domingo, 31 de diciembre de 2017

Bienaventurados y bienaventuradas.


Le pregunté a Dios, pero no responde.

Le pregunté si estaba bien o era una exageración el proyecto de una de las tantas iglesias que existen hoy en día, para adaptar las escrituras a un lenguaje que no discrimine a ningún género.

Y claro, como le pregunté y no hubo respuesta decidí ir yo mismo a escuchar un sermón, en el que oí –entre luchas otras cosas-, lo siguiente:

“Bienaventurados y bienaventuradas los y las que lloran porque ellos y ellas serán consolados y consoladas”

Y claro, ante semejante transformación no pude sino incomodarme y me fui del lugar, un tanto molesto.

Así, inquieto –pero lo suficientemente sensato como para no preguntar a mis iguales-, insistí con las consultas directas, obteniendo nuevamente un único y grandioso silencio, por respuesta.

Fue entonces que pensé que tal vez el error estaba justamente en la forma en que me dirigía a Dios, por lo que incluí consideraciones lingüísticas para ambos géneros en mis futuras consultas.

Esta vez, increíblemente, escuché una voz que llegaba desde todas direcciones y que dijo, más o menos, lo siguiente:

-Nada estuvo, está ni estará bien en todo esto… El lenguaje mismo es el error… Nada han dicho ni dicen ni dirán, que merezca haberse dicho, estar diciéndose o ser dicho…

Luego de esto, consecuentemente, se calló.

Desde entonces, por cierto, yo también estoy considerando actuar según sus observaciones.

Pero aún no me decido.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Avestruces. (Fragmento)

“La comodidad del lenguaje objetivo (…)
es similar al beneficio que produce una vida
que ha sabido mantenerse distante
de todo aquello que, de una forma u otra,
altera su estado original.”
O. W.

“A diferencia de lo que ocurre con otros seres vivos que –entre otras conductas-, suelen disminuir sus movimientos al encontrarse en un estado depresivo, los avestruces reaccionan de una forma radicalmente opuesta ante el mismo estado. De esta forma, dichas aves suelen aumentar su acción muscular tras vivir experiencias traumáticas u otras situaciones que derivan en un diagnóstico homólogo al estado depresivo que reconocemos, por ejemplo, en la especie humana.

Dicho fenómeno, ha sido ampliamente estudiado en el último tiempo principalmente por su repercusión en el desarrollo de los grupos de avestruces destinados al consumo, que constituyen hoy en día más del 90% de la población existente de estas aves a nivel mundial.

A partir de lo anterior, en la actualidad, han sido cuestionadas éticamente varias empresas productoras de carnes de avestruz que han invertido parte de sus recursos en profundizar estas investigaciones y aplicarlas al área de la crianza. Esto, ya que se ha sacado provecho de esta característica provocando el ya mencionado “estado depresivo” en estas aves para potenciar el desarrollo muscular de aquellas criadas en espacios reducidos y disminuir aún más el ya bajo importe de grasa que tiene su carne (la fibra muscular desarrollada en los avestruces no necesita, a diferencia de lo que pudiera creerse, de grandes espacios para su desarrollo, por lo que el movimiento asociado al estado depresivo no se traduce en un ejercicio prolongado o al imaginario popular de estas aves corriendo en una llanura, sino más bien a un tipo de contracción física prolongada que termina potenciando el desarrollo muscular).

Vale la pena señalar, por último, que el estado depresivo al que hacemos mención, si bien no es el término correcto dadas las áreas que estudian el comportamiento animal, coincide en la mayoría de los rasgos con aquel concepto que utilizamos a diario (en particular con el conocido como depresión reactiva), razón que fundamenta su empleo en los párrafos anteriores.”

viernes, 29 de diciembre de 2017

Pobre chica del tiempo.


I.

-¿Te conté que descubrí que no existe…?

-¿Quién?

-¿No te acuerdas…? Hablamos de eso el otro día, durante el almuerzo…

-¿Hablamos de Dios?

-No… ¿Estás loco…? ¿Alguna vez hemos hablado de esos temas?

-Pues no sé… tal vez uno habla de Dios cuando habla de otras cosas…

-¿Estás hueveando?

-Un poco…

-¿Un poco?

-Sí, o sea… tal vez uno huevea un poquito cuando intenta hablar serio de algunas cosas…


II.

-Era de la chica que da el tiempo en el canal de deportes.

-¿Qué cosa?

-De lo que hablábamos el otro día.

-…

-Me refiero a que es ella la que descubrí que no existe.

-¿No existe?

-No. Busqué los datos de su nombre, por ejemplo, y no existe.

-¿Qué datos?

-Rut… pasaporte… esas cosas… no existe en el país nadie con ese nombre.

-Tal vez sea un seudónimo.

-Puede ser, pero su nombre sale completo en los créditos del programa y no entiendo por qué sería falso… además en las entrevistas que ha dado nunca han dicho nada especial sobre eso…

-Ya…

-Además han dado datos de lo que estudió y tampoco hay registro…

-…

-Y tampoco hay fotos de ella fuera del estudio, en internet… ni con fanáticos…

-¿Y por eso no existe?

-Claro… sobre todo por eso.


III.

-¿Has pensado en todo lo que no existe?

-¿Sigues hablando de la chica del tiempo?

-No solo de eso…

-¿Y entonces?

-¿Te imaginas todo lo que tal vez no exista y lo hacen existir de alguna forma?

-¿En el canal de deportes?

-En todos lados… con grupos de amigos, en la familia… en todos lados digo yo…

-No… no lo he pensado.

-Pues ya va siendo hora que lo pienses.

-Ya…

-¿No te parece importante, acaso…?

-No… no es eso…

-¿Y entonces…?

-Nada… solo pensaba…

-¿En qué?

-Pues en lo que tú decías… en la chica del tiempo, por ejemplo…

-¿Y qué pensabas?

-Pobre chica del tiempo…

-¿Pobre chica del tiempo?

-Sí… en eso es lo que pensaba.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Departamento de hipótesis.

 "Mas allá de las especificaciones académicas
en la redacción de una hipótesis investigativa
lo verdaderamente relevante es saber mantener la distancia
con aquello que investigamos, por importante que ello sea
para cada uno de nosotros".
O. W.

Creí que era mentira, pero un ex compañero de carrera me demostró que desde hace un par de años es uno de los encargados del departamento de hipótesis que existe en una prestigiosa universidad europea. Trajo fotos, videos y hasta vi el contrato donde se especifica su labor para diversos campos de estudio, en su institución.

Obviamente, lo que me resultaba poco creíble era ese departamento de hipótesis, del que ya nos había hablado en unos mails, pues no podía creer que existiese ni que tuviese un funcionamiento como el que mi ex compañero me explicaba.

Así, según sus palabras, si bien es dependiente de una facultad en específico, su departamento trabaja autónomamente, recibiendo peticiones de hipótesis para dar inicio a distintas investigaciones.

-Lo único que tengo que hacer –me cuenta-, es preocuparme de la redacción académica de las hipótesis, pero en el fondo, ellos parecen valorar aquellas aparentemente más absurdas  y descabelladas, por lo que a veces yo mismo me pongo a crear algunas y a enviarlas…

-Ya –digo yo.

-Por ejemplo –continúa-, si están buscando las posibles formas de contagio de una enfermedad x, yo podría proponer que se transmite a partir de la interacción humana con cierto tipo de camélidos, aun cuando en la zona no exista camélido alguno ni haya registro histórico de su presencia…

-Hmm…

-Lo que hacen en el fondo con nuestras hipótesis –concluye-, es desarrollar investigaciones para demostrar lo erróneo de estas propuestas, pero de alguna forma con esos trabajos a veces se acercan a las razones correctas de aquello que motivó la investigación… ¿se entiende?

-Sí –contesté-. Creo que llevo unos cuantos años trabajando en algo parecido, aunque aún no me detengo a revisar los resultados.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

La madre de Keppler era bruja.


-La madre de Keppler era bruja.

-¿De qué hablas…?

-De la madre de Keppler… hay documentos que hablan de un juicio por brujería… el mismo Keppler la habría defendido, cuando era pequeño…

-¿Keppler…? ¿Qué Keppler…?

-Keppler po, hueón… ¿no te suena…? Astrónomo… Alemán… Le agrega al modelo de Copérnico lo de las ondas elípticas y además…

-Déjalo hasta ahí…

-Pero…

-No me interesa Keppler.

-A mí tampoco, hueón… yo te comentaba de la madre de Keppler… y te decía que era bruja…

-Pues la madre del Carlos es puta…

-¿Qué…?

-Eso po, hueón… que la madre del Carlos no es bruja, pero es puta…

-¿Y eso qué tiene que ver?

-Tiene que ver con nosotros po, hueón…

-¿Cómo…?

-Pues resulta que la madre del Carlos… nuestro vecino y amigo, trabaja de puta…

-¿La mamá el Carlos…? ¿La tía Karen?

-Ella misma po, hueón… el otro día el Carlos la escuchó hablar con una amiga y fue uniendo algunas pistas y al final descubrió que era puta…

-Chucha…

-Sí po… desde hacía años, parece… desde que se fue el papá del Carlos, cuando era chico, o poco después…

-¿Y está seguro…?

-¿El Carlos?

-Sí po, hueón…

-Sí, está seguro… si hasta le preguntó directo a su mamá y creo que al final la trató re mal…

-¿Cómo mal…?

-Mal po hueón… como puta… No la defendió, como Keppler…

-Puede ser… pero la madre de Keppler era bruja, no puta…

-Ese no es el punto po, hueón.

-¿Y cuál es el punto?

-Que en vez de defenderla, la atacó po hueón… ese es el punto…

-Debe ser dónde se enteró recién… si el Carlos es buen tipo…

-Claro que sí po, hueón… es re bueno…

-…

-…

-¿Vamos a verlo?

-Vamos.

martes, 26 de diciembre de 2017

Nunca encuentro al caracol.


Nunca encuentro al caracol.

Pero veo su huella cada mañana, en el jardín.

El recorrido es casi siempre el mismo.

Solo desconozco los extremos, y la dirección.

A veces lo observo a distintas horas, pero el resultado es invariable.

Huellas sobre el pasto, en un sector con pavimento y hasta encima de una piedra.

Siempre la misma piedra.

Y en cada ocasión, por supuesto, una huella que parece fresca.

Tal vez, pienso entonces, ni siquiera exista un caracol.

Y todo esto sea en parte, un gran artificio.

Y claro… es entonces cuando además de cuestionar al caracol, comienza uno a desconfiar de otras cosas.

Del origen de las huellas, por ejemplo.

Y hasta del jardín mismo, ya que estamos.

Sumar aquello que no encontramos, en resumen.

Poco más.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Tiene que haber algo.


Un montón de gente reunida.

Voces que se alzan.

Alguien que cae, de pronto, en el asfalto.

Tiene que haber algo.


Una pareja que discute.

Una mujer que llora y un hombre que tiembla.

Un niño recogiendo algo desde el suelo.

Tiene que haber algo.


Una gran construcción con una cruz.

Gente que canta, reunida.

Un libro escrito hace más de dos mil años.

Tiene que haber algo.


Niños vestidos de igual forma.

Cuadernos con hojas numeradas.

Letras que ocupan todo el ancho de los cuadros.

Tiene que haber algo.


Largos pasillos con comidas.

Carteles con números gigantes.

Gente emocionada al ver los números.

Tiene que haber algo.


Una esfera roja en el día.

Otra esfera blanca en la noche.

Estrellas que tal vez forman figuras.

Tiene que haber algo.


Hombres que hacen filas por pastillas.

Ancianos que no quieren morir.

Niños que se ríen entre adultos.

Tiene que haber algo.


Hombres que trabajan y no duermen.

Seres apretados en vagones de metal.

Millones de alarmas que suenas antes que amanezca.

Tiene que haber algo.


Hombres que matan a otros hombres.

Manos que se empuñan y que nada contienen.

Alguien que desciende, a pocos metros de la cima.

Tiene que haber algo.


Seres en un tiempo que no comprenden.

Muertos que se queman o se entierran bajo el suelo.

Un universo que deviene hacia la nada.

Tiene que haber algo.

¡Tiene que haber algo...!

domingo, 24 de diciembre de 2017

Visitas.


Durante unas semanas la estuve viendo en cualquier lugar al que decidía ir.

Cerca del trabajo, en una tienda de mascotas, en un restaurant de comida rápida y hasta en una botillería que queda en la esquina de mi casa.

Cuando finalmente la encontré sentada sobre mi escritorio le pregunté directamente si es que había muerto.

-Casi –me dijo-. Pero me salvé.

Eso me tranquilizó un poco y no quise hablarle más.

A veces incluso fingía no verla.

Pasaba por su lado y trataba de no mostrar nerviosismo alguno.

Con todo, se limitó entonces a parecer en la casa, casi siempre en el pasillo donde está la biblioteca.

A veces la veía leyendo, pero en realidad casi siempre se quedaba dormida, y parecía esperarme en ese lugar.

Una vez que quedó dormida en una pose incómoda me acerqué y la acomodé con cuidado.

-Gracias –dijo entonces-, sin abrir los ojos.

Yo no contesté.

Esa misma noche se acercó hasta la cama y quiso acostarse junto a mí.

Me tomó el sexo con una de sus manos, con naturalidad.

Yo la deje hacer pero no me acerqué a ella.

Luego de eso desapareció otras semanas.

Tal vez se ofendió o simplemente sintió que no era bueno aparecerse de esa forma.

La volví a ver un día en que estaba cocinando.

Ella se sentó se cerca y me sentí tentado a servirle un plato.

-Quería contarte que voy a tener un bebé –me dijo.

Yo no contesté.

-El padre es un buen tipo –agregó-. Somos buenos compañeros, en todo caso.

Tampoco comenté nada.

Le serví un té de mango, simplemente, mientras ella hablaba.

 -Alguna vez vamos a volver a acostarnos-, me dijo.

Yo permanecí en silencio.

Dejé que pasara el tiempo, de esa forma.

-¿No quieres que vuelva? –preguntó entonces.

-No –mentí.

Entonces ella se fue.

Sentí un poquito de alegría por ella y también una pena profunda, mientras lavaba las tazas.

Esa noche soñé que le ponía una mano en su barriga y sentía al bebé.

Te miraré por sus ojos, le dije.

Si me dejas.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Señales.

“Si seguimos vivos,
se lo diré mañana”.
B. Y.

*

Un hombre en Portugal se cortó una mano
porque pensó que así cambiaría su vida.

Nada cambió –o casi nada-, por supuesto,
aunque por un tiempo pareció
que se convertía en un hombre diferente.


*

José duerme con los ojos abiertos.
Ángela duerme con la luz encendida.

Decían amarse, a medio día,
pero la gente dice muchas cosas.
Y a veces hasta nada dicen.


*

Instalé una puerta que daba hacia ninguna parte.
O sea, daba hacia un muro, pero así acostumbra decirse.

Me gusta esa puerta, sin embargo.
Y es que así mi corazón, más tranquilo,
se queda en su propio sitio.


*

El hombre que aguanta más tiempo bajo el agua
puede estar sin respirar durante nueve minutos.

Quienes han bajado con él comentan
que mueve una de sus manos
como si estuviese escribiendo una fecha, en el agua.


*

La anciana de la esquina tiene prohibido mirar el sol,
y es que se está quedando ciega de tanto observarlo.

Según ella, el sol está distinto cada día, o tal vez es otro.
Aunque claro... también puede que el observado finalmente
sea quien muere y renace cada noche.


*

Una vez escuche la voz de Dios.
No me hablaba mí, pero la escuché claramente.

No había enojo en su voz, pero tampoco amor ni alegría.
Su última palabra bajó entonces desde lo alto
y se convirtió en nube, en agua, en tierra y hasta en piedra.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Envolver regalos.


Trabajé una vez envolviendo regalos.

Era pésimo.

Rápido sí, pero pésimo.

Tras algunos reclamos fue un supervisor a observar mi trabajo.

Intenté hacerlo mejor, pero no pude.

Por lo mismo, me prohibieron atender  hasta aprender a hacerlo.

Entonces, me intentaron enseñar varias personas, durante algunas horas.

Tomé apuntes.

Observé.

Practiqué, según recuerdo, toda esa tarde y esa noche.

Al otro día llegué antes que todos al trabajo.

Poco después, el supervisor se ubicó junto a mí, para observar el avance.

Ahora envolvía bien, sin duda.

Lento eso sí, pero de buena forma.

Lamentablemente, tras algunos reclamos por la lentitud, volvió el supervisor, a mi lado.

Intenté hacerlo más rápido, pero no pude.

Por lo mismo, me prohibieron atender hasta ser más rápido.

Y claro volvieron las personas que me habían ensenado para compartir nuevas técnicas, y así aminorar el tiempo.

Los observé con atención.

Hice preguntas.

Incluso me conseguí un cronometro para practicar toda esa tarde y esa noche.

Al otro día, volví a llegar a primera hora al trabajo.

El supervisor me acompañó y midió mi desempeño con los primeros seis regalos.

Así, pudo comprobar que ya envolvía bien y que me demoraba poco tiempo.

Nadie reclamó y creo no haber cometido errores durante toda esa jornada.

Cuando me fui esa tarde, sin embargo, no me sentía bien.

Pensé que se debía a la falta de sueño, así que me acosté casi de inmediato.

No obstante, tras dormir, descubrí que mi ánimo seguía igual.

Entonces comprendí que envolver de buena forma los regalos, producía en mí una tristeza abrumadora.

No sé decir por qué, pero se trataba sin duda de una tristeza real, dolorosa y sincera.

Por lo mismo, no volví a presentarme al trabajo, tras ese día.

Y es que envolvía bien y hasta era rápido, pero todo había dejado de valer la pena.

Todavía me entristece, de hecho, envolver regalos.

La alegría llega de otra forma.

jueves, 21 de diciembre de 2017

La cola de la lagartija.


Cuando pequeños ambos perseguían lagartijas. Y es que había muchas, en el patio de la casa de su abuelo, donde vivían en ese entonces. Si bien deben haber cazado en cantidad, y tenido varias anécdotas, lo que Benjamín mejor recuerda ocurrió un día en que su hermano lo engañó organizando una mala repartición de lo atrapado. En esa oportunidad, tras darse cuenta que la única lagartija que consiguieron se había desprendido de su cola, a Benjamín le aseguraron que, de la misma forma como a la lagartija le crecía otra cola, también crecía una nueva lagartija, de la cola desprendida. Y claro, como Benjamín veía moverse la cola, y además era el más pequeño, creyó esa explicación y estuvo varios días esperando la generación de la lagartija, cosa que por supuesto, nunca ocurrió. No es que fuese algo tan grave, por supuesto, pero Benjamín no ha olvidado la sensación al comprender que la cola estaba muerta, y que había sido engañado por su hermano. Por esto, Benjamín explica que si bien no existe un rencor consciente hacia nadie, hay de todas formas una huella que en ocasiones sigue resultando incómoda, por ejemplo, cuando se piensa en la inocencia o se intenta tener una confianza absoluta en los otros, ante una situación particular. Todavía se retuerce por ahí, en mi memoria, la cola de esa lagartija, dice a modo de explicación Benjamín, sin darse cuenta que quienes lo escuchan sienten que se da mucha importancia y que no sabe olvidar. Aunque el problema, por supuesto, sea en esencia de otra índole.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Un ratón / Un grito.


Encontramos un ratón en el colegio.

Cerca de la sala de profesores, en una especie de bodega pequeña, a un costado de le enfermería.

Se escondió tras unos muebles, mientras algunos lo buscaban, haciendo ruido para que saliera del lugar.

Entonces me sumé a unos colegas que estaban tratando de mover unos muebles, sin saber muy bien qué hacer

Bromeamos un poco; hablamos del ratón; cercamos el lugar.

Supongo que todos esperaban que algún otro lo matara, finalmente.

Como me di cuenta retrocedí un poco, acobardado.

Fue justo en ese entonces que tras despejar el sitio, uno de los profesores se encontró frente a frente con el ratón.

El ratón era más grande de lo que creíamos.

El profesor lo miró, con un palo en la mano, pero no se decidía a atacarlo.

Otra persona, en tanto, filmaba la situación.

Pasaron unos segundos el profesor dio un paso adelante y el ratón parecía listo para saltar o intentar huir hacia algún otro sitio.

No saltó, sin embargo.

En cambio, nos dejó perplejos a todos, lanzando un gran grito

Y es que el ratón gritó, no hay duda, pero no se trataba de un grito o chillido normal.

Se trataba en este caso, de un grito humano.

Más humano incluso del que hubiésemos podido lanzar nosotros mismos.

Poco después, por cierto, mataron al ratón.

Nadie dijo una palabra sobre el grito.

martes, 19 de diciembre de 2017

Una bandera.


I.

Como no conocía la bandera, fui hasta la casa toqué el timbre y pregunté.

Tras unos minutos en que nadie salía insistí con el llamado.

Finalmente, salió una chica, con un acento extraño, a quien le pregunté por la bandera.

-¿Qué bandera? –me dijo, algo nerviosa.

Yo quise indicarle cuál, pero la bandera ya no estaba.

Minutos antes estaba colgando desde una ventana, pero alguien tenía que haberla guardado.

Insistí un poco, explicando los colores… pero se hizo la desentendida.

-Usted está errado… -, me decía.

Y claro, como la notaba inquieta, mejor desistí, y me fui del lugar.


II.

Días después, colgando desde la misma ventana, volví a ver la bandera.

Me aseguré eso sí, antes de llamar, de tomarle una foto con el celular.

Y es que si bien busqué la bandera en google, tras la ocasión anterior, lo cierto es que no salían referencias.

-Vine otra vez por la bandera –le dije-. No quisiera molestarla, pero me inquieta saber a qué país o región pertenece…

-¿Qué bandera? –volvió a decirme la mujer.

Mientras hablábamos yo alcancé a ver a un chico, que la recogía rápido, a escondidas.

-La que acaban de esconder… -comenté-. De todas formas le tomé una foto... Mire…

La mujer no quiso ver la imagen ni tampoco agregó nada más.

-¿De verdad no quiere decirme…? –insistí.

Pero ella cerró la puerta y yo no volví a llamar.


III.

Vi la casa vacía como a la semana después.

Estaba el dueño pegando un cartel para arriendo y dejándole las llaves a una vecina para que pudiesen mostrar la vivienda.

Entonces pensé que tal vez el dueño podría decirme de dónde eran sus antiguos arrendatarios y yo averiguaría a dónde pertenecía la bandera.

-Disculpe –le dije-, hasta hace unos días vivían aquí unos personas que habían colgado una bandera en una ventana; pues verá... quería preguntarle de qué país eran esas personas…

-¿Qué personas? –me dijo el dueño, algo nervioso.

Y claro, intenté explicar, pero digamos que el hombre guardó también su propio emblema, y negó que hubiese arrendado la casa en el último tiempo.

-Usted debe estar confundido –me dijo, y dejó de prestarme atención.

Yo acepté su observación y me fui del lugar, sin hacer –ni hacerme-, nuevas preguntas. 

lunes, 18 de diciembre de 2017

Hasta acá (transcripción).


De verdad yo pensaba que para todos era así. Que era normal de esa forma, me refiero. Despertarse en otro lugar. Con una ropa distinta, incluso. Siendo tú mismo, por supuesto, pero de otra forma. Y no es que se tratara de los efectos del alcohol o de algún tipo de droga. Yo vivía aquello como algo natural. Como algo que le ocurría a todo el mundo, pensaba en ese entonces. Una vez, por ejemplo, me desperté y ocurrió que tenía dos años más. Y claro, no había estado en ningún lado durante ese tiempo. De todas formas, no me hacía mayores problemas.  Es decir, como pensaba que lo mismo le sucedía a los demás, concluía que no había para qué hacer escándalo e intentaba ordenarme nuevamente.

Contar cómo sospeché que no era algo normal resulta confuso y, por lo demás, poco interesante. Luego de eso, sin embargo, me trataron varios especialistas, quienes me debieron convencer de que lo que ocurría era una anomalía y debía ser tratada. Probaron de todo menos hipnosis, pues al parecer se corrían algunos riesgos. Afortunadamente, luego de tratarme durante unos cuantos meses, no  volví a sufrir estos fenómenos. Sin embargo, nunca pude recordar lo qué sucedió en esos tiempos perdidos. Y claro -pienso hoy día-, tal vez sea mejor de esa forma. Después de todo, yo simplemente siento que no estuve realmente en ningún sitio. Y es que no ocurrió –en mí, durante esos lapsus-, absolutamente nada. De hecho, todavía guardo un poco de dudas respecto a lo normal de este asunto. Y es que tal vez a todos le ocurre, pienso todavía, aunque en menor medida. De hecho, ni siquiera da para una historia, como pueden ver. Por lo mismo, no agregaré otra palabra, sobre este asunto. Y este será entonces, sin lugar a dudas, el final.

domingo, 17 de diciembre de 2017

La ciudad quedó desierta. (casi canción)


I.

Construí una ciudad y no pude habitarla.

Una ciudad pequeña, digamos, como una maqueta.

Por lo mismo, hacer habitantes diminutos era todo un desafío.

Intenté un par de veces, es cierto, pero finalmente no sirvieron.

Y claro, la ciudad quedó desierta.


II.

Seguí, sin embargo, ampliando la ciudad.

Nuevos edificios, nuevas calles y hasta un río.

Pero claro, hacer personas a esa escala seguía siendo imposible.

Instalé luces, en cambio, y hasta construí una pequeña iglesia.

Una cruz en lo alto y vitrales de papel celofán.

De hecho, fabriqué un dios diminuto, pero nadie vino a adorarlo.

Y claro, la ciudad quedó desierta.


III.

Como ocupaba mucho espacio tuve que guardar la ciudad.

En principio con cuidado, pero luego, todo comenzó a dañarse.

Una ciudad hecha para nadie, pensaba.

Construida y destruida sin que nadie la habitara.

Una historia sin historia, digamos, nada más.

Y claro, la ciudad quedó desierta.


IV.

Si hubiese sido Leonard Cohen le habría hecho una canción.

Si hubiese sido Dios le habría dado habitantes.

De haber tenido fe la habría protegido de la lluvia.

Pero la ciudad se destruyó, finalmente, desde dentro hacia afuera.

Así, sin más, se destruyó.

Como el furioso corazón de un ángel.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Pequeñas ollas.


A Tatiana no le gusta cocinar, pero compró de todas formas un set de pequeñas ollas que vendían en una tienda.

No supo bien por qué, pero se convenció pensando que tal vez podrían serle de utilidad y además aprovechó que estaban con rebaja.

Esa misma tarde compró sushi, para llevar, y cenar en el departamento.

Mientras comía observaba el set de ollas, que estaba sobre la mesa, frente a ella.

Son como muñecas rusas, pensó Tatiana, mientras miraba las ollas, unas dentro de otras.

Tras esto, comenzó a sacarlas y a ponerlas ordenadas, formando una fila.

Eran cuatro.

No exactamente iguales, por lo que más que muñecas idénticas podrían tratarse más bien de una familia.

El padre, la madre, una hija y un hijo, pensó.

Esa noche, antes de dormir, llegó incluso a pensar en pintar aquellas ollas, como una familia real.

Luego, sin embargo, se avergonzó de aquella idea.

De todas formas, aunque no llegó a pintarlas, las ollas quedaron una al lado de otra, sobre un mueble como si se tratasen de un adorno.

Fue por eso que un día le pregunté por ellas y entonces Tatiana me contó lo anterior.

Si supiera que yo conté su historia se pondría nerviosa y diría que no es cierto.

Y es que cuando está nerviosa, o quiere protegerse, cambia hasta su nombre, y dice que se llama Isabella.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Una vez se disfrazó de momia.


Una vez se disfrazó de momia.

Fue para un video musical que incluso llegó a aparecer en MTV.

Todavía guarda las vendas aunque dice que la clave estaba en el maquillaje que ponían sobre ellas.

Y es que debían verse un tanto raídas y desgastadas por el tiempo.

El video era de un grupo latino que tenía un vocalista que cantaba en árabe.

Musicalmente, podría decirse que tenían cierto parecido con Plastilina Mosh.

No tuvieron grandes ventas a pesar de haber sido bastante reconocidos.

Su última presentación, de hecho, fue reseñada en más de cincuenta países.

Aunque claro, no fue su música lo que destacó esa vez.

Y es que en esa oportunidad se acusó al vocalista de haber actuado –o intentado actuar, al menos-, como  una bomba humana.

Tal vez se trataba simplemente de un artefacto para mejorar la puesta en escena, pero lo cierto es que nadie del grupo estaba informado.

Fue así que, en medo de una canción el vocalista descubrió su torso, donde pudo apreciarse una especie de bomba amarrada al cuerpo.

Intentó accionarla entonces, mientras se acercaba para lanzarse al público, pero al parecer algo no funcionó y fue reducido rápidamente por unos guardias que lo entregaron luego a la policía.

Es decir, fracasó como bomba humana.

Me refiero a que en él fracasó la parte de la bomba, al menos.

Y sí, tal vez en nosotros, habría que reconocer, estuvo la falla de la parte humana.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Sin eco.

Leí sobre el caso hace algún tiempo en una revista de divulgación científica. Y claro, apenas me di cuenta que uno de los ejemplos del fenómeno era un amigo de infancia, intenté recordar si tenía en mi memoria algún tipo de noción que me llevara a corroborar lo expuesto en aquel artículo. El texto en cuestión -en resumen-, abordaba el caso de varias personas cuyas voces eran incapaces de generar eco. En la revista, además de la explicación científica, se incluían fotos y el detalle de las historias que narraban la forma en que cada sujeto se había dado cuenta que le sucedía esta anomalía. En el caso de mi amigo de infancia, se incluía una foto en que aparecía él, otro amigo que murió muy joven en un accidente de tráfico y un yo de no más de doce años, todos mirando a la cámara en una oportunidad en que, según recuerdo, celebrábamos el cumpleaños de aquel que no producía eco. A partir de esa imagen, sin embargo, debo reconocer que mi atención, comenzó a trasladarse hasta los recuerdos de aquel chico de la imagen que murió en un accidente de tránsito, poco antes que egresara del colegio. Y es que por más que me esforzaba en recordar su nombre o alguna otra referencia distinta al hecho de su muerte, mi memoria se encontraba una y otra vez con una página en blanco, como si la vida de él hubiese sido realmente aquello que no producía eco alguno. Respecto a su muerte, en cambio, la imagen del cuerpo cubierto de un plástico azul en medio de la calle me resulta todavía tremendamente clara, como un hecho concreto, nítido y sin eco que se convierte en un hito desligado del extraño continuo que algunos llaman vida, principalmente porque carecemos de una palabra más precisa para poder nombrarlo. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Un ex alumno que estudia química.

“Si el nitrato de plata se agrega a una solución saturada de cloruro de plata,
el incremento provocado en la concentración molar del catión plata
hará que el PI sea mayor que el Kps, por lo tanto,
precipitará algo de cloruro de plata para restablecer el equilibrio.”


Un ex alumno que estudia química me pide que le revise la redacción de ciertas descripciones que forman parte de un artículo con el que postula a una beca para realizar un doctorado en una universidad europea de cierto prestigio.

Este ex alumno, por cierto, fue uno de mis primeros estudiantes que salieron de 4º medio hace aproximadamente diez años, momento desde el cual no ha cesado de estudiar y alcanzar cierto prestigio en el ámbito de su especialidad.

Como estudiante, si bien no tenía en principio mayor interés por la literatura, recuerdo que fue uno de los primeros en interesarse en Cormac McCarthy, a quien leímos en ese entonces, poco antes que se publicaran sus obras más famosas.

En ese entonces, este alumno realizó un excelente ensayo –considerando que estábamos a nivel escolar y otra serie de matices-, a partir de la lectura de El guardián del vergel y Todos los hermosos caballos.

Ahora, sin embargo, me confiesa que no ha vuelto a leer literatura desde la etapa escolar, aunque extrañamente recuerda de forma exacta ciertas escenas de El guardián entre el vergel, principalmente algunas relacionadas con el tío Ather.

-No me queda tiempo para leer –me dice-. Ni siquiera viajo ni tengo polola ni conozco mucha gente… Aunque claro… me ha ido muy bien con los estudios…

Tras escucharlo, no comento sus palabras, pero finjo poner atención y hasta le hago preguntas respecto a sus futuros planes, mientras pienso en otra cosa.

Esa otra cosa que pienso, por cierto, es lo suficientemente triste como para no escribirla acá, aunque dice relación, principalmente, con la extraña forma en que le damos valor a nuestra vida.

Por lo mismo, finalmente, me niego a revisar la redacción de sus escritos y me despido antes de olvidar que tampoco, claro está, soy hoy día ejemplo para nadie.

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