jueves, 28 de abril de 2011

Nuestros padres decían que la culpa era de la televisión.

.
Nuestros padres decían que la culpa era de la televisión. Porque la vida no era así, como se veía, y porque nos distraían de aquello que realmente era importante, decían, sentados, fumando algo, mientras los niños –que éramos las víctimas, claro-, jugábamos en el patio o en la pieza, mientras la conversación terminaba, y volvíamos a quedar solos y uno pensaba entonces qué era eso de la culpa… qué era aquello que nos habían hecho, y por qué…

Luego uno crecía, y salía a veces a otros lados y escuchaba a la gente hablar de otros culpables: la dictadura, la CIA, o hasta la coca-cola, que tenía un ingrediente secreto que controlaba la mente de los consumidores…

-¿De verdad tiene eso la coca-cola? –pensaba yo.

-Claro –me contestaba un viejo que trabajaba en una iglesia-, esa bebida tiene un ingrediente que hace que nos olvidemos de lo importante, o que no nos interese descubrirlo…

Yo entonces le daba vuelta a esas palabras, y las comentaba con otro adulto y éste las contradecía, y te hablaba que los verdaderos culpables eran los resentidos, la gente que no sabía reconocer que en un buen trabajo está la respuesta a todas nuestras preguntas importantes que tenemos sobre la forma correcta de vivir, y de relacionarnos con los demás…

-Por eso tienes que estudiar, para ser un profesional, y no quedarte ahí vagando y luego alegando contra el gobierno porque no tuviste oportunidades… y tirando piedras…

-Pero entonces… -intentaba comprender uno.

-¡Pero entonces nada! ¡La culpa es de la mediocridad, y querer que la vida te la den hecha! –Te increpaba otro-. Hay que estudiar y buscarse un trabajo y sentirse orgulloso de lo que somos…

-¿Cómo “de lo que somos”? –preguntaba uno.

-¡De lo que tenemos…! –te contestaban y cerraban la conversación. Y la vida continuaba.

Lo malo es que aquello de los culpables se seguía repitiendo una y otra vez, y si bien uno comprendía que probablemente no existía una verdad absoluta sobre aquello, la culpa existía como algo incuestionable, y uno pasaba realmente a sentirse víctima, y a intuir que había algo que uno no comprendía por culpa de otros –daba lo mismo quién fuera ese otro-, y eso angustiaba, en ocasiones.

Yo, por ejemplo, creía que los adultos de mi niñez comprendían cosas que yo nunca lograría entender debido a los culpables. Y leía sus libros y escuchaba sus conversaciones, y me sentía mal cuando uno de esos “grandes”, por verme interesado en esos temas, me hablaba cosas que yo tampoco comprendía:

-No les hagas caso a los otros –me decía uno-, la culpa la tienen ellos… porque creen que Dios tiene soluciones para las cosas que ellos no saben resolver… y son culpables por creer en ellos… porque son cómodos…

-La culpa la tienen los que no creen en Dios –decía otro-, esos que creen que el hombre se basta a sí mismo y se creen superiores e intenten sostenerse ellos mismos…

-La culpa la tienen los concursos de belleza –me decía entonces una tía-, y todas esas chicas que se olvidan de que las tetas no se hicieron para mostrárselas a todo el mundo…

Y claro, podría seguir porque la lista de culpables era realmente amplia y pasaba incluso por aquellos por lo que nunca hubieses esperado: los rusos, Walt Disney, los hippies, la música rock, la mini falda, el fútbol, Cristo, la cesantía, los desastres naturales, los ricos, los pobres, el Papa, Hitler… y un montón más de agentes que aparentemente eran los culpables de nuestra incomprensión… de eso que nuestra generación carecía y que, sin darnos cuenta, hemos derivado en la generación que vino cambiando simplemente los culpables, pero sin detenernos a pensar nuevamente, cuál es el cargo concreto del que se les acusa.

Y es que si bien hoy en día ya no culpamos a la televisión, pasamos a culpar a las consolas de juegos, a los computadores, al consumismo, a la violencia desproporcionada, a las guerras, a los intereses económicos, a las multinacionales… pero siempre evitando ver cuál es nuestro papel en todo eso, o de qué, en definitiva, son culpables aquellas cosas.

Es decir, ante aquello que sabemos está mal, y ante eso que vemos equivocado en los otros, buscamos igual que nuestros padres, y que nuestros abuelos -y quizá cuántos más-, la excusa que nos libere de toda culpa, o que nos permita compartirla al menos, para no confesar que no llegamos nunca a comprender algo de lo que vemos a nuestros hijos, o a los nuevos jóvenes, cada vez más alejados.

-¡Son indolentes! –gritamos entonces.

-¡Insensibles!

-¡No saben lo que es la vida!

Pero lamentablemente, -y esto lo sabemos muy bien-, creo que aquello es algo que también nosotros desconocemos… y ellos, no han hecho más que seguir la ruta equivocada que nosotros llevábamos…

¿Habrá que retroceder, entonces…? ¿Dejar los trabajos, los estudios y desligarse completamente del fanatismo del equipo de fútbol que sueles alentar…? ¿Habrá que quemar la ciudad, o las farmacias, o las universidades…?

Sinceramente, muchas de esas posibles soluciones que parecen absurdas y sin sentido, me atraen de una forma que otros podrían denominar enfermiza, o netamente antisocial…

Me complica confesarlo, siendo profe, y padre, y llevando por el mismo camino a esos que de cierta forma quieren, o están obligados a seguirte…

Hoy pensaba eso mientras atravesábamos con un grupo importante de alumnos, un túnel abandonado, en un sector en las afueras de Santiago. Yo iba adelante y los niños venían en medio y más atrás otros profes, totalmente a oscuras, gritando y asustándose entre ellos… todo un flautista de Hamelin llevando a los chicos a perderse en la montaña, sin saber tampoco hacia dónde íbamos, o qué podíamos encontrar…

Pero claro, al final salimos, y estábamos todos, y el mundo estaba tal como lo dejamos… o casi. Y no es que el mundo sea malo, ni nada por el estilo… ni tampoco quiero hablar más de culpables… quiero simplemente visualizar, en medio de la oscuridad una pequeña luz que nos indique por donde está el camino, y tocar esa luz, y disfrutarla… y sentirme otro al salir de cada túnel, y de cada día, y de cada texto.

(Es decir otro que soy yo, más otra luz. Y luego que sólo quede la luz y el yo desaparezca.)


1 comentario:

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales