viernes, 31 de mayo de 2013

Sin delantal no es doctor.


Era como un principio incuestionable para ellos.

Me refiero a los locos del instituto donde hice unos talleres, hace años.

No se les dice locos, claro, pero a ellos les gustaba que los nombrasen así, con la palabra prohibida.

Siempre medio dormidos, sedados, los papeles que conseguían actuar eran siempre el mismo personaje.

Un mismo tono de voz, la misma velocidad en los movimientos, el mismo carácter, me refiero.

No importaba si eran reyes, o ancianos, o hasta niños pequeños… siempre obteníamos el mismo personaje.

Y claro, estaba prohibido personificar a un doctor, como única regla.

Yo no lo sabía, sin embargo, por lo que dejé al interno hacer su monólogo hasta que la actitud de los otros pareció tornarse algo agresiva.

Sin delantal no es doctor, comentaban, mientras lo miraban molestos.

Fue entonces que intenté desviar el tema y traté de contar una historia, y cambiar roles, pero todo parecía ya irremediable.

Varios de los locos se habían abalanzado sobre el que hacía de doctor y uno incluso le enterró un lápiz de metal, varias veces, entre las costillas.

Fue así que, esa vez, debieron intervenir varios enfermeros y reducir a los internos que no se calmaron hasta que uno de los enfermeros cubrió con un delantal al loco herido.

Fue entonces que, dudando tras ver llevarse a los locos y observar al herido tendido, con el delantal cubriendo una hemorragia, me pregunté si aquel era uno más de los locos, o un doctor verdadero, que había visitado el taller.

Disculpen… les pregunté entonces a los enfermeros, ¿el herido es médico, cierto...?

Ellos se quedaron en silencio mientras hablaban por radio, avisando sobre la situación.

Con todo, antes de llevárselo, un enfermero decidió contestarme.

Sin delantal no es doctor, me dijo, simplemente.

Su voz, por cierto, no difería en nada, de la de uno de los actores.

jueves, 30 de mayo de 2013

El espectro.


El espectro de mi padre se aparece
y me habla de un veneno extraño.

Yo no entiendo.

Sus palabras son ajenas
y utiliza un tono tan solemne
que da risa.

No hay venganza, me dice.

Luego explica que el veneno
entró por sus oídos,
desde antes incluso…

El veneno está contigo,
agrega entonces,
como un jedi.

Es entonces cuando me detengo
y por un instante dudo
si se trata o no, de un verdadero padre.

Lo miro.

Le hago preguntas.

Lo huelo.


Poco ha cambiado.

O al menos,
los que lo conocen de hace años
siempre dicen eso.

No es fácil explicarlo.

Pero yo sé, en cambio, los secretos de mi padre.

Los secretos que explican el cambio,
la transformación,
el deterioro…


Y claro…
ahora resulta que el espectro de mi padre
viene a enredar nuevamente las cosas
y me habla de un veneno…
y hasta de un asesinato.

Yo no entiendo.


No culpes a nadie, me dice.

No culpes.


Así,
finalmente,
cerca ya del alba,
el espectro de mi padre
deja de arrojar palabras,
como si fuese yo
terreno fértil…

¡Pobre padre!

Ni veneno ni semilla…

¡Acaso no comprende
que no hay de qué preocuparse…!


Amarga es la vida y el veneno, le digo.


Entonces amanece.


Y él desaparece.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Buscar sobre el agua.


Un poco a tientas, busco sobre el agua alguna historia.

Me conformo con eso: buscar sobre el agua.

Y es que igual que los muertos, flotando a la deriva, pueden encontrarse algunas de ellas.

Hinchadas.

Algo podridas.

Estancadas en el agua que también ha dejado de fluir.


Muchas se deshacen en cuanto las tomo.

Otras revelan manchones de tinta, totalmente ilegibles.

Algunas, incluso, parecen no haberse escrito nunca.


Son como muertos, me digo.

Y es que pesadas, se acercan a la orilla poco a poco, sin nada claro que ofrecer.


Con todo, me encariño con algunas.

No es que reconozca sus hechos… no es eso.

Pero me siento próximo a esas que se acercan más a tierra.

Borrado.

Tachado.

A veces no escrito.

Podría decirse que son varios los aspectos que me acercan a su naturaleza.


Y claro… ocurre así que saco algunas desde el agua.

Y las extiendo.

Con cuidado las extiendo, como si se tratase de náufragos.

Débiles, heridos… ya muertos, incluso.

Así las imagino.


Entonces, tendidos sobre la tierra, es donde comienza el verdadero silencio.

Ese que se emparenta con el afecto…

Y hasta con esa identificación y cercanía que siente un hombre, cuando descansa junto a otros hombres, luego de dar todo de sí.


Y claro: esa es la historia que recojo.

Y ese es el silencio que se establece entre ambos.


Este silencio, más bien.

martes, 28 de mayo de 2013

Harry Potter lee un libro.

"Casi una adivinanza.
Casi una historia.
Una palabra en un espejo.
Casi."
T. B.

I.

Harry Potter.

Harry Potter lee un libro.

Harry Potter lee un libro llamado Harry Potter.


II.

Harry Potter lee que es mago.

Harry Potter lee que es especial.

Harry Potter lee que los demás son muggles, y por ende, los desprecia.


III.

Harry Potter lee su libro en el metro de Santiago.

Harry Potter es increpado por una muggle embarazada.

Harry Potter da el asiento, con reparos.


IV.

Harry Potter quiere poner a prueba sus poderes.

Harry Potter juega a hacer llover sobre Santiago.

Harry Potter baja en la estación, para comprobar su hechizo.


V.

Harry Potter tiene una marca en la frente.

Harry Potter se moja por la lluvia.

Harry Potter seca con cuidado su marca, atravesada por el agua.


VI.

Harry Potter siente que es igual a Harry Potter.

Harry Potter vuelve a leer el libro Harry Potter.

Harry Potter siente que es una mentira, al fin y al cabo, pero muy bien elaborada.


VII.

Harry Potter recuerda la marca de su frente.

Harry Potter recuerda que una vez tuvo un hermano.

Harry Potter siente que ha olvidado aquella época.


VIII.

Harry Potter moja su libro bajo la lluvia.

Harry Potter se percata tardíamente y mira en todas direcciones.

Harry Potter bota a Harry Potter


IX.

Harry Potter siente que la lluvia lo deshace.

Harry Potter piensa que sus propios actos lo llevaron a esa acción.

Harry Potter quiere detener la lluvia, pero es demasiado tarde.


X.

Harry Potter vuelve por su libro arrojado sobre el barro.

Harry Potter lee su libro parado bajo la lluvia.


Harry Potter lee un libro llamado Harry Potter.

lunes, 27 de mayo de 2013

Una gotera que cae sobre el corazón de un hombre.


Primero pensé en hacer una entrada sobre una gotera. Una gotera que cayera sobre el corazón de un hombre. No importaba dónde se moviera, pero la gotera caía siempre sobre el corazón del hombre. Y bueno… escribí unas líneas. Luego las leí. Es decir, me distancié y las leí. Y claro, me resultaron cursi. Casi gay, incluso, pero dejémoslo en cursi. Le eché la culpa a la lluvia y a una película japonesa que vi en la tarde. Entonces, para darme fuerzas, intenté acordarme de Brel y sus borrachos. Ya saben, los soles escupidos y todo eso. Escribí así un nuevo texto. Uno sobre un borracho bajo la lluvia, meando a ratos y escupiendo hacia arriba. No sabía a quién, por supuesto, pero lo terrible era que tampoco sabía desde dónde escupía.  Estaba sobre la tierra, el borracho.  Más bien sobre el barro. Creo que el texto daba a entender que el borracho volvía de cierta forma al barro y se cuestionaba si todo él volvía. O si nació para eso simplemente. O si se burlaron de él. O si todo eso junto. Entonces lo leí. Me gustó a ratos, pero sentí que el borracho debía doblegarse. Y claro, también lo sentí un poco como plagio y otro poco repetitivo. Dejé, por tanto, también ese texto. Entonces fue que vino esa etapa en que me siento egoísta. Esa etapa en que me pregunto para qué estoy escribiendo y me molestan todas las frases bien acabadas. Esa etapa en que me descubro como esas mujeres que se maquillan frente al espejo, incluso para dormir. Y me detengo. Y me trabo. Y pasan así horas frente al computador, mientras las frases son escritas y borradas unas tras otras. Momentos en que siento esa gotera de la que hablaba el primer texto. Y es entonces cuando el corazón se aprieta y uno juega a que no importa. Y a veces abrimos una cerveza, o lloramos, o cantamos, o hasta escribimos. Y es que es fácil, a veces, ser un genio, -decía Wingarden-, pero qué difícil es dormir tranquilo. Por eso, hoy cambiaría ese sueño tranquilo por algunas cuántas cosas valiosas. Valiosas objetivamente, claro. Valiosas para usted. Nada más. Toc, toc, hace la gotera, como si llamase a una puerta. Toc, toc.

domingo, 26 de mayo de 2013

Me parece usted cara conocida.

“El egoísmo de escribir para uno mismo
solo se justifica si lo hacemos para renovar
nuestra fe en los demás”
O. W.


-Disculpe… me parece usted cara conocida…

-¿Yo?

-Sí, usted… ¿no aparecía en algún programa de televisión…?

-Eh… no, para nada.

-¿Y en algún comercial…?

-No… creo que me confunde con algún otro…

-Imposible. Tengo una memoria prodigiosa… nunca fallo.

-Puede ser, pero le aseguro que se confunde…

-Pues sería entonces mi primer error… a no ser que…

-¿A no ser qué?

-A no ser que usted esté mintiendo.

-¿Y por qué yo querría mentir?

-Ve… se puso a la defensiva… solo los culpables se ponen a la defensiva.

-Disculpe señorita, puede usted pensar eso, si quiere, pero yo me tengo que ir…

-¿Huye usted, acaso?

-¿Huyo…? ¿De qué se supone que huyo?

-Eso es lo terrible… huye usted de usted mismo… y no quiere admitir que tengo razón.

-Si quiere estar contenta yo puedo mentir y decir que sí, y que salgo en un programa o comercial o lo que quiera…

-Lo ve… lo ha admitido…

-No lo he… bueno… dejémoslo así. Tiene usted razón.

-¡Se lo dije…! Mi memoria no falla…

-Pues la felicito… debo irme ahora, eso sí…

-¿Y no va a decirme en qué programa sale?

-¿Qué…?

-Claro… ya admitió que salía, ahora debe decirme en qué programa sale.

-¿Lo dice en serio?

-Claro… ¿por qué no habría de ser serio?

-Porque es absurdo… ¿acaso no comprende que quiero irme, que no salgo en televisión, que no la conozco…?

-Pero yo sí lo conozco… lo recuerdo…

-Pues quizá sea así, no niego eso… pero sinceramente creo que ya hemos perdido suficiente tiempo…

-No se pierde el tiempo con los otros.

-¿Qué…?

-Que no se pierde el tiempo con los otros, cuando se habla con otros…

-Pero si ni siquiera estamos hablando… o sea, usted dice que mi cara le recuerda a alguien y yo le digo que no sé… eso se dice en diez segundos… a eso me refiero con perder el tiempo… a todo el resto…

-Pero es un avance… al menos ya sé que lo recuerdo de algo que no es la tv…

-¿Y tan importantes son los recuerdos? ¿O acaso mi rostro le es importante…?

-¿Importante…? No, no es eso… eso solo que…

-Ya sé… su memoria prodigiosa, no quiere fallar… quiere demostrar que sigue bien, intacta.

-Se equivoca usted. Y además no quiere comprender así que no hay caso…

-¿Y que se supone que debo comprender?

-Todo. Tiene que comprender todo.

-¿Todo? ¿Todo de qué?

-Todo de usted mismo…

-¿Acaso no sé todo de mí mismo?

-No. No lo sabe… pero casi nadie lo sabe, así que no se preocupe…

-¿Y usted sí lo sabe?

-¿Qué cosa?

-Eso… todo de mí mismo…

-Pues no, de usted mismo no… y además no se trata de saber, sino de comprender…

-…

-Mire… ¿ve esas montañas?

-¿Cuáles montañas?

-Da lo mismo cuáles… mire hacia allá…

-Ya… ¿qué sucede con esas montañas?

-¿Se le hacen familiares?

-Pues no sé… supongo que sí… ¿a dónde quiere llegar?

-A las montañas, ya le dije.

-…

-¿Nunca las ha mirado con atención?

-Sí, creo que sí… me gusta mirarlas incluso… pero esta situación es absurda, no sé para dónde va…

-¿Y no es lindo eso?

-¿Qué cosa?

-Eso… no saber hacia dónde se va…

-¿Acaso no iba a decirme algo de las montañas?

-Sí… iba a decirle algo… pero creo que basta ahora con que se dé cuenta que usted es diferente…

-¿Diferente…?

-Sí, diferente a las montañas… ellas están condenadas a estar ahí, a no perderse… y usted se queja de no saber hacia dónde va…

-…

-Usted ha cambiado mucho… su cara ha cambiado mucho…

-Yo… pues mire…

-No. No hable. Además está apurado. Y sé que no sale en televisión, ni en comerciales…

-Pero entonces…

-Entonces nada. No se canse… Y deje de fruncir el ceño… Si quiere yo me voy y lo dejo para que haga sus cosas, pero no se olvide que hay quienes lo conocemos, aunque nos haya olvidado…

-…

-Estos días nos encontramos otra vez y le devuelvo el libro de Wingarden…

-De acuerdo…

-Y está un poco confundido… y cansado, nada más…

-¿Eso crees?

-Sí… o al menos eso espero.

sábado, 25 de mayo de 2013

Un niño con un disfraz.



No sé quién es.

No sé si me importa quién es.

Con todo, cada cierto tiempo lo encuentro rondando.

Un niño con un disfraz, me refiero.

Camina.

Se acerca.

Finge que va a otro sitio.

Yo también finjo, por cierto, que no lo veo.

Ahora último ha optado por dejar cosas:

Dibujos a lápiz de hombres enmascarados.

Monedas de países que desconozco.

Fotografías en blanco y negro.

Entonces, yo espero a que él se aleje para recoger aquellas cosas.

(Las recojo.

Las reúno.

Las ordeno.)

A veces -debo reconocer-, hasta arriesgo interpretaciones.

Identifico pistas.

Planteo hipótesis.

Y hasta a veces creo comprender quién es, aquel niño.

Pero claro… nada de eso ocurre.

De hecho, ahora soy yo, quien ha optado por dejar olvidadas también algunas cosas.

No me consta… es cierto… pero creo que las recoge.

Así, ambos nos vamos haciendo cada vez más, con recuerdos del otro.

Y ambos, por supuesto, nos sentimos menos responsables.

No sé si es lo correcto… Lo admito.

No sé si de esa forma ambos lograremos llegar un día, a comprender quién es el otro.

Pero bueno… al menos reconociendo el disfraz, puedo saber qué del otro, no le pertenece.


Ahí está el niño nuevamente…

Esta vez ha dejado un papel, en el piso.

Se ha ido.

Su disfraz, por cierto, es lo menos importante.

viernes, 24 de mayo de 2013

Vian, emperador enclaustrado.


No abdicar.

Me enseñaron que no se debía abdicar.

Me dijeron que debía permanecer en el sitio acordado.

Ese es tu lugar, señalaron.

Y claro, yo les creí.

Entonces, más que a vivir, me dediqué a no abdicar.

Me mantuve firme.

Débil en muchos aspectos, es cierto, pero firme en lo esencial.

Puedo asegurar, que ocurrió así.

Es decir, me retiré a otros sitios, es cierto, pero ejercí mi rol desde ahí.

Fui obediente... incluso en los periodos más difíciles…

No abdiqué, en definitiva.

Y eso era lo importante, pensaba.


Hoy, sin embargo, descubro que mi imperio ya no existe.

De hecho… me es imposible demostrar que existió, alguna vez.

Quiero creer que sí, por supuesto, pero el creer se vuelve cada vez más difícil…

Y la idea del imperio se desmorona, y hasta el emperador se desmorona, con su imperio.


No abdiqué, me digo entonces.

Y sé que eso debiese bastar.

Pero no basta.


Así, enclaustrado en la biblioteca, me sueño emperador de un reino perdido.

No obstante, ejerzo mi cargo, como si fuese aún el mayor de los imperios.

Y es que en definitiva, no se trata de abdicar o no abdicar.

Y claro… tampoco se trata de la existencia o desaparición del imperio…

Yo hablo más bien de eso que no digo…

De eso que incluso tratando, no debe decirse.

Ese es mi imperio.


No insistan, por lo tanto, pues no abdico.

No cedo.

No renuncio a esas pequeñas posesiones.


Y es que si doy un paso atrás mi imperio desaparece.

Definitivamente, me refiero, desaparece.


Ustedes harían lo mismo, sin embargo, estando en mi lugar.

En eso confío.

En eso creo.

Mi imperio es la fe en el corazón de los otros.



No abdico.

jueves, 23 de mayo de 2013

En el interior de Godzilla habita el Buda.



No se engañe.

Todo es ilusión.

El grito.

La furia.

La desesperación.

Mejor haga como él.

Recorra los caminos arrancando las semillas.

Después de todo,
el mundo siempre ha sido de las piedras.

Ellas son el fruto de la tierra.

Ellas saben el secreto.

Una de ellas, por ejemplo
fue a partir el otro día
la cabeza de un perro.

¡Pobre perro!

Se desplomó como el mundo.

Y en silencio.

Con todo,
yo malentendí la situación
y quise defenderlo.

¡Pobre defensa!

Y es que el atacante, como decía Lars,
siempre es, finalmente, quien se expone…

(No se puede ofender a Buda).


Nada de palabras temerarias.

Nada de frases agresivas.

No se engañe.

Y recuerde: todo es ilusión.

Por lo mismo, usted puede ordenar todo como quiera:

La piedra con el perro.

Un gato en el perro.

Un ratón en el gato.

Y claro…
también está el asunto
de la rabia contenida.

¿Va usted comprendiendo…?

M refiero a la falta de sustancia
que existe en todas aquellas palabras que,
agresivas,
intentaron dañar al resto,
sin contar con peso alguno.

Nada de gritos.

Nada de seres monstruosos.

Nada de oscuridad.

Y es que, finalmente,
es en el grito
donde vive la templanza…

E incluso,
es en el interior de Godzilla
donde habita
el Buda.

No se engañe.

El resto es ilusión.

El grito, se desvanece.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Hemos matado tantas cosas...

“-He matado a mi mujer –dijo Martim.”
C. L., La manzana en la oscuridad.


-Hemos matado tantas cosas –dijo ella-, que matar una más ya no debe suponernos novedad alguna.

-Las cosas no se matan –dijo él.

Ella prefirió no contestar, para evitar discusiones absurdas.

-La clave es saber cuándo matar, para que aún sean cosas… –dijo ella-. La sensación antes de ser palabra, la palabra antes de ser dicha, el niño antes de nacer…

-Así se evitan culpas –dijo él.

-Sí –dijo ella-, y no solo culpas… También evitas malos entendidos…

Él asintió.

Luego, en silencio, ella se puso los guantes de goma.

-¿Te acuerdas cuando decidimos botar las ropas de invierno mientras estábamos en verano? –preguntó entonces.

-Sí –contestó él.

-Pues esto es un poco lo mismo… -agregó la mujer-, nos deshacemos de algo cuando no nos sea útil, para evitar complicaciones y pensamientos innecesarios…

-¿Y si lo necesitamos a futuro…? –dijo él.

-Pues ahí se verá –señaló ella, tajante-. Pero no tiene sentido dejarla donde está, cuando requieres espacio…

Él volvió a asentir.

Entonces, el hombre sujetó los pies de la criatura y le amarró los tobillos, con fuerza.

-Pensé que íbamos a discutir –dijo ella, sonriendo.

Él también sonrió y pensó que era cierto.

-Tal vez… -comenzó a decir él.

-No. No lo creo –dijo ella, sin dar opciones de réplica.

martes, 21 de mayo de 2013

Dime algo que no sepa.



-Estás cada vez más cerca de darte por vencido –me dijo.

-Tu biblioteca es un caos –me dijo.

-Si sigues poniendo como excusa el corazón de los otros no conseguirás nada –me dijo.

-Hoy sientes que el tiempo te hace daño –me dijo.

-Tienes el corazón amargo –me dijo.

-Tienes vergüenza de comenzar a llorar y  también de dejar de hacerlo –me dijo.

-Quieres estar en otro sitio –me dijo.

-Eres un cobarde –me dijo.

-Prefieres dar la vida que cuidarla –me dijo.

-Das saltos cuando duermes por las noches –me dijo.

-Perdiste la fe –me dijo.

-Nadie va a salvarte –me dijo.

-Esperas demasiado de los otros –me dijo.

-Te angustia no saber –me dijo.

-Hasta el trabajo que amabas pierde su sentido –me dijo.

-Sientes que no puedes cambiarlo –me dijo.

-Te quemaste por dentro –me dijo.

-Has vuelto a bajar la vista –me dijo.

-Te haría bien una última renuncia –me dijo.

-No cocinas hace tiempo –me dijo.

-Escribes aguantando la respiración –me dijo.

-Hace años que no tienes un día sin cosas pendientes –me dijo.

-Te has bajado de ti mismo –me dijo.

-Te has quedado solo –me dijo.

-Tus libros se secan como plantas –me dijo.

-Te has llenado de vidrios –me dijo.


-Dime algo que no sepa –dije yo, entonces.


-Te equivocas –me dijo.

-Vonnegutt besará tu frente, esta noche.

lunes, 20 de mayo de 2013

Un hombre de manos grandes y de voz chiquita.


Por la calle veo caminar a un hombre de manos grandes y de voz chiquita.

Mientras avanza, lo veo cargar un perro, entre sus manos grandes.

Y claro, él va hablando, con su voz chiquita.

Me acerco entonces para escuchar qué dice, pero solo entiendo palabras sueltas.

Lluvia.

Nube.

Melocotón.

Escucho que él dice.

El perro, en tanto, ni se inmuta.

De hecho, pienso que quizá no escuche, aquella voz chiquita.

En cambio, el animal se ve cómodo entre aquellas manos.

Atento a aquellas manos, casi.

Como si escuchara atentamente aquellas manos, en desmedro de la voz chiquita.

El perro, además, lleva un collar y parece apenas un cachorro.

Ni siquiera  se nueve, entre las manos del hombre.

Y claro, ahora el hombre vuelve a hablar.

Pero al mismo tiempo que habla, mueve sus grandes manos.

Un lenguaje frente al otro, pienso yo.

Así, vuelve a oírse su voz chiquita:

Té.

Jengibre.

Melocotón.

Y bueno… yo lo vuelvo a escuchar, con atención.

Entonces, el hombre se voltea y queda frente a mí:

Melocotón, me dice.

Se llama Melocotón.

Yo asiento.

El perro sigue sin inmutarse.

Finalmente, el hombre dice algo acerca de las manos de Dios...

No sé si lo dice en serio, con su voz chiquita.

Y claro… yo finjo que lo entiendo… y hasta que tiene razón.

Luego el hombre se va.

Yo, en tanto, me siento sobre el pasto, como si fueran manos.

No escucho voces.

No escucho nada.

Me recuesto.

Descanso.

domingo, 19 de mayo de 2013

¿Tienes la vida que mereces?


-¿Tienes la vida que mereces?

-¿Cómo…?

-Te pregunto si tienes la vida que mereces.

-Pero… ¿me lo preguntas en mala o en buena?

-Eso da lo mismo…

-¿Acaso te enojaste porque critico mucho…?

-No. Tómalo como una pregunta, nada más…

-No te creo. Te enojaste. Crees que me quejo mucho y ahora quieres devolverme todo dando a entender que la culpa es mía…

-No es así… No elaboro tanto… solo te pregunté si crees que tienes la vida que te mereces, nada más.

-¿Nada más? Te parece poco preguntar por el merecimiento de la vida…

-No es el merecimiento de la vida… es más simple…

-¿Acaso te lo has preguntado tú?

-¿Qué cosa…?

-Eso… lo que decías antes…

-¿Lo que te pregunté a ti?

-Sí.

-Pues claro… no es nada terrible…

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Qué te respondiste…? ¿Tienes tú la vida que te mereces?

-Pues sí, creo que sí… aunque no me merezco mucho, claro…

-Mmm…

-¿Qué pasa…?

-Nada…

-¿Estás pensando en tu respuesta?

-No… No es eso.

-¿Y entonces?

-No sé… de pronto me acordaba de una pelea que vi una vez entre un hombre y un oso…

-¿Una pelea…?

-Sí… aunque quizá era una especie de farsa… Se trataba de un luchador de lucha libre contra un oso al que le habían puesto una capa… la vi por televisión…

-¿Hicieron ganar al luchador?

-No recuerdo bien… pero si me acuerdo que los comentaristas repetían que eran luchadores que no se merecían… Ninguno de los dos merece esto, creo que decían…

-¿No te lo estás inventando?

-No… quizá era una pelea sin importancia, un chiste… no sé… pero supongo que tiene que ver con eso de la vida que nos merecemos…

-¿Y qué pasa con eso…? Volviendo al tema, me refiero…

-¿A qué tema?

-A la pregunta que inició esto… ¿tienes la vida que te mereces…? Creo que no respondiste, finalmente.

-Y no voy a hacerlo.

-¿Por qué no? ¿No sabes lo que te mereces…?

-No. Lo que no sé es la vida que tengo…

-…

-¿Sabes…? A veces me siento como aquel oso, con capa… Ese es el problema.

-¿Y por eso no puedes contestar?

-Pues sí… Por eso y porque no sé.

-Y el oso, a todo esto… ¿Crees que merecía estar en esa pelea…?

-¿El oso?

-Sí.

-Quizá… Aunque igualito que uno en la vida, nada más… Ya sabes… tampoco nos preguntaron.

-Mmm…

-¿Vas a seguir preguntando?

-No. Si no quieres responder, no…

-Pues la verdad es que no quiero.

-Está bien. Si quieres lo dejamos hasta ahí…

-Ok. Hasta ahí.

-…

-…

-¿No se te ocurre alguna otra cosa de qué hablar?

-Mmm…. Pues no. Sinceramente no.

-Pues ese es el silencio que merecemos, entonces…

-Tú lo has dicho.

sábado, 18 de mayo de 2013

Las calles no se limpian por la lluvia.



Las calles no se limpian por la lluvia.

De hecho, la lluvia vuelve al suelo la suciedad que estaba en el aire.

Así, todo es parte de un perfecto engaño.

El sonido de la lluvia.

El agua que parece lavar las calles.

La ilusión de la limpieza recuperada…


Con todo, soy otro de los que voltea el rostro hacia la lluvia.

Otro de los que gustan caminar, por las calles, mientras cae el agua.

Me dejo engañar, entonces, mientras camino.

Disfruto incluso sentir mis bordes, dibujados por el agua.

No es un bautizo.

No es un acto de redención.

No busco ser mejor, bajo la lluvia.


Las calles brillan.

Los paraguas se abren, en las calles.

Las luces parecen hasta más limpias, en medio del agua.


No oculto el frío.

No desconozco los problemas y miserias asociadas.

Es solo que la lluvia me devuelve a mí.

Al lugar ese donde uno aparentemente está seguro.

Un lugar donde se forma un único charco.

¡Extraño charco!


Sáltelo usted.

Inténtelo.

Ya verá que termina descubriendo algo:

No somos pozo.


Y es que la profundidad es exclusiva

para aquellos que comprenden.

Y quienes comprenden son ajenos, a este tipo de cuestiones.


Y es que las calles no se limpian por la lluvia.

No por sí solas, al menos.

De vez en cuando un charco, es cierto.

De vez en cuando.

¿Agua limpia?

¡Agua extraña, digamos…!

Digamos nada más.

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