viernes, 22 de abril de 2011

Casi un argumento.

"Me atraen de una manera enfermiza
los alimentos deshidratados"
Otto Wingarden.
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Le dijeron que orara por su padre, pero no lo hizo y al otro día su padre murió. Se sintió culpable. Había comprobado la existencia de dios pero también la negligencia suya, lo poco que pesaban sus afectos, por decirlo de algún modo. Quizá por eso, a veces tenía rabia y se acostumbró a rezar como con rencor… igual que un empleado cuando luego de su horario de trabajo debe quedarse con el jefe para dar cuenta sobre algunos gastos, o información no del todo necesaria, ni importante.

Luego de aquello, todo fue como un cálculo. Rezaba sí, pero no le gustaba pedir nada para él mismo. Pedía simplemente por cosas obvias, cosas supuestamente importantes y universales como la paz mundial, es decir, palabras que servían al menos para comprobar ante dios, o ante su jefe, que él era algo así como un buen empleado. Y claro, quizá no lo suficiente como para ser el empleado del mes y que su rostro estuviese colgado en la oficina de dios, pero quizá lo suficiente para que, sumando el tiempo, pudiera tener una pequeña recompensa, o al menos, un saldo positivo, pensaba.

Fue un buen estudiante y se recibió de ingeniero en informática un año antes de casarse con Florencia y hacer un viaje por Europa, un recorrido que ella no dejaba de recordar y cuyas fotos estaban colgadas hoy, quince años después, en los lugares estratégicos de su departamento, para que los visitantes tuviesen la oportunidad de preguntar y ellos –ella en verdad- la posibilidad de contar alguna anécdota o una historia que de esa forma permanecía viva, como si las palabras removieran cenizas y uno encontrara siempre ahí al fondo algunas encendidas, que entibiasen un poco lo que ellos consideraban una buena vida, sin mayores altibajos.

Esto pensaba Esteban todas las noches mientras se acostaba al lado de Florencia y fingía estudiar libros ilustrados –aunque en realidad repetía alguna oración aprendida y daba las cuentas del día-. Y claro, nunca contó sobre aquello a Florencia, sino que a medida que rezaba, iba avanzado algunas páginas en las ilustraciones, mientras su mujer se ponía unas cremas en el rostro, -o se las sacaba, lo cierto es que Esteban nunca lo supo-, y luego había que dormir, o hacer el amor, o hablar un poco sobre algunas otras cosas.

Fue entre una de estas cosas que Florencia sacó el tema una noche. Y se lo dijo sin más.

-Tengo un amante, Esteban. –le dijo.

Él la escuchó con las luces apagadas y no supo bien qué decir. Nunca había orado sobre su relación y ya había dado las cuentas del día, así que era algo que debía responder por sí solo, pensó, mientras buscaba algo así como una reacción, al interior de otro algo que le pareció similar a un cajón vacío.

-No sé si esto te duele realmente o simplemente es algo que esperabas –continuó Florencia-, pero yo no me siento nada bien con el asunto…

Luego ella siguió explicando algunos pormenores y contó además que era algo que ocurría hacía un año, y que durante este tiempo –y más-, había estado juntando, a escondidas, el dinero necesario para hacer un nuevo viaje por Europa.

-Pero no creas que lo voy a hacer con él –aclaró Florencia-, siempre que junté ese dinero yo pensaba algo así como alejarme de los dos, o renovar las fotos de la casa… salir sola, ¿entiendes? Es decir, yo no podría vivir sola y tener esas fotos viejas y salir contigo en ellas pues no sería lógico… así que quiero fotos sola, en esos mismos lugares… -concluyó, un tanto nerviosa.

Luego de esto ella se puso a llorar y le exigió a Esteban que saliera de la habitación y durmiera en un sillón. Y le informó también que se iría unas semanas a vivir con Gabriela, su hermana, hasta que decidiera comenzar su viaje y empezar de cero.

Entonces Esteban se fue a un sillón e intentó pensar las cosas. Se encontró llorando un momento, pero sin mayor dolor o sufrimiento, y todo se calmó rápidamente. Y claro, no estaba de acuerdo con las cifras que entregaba su esposa –sobre todo esa que hablaba sobre comenzar de cero-, pero sabía que era algo que debía aceptar, simplemente. Como la vida entera.

Durante las próximas tres semanas ninguno de los dos estuvo en el departamento. Ella se quedó con su hermana, y él arrendando una pequeña pieza en un edificio que quedaba a un costado del trabajo. Aún no se separaban oficialmente, pero tampoco había ningún intento de mejorar la situación.

A veces él lo pensaba al rezar –porque seguía haciéndolo-, y se preguntaba si pedir o no porque ellos volviesen a estar juntos, pero algo cercano al rencor le impedía hacerlo, de la misma forma como nunca se había acercado a su jefe para pedir un aumento, pues creía que era tarea de él dárselo, si cumplía de buena forma con su trabajo.

Fue entonces que recibió la llamada de Florencia pidiéndole que se reunieran en el departamento porque ella quería despedirse y hablar con él antes de partir.

-¿Cuándo viajas? –preguntó él, en esa misma llamada.

-En dos semanas –contestó Florencia. Y acordaron juntarse unos pocos días antes de aquel viaje.

Ya en el departamento la reunión fue extraña. Todo el lugar estaba lleno de polvo y las fotografías seguían en sus sitios como si nada realmente hubiese pasado.

Ellos hablaron entonces sobre la posibilidad de vender aquel lugar, pero no llegaron a nada claro. Luego, Florencia le contó que Daniel, su amante, había decidió irse con ella, aunque sólo durante el periodo de sus vacaciones –ella al parecer se iba por varios meses- y luego vería si al regresar retomaba su relación con él, o no lo hacía.

Entonces Esteban fue con ella hasta el dormitorio donde le ayudó a recoger unos abrigos que necesitaba para el viaje y mientras lo hacía, ella se había acercado y lo había besado y todo fue confuso y terminó con los dos teniendo sexo –ya no era hacer el amor, pensaba Esteban- y disfrutándolo tanto como sucedía en un comienzo de su relación, si es que podía compararse con ello.

Terminado aquello ella lloró un poco y él también, claro, pero no dijeron nada. Ella viajó de todas formas –lo supo por un mail donde ella enviaba una foto desde Notre Damme, sola- y se veía alegre.

-Esa noche –la noche en que recibió aquel mail- Esteban rezó de una forma distinta, es decir, dio sus cuentas como siempre, pero le dijo a ese jefe que esa era la última oportunidad en que lo hacía. Y renunció a esa especie de trabajo de la misma forma como había renunciado a su trabajo “real”, hacía pocos días.

Dejó el lugar que arrendaba y regresó al departamento, y limpió el polvo y corrió los muebles para limpiar mejor, y hasta se sacó fotografías sonriendo en lugares estratégicos de la casa, donde siempre aparecían tras de él, las fotos de aquel primer viaje con su esposa.

Eligió la mejor de las nuevas fotos –en la que se veía más alegre,- y envió un mail de vuelta a su esposa, agregando unas cuantas palabras.

Así, cruzando unos mails y otras fotografías, ambos acordaron que volverían a intentarlo apenas ella regresara.

Él, como una sorpresa especial, compró algunos marcos vacíos, para que ella pusiese sus nuevas fotos.

Y claro, fue entonces que ella regresó.

3 comentarios:

  1. Estuve leyendo un par de textos tuyos, me parece muy difícil la posibilidad de postearte, fue una ardua tarea, pero lo conseguí, este de acá lo leí en la mañana y recién a las 8.36 p.m puedo conversarte de él.

    Bueno, Esteban a de estar maquineado igualito que Marcos al parecer, porque se olvidan de sentir, de vivir, están sumidos en rutina, es casi un patrón si es que no me equivoco... Algo pasa entonces, saludos!

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  2. ¿por qué es difícil postear?

    y sí, digamos que tienen el mismo problema articulado de otra forma...

    gracias por el esfuerzo :)

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  3. por qué me cuesta?
    porque al entrar al blog no puedo pinchar el link de comentarios, y tengo que empezar con el tabulador como loca a pasearme por la página hasta que llego a la ventanita de los comentarios... D: y es webeo por decir lo menos.

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