jueves, 31 de mayo de 2018

Arrugas.


Ellos estaban hablando:

-El otro día encontré un poema de cuando era chico –dijo M.-. Parece que lo escribí pensando en mi abuela, en el sur…

-¿Y qué decía? –preguntó P.

-Hablaba de las arrugas de mi abuela… Decía que las arrugas le nacían desde dentro… Con algunas metáforas, claro, pero esa es la idea que me queda…

-¿Que las arrugas le nacían desde dentro…?

-Sí… Era algo bonito en todo caso, lo que quería decir… como que la vejez revelaba algo… Era muy inocente, supongo, en ese entonces…

-¿Ahora no piensas eso?

-No. De hecho, puede que piense lo contrario.

-¿Y qué es lo contrario de aquello?

-No sé… Tal vez lo que ocurra es que cuando salen las arrugas es porque dentro te estiras… Se te alisa la piel por dentro, me refiero… se vuelve más suave, como de bebé… Rugosa por fuera y suave por dentro…

-¿Y eso sería bueno o malo? –preguntó P.

-Bueno y malo, supongo –dijo M.-. Y es que la mayoría a esa edad ya ha olvidado que tenía algo dentro… Un lado de piel por dentro, me refiero… Un reverso de las arrugas, y de lo que ven los demás…

-¿Algo puro?

-Exacto… Algo puro… Algo distinto a lo que vemos cuando nos miramos… o cuando nos amamos, o cuando nos odiamos…

-¿Eso crees hoy, entonces?

-Sí… o sea, más o menos… En eso creo.

Luego siguieron hablando.

miércoles, 30 de mayo de 2018

"La luz de quien es lo que no sabe"

“La luz de quien es lo que no sabe”
P. P. P.

*

A veces hay luz.

Y enciendo otra luz.

Por costumbre.

Como si la luz sobre la luz.

Pudiese marcar alguna diferencia.


*

El niño que le teme a la oscuridad.

Y duerme con la luz encendida.

Despierta con una luz sobre otra luz.

Y olvida poco a poco qué es la oscuridad.

Y qué es lo que teme.

Y cuál es, en definitiva, el significado de la luz.


*

Tiene significado la luz.

Pero la luz sobre la luz no tiene significado.

Tampoco lo tiene la oscuridad.

Ni los hombres en la oscuridad.

No Dios en la oscuridad (si está en aquel sito)


*

A diferencia de la luz.

La oscuridad es un lugar.

Un grupo de murallas que la luz derriba.

Pero la luz sobre los escombros iluminados nada significa.


*

No son astros los astros apagados.

Nada atrapa la oscuridad.

Ningún significado permanece.

Hasta el amor se pierde entre las sombras.

Y el dolor se extravía.

Y no te pertenece.


*

Si no hay más luz.

Llévense esa luz que me queda.

Pero no la malgasten si ya hay luz.

Y ustedes son los ciegos.

O son la oscuridad misma.

No es que no la necesite.

Pero no tengo nada que perder.

Llévense la luz, entonces.

Si puede marcar, alguna diferencia.

martes, 29 de mayo de 2018

Transformaciones.


Cada ciertas noches llega hasta fuera de casa un niño de unos nueve años que intenta, fallidamente hasta ahora, prender fuego a la casa.

No suele resultarle, por supuesto, pero en las últimas ocasiones el grupo de visitantes,  ha pasado a estar cada vez más cerca de hacer algún daño real.

Por otro lado, el niño de nueve años que intentaba quemarnos sin éxito, ha decidido dejar pequeñas marcas en la superficie de nuestra casa, lo que ha resultado de extrema utilidad, para aquellos que sueñan con el derrocamiento de lo que hoy día existe.

Lo que hoy día existe –ya sea como forma de gobierno, testimonio y hasta como anhelos de mejores tiempos futuros-, parece entonces existir de la mano de una serie de hombres que no necesitan de la ceniza, para ver en nosotros un futuro desolador.

Por otro lado, niños de diversas edades comienzan ahora a ser vistos portado el fuego e incendiando ya no solo lugares, sino a gente a lo largo de una serie de pueblos. Hablan de un Dios y parecen tener una idea de futuro, pero supongo que tenemos derecho de exigir creer en algo más.

De esta forma, el niño de nueve años parece estar menos solo y su tarea, dirigida y alimentada siempre por el caos, parece ahora un poco más encaminada, y las llamas han avanzado en el camino de la sensatez y yo mismo –mi casa más bien-, está cada día más cerca de aceptar las llamas como su propio destino.

Si lo desean, pueden llamarlo, transformaciones.

lunes, 28 de mayo de 2018

Un perro le ladra a un refrigerador.


Él y ella viven juntos desde hace unos meses.

Arriendan un departamento antiguo, en el centro de la ciudad.

Ella se fue con su perro, su ropa y sus libros.

Él no tenía perro ni libros, pero llevó también su ropa.

Ella, por cierto, está embarazada.

En principio compraron algunos muebles y cosas imprescindibles.

Luego se preocuparon de los electrodomésticos.

Fue entonces, al comprar el refrigerador, que comenzaron los problemas.

Y es que el perro, apenas instalaron el refrigerador, comenzó a ladrarle.

Pensaron que se le pasaría en unos minutos, pero pasaron horas y el perro no dejaba de ladrar.

Entonces esa noche, mientras el perro aun ladraba, él se levantó y cambió el refrigerador de lugar.

Había pensado que eso daría resultado, pero no cambió la situación en absoluto.

Al día siguiente el perro seguía ladrando.

Llegaron hasta el departamento unos vecinos, y hasta el conserje, pero nadie parecía encontrar una solución.

Fue entonces que pensaron que tal vez deberían cambiar el refrigerador.

Después de todo era muy grande y podía asustar al perro.

Llamaron a la tienda, pagaron un recargo y cambiaron el refrigerador.

Esta vez trajeron uno un poco más pequeño y cambiaron el blanco por un gris metálico.

El perro apenas hizo una pausa, pero miró bien el nuevo refrigerador y volvió a ladrar.

Él lo llevó a dar una vuelta, pero al volver seguía con lo mismo.

Esa noche, mientras el perro ladraba, ella comenzó a temer por su futuro.

Su futuro como madre me refiero.

-¿Y qué pasa si nuestro hijo llora? –preguntó ella.

-Todos los niños lloran –dijo él.

-Sí, pero me refiero a si llora así como ladra el perro –explicó ella-.

-No te entiendo.

-¿Qué pasa si llora así y no se calla?

-Un perro no es un niño –dijo él.

-Pero imagínate que llora cuando me ve, igual como el perro cuando ve el refrigerador…

-Pues una madre tampoco es un refrigerador –contestó él.

-Pero tal vez haya similitud –siguió ella-, como una razón…

-¿Una razón?

-Claro… tal vez un perro sea a un refrigerador como un niño es a una madre…

-Eso es absurdo –dijo él.

No hablaron más del asunto esa noche e intentaron dormir.

El perro ladró toda la noche.

Al día siguiente lo llevaron al veterinario.

Le dieron sedantes.

Diez gotitas en su plato con agua, les dijeron.

Y claro, el perro dormitaba, por momentos, pero apenas despertaba volvía a ladrar.

La situación se repitió por una semana.

Diez gotas, había dicho el veterinario.

Más gotas podrían matarlo.

Además es un perro pequeño, había dicho.

A la décima noche él le preguntó a ella sobre la cantidad que era peligrosa.

-¿Con cuántas dijo el médico que el perro podía morir? .preguntó él.

Ella le respondió que no especificó la cantidad, pero suponía que era con el frasco entero.

No hablaron más del asunto.

El perro seguía ladrando.

Esa noche ella lloró un poco.

Lloró un poco, pero entendió, así que no dijo nada.

Además era tarde y había que dormir.

Él volvió entonces de la cocina y se acostó a su lado.

El perro había dejado de ladrar.

Él puso sus manos sobre ella, buscando sentir al niño.

-¿Lo sentiste? –preguntó ella, luego de unos minutos.

-Sí –mintió él, mientras se volteaba, para buscar el sueño.

domingo, 27 de mayo de 2018

Tienda de sucedáneos.


I.

Cerca de donde vivo hay una tienda de sucedáneos.

Tiene incluso un letrero que la anuncia de esa forma:

TIENDA DE SUCEDÁNEOS

Venden al por mayor y tienen sucedáneos de queso, de café, de cacao y muchos otros.

Lo averigüé porque una vez entré imaginando que podían vender algo así como metáforas.

Estaba borracho esa vez y además había tomado pastillas para dormir, y luego para despertar.

Hablé entonces con una mujer que era algo así como la sucedánea de la dueña.

Tras de ella había una puerta roja que me pareció muy extraña.

Recuerdo que pensé que esa era la entrada a otro mundo.

Un mundo sucedáneo, pensé en primera instancia.

Pero cuando me iba razoné y pensé que si lo sucedáneo estaba afuera, por esa puerta se debía acceder al mundo original.


II.

Tras intentar explicar mi teoría, la mujer pareció asustada.

De hecho, corrió hacia atrás del mostrador y la observé marcar a escondidas su celular.

En el momento interpreté que era por haber descubierto su secreto, pero supongo que en realidad fue mi actitud lo que la asustó.

Fue entonces que abrí la puerta roja e ingresé al mundo original, en ese mismo instante.

Y descubrí así que el mundo original es en extremo pequeño, está a oscuras, mide menos de 5 metros cuadrados y no puedes encerrarte en él, si no quieres que un par de policías llegue hasta el lugar y te lleven a la comisaría.


III.

A la gente no parece preocuparle que haya una tienda de sucedáneos.

Nadie parece inmutarse ante el letrero ni ante la naturaleza de aquella tienda.

Debido a esto, y para evitar problemas he decidido hacer como ellos, y fingir que no importa.

Y claro, como hoy no me emborracho muy seguido, digamos que eso ha facilitado mi actuación.

Además, quedé con prohibición de acercarme al lugar, por todo un año.

Y claro, ya se acabó la prohibición, hace unos años, pero trato de evitar ese lugar, de todas formas.

Si a alguien le interesa, yo les aviso adónde queda.

sábado, 26 de mayo de 2018

Deshacer la sopa.


I.

Un ex alumno que estudia para chef me cuenta que ha aprendido a deshacer la sopa.

Y claro, como no entiendo bien a qué se refiere me veo obligado a preguntárselo.

Entonces él me explica que su expresión resulta bastante literal, ya que ha debido aprender a reconocer los ingredientes de un plato ya preparado, descomponiendo sus cantidades, junto a sus tiempos y métodos de preparación.

-¿Y reconocerlos en la sopa es lo más difícil? –le pregunto.

-Exacto –me dice-. Sobre todo porque nos entregan a sopa ya hecha y todo se ha mezclado de tal forma que resulta casi imposible rastrear sus componentes.

-Entiendo –le digo.

Luego me cuenta algunas otras cosas.


II.

Llego a casa a cocinar sopa.

Nunca he intentado deshacerlas, pero sé hacerlas.

Esta vez hago una de cebollas y vino tinto.

Caramelizo la cebolla con mantequilla y un poco de salvia.

Luego agrego pimienta y un poco de pan rallado.

Luego un caldo que he preparado aparte y unos toques de vino.

En vez de pan tostado y queso mantecoso uso trocitos de queso de cabra.

Ralladura de algo secreto y pimienta.

Luego me tomo la sopa.


III.

No sé deshacer la sopa.

No entiendo para qué hacerlo, además.

Tal vez aprendí eso en los años que anduve errado, tratando de deshacer la vida.

Hoy no sé bien en qué estoy, pero al menos sé que eso estaba equivocado.

Si pudiese deshacer lo que siento, sé que encontraría al final una piedra pequeña.

Siempre que escribo en las noches, intento llegar hasta ella, para asegurarme que esté en su lugar.

viernes, 25 de mayo de 2018

La gran cosa (I).


-Putos dinosaurios, -me dijo-. Deben haberse creído la gran cosa.

Ambos estábamos borrachos y yo no entendía de qué hablaba.

Ella siguió.

-¿Los más grandes, cierto…? ¿Los dueños del mundo, no crees?

Yo asentí. No quise preguntar.

-Pues hasta esas cosas cambian… -agregó-. Primero los volcanes. Luego las plantas. Después los dinosaurios. Todos deben haberse creído la gran cosa. Todos creyendo que dominaban la tierra… Que el mundo había sido hecho para ellos…

-Claro –dije yo-. Deben haberse creído la gran cosa.

-Pero el mundo no se hizo para nadie –continuó-. Y menos aún para los dinosaurios… ¿Te imaginas….? Sentirse fuertes, inmensos… dueños de algo… En un lugar cualquiera del universo…

Yo intentaba imaginarlo.

-Además –dijo entonces-, ¿quién mierda es grande en medio del universo…? ¿Quién puede hablar de dolor, de amor, o de cualquier sentimiento dándole una importancia mayúscula, si considera su propio tamaño… su propio tiempo…?

-¿Los dinosauros? –pregunté, intentando seguir lo que decía.

-¡Ni una mierda…! –gritó-. No entiendes ni una mierda… Deben haberse creído los mejores, pero sus necesidades valían finalmente una mierda… Nunca habrían aceptado que no eran la gran cosa.

-Claro que no –le dije, intentando corregir mi error-, la gran cosa y entonces desaparecen y no cambian nada…

-Exacto –me dijo-. Cuando sufras piensa en eso. O cuando ames.

-Entiendo –le dije.

-No somos la gran cosa –concluyó.

jueves, 24 de mayo de 2018

No creo que pueda responderse.


I.

-Usted está cada vez más raro, ¿no le parece?

-¿Yo?

-Sí, usted.

-¿Yo qué?

-Que usted está cada vez más raro.

-¿Le parece?


II.

-¿Y sus bolsillos?

-¿Qué pasa con mis bolsillos?

-¿Están llenos o vacíos?

-¿Llenos o vacío de qué?

-Pues no sé bien…. ¿de cosas….?

-Pues sí… tiene razón… están llenos y vacíos de sus cosas.

-¿Sus cosas?

-Sí… lleno de esas cosas suyas…. Las que usted decía.

-No… Yo me refería a otras cosas…

-¿Qué cosas?

-Cosas… Ya sabes… Las que faltan en tus bolsillos.

-Entiendo…


III.

-Tal vez ordenar la memoria.

-¿Cómo?

-Que tal vez lo que falte sea ordenar la memoria…

-¿Para qué?

-No sé… para entenderse, tal vez…

-¿No te entiendes?

-No… o sea, no hablo de mí… ya sabes…

-Pues yo creo que siempre se habla de uno mismo.

-¿Eso crees?

-Sí… O sea, no sé… No es algo que pueda responderse.


IV.

-El otro día me veía al espejo y era raro…

-¿Raro?

-Sí. Raro.

-¿El espejo?

-No. Yo era raro. Era como un conjunto de cosas.

-¿No lo somos?

-No sé… Lo que quiero decir es que en vez de verme como un rompecabezas armado, me veía como un montón de piezas.

-¿Y?

-Eso… Miraba por ejemplo mi boca.

-¿Tu boca?

-Sí. Mi boca y mi bigote. Pero no la veía como boca y bigote… la veía más bien como un ojo.

-¿Un ojo?

-Sí… Mi boca era el ojo y el bigote una ceja.

-¿Y los ojos reales…? ¿Qué te parecían?

-No sé bien… yo creo que me parecían manchas… Como esas que hay en las alas de algunas mariposas, y que son como un engaño…

-¿Lo que yo veo entonces es un engaño?

-Pues no sé…. No creo… Me refiero a que no creo que pueda contestarse a esa pregunta.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Un café, dos veces,


El quinto café me lo tomé dos veces.

Es decir: no hubo sexto, pero sí dos quintos.

No hay resurrección, me refiero, pero sí dos vidas.

Y las palabras se hacen agua, para los que tienen sed.


El quinto café me lo tomé dos veces.

Lo acompañe de algo, cuyo sabor no distinguí.

Desconozco incluso si tenía nutrientes.

Y mi cuerpo negó que fuesen dos y eligió el engaño.


Hay quienes llaman simpleza, al engaño.

Y sexto café al segundo quinto.

Y dicen que avanzan cuando caminan en su sitio.

Y piensan que Dios reside en las cosas que no comprenden.


El quinto café me lo tomé dos veces.

Y prefiero tomármelo tres veces antes de acabar en el mismo día.

Me lo serví al amanecer y el sol esperó al segundo.

Y un gallo fue a cantar, pero la oscuridad le torció el pescuezo.


Bebí el quinto café mientras veía una mujer muerta.

Tendida sobre mi cama, lista para engañar.

No distinguió ella entre los dos cafés quintos.

E intenté reír, pero solo, finalmente, se ríe para otros.


El quinto café me lo tomé dos veces.

Y mientras lo hacía los verbos cambiaron de sitio.

Entonces el café resulto tan caliente como frío.

Ya no sé qué significa.

martes, 22 de mayo de 2018

El anillo.


Engordó.

Al engordar engordaron también sus manos.

En una de ellas usaba un anillo.

No se percató hasta que el anillo se incrustó y no pudo sacárselo en la ducha.

Luego lo dejó estar.

Entonces engordó más.

Ocurrió así que el anillo comenzó a presionar y comenzó el dolor.

Es decir, pasó de la incomodidad, al dolor.

Y claro, como el paso de uno a otro no siempre es relevante, confundió estas sensaciones.

Cuando fue al doctor ya tenía una infección.

La sangre no había circulado bien y tras una pequeña herida algo se había infectado.

No podían sacar el anillo.

Cortarlo era peligroso y además algunos pliegues de piel estaban ya sobre él.

Le recomendaron incluso preguntar en bomberos, por si existía alguna maniobra especial o una herramienta que permitiera cortar el anillo sin dañar el dedo.

No la había.

En un taller mecánico intentaron cortar, pero el calor al que fue sometido el anillo terminó por quemarle parte del dedo.

Fue llevado de emergencia a un hospital y hubo que amputar.

Y claro, como había estado con fiebre ya varios días debió ser internado, pues se sospechaba de la presencia de una bacteria.

Afortunadamente, se descartó a los dos días esta posibilidad.

Cuando salió del hospital le entregaron el anillo en una bolsita.

Cuando lo recibió, pensó que aquello tenía un significado desconocido.

Como si le hubiesen entregado en la bolsa una palabra en otro idioma o una pequeña herramienta del neolítico.

Llegó a su casa y se sentó a mirar su mano.

Semanas después podía iniciar los trámites para solicitar presupuestos para posibles prótesis.

Poco después comenzó a bajar de peso.

lunes, 21 de mayo de 2018

Un sueño donde doblas ropa.


-Hace unos meses me quejaba que no soñaba nada y ahora sueño puras hueás fomes… -me dijo.

-¿Qué sueñas? –pregunté.

-Sueño que doblo ropa –contesta-. Sin apuro. Doblo ropas y la meto en cajones. Ropas de un mismo color, recién lavadas y apiladas. Yo las tomo, las doblo y las meto en un cajón…

-No suena tan terrible –comenté.

-Pero llevo dos meses soñando la misma hueá… -señaló, molesto-. La ropa no se acaba y los cajones no se llenan…

-¿Y no puedes dejar de doblarlas, en el sueño?

-No sé… -me dice-. O sea, en el sueño no me pregunto esas cosas, solo doblo… es lo que tengo que hacer… de eso se trata el sueño…

-Pues no sé qué decirte… - comento-. Tal vez debas esforzarte por intentar cambiar algo… dormir en otra posición, poner música de fondo… dicen que eso ayuda a cambiar los sueños…

-Puede ser… no sé… La verdad he dormido en diferentes lados e este tiempo y da lo mismo… La única vez que algo varió fue una ocasión en que doblé una prenda para la que no había cajones…

-¿Cómo….?

-Eso… que doblé una ropa que no supe donde guardar y la dejé a un costado… De hecho, cada vez que sueño de nuevo, esa prenda sigue ahí, y yo sigo doblando con las otras…

-Pues tal vez la clave está en esa prenda… en encontrarle un cajón, digamos… o hasta crearle uno…

-Puede ser… -admite-. Puede ser, pero no se me ocurre cómo…

-Pues ya ves –le digo-. Intenta por ahí esta noche…

-A todo esto –me interrumpe-, ¿cómo estás tú?

-Pues en mis sueños bien –le digo-. Sueño cosas distintas, al menos.

-Te envidio…

-No lo digas tan rápido –señalo- Además el problema viene después, cuando me levanto… Siempre hacer y revisar pruebas…

-¿Y si no las haces…? ¿O no las revisas….? –me pregunta.

-No sé… -le digo-. No me pregunto mucho sobre esas opciones…

domingo, 20 de mayo de 2018

Los sabios de las montañas.


I.

-Antes –me dijo-, los antiguos iban hasta donde los sabios de las montañas y les hacían sus consultas… sentido de la vida, razones de la muerte, ya sabes… esas cosas…

-Entiendo –dije yo.

-Las generaciones nuestras en cambio –continuó-, están cagadas.

-¿Cagadas? –pregunté.

-Sí –confirmó-. Cagadas y recagadas.

-Entiendo –señalé.


II.

-Lo peor es que los sabios de las montañas no se contentaron con irse… –continuó.

-¿A qué te refieres? –pregunté.

-A que los sabios no solo se fueron –señaló-, sino que además se llevaron las montañas… Nos dejaron en el llano, en medio del viento… convirtiéndonos en desierto…

-Como en los cuentos de Rulfo –comenté.

-¿Rulfo es un perro? –preguntó.

-Más o menos –contesté.

-Pues entonces así es… nos dejaron igualito que a ese perro.


III.

-La gente que viene ahora –dijo después de una larga reflexión-, ya no viene buscando sabios.

-No po… -comenté-. No creo.

-Ni tampoco buscando montañas –agregó.

-No po –dije yo-. Además no hay.


IV.

-Hueás que no existen… -lo escuché farfullar-. Los hueones de ahora vienen por puras hueás que no existen.

-¿Cómo cuáles? –pregunté.

-Como por fotos en medio del llano… -me dijo, molesto-. Se sacan fotos donde no hay ni una hueá… puro viento que ni se ve porque no tiene ni qué mover…

-Es cierto –dije yo.

-Así ni cagando vuelven los sabios –fue lo último que dijo-. Por estos hueones no vuelven ni cagando…

sábado, 19 de mayo de 2018

Cerámica.

"Modifique las frases, si quiere, 
para que signifiquen algo.
O para que no signifiquen nada.
Como usted prefiera."
P. K. D.

Él trabajaba reparando piezas de cerámica. O más bien diseñando estas piezas falsamente dañadas. Se trataba de usar una técnica japonesa que consistía en reparar la cerámica con una pasta a la que se le solía agregar oro o algún otro metal noble. Es decir, buscando resaltar las uniones en vez de ocultarlas. Existía una filosofía tras aquello, por supuesto, pero para él se trataba simplemente de un trabajo. Y no le gustaba mentir sobre aquello. Por esto, a quien le preguntaba, él le contaba sin reparos que se trataba de piezas que él mismo había roto, y que había unido luego, preocupándose de realizar, ante todo, un buen trabajo. Por otro lado, cuando llegaba alguien que pretendía filosofar sobre aquello, y salían a relucir las palabras huella, historia, transformación y hasta daño, él era enfático en señalar que nada de aquello había en sus productos, y que todo se limitaba a una serie de productos importados, un martillo y las herramientas necesarias para su unión y posterior pulido. Esa es toda la historia, decía. No hay huellas, ni experiencia ni transformación más que la ejercida por el martillo. Y respecto al daño, continuaba, yo lo considero como un daño falso… el verdadero daño no se busca… no se hace con el fin de repararlo… Quienes lo escuchaban no solían discutir. Además el precio era bastante bajo. Yo nunca le compré, pero era por cuestión de principios. No existe un daño verdadero y uno falso.

viernes, 18 de mayo de 2018

Una verdad mínima.


Me dijo su nombre, pero no le creí. La observé bien cuando lo dijo y yo creí tener razones. Señales, más bien. Tono de voz. Miradas. Movimientos. Ese tipo de señales. Entonces le pedí alguna identificación. Algo que corroborara su versión. Ella abrió un bolso y encontró algunas cosas. Carnet. Unas cartas. Más papeles. Todo estaba bien en ellos. Parecía estarlo, me refiero. Pero claro, ella seguía nerviosa y yo no soy estúpido. Rompí entonces sus papeles. Presioné un poco. Ella resistía bien. Repetía la misma historia y me obligaba a realizar un interrogatorio más firme. Pasaron horas. Luego días. Tres días, para ser exacto. Solo al quemar su piel reconoció por primera vez que había mentido. No fue específica porque se desmayó igualmente, pero al menos ya había confesado. Solo en parte digamos, pero algo había confesado. Me afectó verla en ese estado. Entonces intenté ser más blando, pero volvió a mentir. Dijo que admitió haber mentido por el dolor. Que admitió haber mentido, pero que no era cierto. No le creí, por supuesto. Además su explicación resultaba contradictoria. Equivoqué la estrategia al ser más blando, por supuesto. Volví entonces a utilizar medidas extremas. Revisé un manual, incluso, con técnicas efectivas. Solo quería un nombre, no entendía por qué resistía de esa forma. Se lo dije varias veces. Ya sé quién eres, le dije. Ahora quiero un nombre. Una palabra servía. Se lo supliqué casi. Una verdad mínima, quería. Algo en que poder creer, para dar el primer paso. No ocurrió esto finalmente. Lamentablemente no ocurrió. No es algo de lo que alguien deba enorgullecerse. Ocurrió de esa forma, simplemente. Pasó lo que tenía que pasar, como decían antaño. Yo solo quería una verdad mínima. Esa es toda la historia.

jueves, 17 de mayo de 2018

Una novela en seis días.


Cuando aún no cumplía los diecisiete escribió una novela en seis días. Estaba orgulloso de aquello y se lo decía a todo el que veía. Cerca de doscientas páginas. Quince personajes. Todo en seis días. Según él, su novela tenía pequeños errores, pero no quería corregirla ya que debía entonces sumarle otros días. Y decir seis era lo más genial de todo aquello. Igualito que Dios y la creación del mundo. Todo en seis días, me refiero. Y había que considerar que la de Dios se había iniciado incluso con menos personajes. Pasó así el tiempo y él siguió contando lo de su novela. Nunca publicó ni hizo nada con ella salvo contar aquello de los seis días y un poco sobre su argumento. Una especie de historia de gángsters, romance y otros cuantos tópicos adolescentes repartidos en esas doscientas páginas. Una mierda de novela, por cierto, pero poco importaba ya que la gracia eran los seis días. Las doscientas páginas. La supuesta genialidad. Los quince personajes. Entonces él sacó vara copias de su novela. Comenzó a repartirlas entre sus conocidos quienes la reciban agradeciendo el gesto. Yo fui uno de ellos, por cierto. Ninguno terminó de leerla. Algunos mentimos sobre aquello. Yo avancé lo suficiente para darme cuenta que era una mierda. Una mierda intrascendente, me refiero. Creo que fueron cincuenta páginas. Le mentí por supuesto y hablamos de los seis días. De las doscientas páginas. De los quince personajes. Si alguna vez escribía otra se comprometió a prestármela. Nunca lo haría, por supuesto. Envejeció como todos. Con un trabajo normal. A mal traer en lo afectivo. Un poco podrido, digamos, como todos nosotros. O como la generación entera. O como el mundo. 

miércoles, 16 de mayo de 2018

Treinta y ocho grados.


El doctor me autoriza a tener treinta y ocho grados.

Me refiero a que dice que en mi caso es normal, y que no lo considere fiebre.

Durante un tiempo pensaron que era una infección o un problema en la sangre.

Ahora simplemente me autorizan a vivir con esta temperatura.

Está atento a demasiados estímulos, me explican luego de un examen.

No puede esperar otra cosa si duerme menos de tres horas, dice otro.

Un tercero añade otras conductas y señala que mi esperanza de vida disminuye de esta forma.

Yo los escucho y analizo sus palabras.

Por momentos pienso que exageran.

No debe ser tan malo vivir con fiebre, me digo.

Entonces me extienden un certificado especial.

Una especie de autorización para vivir con treinta y ocho grados.

O hasta treinta y ocho cinco, aparece con letra pequeña, más abajo.

Debo portarla y presentarla si tengo atención médica.

Pórtela siempre en su billetera unto a sus otros documentos, me dicen.

No les aclaro que no uso billetera y que extravío constantemente, mis escasos documentos.

También me recomiendan unas pastillas para el insomnio.

Incluso uno de los doctores me regala un frasco.

Agradezco, pero intento aclararles que no tengo.

Yo soy el que me mantengo despierto, les digo.

Fabrico mi fiebre.

Siento que es necesaria.

Ellos se miran y no dicen nada.

Uno anota algo en un papel.

Debemos llamar al próximo paciente, comentan.

Yo asiento.

Me pongo de pie y me retiro.

Yo y mis treinta y ocho grados.

Mientras me alejo, pasa el próximo paciente.

martes, 15 de mayo de 2018

Ella se dedica a quebrar espejos.


Ella se dedica a quebrar los espejos.

Metódicamente, como si fuese un trabajo.

La he seguido y lo he comprobado.

En restaurants, baños públicos y hasta en ascensores.

Desde hace años que sé de ella.

Una vez me acerqué directamente y hablamos.

Fingí no saber de sus acciones.

Ella fue amable.

Fuimos a tomar algo.

Conversamos.

Le gustaba el cine soviético.

Sabía bastante de música.

Sospeché que sabía que la seguía, aunque no tuve indicios claros.

No quedamos de volver a vernos y desistí de seguirla por un tiempo.

Poco tiempo, en todo caso.

Entonces pude comprobar que no cesaba en su misión.

Aclaro que digo misión, por no tener otra palabra, en todo caso.

De hecho, he llegado a pensar que la necesidad de una misión propia me ha llevado a seguirla.

Tres años que la sigo.

Nadie nunca me lo ha pedido.

No doy cuenta a nadie de mi seguimiento.

Apenas unos apuntes.

Un par de dibujos.

Ni siquiera fotos.

Recojo fragmentos de los espejos, a veces, y los llevo a casa.

Suelo mirarme en esos fragmentos.

Mi rostro se repite mil veces hasta dejar de ser un rostro.

No sé qué sentir con todo eso.

Nunca sé que sentir y el tiempo pasa.

Ella rompe espejos y yo la sigo.

A eso se resume toda la historia.

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