martes, 13 de febrero de 2024

Patitos de goma.


Hasta los siete años ella se bañó en una tina de plástico en la que le permitían jugar con unos patitos de goma.

Era como esos tipos patitos amarillos, que podían verse antaño en todos lados, solo que los que ella tenía eran celestes.

Todos tenían el mismo tamaño, pero la mala terminación en el pintado les hacía parecer con distintas expresiones.

Eran cuatro, por cierto, aquellos patitos.

Uno alegre, otro enojón, otro un tanto cansado y uno con una expresión extraña, que ella asociaba a la idea de seriedad.

Así, mientras estaba en la bañera, ella acostumbraba crear historias con aquellas figuras.

Situaciones encillas, por supuesto, en la que las supuestas expresiones de los patitos daban pie al argumento.

Extrañamente, el patito de expresión extraña, solía finalizar cada una de las historias.

Esto, ya que se mantenía un poco apartado de los otros, observándolos, y ajeno a las emociones más evidentes que dirigían las acciones de los otros.

En este sentido, era un patito que no se reía, no se enojaba y no se cansaba, pero por lo mismo, era como si juzgase de cierta forma las acciones que realizaban los otros tres.

Esto, por supuesto, no lo pensaba la niña en aquel entonces, pero ya de adulta, había intentado recordar aquello y se lo explicó así.

-Los otros incluso podrían haberse ahogado -me dijo una vez en que me contó de aquello-, pero el pato de la expresión extraña estaba siempre fuera de peligro.

-¿Y te recuerdo yo a alguno de esos patos? -le dije aquella vez, intentando hacer menos solemne sus recuerdos.

Ella me miró y pareció pensárselo.

-En lo absoluto -me dijo finalmente.

No agregó -aunque le di tiempo-, nada más.

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