sábado, 6 de marzo de 2021

La pobreza de los otros.


I.

Lloramos por la pobreza
de los otros.

Por la nuestra no lloramos.

Es extraño.

Duele más la pobreza
de los otros.


II.

Observamos.

Es más cómodo sentir
en la distancia.

Más seguro.

Recordar lo que fuimos.

Lo que sentimos.

Lo que perdimos, incluso.

Y es más fácil, por supuesto,
compadecerse del otro,
que comprendernos
a nosotros mismos.


III.

La muerte del otro, incluso,
nos parece más cercana.

Más real de la que a nosotros
nos acecha.

La vejez del otro.

El absurdo.

La soledad.

Todo es más real
cuando no es parte
de nuestra piel.

Cuando el dolor
no está situado en nuestra carne.

Cuando los gusanos anidan
en las heridas ajenas.


IV.

Debiésemos tener, propongo,
figuras de nosotros mismos.

Muñecos que tomar, o que observar,
para comprender mejor
aquello que nos sucede.

Lo que somos, digamos,
expuesto en una vitrina.

Nuestros recuerdos, incluso,
en recipientes de vidrio.

Igual que esos souvenirs
en los que parece nevar
cuando los agitas
con cierta vehemencia.

O como en esas tumbas de cristal,
que se mencionan
en algunos cuentos para niños.


V.

Y es que lloramos,
como decía en un inicio,
por la pobreza de los otros.

Escogemos llorar, me refiero,
por la pobreza de los otros.

Escribir de ella.

Observarla.

Leerla.

Huir, en resumen,
de nosotros mismos.

No se me ocurre,
confieso,
otro final más adecuado.

Usted, ¿qué cree?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales