jueves, 31 de marzo de 2016

Fantasmas.


Los fantasmas no nos ven.

Igual que nosotros no vemos a los fantasmas.

Vivimos en los mismos sitios, eso sí, pero rara vez alguno nos percibe.

Entonces comentan y se preguntan sobre la existencia de nosotros.

A qué vinimos.

Qué les queremos decir.

Cosas así, se preguntan.

A veces, incluso, entre tantas interrogantes, llegan a dudar de su propia existencia.

Y claro, es entonces cuando creemos verlos.

Cuando su existencia en el mundo-sin-nosotros parece ponerse en duda.

Y comenzamos entonces a hacernos preguntas sobre la existencia de ellos.

A qué vinieron.

Qué nos quieren decir.

Cosas así, nos preguntamos.

Todo con tal de permanecer un poco más seguros, en el mundo-sin-ellos.

De vez en cuando, incluso, ocurre que un sonido escuchado en uno de los mundos, repercute, de alguna forma, en el sonido escuchado en el otro mundo.

Una voz.

Un deseo

Cosas sencillas, a fin de cuentas.

Y es que es un alivio no tener pruebas irrefutables sobre la existencia de esos fantasmas.

Y claro… debe ser un alivio también, para ellos.

En mi caso, por ejemplo, observé hoy largamente a uno.

Estaba sentado con una novela gráfica que no alcancé a distinguir.

La terminó en un rato y luego se quedó sentado, mirando en mi dirección.
Recién entonces me di cuenta que yo también tenía un libro en las manos.

Una novela gráfica, más bien, de Daniel Clowes.

En algún lugar, cerca mío, sonaba una música, que nunca he escuchado.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Pequeña utilería (o El universo quedó lejos)


Desde el accidente ella ve todo más pequeño. Me refiero a que incluso se ve a ella misma con las medidas incorrectas. La gente le parece pequeña. Los autos. Las calles. Los muebles de las casas. Es como si viviera en una maqueta, señala, pero cuesta entenderla realmente. Y es que si ve todo más pequeño, uno piensa que debiese simplemente ajustar la escala, y pasar a considerar todo nuevamente normal.

Ya lleva varios meses asistiendo al siquiatra y la situación no cambia. Supuestamente se trata de una manifestación poco común, de un trauma de lo más habitual para aquellos que han sufrido un accidente como el vivido por ella.

Si hasta sus hijos le parecen muñecos, le ha señalado al doctor. La comida, en tanto, le parece servida en porciones tan pequeñas que le dan risa. Las ropas tendidas, los platos… todo para ella pasó a convertirse en elementos de pequeña utilería. Todo, incluida ella misma, por supuesto. Miro mis manos y las veo tan pequeñas… señala.

En el último informe, sin embargo, el doctor destaca una observación de la mujer. Y es que ella, al hablar del universo, pareciera verlo como algo acotado… como si los planetas, por ejemplo, girasen en torno a su cabeza (su cabeza-consciencia, digamos, no su pequeña cabeza de falsa utilería) y fuesen de un tamaño cercano, accesible, incluso.

Todo se redujo y el universo quedó lejos, le dijo al doctor. Y nosotros quedamos como miniaturas en una mesa, bajita… minúsculos en uno de los planetas del universo, nada más.

Lo peor de todo esto, sin embargo, es que probablemente tendrán que internarla. Los hijos se quedarán un tiempo con unos tíos, pero el problema de fondo es que ella puede tener problemas, tiempo después, para recuperar la custodia.

Todo esto por ver las cosas más pequeñas.

Sentirlas más pequeñas, más bien.

Yo, en tanto, ayudo al doctor a redactar uno de los informes que deberán presentarse en el juicio donde se tratará la custodia.

Pequeña utilería, finalmente.

Justo entonces, ella golpea la puerta y entra con pasos torpes hasta donde nos encontramos escribiendo.

Y claro, yo la observo, sorprendido.

martes, 29 de marzo de 2016

La felicidad de Ellen West.


I.

Hay quien la considera una felicidad tardía.

La felicidad de Ellen West.

Yo, que no sé de felicidad más que el triste humano promedio.

Prefiero guardar silencio sobre aquella tipificación.

En cambio, elijo pensar simplemente que Ellen West llegó a ser feliz.

Al menos un par de días.

Justo al momento de precipitar su muerte.


II.

Hay cartas, documentos y hasta una canción que escribió la misma Ellen West.

Todas ellas de sus últimos días.

Algunos de estos documentos pertenecen al análisis que hizo Ludwig Binswanger.

No al corpus más visitado referido a su anorexia nerviosa.

Si no al periodo previo a su suicidio definitivo.

Lo leo estos días junto a unas cartas que envío a unas amigas.

Las quiero y las extraño como a las tostadas con mantequilla, dice al final de una de esas cartas.

Luego hace un dibujo pequeño, de una sonrisa.

Bien podría ser el primer emoticon documentado.


III.

El día de su muerte, Ellen West tarareó la canción que había creado.

Lo hizo mientras desayunada tostadas con mantequilla y probaba el azúcar en la leche, después de varios años.

También se sintió contenta luego de almorzar y hasta leyó unos poemas, mientras pasea junto a su esposo.

La canción habla de pasos, de una luz verdosa, y de una tercera mano que le permite rascarse en una zona donde antes no tenía acceso.

Y claro… hubo risas y hasta postre, aquel día.

También  hubo, eso sí, una dosis letal de veneno, hacia la noche.

Su esposo describe que la encontró muerta al otro día, con una sonrisa.


IV.

Esa es, en resumen, la felicidad de Ellen West.

Y claro, hay quien la considera una felicidad tardía.

Algunas de sus amigas recibieron su última carta luego incluso, de enterarse de su funeral.

Unas llevaron la carta de respuesta hasta su tumba.

Dicen que cantaron la canción que ella había escrito y hasta hubo torta en el funeral.

Tal vez eso también fuera parte, de la felicidad de Ellen West.

lunes, 28 de marzo de 2016

Todo va al mismo lugar.

“¿Preguntas por el camino de la libertad?
Lo encontrarás en todas las venas de tu cuerpo”
Séneca


No ordenes tanto, me dijeron.

Todo va al mismo lugar.

Apilarán de nuevo los libros, las ropas
y hasta los cuerpos.

Todo irá al mismo lugar.

Al mismo cajón.

A la misma fosa común.

Luego pasarán los años.

¡Ni siquiera llevarán la cuenta
de los años...!

Entonces otro como tú
comenzará a hacer orden.

No juzgo sus intenciones.

No condeno su absurdo.

Solo menciono lo evidente.

Todo va al mismo lugar.

Y mientras eso ocurre
las estrellas permanecerán
(casi) en su mismo sitio.

Y claro…
otro como tú hará otras cosas
como las que tú haces.

Mejores cosas, incluso…

Finalmente, sin embargo,
todo terminará yendo
al mismo lugar.

No ordenes tanto…

Eso me dijeron.

Puede que no literalmente,
pero cosas así, me dijeron.

Entonces,
mientras me esforzaba en el orden,
observé que quienes me hablaron
fueron perdiéndose
en la distancia.

Todos, salvo uno,
que permanecía indeciso
cerca de donde yo estaba.

Quise hablar con él,
incluso,
pero no pude.

Quise entender sus razones,
pero su decisión
fue también, finalmente,
su mejor argumento.

Y es que todos tenían nombres
y sueños
y razones,
pero lo cierto es que decidí, mejor,
no recordarlos.

Fue recién entonces que él se despidió
y me comunicó
aquello que haría.

Antes de hacerlo, sin embargo,
pasó a lustrarse los zapatos.

domingo, 27 de marzo de 2016

Bajo la alfombra del mundo.


La gente compra de esos nuevos cigarros que no dejan ceniza.

Pero claro, toda esa mierda les debe quedar dentro, pienso yo.

Si hasta te aseguran que no arrojan humo.

Cigarros catalíticos, creo que los llaman.

Hoy son buen negocio, en todo caso.

Puedo afirmarlo pues tengo un amigo que importa esos cigarros.

El otro día tomábamos unas cervezas en su departamento y tenía apiladas varias cajas.

Ahora contaba con más espacio pues su pareja se había ido.

De hecho, se había llevado sus cosas y no había rastro de ella.

Se había llevado su propia ceniza, digamos.

Entonces fue que mi amigo me explicó de los cigarros.

Hablamos de los beneficios económicos y me explicó su composición química.

En resumen, los cigarros tienen la misma cantidad de nicotina y sustancias tóxicas que los comunes, pero los residuos visibles al ambiente son menores.

Extrañamente, el hombre que los fuma no es considerado como parte de ese ambiente.

Tomamos varias cervezas ese día y encargamos una pizza.

Así, mientras comíamos, entre cervezas y pedazos de cartón, concluimos que el problema son siempre los residuos.

Por lo mismo, él quedó de estar atento a importar comida que no se cague u otro producto similar.

Cuando me fui del departamento me encargó llevar las botellas y otras basuras al recipiente grande, del primer piso.

Yo lo hice, por supuesto.

Todo quedó, de esta forma, bajo la alfombra del mundo.

Ahora que lo pienso... igualito que el título, de este texto.

sábado, 26 de marzo de 2016

Agua con hielo y puré con papas fritas.


No sé si llamarlo pureza.

De hecho, podría decir que se trata de una manía, y nada más.

Me refiero a la idea de cocinar un plato con un solo producto.

Quizá no el puré con papas fritas que se señala en el título, pero al menos la imagen sirve para ejemplificar la idea.

El agua con hielo.

La manzana rellena con puré de manzana.

Las berenjenas salteadas acompañadas de berenjenas al horno y una pequeña porción de berenjenas caramelizadas.

Supongo que se entiende la idea.

Y es que lo cierto, es que siento una grata sensación cocinando de esa forma.

Generalmente lo hago así de noche, casi como un sistema de relajación, antes de dormir.

Un poco por indecisión, tal vez, pero no descarto del todo la pureza.

Seco unos tomates al horno, por ejemplo.

Ocupo también otro par para hacer salsa.

Y claro, pico a un costado un último tomate al natural, para agregar frescura.

Debo admitir, en todo caso, que como elemento contaminante suelo agregar una tostada.

Por lo mismo, dudo a veces si decir que entiendo esto como un gesto de pureza.

Aunque si soy sincero, resulta innegable que tras cocinar aquello suelo sentirme más puro.

Duermo mejor, me refiero.

Y hasta sueño con sensaciones agradables.

Y es que no sé bien cómo explicarlo, pero es como si yo mismo, supiese de pronto que estoy relleno de mí mismo…

No sé si les ha pasado.

Y claro, tampoco sé si ustedes terminarían llamando pureza a aquello surgido de esa forma…


Eso al menos siento hoy, al respecto.

viernes, 25 de marzo de 2016

Ganges.


I.

Floto en el Ganges.

Boca abajo.

El agua está sucia y no es posible siquiera abrir los ojos.

Desde arriba, debo parecer un muerto.

Desde abajo también, ahora que lo pienso.


II.

-¿Sabes que en el río Ganges hay delfines?

-¿Delfines?

-Sí, el otro día lo leí… nunca me imaginé ese río con delfines.

-Pues yo ni siquiera sabía que podía haber delfines en un río.

-Pues ya ves… incluso hablaban de uno que tenía un especial sistema de camuflaje…

-¿Y para qué puede querer camuflarse un delfín en el Ganges?

-Pues no sé bien… supongo que habrá depredadores…

-¿Tiburones, por ejemplo?

-Puede que no me creas, pero lo cierto es que sí… creo que en el texto decían que también había tiburones…


III.

Escrito en la pared de una casa abandonada:

“El camuflaje de hoy está en los ojos
del que ve.
Nada hay más difícil que ser visto”.


IV.

-¿Sabes…? de pequeño me gustaba flotar en la piscina… boca abajo.

-…

-Había visto un documental sobre el río Ganges y me había quedado grabada una escena donde se veía un cuerpo, flotando… supongo que intentaba imitar eso…

-¿Estar muerto?

-No sé bien… además siempre había quedado con la duda si ese cuerpo flotando era un cadáver o era alguien que estaba vivo…

-Pero es obvio que era un cadáver…

-Claro, ahora lo sé, pero en ese tiempo tenía la duda… además, desde fuera ¿cómo podías saber si estaba muerto o no realmente?

-¿Desde fuera…? ¿A qué te refieres con “desde fuera”…?

-Pues ya sabes… que no es desde dentro…

-No te entiendo…

-Me refiero a que desde dentro siempre sabes si estás vivo…

-…

-Igual no importa… mejor hablemos de otra cosa…

jueves, 24 de marzo de 2016

Marcos pinta, pero no vende.


Marcos pinta, pero no vende.

Encarga materiales cada dos meses y termina un cuadro a la semana, aproximadamente.

Las pinturas de Marcos, por cierto, son abstractas.

Es decir, tienen figuras (tal vez), pero esas figuras son abstractas.

Una vez, hace dos años, logró montar una sala de exposición, solo con sus pinturas.

Dicha sala, por cierto, recibió numerosas visitas mientras él expuso sus trabajos.

Y es que más allá de la gratuidad de la visita, y de la cercanía de algunos colegios que decidieron visitarla, los visitantes se interesaron genuinamente por la abstracción de las imágenes.

De esta forma, para evitar la actitud que tienen algunos jóvenes al querer averiguar sobre algo, Marcos escribió una breve explicación a un costado de cada cuadro.

Lo hizo a mano, por cierto, uno de esos días en que visitaba de incógnito su propia exposición para ver la reacción del público.

Lamentablemente, la letra de Marcos dejaba mucho que desear y no se lograba entender claramente lo que decían sus palabras.

Ocurrió entonces que un crítico de arte -lo suficientemente famoso como para incidir en la opinión de los demás-, observó las pinturas de Marcos que se encontraban expuestas.

Y claro, ocurrió también que el crítico se fijó en los papeles que estaban a un costado de cada cuadro, considerándolos como parte integral de cada uno de ellos.

Fue así que la crítica, que no escatimó en elogios desde ese instante, habló de Marcos como un pintor vanguardista de gran futuro a nivel nacional e internacional.

Así, finalmente, Marcos imprimió y pegó copias de esa crítica a un costado de cada uno de sus cuadros y aprovechó la oportunidad para subir un 200% los precios que en principio había calculado, de existir algún interesado.

De esta forma, dos semanas después, Marcos hizo los balances y comprobó que no logró vender ninguno de sus cuadros.

De hecho,no había existido consulta alguna, referida a los precios de sus obras.

Actualmente, como decía en un inicio, Marcos sigue pintando un cuadro a la semana, aproximadamente y todavía no vende ninguno de ellos.

Cuando le preguntan para qué pinta, por cierto, Marcos escribe su respuesta en un papel y se lo entrega al interesado, aunque con letra poco clara.

Así, tanto su vida como sus cuadros comparten una pequeña abstracción difícil de ser comprendida por quienes se interesan.

Creo que ya comenté, sin embargo, que de vez en cuando pueden apreciarse algunas figuras en medio de esa abstracción.

Quienes se preocupan sinceramente por él, fijan siempre su atención, en dichas figuras.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Incidente.


Eran cuatro tipos. Estaban en la mesa de al lado. Al parecer jugaban póquer, mientras hacían ruidos raros. Los ruidos raros los hacían con la voz, por cierto. O al menos con la garganta. La verdad es que no sabría bien cómo explicarlos. Yo estaba algo borracho y de espaldas a ellos. Y claro, pensé que me estaban hueveando. Eran cuatro y yo era uno, debí calcular, pero como ya señalé, estaba borracho. Además -confesión de por medio-, siempre he querido tener cicatrices. Fue entonces qué, todavía de espaldas a ellos, les lancé una advertencia. Una amenaza, en realidad, que incluía voltearme y hacerlos guardar silencio, aunque fuese por la fuerza.  Y claro, como la amenaza la había lanzado lo suficientemente fuerte, resultó que me miraron desde las otras mesas. Lamentablemente desde la mesa de los ruidos, no existió el menor cambio. Empecé entonces la cuenta, en voz alta, mientras ellos seguían con los ruidos. Si no se detenían a la cuenta de seis –no me pregunten por qué siempre cuento hasta ese número-, comenzaría la violencia. Fue entonces que, cuando había llegado al cinco y ya empuñaba una botella como arma, una voz me gritó desde otro lado. ¡Son sordomudos, saco de huea!. Guardé silencio unos segundos hasta que se me ocurría algo qué decir. ¡¿Saco de qué…?! Pregunté entonces, poniéndome de pie y buscando agresivo a aquel que me había gritado. ¡Saco de huea!, repitió la voz. Los garzones, entre tanto, se habían acercado hasta donde me encontraba. Seguí la voz que me había gritado hasta que encontré al emisor. Era un tipo pequeño, con visibles problemas físicos, que estaba sentado en la barra, junto a sus muletas. No queremos problemas, me dijo de pronto uno de los garzones. Ni menos abusadores, dijo el otro. Yo los miré y no sabía qué decirles. Al menos no eran sordomudos ni usaban muletas, pensé. Tal vez a ellos sí podía enfrentarme. Eso pensaba todavía cuando sentí un golpe por la nuca, que me llevó directo al piso. Nazi de mierda, me decía el tipo de las muletas, quien había usado una como arma, dicho sea de paso. Nazi de mierda… repetía. Y claro, ya en el suelo, recibí unos cuántos puntapiés hasta que fui arrastrado hasta fuera del local por los garzones. Todo sucedió muy rápido, es cierto, pero pude ver, mientras era arrastrado, que un hombre de la mesa de los sordomudos me miraba fijamente, riéndose casi. Para peor, a pesar de los golpes no quedé con cicatrices, como yo quería. Y claro, tampoco, hasta el día de hoy, logro encontrarle algún tipo de moraleja a esta historia.

martes, 22 de marzo de 2016

Un ejército de terracota.


I.

Hablábamos del ejército de soldados de terracota. Una conversación liviana, claro. De esas en que saltas de un tema a otro hasta que, por lo general, terminas por caer en ti mismo. Y claro, no sé cómo ocurrió, pero lo cierto es que en un momento ambos nos quedamos en silencio, dimensionando la magnitud del ejército de terracota.

-Somos poca cosa –dijo entonces F.

-Poca cosa –confirmé yo.

Luego cambiamos de tema.


II.

Semanas después recordamos ese momento, mientras tomábamos unas cervezas.

-Tendríamos que empezar a construir un ejército en secreto –dijo F.

-¿Un ejército de terracota? –pregunté.

F. asintió.

Entonces caímos en cuenta que, de forma específica, ni siquiera sabíamos qué mierda era la terracota.

-¿Tendrán en el Homecenter? –preguntó F.

-¿Y si mejor trabajamos con greda? –dije yo.

Ambos meditamos sobre el asunto.


III.

Fue entonces que descubrimos que la terracota era simplemente un tipo de arcilla cocida.

Y claro, preguntamos a algunas personas y nos dieron unos datos.

Lamentablemente, tanto la arcilla como la cocción eran excesivamente caras.

-¿Partamos con greda? –dijo entonces F.

Yo acepté.


IV.

Más allá de no tener talento para el modelaje con greda, lo cierto es que no se nos ocurrió qué figuras constituirían nuestro ejército.

-¿Vas a hacer libros? –me preguntó F.

No le contesté.

Ni siquiera me di cuenta si me estaba hueveando.

Así, pasaban los minutos, mientras intentábamos decidir qué hacer.

Ambos teníamos las manos en la greda, mientras pensábamos.

Y claro, finalmente la greda se secó.

-¿Piedras? –preguntó F.

Tampoco contesté.


V.

Igual hicimos piedras, finalmente.

O sea, mientras decidíamos otra cosa, intentamos hacer piedras.

Imagínense: cuatro sacos de greda, transformadas en piedras.

Cuando terminamos, semanas después, esparcimos las piedras de greda en el patio de la casa de F.

-Ni siquiera parecen piedras –confesó F.

Tenía razón.


VI.

Las piedras de greda estuvieron en la casa de F. hasta el final de ese año.

Transcurrido ese tiempo, simplemente las botamos, sin volver a hablar del asunto.

Esa vez, debimos llenar al menos doce sacos con nuestro ejército.

-Es como la multiplicación de los panes –dijo F.

Hicimos una fila con los sacos, recuerdo, y pensamos en darle un dinero extra a los de la basura, para que se los llevasen sin hacer problema.

Así, mientras esperábamos que pasaran los basureros, sentados junto a los sacos, F. volvió a reflexionar.

-Somos poca cosa –dijo entonces F.

-Sobre todo tú –le contesté, lo más serio posible.

Luego cambiamos de tema.

lunes, 21 de marzo de 2016

Fitzgerald murió sobrio.


I.

Fitzgerald murió sobrio.

Pobre Fitzgerald.

Y es que vio el mundo tal cual es,
antes de morir.

Así, en un solo tiempo,
abandonó la vida junto con la bebida.

De esta forma
todo fue abandono en Fitzgerald.

Y renuncia.

Y hasta arrepentimiento.

¡Quién lo hubiera dicho…!

Fitzgerald murió sobrio.


II.

Fitzgerald murió sobrio.

Se aferró a un mantel, simplemente, y cayó al piso.

Sobre el mantel había un plato.

En el plato nada había.

De igual forma se hizo trizas.

Dijeron que fue el corazón.

El sacerdote que hizo el responso destacó que estaba sobrio.

Es cierto, corroboró Graham,
estaba muerto
el muy hijo de puta.


III.

Fitzgerald murió sobrio.

Sobrio como el 90% de los vivos.

A pesar de eso, suponemos que no se preparó.

Que vio venir la muerte y no se sirvió siquiera un trago.

Y claro,
suponemos también que estaba perdiendo
su talento en la escritura.

Por lo mismo, no me enojo con la muerte de Fitzgerald.

Con la sobriedad un poco, pero no con la muerte.

Así, leo sobre ella hoy,
a más de 75 años de distancia.

Su cobardía todavía me repugna.

So sobriedad.

Sus últimos escritos de mierda.

Y es que Fitzgerald murió sobrio.

Y no debiese agregarse una mierda
a esa ofensa
ya emitida.

domingo, 20 de marzo de 2016

Que pase lo que tiene que pasar.

“Todo lo que oliera a corrupción
lo llenaba de una esperanza salvaje”
G. O.

Supuestamente L. mata a P.

Lo recoge cuando aún se encuentra medio vivo en la orilla de un río.

Lo acerca a la orilla con un palo que logra sujetar entre sus ropas.

P. tiene el cuerpo hinchado y ha tomado un color extraño.

L. le quita la ropa.

No encuentra nada de valor entre ellas.

Le deja puesto un calzoncillo y una polera que llevaba bajo la camisa y lo extiende sobre unas rocas.

P. queda así, tendido cerca del río.

Recién entonces L. se da cuenta que P. todavía sigue vivo.

Bota un poco de agua por la boca y tiene ligeros espasmos.

L. piensa qué hacer.

No se desespera.

No siente obligación alguna.

Pasa lo que tiene que pasar.

Al juez le dirá que nunca pensó que P. iba a permanecer con vida.

No estaba medio vivo sino que medio muerto, dirá L.

Por otro lado, lo de las heridas que le hizo pinchándolo con un palo, intenta explicarlas como fruto de los nervios.

Como cuando un niño le arranca los ojos a un pescado, pensará L., pero guardará silencio.

El juez escucha a los abogados y les propone llegar a un acuerdo.

Esto no es asesinato, les dice.

No voy a secar a este tipo.

Entonces L. y su abogado conversan sobre las posibles penas.

Él ya estaba medio muerto, insiste L.

Ni siquiera me pidió ayuda.

Su abogado no lo escucha.

Escribe cosas en su celular y luego contesta una llamada.

Dios también te deja morir, incluso cuando le rezas, insiste L.

Media hora después los abogados ya tienen un acuerdo.

Un año con posibilidad de seis meses, le explican a L.

Es lo mejor que puede obtener, sin duda.

L. piensa en discutir, pero sabe que en el fondo, es una pena simbólica.

Además, si vuelven a revisar el cuerpo pueden encontrar otras cosas.

Así, mientras el juez oficializa la sentencia, L. recuerda el olor del cuerpo de P.

De hecho, cuando lo hacen ponerse de pie, L. se percata que tiene una erección.

No está nervioso, sin embargo.

Seis meses, piensa L.

Seis meses y estoy limpio.

Que pase ahora lo que tiene que pasar.

sábado, 19 de marzo de 2016

Un hueón que hiberna no escribe.


-No me molesté en afeitarme –me dijo-. Tampoco me molesté en bañarme. La verdad es que no me molesté en ni una hueá…

-¿A qué te refieres? –pregunté.

-A lo que digo –continuó-. Al tiempo ese que pasé en V. Deben haber sido como cinco años.

-¡Cinco años sin bañarte…! –exclamé.

-Eso no es lo central –siguió-. Todos se fijan en eso, pero lo importante es que fueron cinco años sin molestarme por nada… sin preocuparme de nada… fue como hibernar, casi, pero despierto…

-¿Y cómo hiciste con la comida…? –pregunté-. ¿Y con todo lo demás…?

-¿Qué es todo lo demás?

-No sé… salud… vivienda…

-Estaba en una cabaña –siguió-. Había sido de un tío. También había árboles frutales y se podía pescar… por otro lado nunca me he enfermado de algo grave… digamos que me las arreglé así, mientras intentaba escribir…

-¿Y qué escribiste en ese tiempo?

-No te dije que escribiera –me aclaró-. Sino que intentaba escribir… Aunque claro, tampoco es que no escribiese nada… de vez en cuando salía una frase… o hasta un párrafo…

-¿Intentabas escribir una novela?

-Sí… esa era la idea… Pero al final la costumbre de no molestarme por nada terminó ganando…

-No te entiendo.

-Sí me entiendes… Sabes perfectamente que escribir es molestarse por algo… Aunque te hagas el hueón lo sabes…

-Así que no pudiste…

-No. No pude. Un hueón que hiberna no escribe.

-¿Y al final qué pasó?

-¿Al final?

-Sí… Ya sabes… cuando dejaste de hibernar, como tú le dices…

-No te dije que lo he dejado, solo que no estoy en V.

-Pero te ves afeitado, y el olor…

-Soy lampiño y me obligaron a bañarme para tomar el avión… Debía venir, ya sabes…

-¿Debías venir?

-Sí –me dijo-. A dejarte esto.

-…

-Mira: el punto que está con verde es la cabaña. La puerta no tiene llave.

-¿Qué puerta…?

-Estuve cinco años y no pude –continuó sin escucharme-. Ahora te toca a ti. Supongo que sabes que no se trata solo de una novela…

-Pero yo estoy ordenando mi biblioteca, yo…

-Te doy tiempo… Seis meses para que no haya excusas. Si estás hibernando despierta…

-¿Si estoy hibernando…?

-Sí. Ya te lo dije –finalizó-. Si estás hibernando, despierta.

viernes, 18 de marzo de 2016

¿Sabes que hablas dormido?


I.

-¿Sabes que hablas dormido?

-¿Cómo…?

-Que si sabes que hablas cuando estás dormido.

-Cuando chico lo hacía, pero pensaba que ya no.

-Pues todavía lo haces.

-¿Y qué digo?

-No sé bien… pero entre medio hablas de números…

-¿Números?

-Sí… o sea, sacas cuentas… entre medio dices otras cosas, pero sacas cuentas… es chistoso igual…

-¿Y no entiendes bien qué tipo de cuentas…?

-No… en realidad no entiendo mucho… Pero es chistoso porque al final siempre llegas a cero y te detienes…

-¿Ceros?

-Sí. Siempre llegas a cero y te despiertas de golpe.

-…

-Y bueno… también comienzas a decir que esto nos tiene sentido y cosas de ese estilo…


II.

-Anoche también hablaste…

-¿De qué…? No entiendo…

-Dormido… hablaste dormido…

-¿Sacando cuentas y esas cosas?

-Sí.

-¿Y llegué a cero?

-¿En el sueño?

-Claro… tú habías  dicho que…

-Sí… sí me acuerdo… solo quería saber si llegué a cero.

-Pues no sé bien… supongo que sí…

-…

-Parece que me dormí antes, al final… no recuerdo.


III.

-¿Me grabaste?

-Sí… justo cuando empezaste a hablar…

-¿Y?

-Pues no sé… lo estaba revisando… ¿seguro que lo quieres ver?

-Claro… ¿por qué lo dices así…?

-No sé… es que supongo que es raro…

-¿No son cuentas solamente?

-No, a ratos dices algunos nombres, y se entienden algunas palabras…

-¿Qué palabras?

-No sé… es que se entienden algunas solamente… los nombres son más claros, eso sí…

-¿Pero son nombres de gente que existe?

-Sí… podría decirse que sí…

-¿Pero de gente que existe así como existo yo, por ejemplo…?

-Tú no existes V., acuérdate que no existes...

jueves, 17 de marzo de 2016

Otro verbo antes del verbo.

“Lo único que se necesitaba era una interminable
serie de victorias que cada persona debía lograr
sobre su propia memoria”
G. O.

I.

Vas borrando de a poquito.

Tachando.

Escribiendo sobre aquello que ya estaba escrito.

Igual como si hicieras una herida en la piel.

Eliges mejor una palabra.

Omites un gesto.

Vuelves sobre ti mismo.

Vences –como diría Orwell-, sobre tu propia memoria.


II.

Nada es malo ni bueno.

Cualquier frase funciona aquí como un eslogan.

Perdura mientras está.

Mientras existe.

Extiendes tus palabras como si fueran brazos.

Pero nada sostiene a las palabras.

La hoja se ha desgastado.

Las palabras caen como ceniza.

Una cucaracha se mueve por la memoria,
igual que lo haría
en una habitación vacía.


III.

Antes hubo algo.

Siempre antes hubo algo.

Un verbo antes del verbo.

Una historia tachada.

La memoria anterior a la derrota.

No siempre lo admitimos, pero es así.

Un Dios antes de Dios.

La piel sana, respirando bajo la herida.

Otro verbo antes del verbo.


IV.

Vuelves a escribir.

Sobrescribes.

Nada es bueno.

Nada es malo.

Ya ni te percatas, incluso,
cuando llegas al final.

Falta algo.

Estás cansado.

La piel está delgada,
como el sueño.

¿Los recuerdas?

Un día tuviste sueños.

Otro verbo, antes del verbo.

Y el mundo… ¿te acuerdas?

¿Dónde está?

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