es “mi hijo”, porque no existe en función mía… es Marcos, como yo, pero él. Y es fuerte y no llora y entendió que mató un perro y que eso no se hace…

-¿Y entendió entonces que ante la necesidad de amar es mejor quedarnos solos y ponernos serios?

-Si la opción es matar y ser crueles, sí… prefiero que entienda eso…

-¿Pero por qué, cruel…?

-…

-¿Entiendes tú lo que estás diciendo?

-¡¿Y tú, Vian, sabís acaso de qué mierda estai hablando?!

Entonces, recordando que Marcos (el papá) debe estar cerca de Marcos (su hijo) gritando y discutiendo, decido mejor guardar silencio.

Además, sinceramente, siento que entiendo poco de esto, y también que mi forma de creer entender o de sentir las cosas, no me ha llevado a situaciones muy buenas… y quizá deba darle unas cuantas vueltas a esto, al igual que mi amigo, para al menos evitar hacer más daño… antes de decir cualquier cosa…

Y es que supongo que es imposible entender a los niños hablando de ellos en vez de ir directamente hacia ellos, y abrazarlos, y ver desde ahí, acaso, si logramos recordar ese hambre de amar y de intercambiar afecto que todos tuvimos en algún momento, hasta que la fuimos perdiendo, -algunos de nosotros-, como tantas otras cosas.

miércoles, 20 de abril de 2011

Dos cartas bajo la cama.

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Con esto de ordenar la biblioteca hace tiempo que no me preocupo de otras cosas. Por ejemplo, hoy buscando una billetera que se me perdió hace ya 10 días, encuentro entre mis cosas un par de cartas breves aún selladas que no recuerdo de donde han salido.

Tras pensármelo un momento abro la primera, que no tiene remitente alguno y cuya estampilla se limita a reproducir un cuadro abstracto de Miró y a tener sobre sí un timbre borroso que no logro descifrar.

Dice la carta:

“Vian, ¿cómo estás? Te escribo aunque tú prefieras que no y me encuentres extraña e intentes mirar en otra dirección cuando logro ponerme frente a ti, con intención de saludarte.

Hoy mismo, por ejemplo, veía una película de esas mudas que a ti te gustaban. No me acuerdo el nombre, claro, porque no la vi del comienzo, pero había algo ahí, Vian, había algo…

Fue entonces que me dije que debía escribirte, algo breve, por supuesto, y directo, y sin tantas vueltas de esas que hacen uno se pierda y que tú me trates de loca.

Pero no estoy loca, Vian.

¡No estoy loca!

Y me aburre que pienses así y prefieras entonces tus películas mudas tan estúpidas y en blanco y negro, donde -¡esos sí!-, están locos… Y hasta se ponen a bailar de pronto como si eso fuese… no sé… natural…

Lo malo de todo eso y lo que me llena de la rabia suficiente como para escribirte, es que no encuentres loca a esa gente que baila y no habla, y hasta seas capaz de emocionarte hasta las lágrimas con ello…

Y sí, tengo rabia y estoy un poco desequilibrada ¡pero no loca! Y mientras tus lágrimas son en blanco y negro las mías son a colores, y hasta en 3D… y de la vida ni hablar.

Pero como ya te dije. Esta carta es corta y concreta. Y no estoy loca, Vian. Así que la termino aquí mejor, para demostrártelo.

P.D.1: Si las cartas llevaran título, ésta se llamaría: Todo lo que fuimos en otro momento. Pero sé que no lo llevan, así que no se llama así.

P.D.2: Espero una respuesta concreta.”

Yo le di una vuelta a la carta y la leí dos veces. Luego busqué la firma y no la encontré, y comencé a pensar.

Intenté entonces recordar nombres y personas y sinceramente no di con ningún rastro que me permitiera acercarme a una respuesta, o a una explicación al menos, para esas notas.

Y claro, había tomado un par de cervezas, pero eso no es excusa. Después de todo, la situación era tan extraña que debiese haberme acordado aunque me hubiese inyectado algo –cosa que no hice-.

Al final, decidí mejor abrir la segunda carta, y esta decía así:

“Vian, ¿cómo estás?

Te escribo porque creo que eché al correo una de esas cartas que te escribo cuando pienso que veo las cosas bien y en realidad no están.

Las cosas en mí, me refiero.

Por otro lado, quizá no te acuerdes de mí y así está bien. A veces pienso que es mejor olvidarnos de las personas que olvidamos. Es decir, pienso que es mejor aceptar las cosas. O no huevear, en buen chileno.

Así que te escribo para eso, para dejar esas cosas en claro y sepas que en el fondo estoy bien y nada de loca, como piensan todos. Hasta tú, yo creo. Pero no estoy loca, claro.

Y menos porque tú lo digas.

Otras cosas las acepto y están bien y hasta tienen razón (los que las piensan). Pero te quiero pedir de todas formas que no me digas nada… y es que sé que doy lástima, Vian, pero todos damos lástima… piénsalo así mejor y no insistas.

Yo por mi parte haré lo que me corresponde de una forma normal y natural porque esa es la forma que refleja mi estado interno. ¡No la locura o la enajenación o la perturbación!

Así que eso… No me respondas nada si no quieres, que yo entenderé: además el que calla otorga.

P.D.1: Ahora que lo pienso, a lo mejor por eso te gustan las películas mudas.

P.D.2: ¿Cierto que te gustan las películas mudas?”

Tras leer la segunda misiva dejé las dos cartas juntas. Nada de fechas, ni firmas, salvo un timbre borroso donde me parece identificar el año 2009, aunque las cartas parecen mucho más recientes.

Intentando entender recordé entonces un trabajo que tuve hace varios años. En él, yo debía visitar a una abuelita y leerle cuentos y conversarle del clima y esas cosas. Ella, por lo demás, parecía olvidar prontamente lo que hablábamos, así que el asunto se volvía extraño de vez en cuando, sobre todo cuando uno ya se estaba despidiendo y la abuelita te saludaba como si acabaras de llegar, por dar un ejemplo recurrente…

Lo sucio de eso, sin embargo, es que la abuelita pensaba que quien realmente la visitaba era su hijo, bastante mayor por aquella época, y quien era además el que me pagaba por aquellas visitas donde yo no debía nunca desengañarla, ni decirle quien era realmente.

-Es mejor así –me decía el hombre-. Yo no tengo tiempo de ir a verla y así ganamos todos. Ella se siente feliz y tú recibes dinero y yo hasta soy un buen hijo.

Y claro, yo le daba vueltas al asunto y sentía que algo no iba bien, que había una especie de cálculo incorrecto en aquello. Y así se lo plantee al hijo de aquella mujer, cuando le dije que no quería seguir con las visitas.

-A veces por querer ser honestos –me dijo esa vez-, terminamos por ocultar una verdad más profunda… Y es que uno puede olvidar, o pensar que el otro es quien queremos que esté ahí realmente, y esa es la verdad que debe prevalecer, a fin de cuentas… aquella en que elegimos creer…

Y bueno, eso me dijo ese hombre aquella vez, y hoy, que estoy frente a esas cartas de las que nada recuerdo, intento relacionar ambas situaciones, como para buscar una respuesta, que no llega.

Al final, -porque todo debe tener un final a fin de cuentas-, decido escribir una breve nota de respuesta y dejarla bajo la cama:

“Querida:

1. Creo sinceramente que no estás loca, y que el loco soy yo.

2. Discúlpame si algo de esto te molesta.

3. Cada día me encantan más las películas mudas, y el silencio de ese mundo me maravilla.

Con afecto, Vian.”

martes, 19 de abril de 2011

Vian, pequeño saltamontes.

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I. Tíbet, Abril de 1990. Cielo nublado, variando a parcial.

-En cada cruce de calles hay un Vian distinto –me dijo-, uno que sigue la ruta que no sigues y va por los caminos que no tomas…

-¿Otros Vian que existen desde antes, o que existen desde que yo elijo un camino?

-Otros Vian que existen siempre, y que están naciendo en cada paso… Si tú caminas hay un Vian que se detiene, si te detienes, otro que camina, y otro que retrocede…

-¿No puedo ser yo el Vian que retrocede, maestro?

-Puedes ser el que quieras, pequeño saltamontes… pero no puedes ser todos.

-¿Y si voy rápido y luego vuelvo y luego me detengo?

-No puedes, Vian. Siempre habrá otros que harán lo mismo, pero en direcciones distintas… ellos siempre se desprenderán de ti, como los ácaros…

-¿Por qué, maestro?

-¿Por qué, qué?

-¿Por qué no quieren seguir conmigo? ¿Es muy fome mi vida, maestro?

-Fomísima, Vian, pero esa no es la razón.

-¿Y cuál es maestro?

-Deberás descubrirlo tú mismo, con el tiempo.

-¿Y si se me olvida, maestro?

-¿Si se te olvida qué?

-Si se me olvida que hay otros Vian, que siempre hay alguno que sigue la vida que no viví…

-Entonces yo viajaré hasta ti en la forma en que menos te lo esperes, y tú recordarás, y sabrás que estás listo para comprender, y elegirás hacerlo o no hacerlo.

-Yo elegiré hacerlo, maestro.

-Tal vez, pequeño saltamontes. Tal vez.


II. Santiago, 19 de Abril, cielo nublado, variando a parcial.

Vengo cansado de un día de trabajo. Además pensé que hoy jugaba Real Madrid vs Barcelona y quise verlo en un bar. Pero me confundí. Así que con unos colegas termino al final en un local de comida rápida hablando de cosas que ya olvidé y comiendo dos sándwich que acompaño además con una cerveza.

Lo extraño es que durante todo ese rato sentí un pequeño ruido, como una voz que me hablaba a un volumen mínimo, diciendo algo a lo que preferí, en aquel momento, no prestar atención.

Luego, cuando estuve solo, yendo hacia mi casa, la voz se fue haciendo cada vez más nítida:

-Ahueonao –escuché que decían-, ¡ahueonao…!

Me detuve. Miré para todos lados para buscar al ahueonao al que llamaban. Pero estaba solo. Nadie a la redonda en al menos 20 metros.

Entonces intenté prestar atención y seguir la voz y descubrir desde dónde venía.

-¡Contesta, ahueonao! –repitió la voz, un par de veces. Y entonces comprendí. La voz venía desde dentro mío, y me hablaba a mí. Al mí de afuera.

-¿Eres mi hígado? –pregunté, con el fin de pedir disculpas y hasta hacer un compromiso...

-No –me contestó la voz-, soy alguien a quien has tenido olvidado este último tiempo…

-Mmm… -pensé, y hasta malpensé, sacando cuentas e intuyendo que la voz venía desde más abajo, avergonzándome un poco.

-Soy tu antiguo maestro –me aclaró entonces la voz-, alguna vez fuiste mi discípulo, mi pequeño saltamontes…

-Ya –dije yo, un tanto incrédulo-, y por qué debiera creerte… ¿hay algo que pueda comprobar aquello que estás diciendo…?

-Una vez te hablé de otros Vian, unos que desarrollaban una vida distinta a la tuya… y que siguen los caminos que tú no escogiste…

-¿Algo así como un Vian casado, con celular y con tres hijos?

-Sí, o como uno que aceptó haber estudiado esa carrera que le destinaba mejores beneficios económicos…

-¿Conoces acaso a esos Vian?

-Los veo, pequeño saltamontes, los veo. Y de vez en cuando siento que parte del Vian original se ha ido un poco con ellos…

Emocionado entonces reconocí a mi maestro, y quise saludarlo y abrazarlo, pero no sabía realmente dónde se encontraba.

-Maestro –le dije-, te he reconocido, pero dime, ¿cómo has hecho para ir a parar dentro de mí?

-Siempre he estado acá –dijo el maestro- en el interior del discípulo.

-¿Siempre?

-Siempre.

-Pero…

-¿Pero qué?

-¿No te parece una interioridad muy pobre? Es decir…

-Pobrísima, Vian. Es una interioridad pobrísima, pero al menos así hay más espacio…

Así, mientras escucho sus palabras, no puedo evitar sentirme un poco maltratado, así que me callo un rato,

-¿Y hoy me hablabas por algo especial? –le pregunto luego de un rato.

-Hoy te hablo porque creo que estás listo -me dice.

-¿Listo para qué?

-Listo para entender lo que antes no entendiste.

-Ya –digo yo, algo dubitativo-, ¿y qué era eso?

-El porqué de esos otros Vian, por qué se alejan, de qué se alejan…

-¿Y cómo debo averiguarlo, maestro?

-No puedo decírtelo claramente –me dijo entonces el maestro, mientras su voz parecía alejarse-. Además, es algo que puedes averiguar, si realmente lo deseas, en este mismo momento… Sólo venía a recordártelo, Vian…

-Gracias maestro –atino a decir, mientras siento que se aleja.

-Adiós, pequeño saltamontes –dijo por último, y su voz desapareció, dejándome un leve malestar estomacal y síntomas de gastritis.


III. Santiago, 19 de Abril, cielo oscuro y luna clara.

Estoy a punto de dormirme y no dejo de pensar en que en cuanto lo haga, habrá un Vian que quedará despierto.

O al revés: uno que comienza a dormir en el momento preciso en que me levanto para ir al baño y me mojo la cara para despertarme y poder terminar esta entrada a pesar que me está venciendo poco a poco el cansancio.

También pienso en esos Vian que prefirieron la vida en familia, o el Vian que se quedó con las novias que yo perdí, o ese que está en otro país, o el que lleva varios libros publicados y da algunas charlas en Universidades de poca importancia…

¿Y saben…? De tanto pensarlo comienzo de pronto a ponerme en el lugar de mi maestro… es decir, intento ser maestro de mí mismo, aunque sea por una ocasión, y hacerme entonces una última pregunta, una cuestión clave, por decirlo de alguna forma:

-¿Quieres ser uno de esos otros Vian, pequeño saltamontes? –me pregunto.

Y entonces mi respuesta no se hace esperar, y me llena de algo muy similar a la alegría.

Y es que me digo que no, claro… y que aunque a veces las cosas parezcan terribles, todo está bien así… perfecto, casi… siendo el Vian que elijo ser.

Y sí, puede que entre otras cosas me falte un buen final para cerrar esta entrada, pero así está bien, a fin de cuentas, me digo.

Además, este es el final que elijo.

Y no lo cambio, aunque insistan, por ningún otro.

lunes, 18 de abril de 2011

Mi problema es común, pero es raro.

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Mi problema es común, pero es raro. Me cuentan. Común porque está hecho de cosas cotidianas, de materiales con los que andamos día a día y que no nos atrevemos a botar porque pasarían entonces a ser desechos y esa es palabra sucia, y suele contaminar cuando se nombra, a quienes convivimos con las cosas catalogadas de esa forma…

Ya. Digo yo, como si entendiera. Y espero que esa especie de denuncia y alegato continúe por sí sola porque si no voy a tener que empezar el diálogo, y hoy no, me digo. Hoy no quiero entrar en la dinámica esa de pasar palabras de un lado a otro como si se tratase de un juego. Hoy quiero el silencio o algo que me aporte, aunque sea una cosa pequeñita, no importa, pero que sea un algo que se pegue en uno sin necesidad de entrar en el juego. Hoy no. Me digo. Y el otro continúa:

Te contaba sin embargo que es raro, porque la forma en que se ordenan esas cosas comunes o la forma en que explotan (porque explotaron) puede ser un poco menos convencional, y me gustaría contarla…

Ya. Digo yo. Nuevamente.

Tú sabes cómo es la Sue. Continúa el otro. Tú sabes cómo ha sido desde un comienzo con la casa y sus manías porque todo tiene un sitio exacto y una forma de existir que es única y que la Sue analiza y busca hasta que la descubre. Acuérdate por ejemplo lo del acuario y de la selección del pez exacto que debía vivir ahí y de cómo se fueron por el lavamanos al menos 5 peces que no, no eran, decía la Sue, y los arrojaba por las cañerías sin hacer el más mínimo miramiento ni discurso sensiblero de esos que abundan en las mujeres y que a mí nunca me han gustado. Me dicen.

Yo hago una pausa y destapo una cerveza porque intuyo que el visitante tiene ganas de hablar, y parece que voy a tener que escuchar, principalmente porque no sé decir que no, aunque también porque las cervezas las ha traído justamente quien me habla, como si fuese el pago por tener que escucharle.

El caso es que la Sue se obsesionó con el interior de la casa. Siguen contándome. Tú mismo debes haberte dado cuenta cómo ordenaba todo la última vez que los invité y las cervezas se iban acabando y ella las recogía y era incapaz de dejarlas incluso en el basurero, y debía salir de la casa a arrojarlas fuera… ¿Te acuerdas, cierto?

Sí. Digo yo. Y es verdad que me acuerdo.

¿Y te acuerdas que había una mesa de centro, una bajita y que en ella había un libro de pintura abierto en una página donde se veían dos grandes cuadros rojos?

Sí. Contesto.

El caso es que esas pinturas siempre debían estar ahí. Es decir, a veces alguien venía y volteaba la hoja y la Sue se desesperaba, y se acercaba hasta el libro bajo cualquier excusa y volvía a poner aquellas páginas. Algo debe haber significado para ella, supongo, pero nunca se lo pregunté. Y es que era algo así como parte de su rutina, de su forma de ser entre nosotros. No creo que haya tenido que ver con combinaciones de colores y esas cosas, conociéndola… pero era algo que yo respetaba y hasta admiraba, en cierto sentido, y de lo que no sentía que tenía derecho a preguntar… ¿Me puedes convidar una cerveza?

Sí. Le contesto. Y es que no podría no hacerlo pues él las trajo. Mientras se la sirve y me sirve también otra a mí, yo intento acordarme de las pinturas del libro y recuerdo haber quedado mirándolas cuando estuvimos en aquella casa. Eran dos cuadros de Rothko. De una misma instalación que hizo en ese periodo en que se obsesionó con ese color, poco antes de morir…

La vida era linda con la Sue, Vian. O no sé si linda, pero limpia al menos, que es casi lo mismo. Dice entonces el visitante, como buscando un tono más íntimo. Todo calzaba perfecto, como en esos juegos de encajes para niños y que tienen piezas de colores que deben introducirse por agujeros que tienen su misma forma... Los niños son buenos para eso, claro. Y la Sue también lo era, pero yo no… Me dice antes de hacer una pausa para vaciar su cerveza.

Yo también vacío la mía, de paso.

Ahora pienso que quizá lo hice por envidia, continúa, y es que un día en la noche, un día de esos en que todo estaba particularmente bien, me levanté y fui por una cuchilla y con mucho cuidado arranqué las hojas de aquel libro… Es decir, no todas las hojas, sino las dos de los cuadros rojos que estaban abiertos siempre, sobre la mesa. Y hasta las quemé en la cocina, de a poquito, para no llenar la casa de humo.

No me preguntes por qué lo hice. Sinceramente no lo sé. Sólo lo hice y me fui poco antes al trabajo, para no encontrarme con la Sue cuando viera aquello. Quizá quería ponerla a prueba, o ponernos a prueba, no sé, pero no creo que quisiera inconscientemente mandar todo a la mierda como me han dicho.

El caso es que la Sue se fue esa misma noche de la casa. No me pidió explicaciones y ni siquiera se llevó sus cosas que yo creí le eran importantes. Dejó botados sus cuadros, sus libros, sus plantas y hasta el pez quedó ahí en el acuario, hasta que un día amaneció muerto porque me olvidé de darle de comer.

Una psicóloga me dijo que las hojas que arranqué eran como el corazón de la casa, como el alma, o como el sol secreto de todo aquello… el nutriente sin el cual el organismo vivo que formábamos a través de nuestra relación, se moría, o algo así… toda una serie de palabras para explicarme en el fondo que la había cagado… que en un momento cualquiera en que iba por los caminos rutinarios de nuestra vida, doblé de pronto hacia otro lado sin necesidad alguna, y provoqué un accidente, claro, y de cierta forma maté a la Sue que conocía. A mi esposa, a la que vivía conmigo…

Entonces mi amigo en vez de seguir o de llegar a verdaderas conclusiones, o de llorar, o de golpearse la cabeza en las paredes, decide pararse y tomar sus cosas y comenzar a despedirse.

Eso te quería contar. Me dice. No creo que te sirva, pero cuando me pasó me dije: se lo tengo que contar a Vian. Y bueno… ahora pienso que quizá me equivoqué, y no era el caso.

No po, hueón. Le digo yo. No era el caso.

Él me mira entonces y sin entender bien mi reacción me pregunta qué voy a hacer con la última cerveza.

La voy a tirar por la ventana. Le digo. Apenas te vayas voy a abrir la ventana de este sexto piso y la voy a arrojar sin mirar a donde caiga.

Él me mira y no sabe si reírse. Así que al final sonríe, y se va, dejando la cerveza.

Por último, yo tomo la última botella y abro la ventana, y tras pensarlo unos segundos la lanzo con toda la fuerza que tengo.

Luego me arrepiento, es cierto.

Pero al final no.

domingo, 17 de abril de 2011

Aquí no tenemos cocodrilos.

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La mayoría de mis amigos no están casados. Permanecen solos y algo borrachos y por lo general rodeados de libros. Algunos han intentado eso de la vida en pareja y las responsabilidades afectivas y la verdad es que no les ha resultado, aunque nunca nos hemos detenido a preguntarnos los porqués.

A veces, cuando nos juntamos, supongo que sospechamos las razones del otro, y buscamos en ellas el consuelo para recordar que las nuestras también son escasas, o simplemente sinrazones, mientras vaciamos las cervezas y hablamos con humor –o al menos lo intentamos-, sobre aquello que no tenemos, o perdimos, sin que los libros nos facilitaran el acceso a algún tipo satisfactorio de respuesta.

Entre todos, sin embargo, siempre hay uno de nosotros que cae en la retórica de la explicación, y como la lectura abunda y la imaginación se alimenta de esas cosas, es habitual que comiencen los ejemplos, y las historias, y todo eso que revela más de nosotros mismos de lo que ningún otro tipo de lenguaje pudiese permitirnos.

-Supongamos que le tengo miedo a los cocodrilos –dice uno-, supongamos que elijo temer de algo lejano, para evitar sentirme temeroso de mi entorno… o de mi pareja o de mis hijos, o de lo que sea que constituya mi vida diaria…

-Pero tú no tenís nada de eso po hueón… -lo interrumpimos.

-A eso voy –nos dice-. Pero usemos la imaginación. Pensemos que yo sí tengo esas cosas: casa, trabajo estable, una mujer y un par de hijos…

-¿No puede ser un par de mujeres y un hijo?

-No po hueón… además quiero hablar en serio un poco, para variar –nosotros asentimos-. El caso es que con todo eso, sería ilógico que yo viviese teniendo miedo de perder todo aquello… es decir, así es como se pierde, supongo, así que elijo mejor tener miedo de los cocodrilos…

-Pero aquí no tenemos cocodrilos.

-No po, hueón. Y por eso es que lo elijo. Para que el miedo esté distante y uno siga con esa vida que tiene y todo salga bien.

-¿Y después? –pregunta otro.

-¿Cómo después?

-Después po, hueón… ¿qué hacís con esa vida…? ¿No te dai cuenta que ahí se acaba el libro?

-No es libro, hueón… es vida. Y de todas formas no he terminado el ejemplo, lo estoy empezando…

-¡Yo creo que estai hablando mucho y tomando poco…! –dice otro amigo mientras se aleja unos pasos, haciéndose el ofendido.

-Puede ser, pero yo creo que hoy día voy a hablar un poco, para variar… además es posible que me vaya a vivir al extranjero en unas semanas…

-¿Y por qué no contaste antes, hueón?

-Porque lo estoy decidiendo recién y no estoy claro… ¿me van a dejar hablar, entonces?

-Habla no más, hueón –le respondemos, y nos llenamos los vasos nuevamente, para escucharlo con atención.

-¿Se acuerdan de la Carla…? Bueno, ¿se acuerdan que ella se fue al extranjero y yo anduve re mal un tiempo…?

-¡Fueron como cinco años, ahueonao…!

-Bueno, cinco años... Pero el punto es que he estado hablando con la Carla desde hace unos meses y parece que quiere que me vaya para allá… a Londres, me refiero…

-¿Ella está en Londres?

-Sí, ella se pasó a allá después de la especialización y trabaja en el zoo, como veterinaria en el área de los reptiles…

-¿Los cocodrilos?

-Eh… sí, también los cocodrilos, pero ese era un ejemplo no más, para llegar a explicar otra cosa…

-¿Pero ella trabaja con cocodrilos?

-Sí po hueón, y con tortugas y serpientes y otros reptiles… ella está a cargo de toda esa sección…

-¿Pero a ti no te daban miedo los cocodrilos?

-¡Era un ejemplo, ahueonao…! -dice mi amigo, impacientándose-, no me dan miedo los cocodrilos, o sea, no especialmente, además no voy a tener que verlos yo… ella trabaja con reptiles… y me está pidiendo que pruebe irme a vivir con ella, no a trabajar en el zoo…

-Pero es lo mismo por hueón… ella vive en un mundo con reptiles, y tú ni siquiera sabís si te dan miedo o no los reptiles…

-Miren, yo quería plantear una hueá y ustedes no me dejan…eso es lo único que veo. Además el problema es otro, y de hecho es más estúpido que ese de los cocodrilos… y es que desde que comencé a pensar en la posibilidad del viaje, me he dado cuenta que no soy capaz de viajar ya en un avión…

-¿Cómo…? Pero si hay viajado en avión algunas veces.

-Hace hartos años eso sí… y pasa que ahora no logro hacerme la idea de hacerlo… ya saqué los pasajes y todo, pero no creo que pueda…

-Pero qué es lo que te da miedo, ¿qué se estrelle?

-No sé bien, puede ser… pero más allá que se estrelle me da miedo algo así como no morir… o sea que pase algo y yo no muera…

-¿Quedar paralítico o sin piernas o alguna cosa así?

-No, hueón, otra cosa… como que pase algo y yo quedar así… no sé cómo decirlo… sin morir…

-Entonces le tenís miedo a estar vivo…

-Ja… no… nunca tan profundo, le tengo miedo a otra cosa… Escuchen: el otro día leía algo sobre el récord mundial de salto en paracaídas, del que saltó desde más ato, me refiero… lo que sucedió fue que el hueón cayó desde tan alto que dice que en el primer tramo no sentía ni el viento, sino que se sentía suspendido, como si no le estuviera pasando nada…

-¿Y?

-Y nada… igual el tipo iba cayendo y luego abrió el paracaídas y se salvó. Y batió el récord.

-Pero espera, ¿tú tienes miedo de caer desde muy alto, o de quedar suspendido, o de batir un récord?

-No sé de qué mierda tengo miedo –confiesa, sorprendiéndonos de pronto, con la voz algo quebrada-, o sea no tengo miedo de caer, ni de estrellarme… quizá tengo miedo de ese permanecer, sentir que estoy volando, o de no caer…

-Pero no caer es como volar, ¿o no?

-No po, hueón, no caer no es volar… o sea, un ahorcado también está colgado y no cae…

-Entonces tenís miedo de estar siempre sin caer y en un mismo sitio –dice otro amigo, como dando el diagnóstico oficial.

-Puede ser –dice el primero, como para cerrar la conversación, aunque no lo veo convencido.

Luego, abrimos otras botellas y bebemos un poco más rápido, y en silencio.

Mi amigo –el del posible viaje-, nos cuenta entonces de sus deudas, del crédito que pidió para los pasajes y hasta distribuye entre nosotros, -imaginariamente, por cierto-, sus libros, entre los que consigo los de novela negra.

Por último, un poco por inercia, el posible viajero nos hace una especie de cierre hablándonos de los cocodrilos.

-El otro día estábamos hablando con la Carla –nos cuenta-, y según ella, los cocodrilos tienen al menos 200 millones de años, como especie, claro… y todo un sistema de vida organizado que ha variado muy poco en todo ese tiempo…

Luego nos explica de las crías, la temperatura, la alimentación, y da todo ese discurso tras del cual están escondidas otras palabras. Esas que hablan de cosas que preferimos no decir. Otros miedos, quizá, u otras cosas que a veces percibimos en el aire y que parecen estar ahí también desde unos doscientos millones de años, o un poco más…

Y sí, a lo mejor es eso, o a lo mejor es simplemente que no sabemos ser felices, me digo, como (mal)resumiendo todo.

Mientras, comenzamos a despedirnos de ese amigo que lo va a intentar nuevamente… porque a fin de cuentas aquí no tenemos cocodrilos, y la vida sin esas emociones, y sin esos afectos, y sin esos miedos, es algo que carece de la sustancia necesaria como para llamarse de esa forma…

Así que suerte, amigo…

Y consérvate bueno.

sábado, 16 de abril de 2011

Cuando una historia resulta extraña.

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Cuando una historia resulta extraña, lo principal para no alejarnos completamente del vínculo que se establece entre ella y mi “realidad” –que es por cierto el lugar desde donde toma los nutrientes para desarrollarse luego como algo independiente-, es lograr establecer un buen comienzo.

Y claro, tienen ustedes razón si piensan que no he acertado en esta oportunidad, o que sobrevaloro mis escritos al pretender que estos pasen a existir fuera de mí, como si se tratase de seres vivos; sin embargo, me gustaría decir en mi defensa, que esto, muy lejos de ser un talento es una incapacidad y un defecto que poco a poco se ha ido transformando –o he ido disfrazando-, en una especie de estilo, aunque el glamour de esa palabra quede tan grande, que avergüence incluso, plantearlo así, sin más.

En esta oportunidad, por ejemplo, la historia es verídica 100%, pero tiene matices tan absurdos que narrarla de una forma “realista”, no haría sino poner en duda su veracidad, y yo acabaría molestándome conmigo mismo por la forma en que decidí comenzarla… es decir, -y para dar fin a este preámbulo-, todo lo que he dicho anteriormente no es sino el comienzo más adecuado que he logrado proponer para narrarles a continuación una historia extraña, pero verídica, que me tocó vivir.

Ahora bien, me gustaría pedirles su colaboración para que imaginen a un hombre delgado, vestido con un traje café que le queda holgado; alto, pero levemente insignificante en su andar, como si buscase pasar desapercibido entre los demás que, paralelamente, no han hecho ni el más mínimo esfuerzo por mirarlo, o catalogarlo, o plantearse hipótesis sobre aquella persona.

Y es que su historia, podría resumirse casi como un cuento de esos que estamos acostumbrados a que no sean reales, y que nos ofrecen, por tanto, desde su esencia ficticia, esa seguridad falsa que nos lleva a abordar su lectura como si se tratase apenas de un bocadillo, antes de comenzar con lo que creemos más importante, y real.

Pero mejor avancemos en la historia, y déjenme contarles que ese hombre de traje café, alto, delgado y de un andar levemente insignificante -¡qué rebuscada suena esa última descripción!-, tiene un disco secreto entre sus pertenencias y que ese disco secreto es el elemento extraño de esta narración.

Dicho disco, por lo demás, contiene grabaciones que aquel sujeto realizó en otra época, con una máquina grabadora portátil de las más modernas en aquel entonces, pero que hoy en día sería digna de estar en un museo, sin exageración alguna.

Con todo, en aquel momento, el tamaño relativamente reducido de aquel aparato le permitió a este hombre grabar una serie de registros de forma secreta, que estoy seguro no adivinarían ustedes nunca que contienen.

¿No les da curiosidad?

¿No?… bueno, entiendo… debe ser por la forma algo fome y sin ritmo que ha ido tomando esta presentación… pero déjenme de todas formas hacerle unas preguntas a aquel tipo, y quizá se interesen un poco, a fin de cuentas.

1. ¿Podría contarme de qué son los registros que contiene aquel disco?

R. Son canciones. Grabaciones secretas realizadas a gente común y corriente que canta cuando cree estar sola y que fui recopilando junto a mi esposa, durante años, escondiéndome en los lugares más diversos para poder registrarlas.

2. ¿Podría dar ejemplos concretos respecto a cómo fueron realizados esos registros?

R. Los registros los grabábamos en todas partes: escondidos bajo la cama en un hotel mientras alguien cantaba limpiando la habitación, por ejemplo, o metiéndonos a escondidas en el jardín de alguien hasta instalarnos cerca de la parte externa del baño, donde esperábamos que cantase en la ducha, si teníamos suerte…

3. ¿Tenía esto algún objetivo claro para ustedes?

R. Visto a la distancia no lo sé. Pero en aquel momento era algo tan importante que ocupaba prácticamente todo nuestro tiempo. Diseñábamos planes, organizábamos nuestras acciones, dibujábamos mapas… todo con el fin de obtener una nueva grabación y ver qué nos producía…

4. Y en concreto, ¿qué les producía?

R. En lo personal yo sentía algo extraño al escuchar aquellas grabaciones… era todo tan disonante, tan desprolijo, pero a la vez tan honesto… que en el fondo yo era capaz de emocionarme hasta las lágrimas escuchando lo que habíamos grabado… sin embargo, a mí esposa el escuchar y sobre todo el grabar estas canciones la excitaba sobremanera, sexualmente me refiero, y supongo que ese era entonces el efecto principal que le producía…

5. ¿Han cambiado los efectos con el paso del tiempo?

R. Todo cambia con el paso del tiempo. O sea todo menos las grabaciones en concreto. Por eso pagamos en su momento y elegimos las 12 mejores y las mandamos grabar en un disco… bueno dos discos en verdad, uno para ella y otro para mí… y a la larga nos fueron útiles, cuando nos separamos…

6. Pero yo le preguntaba en concreto por los efectos de escuchar dichas grabaciones con el paso del tiempo…

R. Es que no sé si pueda responderse aquello en concreto. Es decir, habría que explicar que un día descubrí que ella me engañaba justamente porque la vi salir con el disco y la seguí y la vi reunirse con un tipo… y bueno, si a eso le sumamos el paso del tiempo y que nos volvimos viejos… yo creo que al final de todo se han invertido los papeles…

7. ¿A qué se refiere con aquello?

R. A que en una carta que me envió hace un año mi ex mujer, ella me contaba que seguía escuchando el disco, a solas, y que todo lo que le había producido en un inicio se había transformado por completo. Es decir, ella me contaba que ahora cuando lo escuchaba no podía parar de llorar y emocionarse hasta con los gritos más desafinados de una chica que cantaba una cumbia, por ejemplo, y que jamás hubiésemos podido asimilar a esa sensación…

8. ¿Y a usted, qué le ocurre ahora?

R. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero lo cierto es que para mí también se invirtieron los papeles, y ahora yo me agito sexualmente al escuchar cada canción…

9. ¿Se agita sexualmente?

R. Bueno, no me haga decirlo de otra forma, ya voy por los 60 años y no es algo de lo que me enorgullezca… Por otro lado, me parece interesante al menos eso de que esas dos sensaciones hayan estado siempre tan cerca…

10. ¿Qué sensaciones?

R. Lo del llanto y el deseo sexual, por ejemplo… aunque en realidad me refiero a todas las sensaciones… además supongo que esas son consecuencias y no la sensación directa, y que… no sé, deben variar según el lugar donde se guarda el corazón, como decía una canción…

11. ¿Podría explicarme eso?

R. No creo que muy bien, pero imagine usted una casa y que esa casa es algo así como un ser vivo, como un ente que posee un corazón escondido en algún sitio y que ese corazón reacciona según el lugar donde se encuentra almacenado… es decir, obviamente, si la casa tiene el corazón en el ático será algo muy distinto a si lo tiene en la bodega, o en la cocina, sobre el mesón donde llega la luz todas las mañanas…

12. ¿Ocurre entonces como en un texto?

R. Mmm… no sé a qué se refiere… supongo que un texto tiene también un corazón… ¿se refiere a eso…? Si es así pues diría que sí, que ocurre igual, aunque a veces hay algunos que dan la impresión de no tener el corazón en sitio alguno…

13. ¿Entonces usted cree que existen textos que no tienen corazón?

R. No lo sé… mire… voy a responder por caballerosidad, pero lo cierto es que yo creo que un texto no se compara con un ser vivo, o con una casa, o con una relación afectiva, que era en principio de lo que hablábamos acá… un texto escrito –y aquí pienso en la literatura tradicional y todo eso-, tienen muchas veces eso de las canciones grabadas en estudio… esa perfección que emociona, pero siempre desde el artificio, o casi siempre… o sea, deben haber excepciones… pero tan pocas...

14. ¿Cree que las hay?

R. Sí… no conozco mucho, pero debe haberlas… de todas formas lo que peronalmente me gustaría ver sería algo así como una forma tradicional y fría, de esas que nadie hubiese pensado nunca que hubiesen podido tener un corazón dentro, revelar de pronto que tuvieron el corazón siempre ahí, expuesto… como la piel…

15. ¿Y respecto al disco?

R. Respecto al disco, nada… son dos copias y tienen dueño y no creo en préstamos ni piratería… déjeme seguir caminando mejor, con mi traje café y con mi andar insignificante… Se lo digo sin rencor y hasta con un abrazo, pero prefiero no hablar más…

Fue así que el hombre de café se fue y yo llegué al final de esta historia que a fin de cuentas no me pareció que sonara tan extraña.

Por último, respecto a las sensaciones que me produjo, debo admitir que hice lo posible por dejarlas de lado, para tratar de despejar aquello que me interesaba sacar en limpio, y que aún –debo admitir-, no vislumbro claramente qué es.

Tal vez tendré que hacer un nuevo intento. Quién sabe.

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