miércoles, 31 de marzo de 2021

Nunca había leído a Dovlatov.

“Y si, Musia, Dios no existe
entonces no habrá más remedio
que actuar por ti misma”.
S. D.

Nunca había leído a Dovlatov. Ahora estaba leyendo La extranjera. No puedo dejar de pensar, sin embargo, en Desayuno en Tiffany´s, mientras leo. Ni siquiera al terminar de leer. Protagonista, narradores, un gato por un papagayo… todo parece tener un doble extraño. Un reflejo distorsionado, como en esos juegos de espejos raros. Algo que no le quita valor por cierto a la obra de Dovlatov que me sorprende gratamente de varias formas.

Tal vez por el momento en que lo leo, su cinismo duele, su ironía pincha un poco más de lo que debiera, y yo sigo como si nada mientras avanzo sus páginas. Haciendo como si nada, me refiero. Jugando a ser un personaje más de este autor, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. ¿No digo mucho, con eso? ¿No aclaro nada sobre el libro y este texto parece una vez más, una forma de evadir, como casi todo lo último que por acá he escrito? Lo acepto. Me autodenuncio, incluso. No hay cuidado. Qué triste esa frase… No hay cuidado.

Y claro, Dovlatov tal vez pensaría que es el momento ideal para retirarse. Para decir “Aquí enmudezco”. Y es que, tal como él, no me encuentro en condiciones de hablar sobre lo bueno. Porque solo se nos ocurre descubrir en todas partes lo humillante y lo ridículo, lo digno de lástima y lo estúpido… Solo blasfemar, en resumen. Y esto está mal hecho.

A diferencia de su discurso, en todo caso, diría que a mí me frena la pena, en este caso. Suene cursi o no, pero eso es lo que me enmudece. Y el silencio proviene, entonces, de un pozo distinto.

No hay para qué alargarlo más.

En una palabra, callo.

martes, 30 de marzo de 2021

Sabes que no miento.


Yo creo que el tiempo me hizo pico, me dijo. No el trabajo, no el amor, no el fracaso constante ante lo que intentas. Fue el tiempo el que hizo todo esto. El más sencillo de todos los males, pero el que no podías evitar. Fue el tiempo el que no cesó de dañar. El que no dejó de clavar suavemente su aguja una y otra vez a cada instante. Fue el tiempo que me derrotó por cansancio, en definitiva. Ojalá me entiendas. Ojalá pueda decirlo de buena forma y explicarlo bien. Y ojalá, por cierto, pueda servirle a alguien. Créeme… si pudiese me pararía sobre una columna y gritaría a quién quisiera escuchar: No es la muerte. No es la pérdida. No es la ausencia de Dios... Fue el tiempo el que me hizo pico. No fue el cigarro, ni el alcohol, ni la ausencia de metas. Es el tiempo, pero se hace el hueón. No la vejez. No la pérdida de fuerza, a todo esto. No interpretes mal. No seas como los otros que escuchan hablar de tiempo y piensan que me quejo por las canas, o por las arrugas. De hecho, si te fijas bien ni siquiera me quejo. Solo comento quién fue el que me hizo pico. Y lo digo para ti, o para los demás… para mí el daño ya está hecho. Lo asumo y no me quejo. Tú sabes cómo soy, concluyó. Tú sabes que no miento.

domingo, 28 de marzo de 2021

Mirar hacia otro lado.


Preferiste mirar hacia otro lado.

Lo entiendo.

Yo era una estatua en la que ya no había qué mirar.

Tú, en tanto, te llevaste contigo la imagen equivocada.

No te culpo.

Fui yo el que nunca mostró la imagen correcta.

El que se congeló.

El que se quedó quieto.

Poco hay que pueda agregar.

Por eso preferiste mirar hacia otro lado.

Ya ves que lo entiendo.

Que no te culpo.

Solo digo que las cosas no funcionan así.

Que tampoco funcionan así.

Puedes intentarlo.

Por necesidad, puedes intentarlo.

Pero el corazón no se voltea tan rápido como la vista.

Y el dolor cuando es puro termina agrietando la rabia.

Yo lo sé.

Yo puedo asegurarlo.

En mi interior conviven los gritos y las piedras.

La necesidad de afecto.

Y hasta el miedo de perder lo que no quiero sujetar.

Por eso preferiste mirar hacia otro lado.

Por eso y por un gran número de otras razones que ya ni vienen al caso.

Fundadas razones.

Aún así, en mi quietud nunca hubo distancia.

Fui un punto fijo, más bien, que no supe moverme.

Me llenaste de sensaciones que no eran mías.

Ignoraste todo aquello que incomodaba tus razones.

Y mentiste por ambos.

La verdad estaba aquí.

Quieta como un muerto, pero viva.

Preferiste mirar hacia otro lado.

Esperando a los zombis.


Años esperando a los zombis.

Con expectación en un principio.

Luego, con sensaciones que comenzaron a acercarse poco a poco a la indiferencia.

Puede incluso que por un tiempo hasta haya olvidado que los esperaba.

¿Quién lo hubiera dicho?

Si en principio hasta me preparé para combatirlos.

Construí armas, diseñé estrategias, preparé trampas…

Me entrené, digamos, para el combate.

Pero lo cierto es que ellos no venían.

Ni siquiera un indicio me hacía pensar que estuvieran cerca.

Aún así persistí con lo mío.

Busqué incluso estrategias nuevas.

Por ejemplo, traté de darle más valor a mi vida.

Para que defenderla valiese más la pena, me refiero.

No sé si lo logré, pero al menos hubo un tiempo en que me habría defendido con brío.

Hoy, en cambio, sinceramente no lo sé.

No sé si daría mi vida, para intentar no perderla.

Supongo que me hecho viejo.

Que las matemáticas me desaniman.

Y que me he cansado de esperarlos.

Así, supongo que todo se ha vuelto un poco obsoleto.

Las armas de antaño, por ejemplo, las uso como utensilios de cocina.

Caí por descuido en mis propias trampas.

Y volví a extraviar, el valor que había encontrado para mi vida.

Por eso pienso que, si vinieran los zombis, es muy probable que intentaría negociar.

Llegar un acuerdo, tal vez, o hasta unirme a sus tropas.

Por voluntad propia, eso sí.

Sin mordidas de por medio, me refiero.

Y es que años esperando me han hecho reflexionar.

Eso es más o menos, lo que pienso.

Por eso, si ven a los zombis, díganles que vengan hacia acá.

Que estoy listo.

Y que los estaré esperando.

sábado, 27 de marzo de 2021

Dos Halleys.


Mi madre cuenta que de niño vino un chico como yo a mi casa diciendo que era mi hermano. Que tenía mi edad y que nos parecíamos a tal punto que ella pensó que era yo que estaba bromeando. Cuando me vio llegar a mí, sin embargo, comprendió que era otro y forcejeó con el niño hasta amarrarlo en una silla. Creo que quedó ahí varios días. Lo alimentamos y lo llevábamos al baño, para luego volverlo a sentar. En principio lo amarró con telas hasta que conseguimos una cuerda. Mi madre dice que fui yo el que consiguió la cuerda, pero lo cierto es que no lo recuerdo. Lo que si recuerdo es que durante uno de esos días le leí un pequeño libro que venía con un diario y que hablaba del cometa Halley. El cometa pasaba ese mismo año, me parece. Me acuerdo de eso porque conversamos un rato sobre la posibilidad de poder verlo dos veces, en nuestra vida. Nos miramos de frente cuando hablamos de esto y yo entonces dejé de pensar en el cometa y pensé simplemente en eso que habíamos nombrado como “nuestra vida”. Decidí proponerle un plan, poco después, para solucionar un par de problemas. Para que pareciese que él había escapado, me refiero. Así lo hicimos, un par de días después. Ahora, cuando mi madre cuenta la historia lo hace como si hubiese sido un sueño. No me molesta. El que dijo que era mi hermano probablemente esté en un sitio como este. Tal vez se pregunte si podrá ver nuevamente al Halley en el 2062. O tal vez, no recuerde nada en lo absoluto.

viernes, 26 de marzo de 2021

Ed fue iluminado.


Ed fue iluminado un día de marzo de 1979. Literalmente fue iluminado. Resplandeció por todo un día en un sector medianamente acomodado de Boston, en el que Ed trabajaba como carnicero.

Recibió comentarios de los clientes, por la mañana y hasta fue gente a comprar al negocio con el único de comprobar si era cierto. El rumor corrió rápido y la carnicería se llenó de gente a tal punto que se acabaron sus productos poco después del mediodía. Poco después, por razones de seguridad, el dueño solicitó cerrarla más temprano, aquel día.

La iluminación de Ed, por cierto, no lo hacía incandescente. Me refiero a que no era Ed quien emitía luz propia, sino que parecía estar iluminado por un foco que lo siguiera a todos lados, como a un personaje central en un musical o una obra de Broadway. Aún así, expectación que causó en los demás iba en aumento y Ed incluso tuvo miedo de volver a su casa, en esa condición.

Por lo mismo, decidió quedarse en la carnicería durante la noche. Además, no tenía nadie que lo esperar en casa. El dueño se lo permitió e hizo creer que había salido por una puerta trasera para que los curiosos dejasen de rondar el lugar.

Por la noche, a solas, Ed notaba que todavía era iluminado, pero de cierta forma sintió que la luz comenzaba a debilitarse y supo que, por la mañana, todo volvería a ser normal, y que habría perdido el protagonismo alcanzado la jornada anterior.

Tal vez si hubiese hecho algo, mientras era iluminado, pensó. Pero no se le ocurrió qué.

Ya de madrugada, un par de horas antes que fuese el tiempo de abrir el local, Ed comprendió que la luz se había retirado.

Que alguien, tal vez, había dejado de observarlo.

Entonces se sintió torpe y hasta lloró un poquito.

Era una luz tibia, descubrió en ese instante.

Y se durmió.

jueves, 25 de marzo de 2021

Escribí algo que a nadie le importa.


Escribí algo
que a nadie le importa.

¡Cuántas veces escribí…!

¡Cuántas veces borré,
corregí y creí que…!

Perdón.

Ya estoy otra vez en lo mismo.

Es cierto:

Poco importa lo que yo haya creído.

Permitan mejor que me disculpe.

Acepten, por favor, mis disculpas.

Ocurre simplemente que la costumbre…

Ya saben…

Uno se deja llevar y de pronto
has llenado la hoja de palabras…

Y a veces en ellas…

No.

Casi caigo otra vez.

Toda palabra es un pozo en el que uno puede caerse
y no salir.

Eso ocurre si uno no se fija.

Y allá en el fondo…
pues ya saben…
esa única palabra habla también de nosotros mismos.

Porque no hay anda más, tal vez,
y entonces eso hace.

Así, en el fondo, o nos centramos en nosotros,
o reconocemos mejor,
un par de cosas.

Cosas que duele reconocer, por supuesto.

Asuntos que tienen que ver con la inutilidad.

Con la tibieza.

Con la órbita de las cosas.

Y es que a veces es así.

Observo girar las palabras como si realmente fuesen asteroides.

Un anillo de asteroides, tal vez.

Que giran en torno a algo que ciertamente no soy yo,
pero que está cerca de mí.

Desplazado.

Farfullando algo.

Así me descubro cuando menos lo espero.

Al principio de un texto.

Al final de un texto.

Poco importa en que extremo…

Y es que otra vez.

Otra vez escribí algo.

Creé algo.

Otra vez, ecomo decía,
escribí algo que a nadie le importa,

martes, 23 de marzo de 2021

No de cero.


*
No de cero.

De cualquier punto menos de cero.

Cero no es un punto.

Cero es nada.


*
No de cero, decía.

Yo simulo ser cero.

Pero cero es nada.

Ni siquiera algo vacío pues ya sería continente.

Cero en cambio es ausencia de todo.

No un sitio intermedio entre algo y la carencia de ese algo.

Es la indiferencia entre el algo y lo perdido.

La no referencia.

El dios mudo.


*
No de cero.

No desde cero.

Nunca volvemos a cero.

Nos engañaron simplemente para que jugáramos a comenzar.

O a recomenzar, incluso.

Nunca fuimos cero.

No hicieron creer que éramos hijo de la nada.

Que los huesos eran polvo.

Que la muerte era el fin.

Que las palabras, se las llevaba el viento.

Nada de eso es cierto.

Ocurrió que nos engañaron.

Ocurrió que nos dejamos engañar.

Ocurrió que nos engañamos a nosotros mismos.


*
No de cero.

Nunca más de cero.

Y es que arrastramos cosas.

Cargamos al menos, con aquello que somos.

Intentamos dejarlo a un lado, pero se sube a tu espalda de igual forma.

A veces ni siquiera sobre tu espalda y los cargas dentro.

Dentro tuyo, me refiero, como si fuesen hijos muertos.

No de cero.

Ahogas todo para que no sobresalga, pero nunca es de cero.

No desde cero.

Ella confunde el cero con la rabia.

Ese grito que escuchamos siempre ha de sentirse, aunque en otro sitio.

Cero es nada, le dije.

Ella no dio signos de entender.

Cero es nada.

lunes, 22 de marzo de 2021

No sería yo.


No sería yo, si lo hago. O sea, por un tiempo sería yo y luego ya no más. No sé calcular, por cierto, cuánto tiempo. Supuestamente no es tan terrible, pues mientras dejo de ser yo olvido al mismo tiempo quien soy, así que al llegar a ser otro debiese ocurrir que piense que ese otro he sido yo todo el tiempo. Así es cómo ocurre, según me explican. Un proceso que nunca percibes como tal, pues solo eres consciente de una etapa por vez, sin reconocer que eres parte, más bien, de una secuencia. Parte esencial de un mecanismo que opera oculto y que nunca revela uno de sus extremos. Esconde un extremo para que no lo vea el otro, digamos. Para que creamos que solo somos la parte que no ve el extremo oculto, me refiero. Parece confuso, al escribirlo, pero lo cierto es que no lo es tanto. De hecho, mientras oía la explicación me pareció que todo aquello ya lo había escuchado en algún sitio. No sabría decir, por cierto, en qué sitio, pero claramente era algo de lo que ya estaba enterado. Probablemente, si era cierto todo aquello, era probable que el proceso ya se hubiese realizado y que yo mismo desconociera que en realidad ya era otro y que el yo inicial quedó atrás hace mucho. Posiblemente cuando ya hizo aquello que lo llevó a dejar de ser quién era y a enterrarse mientras se expandía hacia un ser otro, que desconocía el extremo que pasaba a estar enterrado. Visto así, sin embargo, también existe la variable que en realidad el otro que ahora somos esté en realidad no emigrando hacia otro aún más lejano a lo que éramos en principio, sino intentando regresar más bien, a aquello que fue -o creyó ser-, en un inicio. No sería tan malo, por cierto, de esa forma.

domingo, 21 de marzo de 2021

Vivir bien.

“Al año Marusia comenzó a odiarlo.
Aunque la intachable conducta de Dima
le impedía expresar su odio.
De modo que vivían bien”
D. D.


Todos juntos.

Todos juntos en una casa.

Todos juntos en una casa, como debe ser.

Asumiendo ciertas reglas.

Normas básicas, digamos.

Pueden llamarle cortesía, si quieren.

Cosas fáciles de cumplir.

Un poco de voluntad y ya está hecho.

Eso concluyen todos.

Puede vivirse de esa forma, me refiero.

Sin problemas.

Sin grandes sorpresas.

Sin imprevistos desafortunados.

Dentro de casa, por supuesto.

De eso hablamos.

Fuera ya es otra cosa.

Ahí es mejor no hablar de reglas.

Ahí es mejor hacerse el loco.

No exigir.

No intentar siquiera hablar de convivencia.

No sé cómo lo harán ustedes.

Yo por mi parte, siempre voy como perdido.

No miro a los ojos fuera de casa.

No saben quién soy.

Tampoco se los digo, por supuesto.

Y es que no me interesa que lo sepan, fuera de casa.

Adentro, claro está… puedes mostrar un poco más.

Lo suficiente, al menos, para que no haya transgresión alguna.

Para que todo marche, más o menos, sin problemas.

Vivir bien, creo que le llaman.

Lo he oído decir varias veces, cuando sale el tema.

No sé bien a qué se refieren, pero supongo que es a todo esto.

Lo que ocurre dentro de los límites, digamos.

En los limites que establecemos para estar juntos.

En esos limites que son de cierta forma una casa.

Una casa en la que, según dicen, estamos todos juntos.

Todos juntos en una misma casa, me refiero.

Todos juntos en una casa, como debe ser.

sábado, 20 de marzo de 2021

El cuarto se llenó de cangrejos.


El cuarto se llenó de cangrejos.

Los vi entrar por la puerta, de lo más tranquilos, caminando de lado.

Sonreí al verlos, incluso, porque me parecieron simpáticos.

Incluso cuando comenzaron a llenar el lugar, los miraba con alegría.

Les saqué fotos.

Las subí a redes sociales.

Mientras lo hacía seguían entrando.

Como el espacio se les hacía pequeño algunos comenzaban a encaramarse unos sobre otros.

Se atacaban, por cierto, en este proceso.

Dejé pasar el tiempo y los cangrejos no dejaban de entrar.

Entonces, el olor comenzó a inundar el lugar.

Y el sonido de sus tenazas, movimientos y caídas se volvía cada vez más molesto.

Fue en ese instante que pensé en salir de mi cuarto, pero comprendí que era una cuestión difícil.

Y es que estaba en la cama, descalzo, y mis zapatillas estaban llenas ya de cangrejos.

Seres pequeños, es cierto, pero que me atacaban en grupo intentaba acercar mis manos a los lugares que ahora parecían pertenecerles.

Mientras pasaba todo esto, claro está, seguían entrando los cangrejos.

Por esto, y porque seguían trepando en todos lados, me dediqué a botarlos de la cama, apenas subían.

Todavía estoy en eso, por cierto.

Tengo un par de heridas en las manos y de vez en cuando descubro alguno que me pincha en un costado.

No sé bien a qué vinieron, pero están aquí.

Por lo pronto, no me atrevo a preguntarles.

Se subió al árbol.


Se subió al árbol.

Por la mañana.

Recién amanecía cuando se subió al árbol.

Un árbol bajo, en todo caso.

Un tanto seco.

Apenas tenía ramas.

En este sentido,
podría decirse que era más un tronco
que un árbol.

No sabemos por qué subió.

No sabemos para qué subió.

Pero sabemos que lo hizo, sin duda.

Que subió por la mañana, me refiero.

Cuando recién amanecía, para ser exacto.

En lo personal,
confieso,
no lo vi subir.

Pero quienes lo vieron comentan
que no tuvo mayor dificultad.

Que se impulsó por sí mismo,
sin soporte alguno,
más allá del soporte mismo
que era el árbol.

En mi caso,
lo vi cuando ya estaba arriba.

Y horas después
que había amanecido.

Me pareció tranquilo.

Sereno.

Cómodo, incluso, pues tenía un punto
donde apoyar su espalda.

Tanto así que lo envidié, un poco,
mientras lo observaba.

No parecía hacer nada especial,
en todo caso.

Me refiero a que, apenas,
parecía observar algo.

Aunque claro…
si alguien me hubiese mirado a mí,
en ese instante,
podría haber dicho, sin duda,
algo similar.

Similar hasta el punto que yo no estaba,
por cierto,
arriba de algún árbol.

Cuando por la tarde lo vimos ahí, todavía,
y comenzó a anochecer,
nos reunimos para hablar del tema.

Entre otros puntos,
convenimos que era necesario
que al menos uno de nosotros
fuera a verlo.

No llegamos,
sin embargo,
a ninguna conclusión.

viernes, 19 de marzo de 2021

Dinosaurios pequeños.


Hay un libro que me gusta de Wingarden. O sea… hay varios libros que me gustan de él, pero hay uno por el que siento un especial afecto. Está publicado en una colección menor, de la UNAM, y trata principalmente sobre los dinosaurios pequeños. No sé muy bien a qué apunta, pues por momentos parece simplemente un texto divulgativo, que nos enseña sobre una serie de dinosaurios de pequeño tamaño y que, tal vez por esta misma característica, han pasado al olvido sin que nadie los recuerde. Si bien esto ya hubiese bastado para sentir cierto afecto por ese libro -el esfuerzo por dejar en la memoria aquello que por su aparente pequeñez olvidamos, es sin duda algo necesario-, lo cierto es que hay pasajes que parecen llevarnos más allá, impulsándonos a nombrar aquello que ya no existe -o que creemos no existe-, justamente con el objetivo de fijarlo en algún sitio. De darle nombre a una forma de vida extinta, y llevarla prendida de esta forma, junto a nosotros. Nombres extraños, por cierto, que no acostumbramos memorizar, pero que de cierta forma ese libro me ha impulsado a hacerlo y asociarlo con una serie de emociones que también, en ocasiones, creemos perdidas: Compsognathus, Hypsilophodon, Micropachycephalosaurus, Mussaurus… Memorizarlos, y nombrarlos, aunque estén ausentes, es mi forma de colaborar para que sigan vivos. Para que todos, de cierta forma, sigamos vivos.

jueves, 18 de marzo de 2021

Lo difícil.


-¿Qué es lo difícil…? -dijo B.-. Pues no sé. Supongo que si hablamos de emociones debe ser no mostrar lo que sientes. Me refiero a no mostrar lo que sientes, sintiéndolo… ya sabes… teniendo la emoción encima, la sensación… ¿No sé si me explico…?

-Algo… -señaló F.

-Es que mira -continuó B.-, no estoy hablando de no poder mostrar la sensación… eso es un problema simple, yo creo… Lo que yo pienso que es difícil es esforzarse por contraer todo aquello… Anularlo, digamos. Y con esto no digo solamente no mostrarlo a los otros, sino ocultarlo de ti mismo… esconder la sensación de tu propia conciencia… debajo de la carne, no sé… debajo de acciones y pensamientos que te conduzcan en otras direcciones…

-Pero aunque te conduzcan en cualquier dirección -interrumpió F.- y te lleven a cualquier sitio, siempre llevas contigo esas emociones… ¿o no? No te alejas de ellas, creo yo…

-No te digo que crea algo distinto -aclaró B.-, por eso te digo que es lo más difícil… Ni siquiera he tratado de decirte si en una recomendación o algo… Solo planteo la dificultad de aquello.

-Pero al mismo tiempo planteas la posibilidad -afirmó F.-, al decir que es difícil planteas la posibilidad y creas una puerta, con eso… y lo dejas dicho, de cierta forma.

-Todo son puertas -completó B., finalmente-. Todo en el mundo son puertas. Olvídate de lo que dije, mejor. Yo no he creado nada.

martes, 16 de marzo de 2021

Formas.


Formas de decir la verdad.

De decírnosla a nosotros mismos.

Por eso busco formas.

Para escucharla, me refiero.

Con miedo, las busco.

Con temor de poder y no querer decirla.

Formas de decir la verdad.

Maneras en que las palabras puedan nombrarla.

Me trabo de solo pensarlo.

Y me apresuro, tal vez, para esquivar el miedo.

Subo de a dos los escalones que me acercan a lo que creo ser yo mismo.

Formas de decir la verdad.

Formas de escucharla.

Formas de enfrentarla.

Amarrarse al mástil más cercano para no arrojarnos al agua y evitar oírla.

Frases (in)conexas, como estas.

Interrupciones puestas para evitar hablar frente a frente.

Estorbos.

Barricadas.

O protecciones, más bien.

Usted puede elegir el nombre que prefiera.

Objetos que pretenden retardar lo inevitable.

Formas de decir la verdad.

Herramientas plásticas.

Formas de dejar dicha la verdad.

Pero ocultarla, al mismo tiempo, entre otras cosas.

Y el mundo, claro, es un conjunto de otras cosas.

Otras cosas que ocultan la verdad.

Ruidos que no dejan oír aquello que buscamos.

Formas de decir la verdad.

Formas de entender la verdad.

Porque el grito, a fin de cuentas, es la forma más pura de la verdad.

Y no se entiende.

No debe entenderse, me refiero, más que como un grito.

Puede desarmarse, si quieren, pero no entenderse.

Formas de desmontar la verdad.

De exponer sus piezas, sobre una mesa.

De escribir como si fuese importante.

De escribir para ocultar algo que debió decirse.

Que debimos decirnos.

Que debimos comprender.

Hoy, sin embargo, todo es disección.

Hoy llovió, extrañamente.

Hoy es miércoles.

lunes, 15 de marzo de 2021

Cajas.


I.

Cajas.

Cientos de cajas.

Cajas de cartón.

Apiladas unas sobre otras.

Selladas.

Cafés.

Cajas sin mayores inscripciones.

Cientos de cajas apiladas.

En hileras.

Todas en un galpón a media luz.

Un galpón en el que soy lo único que no está dentro de una caja.

O eso parece, al menos.

Me refiero a que eso habría dicho, en un inicio.

Aunque ahora lo dudo.

Cientos de cajas y yo.

Yo y lo que siento, más bien.

Dentro de una caja.

Una caja más dentro de todas estas cajas.

Vaya a saber en cuál.

Como si pudiese interesarle a alguien.


II.

No me inmuto, en el galpón.

Solo observo.

Miro y constato la existencia de las cajas.

Soy necesario, digamos, para ellas.

Porque las miro existen, me refiero.

Porque las observo y les cuento sobre ellas.

Aun así, confieso, nada me produce el observarlas.

Y es que estoy inmóvil, en el fondo, como ellas.

Antes, tal vez, hubiese habido misterio.

Interés por el contenido, al menos.

Ahora que sé, sin embargo, que el contenido no viene a cambiar nada.

O no transforma nada, al menos, permanentemente.

La acción de estar frente a ellas es cada vez menos acción.

Y yo, por cierto, cada vez menos sujeto.

Puedo alargarme, por supuesto, pero el final será siempre similar.

Las cajas y yo.

Yo y las cajas.

No hay otra solución.

Para llegar al fondo del pozo, en estos casos, solo queda beberse el agua.

domingo, 14 de marzo de 2021

La columna.


La clave era dar con la columna que sostenía el peso.

La mayor parte del peso.

Luego, lo que ocurría dependía de las emociones de aquel que la encontraba.

Por lo mismo, uno podía esperar, en principio, cualquier cosa.

Yo, por ejemplo, solía pronosticar lo peor.

Imaginaba que alguno haría lo imposible por derribar la columna.

Y esperaba, ansioso, que todo se viniera abajo.

Sin embargo, el tiempo fue pasando sin que ocurriese nada memorable.

Y es que, por lo general, las emociones iniciales derivaban en simple indiferencia.

Me refiero a que aquellos que localizaban la columna, se contentaban con mirarla un rato.

Les bastaba observarla ahí, en medio de todo, como si no les incumbiera en lo absoluto.

En lo personal, no podía entender qué les ocurría.

Esto porque en un inicio, todos ellos se veían llenos de energía, impacientes por comenzar el juego.

Pero claro, al poco andar, parecían olvidar aquel primer impulso.

Y el objetivo del juego -si lo hubo alguna vez-, parecía ya irrecuperable.

De esta forma, todos los que habían ingresado, como prominentes jugadores.

Como promesas de cambio, digamos.

Terminaban por ser parte del decorado de todo aquello.

Y pasaban a confiar ciegamente en la columna.

Como si luego de ser vista les fuera permitido olvidarla.

Como si no hubiese peso alguno sobre ellos.

Como si tuviesen derecho a olvidar las reglas del juego que habían comenzado.

En lo personal, supongo que se quedaban únicamente con la instrucción inicial.

Esa que decía que la clave era encontrar la columna que sostenía el peso.

Todo lo demás lo olvidaron.

Lo dejaron de lado.

En intentaron, en cambio, ser felices.

Pero claro… faltaba todavía una cosa más.

Y justo entonces fue mi turno.

sábado, 13 de marzo de 2021

Ese río es una estafa.


I.

Ese río es una estafa.

No va a ninguna parte.

Es más: ni siquiera es un río.

Lo llamamos así por costumbre.

Porque nos dejamos engañar por la vista.

O porque a veces preferimos no saber lo que es, si no es un río.

No sé si me explico.

Ese río es una estafa.

Pero no podemos culpar a nadie.

Nosotros creamos la estafa.

Fuimos estafadores y estafados, en este asunto.

Por eso el alegato es sencillo.

Sin indignación.

Sin mayor sorpresa, incluso.

De hecho, apenas cumplo con enunciarlo.

Y es que de cierta forma siempre lo supimos.

Ese río es una estafa.

Otra estafa, me refiero.

Una de tantas, aunque no por eso no haga daño.

No sé si me explico.


II.

A veces, nos bañamos en eso que no era un río.

Y hasta bebimos de él, fingiendo que el río nos saciaba.

Caminamos por sus orillas.

Creamos senderos, para acompañarlo.

Pero ese río, como decía, era una estafa.

Una estafa necesaria, tal vez, pero una estafa, al fin y al cabo.

Y es que necesitábamos que estuviera ahí.

Que su trayecto esbozara la existencia de otros lados.

Necesitábamos pensar que había movimiento, me refiero.

Aunque apenas me acerqué, eso fue lo que intentamos.

Con fuerza.

Con excesiva fuerza, tal vez.

Con equivocada honestidad.

Con miedos que no controlamos.

Todo eso, por cierto, fue lo que hizo al río.

Y fue también lo que nos hizo dudar, si era o no una estafa.

No sé si me explico.

Y tampoco sé, sinceramente, si valga la pena explicarme.

Nada es más triste que matar a un mago.


No llores, me dijo.

Nada es más triste que matar a un mago.

Y que yo sepa tú no has matado a ninguno.


Entonces, aunque me pareció absurdo, dejé de llorar.

Ni en magos ni en magia creía; ni en vidas ni en muertes.

A mago alguno había matado.


No llores hasta que sepas por qué lloras, dijo entonces.

Aprende de las cosas, de las piedras.

Por otro lado, sabes que has aguantado mucho más que esto.


Estuve tranquilo unas horas, luego de aquello.

Pero entonces desperté sobresaltado.

¿Cómo saber si es que he matado un mago?, me dije.


Eso me pregunté mientras el corazón latía a prisa.

Mientras mi corazón latía a prisa.

Tal vez, sin saberlo, he matado un mago, me dije.


Así eran las cosas, descubrí: no se saben.

Un mago que no sabía que era mago, me dije.

Algo así como los recuerdos esquivos de las cosas.


Aún así, el llanto que debía volver no volvía.

El dolor era parte de la carne y era indistinto todo.

Deja ir tus emociones, dijo entonces.


Su voz daba confianza.

Parecía segura y tranquila.

Vivir de esa forma, me decía, es siempre el mejor camino.


Confieso que hice aquello por un tiempo.

Hasta que el asco pudo más y comencé a expulsarlo poco a poco.

Por mis poros salió sangre para recordarme quién soy.


Lloré entonces, aunque no supe por qué.

Por mis emociones y por la forma en que ella ocultaba las suyas.

Por la forma en que se arruinan todas las cosas.


Y es que todo hombre, tal vez, es de alguna forma un mago.

Hecho para un propósito que ya se cumplió.

Nada es más triste que perder, lo que es necesario.

jueves, 11 de marzo de 2021

Me quité los zapatos.


Me quité los zapatos y al hacerlo arranqué también mis pies.

De esta forma, ambos quedaron al interior del calzado.

Extrañamente no hubo sangre.

La carne y la piel parecían ya gastadas, secas incluso.

Eso observé, en ese instante.

El corte en ambos pies era irregular y algo áspero.

No hubo dolor, tampoco.

Apenas algo de sorpresa, ante lo ocurrido.

Sé que no suena lógico.

Si debo explicarlo, supongo que estaba demasiado cansado, como para sentirlo.

Así, sin pies, y todavía con la ropa puesta, me tendí sobre la cama.

Tal vez me dormí.

No sé cuánto tiempo, estuve así, sobre la cama.

No sentí frío ni calor en ese tiempo.

Es probable, en todo caso, que no sintiera nada.

Estaba oscureciendo.

No quería quedarme más, sobre la cama.

Quise levantarme.

Hacer algo.

Recordé que no tenía pies cuando intenté pararme y caí al suelo.

Con dificultad, traté varias veces de ponerme de pie, sin lograr equilibrarme.

Así, finalmente, decidí arrastrarme hasta el baño, para darme una ducha

Ya en él, comencé a sacarme mis ropas para comenzar el baño.

Sorprendentemente, cada prenda que me sacaba salía junto a una porción de mí.

Como consecuencia, aquello que acostumbraba ser yo comenzó a reducirse rápidamente.

Temí entonces que, al bañarme, lo último a lo que me aferraba de mí, se fuese por el desagüe.

Mientras temía esto, escuché un ruido extraño.

Una vibración permanente que bien podría ser el sonido del mundo, moviéndose en el espacio.

Eso pensé cuando lo percibí, al menos.

El mundo sigue moviéndose y yo apenas estoy aquí, me dije.

Desapareciendo.

Molesto por la indiferencia del mundo y la de aquellos que nos rodean.

Todo lo demás, aclaro, no me produce sensación alguna.

¡Cuántas serpientes...!


¿Puede ser más grande que el mundo la serpiente más grande del mundo?

¿O más larga, al menos, si quieren usar con mayor exactitud la palabra?

Esta es una de las preguntas centrales que plantea Wingarden en un texto que, en primera instancia, hace referencia al particular uso del lenguaje de una pequeña tribu, en la zona central del Amazonas.

Una tribu que, por cierto, convive habitualmente con serpientes sin preguntarse, necesariamente, este tipo de cosas.

Cuesta llegar, por cierto, a vislumbrar una respuesta precisa que Wingarden haya propuesto para esta pregunta.

Y es que por más veces que lea ese texto varias no consigo dar ni construir una respuesta adecuada.

Por lo mismo, intuyo que esa pregunta, al igual como hace Wingarden en muchos de sus escritos, es más bien una respuesta a otra pregunta que no percibimos, necesariamente, en primera instancia.

Ahora bien, ¿cuál es el “contenido” de esa pregunta?

¿No hará referencia a la recursividad del lenguaje, que al igual que la serpiente puede enrollarse sobre sí mismo y lograr ser así más largo que el mundo real, que es fijo, indistinto, y no sabe existir de otra forma?

Y si es así, ¿no está el mismo texto de Wingarden enrollándose lo suficiente como para ocultar su verdadera extensión, que excede el tema inicial planteado en el texto en que aparece?

¿Conocen a Wingarden, por cierto?

miércoles, 10 de marzo de 2021

Sentirme afortunado.


Me dijeron que debía sentirme afortunado.

Porque mi generación no debió participar de una guerra.

Afortunados porque no debimos cargar un fusil y dispararles a otros hombres.

Porque estábamos intactos.

Porque mi generación y las nuevas eran blandas.

Porque la guerra, según ellos, te hacía perder la humanidad.


Yo los escuchaba hablar y permanecía en silencio.

Escuchando sus palabras.

Observando sus buenas intenciones y su poca comprensión.

Hubiese querido hablarles de otras guerras.

Del metro repleto cada mañana.

Del sentido del trabajo.

De la forma en que los hombres miran con desprecio a otros hombres.

De la búsqueda ciega de una felicidad que no sabemos qué significa.

Decirles que hoy, justamente, completo once años escribiendo en el blog sin faltar un día.

Quería hablarles de otras formas de perder la humanidad.

Y de algunas formas de luchar, por no perderla.


Y sí… de cierta forma puedo admitir que tenían razón.

Puedo aceptar parte de sus palabras.

No tuvimos por qué dar la vida.

O por qué arriesgarla.

Pero ocurrió que la perdimos sin más, igualmente.

Por el desgaste cotidiano.

Por el cansancio que suponía sostenerla como un objeto valioso.

La soltamos porque pensamos que así saldríamos a flote.

Porque tuvimos esperanza hasta que la perdimos.

Y porque no entendimos, en definitiva, para que servía.

martes, 9 de marzo de 2021

La clave de Robin Hood.


Me dijo que se pasó el día pensando dónde estaba la clave de Robin Hood.

No lo entendí muy bien, debo confesar, cuando me lo dijo.

Luego explicó que se refería al origen del “talento”, de la supuesta maestría con el arco.

Entonces, comenzó una larga reflexión respecto a los aspectos que podían marcar la diferencia.

En principio, habló largamente sobre los aspectos externos.

Calidad del arco, materiales, curvatura, tensión… en fin… no sé sobre el tema, así que me limito a mencionar palabras sueltas, que recuerdo.

También habló largamente sobre las flechas, citando algunos estudios y explicando las características que tenían, supuestamente, en esa época.

Incluso, según recuerdo, mencionó aspectos relativos al clima de la región, al viento y hasta la temperatura del lugar, explicando la forma en que estos fenómenos afectarían la eficiencia en la trayectoria de una flecha.

Así, tras esa larga explicación, volvió al tema de la supuesta clave del talento de Robin Hood, y comenzó a analizar aspectos que podríamos llamar “internos” de este personaje.

Es decir, aspectos que situaban la clave de Robin Hood, dentro del propio Robin Hood.

Un poco cansado, tras otra hora de análisis y explicaciones, me atreví a sugerirle que fuera al punto, que debía hacer otras cosas y que, por lo demás la existencia de Robin Hood ni siquiera estaba probada.

Él, molesto, señaló que era imposible probar la existencia de nadie, y que, al igual que con el desplazamiento de una flecha, solo podemos inferir su trayectoria a partir de un supuesto punto de inicio y un lugar final, en el que la flecha se ha clavado.

-¿Y si la flecha no se clava en ningún sitio? -le pregunté entonces, tratando de seguir su explicación.

-Entonces no es una flecha -me dijo, concluyendo el tema-. Y la existencia de las cosas sigue indefinible e indiferente hasta que alguien se atreva a hacerle daño.

lunes, 8 de marzo de 2021

Si Van Gogh hubiese sido un púgil.


Si Van Gogh hubiese sido un púgil.

Un boxeador de peso ligero, probablemente.

Si Van Gogh hubiese sido un púgil, decía.

Hubiese caído posiblemente en el primer round.

O en el segundo.

Se habría parado por supuesto, pues no era de los que se quedan en el piso.

Y hubiese seguido así, sin levantar la guardia, hasta volver a caer.

Así, ya en el piso, en aquella ocasión en que ya no pudiese levantarse.

Habría mirado todo desde esa perspectiva.

Y la sangre en sus ojos le habría dado una coloración distinta.

Una satisfacción distinta al parecer ser derrotado por el mundo.

Al simular perfectamente que son los golpes de otro los que te botan a tierra.

Entonces Theo, como Don King, habría intentado ponerlo nuevamente en marcha.

Conseguirle un nuevo entrenador.

Engrosarlo un poco.

Fortalecerlo, digamos.

Aunque claro, las perspectivas de un triunfo seguirían siendo escasas.

O nulas, si vamos aquí a ser sinceros.

Y es que no habría habido mucha resistencia, supongo.

Solo un estilo único para recibir los golpes.

Y perdonar, tal vez, después de cada uno.

Me refiero a que no habría habido nunca un tercer round.

Tampoco fallos divididos.

Tyson no habría tenido oreja que morder.

Y el espectáculo terminaría siempre demasiado pronto.

Como un plato demasiado pequeño.

Como un concierto de una sola canción.

O como la vida de todos, 
para dar un ejemplo 
más cercano.

domingo, 7 de marzo de 2021

Sonó el teléfono una vez.


Sonó el teléfono una vez.

Lo dejé sonar, sobre la mesa.

Ni siquiera me acerqué a ver quién llamaba.

Luego sonó una segunda vez.

Y después una tercera.

Por lo general, no contesto cuando suena más de dos veces.

Y es que no me gusta enterarme de emergencias.

Si embargo, esta vez, miré de reojo el celular y observé quién llamaba.

En la pantalla, mientras sonaba, reconocí mi nombre.

Incluso mi número telefónico estaba ahí, indicado en la superficie.

Tal vez por eso, fue que tomé el celular entre mis manos y pensé en el significado de todo aquello.

Lo dejé sonar de todas formas, mientras pensaba en qué momento me había agregado de contacto.

Y qué cosa tan importante, tendría yo que decirme a mí mismo.

Por si acaso, busqué en el buzón de voz, para ver si me había dejado un mensaje.

Pero lo encontré vacío.

Todavía pensaba en eso cuando el teléfono volvió a sonar.

Y claro, nuevamente era mi nombre el que aparecía en pantalla, y mi número.

Lo pensé unos segundos y decidí contestar, aunque debo confesar que temía escuchar, aquello que tan insistentemente quería decirme.

Hola, dije entonces, para animarme hablar.

Hola, contesté, desde el otro lado.

Luego hablamos durante casi media hora, hasta que, de cierta forma, ambos quedamos tranquilos comprendiendo lo mismo.

Por ello, cortamos la llamada amistosamente.

Solo por probar, esa misma noche, busqué en mi celular mi propio contacto, pero esta vez nadie contestó.

Llamé varias veces incluso, pero seguí sin contestar.

Y me sentí apenado, extrañamente, pensando que no volvería a saber de mí, quién sabe en cuánto tiempo.

sábado, 6 de marzo de 2021

La pobreza de los otros.


I.

Lloramos por la pobreza
de los otros.

Por la nuestra no lloramos.

Es extraño.

Duele más la pobreza
de los otros.


II.

Observamos.

Es más cómodo sentir
en la distancia.

Más seguro.

Recordar lo que fuimos.

Lo que sentimos.

Lo que perdimos, incluso.

Y es más fácil, por supuesto,
compadecerse del otro,
que comprendernos
a nosotros mismos.


III.

La muerte del otro, incluso,
nos parece más cercana.

Más real de la que a nosotros
nos acecha.

La vejez del otro.

El absurdo.

La soledad.

Todo es más real
cuando no es parte
de nuestra piel.

Cuando el dolor
no está situado en nuestra carne.

Cuando los gusanos anidan
en las heridas ajenas.


IV.

Debiésemos tener, propongo,
figuras de nosotros mismos.

Muñecos que tomar, o que observar,
para comprender mejor
aquello que nos sucede.

Lo que somos, digamos,
expuesto en una vitrina.

Nuestros recuerdos, incluso,
en recipientes de vidrio.

Igual que esos souvenirs
en los que parece nevar
cuando los agitas
con cierta vehemencia.

O como en esas tumbas de cristal,
que se mencionan
en algunos cuentos para niños.


V.

Y es que lloramos,
como decía en un inicio,
por la pobreza de los otros.

Escogemos llorar, me refiero,
por la pobreza de los otros.

Escribir de ella.

Observarla.

Leerla.

Huir, en resumen,
de nosotros mismos.

No se me ocurre,
confieso,
otro final más adecuado.

Usted, ¿qué cree?

viernes, 5 de marzo de 2021

El limpiavidrios.


I.

Se bebió el limpiavidrios.

El líquido limpiavidrios.

Casi medio litro de un compuesto azul
o turquesa
de sabor amargo.

Directo desde la botella plástica.

Tras sacarle el rociador.

Varios tragos cortos, pero constantes,
tratando de no respirar, mientras bebía.

Como si la quemase, cada sorbo.

Como si quisiera pensar en otra cosa
y no pudiera.

Frustrada.

Nerviosa.

Así se bebió el limpiavidrios.


II.

Fue llevada a urgencias al otro día.

Un sobrino, al parecer,
la encontró en el suelo del baño.

No adivinó lo ocurrido,
aunque el envase plástico del limpiavidrios
estaba caído a un costado.

Ya después, con más calma,
ordenaron y encajaron cada pieza.

Los olores del vómito,
lo que comentó el doctor
y el rociador separado del envase...

La historia era sencilla.

Cuando despertó, al día después,
y ya parecía entender,
le pidieron confirmar los hechos.

Ella sonrió y los aceptó,
mientras bajaba la vista.

No dijo mucho más, al respecto.


III.

Todo fue menos trágico
de lo que podría suponerse.

La visita de los hijos.

Los saludos de los nietos.

El regreso a casa.

La seriedad dio paso a las bromas
y a soluciones sencillas
que no distinguían el problema.

Ella, de todas formas, prometió no volver a hacerlo.

Dijo que no había necesidad.

Que se sentía limpia.

Que su interior estaba azul
o turquesa, dijo sonriendo.

Les repitió que se fueran tranquilos.

Que pensaran mejor en otra cosa.

Y que se preocuparan, mejor,
si la querían ver bien,
por sus propios problemas.

Eso fue lo que les dijo.

Luego no hay historia.

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