miércoles, 31 de mayo de 2017

El borracho más educado.


Si hubiese un premio para el borracho más educado yo postularía a un amigo. El nombre poco importa, pero lo cierto es que su conducta –al menos cuando se encuentra bebido-, resulta intachable:

A cada tambaleo pide disculpas; se preocupa por apoyarse contra una muralla si es que pasa alguien cerca; si se cae nos dice que no lo ayudemos para que no vayamos a ensuciarnos y hasta anda con unas bolsitas desechables por si vomita, para no molestar a nadie.

Al mismo tiempo, mejora su vocabulario de forma notable, pide disculpas por su forma de ser cuando está sobrio, trae ropa de cambio y utensilios de aseo por si el exceso resulta mayor y hasta suele inclinar la cabeza cuando pasa alguien junto a él y saludarlos respetuosamente.

Por otro lado, desde lo económico, trata siempre de pagar más de lo que le corresponde, deja grandes propinas, ayuda a cualquier desconocido que se lo solicite y está atento a compensarnos ante cualquier dificultad que provoque.

Por último, vale la pena destacar su honestidad a la hora de estar ebrio. Una vez llamó a su esposa para confesarle que había tenido sexo con una compañera de trabajo y en otra pidió hablar con su hijo, para decirle –entre otras cosas-, que no existía Santa Claus.

Ahora está solo, por cierto, y pasa casi siempre borracho. Yo creo que un día de estos lo encontraremos a un costado de una calle apoyado definitivamente contra un árbol, tratando de no molestar a nadie.

Si su entierro no provocara inconvenientes, estoy seguro que ya nos habría abandonado.

martes, 30 de mayo de 2017

Ir solo a un restaurant de lujo.


Fui porque estaba en una lista de un encuentro que no se realizó.

Debíamos ser diez y estaba solo.

Una universidad había organizado esto desde hacía meses, pero le falló el cálculo y reservó los hoteles en fechas equívocas.

Por otro lado, la cena en el restaurant se encontraba pagada para diez personas que estaban en la lista.

Yo era el décimo y tenía derecho a gastar el total, aunque sin invitar a nadie más.

Entonces fue que comencé a pedir lo más caro del menú, incluyendo un vino que costaba prácticamente mi sueldo mensual.

Minutos después llegó el mozo con el vino.

Se paró a un lado y me mostró la etiqueta de la botella, igual como cuando sacan la billetera, y te muestran con orgullo la foto de algún hijo.

 -No se parece a usted –le dije.

El mozo no entendió así que pidió que probara el vino.

Tal vez pensó que estaba borracho, cosa que por lo demás era relativamente cierta, pues ya había tomado tres aperitivos.

Me tomé la botella a solas y luego otra más.

Debe haber sido entonces que me percaté que tenían como adorno, en una sala alterna, algunos animales embalsamados.

Llame al mozo y le indiqué hacia donde estaban.

-Quiero uno de esos –le dije.

En vez de explicarme que no se podía el mozo me hizo una única pregunta.

-¿Por qué? –preguntó.

Me descolocó, pero contesté de igual forma.

-Porque tienen un hombre adentro –creo que le dije.

No sé bien por qué lo dije, pero lo cierto es que tras mirar a esos animales me pareció sentir que tenían algo así como ojos de hombre… o humanidad dentro… no sé bien cómo explicarlo.

-Es cierto –se limitó a decir el mozo, antes de traerme la cuenta.

No es que debiese pagar –ya les había dicho que era gratis-, pero debía firmarla antes de irme.

Y claro, eso hice.

Antes de irme, en todo caso, el mozo me entregó, envuelto para llevar, uno de los animales que estaba embalsamado.

Era una especie de ardilla, de ojos grandes.

Ahora está al lado del computador, mientras escribo.

Uno de los dos, al menos, contiene humanidad.

lunes, 29 de mayo de 2017

Ojalá se ajen los ojos de Alejandra


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Que el tiempo los aleje y sus hijos no los vean.

Que las hojas no sugieran una historia de despojos.

Y no dejen que las rejas agiten hoy su espacio.


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Sin boda, sin ajuar, sin hijos y sin mancha.

Que sus rojas manos se empuñen y se agiten.

Que sus ojos como puños se revelen con enojo.


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Lejos en el tiempo, junto a hijos no nacidos.

Van cojeando sensaciones que guardaste entre cerrojos.

En un viaje yo te dije que el recuerdo es andrajoso.


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Y en un traje cual mortaja guarde ahora su figura.

Baja por el río el cuerpo de un salvaje.

No es ajeno ese carruaje, corta el río como un eje.


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Y que teja mientras tanto va bebiendo su brebaje.

Extranjeros de un semblante van cerrándose sus ojos.

Y de hinojos baja al suelo el que un día fue se paje.


Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

Yo dejé que me cegaran, no lanzando ni un gemido.

Siempre amando con sigilo no hubo sangre ni linaje.

Ojalá se ajen los ojos de Alejandra.

domingo, 28 de mayo de 2017

Rezar dos veces a dioses distintos.


Algo así como rezar dos veces a dioses distintos.

No eso, claro, pero algo así.

No pedir, ni agradecer, sino algo así como dar cuenta.

Nuestros hechos, digamos.

Todos nuestros hechos, digamos.

No se puede, es cierto, pero algo así.

A una distancia prudente de un dios.

Y a una distancia prudente del otro.

No levantar la vista hacia sitio alguno.

No mirar sino hacia dentro o arrancarse dos veces cada ojo.

No es que se pueda, lo admito, pero algo así.

Amar a una mujer y luego a otra.

Construir una casa y hacerla arder entre las llamas.

Empuñar una mano que ya ha sido empuñada.

Y que broten dientes unos debajo de otros.

No es que siempre se pueda, pero algo así.

Buscar palabras bajo las palabras.

Escribir palabras sobre las palabras.

Que las voces de todos se escuchen sobre la voz del mundo.

Y que solo comprenda aquel que no puede herir a nadie.

No es que se pueda, es cierto, pero algo así.

Morder al mismo tiempo, la piel propia y la ajena.

Gritar nombres propios que no nos pertenecen.

Reír con las hienas y llorar por nuestros sueños.

Algo así como rezar dos veces a dioses distintos.

sábado, 27 de mayo de 2017

Pájaros en llamas.


I.

No he visto volar, pájaros en llamas.

Pero sí he visto volar pájaros.

Comúnmente, día a día.

Perdidos o no, eso no lo sé.

Y eso, simplemente, es lo que he visto.


II.

Nunca en llamas, decía.

Nunca un traspié ni una aparente confusión.

Ellos saben dónde van.

Con lluvia vuelan menos, pero vuelan.

Nunca he visto pájaros en llamas.


III.

Mis pies nunca preguntan.

Tampoco lo hacen mis manos.

El corazón se aflige, es cierto, pero no pregunta.

Si un pájaro se posa en ellos, ninguno de ellos tiembla.

El fuego es siempre, cosa de otro sitio.


IV.

Escucho a un hombre hablar de pájaros en llamas.

Lo escucho hablar de un cielo que arderá tarde o temprano.

Y es como si el hombre aquel hubiese olvidado la lluvia.

O hubiese olvidado que Dios, de existir, no creó los pájaros en llamas.

V.

Nunca pude dibujar sueños.

Nunca supe hablar de sueños, como de otras realidades.

He visto morir a un hombre y nada cambió en el mundo.

Ese hombre prometió volver, como un pájaro en llamas.


VI.

No he visto volar pájaros en llamas.

Pero sí he visto volar pájaros.

Bajo la lluvia, incluso, los he visto volar.

No me pregunto dónde van ni desde dónde vienen.

No he visto pájaros en llamas.

viernes, 26 de mayo de 2017

Contar del uno al veinte.


Tengo un alumno que cuando cuenta hasta el veinte vuelve al uno. Sin darse cuenta, me refiero. Es decir, comienza contando normal, pero cuando debe decir veinte vuelve a decir uno, y a comenzar nuevamente hasta que uno lo detiene. Él sabe de su problema, pero no es capaz de comprenderlo del todo. Justamente porque no es consciente cuando él lo realiza. En el fondo -me explica la psicopedagoga mientras conversamos sobre él-, le ocurre una especie de reseteo, afectando su memoria inmediata, pero sin tener incidencia en sus recuerdos mayores o en sus capacidades cognitivas. Por lo mismo, su particularidad no deja de ser solo eso; una anécdota. Una historia extraña que su madre nos cuenta y que creerla cierta hasta que yo mismo la compruebo pidiéndole al niño que cuente hasta veinte, durante el recreo. De esta forma –si bien debo reconocer que dudé un tanto-, pude comprobar que mi alumno realmente padecía esto… De hecho, estuvo todo el recreo volviendo al uno cada vez que llegaba al diecinueve, hasta que tocaron el timbre para volver a clase y él no entendía por qué el recreo había sido tan corto. Investigando un poco más sobre el tema, esta tarde, me encuentro con la sorpresa que ese mecanismo existe en todos nosotros. No en el número veinte, por supuesto, pero sin duda conlleva los mismos efectos. Un número mayor, una palabra… quién sabe. Solo cuando alguien nos ve y nos detiene, nos enteramos. Aunque claro, eso no implica, necesariamente, que queramos detenernos.

jueves, 25 de mayo de 2017

Una forma de creer.


F. tiene una especial forma de creer. Yo pensé que bromeaba cuando lo explicó, pero sus amigos me confirmaron que aquello que contó era cierto. Lo dijo en un bar, luego de tomar unas cervezas esperando que apareciera un amigo que al final no llegó. Comenzó de improviso, luego de mirar un rato su celular.

-Hay que afirmarse en algo para creer –señaló entonces, sin que viniese a cuento-. Por ejemplo, en el celular tengo una aplicación que me informa del tiempo. O sea, me informa del tiempo actual y predice el de los próximos días en base a porcentajes…

-¿Porcentajes? –pregunté, sin entender aun de qué me hablaba.

-Me refiero a que predice que, por ejemplo, hay un posibilidad del 50% de que llueva el día de mañana.

-Entiendo –dije yo.

-El punto en todo caso es que a mí, por ejemplo, me gusta la lluvia –continuó-, y como además intento reforzar mis creencias, he decidido orar para que llueva…

-¿Y qué tiene que ver la aplicación del celular…? –pregunté.

-Mucho –dijo ella-. Pues yo rezo por lluvia solo cuando veo que hay un porcentaje de 80% o mayor.

-Ya… -dije yo, sin saber si hablaba en serio.

-Digamos que aseguro ciertas posibilidades… -intentó explicar-. Por otro lado, hay días oscuros que apenas me atrevo a pedir con un 90%... ya sabes, para no arruinar la fe…

-Entiendo –dije.

-Y claro, también hay días buenos en que me arriesgo con un 60% o hasta menos…

Yo asentí.

Entonces ella siguió hablando del tema un rato más y  luego supongo que nos aburrimos y cada uno se fue por su lado.

Mientras caminaba a casa comenzó a caer una lluvia suave.

miércoles, 24 de mayo de 2017

J. juega ajedrez con los ojos vendados.


-¿Sabías que J. puede jugar al ajedrez con los ojos vendados? –preguntó ella.

-No –dijo él.

-Pues el otro día hicieron un campeonato en el colegio y ahí lo vi… había un montón de gente mirando…

-A la gente le gusta mirar hueás –interrumpió él.

-¿No lo encuentras genial…?

-En realidad no entiendo qué gracia tiene…

-¿Lo dices en serio? –preguntó ella.

-Sí… de verdad no entiendo para qué lo hace… -dijo él-. Además aunque viera las piezas en el fondo no estaría viendo nada…

-¿A qué te refieres…?

-A que son representaciones… aunque mires las piezas igual no ves nada real…

-No te entiendo.

-Me refiero a que las mires o no las mires igual estás viendo en la mente la realidad de esas piezas…

-¿La realidad de esas piezas…? –preguntó ella.

-Sí… -dijo él, intentando explicar-. ¿O acaso ves una reina cuando miras la pieza que representa la reina…?

-¿Una reina real?

-Sí… eso dije… Lo que pasa es que da lo mismo si cierras los ojos o no, igual nunca ves una reina real… siempre está en tu mente la realidad del juego…

-Pero el juego es real –alegó ella-. Tiene un tablero, piezas que se pueden tocar…

-Pero las piezas representan cosas que no están ahí… -se defendió él-, y siempre haces ese ejercicio en tu mente… la vista no sirve para ese ejercicio…

-Pues en la mente tampoco te acercarías a lo real…

-¿Por qué no? –dijo él.

-Porque la reina real de tu mente, tampoco sería en realidad la reina… ¿o uno ve la misma reina cuando comprende la representación…?

-Pues no sé –dijo él, intentando no alargar el tema-. Lo cierto es que jugar con los ojos vendados me parece una hueá… y no me interesa argumentar más…

-Pues yo creo que son celos –dijo ella, acercándose a él-. Simplemente celos.

-Puede ser –aceptó él-. Pero de todas formas no sé si son simples.

-¿Tablas, entonces? –propuso ella sonriendo.

-Tablas –dijo él.

martes, 23 de mayo de 2017

Origen del cojín.

I.

A una princesa egipcia cuyo nombre no viene al caso se le atribuye la invención del cojín.

Se cuenta que esta princesa habría coleccionado plumas traídas de distintos lugares del mundo, y que estaba tan obsesionada con esta afición, que ofrecía placeres carnales a cada extranjero que le trajese una pluma que no tuviese en su colección.

De esta forma su colección fue creciendo hasta que su padre –un faraón cuyo nombre no queda establecido en los relatos antiguos-, se enteró de la situación y prometió darle 10 azotes por cada pluma que encontrase en su habitación.

Fue entonces que la princesa, asustada, buscó algunos sacos para guardas las plumas, y los selló a partir de una rápida costura.

Por último, para que su padre no los registrarse, fingió estar dormida en su habitación, apoyando su cuerpo y cabeza en esos sacos con plumas, para evitar que su padre pudiese registrarlos.


II

Otra variable de esta historia es la que señala que esta misma princesa habría coleccionaba aves extrañas, obtenidas tras los mismos procedimientos.

Por eso, y ante la inminente visita del su padre que había prometido azotarla si descubría estas aves, la princesa habría desplomado a todas las aves –que hasta entonces había mantenido en jaulas o en libertad restringida al interior de su pieza-, y habría guardado las plumas en unos sacos de tela, que selló con costuras.

Asimismo, había dejado huir a esas aves desplumadas diciendo que se trataba de extrañas ratas que habían entrado al palacio, posiblemente para llevar alguna peste, hasta la población.

.
III.

Antes de dormir con cojines, se dormía sobre piedra.

Por esto, se decía que los sueños se originaban a partir del contacto de la piedra con el hombre.

Lamentablemente desde la invención del cojín se habría perdido esta tradición.

Puede que uno de estos días comencemos una especie de campaña por reponer la abolición del cojín y el reencuentro con esas antiguas tradiciones.

Habrá que perseguir un bien, como les decía, al menos en ese entonces.

lunes, 22 de mayo de 2017

Los restos de Ionesco.


Un grupo de anarquistas rumanos, tras varios intentos, logran robar los restos de Eugene Ionesco que se encontraban en el cementerio de Montparnasse.

Lo realizan cuando entierran, junto a él, a Rodica Ionesco, el año 2004.

Un par de amenazas y un poco de dinero bastan para asegurar una operación exitosa.

Al parecer nadie sospecha del asunto y pasan los años sin que se despierte sospecha alguna.

Entonces, hace unos meses, ya con el crimen proscrito, se edita un documental donde se nos muestra dicha operación.

Ese documental es el que acabo de ver, y les relato.

No está muy bien editado y no tiene un guion definido, pero es sin duda un documento interesante.

En principio, se observa que estos rumanos habrían logrado sacar los restos del cuerpo, desde Francia, en una mochila de excursión.

Posteriormente, queman lo que queda de su ropa poco antes de entrar a su país y ordenan los restos biológicos en el estuche de un instrumento de cuerdas tradicional rumano, cuyo nombre desconozco.

Ya en Rumania, dejan sus restos en un recipiente de metal donde los cubren de leche que han obtenido tras ordeñar a una vaca que tiene solo un ojo, en medio de la frente.

Al parecer, los miembros de ese grupo anarquista tomarían de esa leche en sus reuniones, aunque no se especifica la periodicidad de esos encuentros ni los objetivos que persigue aquel grupo.

Finalmente, el documental nos muestra que, tras morir la vaca, los restos del autor son llevados a un prostíbulo donde pasan a constituir parte del relleno de un colchón en el que tienen relaciones sexuales algunas de las prostitutas.

El grupo de hombres que robó el cuerpo, en un inicio, dicen entonces que están listos para su primera gran acción.

Entonces el documental termina.

domingo, 21 de mayo de 2017

La abuela Regina.


La abuela Regina tiene seis nietos.

Dos de ellos viven en Santiago y los otros cuatro cerca de ella, en Puerto Montt.

Como ella está de cumpleaños en enero, sus nietos suelen juntarse en las vacaciones y organizan desde hace años una celebración para la abuela, donde asisten además, la mayoría de sus familiares.

Este último verano la abuela cumplió noventa años, por lo que su cumpleaños pareció todavía más especial.

Llegaron así, hasta el lugar, gran cantidad de parientes y hasta un grupo de mariachis, que contrataron algunos de sus hijos, para la ocasión.

Por su parte, los nietos se organizaron y le regalaron, entre todos, un celular a la abuela.

Compraron uno especial, con números grandes, pero que tiene además variadas funciones que intentan, poco a poco, enseñarle.

Enviar mensajes, conectarse a internet, memorizar números… funciones relativamente básicas, pero que la abuela nunca ha conocido, anteriormente.

Por lo mismo, a la abuela parece costarle aprender todo eso, y se ve algo molesta, mientras intentan enseñarle.

De todas formas, la abuela no es muy amistosa que digamos, y su molestia parece estar presente desde que comenzó la fiesta.

¿Cómo se hace si uno está y no se quiere contestar? –preguntó entonces la abuela, sin expresión alguna en su rostro.

Finalmente, como nadie le contesta pues piensan que bromea, algunos van a buscar la torta, para cantar el cumpleaños.

La abuela está seria y no parece que vaya a querer soplar.

Los demás, en tanto, cantan con aparente entusiasmo.

sábado, 20 de mayo de 2017

Mapas.


Mapas.

Te regalan mapas.

Al principio no sabes lo que son, pero luego te das cuenta.

Y es que no parecen reales, esos mapas.

Es decir, no parecen ser de ciudades reales.

Por ejemplo, parecen existir distintos niveles, en un mismo mapa.

Como si apareciesen, además de la ciudad, ríos subterráneos, o líneas de metro aparentemente abandonadas.

Sí, tal vez sea eso, piensas entonces, se trata de mapas de ciudades abandonadas.

¿Acaso no sueñas con esas ciudades?

¿No te perdías de pequeña en esas ciudades?

Pues tal vez llegaron tarde, pero ahora tienes esos mapas.

Líneas, nombres, puntos de referencia.

Puedes trazar recorridos, si lo piensas.

Puedes articular aquello que se dio de manera aislada y aparentemente sin sentido.

No son malos esos mapas.

Si hasta tienen aire a cosa científica... y exacta.

Enmárcalos y cuélgalos en la pared.

Nunca se sabe, además, cuándo una ciudad está desaparecida totalmente.

¿Los ves?

Si hasta una imagen del sistema circulatorio, parece ese de allá.

Con arterias y todo salvo que no hay corazón.

Tal vez eso les faltó a esas ciudades.

Eso faltó y los mapas fueron tal vez una advertencia.

No los destruya, entonces.

No los olvides.

Al principio no sabes lo que son, pero luego te das cuenta.

viernes, 19 de mayo de 2017

Una nota.


La empezó hace 27 años y jamás pensó que le tomaría tanto tiempo. De hecho, consideraba resolver todo en cosa de minutos, pero poco a poco el asunto se fue complicando. Todo por intentar ser honesto, me confiesa, con uno mismo y con los otros… todo por intentar comprender y que se comprendieran sus verdaderas razones, entiendo yo.  Fue así que la nota se fue alargando hasta que hace unos días, él me contacta pues piensa que puede tratarse de algo serio, y me pide que revise algunas partes de lo que lleva escrito. Una nota de suicidio, me dice entonces, mientras leo. Esto que lee se trata de una nota de suicidio, señala. Así, tras escucharla, yo no sé si me están tomando el pelo o si se trata, en realidad, de la nota de suicidio más larga del mundo. Finalmente, tras analizar la situación, elijo creer la segunda de las opciones. Entonces, voy marcando algunos detalles en su escrito. Unas pocas correcciones ortográficas. Unos cuantos detalles de estilo. Otro par de mayúsculas. Nada que ponga en juego su propio estilo, en definitiva, ni tampoco su autoría. De esta forma, tras terminar la revisión, él me confiesa su deseo de terminar de una vez la nota, pero me pide que me encargue -en lo posible-, de llegar a publicar su texto luego de ocurrir su desenlace. Al menos como una rareza, pienso yo, pero no se lo digo. Poco más hablamos, ese día. Eso es lo que ocurre con su nota.

jueves, 18 de mayo de 2017

Cuadrados de luz.


Al parecer ocurre por una falla en el techo. Me refiero a la luz que se filtra en las mañanas. Apenas dos cuadrados, en un patio que recorren casi mil alumnos. Dos cuadrados de no más de siete o nueve metros, cada uno. Cuadrados de luz, digamos. Pequeños cuadrados de luz. Hoy estuve en uno mientras varios buscaban un lugar menos frío. Los estudiantes iban de un lugar a otro y de pronto la vuelta a clases. Entonces la sala y hasta ese poco de luz se va perdiendo en las mañanas. ¡Cuánto desperdicio…! Tristes cuadrados de luz. De vez en cuando un pequeño grupo cae en uno y se queda ahí unos minutos. Un pequeño grupo en una isla luminosa. Sienten el calor, aprovechan el instante. Incluso comen su colación en ese sitio. No son conscientes sin embargo, los estudiantes, que el fenómeno se repite día a día. Me refiero a que nadie vuelve al lugar buscando una segunda visita. No conscientemente, al menos. Eso observo, cada día. El desplazamiento de unas planchas en el techo. Dos cuadrados de luz. No es mucho, pero al menos están ahí. Pequeñas señales que, supongo, deben agradecerse. Cuadrados de luz, en un patio oscuro. Pequeños cuadrados de luz. 

miércoles, 17 de mayo de 2017

De vez en cuando hablo con Pitágoras.


De vez en cuando hablo con Pitágoras.

Se aparece en un sector de la casa y comienza a hablar en voz alta.

Entonces le llevo galletas y leche y él se las come con fruición.

Y claro, como alguna vez estudié griego intento entender lo que dice, pero al parecer habla en un dialecto que no alcanzo a comprender.

Ante todo, intento llevarlo a hablar de números y a qué me explique cómo podrían existir previamente a las cosas.

Lamentablemente, solo escucho sonidos extraños y gestos para que le traiga más galletas.

Entonces vuelve a comerlas sin dejar rastro alguno.

Eso pasa siempre con Pitágoras.

Las últimas veces, sin embargo, he intentado establecer una comunicación a través de signos, que voy dibujando en una bandeja con arena.

Cuando lo hago, Pitágoras me mira y a veces parece jugar con la arena, unos minutos.

Lamentablemente, tras devolverme la bandeja, la arena suele estar revuelta, pero no se aprecia en ella signo alguno.

Tal vez me esté hablando del cero, pienso entonces.

Así, vuelvo a una cuestión esencial que radica en definir –o no-, al cero como un número.

En este sentido, espero algún día comprender a Pitágoras e incorporar a mi postura, algunas observaciones de uno de los grandes.

Mientras, me preocupo de tener siempre raciones de galletas y leche entera.

Mi hijo, en tanto, me molesta diciendo que es un mendigo que entra a casa y que, según él, tiene problemas mentales.

¡Qué sabe él, sin embargo, de los presocráticos…!

martes, 16 de mayo de 2017

Formas de ser bueno (II)


Su historia es simple: dejó de hablar y se quedó muda. Creo que hizo una especie de voto de silencio que terminó –de una forma que no comprendo del todo-, por atrofiar irreparablemente sus cuerdas vocales. Ahora escribe libros de autoayuda donde hace diversos llamados para poner en uso nuestros dones y  nuestra vida entera. Aplica de esta forma su experiencia a cualquier situación y habla del dejar de hacer como la puerta de entrada para los males que aquejan al hombre. No hacer es dejar hacer a la muerte, dice en uno de sus libros más nombrados. Bajo su lógica, dejar de ver lleva a la ceguera, dejar de oír lleva a la sordera, dejar de amar lleva a la frialdad absoluta y dejar de hacer (o de vivir, en definitiva) nos conduciría finalmente a la muerte. Como puede observarse, en definitiva, si bien su pensamiento parece ser bastante simple y hasta limitado, las ideas de esta autora permiten explicar de una manera lógica, la llegada de una serie de infortunios que no serían más que el resultado de una falta de actividad en cada ser humano. Ideas asociadas en parte al concepto de evolución, si se piensa. Más un gran componente de simpleza y de falta de rigurosidad en sus premisas. Todo lo demás, si es que lo hay, son buenas intenciones y un silencio al que se le quiere buscar un sentido imperiosamente. Otra forma, dirán algunos, de ser bueno.

lunes, 15 de mayo de 2017

Formas de ser bueno (I)


El hombre del que hablo cría aves de corral. Tengo entendido que tiene un terreno en las afueras de Santiago y ahí las cría. Una particularidad de su crianza es que les pone nombre a cada una de sus aves y exige que estos nombres se mantengan hasta el momento de su muerte. De esta misma forma, vela porque no se repitan esos nombres, mientras las aves tienen vida. Así, cada vez que da muerte a alguna de ellas el nombre queda vacante y puede volver a ser usado nuevamente. Debido a lo anterior el número de las aves que posee no ha crecido en demasía, aunque al mismo tiempo sea uno de los proveedores más destacados de patos y otras aves, para los más finos restaurants de nuestro país. En una entrevista que dio para una revista señalaba al respecto que no sentía que daba muerte a sus aves si el nombre era heredado de inmediato, al momento del sacrificio. De esta forma, decía, Marta Jacinta por ejemplo, que está a punto de ser faenada, pasa a estar de pronto en el sector de las aves recién nacidas y no muere en lo absoluto. Así, este hombre, cree que ha descubierto el gran secreto para evitar la idea de la muerte y alejarse del riesgo de extinción de una especie, al mantener siempre vivo el linaje. Esa es su forma, entonces, de ser bueno.

domingo, 14 de mayo de 2017

La vida misma (apuntes para una historia)


La historia es de detectives. Algo antigua. De esas que ocurren en grandes mansiones a las que llega el detective a resolver el crimen. En esta oportunidad el detective soy yo y no tengo ayudante. Solo tengo tabaco y una pipa. Mientras la enciendo, llega una mujer que me invita a ver un muerto. El cuerpo se encuentra sobre una mesa de billar, en una sala del subsuelo. No presenta heridas visibles ni signos de lucha. Solo una muerte sin aviso, inexplicable casi, como si no se tratara realmente de un asesinato. A pesar de lo anterior, resulta que el muerto alcanzó a escribir unas letras en un papel que tenía dentro de una de sus manos, que permanecía cerrada. Y claro, no viene al caso entrar en detalles, pero finalmente acepto tomar el caso y me dispongo a recolectar pistas y hacer algunas preguntas. Justo entones, mientras converso con la mujer, llega un sirviente a avisar de otro muerto. Y luego te avisa de un tercero. Todos están asustados, te dice. De hecho, en ese mismo instante, la mujer con la que estabas hace un rato también cae muerta, inexplicablemente. Con esos datos, finalmente, le pido al sirviente que me deje solo un instante. Luego, cierro la puerta del lugar con llave y bajo el cuerpo del primer hombre de la mesa de billar y me dispongo a practicar algunos tiros. Solo debo dejar que siga muriendo gente, me digo, mientras ordeno las bolas. Parece un caso fácil. Enciendo una pipa y me sirvo un trago. El asesino será el último que quede con vida, concluyo. 

sábado, 13 de mayo de 2017

Bucear en una piscina para niños.


"Supongo que él me intentaba dar ánimos. Siempre lo hizo, en realidad. Cuando nos conocimos, por ejemplo. Habíamos hablado no más de una hora y de pronto comentó que yo subestimaba mi propia profundidad. Lo recuerdo muy claro, porque en ese entonces yo no supe si tomarlo como un cumplido o como una ofensa, y hasta pensé que él quería justamente provocarme esa duda y hacerme pasar por estúpida. Y es que ya sabes como soy de desconfiada… Además era raro hablar de cosas así, ya sabes, la primera que te juntas con alguien. Y claro, recuerdo que entonces yo bromee acerca de la profundidad y le dije que si fuese una piscina sería apenas una piscina para niños, o algo así. Lo debo haber dicho como para retomar un tono más ligero, pero recuerdo que él parecía molesto cuando yo lanzaba ese tipo de bromas. De hecho siempre criticaba que yo evadiera los temas serios. Me gustaba eso, en todo caso. O sea, me sorprendió al principio, luego me gustó. De ahí a sentirme querida e importante fue un paso casi inmediato. Yo creo que por eso terminamos estando juntos. Con el tiempo en todo caso supongo que pensé que me idealizaba bastante. Me refiero que siempre me vio más profunda de lo que era. De ahí que me diera ánimos y apoyara mis proyectos en las artes y ese tipo de cosas. Pero claro, me miraba como si yo estuviera más atrás. Como si amara algo que estuviese dentro mío y yo casi me ponía celosa de aquello, pues no sentía que fuese yo misma… ya ni sé cómo explicarlo. De todas formas fue así que me alejé de él. Él intentaba bucear en una piscina para niños y yo me sentía cada vez más distante. Esa es para mí la imagen que lo explica. Le dejé un dibujo, cuando me fui, en la que aparecía eso. Un hombre ahogado en una piscina para niños. Igual a la pintura grande con la que me gané el concurso ese. Y fue raro, si lo pienso de esa forma. Me refiero a que nos separamos y comencé entonces a tener cierta notoriedad, en el mundo de la pintura. Justo lo que él me dijo siempre que iba a pasar. En este sentido, debo reconocer que a veces siento que le debo algo. Nunca se lo dije pues no volvimos a hablar, desde ese entonces. Supongo que siempre pasa de esa forma".

viernes, 12 de mayo de 2017

La no compadecida.

"Y diré a No-mi-pueblo
Tú mi-pueblo,
y él dirá Mi Dios"
Oseas 2, 25.

I

Una cosa que recuerdo es que ella estaba orgullosa que –según sus palabras-, nunca nadie hubiese sentido compasión por ella.

Lo dijo una vez mientras bebíamos en un bar, luego de las clases en la Universidad. Como si provocar compasión fuese un acto indigno y hasta humillante. Fue esa vez, según recuerdo, que le inventamos una canción –un intento de cueca, más bien-, que llamamos “La no compadecida”.


II

No recuerdo bien la letra de esa canción, pero sí recuerdo que, tras algunas presentaciones musicales en el campus, ella nos manifestó su molestia.

Y es que si bien la canción era seria –o intentaba serlo-, ella creía que nos estábamos burlando a través de su letra, y que solo ocupamos su historia, con el fin de avergonzarla.

Por lo anterior, ella nos exigió que destruyéramos cualquier tipo de grabación o documento donde figurase esa canción.

Lo dijo de tal forma que lo cierto es que le hicimos caso, finalmente, porque nos compadecimos de ella.


III.

Compadecerse de la no compadecida.

Eso fue lo que ocurrió, literalmente.

No volvimos a hablar con la chica, pero fui compañero suyo en un par de ramos que tomamos con el mismo profesor.

Fue entonces que, de pronto, ella dejó de venir a la Universidad y no volvimos a verla nunca más.

Una amiga en común me contó, sin embargo, que tuvo trillizos, y que el padre era un estudiante de intercambio chino que se llamaba Wong.

Dicho estudiante, por cierto, se quedó en Chile y hoy trabaja para una universidad privada, en un departamento de lingüística.

Cuentan que se casó con una mujer que amaba realmente a otro y que lo engaña  abiertamente.

No sé nada más de sus historias, ni elaboro conjeturas.

jueves, 11 de mayo de 2017

Saltar del uno al dos.


-Soñé que saltaba del uno al dos –me dijo-. Soñé que saltaba del uno al dos y era lindo.

-¿Lindo? –pregunté yo.

-Sí, era lindo -contestó.

-¿Qué era lindo? –insistí.

-Saltar del uno al dos -señaló.

-No po, hueón –le dije-. ¿Por qué era lindo saltar del uno al dos?

-No sé bien –dijo entonces, intentando explicar-. Supongo que era lindo saber que el uno y el dos eran terreno seguro y que uno podía confiar en ellos…

-No entiendo… -interrumpí-, ¿confiar en ellos para qué?

-Pues de nuevo me cuesta explicar, pero supongo que la confianza es para poder cruzar aquello que hay entre el uno y el dos… como cuando avanzas por el borde de un río saltando de piedra en piedra…

-¿Y entonces tienes que seguir al tres?

-No –me dijo-, la idea no es seguir saltando de número en número…

-Pero tú mismo dijiste –interrumpí-, que era como cruzar un río… de piedra en piedra…

-No lo dije bien entonces… -se excusó-, es avanzar, pero no cruzar… me refiero a que no llegas al otro lado…

-Pero avanzar también supone un camino, un…

-No –me interrumpió-. Tú puedes avanzar del uno al dos y después del dos al uno…

-¿Y por qué preferiría hacer eso en vez de buscar otros números? –le pregunté, finalmente.

-Porque te da una sensación de seguridad –me dijo-. Y eso es lindo, nada más.

miércoles, 10 de mayo de 2017

A fin de cuentas.


-Yo hablo del verdadero Quijote -dijo K.-, del que se quedó dentro de la cueva de Montesinos. El que salió de ahí es falso y se nota en varias cosas… por ejemplo, en su forma de hablar a Sancho, para despistarlo. Recuerda bien lo que dice ese capítulo… Debe haber desamarrado al verdadero y luego se ató él mismo, antes de pedir que lo sacaran de la cueva.

-¿Esa es tu hipótesis? –preguntó P.

-Para mí no es una hipótesis –dijo K.-, para mí es la verdad misma. El verdadero don Quijote se quedó abajo, con un rubí y un zafiro en cada bolsillo…

-¿Crees que don Quijote tenía bolsillos? –lo interrumpió P.

-No –respondió rápido K.-, en realidad no lo creo, pero me refería más bien a la idea de las pruebas… de demostrar la verdad que había en esa cueva donde alcanzó a estar varios días…

-¿No estuvo solo una hora?

-Claro que no –contestó K., algo molesto-. Eso dice Sancho, pero el verdadero Quijote habría podido demostrarle que no, fácilmente…

-¿Y por qué no lo hizo?

-Porque se quedó abajo y el que salió fue otro… -dijo entonces K.-, ya te lo decía antes. El verdadero estaba abajo y supongo que confiaba en que Sancho se daría cuenta del engaño y bajaría pronto a estar con él.

-Pero Sancho no bajó –dijo P.

-No. No lo hizo –admitió K.

-¿Entonces don Quijote no supo ver bien la realidad de Sancho?

-Sí… podría decirse que sí… esa es la realidad que no supo ver, a fin de cuentas.

martes, 9 de mayo de 2017

¿Es un héroe un escapista?


En el sueño la clase empieza así. Con esa pregunta en la pizarra, me refiero. Yo ya estoy viejo, pero en el sueño soy estudiante y estoy sentado frente a una hoja, con un lápiz en mis manos. En la hoja también está anotada la pregunta: ¿Es un héroe un escapista? No sé por qué no levanto la vista para mirar a quién nos habla. Es la voz de una mujer que nos pide considerar seriamente la evaluación. La situación realmente parece importante. Me refiero a que no es una pregunta al azar, o una prueba común. Se trata más bien de una única pregunta, después de la cual el periodo de aprendizaje se acaba y estamos listos entonces para algo que nadie, al menos en el sueño, nos aclara.

En el sueño entonces comienzo a inquietarme y me vienen imágenes de escapistas, desde Houdini al mago Oli. Todos tratando de liberarse de alguna atadura, candado, camisa de fuerza o artefacto similar. Casi siempre apremiados por una situación que podría llevarlos a la muerte, en resumen. Extrañamente, respecto al concepto de héroe, si bien creo entenderlo, no me vienen muchas imágenes.

Pasa así el tiempo mientras en el sueño le doy vueltas al asunto por un largo rato. Anoto frases en la mesa, pero no me atrevo a escribir en la hoja. Salvarse uno mismo, escribo en la mesa. Rescatarse. Luego las borro. De a poco me voy sintiendo más seguro.

Finalmente, tras un tiempo quizá demasiado largo, escribo una única palabra en la hoja. Dos letras, de hecho.

Puede parecer poco, pero ahora estoy tranquilo, en el sueño. Además, la pregunta no especificaba que debía fundamentar.

Entrego la hoja y me siento como un héroe.

Suena el despertador.

lunes, 8 de mayo de 2017

Los zapatos en el borde.

“Pero, ¿de qué sirve una vida nueva
si no nos transforma ni nos transfigura?”
J. M. C.

Siempre hay gente que viaja en un crucero.

Planifican su viaje.

Se embarcan felices.

Y hasta sueñan, sinceramente, con una buena experiencia.

Dentro de esa misma gente, sin embargo,
existe siempre un individuo
que no regresa de aquel viaje.

No por quedarse en el extranjero.

No porque se quede escondido en el crucero.

Si no más bien –dejando de lado el eufemismo-,
porque se arranca la vida, lanzándose del barco.

Generalmente ocurre de noche.

Sin testigos.

Sin intentos de rescate.

Sin discursos ni alguien que intente detenerlos.

Una vez hablé con alguien que me contó las cifras
y sobre cómo ocurren estas cosas.

De entre todos los datos que me dijo, sin embargo,
hubo uno que no logro dejar de recordar:

Y es que los que saltan del crucero
dejan los zapatos en la borde.

Uno junto a otro, me refiero,
los zapatos.

Ordenados.

Limpios.

A veces hasta con los cordones atados con una rosa
perfectamente hecha.

Y es que así son los zapatos de alguien
que se ha lanzado del crucero.

No se embarcó para eso, ese alguien,
es cierto,
pero se lanzó.

Como un homenaje, tal vez,
debiese haber un crucero que recorra las aguas
exclusivamente con los zapatos ordenados
de aquellos que se lanzaron
y desaparecieron
en medio del océano.

No sus nombres.

No sus vidas.

Basta y sobra con ese gesto.

domingo, 7 de mayo de 2017

Ciegos en un pozo.


I.

Escuché voces y fui a ver.

Estaba en medio de un bosque, en la montaña.

Tras caminar unos minutos encontré un pozo, desde el que venían las voces.

Entonces miré dentro y vi en el fondo a dos hombres que gritaban.

Apenas los distinguía, por la profundidad, en el fondo de aquel pozo.

Ni siquiera se entendía qué gritaban.

Fue entonces que les hablé desde arriba y ellos me escucharon.

¡Somos ciegos…!, me dijeron.

¡Queremos salir de aquí…!


II.

Tras intercambiar unos gritos me explicaron su situación.

Al parecer uno había caído primero, y luego el otro, intentando ayudar, también se había caído dentro.

No sabían cuánto llevaban en ese sitio.

Fuera del pozo, en tanto, encontré una cuerda lo bastante resistente.

Al parecer, el segundo ciego la habría llevado para intentar sacar al primer hombre.

No sé qué habré pasado entonces, pero el caso es que ahora ambos hombres estaban dentro y la soga estaba fuera.


III.

Me ofrecí entonces a ayudarlos y amarré un extremo de la soga al árbol más cercano.

Entonces, les avisé a los hombres que les arrojaría el otro extremo y que bajaría a ayudarlos.

¡Mejor no venga…!, me pareció oír en ese instante, desde el pozo, casi al mismo tiempo.

Usted tiene voz de ciego… Usted de seguro se queda acá abajo, con nosotros, me decía uno de los ciegos.

Yo no supe qué decirles salvo explicarles que no era ciego, aunque claro, tal vez se referían a que en el fondo del pozo, supongo que todos perdemos la visión.

Por otro lado, tras amarrar la cuerda al árbol, me di cuenta que, a pesar de lo larga que era, no iba a alcanzar para llegar al fondo del pozo.

Mejor voy a ir al pueblo y pedir ayuda, les dije finalmente, antes de irme.

Y claro, eso fue lo que hice, esa misma noche.

Informar en el pueblo, y pedir que enviasen ayuda.

Yo, sin embargo, me fui a los pocos minutos de haber avisado, sin siquiera averiguar si los intentarían sacar, o si los dejarían en el pozo, a su suerte,

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