jueves, 29 de febrero de 2024

Estrellas fugaces.


Como había pronóstico de lluvia de estrellas fugaces fuimos hasta un lugar alejado, en la cordillera, para poder observar mejor.

Ya en el camino, sin embargo, comencé a encontrar triste esta situación.

El ir por una predicción, me refiero.

Sabiendo, más o menos, qué es lo que podemos encontrar.

Sintiendo esto, quise guardarme la tristeza, para no contagiar a los otros, pero sentí también que debía plantear mínimamente mi postura.

-¿Han pensado que ya nadie puede ir y mirar el cielo intentando descubrir algo? -pregunté.

Los otros no hicieron caso de mi observación.

Por lo mismo, intenté explicarla de mejor forma.

-Me refiero a que hoy no veremos un cometa, por ejemplo… No descubriremos nada que no estuviese ya previsto.

-¿Y eso qué? -dijeron ellos.

-¿No lo consideran un poco triste? -les dije-. Saber que aquello que vamos a observar ocurrirá dentro de ciertos márgenes...

-…

-¿No habría sido mejor encontrarnos con esa lluvia de estrellas fugaces, sin saber de ella, por ejemplo?

Guardaron silencio un buen rato antes de agregar alguna cosa.

-Está bien observar y verificar que algo ya predicho pasa -dijo alguien-. Por eso la gente se alegra en los eclipses y se abrazan cuando esto sucede… porque en el fondo siempre dudan un poco de que lo previsto vaya a suceder de la forma en que se ha previsto… y esa angustia se disipa finalmente cuando el fenómeno ocurre.

-Pues yo sigo pensando lo contrario -dije, luego de pensarlo un poco-. Estoy seguro de que, si fuésemos a ver un eclipse y todos estuviésemos preparados para que suceda y luego este no ocurre, sería algo mucho más interesante… o más valioso incluso… Probablemente luego de que no ocurriese tendríamos un poco de miedo de mirarnos, es cierto, pero estoy seguro que ese sería al menos un miedo hermoso… un temor que en el fondo es el temor normal ante aquello que es totalmente libre de ocurrir…

-Espera -me interrumpieron-, ¿te das cuenta de que lo que tú mismo estás señalando es una predicción? ¿No crees que también necesitas de esas cosas?

-Nunca lo he negado -acepté-. Solo quería plantearlo.

-Pues lo que planteas te limita a ti, sobre todo, a disfrutar de mejor forma aquello que veremos.

El tono de esa última frase me fue dicho con un tono desagradable, dañino, y debo reconocer que hasta me hirió un poco.

-Disfruto más siendo honesto conmigo mismo -señalé entonces, un tanto más severo.

Siguió el viaje y, afortunadamente, cambiamos el tema para que todo se relajara un poco.

La lluvia de estrellas fugaces, por cierto, comenzó justo en la hora programada.

Hasta donde sé, ninguno de nosotros pidió un deseo.

miércoles, 28 de febrero de 2024

Una coreógrafa húngara.


-Hay una coreógrafa húngara que incluye tropiezos en sus creaciones -me dijo-. Fallos que están programados, digamos, y que interrumpen una coreografía que si no fuera por esos tropiezos o caídas serían realmente hermosas. No sé si la conoces.

-No -le digo-. No he oído de ella.

-Pues deberías -me dijo-. Me refiero a que tiene una postura interesante. La otra vez leí una entrevista que le hicieron donde ella explicaba que los tropiezos, caídas y otros aparentes desajustes eran en el fondo los pilares que sostenían sus coreografías. Y decía también que su creación estaba perfectamente ejecutada si los espectadores sentían que el tropiezo era verdadero…

-Es decir -lo interrumpí-, ¿ella prefería que pensaran que esos errores programados no formaban parte de sus coreografías?

-Sí, exacto.

-Pero entonces sería una contradicción con lo que ella planteaba, porque…

-No -me interrumpieron ahora a mí-. No es contradicción y que al sentir el tropiezo como algo verdadero, es la naturaleza artificial de la danza la que se pondría en duda… De ahí que lo que pretendiera en el fondo era cuestionar la falsedad del artificio, y rescatar esa falsedad a partir del hecho verdadero del tropiezo, que al ser planificado contagia de verdad al resto de la presentación.

-Hmm… -dije yo.

-¿Qué pasa? -me preguntó-, ¿no te convence?

-No del todo -señalé-. Pero supongo que poco importa mi convencimiento.

-Así es -me dice-. Poco importa.

Ninguno de los dos, por cierto, tenía razón.

lunes, 26 de febrero de 2024

Mala memoria.


De pequeño quería tener mala memoria.

De hecho, hice varios berrinches alegando que quería dejar de recordar.

No es que tuviese malos recuerdos o que quisiese olvidar algo en específico.

Simplemente quería tener mala memoria.

No tener la obligación de acordarme de lo que ya había ocurrido.

O así lo explicaba, al menos.

De vez en cuando algunos familiares lo recuerdan y lo cuentan como una anécdota extraña cuando volvemos a vernos.

Comentan, por ejemplo, que me negaba a comer pasas, pues se decía en ese entonces que fortalecían la memoria.

O que una vez metí mi cabeza en un cubo con agua y hielo, pues se me había ocurrido que eso me ayudaría a tener una amnesia temporal.

Mi madre cuenta que una vez le dije que tenía miedo de que el cerebro se llenara de recuerdos y luego ya no entraran más.

Yo, por mi parte, creo recordar que lo que quería, realmente, era volver a sentir algunas cosas por primera vez.

O a sorprenderme con ellas.

Una película, un sabor… o un juguete incluso, que siempre se sentiría como algo nuevo.

Los elefantes son tristes porque lo recuerdan todo, le dije a una profesora a quien le explicaba un dibujo.

Y por eso caminan como si no quisieran ir realmente al lugar que van.

Esta profesora, por cierto, llamó a mi madre poco después de aquello.

Creo que temían que existiese algún trauma asociado a un hecho ocurrido tiempo atrás.

Mi madre, al parecer, sintió que la culpaban de algo, indirectamente.

Por eso, desde ese momento me prohibieron comentar aquello y hasta me castigaron en un par de ocasiones en que olvidé dicha prohibición.

Al menos algunas cosas sí se me están olvidando, debo haber pensado entonces.

Eso infiero, por supuesto, ahora que todo eso ya pasó.

¿Les conté que de pequeño quería tener mala memoria?

Es un promedio, por supuesto.


Me cuentan que al menos una vez por semana hay alguien que se muerde un dedo mientras come una hamburguesa, en cada local del McDonalds.

-Es un promedio, por supuesto -me dicen-, pero es cierto.

-¿Y cómo llevan esa cuenta? -pregunto.

-Lo que pasa es que son mordeduras relativamente graves -me explican-. Personas que sufren cierto daño y solicitan luego ayuda al personal. Por lo mismo, el registro queda en la bitácora del local. Y claro… ahí se verifica el promedio.

-Entonces, ¿hay más mordeduras todavía?

-Claro, pero mordeduras menos importantes… -me dicen-. Sin daños asociados.

-…

-Incluso leí que en Oregon, creo, les exigieron tener personal contratado con conocimiento médico, para realizar estas curaciones.

Me quedo un rato en silencio, analizando lo que me han dicho.

-Hmm, no sé… -comento entonces-. No me parece cierto, en realidad.

-Pues te aseguro que lo leímos en algún lado -me dicen.

-Puede que lo hayan leído -les digo-, lo que yo pongo en duda es que sea cierto.

Ellos no contestan.

Parecen un tanto molestos.

-El mundo esta lleno de cosas que no parecen ciertas -dicen ahora-. Que se encuentren escritas, por lo general, puede darnos cierta seguridad, al menos…

Por supuesto, no estoy de acuerdo con lo que dicen, pero lo dejo pasar.

Además, aunque demostrase tener razón, eso no me traería ningún beneficio.

Escribo esto, por cierto, para no tener que demostrarlo.

domingo, 25 de febrero de 2024

No sirvo para la pesca de arrastre.


No sirvo para la pesca de arrastre. No sé por qué, pero es algo que no haría. Un poco por elección, es cierto, pero también es cierto que, si lo intentara, no podría hacerlo. Debo ser honesto en eso, al menos, si es que elijo hablarlo. ¿Por qué no podría? Pues por varias razones, supongo. O varias carencias más bien. Digo esto pues creo que me faltarían en principio tres cosas: fuerza, convencimiento y hasta un poco de insensibilidad, para poder realizarla. Estoy consciente que lo hablo desde lo individual y que mis razones pueden parecer abstractas y absurdas para quien asocia la pesca de arrastre con experiencias o imágenes concretas y específicas. En este sentido, puedo aceptar que la pesca de arrastre, para mí, es más bien un principio. Una idea que se traslada de significante, aunque mantiene -en lo esencial-, su primer significado. Con esto, supongo, espero pueda entenderse lo relacionado a la falta de convencimiento. Ahora bien, ¿por qué digo que carezco de fuerza? Por el arrastre mismo, digamos. No es que me imagine a mí, físicamente, arrastrando una red, pero incluso para apretar un botón que genere un mecanismo que genere ese arrastre se requiere de una fuerza de la cual carezco. Y que elijo no desarrollar, por cierto. Por último, debo señalar que es mi sensibilidad, en definitiva, lo que me impide (desear) desarrollarla. En otras palabras, prefiero mantenerme frágil en este aspecto. Y seguir siendo, voluntariamente, quien soy.

sábado, 24 de febrero de 2024

Una mancha en el ascensor.


Ella vivía en el piso 12.

Obviamente, cuando la visitaba, subía por el ascensor.

El ascensor era muy moderno y de última tecnología.

Esto se traducía en alta velocidad, vibraciones mínimas y un silencio casi absoluto.

Extrañamente, entre la pulcritud del ascensor se hacía notar una mancha en la parte alta de uno de sus costados.

Era una mancha pequeña en todo caso, que estaba justo en el borde con el cielo del ascensor y supongo que habrá pasado desapercibida para muchos.

Tras mirarla varias veces, en mi caso, comencé a ver un rostro en aquella mancha.

No muy nítido, por supuesto, pero cada vez que tomaba el ascensor observaba aquella mancha intentando reconocer aquel rostro.

Probablemente se asemejase a alguien famoso, pensaba, pero el viaje en ascensor era tan corto que no podía detenerme a observarla con detenimiento.

-Yo no veo ningún rostro -me dijo ella, cuando le intenté mostrar-. Una mancha sí, pero solo con forma de mancha.

-Mírala desde acá -le dije-, tiene la nariz un poco hacia arriba…

-Hmm… puede ser -aceptó ella, pero entonces ya debíamos bajar.

Insistí unas cuántas veces más y le sacamos fotos incluso, intentando recordar a qué rostro se asemejaba.

Pero en las fotos no se notaba bien, solo podías verlo bien en el juego de luces que se hacía en el breve intervalo en el que el ascensor estaba en movimiento.

-De todas formas el problema no es “reconocer un rostro” -me dijo ella, una vez-. En el fondo todo se trata de interpretar aquello. Y no puedes forzar la interpretación. Si no logras relacionar aquello con alguien específico déjalo y ya está…

Como la noté algo molesta preferí asentir y dejarlo hasta ahí.

De hecho, tras reflexionar un poco, acepté que estaba obsesionado con aquello e hice lo posible por no pensar más en esa mancha.

La última vez que fui, de hecho, recuerdo que preferí usar las escaleras, para evitar volver sobre ese asunto.

Así y todo cuando hoy recuerdo aquella época (12 años atrás, aproximadamente), lo cierto es que me acuerdo perfectamente de la forma de la mancha del ascensor, mientras que el rostro de ella se ha desdibujado casi por completo.

-Siempre mientes un poco para decir la verdad -me dijo una vez.

Es extraño, pero no recuerdo si me lo dijo como si fuese una virtud, o a modo de reproche.

viernes, 23 de febrero de 2024

Mi vida como un funeral vikingo.


Gané mi primer concurso de escritura cuando tenía doce años. Lo gané de casualidad. Sin saber que participaba, incluso. Un profesor envió una narración que había escrito en el último ítem de una prueba. La narración se llamaba “Mi vida como un funeral vikingo”. No recuerdo las indicaciones del ejercicio ni qué se nos pedía escribir en esa oportunidad, pero en el relato yo iba tendido en una embarcación, con mis pocas pertenencias a los lados. Eso es lo que recuerdo del relato, al menos. Eso y que en algún momento el personaje tendido en la embarcación (yo, supuestamente), dudaba si arrojar mi cuerpo al agua y abandonar las cosas, o si debía permanecer tendido ahí, tranquilamente, entre ellas. Cómo sea, lo cierto es que en un momento dado el profesor me entregó una invitación para asistir a la premiación, que se realizaba en otro colegio de la comuna, que había organizado aquel concurso. La invitación estaba dirigida a mis padres, en todo caso, en su rol de apoderados. Dudé mucho en entregarla pues pensé que asistir, para nosotros, se traduciría en una serie de problemas y situaciones que preferí evitar. De todas formas, era un concurso pequeñito, en el que solo entregaban un diploma y un libro de lecturas escolares. Lo supe porque el profesor que envió el relato me los entregó un día, al término de una clase. Lo hizo de forma silenciosa, sin decirle a los demás. No sé bien por qué, pero creo que pensó que mis padres se molestaron por haberlo enviado sin consentimiento e incluso me pidió disculpas. Esa misma tarde, por cierto, de camino a casa, boté el diploma en el basurero de una plaza y dejé el libro sobre el pasto, para que se lo llevara alguien más. Supongo que tenía miedo que mi madre los descubriera y tener que dar explicaciones. No hubo pasión ni fuego en aquello, solo un abandono frío. Y mi cuerpo, ciertamente, nunca se incendió.

jueves, 22 de febrero de 2024

Porque la maleta no llegó.


Es cierto. Me desesperé entonces porque la maleta no llegó. O sea, llegó a otro lado y luego hubo que comenzar un montón de trámites para que me la enviasen correctamente. No me podían ni hablar por esos días. Estaba irritado, discutía con todos. Incluso estando solo no dejaba de darle vueltas a ese extravío y culparlo de todo lo malo que me pasaba. Mis fundamentos eran básicos, pero claros: en la maleta estaba el libro que quería leer, ropas que me recordaban momentos y vínculos especiales, un par de cuadernos con dibujos y algunos apuntes… no sé… una serie de artículos que yo sentía esenciales para que mi vida siguiese funcionando. Sé que puede sonar exagerado, pero yo lo sentía así. Y la situación empeoraba pues luego de tres semanas la dieron oficialmente por perdida y empezaron a ofrecer compensaciones, como si con eso se arreglase todo. Dinero, productos exclusivos y hasta un nuevo viaje recuerdo que me ofrecieron para que dejase de armar escándalo. Y claro, yo no quería aceptar nada, pues sentía que era como jugar a cerrar una puerta que en realidad no estaba, que era como engañarse, ya sabes… compensar lo que no se compensa. Cómo sea, el punto es que a los dos meses lograron recuperar y entregarme la maleta. Había viajado por tres continentes, según dijeron. Me mostraron el itinerario y la secuencia de errores. Se disculparon y volvieron a ofrecerme una serie de regalías para que firmase un documento en el que se ponía fin a aquel asunto. Antes de hacerlo, me pidieron abrir la maleta, para confirmar que no faltase nada y dar fe que todo estaba en orden. Acepté. Rompí los sellos y la abrí en la misma oficina en que me la entregaron. Debo haber puesto una cara extraña cuando vi el interior pues ellos se preocuparon y me preguntaron si era realmente mi maleta y hasta comenzaron a excusarse nuevamente. Pero lo cierto es que era mi maleta. Tenía las cosas que había puesto en ella antes del viaje, digamos, aunque lo cierto es que se sentía todo extraño. Ya no significaba nada, esa maleta. Eso sentí. Era como la maleta de un desconocido. Me refiero a que no me proporcionó finalmente la sensación de recuperar aquello que había perdido. ¿Falta algo?, me preguntaron. Dije que no, pero no debo haber sonado convincente. De todas formas firmé el documento que me extendían. Me sentía extraño. Derrotado, casi, aunque no sabía por qué. Recuerdo que incluso pensé en abandonar la maleta e irme sin ella. Lo pensé en esa oficina y luego en el taxi, que me llevó hasta mi casa. No la abandoné, en todo caso. Ya en el dormitorio, más tranquilo, volví a abrirla y tomé las cosas. Una a una las iba tomando, como si las pesara. Ya no son mías, me dije. O nunca lo fueron. Luego volví a dejar las cosas en la maleta y la cerré. Después guardé la maleta. Debo prometerme no volver a pensar en ella, me dije entonces. No tiene sentido hacerlo. A lo más escribir lo sucedido de una parrafada y abandonar el texto, sin releer lo escrito. Eso hice, pasado un tiempo. Eso he hecho.

miércoles, 21 de febrero de 2024

F. contra el pavo real.


Yo no creía, pero luego vi un video.

Al principio no se notaba que era él, pero ya hacia el final el que grabó se acercó lo suficiente como para despejar las dudas.

Era F., por supuesto, enfrentándose a golpes con un pavo real.

A mí me habían llegado rumores sobre aquello, pero me parecía algo demasiado absurdo como para creerlo.

En el video, por cierto, no podía verse el inicio de la pelea, por lo que nunca sabremos qué la motivó.

Solo podemos ver los golpes que lanza F. y la forma en que el pavo real -con sus alas extendidas-, se lanza también contra él saltando lo suficiente como para picotearle la cabeza.

No hay mucha gente en el entorno, pero los pocos que hay dirigen su molestia hacia F., según lo que puede apreciarse.

De hecho, hacia el final del video se ve que algunos se acercan hasta F. -que ha quedado en el piso, derrotado-, y lo detienen, sujetándole las manos en su espalda.

-Mi teoría es que F. esperó que el ave abriese sus alas y entonces lo atacó -dice J.-. Ya sabes… en su momento de mayor belleza.

-Puede ser -digo yo.

-Debe haber sido como esa vez que se obsesionó con apagar el faro… -continúa J.-, aunque claro… un faro no se defiende…

-Es cierto -comento, tras pensarlo un rato-. Nadie se deja hoy en día, salvo un faro.

Luego de esto, recordamos lo que ocurrió aquella vez, en Reikiavik, cuando F. apagó el faro.

-¿No lo descubrieron esa vez, cierto? -pregunta J., finalmente.

-Lo descubrieron, pero no tenían pruebas… -le recuerdo a J.-. De todas formas, nadie volvió a encender el faro.

martes, 20 de febrero de 2024

¿Y qué haces tú?

“Te parece excesivo
Que esta tempestad pendenciera
Nos perfore los huesos”
W. S.

I.

-¿Y qué haces tú?

-¿A qué te refieres?

-Qué haces si fueras Lear… ¿vas hacia las fauces del oso o al mar embravecido?

-¿Qué hago o qué haría?

-Es lo mismo, aunque parezca que no.

-Pues no sé. Probablemente antes hubiese dicho que al mar embravecido.

-¿Y ahora?

-Ahora sin duda hacia las fauces del oso.

-¿Le temes más al mar embravecido?

-No, para nada… De hecho, del mar tengo más opciones de salir vivo.

-¿Y entonces?

-Para mí está claro: luego de salir puede que aún esté el oso.

-Es cierto. Aunque también puede que no.

-Igual no soy Lear, así que poco importa.

-No importa poco. No si están el oso y el mar embravecido.

-Aunque estuviesen, poco importa.

-Mientes como Lear, ¿sabes?

-No… para nada. Ese no soy yo.


II.

-¿Sabes…? A veces pienso que las fauces del oso son un poco como nuestras propias fauces.

-¿En qué sentido?

-No sé en qué sentido… pero pienso en los dientes que se clavan en la mano del que entrega el alimento.

-¿Y qué es lo que piensas sobre eso?

-Pienso que por lo general son nuestras propias manos las que se dedican a eso.

-Pues esa es una imagen, no un pensamiento.

-Siempre ocurre así cuando se tornan en palabras.

-…

-Ya ves… ocurre igual que con Lear.

-No igual.

-De acuerdo… no igual.

lunes, 19 de febrero de 2024

Voy.


Voy.

Al ahora, es donde voy.

Me subo al hoy, con miedo.

Bromeando un poco, para que no se note.

Trastabillo, en un peldaño que no vi.

Tal vez, incluso, fue a propósito.

Ahora no lo recuerdo.

Esto es el hoy, me digo.

No es tan malo.

Estoy rodeado de cosas que no soy, pero no es tan malo.

Así me defino, después de todo.

Así se marcan mis bordes.

Y así voy, a fin de cuentas.

Más allá, si observo, también están los otros.

Los miro con cariño, aunque no sepan.

Los miro con perdón.

Así, para que estén a gusto, no los invado.

Y si los contamino, no es, sinceramente, con mala intención.

Me mojo el rostro, mientras voy.

Y es que quiero que el hoy choque contra mi piel limpia.

De esta forma asumo el hoy.

El ir.

El estar yendo.

Y el no saber, por supuesto.

Entonces, sin quererlo, descubro que todo es parte de algo así como una canción.

Una que nadie dedica, en todo caso.

Y una que casi nadie escucha.

Y claro, yo voy de esa forma.

Sin moverme realmente, pero voy.

Al ahora es donde voy, como decía en un principio.

Estoy aquí.

domingo, 18 de febrero de 2024

Por una serie innumerable de razones.


Por una serie innumerable de razones no me moví de Santiago durante estas vacaciones.

Para peor, creo que fueron las más calurosas de los últimos veinte años.

Di vueltas por distintos lados e intenté sacar ideas en limpio, aunque finalmente (como era de esperar) no estoy más claro que al comenzar.

De todas formas -como puede observarse acá desde hace algunos años-, no me interesa hablar de mí.

Con todo, me acerco a mi voz para ver si la reconozco todavía, y porque sé que en algún momento (que todavía no vislumbro) volveré a hacerlo.

Así, confuso (aunque en el fondo menos confundido de lo que parezco) he dado vueltas por una serie de rutas, como si se tratase de una despedida.

No es que esto último sea triste, pues no he comenzado aún a extrañar nada, pero de todas formas es una manera honesta de describirlo.

De hecho, he tratado de perderme en estos trayectos, pero no he logrado dar con esa sensación (ni prácticamente con ninguna otra).

Así y todo, sé que se viene un año difícil, donde no tendré mucho tiempo para buscar soluciones a situaciones que se han terminado enquistando en algún sitio.

Hace años, soñé que dentro mío había un zenote, de fácil acceso, pero casi siempre vacío.

Sé que ahí hay algo que debo rescatar para comenzar de nuevo.

Gritar bajo el agua que se encuentra al fondo y salir (ojalá) un poco más fresco.

Ya perdí todo lo que podía perderse (y lo que no, lo he abandonado).

Solo queda un camino, en resumen, y tengo miedo que no queden pasos.

De todas formas, me digo, debo hacerlo.

Ahora sí.

sábado, 17 de febrero de 2024

Un doble oficial de Liu Cixin.


Conocí hace unos años al doble oficial de Liu Cixin.

Bueno, en realidad, conocí a uno de sus dobles oficiales.

Fue en el bar de un Hotel en el que ambos coincidimos.

Según entendí, le tocaba reemplazarlo en un par de viajes.

Y es que el verdadero Liu Cixin -si lo había-, no le gustaba viajar.

Y creo que -hasta cierto punto-, no le era permitido.

Me comuniqué con él en un inglés bastante defectuoso, pero aparentemente efectivo.

Fue así que me enteré que su sueldo estaba pagado directamente por el oficialismo chino, y que había otros dobles que también hacían labores similares.

En concreto, el doble debía dar una breve conferencia en una universidad, y luego viajar para firmar una cesión de derechos para una serie televisiva que querían hacer a partir de una obra que el Liu Cixin original había escrito en su juventud, no tan conocida.

Otra de las cosas extrañas que contó, fue que ahora su nombre oficial era el mismo que el del autor, al igual como ocurría con los otros dobles.

Es decir, se los cambiaban oficialmente antes de comenzar aquel trabajo.

No me explicó la razón, pero supongo que eso les evitaba mentir, o volver ilegal algunas de las acciones que realizaban.

Poco más fue lo que hablamos en esa oportunidad.

Él también escribía, por cierto, y tenía estudios importantes en literatura, pero no averigüé mucho más sobre aquello.

Se fue antes que yo, del bar, pero antes de irse habló con el encargado del lugar para hacerse cargo de sus tragos y los míos.

-Todo está pagado por el señor Cixin-, me dijo el camarero, poco después.

Le dejé una nota de agradecimiento, y me fui del lugar.

viernes, 16 de febrero de 2024

Un último encuentro.


D. no durmió. Por una noche al menos no durmió. Se quedó junto a los otros hablando sobre lo que harían o no harían, mientras bebían unos tragos. D., en todo caso, fue el que menos bebió. Quería estar atento a lo que dijeran los otros y ser consciente y responsable de lo que él mismo dijera. Después de todo, era la última reunión que tendrían -al menos todos juntos-, eso estaba claro. Y es que tres de ellos se irían al extranjero (cada uno a un país distinto), y los proyectos que cada uno tenía -tanto los de aquellos que se iban como los de quienes se quedaban-, no se vinculaban en lo más mínimo.

-Igual es bueno que no nos mintamos -dijo uno, mientras los otros asentían-. Podríamos estar hablando de reencuentros y ocultar que esto se trata de una despedida definitiva. Creo que es bueno considerar eso. Tenerlo claro. Sin duda nos lleva a valorar distinto este momento.

Todos estaban de acuerdo. O parecían estarlo, al menos.

D., en tanto, se preguntaba cuál sería la valoración correcta para aquel momento. Y es que mientras observaba a los otros sentía que algo en aquel encuentro no era verdadero. Todos fingían, de cierta forma.

Nadie se está yendo realmente a ningún sitio, pensó.

Tal vez por eso, decidió irse de la reunión antes de la despedida oficial. Probablemente no se dieran cuenta hasta que él hubiese llegado a su casa.

De todas formas, por si acaso, buscó en su teléfono los contactos de cada uno de ellos y los bloqueó, antes de borrarlos.

Se sintió mejor, por cierto, luego de hacerlo.

Así es más honesto, se dijo.

jueves, 15 de febrero de 2024

Aquello que debías hacer.


Fuera lo que fuera aquello que debías hacer, lo cierto era que ya lo estabas haciendo. Inconscientemente, tal vez, pero ya lo estabas haciendo. Así era o así lo pensaba, al menos. Me lo transmitió un día como si se tratase de una gran idea. Daban lo mismo los planes futuros, las proyecciones imaginarias, aquello que supuestamente comenzaría después. Todo ya había comenzado. Ya lo estábamos haciendo. Lo decía enérgicamente, con la extraña alegría de haberlo descubierto recién, sin siquiera haberlo intentado. Ya estamos en el futuro, aunque no queramos.

Mientras me hablaba, yo estaba con una cuchara, escarbando en el piso de tierra. Lo hacía sin demasiado entusiasmo, sabiendo que tarde o temprano la excavación dejaría de depender de mí, pues la cuchara se toparía con algo demasiado duro o denso para ser roto o traspasado con mi fuerza. Incluso con la fuerza de otro, sería inútil. Solo avanzaríamos un poco más, pero igual habría que detenerse. Alguien más fuerte solo llegará un poco más abajo, me dije, igual que alguien más alto deja su marca un poco más arriba en los bordes de las puertas o en una muralla.

-Dejas tu marca aunque no quieras -le dije, para que supiera que estaba escuchando.

Él sonreía, todavía cegado por la luz de su descubrimiento.

Todavía, feliz.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Tras observar lo que sucedía.

"Es su forma de estar vivo"
O. W.


Tras observar lo que sucedía durante varias horas pude comprender que al abuelo se le contestaba cualquier cosa, por inercia. Después de todo, hablaba tan bajito que no se comprendía bien lo que decía, y como no oía bien, poco importaba qué pudieras contestarle.

-No es exactamente por inercia -me dijeron luego que el abuelo se acostara-. Es más bien un gesto de delicadeza que tenemos hacia él.

Mi rostro, tras la explicación, debe haber reflejado alguna molestia, pues ellos continuaron justificándose.

-Es como jugar cartas con un niño muy pequeño -dijeron-. Él lanza una carta y nosotros lanzamos otra. Puedes verlo como un juego, pero lo bueno es que en el fondo no hay engaño. Nadie gana y nadie pierde… Contestamos al azar, pero con cariño.

-Pero le están mintiendo… -intenté decir.

Ellos me miraron, molestos.

-No lo digo como una crítica -me excusé-, sino como un hecho. Me refiero a que no hay diálogo ahí… Nadie está hablando realmente con él. Todos le mienten, si lo vemos de esa forma…

-Pero nosotros no lo vemos de esa forma -dijeron, bruscamente.

Pensé decir algo más, pero al final elegí guardar silencio.

Ellos también lo hicieron.

Desde la habitación del abuelo se escuchaba la transmisión de un partido de fútbol.

-Le gusta Magallanes -me dijeron-, pero si te fijas escucha cualquier partido, no importa quienes jueguen…

-Es feliz así -agregaron después-. No te preocupes.

martes, 13 de febrero de 2024

Patitos de goma.


Hasta los siete años ella se bañó en una tina de plástico en la que le permitían jugar con unos patitos de goma.

Era como esos tipos patitos amarillos, que podían verse antaño en todos lados, solo que los que ella tenía eran celestes.

Todos tenían el mismo tamaño, pero la mala terminación en el pintado les hacía parecer con distintas expresiones.

Eran cuatro, por cierto, aquellos patitos.

Uno alegre, otro enojón, otro un tanto cansado y uno con una expresión extraña, que ella asociaba a la idea de seriedad.

Así, mientras estaba en la bañera, ella acostumbraba crear historias con aquellas figuras.

Situaciones encillas, por supuesto, en la que las supuestas expresiones de los patitos daban pie al argumento.

Extrañamente, el patito de expresión extraña, solía finalizar cada una de las historias.

Esto, ya que se mantenía un poco apartado de los otros, observándolos, y ajeno a las emociones más evidentes que dirigían las acciones de los otros.

En este sentido, era un patito que no se reía, no se enojaba y no se cansaba, pero por lo mismo, era como si juzgase de cierta forma las acciones que realizaban los otros tres.

Esto, por supuesto, no lo pensaba la niña en aquel entonces, pero ya de adulta, había intentado recordar aquello y se lo explicó así.

-Los otros incluso podrían haberse ahogado -me dijo una vez en que me contó de aquello-, pero el pato de la expresión extraña estaba siempre fuera de peligro.

-¿Y te recuerdo yo a alguno de esos patos? -le dije aquella vez, intentando hacer menos solemne sus recuerdos.

Ella me miró y pareció pensárselo.

-En lo absoluto -me dijo finalmente.

No agregó -aunque le di tiempo-, nada más.

lunes, 12 de febrero de 2024

Bailaban de noche.


Bailaban de noche.

Cuando los niños ya estaban en la cama.

Era su último ritual, antes de lavarse los dientes e irse a acostar.

Sin música, bailaban.

Sin acuerdos ni prácticas previas.

Y sin hacer ningún comentario sobre aquello.

Simplemente bailaban.

Unos cuántos pasos, nada más.

Sin efusividad.

Sin emociones que enturbiaran el baile.

Dentro del dormitorio, lo hacían.

En un pequeño espacio que quedaba entre una cómoda y el borde de su cama.

Ahí bailaban.

Moviéndose a un ritmo que no sabría describir.

Pero que era un ritmo, sin embargo.

Solo muy de vez en cuando dejaban de hacerlo.

En noches que se acostaban a destiempo, por ejemplo.

O en las pocas oportunidades que hubo una discusión fuerte, entre ellos.

Era un acto, por cierto, que nadie siquiera habría podido sospechar.

Los niños, por ejemplo, nunca supieron del asunto.

Y es que se trataba de un baile que, de cierta forma, estaba separado de los otros actos de la vida.

Podías extraerlo, de hecho, y probablemente nada trascendente habría cambiado.

Así lo explicó ella, al menos, durante sus sesiones con el siquiatra luego del accidente.

De hecho, el propio siquiatra decidió no tomar en cuenta aquella acción, y prefirió dejarla ahí, flotando, como un símbolo inexacto.

El dolor suele producir estas cosas, comentó alguna vez, en referencia a una situación levemente similar.

No tenía frases para un buen final, por cierto, aquel siquiatra.

domingo, 11 de febrero de 2024

En solitario.


F. coleccionaba juegos de mesa que pudiesen jugarse en solitario.

De hecho, lo ideal era que pudiesen jugarse, exclusivamente de esa forma.

Un día en que fui a comprarle un juego que vendía, pude conocer su colección.

El juego que le compré, por cierto, no tenía modo solitario y justamente por eso lo vendía.

-Me equivoqué al comprarlo -me dijo-. Me habían hablado erróneamente del modo de juego…

Fue entonces que me contó sobre la particularidad de su colección, que estaba compuesta por más de doscientos juegos.

Conocía muy pocos así que se dedicó a mostrármelos y a contarme brevemente de qué se trataban.

-Igual he jugado muy pocos -me dijo-. La jugabilidad la conozco por las reseñas, más que nada.

Yo asentí.

En principio, debo reconocer que F. me dio algo de pena, pues lo imaginé como alguien en extremo solitario, obviamente a partir de su colección. Poco a poco, sin embargo, comprendí que no era en lo absoluto una persona solitaria y que las características de su colección no estaban estrechamente vinculadas con lo que podríamos llamar su naturaleza social.

De hecho, mientras estaba en el lugar, llegaron un par de amigos a visitarlo y hasta contestó el teléfono un par de veces, hablando de forma animada y alegre en cada ocasión.

-Puedes quedarte si quieres -me dijo cuando comenzaba a despedirme-, vendrán otros amigos y…

-No puedo -le dije-. Debo volver pronto a mi casa, pues me están esperando…

Era mentira, por supuesto, pero estimé que él no podía saberlo.

Tomé el juego que le había comprado y salí del lugar.

Mientras caminaba, comencé a leer el manual, para ver qué tan fácil era la mecánica.

No parecía muy difícil.

Es sencillo, podría jugarlo con cualquiera, me dije.

De todas formas, todavía no había pensado con quien jugarlo.

sábado, 10 de febrero de 2024

Un oso que llevaba una tortuga.


Una vez vi a un oso que llevaba una tortuga.

Apretándola con una de sus garras, contra el cuerpo, la llevaba.

En principio pensé que se la estaba comiendo, o que la intentaría comer, pero lo cierto es que luego de un rato la dejó en piso y se dedicó a observarla.

La tortuga se asomó y dio unos pasos.

El oso se agachó para observarla y tocó el caparazón con sus garras.

La tortuga se escondió, por supuesto, pero tras varias instancias similares, la tortuga pareció dejar de temer al oso y comenzó a ignorarlo.

Tras avanzar varios metros, sin embargo, el oso tomaba a la tortuga y la ponía nuevamente en el lugar de inicio.

Esta acción se repitió, al menos, unas seis o siete veces.

Luego el ojo se distrajo y cuando quiso volver a tomar a la tortuga no la encontró.

Se dedicó entonces a buscarla, pero la tortuga se había quedado entre unos matorrales y el oso no lograba encontrarla.

Pasó así un rato hasta que el oso se distrajo nuevamente y pareció concentrarse ahora en otra cosa.

Esta vez se trataba de una piedra que el oso volteaba y la empujaba, quien sabe si relacionándola con la tortuga.

Y es que al menos en tamaño, pensé, eran parecidas.

Cuando comenzó a oscurecer, el oso se decidió finalmente a abandonar el lugar, y caminó entre los árboles por una ruta en la cual, me resultaba imposible seguirlo.

Luego que se alejó, fui hasta el lugar donde me parecía debía estar la tortuga, pero tampoco pude encontrarla.

Tras buscarla por un largo rato -incluso con una linterna con la que intenté seguirle al pista-, comencé a sentirme observado y dejé de hacerlo.

Caminé entonces hasta el pequeño refugio y me encerré en él.

Cuando amanezca, todo estará claro nuevamente, me dije.

Finalmente, intenté dormir.

viernes, 9 de febrero de 2024

Tonterías.

“De la magia habría que conservar lo profundo”
L.W.


Va a llover igual, no te aflijas.

Y a diferencia de lo que podría creerse el problema no es cuándo.

El asunto es cómo.

No porque comprender la explicación provoque satisfacción (que no es el caso).

Y tampoco por el asunto ese del tiempo que por lo general viene a complicar todo.

Así, ocurre que el asunto es cómo -en principio-, por razones mucho menos egoístas.

Impresiones precarias, si se quiere, pero que afortunadamente dejan fuera al yo.

Al yo que siempre termina siendo una hipótesis.

O poco más si hay suerte.

Un símbolo que cambiamos por otro como si fuera un neumático dañado.

Como si pudiesen ayudarnos a dirigirnos hacia algún sitio.

Como ves, se trata simplemente de un acontecimiento cuyo único requisito es ocurrir después de un rito.

Y el rito, como sabes, es siempre inevitable.

Siempre involuntario y siempre inevitable, a fin de cuentas.

Por eso te digo que no te aflijas.

No importa lo que oigas decir.

Igualmente no te aflijas.

Se alimentó de puras tonterías, por ejemplo, suelen decir del niño que quedó más satisfecho.

De la magia habría que conservar lo profundo, dirá otro.

Puedes escucharlos, por supuesto, pero será tan absurdo como esperar la lluvia, bajo el sol.

Tú solo debes preocuparte de vivir tu vida como si fuese necesaria.

Y convertirla en un rito, de esa forma.

Recuerda que va a llover de igual manera, hagas lo que hagas.

Y que el verdadero asunto es cómo.

Sí, así es, no te sorprendas:

El verdadero asunto es cómo.

jueves, 8 de febrero de 2024

Probablemente ya lo sepas.


-Probablemente ya lo sepas -dijo B.-, pero Jung decía que la neurosis es un proceso de individuación. De hecho, Wingarden compartía con Jung esa idea e incluso iba un poco más allá…

-¿Por qué es probable que ya lo sepa? -preguntó F.

B. no responde de inmediato.

F. repite su pregunta.

-Por Wingarden -responde B., por fin-, creo que tú me prestaste el libro donde él hablaba de aquello, refiriéndose a Jung y…

-No era un libro -interrumpe F.-. Era un tomo que recopilaba revistas publicadas por la UNAM. Una revista gruesa, en el fondo, de portada naranja con negro y amarillo. De principio de los noventa.

-Es cierto, puede ser -admite B.-, pero lo que quería plantear era…

-Y no me lo has devuelto -interrumpe ahora F., con un tono impaciente.

B. observa atentamente a F., pero no responde.

-Tampoco me devolviste nunca los tomos cubanos de artículos de Carpentier -agrega ahora F.-, ni el de Fosse, ni el de Lorrie Moore…

-Nunca he leído a Lorrie Moore -dice B.

-Eso mismo me dijiste esa vez y fue entonces que te pasé el de ella que estaba en inglés, ya que supuestamente tú leías bien y hasta habías traducido alguna cosa…

-Por supuesto que leo bien desde el inglés -dice B.-, ¿qué es lo que insinúas?

-No insinúo nada -dice ahora F.-, si insinuara hablaría del tomo antiguo de Mafarka, en italiano, que desapareció la última vez que visitaste mi casa…

-¿Mafarka, la de Marinetti? -pregunta B.

-¿Hay otro Masfarka? -pregunta F., a su vez.

La conversación sigue así durante un buen rato.

A pesar de cómo había comenzado, no se volvió a hablar de Jung ni de Wingarden ni mucho menos del proceso de individuación.

La palabra neurosis, por otro lado, fue dicha por ambos en varias ocasiones, inserta en frases que intentaban ser insultos o, al menos, agresiones.

Yo -que estaba cerca y los oí discutir-, tomé apuntes en un inicio, pero luego me cansé de hacerlo.

El libro de Mafarka, por cierto, lo tengo yo.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Algo así.


Me dijo que no había dormido nada. Que lo había intentado, pero no lo logró. En un momento estuvo a punto, según contó, pero se levantó a buscar una pastilla y de tanto buscarla se le pasó el sueño. Al parecer había tenido que encender luces y revisar en varios cajones, y eso la llevó a distraerse con otras cosas. La pastilla, por supuesto, era para dormir. Eran verdes y pequeñas, según me dijo. Estaba segura que tenía dos.

-¿Y con qué te distrajiste, al final? -le pregunté.

-Con cosas chicas -me dijo.

Como la miré insistente, ella detalló:

-Fotos antiguas en un cajón, una libreta de apuntes, una baraja de tarot que no recordaba que tenía…

-¿Una baraja de tarot? -interrumpí.

-Sí… tenía dibujos acuarelados… estaba en una caja de madera -me dijo-. Estoy segura que no es mía.

-¿Podría verla? -le pregunté.

Ella asintió.

Luego fue hasta el cuarto y la escuché mover cosas. Pasaron varios minutos así.

Llegó poco después diciendo que no estaba.

-Tampoco estaban las fotos antiguas ni la libreta de apuntes -agregó-. Y mira: encontré las dos pastillas verdes.

Extendió su mano y me las pasó.

-Entonces sí dormiste -le dije, mientras las miraba.

-¿Cómo…?

-Debes haber soñado con lo otro -ella parecía sorprendida-. No te preocupes, a mí también me pasa.

No parecía convencida, pero al menos no seguimos hablando de aquello.

-¿Nos repartimos las pastillas? -preguntó entonces.

-De acuerdo -contesté.

Nos tomamos una cada uno. Extrañamente sobró una.

Luego de esto nos quedamos en silencio, esperando que las pastillas hicieran efecto.

-¿Sabes que en una de las fotos de anoche salías tú? -me preguntó entonces.

No recuerdo qué le respondí.

Luego, supongo, nos quedamos dormidos.

O algo así.

martes, 6 de febrero de 2024

No todo es una lección.


Me levanté más temprano que de costumbre y decidí salir a caminar. Recién había amanecido y no andaba prácticamente nadie en las calles. Todavía estaba fresco y había una brisa agradable en el lugar.

Apuré el paso.

Fue así que llegué hasta la avenida que está a unas cuadras de mi casa. Una vez ahí, observando, descubrí que los semáforos estaban funcionando mal. De hecho, los semáforos de las calles perpendiculares -incluido el cruce principal-, estaban funcionando erróneamente sincronizados.

Es decir, todos los semáforos daban verde o rojo al mismo tiempo, sin importar que fuesen de calles opuestas.

Esto puede producir graves accidentes, me dije.

Entonces, para evitarlos, me decidí a llamar a carabineros y explicarles qué ocurría.

-¿Hay heridos? -me preguntaron.

-No -contesté.

-¿Muertos?

-Tampoco.

-¿Calles bloqueadas a partir del accidente?

-El único accidente que hay hasta ahora es el de los semáforos.

-¿Vandalizaron y destruyeron los semáforos?

-No -le digo-, me refiero a que no funcionan bien, están desincronizados.

Se quedaron en silencio un rato.

Luego me transfirieron con otra persona. Me pidieron la dirección exacta y otros datos.

Al parecer estaban chequeando el funcionamiento.

-Todo esta bien -me dijeron luego de un rato-. El problema es suyo.

-¿A qué se refiere?

-Los semáforos funcionan correctamente -señalan-. El problema es suyo. La desincronización, digamos.

-…

-No se preocupe, pasa de vez en cuando.

Esperé unos segundos mas y colgué.

No quise volver a mirar los semáforos.

No todo es una lección, me dije.

lunes, 5 de febrero de 2024

Una reina sola y vieja.


-Mira -dijo P.-, en esa casa vive una reina sola y vieja. La he visto un par de veces. Probablemente ni siquiera sepa que está sola.

La casa era grande, antigua, de dos pisos. Estaba rodeada de vegetación bastante crecida y descuidada.

En ese entonces, como apenas era un niño, me daba miedo aquel lugar.

-¿Cómo es? -le pregunté.

-¿Quién…? ¿La reina?

-Sí -le dije.

-Es como una mujer vieja, nada más -me contestó-. Un tanto más perdida que la mayoría. Parece un poco loca.

Intenté imaginármela. No me resultaba muy bien.

-¿Cómo sabes que es reina? -le pregunté, después de un rato.

-Son cosas que se saben, simplemente -me dijo.

-¿Pero cómo? -insistí.

Él hizo una pausa antes de responder. Me miró como si evaluara si era o no merecedor de su respuesta.

-Me he metido a escondidas en la casa unas pocas veces -me dijo-. He intruseado y he encontrado fotos y documentos. Es reina y no tuvo hijos así que sigue siendo reina.

-¿Y de qué país? -pregunté ahora.

-De un país chiquito, a veces ni sale en los mapas… está cerca de la Guyana francesa.

-Ya… -le dije.

No sabía si creerle o no, pero supongo que finalmente le creí.

Días después, de hecho, me convenció para que nos metiésemos a aquella casa y pudiera comprobarlo por mí mismo.

Nos pasamos por la pared trasera, que daba a un sitio abandonado. Tras entrar, nos escondimos entre la maleza del patio y nos acercamos hasta la ventana en que estaba encendida una luz.

Dentro pude observar a la mujer vieja, sola, tendida sobre una cama, con los ojos abiertos.

-¿Por qué está tan quieta? -pregunté.

-Porque es una reina -respondió P.-. Está esperando que alguien la atienda…

-Pero no hay nadie -dije.

-Cierto, no hay nadie, pero ella no lo sabe -me dijo.

Observamos un rato más, pero la mujer no se movió.

Luego fuimos hasta un cuarto trasero, lleno de cajas en las que guardaban fotos y papeles, principalmente.

-Si quieres buscamos juntos los papeles donde aparece que es una reina -ofreció P.

-No es necesario -le dije-. Te creo.

Así era.

Poco después, decidimos irnos.

Mientras saltaba la pared (a mí me tocó de último) miré hacia la ventana en la que estaba la luz encendida y pude ver que la mujer estaba de pie, mirando por la ventana, justo en mi dirección.

No sé bien por qué, pero hice un gesto con mi cabeza, a modo de saludo, y luego salté.

La reina, a pesar que debía estarme viendo, no hizo gesto alguno.

-Tengo que volver -me dije, aunque no sabía para qué.

Había conocido a una reina.

domingo, 4 de febrero de 2024

Escondió la iguana en el ropero.


*
Escondió la iguana en el ropero porque era sábado.

Porque su hija lo visitaba los sábados.

Y porque su hija era pequeña y le asustaban las iguanas.

No sabía, por cierto, por qué a su hija la asustaban las iguanas.


*
Antes del mediodía, recogió a su hija en el primer piso.

Su ex esposa la pasó a dejar esa vez, pues debía ir de compras en el sector.

Su ex esposa prefería no subir hasta el departamento en que vivía él.

Porque había pasado demasiado tiempo y era innecesario, contestó una vez.

Luego que él se lo preguntara.


*
La niña se comportaba cariñosamente con su padre.

Eso se traducía en un tono de voz dulce y unos cuantos abrazos.

Porque su padre se comportaba bien si ella se comportaba así.

Y para el padre comportarse bien era consentirla y prestarle atención todo el tiempo.

Era una relación simple.


*
Iban a salir por la tarde a ver una película.

Pero hubo un problema con las entradas y el padre debió hacer unas llamadas para solucionar el asunto.

Mientras las hacía, su hija sintió un pequeño ruido en el ropero de su padre, y lo abrió.

Porque no pensó que su padre escondería algo de ella.

Algo que pudiera hacerle daño.


*
Tras el grito el padre corrió hasta la habitación.

La hija gritaba desde lo alto de la cama y quería no estar en aquel lugar.

El padre volvió a dejar a la iguana en el ropero e intentó calmar a su hija.

Es solo miedo, no te ha hecho daño alguno, intentaba explicarle.

Pero la niña era incapaz de comprender la diferencia.


*
Discutió con su esposa luego que ella se enterase de lo ocurrido.

Puedes verla, pero ella no va a ir más a tu departamento, le dijo.

Él intentó explicar que podía deshacerse de la iguana, si era necesario.

Ella le recalcó que su hija tenía una naturaleza frágil.

No va a cambiar de piel como tu iguana de mierda, le dijo.


*
Al parecer la niña tuvo pesadillas durante un par de semanas.

Luego volvió a ver al padre, fuera del departamento.

Porque su hija era pequeña y supuestamente necesitaba verlo, pensaba él.

Aunque no estaba seguro ya, de que aquello fuese cierto.

sábado, 3 de febrero de 2024

Era un poco insano.


Era un poco insano. Un poco cruel, incluso. Pero lo recuerdas y sabes que era cierto. Eras pequeño. Vivías con tu madre, únicamente. En una pequeña casa a medio terminar que era de unos tíos. Tu padre estaba en otro país o eso te decían. Tu madre te pedía grabar mensajes en casetes que luego le enviaban para ver si volvía. Eso no era lo cruel, en todo caso. Lo cruel -e insano, visto ahora desde ojos adultos-, era que a veces tu madre fingía no despertar. Sobre la cama, por la mañana, luego que tú te habías despertado y dabas vueltas por la casa. Igual que esos animales que se fingen muertos para que no les pase nada. Igual a ellos solo que en su caso nunca comprendiste la motivación. Aunque también es cierto que nunca te la preguntaste. De igual forma, como ella además te producía miedo, ni siquiera te animabas a hablarle fuerte. Te acercabas despacio, intentando ver si respiraba. De vez en cuando te apoyabas cerca. O hacías pequeños ruidos para ver si se despertaba. Fue en una de esas ocasiones, por cierto, cuando comprendiste que ella estaba fingiendo. Y que de alguna manera te obligaba a sumarte al juego. A moverla un poco más fuerte y ver si despertaba. A asustarte y afligirte pues no eras capaz de entender totalmente la naturaleza de aquello. Solo ahora, tal vez, y has preferido no hacerlo. Después de todo, nunca la culpaste y no la culpas incluso ahora. Simplemente ocurrió así. Además la diagnosticaron varias veces, aunque juntaba las pastillas y nunca tomó ninguna. Estaba enferma, simplemente, como lo estamos un poquito todos. Con todo, no sabes hasta el día de hoy, para qué juntaba las pastillas.

viernes, 2 de febrero de 2024

Lo que hay fuera del mapa.


I.

Sí sabemos, en el fondo, lo que hay fuera del mapa.

Lo sabemos, pero preferimos no decirlo.

Y elegimos, en este sentido, fingir ignorancia.

Luego de esto, observamos el mapa como si observásemos el mundo.

Como si no hubiese nada más, me refiero.

Es entonces cuando, hablando de nosotros mismos, apoyamos la punta de nuestros dedos en él.

Y se escuchan las palabras “recorrido”, “viaje”, “lugar de inicio” y otras mentiras similares.

De esta forma, actuamos como si realmente estuviéramos seguros de qué somos.

De dónde venimos.

Y -de vez en cuando-, hacia dónde vamos.



II.

Si lo piensas, uno mismo está -indudablemente-, fuera del mapa.

Piensen por ejemplo en una caricatura en que alguien posa un dedo sobre el mapa y el dedo -gigante esta vez-, aparece desde el cielo, justo sobre él.

Y claro, como esto no ocurre, por supuesto, puedo afirmar tranquilamente que existimos fuera del mapa.

Tranquilamente, tanto porque decimos la verdad, como por saber, en el fondo, qué es lo que hay fuera de este.



III.

Pueden negarlo, por supuesto.

Pero sí sabemos, en el fondo, qué es lo que hay fuera del mapa.

Sin necesidad de decirlo, incluso, pueden saberlo.

Dejando pasar la última línea, como si nada.

Y descubriendo que ustedes también, sin duda, existen más allá.

jueves, 1 de febrero de 2024

Solo salidas de emergencia.


Descubrimos -sin buscarlo-, un edificio que no tenía salidas convencionales, sino solo salidas de emergencia.

Suena absurdo, pero puedo asegurarles que es cierto.

Probablemente, dirán los más lógicos, se trataba de problemas en la forma de señalizar dichas salidas, o de una mala interpretación que hicimos del edificio en que nos encontrábamos.

Sin embargo, más allá de lo que piensen, yo que estuve en ese edificio puedo asegurarles que no fue así.

Y que tal como existe ese edificio deben existir un sinnúmero de cosas que a veces no podemos, racionalmente, explicar.

La vida misma, por ejemplo, para no ir más lejos.

Sea como sea, lo cierto es que descubrimos esta particularidad del edifico luego que nos encontrábamos en él.

Habíamos entrado a escondidas, justamente por una puerta de salida de emergencia muy pequeña, que estaba mal cerrada, y que utilizamos cono portal.

Ya dentro, nos encontramos con pasillos angostos y un par de salas grandes que tenían un gran número de asientos, que al parecer estaban destinadas para dar charlas o exhibir algún tipo de películas -pensamos-, tras apreciar los grandes proyectores.

Luego de recorrer el lugar -y hasta de intentar dormir en él durante un par de horas, recuerdo que comenzamos a buscar una salida. Una tradicional, acordamos, para evitar levantar sospechas.

Y claro, fue entonces que descubrimos que no había. Antes de esto, por supuesto, recorrimos y revisamos minuciosamente el edificio, encontrando únicamente tres salidas de emergencia: aquella por la que habíamos entrado, otra que estaba bloqueada y una tercera, que fue por la que salimos finalmente.

Recuerdo que no le dimos importancia en aquel momento y que solo lo tomamos como una rareza, pero meses después, luego de comentárselo a un grupo de amigos que dudaron de nosotros, nos dedicamos a hacer un plano del lugar, según lo que recordábamos.

Esto ocurrió hace años, por cierto, y si bien todavía guardo el plano, debo reconocer que el edificio en cuestión ya no existe, y que por razones que no voy a explicar acá, ya no hay más testigos que validen mi testimonio.

Espero, sin embargo, que mis palabras sean suficientes.

La decisión de creer, sin embargo, siempre ha estado en ustedes.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales