martes, 30 de abril de 2013

Ellas conversan en el metro.



Ellas conversan en el metro.

Están de pie, en un espacio reducido, hablando.

De vez en cuando una detención brusca las mueve del lugar, levemente.

Pero su conversación no se interrumpe.

Así, escucho a una contar de la vez en que durmió 24 horas seguidas.

Ni siquiera soñé, dice, algo molesta.

Entonces, ella explica que, de hecho, pensó que apenas había dormido, hasta que la despertó un hermano.

Fue extraño, confiesa.

Es decir, bien podían decirme que había pasado una semana, pues la sensación al despertar parecía estar desligada de cualquier otro acontecimiento, señala.

De esta forma, ella supuso que era una broma de su hermano, aunque también es cierto que hasta el día de hoy, no está segura qué ocurrió con aquel día.


Es igualito a lo que me pasó a mí, dice la otra.

Me había comprado un pastel para la once y me dispuse a preparar un té.

Entonces, ya sentada, fui a probar el pastel y no lo encontré por ningún sitio.

Luego, ella cuenta que buscó por toda la cocina, y hasta en las habitaciones, hasta que de pronto se encontró frente a un espejo y vio que tenía restos de pastel, en los bordes de la boca.

Ni siquiera sabor, agrega, recordando.


Así, mientras las escucho, me percato que ya viene la estación donde debo bajarme y me preparo a hacerlo.

Igual su historia no me convence, me dice de improviso una de las mujeres.

, dice la otra, ¿quién va a creer que alguien puede despertarse, de la nada, en medio de una balsa…?

Por un momento pienso en preguntarles de qué me están hablando, pero finalmente me bajo antes que cierren las puertas.

Por último, me aseguro de preguntar el día, la hora y hasta de mirarme en un reflejo para ver si tengo rastros de comida…

Todo está en orden, sin embargo.

Es momento de volver a casa.

lunes, 29 de abril de 2013

Correos / Otro Vian / No he mentido


Voy a Correos a buscar un libro que debió haber llegado hace unas semanas.

Doy mi rut. Mi dirección. El número de orden.

Entonces, me muestran algunos que no han retirado y que parecen coincidir con mi nombre.

Reviso los paquetes:

Bian… Vyann… Wiann…

Y claro… le explico al encargado que los nombres no coinciden...

Entonces, de una caja vieja, surge una carta de hace varios años.

Una postal, más bien, desde el otro lado del mundo.

Debe haberse traspapelado, me dicen.

Yo la miro. Leo el remitente, por supuesto, y hasta me aseguro varias veces que sea para mí.

Todo está en orden.

La abro.

El encargado, me observa como si esperase que la compartiera.

Obviamente no lo hago.

De hecho, apenas me fijo en lo escrito.

Y claro... me paralizo un poco.

Creo que me confundí, le digo entonces, era para otro Vian.

El encargado asiente y retira la postal, algo molesto.

Con todo, yo me siento tranquilo, en ese aspecto, pues sé que no he mentido.

Así, buscamos un rato más el libro. Sin éxito.

El libro que debió haber llegado hace unas semanas, me refiero.

Por último, viéndome decepcionado, el encargado me ofrece otros libros, que nadie retiró.

Puertolas, Amis, Solana... varios más.

Finalmente, elijo uno de Murakami, que se me había extraviado.

Nos despedimos.

Lo dejo en su mundo de cartas y envíos no entregados.

Mientras me alejo, descubro que el hombre guardó la postal, al interior del libro.

Un despiadado país de las maravillas, dice el título.

Y bueno… es completamente cierto.

domingo, 28 de abril de 2013

Otro sueño extraño.



Hoy tuve uno de mis sueños más extraños.

Iba yo por una montaña, ascendiendo, para encontrar a Dios.

Aunque claro, en principio no era tanto por ver a Dios, sino más bien por el desafío del trekking.

Así, seguía yo unas pistas y hasta unos letreros que indicaban la distancia restante.

Los letreros que indicaban eran diminutos y parecían pintados por un niño.

Mil kilómetros, quinientos kilómetros, cien kilómetros, diez kilómetros…

El camino era largo.

Por fin, cuando ya me daba por vencido vi un letrero que decía:

Dios, a 10 metros divinos.

Seguí caminando, con más fe.

Lamentablemente, en un letrero aún más diminuto encontré otra información:

Metro divino = mil kilómetros humanos.

Por suerte, en el sueño, la relatividad del tiempo se hizo sentir y pude finalmente encontrar a Dios.

Estaba de espaldas, apoyado contra unas rocas, en lo alto de la montaña.

Era grandote.

Con todo, tenía un cuerpo similar al humano, aunque algo más curvado.

No parecía viejo.

-Dios… -le dije-. Soy Vian. Llegué siguiendo los letreros.

Él no contestó y hasta fingió un ronquido.

-No te hagas el dormido –le dije-. Es de mala educación.

Entonces Dios, sorprendido, comenzó a moverse, lentamente y se volvió hacia mí… y pude verlo:

¡Tenía el rostro pixelado…!

-Disculpa –me dijo-. No quiero que me vean así.

Y claro, yo intentaba distinguir rasgos… y hasta memorizarlos, pero todo resultaba borroso.

-No es culpa mía –intentó explicar-. Nunca supe que estaba pixelado…

Así, comenzó a desarrollarse una conversación que podría denominar técnica, en la que Dios hablaba de su propia conformación y hasta explicaba de qué forma habría implementado los colores del mundo…

(No voy a intentar aquí reproducir esa conversación)

Finalmente, y sin vínculo aparente con lo anterior, Dios lloriqueaba porque, al parecer, había pedido una hamburguesa con queso y había recibido, en cambio, una en la que faltaba aquel ingrediente…

-Me dieron un producto defectuoso –alegaba Dios-. Desconsolado.

Yo, en tanto, intentaba calmarlo, con una serie de argumentos no muy sólidos:

-Quizá el producto no es defectuoso –le decía-. Lo que ocurre es que está mal catalogado…

-¿Cómo?

-Eso, que te dieron un hamburguesa sin queso, perfecta, en vez de una hamburguesa con queso y defectuosa.

Y bueno… Dios cómo que se lo creía un poco.

Así, justo antes de despertar, mientras miraba a Dios comiendo su hamburguesa, me percaté que por sus mejillas, en los lugares por donde habían bajado las lágrimas, nada estaba pixelado, y tenía, en cambio, una excelente definición.

-¿Te vas a quedar mirando lo que no debe verse? – me preguntaba Dios, entonces.

Y sí… yo no respondía, pero eso era exactamente lo que estaba haciendo.

sábado, 27 de abril de 2013

Conversaciones casi milagrosas.

“La vuelta más pequeña
es el más largo camino a casa”
Nichijou


-Quiero un chocolate de tiburón y un jugo de frutilla –me dijo.

Yo atendía por ese entonces en un kiosco de la U, donde sacábamos fotocopias y se vendían algunos productos básicos.

-No tenemos –dije, sin prestar mucha atención.

-Siempre compro acá –insistió-. Un chocolate de tiburón y un jugo de frutilla.

-Mmm… -dije yo.

-La última vez que compré chocolates de tiburón ustedes tenían cajas –señaló-. No pueden haberse acabado.

Yo intenté hacer memoria, pero no recordaba para nada aquel producto.

-No recuerdo que hayamos tenido –dije.

-Sí tienen… La última vez me atendió un chico parecido a ti, pero más bajo, moreno y con el pelo medio afro.

-Mmm… -repetí yo.

-¿No puedes buscar…? Estoy segura que debe quedar alguno… Vienen en unas cajas azules con una ventana de celofán transparente… y letras japonesas…

-Pues con mayor razón estoy seguro que no hemos tenido –le dije-. No trabajo todos los días acá, pero te debes estar confundiendo… Solo trabajan un par de chicas los otros días y el chocolate ese de tiburón nunca lo he visto…

-¿Y no vas a buscarlo?

-Podría, pero no sé dónde… ya ves que este kiosco es pequeño y…

-¿Puedes voltearte y buscarlo? –me preguntó.

Yo lo pensé un poco y lo encontré absurdo. El kiosco apenas medía un par de metros y sabía todo lo que ahí había… además, un chocolate de tiburón…

-A veces es bueno detenerse a mirar, o voltearse… -insistió.

Yo me molesté un poco y guardé silencio.

Ella pareció notarlo.

-Una vez estaba caminando por un cerro, súper cansada… -comenzó a contar-. Todo estaba embarrado, había llovido y no sé por qué, pero de pronto saqué mi cámara y saqué una foto. Era una cámara de esas antiguas, con rollo, no de las de ahora… y la foto me la saqué a mí, mientras caminaba, hacia atrás…

-Disculpa –la interrumpí entonces-. Pero debo hacer unas copias y sinceramente no tengo mucho tiempo…

Ella me miró, sonrió y siguió con su historia.

-Queda poco –advirtió-. El punto, es que el tiempo pasó. Hasta que un día decidí revelar esas fotos….

-¿Y…?.

-Pues todo bien... normal, me refiero... salvo que en la foto esa que me saqué hacia atrás, aparecía a mis espaldas un arcoíris inmenso… uno que no vi nunca aquel día…

-De acuerdo –interrumpí-. ¿Quieres decir que voy a encontrar tu tiburón de chocolate si lo busco?

Ella guardó silencio, pero me pareció obvio que pensaba que sería así.

Por lo mismo, y para dejarla tranquila, me puse a buscar en los distintos rincones, todavía molesto.

Y claro... no encontré nada.

Me volví entonces para decirle a la chica que estaba equivocada.

Pero ella no estaba.

Es decir, estaba, pero ya se había alejado varios pasos, del lugar.

Todo fue tan extraño, sin embargo, que por un momento pensé que encontraría un chocolate de tiburón sobre el mesón, o quizá hasta hubiese un arcoíris en el fondo… pero nada.

Simplemente quedé con una extraña sensación, como expectante… o como si hubiese sido culpa mía no haber encontrado algo especial, o milagroso.

En la universidad, por cierto, volví a ver a la chica un montón de veces, pero nunca hablamos.

Alguna vez sentí deseos de pedirle disculpas, o algo… pero jamás lo hice.

viernes, 26 de abril de 2013

Una llama / Qué extraño.



Abres la mano y ves una llama.

Qué extraño…

Siempre pensé que aquello sucedía
cuando abrías los ojos.

Es decir,
siempre pensé que el fuego
llegaba finalmente
desde otro sitio.

Una vez, por ejemplo,
después de días de lluvia,
mientras acampaba en la montaña,
intenté por horas
encender de alguna forma
una fogata.

Y claro,
empapado,
me acosté esa noche,
recuerdo,
sin haber logrado mi objetivo.

Con todo,
recuerdo que fue esa misma noche,
que se incendió por primera vez
mi biblioteca.

Casualidad,
podrá pensar usted…
pero yo sé que comenzó a quemarse
en el preciso instante
en que abrí los ojos
al fuego.

Por lo demás,
se quemaron pocas cosas esa vez…
pero ese no es el punto…

Y es que lo importante acá, pienso,
es la dirección que toma
el fuego,
tras ser destinado justamente a aquello
que no queríamos perder.

Ahora, en cambio,
abres la mano y ves una llama…

Una llama pequeña, es cierto,
algo azulosa, incluso,
pero capaz de iniciar
algo importante…

¡Qué extraño…!

Disculpen que lo diga así, sin explicar,
pero siempre pensé que eso sucedería
de otra forma…

Es decir,
puede que alguien más esté mirando…
y claro,
algo se enciende
en algún sitio:

Una biblioteca,
una montaña…
un ser humano, tal vez…

Aunque claro…
cada día es más difícil incendiar
uno de estos últimos…

Por otro lado, finalmente,
tal vez sea la calidad del fuego,
la que haya descendido, con el tiempo.

Ojalá que alguien
algún día,
devele este misterio.

jueves, 25 de abril de 2013

Caerse de la casa del árbol.

“Yo era todavía una niña, y no demasiado inocente,
para preocuparme, como uno hace a los trece años,
por todos esos asuntos en que la ignorancia es una carga
y el descubrimiento, humillante”.
Colette


¿Es caerse desde el árbol,
caerse desde la casa del árbol?

Lo pregunto pensando en uno, claro,
en experiencias remotas,
en el descubrimiento extraño, incluso,
casi olvidado,
de lo que uno fue, aquellos días.

Porque claro…
uno bien puede caerse,
eso no está en duda,
huellas hay…
testigos, incluso…
lo que no concuerda es el enunciado.

Y es que nunca nos pusimos de acuerdo
si caí desde el árbol
o desde la casa en el árbol.

Tanto me afectó esa cuestión
que recuerdo hasta nació por aquel entonces
un cuento de todo aquello,
uno que justamente llevaba como título
la pregunta esa del inicio,
insistentemente y hasta con dibujos
de un tipo que se parecía a mí
y que se preguntaba aquello
justo a medio caer
y de quebrarse la clavícula
al llegar al suelo.

Y claro,
tanto revuelo causo la caída
que nadie se preocupó de resolver
aquella duda.

¿Siempre se comporta así…?
le preguntó esa vez el paramédico a mi madre.

Mi madre asintió.

El paramédico se acercó entonces
hasta donde yo estaba,
e intentó poner voz de sabio:

Siempre que uno se cae, dijo,
se cae desde uno mismo.

Yo no entendí ni mierda.

Sin embargo, esa vez,
mientras iba en la ambulancia,
pensé incansablemente en el lugar ese
desde dónde caemos
y sentí que sonaba bien decir que morir
era, en muchos casos, caerse
desde la vida.

No debo haberlo entendido muy bien, claro,
pero recuerdo que le pedí un lápiz al camillero
y anoté la frase en un papel amarillento
utilizado para guardar las gasas.

¡Cuánta parsimonia…!

Y es que ¿éramos conscientes, finalmente…?

Conscientes de subirnos a la vida, me refiero.

Conscientes, quizá, del verdadero valor que debían alcanzar
nuestras acciones.

¡Cuánta distancia de esas verdades básicas!

¿Hay que caerse, entonces, nuevamente,
hasta recuperar la cordura?

Pues no sé si tanto.

Lo que sucede es que hoy, simplemente,
encuentro la anotación en un papel amarillento.

Y claro… hoy recuerdo que nunca más subí a un árbol,
ni a casa alguna que hubiese sobre él.

Donde estaba el árbol, por cierto, hoy existe un poste.

Si existió la casa, sobre el árbol,
hoy no es posible demostrarlo,
pues no existe rastro alguno.

Por lo mismo,
cuando recuerdo estas cosas,
todo parece ser parte
de un invento.

Un invento, claro está,
del que podemos caer
igualito que de las certezas.

El cuerpo no distingue
esas sutilezas.

miércoles, 24 de abril de 2013

Insomne.



El austero Auster.

El bucólico Bukowski.

El severo Sarduy.

Las notas de Nothomb.

La soledad de Zolá.

El vinagre de Wingarden.

El idilio de Dylan.

El nabo de Nabokov.

Las apologías de Apollinaire.

El colon de Colette.

La mafia de Mahfouz.

La gordura de Gordimer.

Los murs de Murakami.

La guagua de Akutagawa.

Las gyosas de Vargas Llosa.

Las manos de Mann.

El querer de Kerouac.

Los guantes de Fante.

El chal de Chagall.

Las balas de Foster Wallace.

El pecho de Puig.

El nicho de Nietzsche.

El schop de Schopenhauer.

La locura de Locke.

La próstata de Proust.

Los matices de Matisse.

Lo magro de Magrite.

El candor de Kandinski.

El talco de Tolkien.

El corazón de Le Corbusier.

La casaca de Kazantzakis.

Los sofocos de Sófocles.

Los cortes de Cortázar.

Las cosas de Kosinski.

La silla de Sillanpää.

La camilla de Camiilleri.

El carrusel de Rusell

Las hemorroides de Hemingway.

El perro de Perrault.

El ciervo de Cervantes.

El burro de Burroughs.

El lobo de la Woolf.

El simio de Simenon.

Las focas de Foucault.

El tabaco de Tabuchi.

El pandero de Pirandello.

Las penurias de Asturias.

Las partes de Roland Barthes.

El meñique de Brice Echenique.

Las curvas de Carver.

La capa de Capote.

El saco de Saki.

Las batallas de Bataille.

El bodrio de Baudrillard.

Lo vulgar de Bulgakov.

El arte de Artaud.

El laxante de Laxness.

Los baches de Bachelard.

Los nervios de Nerval.

El martes de Martí.

El viernes de Barnes.

El sábado de Sábato.

El faul de Faulkner.

Las dos sopas de Dos Passos.

El tino de Onetti.

Los dientes de Dostoievski.

La barba dura de Bradburi.

El yate de Yeats.

El dinero de Dinesen.

El bar de Baricco.

El sufrir de Seferis.

La cueva de Kavafis.

La caspa de Kafka.

Los iones de Ionesco.

Las becas de Beckett.

El show de Shaw.

El baile de Bayly.

La voz de Milosz.

Las canas de Canetti.

La liposucción de Lipovetski.

La colitis de Elytis.

El lumbago de Saramago.

El canguro de Ishiguro.

La guata de Kawabata.

Los pezones de Pessoa.

La calva de Calvino.

Las grasas de Grass.

El ano de anónimo.

El esfínter de Pinter.

Las bolas de Böll.

La tez de Kertesz.

El genio insomne de Vian.

martes, 23 de abril de 2013

Porque a veces te equivocas.



Porque a veces te equivocas y haces llorar a tu hijo.

Sin querer, por supuesto.

Y es que quizá se asustó y no supiste remediarlo.

Todo porque los planes para hoy y para mañana… y hasta para la vida…

La película, el juego… salir a trotar… el dibujo…

¿Te acuerdas la canción que compusieron juntos y no pudieron volver a tocar?

¡Tantas cosas y uno calculando distancias, velocidades, módulos…!

Trayectorias que no llevan sino a darte cuenta demasiado tarde
que tu hijo tiene los ojos húmedos y que tampoco entiende para dónde va todo esto.

Problemas, datos, cuadernos a medias, me refiero…

¿Que en cuánto rato chocarán esos trenes que partieron en tiempos y velocidades distintas…?

¿O dónde chocan esos trenes?

¿Sabes dónde chocan…?

Chocan en uno, dentro de uno, finalmente, cuando ves los ojos llorosos… el cansancio…

Y hasta el absurdo.

Algo está mal en todo esto.

Ahí no va el tilde… diría, como profe.

Cientos de pruebas que revisar… trabajos, planificación de clases…

Diez años durmiendo menos de 4 horas diarias.

Todo eso y de pronto ves que tu hijo comienza también a escasear de tiempo.

Ves que le están vendiendo la misma vida...

Ocho a diez horas al día en el colegio.

Estudio, refuerzos, horas extras de estudio…

Todo con promesas lejanas:

La universidad, el trabajo, la jubilación… ¡la vida eterna…!

Nunca el instante.

¿Saben cuál sería hoy un buen trato?

¡Mi vida eterna por no haberme equivocado…!

Por no volver esos ojos llorosos…

Eso habría bastado.

Y es que me equivoqué, finalmente.

Me equivoqué…

Y parece que nos estamos equivocando todos.

Hagámonos una marca, mejor, para acordarnos que eso no es importante.

Para reírnos de todo eso…

Ahorrémonos el daño, en definitiva.

Ese es el verdadero cálculo que hay que realizar.

Comprender.

Pedir disculpas.

Ahorrarnos el daño.

Poquito más importa.

Poquito más.

lunes, 22 de abril de 2013

Vian y el clarividente.



-Disculpe, me invitaron a verlo porque…

-Lo sé.

-Bueno, eh… yo soy…

-Vian. Usted es Vian.

-Bueno sí, mire yo quería…

-Tú preguntas, yo respondo, ese es el sistema.

-Eh… ok., pero…

-Diez mil.

-Bueno, pero…

-No hay rebajas.

-De acuerdo. Mire me gustaría saber…

-Dos. Usted no se lo espera, pero dos.

-¿Pero…?

-Siempre pueden cambiar cosas. Aunque usted es criatura de este instante.

-¿Quiere…?

-No puedo explicarlo mejor. Mejor pregunte otra cosa.

-Es que verá… hace un tiempo yo…

-Meteoritos. Serán meteoritos. Quizá no lleguen a confirmarlo, pero eso es lo que será…

-¿Y usted acaso…?

-Porque soy clarividente. Certificado. Siempre necesitan uno. Yo me salvaré.

-Y respecto a…

-No se ve muy bien. Pasarán muchas cosas. Al final será bajo la lluvia.

-¿Bajo…?

-Sí, en una especie de cabaña. No habrá tantos libros como podría suponerse… De hecho, detrás de unos tomos cafés vivirán cuatro lagartijas.

-¿Y acaso…?

-Ludmila. Gracia. Petra y Lucio.

-¿Y respecto a…?

-Seguirá, pero colapsará al fin y al cabo… Será grave.

-Pero esos supone que…

-Sí, un poco. Siempre duele un poco. Es normal.

-¿No hay forma de…?

-No. Para nada. Además, borrará usted las pinturas… los escritos…

-Pero entonces…

-Una cosa no quita la otra. Tú ya sabes cómo es el dicho…

-Te refieras a…

-Exacto, ese mismo.

-Oiga, pero a pesar…

-Sí. De todo. Aunque claro… estoy seguro que eso lo sabías.

-¿E incluso…?

-Sí. Suena extraño en medio de todo… pero tiene sentido. Al final tiene sentido.

-¿Cómo esas…?

-Sí, como esas películas malas que terminan bien.

-Pero…

-Estoy seguro. Y son diez mil.

-Lo sé, pero…

-Diez mil. Falta que te lo diga una vez porque vas a volver a evitar el tema…

-¿Y si…?

-No. No va a cambiar nada.

-Eh…

-No. Diez mil.

-Es que ocurre que…

-No importa.

-¿No?

-No. Por algo soy clarividente.

-Pero...

-No hace falta. Y sí tiene sentido.

-No iba a...

-Sé que no lo ibas a preguntar, pero tampoco ibas a creerlo si no lo repetía.

-...

-Acuérdate y aguanta. Al final tiene sentido.

domingo, 21 de abril de 2013

Ya sé por qué estás enojado.



-Ya sé por qué estás enojado, Vian… ¿es porque comí el yogurt que habías dejado en el refrigerador, cierto?

-…

-Pues mira, te traje un yogurt.

-…

-Entonces… ¿no es por el yogurt?

-…

-Ya sé… ¿es porque perdí el libro de Auster que me prestaste…?

-…

-¿O es porque te mentí y descubriste que se manchó? ¿Es eso…?

-…

-De acuerdo, ¿es porque lo boté para que no lo encontraras y te enojaras…? ¿Quién te lo contó...?

-…

-¿Qué...? ¿Tampoco es eso…?

-…

-¿O te enojaste porque hablé mal de ti…porque dije eso sobre que no sabías vivir y todo eso…?

-…

-Pues mira, si quieres te compro otro libro de Auster y les digo a las otros que ya aprendiste y…

-…

-¿No…? Pues ya sé… ¿Quizá te enteraste que fui yo quien destruyó tus escritos… la copia de la novela esa de Gagarin…? ¿Es eso…?

-…

-Dime algo, Vian… quiero pedirte disculpas, pero no sé de qué… ¿fue acaso porque te odié tanto cuando éramos pequeños… porque pedí a Dios que te diera una vida difícil y que te hiciera sufrir…?

-…

-¿No me vas a decir…? ¿Quieres ignorarme todo el tiempo…?

-…

-Mira, te traje las cosas que te he robado en estos años… las fotos de tu hijo, la carta que te respondió la Nothomb…

-…

-¿O te enojaste porque descubriste que te amaba cuando no te lo decía… o porque decidí terminar cuando aún quería estar contigo…?

-…

-No puedes culparme por eso… además todos me lo decían… ¿te molestaste porque tuve sentido común…?

-…

-¿O es porque te engañé… o porque yo misma llamé azar e ignoré a aquello que nos volvía a poner junto al otro aún en los lugares más inverosímiles…? ¿Es eso, cierto…?

-…

-Pues si no es eso, no entiendo, Vian… No deberías enojarte, ni ignorarme… tú sabías como era, como soy… Es decir… te mentí un poco con eso, pero… igual descubriste como era, cuando estábamos a tiempo… ¿debo pedir disculpas por eso…?

-…

-¿Es eso, quieres que me disculpe por cómo soy…? ¿Te das cuenta que eres egoísta…?

-…

-¡Pues olvídate de disculpas o de recuperar cualquier cosa…! ¡Eres una mierda egoísta, Vian, siempre lo has sido…! ¡Debería haber sido realmente mala contigo, sabes…!

-…

-Apréndelo bien; ¡no me volverás a ver…! ¡Y da igual lo que pienses… lo que no estás diciendo…!

-…

-¡Adiós, Vian…!

-...

-¡¿No vas a decir siquiera adiós…?! ¡¿Ni siquiera vas a despedirte…?!

-…

-¿No vas a decir nada?

-...

-¿Y...?

-Se te queda el yogurt.

-¡¿Qué…?!

-Que se te queda el yogurt.

-…

-Además no compensa. El mío era de fresa. Este es natural, y no me gusta.

sábado, 20 de abril de 2013

Así, una lámpara, al azar.



Así, al azar.

Así como por descuido.

Me encuentro hoy con una lámpara de Tiffany.

Llena de vidrios de colores y con una base de bronce.

El hombre que la vende, con desgano, cuenta que era de su hija.

Aunque claro… ella no la encendía, me dice, así que no sabe si funciona.

Entonces, de forma un tanto inconexa, cuenta algunas cosas, sobre su hija.

Yo lo escucho.

Entre otras cosas cuenta que la hija se fue hace bastante tiempo.

Que se recibió de enfermera.

Que lo llamó por última vez hace dos años, diciendo que iba a ir a saludarlo.

Y diciendo, por cierto, que quería llevarse sus cosas.

Solo me falta vender la cama y esta lámpara, dice entonces el hombre.

¿Usted no necesita una cama?

Es entonces que yo le explico que lo que me interesa es la lámpara.

Y claro… le pregunto el precio.

El hombre lo piensa y la toma entre sus manos.

No tiene cable, observa.

¡Ni siquiera tiene para poner una ampolleta…! Dice entonces, asombrado.

Yo le digo que no importa, que la quiero como adorno, simplemente.

Entonces, el hombre se queda en silencio, con la lámpara entre las manos.

Pasan un par de minutos.

Su expresión cambia.

Por un momento creo adivinar que el hombre piensa en la hija,
pero luego entiendo que está concentrado en la lámpara.

Y es que la mira… la da vueltas… niega con la cabeza.

No puedo venderla, dice entonces, esta no es una lámpara.

¿Y saben…? Extrañamente yo no insisto.

No sé bien por qué, pero no insisto.

De esta forma, el hombre abre una mochila negra y guarda la lámpara.

¿Seguro que no le interesa una cama?, pregunta entonces.

Yo vuelvo a decir que no.

Él me pide entonces que me aleje, para no ahuyentar a los clientes,

Y bueno… yo acepto.

Eso es lo más cerca de un producto Tiffany, que he estado.

Por último, mientras me alejo, observo que el hombre ha comenzado a guardar sus otras cosas.

Todo tiene un color extraño, pienso, como si fuera un sueño.

viernes, 19 de abril de 2013

Una mujer que duerme en el metro.



Hay una mujer que duerme en el metro.

Que duerme de pie, en el metro, esa es la gracia.

Me la he encontrado un par de veces, siempre en el último vagón.

Hoy ella iba con un chaleco lila.

Era lindo el chaleco lila.

Yo la miro dormir con su chaleco lila y una bolsa y su cartera.

La cartera es fea, eso sí.

La bolsa, en tanto, no es ni linda ni fea.

Es bolsa, nada más.

Y claro, cuando el metro frena la mujer se tambalea y la bolsa también se mueve.

Entonces, yo me pregunto si sus sueños cambian, tras ese tambaleo.

Nadie responde, en todo caso.

Con todo, yo creo notar un leve cambio en el movimiento, bajo sus párpados.

Casi imperceptible.

El punto es que. mirándola, no sé bien por qué, decidí hoy no bajarme en mi estación.

Así, la acompañé hasta el final, esperando a que despertara, y se bajase.

Pero no ocurrió de esa forma.

De hecho, tras llegar a la estación terminal, la mujer no se movía de su sitio.

De esta forma, mientras pensaba qué hacer, las puertas cerraron de improviso.

Y el tren, claro, se metió a esa zona oscura fuera de trayecto.

Todo se fue a negro.

Luces interiores, iluminación externa… todo se apagó y nos dejó a oscuras.

Y sí… eso ocurría cuando de pronto me tocan el hombro.

Despierte, me dicen.

Entonces, las luces vuelven a encender y observo mi entorno.

Llevo mi bolso, una bolsa con pruebas y estoy prácticamente solo en el último vagón.

No hay rastros de la mujer.

Es la segunda vez que lo veo dormirse, de pie, me dice alguien.

Y claro, yo pregunto entonces por la mujer, pero nadie la ha visto.

Tampoco, por cierto, se ve un chaleco lila, por ningún lado.

¿Se siente bien…?, me preguntan.

Yo contesto que sí, que no se preocupen.

Son cosas que pasan, digo finalmente.

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