martes, 31 de enero de 2017

Hermosa indiferencia.


Hace media hora escucho un grillo cantar en este cuarto.

Entonces comencé a buscarlo.

Lo encontré en un rincón, por el borde de un estante.

Lo miré desde lejos, para no molestarlo.

Y es que no lo dije antes, pero lo cierto es que me encanta el sonido de los grillos.

Lo malo fue que esta vez, al escucharlo, comencé a darme cuenta que el grillo no me cantaba en lo absoluto.

Es decir, no me cantaba a mí, particularmente.

En este sentido, sería correcto decir que el grillo cantaba como quien caga, digamos… exclusivamente por necesidad propia.

Y claro, eso es algo que uno sabe, en el fondo, pero solemos hacer como que no nos damos cuenta.

Así, lo que me ocurrió entonces, debo reconocer, fue que me sentí molesto.

Y sí… sin duda sabía que era una situación absurda, pero no pude evitar sentirme de esa forma.

De esta forma, algo contrariado, volví a poner atención al grillo… O más bien, comencé, por primera vez, a poner atención al grillo.

Me refiero a que dejé de escuchar, su canto para mí, y comencé a escuchar, en cambio, su canto para él mismo.

Algo que tal vez, por cierto, ni siquiera él escuchaba.

Extrañamente, después de eso, el sonido me pareció más valioso.

Y hasta más perfecto, incluso.

Fue entonces que recordé que una vez, hace años, me pasó lo mismo en una iglesia.

Sin grillos, eso sí, en esa oportunidad…

Pero eso es otra historia.

lunes, 30 de enero de 2017

El papá de Tom compuso una canción.

“Y aunque un cañonazo nos parta,
en las profundidades nos reuniremos”
James M. Barrie


El papá de Tom compuso una canción para que sus hijos se tomaran la medicina.

Era una canción alegre y chistosa que acompañaba con un banjo.

Cuando nos juntamos a beber, con Tom, él siempre recuerda la canción y de paso a su padre y sus hermanos.

Todos están muertos, por cierto, pero Tom lo tiene asumido y hasta bromea con la situación.

Sobre todo porque la canción habla justamente de la muerte, (la muerte como aquello que vendrá si no te tomas las medicinas).

Aunque claro, las medicinas sirven de poco cuando mueres en un accidente de autos.

Esto ocurrió cuando Tom tenía dieciséis, y decidió quedarse con su madre, en vez de ir al estadio, con su padre y sus dos hermanos.

Hoy, Tom es hoy ingeniero eléctrico y tiene un hijo, al que no ve casi nunca.

No parece estar encariñado con él y la verdad es que, según cuenta, su hijo tampoco parece necesitarlo.

La madre de Tom se casó nuevamente con un tipo colorín que fuma pipa.

Tuvo otro hijo al que Tom no lo considera como su hermano.

Cuando Tom canta partes de la canción suele perderse en la melodía y todo resulta algo inconexo.

No sabe, por cierto, tocar el banjo.

domingo, 29 de enero de 2017

No enciendas la luz, porque llegan polillas.


No enciendas la luz, me dijo, porque llegan polillas.

Yo no la encendí.

Me quedé en silencio.

Se escuchaba el sonido del lago y a lo lejos se veían fogatas.

Allá deben estar contando historias, dijo ahora. Siempre son las mismas historias.

Yo no comenté nada, pero era cierto.

Después van a cantar y más tarde dirán algo sobre las estrellas. Apuntarán un par de constelaciones, tal vez. Se sentirán especiales.

Tienen que hacerlo, pensé.

En otro momento habría estado allá, me dijo, cantando. Pero supongo que ya estoy vieja.

Yo no dije nada.

¿Tú habrías estado cantando?, me preguntó entonces.

¿Cuándo?, dije yo.

No sé, dijo ella. Alguna vez.

Pues sí, dije yo. Supongo que sí… Alguna vez.

Pasó un rato.

Nos quedamos en silencio.

A lo lejos, en el lago, se escuchaba un pequeño oleaje.

Entonces ella se acercó y apoyó su cabeza en mis piernas.

¿Quieres que lo hagamos, cierto?, dijo de pronto, mientras se volteaba.

Cierto, dije yo.

Lo hicimos así, sobre el pasto, a medio desvestir.

Puede que con cierto desgano, incluso.

¿No te gusto?, preguntó ella, cundo terminamos.

Yo no contesté.

Desde la distancia, comenzaron a sonar unas canciones, entonadas a destiempo.

Lo de las canciones dura como media hora, luego viene hablar de las estrellas, dijo ella.

Está bien que sea así, pensé, mientras encendía una luz.

Ella pareció molestarse, pero no llegaron polillas.

sábado, 28 de enero de 2017

L. escribe sus memorias.


I.

-Hace unos meses me puse a escribir mis memorias –dijo L.

-¿Y qué tal? –preguntó K.

-Una mierda.

-¿Una mierda así, nada más?

-No –dijo L.-. Una mierda fome.


II.

-No es que me las haya querido dar de importante –continuó L.-, pero había visto una película japonesa y me había parecido algo interesante…

-Ya… -dijo K.

-O sea… le hacía bien a un personaje… parecía algo bueno…

-Hmm…

-Ya sabes… la idea esa de verse a sí mismo… hacerse cargo de uno…

-Entiendo.

-¿No vas a decir nada más?

-¿Cómo qué cosa?

-No sé… algún comentario o algo…

-Está bien –dijo K-. Japón está muy lejos.


III.

-¿No te interesaría leer unas páginas? –preguntó L.

-¿De tus memorias?

-Sí… para dar una opinión…

-Tú dijiste que eran una mierda –dijo K.

-Sí, pero…

-Una mierda fome, de hecho.

-Sí, eso dije –admitió L.-, pero esa era mi opinión.

-Pues yo confío en tu opinión .dijo K.


IV.

-¿Sabes qué es lo más malo de haber intentado escribir esas memorias? –preguntó L.

-Que resultaron ser una mierda fome –respondió K.

-Pues sí… pero no me refiero a eso…

-¿Y entonces?

-Que se hace difícil hacer cosas ahora… como que pienso si quedarían bien dentro de las memorias y termino sin hacer nada…

-Igual siempre se puede vivir la vida de los otros… -dijo K.-, ya sabes… al menos cuando la nuestra se ha agotado.

-¿Te refieres a leer las memorias de un tipo interesante e intentar vivirlas uno mismo? –preguntó entonces L.

-No –dijo K., algo molesto-. Por eso prefiero no hablarte. No entiendes una mierda.

viernes, 27 de enero de 2017

Diez chicas haciendo mandalas.


I.

Un parque en el barrio alto.

En la mañana practican yoga.

Unas diez mujeres practican yoga.

Una hora practican.

Hacen una pausa, eso sí, tras treinta minutos.

Durante la pausa, beben jugo natural de arándanos.

Lo venden en un pequeño local, que está a un costado del parque.

Yo también me compré uno.

Mientras lo beben, conversan amistosamente.

Me acerco lo más que puedo.

Aunque lo intento, no alcanzo a escuchar de qué hablan.

Lego regresan a su clase y yo las sigo.

Ni siquiera sé por qué las sigo.

La mañana está agradable.

Al finalizar la clase respiran hondo.

Guardan sus cosas y sacan el celular.

La mitad de ellas, más o menos, se dirigen a sus autos.

Luego se van.


II.

Un parque en el barrio alto.

Por la tarde es como la máquina del tiempo.

Llegan diez chicas a hacer mandalas.

Se van hasta unas mesas y escuchan a la encargada.

Se parece mucho a la instructora de yoga.

Una hora dibujan mandalas.

También hacen una pausa y van hasta el local.

Acá al menos las compras son más variadas.

Agua mineral, calugas de leche, dulces de mazapán.

Entonces vuelven y terminan los mandalas.

Luego se los muestran, entre ellas.

Finalmente, se van.


III.

Un parque en el barrio alto.

Un centro cultural, en realidad.

Ya casi es de noche.

En una hora debiese partir mi clase.

Una especie de taller literario, digamos, para abreviar.

Me dijeron que tendría diez alumnas.

Mientras espero, siento un poco de ceniza, en el aire.

Nunca he hecho yoga ni dibujado mandalas.

No me gusta el jugo de arándanos, ni tampoco el mazapán.

Diez minutos antes de la clase me voy del lugar, sin convicción alguna.

Nadie me espera en casa.

Escribo en un blog que nadie visita.

Me acuerdo de las chicas haciendo mandalas.

El corazón no ha latido en todo el día.

jueves, 26 de enero de 2017

El hombre que daba las cartas.


Ocurrió en Coquimbo.

En una especie de bar clandestino donde se jugaba a las cartas.

Yo llegué con un amigo del sector, que ya había ido en otras ocasiones.

En el lugar deben haber estado unas veinte personas, todos con algo para beber y apostando a los dados, las cartas o tirando dardos.

La mayoría de los que jugaban eran viejos, y parecían habituales.

-Si vas a apostar tienes que pedirle permiso al tipo de allá –me dijo mi amigo-. Él es aquí como el Dios padre..

Yo miré y me fijé en el tipo.

Estaba en una mesa donde jugaban póker. Usaba lentes gruesos y tenía una muleta. Él era el hombre que repartía las cartas.

Justo cuando me acerqué uno de los jugadores dejó la mesa y con un gesto el tipo me invitó a participar.

-Son apuestas bajas –me dijo-. No te preocupes. Máximo cinco mil en cada mano.

Yo acepté.

No se usaban fichas, solo efectivo.

Casi nadie apostaba.

Gané un par de veces y perdí en otro par.

-Si ganas se deja el diez por ciento –me dijo.

Yo asentí.

Mi amigo también llegó a la mesa a jugar y compramos vino.

Ya casi amanecía cuando el hombre que daba las cartas, dio un aviso.

-La que viene es la última partida –nos dijo-. Después me va a dar un infarto.

Mi amigo rio.

Los otros que jugaban hicieron como si no escucharan.

Aposté todo en esa jugada, ya que era la última.

Dos o tres tipos aceptaron la apuesta.

Gané esa partida, creo que con un full.

Mientras me pagaban, el hombre que daba las cartas se llevó una mano al pecho y se desplomó.

Lo demás fueron llamadas y ambulancia y lo que ocurre siempre en esos casos.

Al día siguiente me fui de Coquimbo y, con el tempo, perdí comunicación con ese amigo.

Cuando fui otra vez, años más tarde, descubrí que en el lugar habían construido una iglesia.

Nunca supe si el tipo murió.

Me ahorré, de todas formas, pagar el diez por ciento.

miércoles, 25 de enero de 2017

Compro, en un sueño, zapatillas verdes.


Sueño que compro zapatillas nuevas.

Unas zapatillas deportivas verdes.

Al llegar a casa abro la caja y descubro que vienen tres.

Una derecha y dos izquierdas.

Me complico por determinar cuál de las dos izquierdas es la que corresponde al par.

Ambas son iguales.

Al final escojo una y armo el par.

Está atardeciendo y no hace calor, así que me coloco las zapatillas para ir a trotar.

Entonces, antes de salir, comienzo a observar la otra zapatilla.

No sé qué hacer con ella.

Oscurece y no sé qué hacer con ella.

Como ya es tarde me saco el par y me dispongo a dormir.

Sobre el velador, dejo las tres zapatillas.

Sueño duermo del sueño.

En la zapatilla extra descubro un pie.

Un pie de goma, pero que me pareció real por un momento.

Lo saco de la zapatilla y observo que tiene las uñas dibujadas.

También tienes líneas en la planta.

Toco las líneas y me da cosquillas.

Despierto del sueño dentro del sueño.

Sobre el velador siguen las tres zapatillas.

Me angustia ver las dos izquierdas.

Todavía está oscuro y todo está en silencio.

Me doy una ducha.

Tomo un vaso de leche con chirimoya.

Decido igualmente salir a trotar.

Me pongo short y una polera.

Por último, me coloco las dos zapatillas izquierdas y dejo la derecha sobre el velador.

Es una decisión que me alivia, dentro del sueño.

Es decir, hay cierta incomodidad física, pero queda en segundo plano.

De cierta forma, incluso, resulta placentero.

martes, 24 de enero de 2017

No existen más fracciones que números enteros.

(Fragmento)

(…) Según él –y acá cito textual-,  no existen más fracciones que números enteros. Se veía nervioso y lo repetía una y otra vez, aunque yo no entendía con qué motivo. No existen más fracciones que números enteros, decía, como si se tratase de algo incuestionable. Y claro, yo entendía lo que quería decir, pero estaba profundamente en desacuerdo. No sé si lo discutimos de buena forma, pero al menos yo, internamente, mantenía una postura clara. Siempre habrá más fracciones que números enteros, podría haberle dicho, pero sabía lo que él respondería y no tendría entonces más que mi intuición para poder rebatir y no quería tener complicaciones. Por otro lado, habíamos bebido, y tengo por norma no defender bandera alguna en ese estado. Además, si soy honesto, no creo que él hubiese estado equivocado, sino que, simplemente, estábamos hablando de dos infinitos distintos. Lo triste, sin embargo, -y lo que me hubiese gustado discutir, aunque fuese por un momento-, decía relación con la inutilidad de la existencia de lo finito, bajo esa concepción de infinito. Me refiero a la intrascendencia de las diversas unidades –o subunidades si pensamos en las fracciones-, que su frase acarreaba… Pero claro, eso ya era pretender que podíamos comprendernos, y eso ya era suponer demasiado (…)

lunes, 23 de enero de 2017

El interruptor.


-Ella se enojó porque en vez de un interruptor de luz, puse un accionador de timbres…

-¿Qué es eso?

-Unos interruptores iguales a los de encender la luz, pero que permiten hacer sonar un timbre…

-¿Y sonaba en vez de encender la luz?

-No, no es eso… El problema era que el interruptor de timbre tiene una especie de resorte y no puede quedar encendido de forma fija… Así que cada vez que uno quería encender la luz, esta solo se prendía brevemente, mientras uno hacía presión con el dedo.

-Y entonces ella se enojó.

-Sí, pero no al tiro… De hecho nos dio ataque de risa como por dos días, y durante la primera semana, nos parecía chistoso…

-Y después de esa semana fue que se enojó.

-No… no tan rápido… o sea, de a poco se puso más seria… luego empezó a apurarme para que lo cambiara… y como no lo hacía, como a los tres meses, ahí se enojó…

-¿Y por qué no lo cambiaste en ese tiempo?

-Porque a mí me producía alegría… o sea, puede ser raro, pero cada vez que apretaba el interruptor y la luz se encendía y se apagaba, yo la recordaba riendo, y disfrutando ese momento…

-¿Y se lo intentaste explicar?

-Sí… más o menos… pero el problema era que estaba muy molesta, y sinceramente ya no me interesaba cambiarlo… así que siempre posponía el asunto.

-¿Y qué hizo ella, entonces?

-Se molestó más. Incluso dejó de hablarme por unos días… Luego se fue donde su mamá.

-¿Y ya regresó?

-No… Dice que no va a volver hasta que cambie el interruptor ese…

-¿Y lo vas a cambiar?

-Sinceramente no lo sé… o al menos no todavía… prefiero esa alegría, sabes… de cierta forma es más pura… no sé si me explico.

domingo, 22 de enero de 2017

Antichthon.


I.

-Si hubiese gente que viviese en la cara oculta de la luna –dijo R.-, ellos no serían capaces de ver la Tierra... y pensarían que no existe.

-Pero no hay –dijo N.

-No po… -admitió R.-. No hay.


II.

-Los pitagóricos creían algo parecido –siguió R.

-¿Qué cosa? –preguntó N.

-Que existía una especie de segunda Tierra… Creo que la llamaban Antichthon… El punto es que este sería una especia de planeta gemelo, pero invisible a los griegos en ese entonces… porque supuestamente su movimiento lo haría permanecer siempre oculto a la cara de la Tierra donde se encontraba Grecia… Igual que lo que ocurriría con la gente de la cara oculta de la luna, con nuestro planeta…

-Igual que lo que ocurriría con esa gente que no existe –corrigió N.

-Exacto… -admitió R.-. Lo que ocurriría con esa gente que no existe.


III.

-Mi teoría con las personas es parecida -agregó entonces R.-.

-Ya –dijo N.

-Me refiero a que cada uno de nosotros debe tener una especie de Antichton… Un alguien cuya existencia es imposible de comprobar, por su rotación, ya sabes… por existir siempre a tus espaldas… como si nosotros viviésemos en el lado oculto de la luna y hubiese otro que fuese como la Tierra y…

-Pero no vivimos en el lado oculto de la luna –interrumpió N.

-No po… -admitió R.-. No lo hacemos.

sábado, 21 de enero de 2017

Tras (palabras para recitar borracho)


Tras la montaña esa
solo encontré otras montañas.

Y tras perder los dientes,
otros dientes.

Bajo las piedras,
descubrí bichos.

Y al arrancar las uñas
encontré carne.

Entonces fueron los gritos,
y luego de ellos,
el silencio.

La multitud entera
y a continuación el vacío.

Un par de policías
y luego de ellos, un juicio.

Preguntas de un abogado
y tras de ellas, carcajadas.

Un teléfono que suena
y después una voz.

Un dolor insoportable en las sienes
y después un grito.

Un grupo de hombres
y luego unas amarras.

Imágenes inconexas
y entonces vino el llanto.

Y tras el llanto, convulsiones,
y poco después, la ambulancia.

Inyecciones y pastillas
y entonces algo así como la muerte.

Dormir por días y tras ellos,
seguir durmiendo.

Me preguntan un nombre
y tras la pegunta el vacío.

Entonces pasan los años
y después se detiene el tiempo.

Llegas sin saberlo a un bar
y tras ello, una iglesia.

Escuchas cantos y luego una voz
y tras ella una promesa.

Alguien te habla de Dios,
y luego de eso, tú le esperas.

Pero tras la semana de espera,
apenas apareció un cura.

Y bajo la sotana del cura
resultó que había un monociclo.

¡Apenas un monociclo, conchetumadre…!

¡¿Y qué mierda puede haber, tras un monociclo…?!

viernes, 20 de enero de 2017

Asesino indeciso.


Tal vez soy un asesino indeciso.

Profundamente indeciso.

Primero por el arma.

¡Años pasaron hasta decidirme por un arma…!

Luego por el lugar.

¡Ciudades, montañas y recovecos que apenas me convencen…!

Ahora por la víctima.

Cuestión que no resuelvo a pesar de mis esfuerzos.


Es posible que piensen que exagero.

Es posible que pasen de mí y me observen de reojo.

¡Allá ustedes…!

Lo cierto, en todo caso, es que yo he buscado en todo sitio.

Y es que sobraban aspirantes, en un inicio.

Y claro… yo pensé que sería solo cuestión de método.

Un método para escoger, me refiero.

El más débil, el más cercano a mí, o hasta el primero por orden alfabético.

En cambio, ocurrió que comencé a desestimar aspirantes.

Así, de pensar que todos se lo merecían, pasé a perdonarles la vida a cada uno de ellos.

F. era cariñoso con los animales.

L. había sido abandonado de pequeño.

M. criaba cactus en un huerto.

¡No iba a elegir a uno de esos…!

J. leía a Tolstoi a escondidas.

N. lloraba viendo teleseries turcas.

D. tenía lindas piernas.

¡No podía eliminarlas sin más…!


Así, ocurrió que llené páginas con descartes y argumentos.

Páginas de Excel, me refiero.

Años hasta que finalmente sospeché que el problema podía estar en mí.

En mi indecisión, por supuesto.

Aunque claro… tal vez resulta que soy bueno.

jueves, 19 de enero de 2017

Algo así como un arte poética.


I.

Al final se arroja por la ventana, pero antes de eso hay una historia.

Lamentablemente, yo no sé contar historias de ese tipo.

Yo simplemente observo el salto.

No miro dónde cae.

No imagino que se eleve.

Ni siquiera miro el suelo buscando el sitio del impacto.

Yo escribo mientras limpio la ventana y busco no salir en el reflejo.

La sensación es solo mía.


II.

De chico tenía un cuaderno de copias.

Me obligaban a escribir en él hasta que la letra salía perfecta.

Nunca se fijaron qué escribía.

Yo elegía frases extrañas.

Palabras que escribía una y otra vez hasta robarles el significado.

Entonces me di cuenta que el significado no se encontraba en las palabras.

Y que si estaba en algún sitio, era un sitio al que no teníamos acceso.


III.

Mientras escribo esto alguien se arroja por una ventana.

Mientras hacía copias, de pequeño, alguien también se lanzaba.

Intento pensar en ellos y escribir, pero cada vez es más difícil.

Así, en el fondo, debo reconocer que simplemente he seguido haciendo copias.

Me cago en Godot.

Me cago en Raskolnikov.

Me cago en Caulfield.

Hoy la luz del sol fue naranja por un instante, y yo lloré, porque se acababa el mundo.

miércoles, 18 de enero de 2017

Todo en cajas (Canción tradicional lituana)


Me enseñaron una vez.

Que todo puede meterse en cajas.

Y yo hice mío aquel aprendizaje.

Y pensé que todo iba a estar mejor.

Pero mi vida no cambió una mierda.


No obstante lo anterior.

Acuné esa información por largo tiempo.

Como si hubiese sido un secreto.

Hoy, sin embargo, te entrego a ti este conocimiento.

Todo puede meterse en cajas, te digo.


La única dificultad, después de todo.

Puede llegar a ser el tamaño de las cajas.

Y es que hasta el conocimiento, puede guardarse.

Primero en una caja y después en otra.

Y luego en otra más grande.


Si se trata de cosas vivas, por otro lado.

No debes olvidar hacer hoyos, en las cajas.

Pequeñitos para que entre el aire y luego salga.

Pequeñitos para que no puedan ver fuera.

Y luego desesperen.


Para evitar el desorden, por último.

Guarda siempre las cajas, dentro de otras.

Sigue así entonces hasta que hayas acabado.

Y cuando todo esté en silencio y parezca que no hay nadie.

Cierra desde dentro, y con cuidado, la última de ellas.

martes, 17 de enero de 2017

El verdadero mal y la gran contradicción.


El verdadero mal es incomprensible y horroroso.

Ni siquiera tiene sentido alguno.

Y existe porque sí.


El sufrimiento, sin embargo, no surge directamente de ese mal.

El sufrimiento surge del intentar comprender ese mal.

Es decir, el sufrimiento nace del no sentido.


Todo aquel que busque comprender ha de sufrir.

No por la búsqueda en sí, sino por el quiebre de las expectativas.

Lo que entendemos por salvación, por lo mismo, es siempre una contradicción.


Huir del mal y huir de sufrimiento son dos errores distintos.

Buscar el bien y el placer, sin embargo, son exactamente el mismo error.

Esperar nada es la gran contradicción.


Hay tres distintas formas de esperar nada.

Teniéndolo todo o careciendo de todo.

La tercera forma surge de no diferenciar situación alguna.


Existe el mismo número de formas de vida, que formas de comprensión.

Las formas de vida terminan en la muerte y las formas de comprensión en el absurdo.

El mal verdadero no sabe distinguir entre ambas.


El corazón late en base a contradicciones.

Y se contradice hasta que alguien cree encontrar un sentido.

Por lo mismo, dejo acá estos tres últimos latidos:


Escribir no es nunca escribir en el agua.

Escribir no es nunca escribir en el agua.

Escribir no es nunca escribir en el agua.

lunes, 16 de enero de 2017

El sabor de lo que no se sabe qué es.

“Somos lo que no se puede entender”
Kill la Kill

Ella hablaba de eso. Del sabor de lo que no se sabe qué es. Lo decía con algo concreto, en todo caso. Referido a una tortilla, si mal no recuerdo. Pero claro, desde ahí uno establecía relaciones que revelaban de mejor forma lo que ella era realmente. Amar lo que se desconoce. Vivir, incluso, porque no sabemos qué es vivir. Aunque claro, eso no lo decíamos abiertamente. Y es que era peligroso hacerlo. Me refiero a que no es tan fácil declarar que la belleza verdadera está en el sinsentido. O dejarse vivir apartando de uno lo aprendido. Olvidándose qué es la vida, digamos. Y es que ella hablaba de eso, supongo. O yo sentía que hablaba de eso. Hablaba sin hablarlo, en todo caso… Salvo lo del sabor de lo que no se sabe qué es. Eso al menos recuerdo que lo dijo. Lo demás eran sensaciones. Esa invitación constante a disfrutarlo de esa forma. La hora que se desconoce. La fecha que se olvida. La dirección en un papel que se lo ha llevado el viento. Eso también debía constituir un camino. Eso parecía decirte, cuando estabas junto a ella. Cuando sin darte cuenta te quitabas un peso. Cuando partías la tortilla. Cuando comprendías que la gravedad misma podía estar hecha por el equívoco deseo de dar sentido. Cuando sentías el sabor de lo que no se sabe qué es, en definitiva. Ella hablaba de eso…

domingo, 15 de enero de 2017

Una solución pura.


A veces busco soluciones. No pienso en el problema, por supuesto, pero busco soluciones. Soluciones puras, entonces. Soluciones espontáneas. Por ejemplo, una solución que propuse es la siguiente: La gente debería morir y revivir una vez. Ignoro el problema, como decía, pero creo que se trata de una buena solución. Una auténtica solución pura. La gente debe morir y revivir una vez, escribo. Aunque claro, la idea es que la gente no sepa que tiene esa vida extra. Asimismo, se debe desestimar que la solución propuesta considere la muerte como un problema, e intente, de alguna forma, resolverla. Nada hay más lejano que aquello. Por eso es importante recordar que se trata de una solución pura. Lamentablemente, a muchos les cuesta entender aquello. Esta misma solución, si la comparto, supondría que algunos piensen que se trata de una situación que aclararía lo que hay después de la vida. O en otras palabras, vendría a revelar lo que hay en la muerte. Errores de base puesto que, como decía, una solución pura no viene a resolver un problema dado, ni tampoco, por cierto, a generar uno. Y es que una planta no genera raíces. O no en ese orden, al menos. Así, la solución anterior –de morir y revivir una vez-, no es que resuelva lo que hay en la muerte, sino que, muy por el contrario, se vuelve valiosa ya que te regresa a lo que no hay en la muerte. La vida, digamos. Vemos así una ruta de existencia para esta solución que se aleja de cualquier fenómeno que pueda ser considerado como un problema. Una solución pura, entonces. Supongo que me explico.

sábado, 14 de enero de 2017

Martillos (Golpes de martillo).


Esta noche.

Varias noches.

Todo son golpes de martillo.

Ni siquiera distingues si es dentro o no del sueño.

Tal vez alguien construye algo.

Alguien construye algo y mantiene un ritmo casi perfecto.

Extrañado, sales entonces a buscarlo.

Dentro y fuera del sueño, sales a buscarlo.

Das unos pasos.

Avanzas por un lugar estrecho.

Encuentras así al primer hombre.

Parece clavar algo sobre una mesa, pero luego ves que no.

Sobre la mesa, solo observas galletas.

La moral siempre es como una galleta, dice el hombre.

Se quiebra fácilmente.

Parece firme, pero se quiebra.

Tras escucharlo, te alejas de él rápidamente.

No podría clavarlas aunque quisiera, te dices.

Y claro, avanzas ahora buscando a un segundo hombre.

Te encuentras así con un hombre que tiene un cuarto cubierto de pieles.

Pieles de animales, por supuesto.

El hombre parece tomarlas y observarlas.

Tú, en cambio, te dedicas a pensar.

Bien pudo ese hombre dejar clavos en las paredes para colgar esas pieles, te dices.

Pero claro, las paredes se ven lisas y el hombre, si te fijas, parece abatido.

Era una serpiente enorme, comienza a decir, de pronto.

Yo mismo la atrapé y le arranqué la piel.

Lamentablemente, siguió el hombre, el color es otro.

Me refiero a que esto no es la serpiente que atrapé.

La serpiente era otra cosa.

Luego el hombre solloza un poco y mete las pieles a un saco.

No tiene  martillo y no va a clavar nada.

Todo eso va directo a la basura.

El hombre, de hecho, no vuelve a decir palabra.


Por último, encuentras al tercer hombre.

Lo ves clavar afanosamente algo en una pared.

No logras distinguir qué es lo que clava.

Te acercas.

Sabes que es el último de los hombres.

Viéndolo de cerca, sin embargo, te percatas de algo.

Te percatas, decía, y se lo haces saber.

Señor, le dices, parece que le robaron los clavos.

El hombre se muestra sorprendido, como si recién se percatara.

Deja el martillo a un lado.

Observa el lugar.

Todo son golpes de martillo, comenta entonces.

Dentro y fuera del sueño.

viernes, 13 de enero de 2017

Desde el segundo piso.


Desde la ventana del segundo piso observo las casas vecinas.

Más bien el patio de las casas vecinas.

En uno tienen siete conejos.

En el otro hay siempre una mujer sentada en una silla de ruedas.

En el tercero hay seis plantas de marihuana.

No alcanzo a ver más patios, por cierto, salvo el mío.

Y en él, solo hay cajas apiladas y botellas vacías de cerveza.

Por lo mismo, mi distracción principal la constituyen los conejos.

Dos son blancos, dos tienen manchas, y tres de ellos son mayormente negros.

Los manchados son los más grandes y los que más montan a las hembras.

Las dos blancas, por cierto, son las más montadas.

En eso pasan el día los conejos.

Y yo los miro.

La abuela en cambio no sé qué mierda hace.

Me refiero a que nunca la he visto hacer nada más que estar en la silla.

Ella misma se impulsa para salir o entrar en la casa.

Y al parecer no se encuentra nunca nadie más en esa dirección.

Por otro lado, mientras está en el patio,
no pareciera que ella observe una cuestión determinada.

En cambio, estoy casi seguro que ella sale a oír algo, en el patio.

Algo que nunca escucha, ya que estamos.

Las plantas de marihuana, por último, son regadas por una mujer albina.

Las cambian de lugar por las noches y vuelven a ubicarlas, a primera hora.

Ya han crecido mucho desde la primera vez que las vi.

La mujer albina, en cambio, parece cada día más pequeña, y hasta más delgada.

Ese era el panorama desde el segundo piso que observé hasta el día de hoy.

Esta es la primera vez que lo describo.

Luego llegó la balacera, y las cosas cambiaron, definitivamente.

Pero eso es otra historia.

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