miércoles, 20 de abril de 2011

Dos cartas bajo la cama.

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Con esto de ordenar la biblioteca hace tiempo que no me preocupo de otras cosas. Por ejemplo, hoy buscando una billetera que se me perdió hace ya 10 días, encuentro entre mis cosas un par de cartas breves aún selladas que no recuerdo de donde han salido.

Tras pensármelo un momento abro la primera, que no tiene remitente alguno y cuya estampilla se limita a reproducir un cuadro abstracto de Miró y a tener sobre sí un timbre borroso que no logro descifrar.

Dice la carta:

“Vian, ¿cómo estás? Te escribo aunque tú prefieras que no y me encuentres extraña e intentes mirar en otra dirección cuando logro ponerme frente a ti, con intención de saludarte.

Hoy mismo, por ejemplo, veía una película de esas mudas que a ti te gustaban. No me acuerdo el nombre, claro, porque no la vi del comienzo, pero había algo ahí, Vian, había algo…

Fue entonces que me dije que debía escribirte, algo breve, por supuesto, y directo, y sin tantas vueltas de esas que hacen uno se pierda y que tú me trates de loca.

Pero no estoy loca, Vian.

¡No estoy loca!

Y me aburre que pienses así y prefieras entonces tus películas mudas tan estúpidas y en blanco y negro, donde -¡esos sí!-, están locos… Y hasta se ponen a bailar de pronto como si eso fuese… no sé… natural…

Lo malo de todo eso y lo que me llena de la rabia suficiente como para escribirte, es que no encuentres loca a esa gente que baila y no habla, y hasta seas capaz de emocionarte hasta las lágrimas con ello…

Y sí, tengo rabia y estoy un poco desequilibrada ¡pero no loca! Y mientras tus lágrimas son en blanco y negro las mías son a colores, y hasta en 3D… y de la vida ni hablar.

Pero como ya te dije. Esta carta es corta y concreta. Y no estoy loca, Vian. Así que la termino aquí mejor, para demostrártelo.

P.D.1: Si las cartas llevaran título, ésta se llamaría: Todo lo que fuimos en otro momento. Pero sé que no lo llevan, así que no se llama así.

P.D.2: Espero una respuesta concreta.”

Yo le di una vuelta a la carta y la leí dos veces. Luego busqué la firma y no la encontré, y comencé a pensar.

Intenté entonces recordar nombres y personas y sinceramente no di con ningún rastro que me permitiera acercarme a una respuesta, o a una explicación al menos, para esas notas.

Y claro, había tomado un par de cervezas, pero eso no es excusa. Después de todo, la situación era tan extraña que debiese haberme acordado aunque me hubiese inyectado algo –cosa que no hice-.

Al final, decidí mejor abrir la segunda carta, y esta decía así:

“Vian, ¿cómo estás?

Te escribo porque creo que eché al correo una de esas cartas que te escribo cuando pienso que veo las cosas bien y en realidad no están.

Las cosas en mí, me refiero.

Por otro lado, quizá no te acuerdes de mí y así está bien. A veces pienso que es mejor olvidarnos de las personas que olvidamos. Es decir, pienso que es mejor aceptar las cosas. O no huevear, en buen chileno.

Así que te escribo para eso, para dejar esas cosas en claro y sepas que en el fondo estoy bien y nada de loca, como piensan todos. Hasta tú, yo creo. Pero no estoy loca, claro.

Y menos porque tú lo digas.

Otras cosas las acepto y están bien y hasta tienen razón (los que las piensan). Pero te quiero pedir de todas formas que no me digas nada… y es que sé que doy lástima, Vian, pero todos damos lástima… piénsalo así mejor y no insistas.

Yo por mi parte haré lo que me corresponde de una forma normal y natural porque esa es la forma que refleja mi estado interno. ¡No la locura o la enajenación o la perturbación!

Así que eso… No me respondas nada si no quieres, que yo entenderé: además el que calla otorga.

P.D.1: Ahora que lo pienso, a lo mejor por eso te gustan las películas mudas.

P.D.2: ¿Cierto que te gustan las películas mudas?”

Tras leer la segunda misiva dejé las dos cartas juntas. Nada de fechas, ni firmas, salvo un timbre borroso donde me parece identificar el año 2009, aunque las cartas parecen mucho más recientes.

Intentando entender recordé entonces un trabajo que tuve hace varios años. En él, yo debía visitar a una abuelita y leerle cuentos y conversarle del clima y esas cosas. Ella, por lo demás, parecía olvidar prontamente lo que hablábamos, así que el asunto se volvía extraño de vez en cuando, sobre todo cuando uno ya se estaba despidiendo y la abuelita te saludaba como si acabaras de llegar, por dar un ejemplo recurrente…

Lo sucio de eso, sin embargo, es que la abuelita pensaba que quien realmente la visitaba era su hijo, bastante mayor por aquella época, y quien era además el que me pagaba por aquellas visitas donde yo no debía nunca desengañarla, ni decirle quien era realmente.

-Es mejor así –me decía el hombre-. Yo no tengo tiempo de ir a verla y así ganamos todos. Ella se siente feliz y tú recibes dinero y yo hasta soy un buen hijo.

Y claro, yo le daba vueltas al asunto y sentía que algo no iba bien, que había una especie de cálculo incorrecto en aquello. Y así se lo plantee al hijo de aquella mujer, cuando le dije que no quería seguir con las visitas.

-A veces por querer ser honestos –me dijo esa vez-, terminamos por ocultar una verdad más profunda… Y es que uno puede olvidar, o pensar que el otro es quien queremos que esté ahí realmente, y esa es la verdad que debe prevalecer, a fin de cuentas… aquella en que elegimos creer…

Y bueno, eso me dijo ese hombre aquella vez, y hoy, que estoy frente a esas cartas de las que nada recuerdo, intento relacionar ambas situaciones, como para buscar una respuesta, que no llega.

Al final, -porque todo debe tener un final a fin de cuentas-, decido escribir una breve nota de respuesta y dejarla bajo la cama:

“Querida:

1. Creo sinceramente que no estás loca, y que el loco soy yo.

2. Discúlpame si algo de esto te molesta.

3. Cada día me encantan más las películas mudas, y el silencio de ese mundo me maravilla.

Con afecto, Vian.”

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