sábado, 30 de noviembre de 2019

Cuando volvió.


I.

Cuando volvió, años después, le preguntaron si valió la pena.

Él evadía responder, directamente, pero se veía alegre.

Sonreía a las cámaras y repetía que era bueno estar acá.

Mantuvo siempre esta postura, por meses, hasta que dejaron de preguntarle.


II.

Le faltaba una pierna, es cierto, pero eso le daba más estilo.

Usaba prótesis y un bastón que cambiaba a diario, para combinar con sus ropas.

A veces, observándolo, hasta te olvidabas que le había ocurrido algo especial.

El maquillaje en tv, por otro lado, no dejaba ver ninguna de sus llagas.


III.

Condujo desde entonces un exitoso programa de conversación.

Creo que duro seis o siete años.

Él mismo quiso el retiro, por supuesto.

Dijo que quería dedicar más tiempo a su familia y aplaudieron su decisión.


IV.

Su familia era en realidad su nueva familia.

La anterior la había perdido en el accidente, doce años atrás.

Él mismo, decían, había perdido su pierna intentando salvar a uno de sus hijos.

No lo logró, por supuesto, y el fuego consumió todo, lo que estaba en torno a él.


V.

No culpo al fuego ni a la chispa, dijo en su última entrevista.

Las cosas, o pasan por algo, o debemos crear ese algo, para dejarlas pasar.

Yo no comprendí hasta que tres hombres golpearon a mi puerta.

Esa es toda la historia, que les puedo contar.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Ropas a la lavandería.


Desde que separó llevaba sus ropas a la lavandería. Una vez a la semana, o tal vez dos. No tenía lavadora en su departamento y era algo que le acomodaba. No tuvo problemas hasta que la tienda estuvo cerrada por poco más de dos semanas y prácticamente se le acabó la ropa. Compró incluso algunas camisas para el trabajo y un poco más de ropa interior. Cuando ya llevaba un mes casi sin llevar su ropa y no le quedaba nada más, vio que la lavandería estaba abierta y llevó todo. Llenó un par de maletas, su mochila y tres bolsos, y fue a dejarlo a aquel lugar en tres viajes. Bromeó con los encargados quienes le dijeron que todo estaría listo para el otro día, al finalizar la tarde. Le explicaron que habían debido viajar por un problema familiar, pero que ya no pensaban cerrar en mucho tiempo. Incluso le dieron las gracias por haberlos esperado. En el departamento, esa noche, se sentía extraño. Había comprado ropa para ir a trabajar al día siguiente, pero no tenía nada más. Observó el lugar y sintió que nada ahí le pertenecía. Que tenía muy poco, digamos, y que estaba de paso. Intentó no pensar en aquello, pero luego cayó en cuenta que era cierto. Tal vez a todos los que se divorciaban les ocurría igual. Además, como ellos no habían tenido hijos, el vínculo parecía haber desaparecido totalmente. Y él se sentía entonces, profundamente lejano. Como esos objetos que el mar devuelve en una playa distinta en la que fueron perdidos. Se duchó y se acostó desnudo, esa noche. Había comprado un juego de sábanas nuevo y lo puso en su cama, antes de dormir. Al día siguiente, luego del trabajo, podía ir por sus ropas de siempre. Todo mejoraría desde ahí, supuso. Aunque por otro lado… si ocurría algo… si se perdían las ropas, por ejemplo, o la lavandería volvía a cerrar… Se angustió pensando en eso. Apenas durmió esa noche, de hecho, entre sus sábanas nuevas. Y es que le parecían ásperas. Falsas, incluso… como de utilería. Solo sirven para fingir que uno está dormido, se dijo. Cerró los ojos, entonces. Un par de horas después sonó la alarma, desde el celular.

jueves, 28 de noviembre de 2019

No me va a creer, profe.


Usted no me va a creer, profe, pero a la hora que salga llego atrasado. Ahora último hasta mi mamá me apura y me manda antes, pero igual no llego. Salgo a tomar la micro, después el metro. Camino rápido, incluso, entre una y otra cosa. Yo siento que voy rápido, pero algo debe pasar porque llego todos los días con el mismo atraso. A veces voy mirando la hora, para saber que voy bien, pero al final, cuando llego al colegio, siempre se me ha hecho tarde. Como si cuando no mirara la hora, el tiempo pasara más rápido y me hiciera trampa. Sé que no puede ser, pero yo creo que igual me pasa, al menos un poco. Si quiere estos días me voy a ir sacando fotos con el celular para demostrarle dónde voy y a qué hora, y usted se va a dar cuenta que no puedo. Que algo no me deja y que no es mi culpa, en el fondo. O sea… a veces me distraigo un poco… Puede que caminé a ratos un poco más lento o que me fije en alguna cosa o algo así, pero nunca es de gusto y además sigo avanzando para llegar acá. Yo creo que me pasa un poco como es del que hablaba en la clase el otro día y que yo creo que tampoco fue culpa suya el llegar tarde y eso que fueron como veinte años… Ese que volvía de la guerra y que la esposa lo esperaba… ¿Se acuerda que ni lo retaron…? Y eso que fueron veinte años… Yo llego veinte minutos después no más y no me creen… ¿Qué me dice? ¿Puedo pasar, entonces?

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Con una lupa.


Le gustaba encender cosas jugando al sol, con una lupa. Hojas de árbol, en un inicio. Luego trozos de papel. Más adelante fotografías. Había encontrado un montón de ellas, en unos álbumes que su madre guardaba en la parte baja de un clóset, debajo de las toallas. Los sacaba a escondidas en cuanto ella se iba al trabajo y él quedaba solo, durante el verano. Mirándolas, descubrió que él mismo aparecía en muchas, sobre todo cuando bebé. Descubrió también gente extraña en las fotos. De hecho, solo reconoció a la abuela, entre ellas, y a su madre, que se reía en varias de las imágenes, lo cuál le resultó extraño, y hasta incómodo. A pesar de aquello no fue la risa de su madre lo primero que quemó, bajo la lupa, sino que comenzó por los rostros de los extraños, que se decoloraron en un inicio hasta que las fotos se contraían en esos puntos y comenzaban a quemarse, aunque casi nunca arrojando verdaderas llamas. Fue dañando así varias fotos. Pensó en retirarlas, entonces, para no ser descubierto, pero finalmente terminó dañándolas cada vez más. Fue seleccionándolas, de hecho, separando aquellas que, según él, no merecían ser quemadas. Finalmente, sin embargo, terminó por quemar todas. Tomó entonces los álbumes vacíos y las imágenes dañadas y las metió en una bolsa que fue a botar a un basurero que había en una plaza cercana. Se arrepintió durante esa misma noche, por lo que fue a recuperarlas al otro día, pero ya no estaban. Tal vez como castigo se provocó a sí mismo quemaduras en un brazo. Se dejó unas cuantas marcas, que quedaron marcadas como puntos pequeños. Una pequeña constelación de quemaduras en el antebrazo de su brazo izquierdo. Pasó entonces el tiempo y él creció. Las marcas permanecieron. Nunca nadie le preguntó por ellas.

martes, 26 de noviembre de 2019

Lo mismo, pero en serio.


I.

Ahora quiero lo mismo, me dijo, pero en serio.

Yo no entendía de qué hablaba ni quería entenderlo, tampoco.

Estábamos sentados, bebiendo, y habíamos estado hablando de una serie de cosas que prefiero no recordar.

Entonces fue que ella dijo aquella frase y yo esquivé su mirada y bebí de golpe la quinta cerveza.

No es una opción, agregó. Tú sabes que no es eso.


II.

A veces ella era sí.

Generalmente cuando se emborrachaba y se hacía de noche.

Podría decirse que cambiaba su actitud y apretaba un freno.

Entonces exigía cosas.

Cosas para uno, en todo caso.

Supuestamente para el bien de uno.


III.

Solíamos juntarnos al menos una vez, cada año.

De pronto quedábamos y ella me contaba sobre lo que había hecho.

Bebíamos un poco y entonces yo, por el contrario, le contaba sobre lo que no había hecho.

Año por medio terminábamos en la cama y nos arrepentíamos después.

En su casa guardaba todavía una novela corta que yo había escrito a los 18, y de la que no tenía copia.

De eso hablábamos la última noche.


IV.

Pensé que bromeaba, pero resultó ser cierto.

Antes de juntarse conmigo, esa tarde, había quemado mi novela.

Según ella me haría bien saber que ya no existía.

Era buena, me dijo, pero en ese entonces no sabías de qué hablabas.

Ahora quiero lo mismo, pero en serio.


V.

Pensé en decirle que se equivocaba.

Que solo en ese entonces sabía yo de qué hablaba.

Pero tal vez no era cierto.

Nos fuimos a su casa después de la sexta cerveza y me mostró las cenizas.

Había quemado la novela en el interior de una olla vieja.

Mientras la observaba, pensé que yo también estaba viejo.


VI.

Terminamos en la cama esa vez, pero fue distinto.

Yo estaba en otro sitio y ella tal vez ni siquiera estaba.

Por la mañana desayunamos juntos y ella me propuso presentarme un editor.

Un tipo que había trabajado en la revista del diario donde ella publicaba unas notas.

Le dije que sí, pero ambos sabíamos que no terminaría haciéndolo.

Finalmente, nos despedimos, como si fuésemos a volver a vernos.

Ambos sabíamos, sin embargo, que no era cierto.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Ella bailaba frente al espejo.


Ella bailaba frente al espejo antes de dormir. No recuerda cómo adquirió esa costumbre, pero lo hizo así por varios años. Sin música real, pues en la casa podían escucharla y no habría sabido explicar la situación. Ella bailaba simplemente, imaginando algún ritmo. No hacía coreografías ni imitaba pasos. De hecho, el espejo frente al que bailaba, era bastante pequeño y solo reflejaba su rostro y la parte alta de su cuerpo. Entonces ella bailaba frente a él simplemente porque debía mirar hacia algún sitio. Y mirarse mientras bailaba era la mejor forma de saber que efectivamente estaba bailando. No existían más razones, según ella. Tampoco eran necesarias. Por eso se quedó en silencio cuando un día su madre comenzó a preguntarle sobre aquello. La había visto desde el patio, por la ventana que daba a su cuarto, ya que las cortinas estaban un poco corridas. Intrigada, volvió a observarla otras noches comprobando que aquello era algo cotidiano. Y claro, fue entonces que comenzó a preguntarle a su hija sobre esos movimientos. No lo llamaba bailar, por cierto. La madre escogía hablar de movimientos mientras su hija no respondía y se quedaba mirándole, simplemente, en silencio. Hablándole tal vez, pero sin palabras reales, por lo que no podríamos explicar aquí qué es lo que la niña le decía. Días después dejó de bailar. Mientras estaba frente al espejo comprendió que aquello podía ser absurdo y dejó de hacerlo. Ya acostada, pensó que tal vez podía bailar, aunque sin movimientos reales, incluso desde la cama. Lo hizo así por un tiempo. Unas semanas, nada más. Luego dejó de hacerlo.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Se le escapaban las cosas de las manos.


Antes no, pero ahora sí. Se le escapaban las cosas de las manos. Una a una iban cayendo en los momentos más inoportunos. Al principio pensó en descuidos, pero luego comenzó a preocuparse. Una amiga le recomendó observar las cosas que llevaba. Le contó que a ella le había ocurrido por un tiempo y que ese truco la había salvado. Mirarlas todo el tiempo mientras las cargaba, como si las sujetase con la vista. Lo hizo entonces por un tiempo, pero tampoco funcionó. Solo logró ver detenidamente cómo las cosas se le escapaban de las manos y terminaban en el piso. Como si tuvieran vida propia, pensaba. Como si entre ellas y sus manos existiera una especie de rechazo mutuo. Fue entonces al doctor. A varios doctores, en realidad. Tras una serie de exámenes descartaron algo físico. Luego lo derivaron a otros especialistas. Debes descubrir en qué piensas cuando se te escapan las cosas, le dijeron los pocos que coincidieron en algo. Se esforzó entonces por hacerlo, pero no pudo. O más bien, no descubrió nada especial en sus pensamientos. Por lo mismo, comenzó simplemente a no cargar cosas. Pensó que sería muy difícil vivir de esa forma, pero de a poco comprendió que no lo era en lo absoluto. De hecho, le resultó agradable. No es que nunca cargase nada, pero solo lo hacía cuando era absolutamente indispensable. De vez en vez caía algo, pero casi siempre se trataba de algo que, si lo pensaba, no era tan indispensable como había creído en un inicio. Antes no, pero ahora sí, me dijo, cuando me contó lo sucedido. Y me habló entonces de lo que acabo de contarles.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Trenzas.


Usaba trenzas. Dos trenzas. Una a cada lado de la cabeza como en las caricaturas de las niñas de antaño. Se las hacía su abuela antes de enviarla al colegio. Sus compañeras nunca habían dicho nada malo hasta ese último año, cuando una de sus amigas le lanzó una broma y desde entonces ella comenzó a fijarse que era la única con ese peinado y pensó en decírselo a su abuela, porque quería cambiar. También culpó a las trenzas de no llamar la atención de los chicos, con quienes no hablaba mayormente, a pesar de que a veces se quedaban en grupo en una plaza cerca del colegio, antes de volver a casa. Dos de sus compañeras, además, ya tenían novio, y durante el último año, en el colegio, habían tenido unas charlas sobre cuidados y recomendaciones ahora que ya podían, eventualmente, llegar a ser mamás. Fue entonces que, un día, antes de ir al colegio, fue a casa de una compañera quien le ayudó a desarmar las trenzas y amarrar de una forma más sencilla el pelo, que parecía ahora bastante más largo y ondulado. De regreso a casa se escondió de su abuela y solo al día siguiente, muy temprano, le pidió que no le hiciera trenzas. Nunca más, le dijo. La abuela se quedó en silencio mientras desenredaba el pelo. Luego le preguntó si lo que quería era que le cortaran el pelo de forma diferente o simplemente un peinado distinto. Acordaron entonces un peinado distinto hasta el fin de semana, cuando irían a la peluquería, aunque todavía no tenía claro qué tipo de corte deseaba.  Además, así podrían darle una sorpresa a su madre cuando la viera la próxima semana, en alguna de sus visitas. ¿Cómo quieres entonces el peinado?, le preguntó la abuela, finalmente. Yo me lo hago, no te preocupes, le contestó la niña. La abuela notó que tenía un tono distinto en su voz, pero no quiso interpretarlo ni darle más vueltas al asunto. Sin saber qué hacer, se quedó mirando a su nieta un último instante. Luego, fue que ocurrió aquello que ya saben y que apareció en las noticias esta mañana. Por un par de trenzas, simplemente. Quién lo hubiera dicho.

viernes, 22 de noviembre de 2019

¿Cuál árbol?


-Ni yo mismo sé hasta qué punto me lo invento, pero podría jurar, en este momento, que ese árbol no estaba ahí.

-¿Cuál árbol?

-Ese…

-¿El que está ahí…?

-Sí. Ese.

-Pues no sé… yo creo que es absurdo, tal vez no te fijaste en él por un tiempo y de pronto creció…

-Los árboles no crecen así, de improviso.

-Me refería a que tal vez lo viste en otoño… con menos hojas… ya sabes… entonces llega la primavera, se llena de ramas nuevas, le salen más hojas, crece mínimamente y empiezas a fijarte…

-Hmm… puede ser…

-Claro que puede ser. Es lógico, al menos. Como con la chica a la que de pronto le crecen las tetas y comienza a llamar la atención…

-¿Qué chica…?

-Ninguna en especial… era un ejemplo, ya sabes…

-Siempre das ejemplos con tetas. Si los árboles tuvieran tetas de seguro vivirías en el bosque…

-Lo contrario, yo creo... Si vives en el bosque dejas de ver los árboles.

-Pues a mí me pasa al revés, he comenzado a verlos.

-Pero tú no vives en el bosque.

-Por eso es al revés. Y además solo he comenzado a ver uno.

-No eres lógico.

-No quiero serlo.

-¿Y entonces?

-Entonces nada… solo decía que ese árbol no estaba antes ahí.

-¿Cuál árbol?

jueves, 21 de noviembre de 2019

La cabra.


Cuando la abuela murió, la cabra que tenía se metió a su casa y se comió las cosas. No todas, por supuesto, pero muchas cosas. Trozos de unas sillas, la alfombra del comedor, gran parte de las cortinas y hasta el colchón de la cama. Y es que ya habían pasado cinco semanas desde la muerte de la abuela hasta que descubrieron que el animal había logrado entrar a la casa y comer todo lo que encontró a su paso. Incluso había llegado a mordisquear a la propia abuela, pero prefiero no hablar de aquel asunto.

Quien descubrió a la abuela fue una mujer llamada Elsa, quien iba una vez al mes a ofrecer lanas, mermeladas, huevos y otras cosas a las casas que estaban en esa zona. Se metió a la casa tras llamar varias veces y sospechar que algo había ocurrido, pues podían verse los daños ocasionados por la cabra y sentir aún un fuerte hedor que venía desde el interior. A pesar de todo, no se sorprendió demasiado al encontrarla tendida en el piso de la cocina, y su sobresalto ocurrió debido a la aparición inesperada de la cabra, que pasó rápidamente por su lado, aprovechando de salir de casa, alejándose rápidamente.

Los policías del lugar recogieron esa misma tarde la declaración de Elsa y preguntaron también otros testimonios, quienes se limitaron a decir que no veían a la abuela desde hacía bastante tiempo, aunque no les parecía extraño, pues prácticamente no salía de su casa. Al día siguiente llegó gente de la ciudad para recoger y estudiar el cuerpo y luego revisaron las cosas rotas de la casa, poniendo en duda -por la magnitud de la destrucción-, que una sola cabra hubiese podido causar aquello.

Varios días estuvo la policía buscando a aquella cabra, pues era el elemento restante del puzle, como habían dicho en la radio, al hablar de lo sucedido. Tengo entendido, sin embargo, que no la encontraron. Por otro lado, como la abuela nunca tuvo hijos fue el municipio quien se quedó con su casa, aunque aún no han hecho nada en el lugar. Yo, desde donde vivo, veo que se enciende luz en la casa de la abuela, durante las noches, pero no me pregunto por qué.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Un cuadro con una vaca.


Ella llevaba dos meses pintando un cuadro con una vaca. No un cuadro de campo, en todo caso, sino una pintura un tanto abstracta, donde lo único distinguible era el rostro de una vaca que miraba directamente al espectador. Cerca del rostro, sin embargo, una serie de otras manchas y líneas aparecían sin producir -al menos en mí-, ninguna sensación de armonía. De hecho, todo lo que no era el rostro de la vaca, me desagradaba profundamente, pues me parecía estar ahí sin una razón definida, solo por estar, digamos… para no dar, tal vez, el cuadro por terminado.

-Entonces lo que te gusta es la vaca -dijo ella, luego que intentara explicar mi impresión.

-No… no es eso -dije-. O sea, el rostro de la vaca, no sé, es raro… no me explico por qué está ahí, pero de cierta forma está bien… no me lo explico, pero está bien… aunque no podría decir que me gusta…

-¿Y el resto?

-El resto me es derechamente desagradable -le dije-. Más allá de no entender qué hacen ahí esas líneas o manchas… no entiendo el por qué de esos colores… además no sé hasta cuándo van a seguir apareciendo… ya hasta se ha manchado parte de la vaca…

-¿Temes que oculte a la vaca? ¿No quieres dejar de ver lo único que comprendes? -preguntó.

-No es tan fácil -le dije, algo incómodo-. Tal vez me molestas tú, en el fondo… como si quisieras ponerme a prueba mientras pintas el cuadro… Me refiero a que solo avanzas cuando estoy acá… cuando me quedo, por ejemplo… Y no sé hasta cuando vas a seguir metiendo esas manchas en ese cuadro… De hecho, no sé para qué lo haces…

-¿Y quieres saber? -me preguntó.

-Eh… pues no sé -dije sinceramente-, si la respuesta es algo grave o supuestamente trascendente o que involucra algo más que el propio cuadro, prefiero no saber...

-Entonces no sepas -me dijo, sonriendo.

Sonreí también al verla sonreír, como por reflejo, pero lo cierto el cuadro, tras ella, seguía molestándome.

No volvimos a vernos luego de ese día.

Extrañamente, a veces recuerdo de forma perfecta, el rostro de esa vaca.

martes, 19 de noviembre de 2019

El joven Hegel.


No me gusta especialmente ni me manejo mucho en su obra, pero igualmente soñé con Hegel. En primera instancia pensaba que se trataba de un niño, pero luego, al acercarme, comprendía que ya era joven. Recién salido de la adolescencia, prácticamente, todavía con alguna espinilla en el rostro, pero con una actitud seria y adulta, lo encontré caminando en un parque, a media tarde, mirando sus pies -me pareció-, mientras caminaba lentamente sobre la gravilla.

Ya oscurecía cuando comenzamos a hablar. Ni siquiera recuerdo a raíz de qué. Yo comentaba algo sobre un pájaro que estaba en un árbol y él, sin siquiera mirarlo, me confesó que llevaba toda la tarde pensando sobre la órbita de los planetas.

-¿Te gusta la astronomía? -pregunté.

Pero él no me respondió. O no directamente al menos.

-Ya no está el pájaro en el árbol -me dijo, luego de un momento.

Yo miré hacia el árbol donde antes lo había visto y comprobé que era cierto.

-Ahora está cerca del basurero -agregó-, el que está a tu derecha, en el borde de la plaza.

Miré hacia aquel lugar y vi que el pájaro caminaba junto al basurero, buscando comida -supongo-, en el suelo.

-No es un orden perfecto -continuó-, pero de cierta forma es una órbita. Todos los elementos naturales tienen una.

-¿Aprendes eso mirando los planetas? -pregunté.

-No miro mucho los planetas -me dijo-. No necesitas mirarlas ni calcularlas, sino pensarlas. Ves las cosas en un sitio y luego en otro y en medio todo es lógica. Si es correcta sabrás luego lo que sigue.

-Ya -dije yo.

-El pájaro -siguió-, en pocos segundos más va a volar nuevamente hacia el árbol, y poco después sobre la muralla blanca, de la casa que está en esa esquina.

Yo no dije nada, pero busqué al pájaro, para comprobar su teoría. Él apenas levantaba la vista y no parecía estar interesado en comprobarla.

Entonces, asombrado, vi que el pájaro se posó sobre el árbol, y poco después, volando sobre nosotros, parecía dirigirse en dirección a la muralla.

Al volar sobre el joven Hegel, sin embargo, el pájaro defecó y terminó ensuciando la cabeza del futuro filósofo, que seguía mirando el suelo.

-Te cagó el pájaro -le dije.

-¿Cuál pájaro? -contestó.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Él llegó en moto.


Él llegó en moto. Ella escuchó el motor y calculó el momento en que llamaría a la puerta. Todo ocurrió en los tiempos correctos. Entonces él golpeó la puerta y ella abrió. Saludó y entró a la casa igual que siempre, pero ella percibió algo extraño. Mientras lo observaba, se dio cuenta que él no se quitaba todavía el casco. De hecho, parecía forcejear intentando sacárselo, mientras explicaba que se había trabado una correa. Ella se ofreció a ayudar, pero él se negó de inmediato. Parecía molesto por la situación así que ella no insistió. Él fue hasta el baño y ella lo vio intentar cortar la correa con unas tijeras. Tras intentarlo varias veces, sin conseguirlo, él arrojó las tijeras al piso. Ella se acercó y pensó en recogerlas, pero entonces notó que él se había hecho un corte en el cuello, al intentar cortar la correa. No pudo contener una pequeña exclamación y él pareció molestarse más. Es solo un corte, dijo él, bruscamente. No es muy profundo. Ella asintió, pero veía salir bastante sangre así que le dijo que se sentara e intentó, con una toalla, limpiar la herida y detener la sangre. No es un corte tan pequeño, comentó ella. Sangra bastante. Él no contestó y se limitaba a echar hacia atrás su cabeza, para que ella limpiara la herida. Todavía tenía el casco puesto así que le era molesto realizar el movimiento. Ella, en tanto, miraba en el espejo la escena que formaban. Se sintió incluso como parte de una imagen de ciencia ficción, en la que intentaba arreglar un robot que había sufrido un desperfecto. Voy a aprovechar de poner alcohol, le dijo ella, para que no se infecte la herida. Él no contestó, pero mantuvo su cabeza en el mismo ángulo así que parecía aceptar la idea. Ella entonces se acercó con el alcohol y le desinfectó el corte. No le he visto el rostro, pensó ella. Desde que llegó está escondido bajo el casco y bien podría ser otro, se dijo. Justo entonces, mientras ella comenzaba a dudar de aquello que ocurría, él se quejó en voz alta. No sé qué hacer, se dijo. No sé que hacer con todo esto, repitió.

domingo, 17 de noviembre de 2019

No querer hablarlo.


Por respeto, principalmente, no he querido hablarlo. Porque me repugna y me da asco emplear palabras para algo tan sucio. Porque no sirve opinar entre los que pensamos lo mismo, y nos indigna lo que ocurre. Porque a pesar de todo se siguen riendo en nuestra cara. Porque me ahoga la rabia y me contengo. Porque creo que aún hay demasiada tibieza incluso entre los que se creen en llamas. Porque me duele mirar a los otros. Porque paso el día con los puños apretados. Porque no sabemos donde están nuestras raíces. Porque esto todavía no es el verdadero estallido. Porque más fuego es necesario. Porque más honestidad es necesaria. No quiero hablarlo, acá, por respeto a la verdad. A esa verdad que no poseo. Por respeto a esa verdad que necesito. Tengo asco, rabia y dolor y no quiero transformarlo en otra cosa. Quiero que se incube en mi todo aquello y dé a luz algo verdadero. Mientras, sin embargo, me avergüenza ocuparme de mis cosas. Me avergüenza regar mis plantas. Me avergüenza escribir acá, incluso, y disfrazar mi discurso. Volverme tibio justamente por evadir la tibieza. Todo esto me avergüenza. Me repugna. Me duele. Me silencia.

Una mosca zumba y se golpea contra las paredes mientras escribo, y yo no sé qué mierda significa.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Eastwood.


Desde joven, muchos le decían que se parecía a Clint Eastwood. Y es que coincidió su juventud con la etapa en que la figura del actor fue más reconocida, asociada sobre todo a los westerns que se daban en cine y televisión en aquella época. Por lo mismo -aunque sin ser de esa forma en un inicio-, adoptó esa postura recia y algo indolente de algunos de esos personajes. Su modo de caminar, el corte de pelo y hasta la forma en que observaba a los otros, cuando era necesario. Esto le ayudó a tener un gran éxito con las chicas, en aquel entonces, aunque también lo llevó a pelear con algunos que querían enfrentarlo y demostrar que no era digno de esa comparación. Perdió casi todas esas peleas, ciertamente, e incluso resultó herido de gravedad en una de ellas. Aquella vez, recibió un profundo corte en un brazo, que lo hizo sangrar abundantemente y lo llevó a temer por su vida, pues no fue hasta el día siguiente cuando lo llevaron al hospital, totalmente desvanecido y con una infección que lo llevó a estar ingresado durante poco más de dos semanas. En el hospital conoció a una enfermera, quien también comentó su parecido, y con quien comenzó a salir poco después de recuperarse de aquella herida. La relación entonces se hizo más seria -ella misma le consiguió un empleo como electricista en el hospital en que trabajaba-, y terminaron por casarse un año después, en una pequeña iglesia cercana a la casa donde se había criado la muchacha.  Pasaron luego tres años sin que pudiesen tener hijos -ella perdió dos antes de llegar al tercer mes de embarazo-, y poco después anularon su matrimonio, sin grandes discusiones de por medio. Él siguió trabajando en el hospital y ella dejó de hacerlo tras casarse con un doctor que habría conocido, poco antes. Él, en tanto, siguió pareciéndose a Clint Eastwood, pero su postura más convencional y su mirada más tranquila no facilitaba que reconocieran la similitud. Además, el actor ya no estaba tan de moda y sus películas habían dejado de darse, al menos en los últimos años. Fue por entonces que, una mañana, mientras se afeitaba frente al espejo, el hombre que se parecía a Clint Eastwood se preguntó quién sería ahora él, y qué debía hacer para cargar a solas su rostro y darle un significado propio. No se lo preguntó con esas palabras, claro, pero es más o menos lo que pensaba. Siguió mirándose de esa forma algunos segundos, hasta que se hizo un pequeño corte con la máquina de afeitar. Un pequeño primer corte, diré mejor, para precisar. Justo en ese instante, por cierto, comenzó su historia.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Sacando el agua.


Que yo sepa no ha llovido, pero igualmente se desbordó el río.

Ocurrió de improviso, en la noche, sin que nadie lo advirtiera.

Entonces el agua llegó hasta las casas y entró a ellas dañando algunas cosas.

En las noticias informan brevemente de los daños, pero no explican el fenómeno.

Solo repiten aquello que sabemos: que estas casas se construyeron en el cauce original y etc.

En lo personal no tuve daños de importancia, pues la mayoría de los libros están en el segundo piso.

Hay cortes de luz, por supuesto, y creo que se dañó el refrigerador, pero no me preocupa demasiado.

Simplemente tengo que sacar el agua desde casa, como mis demás vecinos.

No conviene hacerse más preguntas.

Varios han llevado algunas cosas, para intentar secarlas.

Yo aprovecho de limpiar un poco, mientras saco el agua.

Desde la municipalidad nos traen unas especies de escobillones de base plana, para arrastrar una mayor cantidad de líquido.

En la esquina, cerca de una plaza, el alcalde conversa con un par de periodistas, mientras un camarógrafo filma con algo de desgano.

Nosotros, en tanto, seguimos sacando el agua, desde nuestras casas.

Ninguno de nosotros sabe, ciertamente, hacia dónde arrojamos esa agua.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Hoy fue un día soleado.


I.

Jacobo es bobo, me digo.

Lo observo, por lo mismo, sin escucharlo.

De vez en cuando se ríe y hasta hace pequeñas muecas.

Es ridículo, ciertamente, pero no me enojo.

O no me enojo con él, directamente.

Después de todo Jacobo es bobo, vuelvo a decirme.

Luego, simplemente, cambio el canal.


II.

También ahí me encuentro a Jacobo.

Y luego en otro.

No lo reconocí en un inicio, pero luego estuve atento a los detalles.

Bigotes falsos, movimientos exagerados, extraños peinados y trucos de maquillaje.

Hasta sus muecas parecían distintas, a simple vista.

¡Pero si es Jacobo…!, grité, sorprendido.

Igualito que en Emaús, me di cuenta tarde.


III.

De pequeño me reía, con Jacobo.

Tal vez por eso no logro enojarme.

No con él, aclaro, pues el enojo existe y hasta la rabia.

A veces incluso no me deja dormir, como esta noche.

Cuando por fin consigo hacerlo sueño cosas extrañas.

Jacobo no es bobo, en mi sueño.

Jacobo es lobo.


IV.

Antes pensaba de otra forma.

Pero hoy creo que hay distintas formas de ser honesto.

No con uno mismo, por supuesto, sino con los demás.

Y la verdad arrojada demasiado pronto no sobrevive fuera de nosotros.

En mi sueño, por ejemplo, sostengo a Jacobo de un tobillo y le arranco la piel para saber qué es.

Tras hacerlo, solo encuentro sangre, músculos y grasa como en cualquiera de nosotros.

Entonces suena un aullido y despierto con las manos empuñadas.

Hoy fue un día soleado, me digo, con una voz nueva.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Compró un sombrero.


Compró un sombrero. Lo vio en una tienda, por casualidad, y lo compró. Antes nunca había usado, pero este le llamó la atención y lo pagó sin pensarlo demasiado. Se lo entregaron en una caja especial, que estaba diseñada para ser llevada como maletín, pues ya no entregaban bolsas. No describiré el sombrero porque eso no es importante y quitaría tiempo. Tampoco cuánto dinero costó, aunque se trataba sin duda de una cifra elevada. Ya en casa se sentó un momento a observar su compra. Lo sacó de la caja y lo puso sobre su cama, con cuidado. Lo observó con atención, aunque no sabía bien qué buscaba. Me refiero a que no era por simple admiración o placer estético que observaba el sombrero, sino que parecía buscar dónde estaba la razón que había impulsado la compra. Es decir, cuál era el detalle que había hecho surgir el deseo de llevarlo a casa. Sin embargo, tras varios minutos de búsqueda, no encontró aquel detalle y concluyó, sorprendentemente, que aquello que lo había llevado a comprar el sombrero estaba en realidad fuera del sombrero, aunque no logró determinar dónde. Tras esto, volvió a guardar el sombrero en la caja y, mientras lo guardaba, comenzó a mirar también otras cosas que estaban en su casa, preguntándose por qué eran justamente esas cosas -y no otras-, las que estaban ahí.  No haré listas ni describiré en detalle aquellas cosas que miró, porque no son importantes y quitaría tiempo, pero haré énfasis en la sensación de extrañeza que renacía cada vez que miraba su entorno. Esa misma noche, habló por teléfono con un amigo a quién intentó explicárselo, pero el amigo no pareció entender y le pidió en cambio que le enviara una foto del sombrero. No diré aquí, sin embargo, si aquella foto fue o no enviada, pues no es importante y quitaría tiempo, por lo que concluiré señalando que, tras dudar incluso del vínculo que lo unía a su amigo, el sujeto que había comprado el sombrero se preparó para acostarse y comenzar, en unas horas más, un nuevo día. No creo pertinente agregar nada más al respecto.

martes, 12 de noviembre de 2019

Papas.


Por la calle en que vivo pasa un hombre en una camioneta vendiendo verduras. Pasa por lo menos tres veces a la semana y suele detenerse frente a mi casa, hasta donde vienen a comprar otros vecinos. Al menos dos de cada tres veces se acerca a la camioneta un vecino que apenas conocemos, pues no suele hablar con nadie. Es un hombre ya mayor, de al menos setenta o setenta y cinco años que vive solo, y que siempre compra papas. Por lo general compra cinco kilos que pide se los dividan en dos bolsas, para llevarlas sin problemas hasta su casa. Nunca lo he visto comprar nada más. Tampoco me he encontrado con él en almacenes cercanos. Aparentemente no tiene problemas económicos -quienes lo conocen desde hace años cuentan que tenía un cargo importante en un laboratorio-, y recibe la visita de una hija aproximadamente una vez al mes. Por lo mismo, solo nos tomamos a risa su costumbre, y bromeamos un poco sobre el asunto mientras lo vemos invariablemente llevar las papas hasta su casa. En lo personal, me intrigó bastante el asunto por lo que quise averiguar algo más sobre aquello. Sin embargo, debo reconocer que no las apila ni las entierra, ni tampoco es posible suponer algo distinto a que simplemente se las coma, por lo que incluso escribir un texto mínimo sobre él, puede parecer algo carente de sentido y real significado. Por otro lado, no faltará quien piense que tras la compra anodina de papas -o incluso tras este mismo texto-, existan intenciones distintas; un significado oculto que está destinado a un espectador/lector específico, como una señal que impulsará luego otra acción, un poco menos anodina, hasta que la posible verdadera acción, sea realizada. No niego ni confirmo nada, por supuesto. En cambio, comento que hoy pasa nuevamente el hombre de la camioneta. Veremos si todo sigue ocurriendo de la misma forma, a pesar de todo.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Una corona al César.


Marco Antonio le ofrece una corona al César.

Tres veces se la ofrece, poniéndola en sus manos.

César la regresa, amablemente, en tres ocasiones.

Hay gente viendo esa escena.

Todos gritan y lo alaban.

Luego de cada rechazo, lo vitorean nuevamente.

César, según un testigo, la rechaza cada vez de manera más suave.

Otros, que estaban más cerca, señalan que hasta con tristeza.

Como si en realidad estuviese rechazando otra cosa.

Renunciando a otra cosa, más bien.

Sin duda su actitud es extraña.

No es cansancio, necesariamente, pero se trata de una sensación cercana.

El deseo de no llevarse puesto, tal vez, aunque fuese un momento.

Marco Antonio lo observa.

Tal vez sea consciente que, de seguir insistiendo, César deberá aceptar finalmente, esa corona.

Pero deja de insistir luego del tercer intento.

La corona cuelga de una de sus manos mientras observa al César.

César cuelga de sí mismo, mientras lo mira a los ojos.

La gente parece esperar una señal y se confunden un poco, sin saber cuándo volver a vitorear.

Pero la señal no llega, por supuesto.

La situación parece no avanzar, como si la historia misma se hubiese detenido en ese instante.

Una obra en la que todos olvidaron el guion, tal vez.

O una en la que posiblemente quisieron olvidarlo.

Si fuese un cuadro, podría titularse Ahorrémonos el asco de la historia.

Todos sabemos, sin embargo, cómo sigue.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Ropa sucia.


Dejó a un costado la ropa sucia. En un rincón, más bien, para que no se le mezclara con la limpia mientras se ocupaba del lavado. Pasaron sin embargo demasiados días sin que tuviese el tiempo necesario y el montón de ropa fue subiendo. Luego, un domingo en que se prometió lavar, descubrió que la máquina no funcionaba. Perdió varias horas intentando arreglarla y finalmente terminó aquel día sin lograrlo. Fue esa misma noche en que se decidió a dividir el montón de ropa sucia. Lo hizo principalmente en dos montones: la ropa sucia y la no tan sucia. Había varias prendas después de todo que aún podían usarse hasta solucionar aquel asunto. Así y todo, sabía que debía contar con ropa limpia. De vuelta del trabajo, esa semana, pasó a comprar un poco de ropa para salir de apuro. Compró pocas cosas, pero al menos le sirvieron para sentirse mejor, luego de la ducha, que seguía realizando, invariablemente, dos veces al día. En tanto, se sorprendía al ver la cantidad de ropa sucia que tenía y que ahora ya se dividía en tres montones. Muy sucia, sucia y no tan sucia. Botó unas cuantas prendas de las que estaban muy sucias para despejar un poco. Por otro lado, pensó en llevar a la lavandería que estaba cerca del trabajo, pero solo cargó unas pocas cosas, para que no le preguntasen nada. Días después, desde el trabajo, compró por internet una nueva máquina. Había notado que algunos compañeros hacían comentarios y pensó que su situación se volvía peligrosa. Aún estaba a tiempo, se dijo, pero de pronto dejas pasar un par de días más y luego no hay retorno. Se encerró en casa esa noche y decidió no ir al trabajo hasta que instalaran la nueva máquina y lavase algunas cosas. Llamó diciendo que no se sentía bien y pidió excusas por un par de días que luego se sumaron al fin de semana, que fue justamente cuando instalaron la máquina y comenzó a lavar. Fue solo una pequeña carga, pero lo sintió inmediatamente como un gran alivio. Como si hubiese dado un paso atrás desde el borde de un precipicio. Entonces calculó que en poco más de una semana todo podía volver a la normalidad. Diez días máximo, se fijó, como meta. Apenas pudo dormir aquella noche. Y es que todo era muy frágil, todavía, a fin de cuentas. Antes de levantarse, esa mañana, descubrió que si apoyaba la mano en su pecho -y cerraba los ojos-, podía escuchar su corazón.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Cómo explicarlo.


No sé cómo explicarlo. No comprendía bien las cosas. A veces te contaba una serie de acciones inconexas y luego te pedía alguna opinión. Un consejo. Por lo general, ni siquiera entendía de qué se trataba así que no sabía nunca qué decirle. Además, no me sentía capacitado para dar consejos. No creo en esas cosas. Ser honesto, tal vez, en lo que uno hace. Aunque no sé muy bien qué es lo que eso significa. Me reclamaba entonces porque yo nunca le decía nada. Nada concreto, por supuesto, pues algo le decía. Lo peor es que pasado un tiempo volvías a encontrarlo y ahora parecía también culparte por sus malas decisiones. Una vez llegó en moto. Yo pensé que quería mostrarme su nuevo vehículo, pero lo noté molesto. Bajó y se dirigió directo hacia donde yo estaba y comenzó de nuevo a lanzar informaciones inconexas, como si fueran acusaciones. Por lo que entendí estaba molesto por haberse comprado la moto. Sentía que había sido un error, al parecer. Yo intenté hacer un resumen, pero no estaba seguro de haber comprendido bien: se compró una moto porque quería una excusa para poder usar un casco, fue mi conclusión. Pensé en preguntarle si era correcta, pero en vez de decirle algo le lancé un golpe. Un golpe y luego varios, digamos, pues intentó defenderse y debí tomarme en serio la disputa. Mientras peleábamos le robaron la moto. Dos tipos la subieron a una camioneta. Entonces él se distrajo y yo aproveché de lanzarle el golpe definitivo y quebrarle la nariz. Ese es mi consejo, le dije, mientras me iba. No acostumbro actuar así, pero no comprendo qué paso. O no sé, más bien, cómo explicarlo.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Cables.


Como no encontramos otra cosa lo amarramos con los cables. Nos costó, pero al final usamos el del computador que está en la pieza chica, el de la aspiradora y dos alargadores que se ocupaban en el living. Tuvimos suerte que no se despertara mientras lo hacíamos porque si no hubiésemos tenido que volver a pegarle en la cabeza y es posible que se nos hubiese pasado la mano. Es difícil calcular esas cosas. Ya con los golpes que le dimos le habíamos hecho sangrar bastante y nos había tenido asustados un momento, aunque comprobamos que todavía respiraba antes de amarrarlo. La herida más grande se la había hecho en la frente, donde le quedó una especie de corte que llegaba hasta el lado de un ojo así que preferimos dejarlo boca abajo para no tener que ver esa herida, que no dejaba de sangrar. Además, le habíamos pegado un par de veces más, en el suelo, por si acaso, pero fueron golpes secos, que lo hicieron sangrar de un oído, nada más, según nos fijamos. Fue entonces que llamamos a nuestro tío para decirle lo que había ocurrido y él nos dijo que lo esperáramos y que lo amarráramos mientras, advirtiéndonos que no llamáramos a los carabineros porque estas cosas pasan en las familias y hay que arreglarlas de esa misma forma. Lo de llamar al hospital, si era necesario, lo iba a hacer él mismo, cuando llegara, en unos veinte minutos más. Luego nos preguntó por mamá y nos recomendó que uno se quedara acompañándola, en la pieza, y el otro cuidando el cuerpo amarrado, por si despertaba y se quería soltar. Como ambos preferíamos quedarnos junto al cuerpo lo echamos a suerte, pero me toco perder, así que ahora estoy en la pieza, mirando a mi mamá, que sigue sin darse cuenta que yo entré y está sentada en la cama mirando hacia otro lado. Yo nunca sé qué decirle en estos momentos así que mejor no digo nada. Cuando llegue nuestro tío, él sabrá. Como se me ocurren ideas tontas mientras miro las cosas, mejor cierro los ojos. Entonces trató de imaginar que estoy solo en esta casa y que todos los demás son fantasmas y que nada de esto ha ocurrido, realmente. Cuando pequeño, lo hacía al revés, y pensaba que yo mismo era el fantasma que rondaba por la casa, pero eso resultaba mucho más triste. Solo tengo que hacerlo hasta que llegue mi tío, en todo caso, luego él sabrá qué hacer.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Una bandera con dos estrellas.


Era igual que la oficial, pero con dos estrellas. Pensé que había sido confusión mía, pero un amigo me comentó que él también había observado lo mismo. En principio solo fue una, entre varias, pero con los días pude apreciar unas cuantas más, casi siempre en la distancia. Quise averiguar sobre el significado de esa variación, pero no logré encontrar información al respecto. Nada en internet, ni tampoco referencia alguna en otros medios. Sin embargo, pude constatar en algunas imágenes que la impresión era correcta, y que era posible observar algunas de estas banderas en las manifestaciones. Siempre de forma aislada eso sí, levantándose mínimamente en medio de la multitud, desde donde era posible distinguirlas. Tras peguntar a varios sobre el hecho -mostrando las imágenes que había reunido a modo de prueba-, me sorprendí al comprobar que nadie sabía nada del asunto, así que me decidí a buscar yo mismo, en medio de las manifestaciones, a alguien que portara una, y preguntarle directamente. No tuve suerte los primeros días, pero al tercero logré ver una relativamente cerca, así que intenté llegar hasta donde aquel que la portaba. Si bien logré ver correr a la mujer que la llevaba -poco más de veinte años, calculé, jeans y polera-, no pude seguir tras ella, pues estaban intentando dispersarnos y justo entre ambos comenzaron a golpear y a detener a algunos mientras disparaban unos cuantos proyectiles. Vi muchas cosas más, ciertamente, pero perdí de vista la bandera y no encontré otras, solo la tradicional, por supuesto, que no me llamaba la atención en lo más mínimo. Días después -ayer para ser preciso-, un colega al que le había preguntado me llevó los restos de una de estas banderas que había encontrado botada, luego de una manifestación. Estaba muy sucia y dañada, pero podía apreciarse de buena forma las dos estrellas. Me la regaló. Ya en casa la observé un buen rato y llegué incluso a emocionarme, pues sentí que de cierta forma era la bandera de un país que podía llegar a ser el mío. Es la primera bandera que he colocado en mi casa, por cierto, y ahora mismo está ahí fuera, indicando algo que no comprendo muy bien. No hay mucho viento así que en este instante no flamea, pero ya saben como es el viento, puede aparecer en cualquier momento. Iba a dejar de escribir en el punto anterior, pero esa idea de aparecer me gustó, pues pensé que la bandera al moverse podía hacer aparecer lo invisible, igual que el movimiento en la superficie del agua o en las hojas de los árboles. Supongo que de esa misma forma aparecen, de vez en cuando, las segundas estrellas. Eso es lo que pienso.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Si quiere pasar, pase.


I.

Si quiere pasar, pase.

Si quiere salir, salga.

El punto es que no huevee si su objetivo no es hacerlo.

No es una petición; son mis reglas.

Usted verá qué es lo que hace.


II.

Escribí lo anterior en un cartel y lo pegué en mi puerta.

Obviamente la dejé entreabierta.

Sin embargo, no faltó el hueón que leyó el cartel y golpeó la puerta.

No pensaba acercarme, pero escuché que alguien gritaba desde fuera:

¿Y si mi objetivo es huevear, qué hago?, preguntaba.


III.

Haga lo que está haciendo, debí decirle, pero en vez de aquello me quedé en silencio.

Sin hacer ruido y esperando a que se fuese, el dueño de esa voz.

Entonces pasaron unas horas y entró alguien por esa puerta.

Quise pasar y pasé, me dijo. Para estar más cerca de la verdad.

Yo no tengo verdad alguna, le dije, solo reglas, pero si quiere seguirlas son suyas. No hay problema.


IV.

A esa persona la siguieron otras, en los días siguientes.

Todas venían buscando algo, pero se conformaban con seguir reglas.

Sentían que las mías les daban libertad, según decían.

Faltaban otras, reclamaban, pero entonces, tras el reclamo, simplemente se iban.

Yo mismo, debo reconocer, estoy desde hace un tiempo funcionando de esa forma.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales