martes, 31 de agosto de 2021

Solo soy el chofer.


A mí no pregunte el porqué ni el para qué, solo soy el chofer. Lo llevo desde el punto A al punto B y eso es todo. Si quiere un nombre convencional para el punto B le digo desde ya que no puedo dárselo. Ni siquiera pistas, no insista. En cambio, si quiere una recomendación le digo que no le dé más vueltas. Ese es su destino. Aquí poco importa si soy o no una buena persona por no darle una respuesta. Lo importante es que soy un buen chofer. Y mi trabajo es llevarlo hasta ese punto. Así me lo planteo yo, al menos, y mi vida funciona. Yo cumplo con lo que me encomiendan y no pregunto cuando no hay respuestas. No pierdo el tiempo, al menos, de esa forma. Se lo digo tranquilo, sin prepotencia y sin creerme más que usted. Solo soy el chofer, como le decía, y no tengo poder alguno. Yo no determino nada. La ruta está trazada y yo la sigo. Siempre se trata de la ruta más corta. Si en algún momento me desvío u olvido que soy chofer estoy seguro que vendrá otro y yo estaré entonces, como usted, en el asiento de atrás dirigiéndome a un punto B que también desconoceré, pues hay uno distinto para todos. Y entonces ese chofer me recomendará lo mismo que yo le recomiendo a usted. Que no consulte el porqué ni el para qué, en principio. O mejor aún, que no pregunte nada.

lunes, 30 de agosto de 2021

Saltar hacia arriba.


M. era extraño. Por varias coas, pero aquí solo me remitiré a una: solo sabía saltar hacia arriba. No es que se pueda saltar hacia abajo, pero me refiero a que caía siempre en el mismo sitio. Yo no le creía, pero lo demostró haciendo marcas en el lugar donde iniciaba el salto y revisando luego el lugar donde caía. Siempre regresaba al sitio de origen. Al lugar exacto, destaco, sin alteración alguna. Obviamente, si saltaba desde un lugar alto caía en otro más bajo, pero si la superficie desde la que realizaba el salto era plana o estaba en un mismo nivel, M. no podía alejarse del lugar de origen y caía siempre en el mismo sitio. A veces se esforzaba por romper con esto. Tomaba carrera, por ejemplo, como los atletas en el salto largo, pero tras saltar -y aunque para nosotros su salto hubiese transmitido la apariencia de movimiento-, nos sorprendíamos al comprobar que el lugar en que llegó luego del salto, era el mismo lugar en que este se había originado.

Como era absurdo hicimos realiamos grabaciones e intentamos analizar qué era lo que le ocurría. Pero lo cierto es que no descubrimos nada y la situción siguió siendo absurda.

Por lo mismo, no logramos concluir nada que ayudara a explicarnos aquel fenómeno.

Así, al igual que M., supongo que saltamos y llegamos también, al mismo sitio.

Este.

domingo, 29 de agosto de 2021

Mínimos.


-Llegaste más tarde que otras veces.

-¿Más tarde? ¿Estás segura?

-Sí, segura… Ayer, pero ejemplo, llegaste treinta minutos antes.

-¿Antes de qué?

-Antes de la hora en que llegaste hoy.

-Puede ser… De todas formas, el problema no es que llegué tarde hoy, sino que ayer llegué más temprano… me dejaron salir antes de la oficina porque iban a arreglar unos enchufes.

-¿Enchufes?

-Sí… o algo así… creo que eran las conexiones de internet, que habían tenido fallas.

.¿Y hoy ya estaban buenos?

-Sí… creo que sí… Al menos no recuerdo que haya habido fallas.

-Pues no sé si sabes, pero acá también hay enchufes malos.

-Claro que lo sé, me lo dices prácticamente todos los días… Además está solucionado porque pusimos un alargador desde otro enchufe que estaba bueno… para la lamparita que conectábamos ahí…

-Pero igual siguen malos.

-Malo. Es singular. Sigue malo.

-Es un enchufe doble.

-Ok. Están malos entonces. Ni siquiera lo necesitamos, pero te obsesiona que esté malo.

-Me preocupa que no arregles lo que falla. Que te dé lo mismo el daño. Si fuera por ti usarías alargadores para todo… Tendrías la casa llena de cables…

-¿Y qué más?

-¿Qué más de qué?

-¿Qué más te molesta ahora?

-Que llegues tarde.

-No llegué tarde.

-Y que niegues haber llegado tarde.

-Uff… ¿Y quedarías feliz si te digo que está bien, que acepto que llegué tarde?

-Feliz no. Eso apenas sería el mínimo.

-¿El mínimo?

-Sí, el mínimo.

-Pues yo te doy ese mínimo si tú me dices para qué cosa llegué tarde.

-No te entiendo.

-Uno llega tarde para algo, me refiero… ¿para qué cosa llegué tarde?

-¿Estás hablando en serio?

-Claro… digamos que saber eso es el mínimo, en mi caso… Mi mínimo.

-Pues no voy a responder aquello.

-Entonces ambos nos quedaremos sin mínimos. En silencio, ojalá, y sin mínimos.

-Te faltó agregar que con los enchufes malos.

-De acuerdo: en silencio, sin mínimos y con los enchufes malos. Sí quieres agregarle algo más, me dices.

-De acuerdo, te digo. Pero te digo cuando yo quiera.

-Tú sabrás. Solo te aviso que estaré en silencio, mientras tanto.

-No tienes que avisarme, puedo darme cuenta que estrás en silencio si estás en silencio.

-Así es… en silencio, como un muerto.

-Como un muerto…

-Sí, como un muerto. Y sin mínimos.

sábado, 28 de agosto de 2021

Escribir con mayonesa.


-Trabajé dos años en esa cadena de comida rápida, -me dijo-. Fue terrible. ¿Sabes cuántas personas dejan cosas escritas sobre las mesas, con mayonesa?

Yo no supe qué contestar. Pensé en decir un número, pero finalmente me quedé en silencio.

-Pues la verdad ni yo sé cuantas -siguió-. Pero son muchas. Montones de personas que, nunca entendí por qué, se les ocurría escribir alguna estupidez antes de irse…

-¿Y como qué escribían? -pregunté.

-Cualquier cosa -continuó-. Frases sin sentido la mayoría de las veces… aunque supongo que ellos creen que le están diciendo algo a alguien… ¡Puros inventos, al final…! Gente que habla sola, simplemente…

-¿Y tú tenías que limpiar eso?

-Sí… el menos en cuatro de mis seis turnos semanales -explicó-, por dos años, cuatro veces a la semana limpiando aquello… De verdad es terrible… Es que son más de los que crees, ¿sabes? Sobre todo considerando la gente que llega sola. Algunos al menos escriben sobre las servilletas, o dibujan algo pequeño… De todas formas no se lo deseo a nadie… a mí al menos me afecta hasta ahora cuando me relaciono con gente…

-¿Te afecta hasta ahora? -pregunté-, ¿de qué forma?

-Me afecta cuando veo a la gente -me dijo-. Cuando conozco a alguien… de inmediato lo analizo y pienso si esa persona es de los que, bajo ciertas circunstancias, podría llegar o haber llegado a escribir con mayonesa en alguna superficie… Es algo estúpido y trato de tomarlo como algo gracioso… pero eso es lo que me sucede… ¿a ti no te pasa?

-¿Escribir con mayonesa?

-No… lo de clasificar a la gente apenas la vez… aunque no quieras, me refiero…

-Pues sí -confesé-. Aunque en mi caso los divido en otros dos grupos: los que fingen haber comprendido algo y los que fingen lo contrario…

-¿Lo contrario?

-Sí… los que fingen comprender y los que fingen no comprender… -intenté explicar-. No hay para mí posiciones intermedias…

-¿Y los que comprenden? -me interrumpió-. ¿No hay un grupo para ellos?

-No hay -contesté, tajante-. La comprensión queda suelta, tal vez entre ambos grupos… Supongo que de cierta forma intento recogerla con un trapo, como los escritos con mayonesa…

-¿Lo dices en serio? -preguntó.

-Por supuesto -le dije-. Así funciona mi trabajo. Pero en mi caso no me quejo.

viernes, 27 de agosto de 2021

Cuestión de perspectiva.


Todo es cuestión de perspectiva. O de distancia, incluso, más que de perspectiva. Por ejemplo, cuando observo mis plantas, a lo lejos, me es fácil pensar que se trata de bonsáis. Para algunos puede parecer algo inútil -o hasta absurdo-, pero lo cierto es que ellos (los que dicen esto) en realidad no saben. Desconocen la trascendencia de esta verdad, tanto en el ámbito que podríamos llamar “insustancial”, como en su naturaleza más práctica. De lo insustancial no busco convencerlos, por supuesto, pues por lo general poco importa. Pero cuando me remito a lo concreto al menos los hago dudar. Considerar, aunque sea por un momento, su carácter más útil, dentro del espacio cotidiano. Por ejemplo, les comento que en vez de comprarme una tv más grande he optado por acercarme un poco más, a la que tengo. Y de inmediato les demuestro, apoyándome en algunos artículos científicos, la validez y el poco peligro que encierra mi conducta. Es entonces cuando se abre ese pequeño espacio en sus creencias y lo que yo pueda decirles pasa a filtrarse en ellos, como por una grieta. Y sin que se den cuenta dejo caer alguna consideración vinculada a ese ámbito “insustancial”, que nombraba anteriormente y que ha pasado, sin que se den cuenta, a estar más cerca de ellos de lo que les gustaría admitir. Como ven, todo es cuestión de perspectiva. O de distancia, incluso, más que de perspectiva. ¿Tengo o no tengo razón?

jueves, 26 de agosto de 2021

Algo así como un río, pero en el espacio.


I.

Algo así como un río, pero en el espacio. Sí, eso es. Soñé que iba dentro de un río, que se movía en el espacio. Entre los planetas, digamos, aunque no recuerdo que, en el sueño, haya pasado realmente cerca de alguno. Tampoco podría decir si el río estaba formado o no por agua, pero funcionaba al menos de esa forma. Y es que me arrastraba, en él, el río ese que viajaba por el espacio. Aunque claro, no es el río el que viaja, si quiero ser exacto. Es su caudal, me refiero. Y lo que el caudal arrastra.


II.

El sueño fue largo y bastante extraño. Con sensaciones agradables, aunque por momentos el trayecto se volvía un tanto frío, o demasiado cálido. No sabría decir a qué velocidad iba, pero al menos a mí, no me resultaba incómodo. No había peligro de ahogo ni nada parecido, por ejemplo. Y los planetas y otros cuerpos seguían tan lejanos que no resultaba amenazantes. Todo era tranquilo, en el sueño, aunque mi yo parecía desvanecerse en aquel río. Estirarse en él y mezclarse, de cierta forma. Como una de esas sopas instantáneas, digamos. Y yo viajaba en ese río, como un grumo.


III.

Algo así como un río, pero en el espacio. Sí, eso es. Soñé que iba en un río que viajaba por el espacio. No es algo trascedente para nadie, aunque para mí, ciertamente, haya resultado extraño, y por momentos, sorprendente. Y es que, durante el viaje, comprendí que el espacio era inmenso -más aún de lo que acostumbraba creer-, pero extrañamente no logré captar en él significado alguno. O más bien, a pesar de mi pequeñez, sentía que yo era el único que tenía un significado en ese sueño. Eso no me volvía superior, pero sí distinto. Significante, digamos. Presente.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Una isla con forma de riñón.


Conozco una isla pequeña. Con escasa vegetación y con un clima tal vez demasiado frío. Una isla deshabitada, digamos, y con forma de riñón. Hasta donde sé no tiene nombre y es designada apenas por una letra y un número. Recuerdo que eso me atraía, de cierta forma. No el poder ponerle un nombre, sino que fuese designada de esa forma, como el planeta del principito. Una vez, hace años, estuve a punto de irme a vivir a aquella isla. A esa isla con forma de riñón. Mi plan era estar allí unos meses, o un año tal vez. Había reunido los elementos necesarios para que eso pudiese hacerse y estaba -creía yo-, definitivamente convencido. Fue entonces que, en la etapa final para concretar ese proyecto me dirigí a hablar con un tipo que tenía una lancha, con quien pretendía negociar el traslado de algunas pertenencias, hasta la isla con forma de riñón. Vivía en un pueblo pequeño, de apenas unas casas. En una de ellas, que funcionaba como almacén, tenían a la venta unos cuantos libros. Al parecer, se trataba de libros que algunos turistas dejaban olvidados. De entre ellos compré uno de Haruki Murakami. Había leído solo uno de él, por ese entonces. El libro que compré traía relatos y me puse a leerlo mientras esperaba al hombre de la lancha. Lo abrí al azar y leí un libro que hablaba, extrañamente, de una piedra con forma de riñón. O sea, en realidad hablaba de un personaje, que tenía una piedra con forma de riñón. Del interior de ese personaje, incluso. Cuando terminé de leerlo llegó el hombre de la lancha y me preguntó si yo era el tipo que quería que me llevaran a una isla. Le dije que no. Que pocos minutos atrás había estado ahí el tipo ese, pero que al parecer había desaparecido. No hablamos nada más. Supongo que él regresó a su lancha y yo tomé otro camino. La isla con forma de riñón, en cambio, supongo que sigue estando, todavía, en el mismo sitio.

martes, 24 de agosto de 2021

Dejémoso así.


-¿Quince años que no nos vemos?

-Eh… sí… quince años, más o menos.

-¿Y todo anda bien?

-Sí, supongo… No me puedo quejar.

-¿Y tu trabajo…? ¿Tus hijos…?

-Mi trabajo bien, sin novedad. Mis hijos… sí… podría decirse que están bien, aunque en realidad el del medio ha estado extraño hace un tiempo, y me tiene preocupado…

-¿El del medio?

-Sí, él me preocupa, pero en el fondo debiese agradecer pues los otros nueve están bien.

-¡¿Tienes nueve hijos…?!

-Tengo diez. Los nueve que están bien y el del medio que me preocupa, como te decía antes.

-Tienes razón… pero espera… si tienes diez hijos… eso quiere decir que no puedes tener un hijo del medio…

-Claro que lo tengo… ya te dije que incluso es el único que me tiene preocupado…

-Pero diez es un número par… para tener un hijo del medio debes tener tres, cinco, siete o nueve hijos…

-Pues yo tengo diez, como te decía. Nueve que están muy bien y el hijo del medio, que me preocupa un poco…

-¿Me estás tomando el pelo?

-Por supuesto que no… No bromearía sobre ninguno de mis hijos…

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-Entonces, ¿cómo se explica lo que me decía del hijo del medio?

-Pues no me lo explico… Justamente por eso me tiene preocupado.

-…

-…

-Dejémoslo así, entonces… no voy a insistir.

-Pues no… no deberías hacerlo.

-Mándales saludos entonces, y ojalá que todo mejore, para que la preocupación desaparezca.

-No creo que desaparezca, pero sí… entiendo que lo dices con buenas intenciones… Dejémoslo así, mejor.

-Sí… dejémoslo así.

lunes, 23 de agosto de 2021

Hablamos.


-¿Te acuerdas de M.?

-¿M.?

-Sí… M., el que estuvo con nosotros los últimos años de escuela.

-¿El bajito?

-No, ese era J.

-Entonces no…

-M. era el de lentes, el que hablaba siempre de Tesla… Se sentaba adelante, junto a F.

-¿El que jugó al arco en el último campeonato?

-Sí, ese mismo… el otro día salió en tv… Me costó reconocerlo al principio, pero luego dijeron su nombre y ahí me acordé…

-¿En tv?

-Sí, Salió breve en las noticias, pero también en un matinal… ¿adivinas por qué?

-¿Si adivino por qué salió en tv?

-Sí.

-Pues no… en realidad no se me ocurre.

-Pero intenta… di cualquier cosa…

-Pues no sé… ¿Algo policial? ¿Mataron a alguien de su familia?

-No, no tan grave… lo entrevistaron porque le estaba yendo bien… con un proyecto tecnológico… una aplicación, en realidad.

-¿Una aplicación? ¿Para celulares… algo así?

-Sí, una aplicación de autoayuda, creo que es bien usada hoy en día, y parece que le ofrecieron comprarla desde fuera, por una millonada… o eso decían al menos.

-¿Y la aplicación era…?

-De autoayuda. Frases de ánimo, supongo… videos breves, experiencias… creo que te encuesta cada día y va determinando qué necesitas o algo así… Una pura hueá al final, para los depre, pero ahora va a ser millonario…

-Es más de coaching que de autoayuda y no es para los depre…

-Espera… ¿conoces la aplicación?

-Sí, la uso desde hace un tiempo… Es buena, creo yo… ofrece respuestas a tus preguntas o inquietudes y según qué tan satisfactorias las encuentras organiza tu perfil y te ofrece un plan de mejora hecho para ti… es buena…

-¿Te frece un plan de mejora?

-Sí, ya sabes… para crecer como persona, según tus propias metas o necesidades…

-¿Y a ti te ofreció eso…? ¿Lo estás siguiendo?

-¿Siguiendo?

-Haciendo el plan de mejora, me refiero…

-Ah, sí… ya voy en mi tercer nivel… funciona casi como un juego… ¿te sorprende que lo use?

-Pues sí… en realidad sí, no pensé que necesitaras eso…

-No es necesidad, es…

-No importa, esta bien. Dejémoslo así.

-¿Te incomoda el tema?

-No, no es eso. Es más cuestión de tiempo.

-¿De tiempo?

-Sí… Solo te quería contar de M.

-¿Lo dejamos hasta ahí, entonces?

-Sí, hasta ahí está bien… hablamos otro día.

-Ok. Hablamos…

domingo, 22 de agosto de 2021

Lo verdaderamente amable.


I.

-Lo verdaderamente amable -dice A.-, lo que se puede amar… existe desde el principio…

-¿Y lo demás? -pregunta J.

-Lo demás está de paso -contesta A.

-¿Yo también estoy de paso? -pregunta J, algo afligido.

-Sí, todo lo demás está de paso -confirma A.-, como tú mismo.


II.

-No es cuestión que sea digno o no de amarse -intenta explicar A.-. Lo verdaderamente amable depende de la continuidad… de la permanencia de aquello más allá de tu propio sentimiento.

-No te entiendo -dice J.

-Aprender amar a aquello -continua A.-, es parte de aquello… de esa continuidad, de esa permanencia, me refiero…

-¿Quieres decir que el amor de alguien sería entonces parte de la continuidad de aquello? -pregunta J.

-No exactamente -lo corrige A.-. Es más bien un hito.

-¿Algo intrascendente entonces?

-No, intrascendente no -señala A.-. La permanencia de aquello no es nada si no tiene hitos dentro.

-No sé si entiendo bien lo que dices -admite J.

-Lo harás si quieres hacerlo -dice A.


III.

-Piénsalo así -dice A-. En el mejor de los casos estás llamado a ser eso. A ser un hito.

-¿Llamado a ser un hito…?

-Sí -continúa A.-. Al amar lo que existe desde el principio te conviertes en eso… y ese es el único acceso permitido, a fin de cuentas.

-¿Y entonces entro yo por aquel acceso? -pregunta J.

-No. Tú no entras -dice tajante A.-. Aquello que por un momento sientes es lo que entra. Ya sea que lo generes o que simplemente pase por ti… Esa es tu forma de cobrar sentido junto a aquello que es verdaderamente amable… o de dejar huella en aquello…

-Pero entonces… -intenta decir J.

-Entonces lo verdaderamente existe desde antes y ya está -lo interrumpe A.-. Dejémoslo así.

-¿Así a medio comprender? -reclama J.

-Así mismo… -le dice A., intentando cerrar el asunto-. No te aflijas… camino a la comprensión ya es harto.

sábado, 21 de agosto de 2021

¿Por qué el perro ya no me acerca las pantuflas?


Me desperté una mañana como si fuese otro.

Como si fuese otro y yo estuviese de alguna forma dentro mío.

Escuchando a ese otro preguntarse sorprendido:

¿Qué pasa?

¿Por qué esa cara?

¿Por qué el perro ya no me acerca las pantuflas?

Y claro, yo que sé que soy otro.

Y que no tengo perro.

Ni menos pantuflas.

Me hubiese gustado contestar de alguna forma.

Y poner todo en orden.

Y posicionarme, otra vez,
aunque precariamente
al comando de mí mismo.

Me observé en cambio,
desde dentro,
intranquilo,
sin facultad ni dominio de mis acciones
hablando hacia un costado.

Hacia el lado de la cama vacía o,
más bien,
aquel lado de la cama
que permanece siempre
algo repleto de libros.

Me vi entonces confundido,
tomando aquellos libros y hojeándolos,
sin mayor cuidado,
tratando de comprender qué había pasado,
y me contemplé desesperado,
extrañamente desesperado,
pues todo estaba donde debía estar.

Todo salvo yo mismo, por supuesto.

Yo mismo y ese extraño comportamiento
que se desarrollaba ante mis ojos,
como tomado desde un modelo burgués,
algo manoseado,
por distintas series de tv o publicidad de antaño
a las que nunca, por cierto,
había prestado demasiada atención.

¿Qué más ocurrió esa mañana?

Pues no mucho más,
o no lo tengo en la memoria.

Aunque todo aquello que pudo suceder siguió,
probablemente,
aquella misma dirección.

De vez en cuando lo recuerdo
cuando me siento en mi cama, tras levantarme,
y observo el caos en que me encuentro.

Aunque prefiero eso, ciertamente,
a una compañía distinta
o a un perro que, moviendo la cola,
me traiga mis pantuflas,
o que aparezca con un diario que confirme,
que aquello en lo que creemos,
ciertamente,
nunca existió.

viernes, 20 de agosto de 2021

Algo pasa.


Algo pasa, me dijo.

Invariablemente algo pasa.

Algo debe pasar.

O pasarnos, más bien.

Puedes pensar que no,
pero cuando menos te lo esperas,
esto ocurre.

Despiertas de pronto y descubres, por ejemplo,
que… no sé…
en alguna parte de tu cuerpo
te salió una rama.

Es un ejemplo, por supuesto, nada más.

Y no me refiero a que descubres algo ajeno en ti.

No se trata de algo que puedes arrancar,
así sin más
y seguir como antes.

Me refiero a que,
si apareces con una rama, por ejemplo,
esa rama brotó de ti
y por lo mismo, 
arrancarla sería entonces tan difícil 
como arrancarte un brazo,
o cualquier parte
de quién eres.

Cambia el ejemplo si quieres,
busca algo más cercano
o más absurdo, si prefieres,
pero no me pongas en duda:
lo cierto es que algo pasa.

En algún momento, algo pasa.

Algo tiene que pasar.

O pasarnos, como te decía en un inicio.

Despiertas rodeado de agua
y descubres que eres isla.

O apareces sobre una cumbre helada
y descubres que eres nieve.

Construye tú tu propio ejemplo,
pero no desestimes mis palabras.

Yo tampoco escuché, en un inicio,
y desperté aquí, sobre esta hoja.

No es una advertencia
ni un consejo.

Ocurre que algo pasa, simplemente, me dijo.

Agradécelo.

Algo tiene que pasar.

jueves, 19 de agosto de 2021

¿Un chihuahua?


A J. le regalaron un perro. Ella era pequeña y pasaba gran parte del día sola, así que decidieron hacerle ese regalo. El perro era pequeño y tenía rasgos definidos. Por lo mismo -y porque así lo dijeron a sus padres cuando les vendieron el cachorro-, todos pensábamos que se trataba de un chihuahua.

Lo cierto, sin embargo, es que pasaron los meses y entonces el perro comenzó a crecer. Y decidimos entonces que no era realmente un chihuahua.

Extrañamente, el perro seguía pareciendo un chihuahua, solo que de mayores proporciones. Me refiero a que mantenía los rasgos de esa raza y si le sacabas una foto sin ninguna referencia que pudiera dar luces sobre su verdadero tamaño, cualquiera hubiese dictaminado que lo era -o que seguía siéndolo, más bien-, sin ningún tipo de duda.

J., en tanto, igual de pequeña que cuando recibió su mascota, seguía pensando -supongo-, que el perro era algo así como un todo continuo. Un ser que no había revelado ser en realidad otra cosa. Y parecía contenta, por eso. Segura. Como si a ella, en el fondo, no la hubiesen engañado.

-¿Sabes que va a pasar si sigues creciendo y yo no crezco? -le preguntó J. al que había sido un chihuahua para todos, tiempo atrás.

-¡Guau…! -contestó el perro. Y J. pareció alegrarse, con esa respuesta.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Atentamente.


Escuchábamos atentamente. Tomábamos apuntes, seguíamos sus palabras, nos admirábamos, incluso, por momentos, pero lo cierto es que ninguno de nosotros sabía bien de qué estaba hablando. O más bien, no comprendíamos qué decía sobre aquello de lo que estaba hablando. Puede sonar confuso, pero lo que trato de decir que, al menos, éramos capaces de comprender el tema de su charla. Aquello general que era supuestamente el centro y el punto de partida de aquello que luego comenzaba a desarrollar. Sí, eso comprendíamos. Pero no avanzábamos mucho más, si soy sincero. Creímos que sí, de todas formas, en un inicio. Me refiero que luego de escuchar nos íbamos del lugar sintiéndonos más tranquilos. Más sabios, probablemente. Como si se hubiese agregado un nuevo valor, a cada uno de nosotros, luego de escuchar sus palabras. Sin embargo, no recuerdo bien por qué, un día intentamos ordenar aquello que habíamos oído. Reconocimos el tema, observamos apuntes, tratamos de recoger sus palabras. Todos estábamos seguros de que había desarrollado ideas trascendentes sobre algo, pero al hablarlo, descubrimos que ese algo estaba totalmente despojado de ideas. Estaba desnudo, digamos. Como si en vez de profundizar sobre aquello, le hubiese quitado todo lo accesorio. Una palabra o un tema flotando entre nosotros, como un cadáver. Un cuerpo limpio, entonces, despojado de vida. Puro, tal vez, debimos decir, pero nos vimos eso. Equivocamos el camino y nos sentimos engañados. Perdimos la oportunidad, simplemente. La culpa es nuestra.

martes, 17 de agosto de 2021

Tickets de cambio.


Ella tiene extrañas colecciones.

Desde hace un tiempo, por ejemplo, comenzó a juntar tickets de cambio.

De esos que entregan a veces, junto a las boletas, cuando compras algún producto que probablemente esté destinado a ser regalado.

En principio los acumuló en un cajón, simplemente, pero luego se acostumbró a guardarlos en latas vacías, de galletas.

Ya he llenado cuatro, me dijo, cuando me los mostró.

Esa vez se había tomado un ácido y me pidió que la cuidara.

Se los había vendido un finlandés que arrendaba un departamento en el piso de arriba, pero no se atrevía a tomárselos estando sola.

Puedes mirar mi colección, dijo entonces, pasándome las latas.

Yo las abrí y no entendí lo que era, hasta que ella lo señaló.

Luego, mientras estaba bajo el efecto del ácido, comenzó a explicar una serie de cosas sobre esos tickets, pero no comprendí mucho.

Recuerdo que insistía en que eran algo así como símbolos, aunque no logré entender de qué.

No fueron usados, repetía, entre otras frases, una y otra vez.

Reflejan la aceptación de algo, pero a la vez -decía-, la renuncia a su uso los ha despojado de su verdadero significado.

Pero entonces ya no serían tickets de cambio, intenté razonar con ella, en ese entonces.

Son solo papel si ya no tienen su función, le señalé.

No recuerdo, sin embargo, que hayamos llegado a algún acuerdo.

Ni siquiera, supongo, discutimos realmente sobre su nueva colección.

Ocurrió simplemente que ella estaba ahí y yo ahí y entre ambos los tickets de cambio.

No existe más verdad, en esa historia.

lunes, 16 de agosto de 2021

Leonard Cohen me dijo.


I.

Leonard Cohen me dijo
una serie de cosas
que ya olvidé.

Tenía buenas intenciones,
sin embargo,
Leonard Cohen.

Lo mismo pensaba un tal Jacques
que me llevó un día
de una isla a otra,
mientras hablaba de cosas bellas
que quedaban atrapadas,
casualmente,
en las redes que arrojaba.

Y es extraño…
pero tampoco recuerdo,
ahora que lo intento,
de qué cosas bellas
ese tal Jacques
me hablaba.


II.

En una de esas islas,
eso sí lo recuerdo,
se escuchaba a veces un sonido extraño,
como de bestia herida
o de trompeta ahogada.

El sonido,
bajaba desde una montaña,
como si hubiese sido lava.

Lentamente,
bajaba el sonido,
y la piel quedaba intacta,
pero te quemabas por dentro
si tocabas esa lava.

Arriba, en tanto,
decía la leyenda,
hay alguien que alguna vez fue un hombre
tocando una trompeta.

Cuando crees que ha muerto,
o lo olvidas,
la trompeta vuelve a sonar,
y todo vuelve a repetirse.


III.

Leonard Cohen me dijo
una serie de cosas
que ya olvidé.

Tenía buenas intenciones,
sin embargo,
Leonard Cohen.

Reconozco aquello,
mientras observo a un hombre
cavar algo muy pequeño
como para ser su tumba.

Tal vez, pienso entonces,
se trate simplemente de un lugar,
para enterrar sus armas.

Y es que todos necesitamos
si somos sinceros,
un lugar así.

Aunque sin armas, para enterrar,
pueda parecer, 
de cierta forma,
que no nos sirve de nada.

domingo, 15 de agosto de 2021

Tomaste el camino más corto.


Tomaste el camino más corto.

Pero no tomaste, necesariamente, el mejor camino.

No lo reconocerás, por supuesto.

Ni ante mí, en primera instancia, pero tampoco ante los otros.

Tendrás una actitud firme.

Desestimarás las opiniones o no darás, simplemente, espacio para ellas.

Y esa aparente fortaleza te hará sentir, por momentos, que estás en lo correcto.

Pero solo por momentos.

Así y todo, te dirás a ti misma que estás bien.

Sabes engañarte, de esa forma.

Ya lo has hecho, ¿recuerdas?

Por poco y me engañas a mí, incluso, interpretando ese papel.

Memorizaste tus líneas de manera perfecta.

Coordinante movimientos, memorizaste el escenario.

Pudo ser éxito, dirán los críticos.

Yo mismo te lo habría dicho, si hubieses revelado tu verdadero rostro, al hablar.

Pero tomaste, como decía, el camino más corto.

Tan corto que terminó por dejarte en el mismo sitio.

En el mismo lugar del que no has salido nunca.

Estática, ante la misma emoción.

Protegida, supuestamente, bajo una estructura rígida que no tiene bases.

Y es que ese es, en definitiva, el lugar del que no has salido nunca.

El camino corto.

El no-camino.

Llámale amor a eso, si así quieres.

Seguridad, nuevas oportunidades o dale el nombre que quieras.

Yo te observo desde lejos, simplemente, y te reconozco estática.

En silencio, te observo.

Mientras tu piel se aja y mi carne se pudre.

Y pareciera que llueve, aunque no llueve, en las afueras de una iglesia.

sábado, 14 de agosto de 2021

Desde la física, me refiero.


A veces pienso que es lindo. Desde la física, me refiero. Cuando estoy en cama, cansado, como un peso muerto. Lo que ocurre es que entre un pensamiento y otro suelo recordar algunas leyes de la física. No es que piense en esto voluntariamente, en todo caso. Se trata simplemente de ideas que rondan por mi cabeza, cuando estoy en ese estado. Cosas generales, por supuesto, pues no soy experto en física ni mucho menos. Por ejemplo, recuerdo la ley de inercia. Sobre todo cuando está referida a los cuerpos en reposo. Y cuando señala -más específicamente-, que un cuerpo persevera en su estado de reposo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él. Le doy vueltas a esa ley, por ejemplo, antes de levantarme. Cuando pienso en mí como un cuerpo en reposo y no logro descubrir cuál es aquella fuerza neta externa que me lleva a cambiar de estado. Y considero entonces -a medio despertar aún-, que la vida, como una fuerza interna propia y ajena al cuerpo al mismo tiempo, es en definitiva quien ejerce esa fuerza que nos lleva a romper ese estado de reposo. Una otredad que existe entre el concepto del “yo mismo” y el “nosotros mismos”, que se me hace latente en ese entonces como parte de una ley indescifrable, oculta a plena luz y que me lleva entonces a ese primer movimiento. Y claro, eso es lo que a veces es lindo, como decía en un inicio. Desde la física, me refiero.

viernes, 13 de agosto de 2021

Voy y le digo.


Así que yo voy y le digo que es la última vez que ocurre, que estoy cansado y que no debería estarlo y que la culpa no es mía, por supuesto… que las cosas son así porque de alguna forma tienen que serlo, nada más, porque estaban arrojadas ahí, me refiero, sin forma alguna, y yo simplemente las tomé y de pronto descubro que me hacen responsable de la forma que adoptó aquello entre mis manos… Y claro, luego ya uno no para de dar explicaciones un poco porque uno no es tonto y puede reconocer el daño… o el efecto, más bien, que aquello que uno sin mala intención hizo llega a provocar en los otros… Entonces es cuando ella llega y me habla como si yo fuese estúpido, diciéndome con rabia que ciertamente lo que yo hago, obviamente, es en cada última ocasión la última vez que ocurre… Que luego intento explicar y lo enredo todo y que está cansada de mis disculpas… ¿puedes creerlo? ¡Ella me dice que está cansada de disculpas que nunca he dado…! Apenas explicaciones son las que he dicho una y otra vez… cansado y todo las repito, aunque ya creo que ni se entienden, que todas mis palabras pueden parecer cualquier cosa menos una disculpa, y que todo esto es cada vez menos necesario y absurdo y que ya va siendo hora que yo me calle definitivamente o que ella deje de una vez por todas de escuchar lo que quiere escuchar… ¿no estás de acuerdo conmigo? ¿Le ves, acaso, otra salida?

jueves, 12 de agosto de 2021

Creemos tener la salvación.

“Estoy consciente que el nosotros,
por cierto,
puede resultar innecesario.”
O. W.

En ocasiones creemos tener la salvación. Soñamos con eso. Una salvación que ni siquiera es para nosotros. Una salvación extraña, cercanamente pura y al mismo tiempo ajena. Una salvación que se pueda llevar a los demás, en definitiva. Llevársela a ellos, porque tal vez les pertenece. Surge entonces el problema. La aparentemente pequeña dificultad de que no sabemos cómo hacerlo. Cómo transportarla, me refiero. De qué forma llevarla hasta los otros, por si acaso les es necesaria. Esencialmente necesaria, incluso, como nos nace pensar. Una billetera sin documentos, por ejemplo, que está de pronto en nuestras manos y sabemos no nos pertenece. Una billetera que contiene algo que puede ser valioso y hasta trascendental para algún otro, pero que para nosotros resulta insustancial e ininteligible. Y claro, tras esto (tras tenerla y descartar apropiárnosla, por supuesta) nos esforzamos por tratar de entregarla. Y hasta luchamos, por aprender a transmitirla de alguna forma. A diferencia de lo que ocurriría con una billetera, sin embargo, la dificultad no está en encontrar al propietario, sino más bien en descubrir, como intentaba señalar anteriormente, la forma de entregarla al otro. De transmitirla. Así y todo, podríamos pensar que, aunque lográramos hacerlo, la salvación que creemos trascendente resulte mínima y hasta ridícula para aquel que la recibe. Como un parche curita sobre un cáncer, digamos. Nada más.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Un transformer.


De pequeño me regalaron un transformer. Un juguete de unos de esos robots que se convertían en algo más, generalmente, en un tipo de vehículo. Venía en su forma de robot, en una caja de no muy buena calidad que revelaba a todas luces que se trataba de un producto alternativo, más al alcance de nuestro bolsillo. Como no traía instrucciones y además yo no sabía muy bien en que se transformaba -creo que debía transformarse en un auto azul, según descubrí después-, intenté cambiarlo de forma muchas veces, con cuidado, para no dañarlo. Lamentablemente, por más que lo intentaba no lograba hacerlo, y aunque el robot tenía varias articulaciones y partes que daban a entender que se transformaría alguna vez en algo más, lo cierto es que fue pasando el tiempo y lo cierto es que nunca logré hacerlo. No obstante, más allá de esa dificultad, lo que encuentro absurdo ahora es haber desestimado jugar con aquel regalo en su forma de robot, obstinándome en tratar de transformarlo en el vehículo, como si, sin ese cambio, el robot no hubiese valido nada por sí solo. Cómo sea, tras encontrar unas cajas entre las cosas de mis padres, descubrí hace unas semanas nuevamente el robot, que hoy he puesto en la biblioteca, cerca de los libros de K. Dick. Probablemente hoy, ya sea por mí mismo o ayudándome desde internet, podría descubrir cómo transformarlo, pero he decidido en cambio dejarlo así. Y comenzar a valorarlo, por primera vez, de esa forma.

martes, 10 de agosto de 2021

La cuenta, por favor.


Me gusta cuando, en un bar, restaurant o recinto similar, escucho a alguien pedir la cuenta. Y es que esa frase suele activar en mí una especie de señal, recordándome que, muy probablemente, estoy en ese instante en el sitio equivocado. Miro entonces a quien pidió la cuenta (y se decidió con ello a abandonar el lugar y pasar a otra cosa) y lo admiro un poco, en silencio. Y es que él o ella acaba de tomar una decisión que lo lleva a cambiar el rumbo -no de su vida, por supuesto-, pero al menos abre con esta frase un espacio que podría llamarse “de transición”, y con ello, la posibilidad de producir ciertos cambios o tomar ciertas direcciones que no necesariamente son las que se habían decidido previamente o parecían estar preestablecidas.

Admito, sin embargo, que este espacio “de transición” o esta posibilidad de cambio, o este punto a parte en la vida de alguien cuyo siguiente párrafo ha de desarrollarse en otro sitio, no necesariamente se traduce en un cambio ni mucho menos en una mejora, pero valoro al menos el quiebre de una situación que ha comenzado a holgarse demasiado y a perder -imagino-, su sentido, o el “sabor”, digamos, como cuando nos decidimos a botar un chicle.

Tal vez por eso, cuando suelo escuchar esta frase me contagio de esa supuesta valentía, e intento también marcar un quiebre con lo ocurre, ya sea pidiendo la cuenta o simplemente tomando una decisión contraria a la que había presupuesto anteriormente o eligiendo de entre todas, la opción que parece ser producto de la menor lógica.

No digo que funcione bien ni tampoco lo recomiendo (supongo que eso es distinto en cada uno), simplemente expongo una situación que -como casi todas-, parece tener un significado un poquito más esquivo. Y que a veces se nos escapa.

lunes, 9 de agosto de 2021

Hasta ahí.

"¿Apresurado yo...?"
A. S.

En realidad nadie dijo nunca lo que él dijo, pero por el tono y la forma en que dijo aquello que nadie más había dicho pareció en realidad que aquello que él dijo había sido dicho muchas veces anteriormente. Así, como todas las cosas que han sido dichas y escuchadas muchas veces, pensamos casi de inmediato que todo aquello carecía de valor y que se trataba simplemente de palabras sonando entre ellas como acostumbra pasar, sin que la trascendencia asome en medio de ellas ni lo más mínimo. O sea que lo que digo en el fondo, si me entiendes, es que la culpa en esto no es del todo nuestra, sino más bien es producto de un malentendido producido por la forma en que él habría dicho lo que dijo, y que ahora recién, aunque es tarde, reconocemos que es mucho más que ruido, como lo clasificamos en esa instancia, en la que actuamos, según comprendemos recién hoy, de la forma no más correcta. En resumen, lamentamos lo ocurrido, pero lo cierto es que nos fue imposible reconocer en primera instancia el valor de aquello que hoy sabemos valioso y perdido y, si quieres, hasta irremplazable. No puedo con mis palabras ir más allá. Me refiero que podemos darle más vueltas al asunto, por supuesto, pero ya todo está hecho. Lo desperdiciado, desperdiciado está. De ahí que digamos que está desperdiciado... ¿Se entiende? Lo que te digo ahora es que las palabras no están de más hasta que comienzan a estarlo. Y entonces hasta ahí.

domingo, 8 de agosto de 2021

Un nuevo lugar vacío.


El hombre estaba de pie, vociferando y gesticulando nerviosamente, llamando la atención de quien pasara cerca suyo. Lo que más repetía era que habían derribado su casa. Que sin previo aviso y sin razón alguna -según él-, habían derribado su casa. Yo trataba de escucharlo, desde cierta distancia, pero el hombre entregaba pocos datos específicos y tampoco me pareció que solicitara algo a quienes se acercaban. Lo que hacía más bien, aunque con esfuerzo, era contar su experiencia. Según entendí, el hombre había estado fuera de casa una temporada. Un tiempo breve, según él, luego del cual habría regresado y no logró encontrar nada. Ni siquiera rastros de lo que, según decía, había sido su casa. Se llevaron hasta los despojos, señalaba. No dejaron ningún resto. Absolutamente nada que demostrara que alguna vez, en ese lugar, había estado su casa. Se ha convertido en un lugar vacío, decía. Un vacío que, según acusaba, no llamaba la atención de nadie salvo la suya. Poco más le entendí a aquel hombre que, luego de un rato, pareció cansarse o resignarse un poco y se sentó en un paradero, cerca del lugar. Visto así, parecía un hombre común. Un poco derrotado y resignado, es cierto. Como podría llegar a estarlo -ante circunstancias similares, por supuesto-, cualquiera de nosotros.

sábado, 7 de agosto de 2021

Dejarlo ahí.


El mundo está bien. No tan bien, pero bien. Huele decentemente, al menos. Si lo metiésemos en agua todavía se iría al fondo. Le costaría, pero se iría al fondo. No flotaría, me refiero, como los huevos podridos.

Hablar de los hombres, sin embargo, es otra cosa. No es que estén tan mal ni tampoco los meto a todos en el mismo saco. Pero hay que admitir que huelen distinto al mundo. Al menos denuncio eso. Su olor no es nauseabundo ni es un hedor a muerto ni a podrido, pero revela una naturaleza distinta al resto de la naturaleza. Eso ya es extraño y me lleva a olfatear dos o más veces, digamos. Y me obliga de esta forma a esforzarme para ser un poco más específico. Para acercarme a la comprensión, incluso, aunque no lo logre.

Es por eso que me esfuerzo. Me concentro olfateando y descubro entonces que la gente huele a salchichas. No a salchichas crudas, sino a cocidas. Recocidas, incluso. Un poco hinchadas. Amontonadas en una olla sin mucha diferencia entre unas y otras. Con sabor artificial, probablemente. Productos uniformes de carne procesada. Carne, piel y otras cosas, en definitiva, que prefiero no detallar.

Mejor centrarse en el mundo, me digo.

Centrarse en el mundo, y dejarlo ahí.

viernes, 6 de agosto de 2021

Vaticinios aproximados.


Todos coincidían en que era un excelente adivino.

Excelente, pero no perfecto, en todo caso.

Y es que sus descubrimientos y vaticinios, eran siempre aproximados.

Por ejemplo, si te decía que tenías tres hijos, era posible que tuvieses dos o cuatro.

O si te advertía sobre un accidente que te ocurriría en junio, podía ser que en realidad te llegase a ocurrir en mayo o en julio.

Así y todo, era muy valorado por quienes lo visitaban y hasta yo, que no creo mucho en esas cosas, decidí ir a visitarlo.

-Sabía que tal vez vendrías -dijo apenas me vio entrar.

-¿Me conoce? -pregunté.

-Aproximadamente sí -contestó, humilde-. ¿Eres Vrian, no?

-Vian -lo corregí.

-Pues ya lo ves… justamente te conozco de forma aproximada.

Yo asentí.

Me observó en silencio entonces, durante un par de minutos, aunque por momentos me pareció que su vista se desviaba un poco, como si fuera bizco.

Poco después volvió a acomodarse en su silla, y comenzó a hablar.

Entre muchas otras cosas que olvidé, dijo otras que se me grabaron.

Entre estas, me dijo que tuviese más cuidado conmigo y menos con el mundo, que debía drenar mi sangre cada tres semanas y hasta recuerdo que vaticinó que mi futuro sería más o menos feliz y más o menos triste.

No volví a visitarlo y supongo que no volveré a hacerlo.

Y es que, con lo que me dijo, supongo que ya es aproximadamente suficiente.

jueves, 5 de agosto de 2021

Sobre la naturaleza de mis cálculos.


Con los números me pasaba entonces algo extraño.

Era muy rápido en los cálculos, pero solo si los asociaba con elementos, hasta cierto punto, concretos.

Por ejemplo, si me preguntaban cuanto era el resultado de 234 x 315, era capaz de hacerlo, aunque me demoraba bastante en contestar.

Pero si me planteaban -complemento el mismo ejemplo-, cuántas cajas de manzanas pueden cargar 315 camiones, si cada uno puede llevar 234 cajas, yo podía contestar que eran 73710, en apenas uno o dos segundos.

Y así, si agregaban que en cada caja venían exactamente 112 manzanas, yo volvía a tomarme uno o dos segundos en decir 8.255.520, y sonreír, mínimamente, por el logro.

De hecho, la mínima demora solía asociarse al proceso en el cual yo decidía si las manzanas -de nuevo en el mismo ejemplo-, eran verdes o rojas, y no en el tamaño o dificultad de las cifras referidas, en lo absoluto.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la situación fue volviéndose más compleja y comencé a demorarme más en cada cálculo.

Esto, ya que comenzaba a cuestionarme no solo por el posible color de las manzanas -o del elemento en específicos que incorporase el ejercicio-, sino por el tamaño, por aquellos a quienes iban destinadas, y hasta por los posibles gusanos que podría haber, en algunas de ellas.

De esta forma, supongo que la naturaleza eligió nivelarme con los otros, al menos en lo que respecta al tiempo que destinamos a realizar cálculos matemáticos.

Sinceramente y a pesar de todo, no sabría decir si esto fue una bendición o un castigo.  

miércoles, 4 de agosto de 2021

Un mail en blanco.


Tiempo después, ella me mandó un mail en blanco.

Cuando le pregunté por qué, me dijo que no le diera vueltas.

Que lo había hecho así pues no tenía nada qué decirme.

Eso me lo explicó por mail, ciertamente, luego que yo le contestara el suyo preguntándole qué significaba todo aquello.

Años atrás, por cierto, esta era una pregunta que iba de un lado a otro entre nosotros.

¿Qué quieres decir con eso?

¿Qué significa esa acción o ese silencio?

Y ya cerca del final, con mayor desesperación: ¿qué significa todo esto?

Recuerdo que al principio nos preocupábamos por explicarlo.

Éramos amables, elegíamos con cuidado nuestras palabras y hasta volvíamos al tema si era necesario.

Poco a poco, sin embargo, fuimos abandonando esta manía de explicar, y nos dijimos molestos uno al otro que todo se explicaba por sí solo.

Y que no había explicación posible luego de nuestras palabras, ni nuestros actos.

Extrañamente, si bien llegamos a esta “resolución” por no encontrar otras salidas, resultó ser una forma de actuar que nos permitió estar bastante bien, por algún tiempo.

Más silenciosos que de costumbre, digamos, pero a fin de cuentas nos permitió no discutir ni molestarnos mayormente, entre nosotros.

Así y todo -aunque no sabría, ni querría, explicar por qué-, nos distanciamos definitivamente poco después.

Eso hasta el mail en blanco y luego el mail con la renuncia a la explicación.

Y claro, me envió otros mails después, que ni siquiera elegí abrir, pues consideré que su contenido -de tenerlo-, iba a terminar significando nada en lo absoluto.

En el contenido de las cosas no está el significado, me dije entonces como si hubiese memorizado una lección.

Ni siquiera he intentado, comprender qué significa.

martes, 3 de agosto de 2021

Una palta con dos cuescos.


Me salió una palta con dos cuescos.

Igualito que un huevo con dos yemas.

O los tres corazones del pulpo.

Lamentablemente, a diferencia del huevo con dos yemas, los dos cuescos resultan una anomalía que resta contenido a la parte comestible del producto.

Por lo mismo, no supe si alegrarme o sentirme estafado con lo ocurrido.

Es decir, no supe en qué transformar mi sensación inicial de sorpresa.

Dejé entonces esas dos posibles sensaciones futuras a la espera de decidirme.

En estado de latencia, digamos.

Entonces, conté lo ocurrido con la palta a algunos conocidos, para asimilar lo correcto, a partir de su reacción.

Lamentablemente, ellos no tuvieron reacciones claras con esto.

No fueron “reacciones unánimes”, me refiero.

Uno de ellos, por ejemplo, pareció tomarlo como una señal positiva, probablemente de buena suerte.

Otro me compadeció, como si lo ocurrido hubiese sido un infortunio, o una malformación, de cierta forma.

El último, en tanto, me pidió pruebas de lo ocurrido, desconfiando de mis palabras.

Pero, ¿para qué iba yo -o alguien-, a inventar que le salió una palta con dos cuescos?

¿Para tratar de hablar de otra cosa sin mencionarla directamente?

¿Para intentar ser honesto tomando el camino más intrincado?

Pues no debiese yo responder esas preguntas.

Eso pienso, al menos, mientras sigo aquí, sin decidirme aún entre miss dos posibles respuestas.

Sensaciones que probablemente ya se endurecieron, en mi interior.

Justamente como dos cuescos, podría decir alguien perspicaz.

Alguien perspicaz que, ciertamente, no soy yo.

lunes, 2 de agosto de 2021

Eilif, el perdido.


Te lo encontrabas en las plazas, por aquel entonces. Sentado en una banca, generalmente. Con una expresión extraña, algo ausente, tal vez… como si esperase algo. Ya era bastante mayor en esos años y supongo que eso ayudaba a que uno lo mirase con respeto, y hasta nos atreviésemos a cruzar palabras con él, de vez en cuando. Fue así que supimos que se llamaba Eilif. O Eilif, el perdido, como le gustaba recalcar, sonriendo. No contaba detalles de su historia, pero de todas formas nos enteramos de algunas cosas. Todas dichas por él mismo, en todo caso, así que no pudimos nunca comprobar nada. Según él, por ejemplo, había nacido en Noruega y tenía ancestros vikingos. Estaba en Chile desde hacía al menos veinte años y decía que iba a morir pronto, peleando junto a un Dios. Esto último lo repetía bastante así que, con el tiempo, como no se cumplía su vaticinio, comenzamos a molestarlo sobre aquello. Siempre en un tono simpático y sin buscar hacerle daño, simplemente como algo que agregábamos al saludo, nada más. Le preguntábamos, por ejemplo, junto a qué dios iba a pelear, pero no respondía nada exacto. Solo decía que cualquiera le servía. Que esa era la forma correcta de morir, y no agregaba nada más. De todas formas, dejó de aparecer en las plazas hace unos años y, según me enteré por unos vecinos, murió de neumonía hace unos meses; aunque por temas de Covid apenas se supo, y no lo pudieron velar. Si antes de ello logró pelear junto a un dios, realmente no podemos saberlo. De esta misma forma, si murió o no de la manera correcta, será una incógnita más. Después de todo se trataba de Eilif, el perdido. Tal vez el dios al que iba a acompañar no supo encontrarlo, o él mismo, extraviado, no lo quiso buscar.

domingo, 1 de agosto de 2021

Como un mantra.


No hacemos lo correcto.

Nunca hacemos lo correcto.

Nunca haremos lo correcto.

Esos fueron desde un inicio, los tres principios fundamentales.

Una especie de compromiso que nos acostumbramos repetir como un mantra.

Sonaba mal, incluso, pero lo repetíamos de igual forma.

Al comenzar cada día, lo repetíamos.

Seriamente, como parte de un ritual.

Como la reducción final de una oración que no tenia ya a quien dirigirse.

No hacemos lo correcto.

Nunca hacemos lo correcto.

Nunca haremos lo correcto.

Una y otra vez, lo repetíamos.

Lo hacíamos propio, de esa forma.

Aunque los demás condenasen nuestras palabras.

Incluso así, elegíamos hacerlo.

Si lo pienso ahora, supongo que era hasta cierto punto, la manifestación de nuestras diferencias.

La manifestación basal de nuestras diferencias.

No hacemos lo correcto.

Nunca hacemos lo correcto.

Nunca haremos lo correcto.

Eso es lo que salía de nuestras bocas

Lo que flameaba, desde nosotros, como si fuesen banderas.

Aclaro, sin embargo, que no asumimos esa voz por rebeldía.

El rechazo simplemente se dio como una forma de ser honestos.

Y es que lo correcto, a fin de cuentas, entendimos que era algo que atentaba contra nosotros mismos.

Al final del camino, por ejemplo, morir era siempre lo correcto.

Nosotros, en cambio, preferimos evitar todo aquello.

Y fue así que aprendimos a gritar.

A gritar sin alzar la voz, digamos, pero gritar al fin y al cabo.

No hacemos lo correcto.

Nunca hacemos lo correcto.

Nunca haremos lo correcto.

Esa fue nuestra forma de gritar.

De recordarle al mundo (y a nosotros), quienes somos.

Cada mañana, les decía, como un mantra.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales