jueves, 5 de agosto de 2021

Sobre la naturaleza de mis cálculos.


Con los números me pasaba entonces algo extraño.

Era muy rápido en los cálculos, pero solo si los asociaba con elementos, hasta cierto punto, concretos.

Por ejemplo, si me preguntaban cuanto era el resultado de 234 x 315, era capaz de hacerlo, aunque me demoraba bastante en contestar.

Pero si me planteaban -complemento el mismo ejemplo-, cuántas cajas de manzanas pueden cargar 315 camiones, si cada uno puede llevar 234 cajas, yo podía contestar que eran 73710, en apenas uno o dos segundos.

Y así, si agregaban que en cada caja venían exactamente 112 manzanas, yo volvía a tomarme uno o dos segundos en decir 8.255.520, y sonreír, mínimamente, por el logro.

De hecho, la mínima demora solía asociarse al proceso en el cual yo decidía si las manzanas -de nuevo en el mismo ejemplo-, eran verdes o rojas, y no en el tamaño o dificultad de las cifras referidas, en lo absoluto.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la situación fue volviéndose más compleja y comencé a demorarme más en cada cálculo.

Esto, ya que comenzaba a cuestionarme no solo por el posible color de las manzanas -o del elemento en específicos que incorporase el ejercicio-, sino por el tamaño, por aquellos a quienes iban destinadas, y hasta por los posibles gusanos que podría haber, en algunas de ellas.

De esta forma, supongo que la naturaleza eligió nivelarme con los otros, al menos en lo que respecta al tiempo que destinamos a realizar cálculos matemáticos.

Sinceramente y a pesar de todo, no sabría decir si esto fue una bendición o un castigo.  

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