lunes, 11 de noviembre de 2019

Una corona al César.


Marco Antonio le ofrece una corona al César.

Tres veces se la ofrece, poniéndola en sus manos.

César la regresa, amablemente, en tres ocasiones.

Hay gente viendo esa escena.

Todos gritan y lo alaban.

Luego de cada rechazo, lo vitorean nuevamente.

César, según un testigo, la rechaza cada vez de manera más suave.

Otros, que estaban más cerca, señalan que hasta con tristeza.

Como si en realidad estuviese rechazando otra cosa.

Renunciando a otra cosa, más bien.

Sin duda su actitud es extraña.

No es cansancio, necesariamente, pero se trata de una sensación cercana.

El deseo de no llevarse puesto, tal vez, aunque fuese un momento.

Marco Antonio lo observa.

Tal vez sea consciente que, de seguir insistiendo, César deberá aceptar finalmente, esa corona.

Pero deja de insistir luego del tercer intento.

La corona cuelga de una de sus manos mientras observa al César.

César cuelga de sí mismo, mientras lo mira a los ojos.

La gente parece esperar una señal y se confunden un poco, sin saber cuándo volver a vitorear.

Pero la señal no llega, por supuesto.

La situación parece no avanzar, como si la historia misma se hubiese detenido en ese instante.

Una obra en la que todos olvidaron el guion, tal vez.

O una en la que posiblemente quisieron olvidarlo.

Si fuese un cuadro, podría titularse Ahorrémonos el asco de la historia.

Todos sabemos, sin embargo, cómo sigue.

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