miércoles, 10 de marzo de 2021

Sentirme afortunado.


Me dijeron que debía sentirme afortunado.

Porque mi generación no debió participar de una guerra.

Afortunados porque no debimos cargar un fusil y dispararles a otros hombres.

Porque estábamos intactos.

Porque mi generación y las nuevas eran blandas.

Porque la guerra, según ellos, te hacía perder la humanidad.


Yo los escuchaba hablar y permanecía en silencio.

Escuchando sus palabras.

Observando sus buenas intenciones y su poca comprensión.

Hubiese querido hablarles de otras guerras.

Del metro repleto cada mañana.

Del sentido del trabajo.

De la forma en que los hombres miran con desprecio a otros hombres.

De la búsqueda ciega de una felicidad que no sabemos qué significa.

Decirles que hoy, justamente, completo once años escribiendo en el blog sin faltar un día.

Quería hablarles de otras formas de perder la humanidad.

Y de algunas formas de luchar, por no perderla.


Y sí… de cierta forma puedo admitir que tenían razón.

Puedo aceptar parte de sus palabras.

No tuvimos por qué dar la vida.

O por qué arriesgarla.

Pero ocurrió que la perdimos sin más, igualmente.

Por el desgaste cotidiano.

Por el cansancio que suponía sostenerla como un objeto valioso.

La soltamos porque pensamos que así saldríamos a flote.

Porque tuvimos esperanza hasta que la perdimos.

Y porque no entendimos, en definitiva, para que servía.

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