sábado, 28 de febrero de 2015

Piénsalo al revés.


Piénsalo al revés, me dijo. Siempre piénsalo al revés. A mí me pasa en los sueños así que no es mérito, pero el punto aquí es que me sirve. Por ejemplo, mi sueño más recurrente ocurre en un mundo donde ves claramente volar una serie de naves y objetos que no pertenecen a nuestra cultura. Una situación que es, por cierto, del todo común, en el sueño, y que no produce sorpresa alguna. Sin embargo, en ese mundo del sueño, donde aparentemente la vida extraterrestre está totalmente validada y nadie se hace problemas por esos seres que no interfieren… en ese mundo, decía, no existen otro gran número de elementos o seres que nos son cotidianos en nuestra vida real diaria. Puede sonar tonto o enredado, pero a lo que voy es que siempre que salgo de esos sueños, termino maravillándome de la existencia de un montón de estas cosas que en el mundo del sueño, no existen: un perro, por ejemplo, o cierto tipo de árbol… o hasta una manzana. Cosas o seres que parecen entonces no solo más extraños, sino que, al estar dados ahí… producen de pronto una tremenda satisfacción… un agradecimiento real, me refiero, por estar incuso en contacto con nosotros. Puede que no lo entiendas ahora, me dijo, pero a lo que apunto es que lo realmente maravilloso no son los enigmas milenarios, ni los avistamientos, ni las reflexiones acerca de la existencia o no existencia de lo divino… todo eso te lo cambio por la existencia de los otros, de los sabores… o hasta de una piedra… Intenta hacerte la idea… piénsalo al revés… La maravilla siempre es otra y está más cerca de lo que uno cree… Ojalá te hagas la idea… Eso fue lo que me dijo. 

viernes, 27 de febrero de 2015

Pixelar la tormenta.



Se observan los rayos, suenan los truenos y cae el granizo.

Esto no es una tormenta.

Si lo quieres, me refiero, no es una tormenta.

Puedes ir incluso en medio de la calle, bajo el agua… pero la decisión está en tus manos.

Trata de hacerte una imagen…

Digamos, por ejemplo, que pixelas la tormenta.

La recibes en ti, pixelada…

Ahora espera.

¿Puedo decirte algo…?

Pues bien, no es tan malo como podrías pensar…

No afecta tanto, me refiero.

Después de todo, los rayos cesan, los truenos se silencian, el granizo y la lluvia se acaban.

Y claro… ya entonces puedes comprobar que no era una tormenta.

Por otro lado, compruebas, de paso, la utilidad del pixelar.

Luego solo basta esperar, y organizar unas reglas:

Cuando mires lo que amas, pixela.

Cuando mires lo que odias, pixela.

Luego descubrirás que el mundo para ver, es uno solo.

Conseguido esto, por cierto, no sigas pixelando.

No caigas, me refiero, en la tentación de pixelar dentro de ti.

Piénsalo un poco…

Aléjate de esas tentaciones.

No lo digo con ironía.

O sea, no lo digo con tanta ironía.

Usted entiende.

Y es que afuera,
ya no se observan los rayos, ni suenan los truenos ni cae el granizo.

Esto, tal vez, no es una tormenta.

jueves, 26 de febrero de 2015

No es lo mismo.



-Antes de morir quiero que me congelen –me dijo-. En una de esas máquinas que salen en las películas de ciencia ficción…

-¿Para que te despierten en un futuro lejano? –pregunté.

-No, no es eso… -contestó-. De hecho, no estoy seguro si quiero que me despierten, alguna vez…

-¿Y para qué congelarse, entonces?

-No sé… para no morir, en el fondo, yo creo...

-¿Te da miedo morir?

-Claro… como a todos…

-Pero estar congelado y no descongelarse, ¿no debe ser igual a estar muerto…?

-No es lo mismo… -explicó-. O sea, lo que me da miedo es el acto de morir… no el estado de estar muerto…

-…

-De todas formas tampoco es algo tan simple… -continuó-. O sea, no es simple porque igual es como cambiar un miedo por otro…

-¿El miedo a lo que suceda estando congelado?

-No, no es eso, tampoco… Me refiero a la dificultad de elegir correctamente el momento para congelarse… para no perder vida… o no perder mucha vida, más bien…

-No te entiendo bien… Desde un inicio hablabas de congelarte antes de morir…

-Claro… pero ¿cómo se sabe cuándo es ese antes…?

-Sigo sin entender bien…

-Me refiero a que siempre estamos en ese antes… hoy es siempre “antes de morir” para todos los que están vivos… pero a veces puede ser difícil identificar ese momento justo antes de morir…

-Entonces te da miedo la acción de congelarte y no el estar congelado… como con la muerte…

-No… con la muerte es así… con el congelarme no me da miedo la acción, sino el tiempo de la acción, la identificación de ese momento…

-¿Y entonces…? ¿Se te ocurre alguna solución?

-Sí… pero es muy tonta…

-¿Cuál?

-Lo ideal sería congelar el tiempo justo antes de que yo elija el momento ese del que hablaba… aunque lo congele otro, claro, para no identificar mal el momento…

-¿Y si el otro elige mal el momento?

-No sé… al menos no lo sabré y será culpa mía…

-Pero eso mismo es la muerte po, hueón…

-No, no es lo mismo…

miércoles, 25 de febrero de 2015

¿Sin palabras no sé cosas?

“Yo solo sé vivir las cosas cuando ya las viví.
No sé vivir. Solo sé acordarme”.
C. L.


¿Sin palabras no sé cosas?

No lo sé.

Una vez, por ejemplo, un pozo.

Arriba el sol.

Abajo el dolor de no saber.

Las máquinas desechadas.

Luz pequeña reflejada de ningún sitio.

Papeles viejos.

Todo es ruido.

Dolor de no saber, incluso.

Una pelota vieja.

Un muerto al fondo del pozo.

Un muerto en que se refleja una luz de ningún sitio.

Las máquinas.

El tiempo.

Ellos después te preguntas por las máquinas.

Yo hablo del dolor, de la luz y del muerto.

Ellos me piden información sobre las máquinas.

Todo es ruido, le digo.

No sé cosas, sin palabras.

Y en el pozo no hay palabras.

Todo es pozo.

No se sabe, incluso, si se sale.

Nadie sabe.

El sol refleja luz, también, desde otro sitio.

El muerto no sabe que está muerto.

Su reloj en la muñeca sigue haciendo ruido.

Todo es falso, tal vez.

El árbol crece por inercia.

El árbol en la muñeca del mundo.

El muerto al fondo del pozo.

El reflejo de una luz que no viene de sitio alguno.

¿Sin palabras no sé cosas?

No lo sé.

Había una vez un pozo, decía el cuento.

Principio y fin, por cierto, decían la misma frase.

martes, 24 de febrero de 2015

¿Qué dijiste?



-¿Qué dijiste?

-¿Qué?

-Te pregunté qué dijiste…

-Nada.

-No mientas… dime qué dijiste…

-No dije nada, en serio.

-…

-…

-Igual sé que dijiste algo.

-No dije nada, de verdad… ¿qué voy a decir?

-No sé… pero sé que fue algo…

-¿Algo como qué?

-Algo… algo que no puedes repetir seguro…

-¿Por qué no puedo…? ¿Acaso no puede repetirse todo lo que se dice…?

-Hay cosas que no...

-¿No? ¿Y qué son…? ¿Palabras que se autodestruyen como esas cartas de espías, en la tele?

-No te hagas el hueón… estás desviando el tema…

-La tensión estaba desviando, no el tema.

-Igual no te atreves a decirlo… eres un cobarde…

-¿Cobarde por no decir lo que no he dicho?

-No quieras enredar todo. Tú sabes bien que dijiste algo… Aunque claro, yo te lo pregunto y tú lo niegas…

-¿Y entonces quieres que acepte?

-Quiero que me lo digas, nada más…

-Pero que te diga qué…

-Que repitas lo de antes.

-¿Y no decías que no podía repetirlo?

-Pues si no lo habías dicho, según tú, no sería una repetición…

-…

-…

-Puta la discusión hueona…

-¿Qué dijiste?

-…

-¿Viste…? ¿Lo vas a negar de nuevo?

-Dije que era una discusión tonta, nada más.

-No dijiste eso…

-Bueno, una discusión hueona…

-¿Y eso fue lo mismo que dijiste antes?

-¿Antes cuándo?

-Cuando te pregunté qué decías…


-¿Ves? Parece que te descubrí, aunque no quisieras…

-Antes no estábamos discutiendo, no podría haberte dicho eso…

-…

-…

-¿Te das cuenta cómo subiste la voz…?

-…

-Parece que el tipo de atrás nos está escuchando…

-¿Quién…?

-No te des vuelta… Ese hueón de allá…

-¿El que está escribiendo?

-Sí…

-¿Y tú crees que nos está poniendo atención mientras escribe?

-Shhh… habla más bajo…

-…

-Si te fijas, solo escribe cuando hablamos, si nos quedamos callados él para de escribir…

-¿O sea que está escribiendo lo que hablamos?

-Sí po, eso te digo…

-¿Y para qué va a hacer eso…?

-No sé, po… pero es exacto si nos fijamos…

-¿Y para qué va a querer escribir una conversación tan hueona?

-No ofendas…

-¿Acaso no es hueona la discusión?

-Puede ser… pero nunca se sabe… a lo mejor dijimos algo importante sin darnos cuenta.

-…

-¿Lo viste ahora…?

-Sí, pero es un poco raro… como que él escribiera antes que habláramos… fíjate…

-Nada que ver…

-Sí, mira… ahora dejó de escribir…

lunes, 23 de febrero de 2015

Hablando acerca de las máquinas.



-¿Y cuál es el error, entonces, según tú…?

-Pero si ya te lo dije po, hueón…

-¿Hacer máquinas fue el error?

-No po, yo no te había dicho eso… Yo te hablaba de la función de ciertas máquinas…

-¿Y qué pasa con eso?

-Pasa que ahí está el error, según lo que yo creo… en hacer máquinas para hacer lo que uno tiene que hacer…

-¿Y eso por qué es un error?

-Porque uno debe hacer ciertas cosas… si no las hacemos, perdemos algo…

-No entiendo qué estás diciendo…

-Imagínate entonces una de esas máquinas que hacen algo, que se les ha creado una función… ¿la imaginaste?

-Ya…

-Pues bien, imagínate que se crea otra máquina para hacer la función de esa primera máquina…

-Eh… ya…

-¿Qué pasaría con la primera máquina?

-Mmm… no sé… ¿se reemplaza por la otra?

-Exacto… pero incluso podemos hablar de que la máquina pierde su sentido… queda obsoleta…

-¿Y eso pasaría con los hombres?

-Sí, eso te decía.

-Pero acaso esas máquinas que creamos para hacer las cosas que podemos o tenemos que hacer ¿no nos dejan espacio para hacer otras cosas?

-¿Qué otras cosas?

-Otras po, hueón…

-Pues esas cosas no serían prioritarias, no apuntarían a satisfacer necesidades…

-Pero esas necesidades estarían cubiertas por las labores de las máquinas…

-Sí po, pero nuestras acciones tendrían un sentido no esencial… ese es el error po hueón… y por eso son peligrosas esas máquinas… son dañinas…

-¿Y entonces qué debieran hacer las máquinas según tú?

-Cosas que no podamos hacer sin ellas po, hueón… laboras que las hagan necesarias incluso a ellas mismas…

-…

-Puede sonar exagerado, lo admito… pero creo que el valor de nuestras acciones humanas crece si actuamos de esa forma… y crece el sentido…

-Le ponís, color hueón…

-Puede ser, hueón… Puede ser...

domingo, 22 de febrero de 2015

Sin título, o el trabajador como empresario.



Se acaban las vacaciones y retorno a un nuevo año laboral.

En 4 horas y media, aproximadamente.

No obstante la cercanía del hecho, prefiero no reflexionar al respecto.

De hecho, prefiero ver la entrega de los Óscar, hojear un par de libros y preparar una guía a partir de un texto de Byung Chul Han, a quién he comenzado a leer, hace prácticamente nada.

Leo entonces un texto (Psicopolítica neoliberal) del que elijo unos fragmentos para hacer la guía.

Escojo, por ejemplo, aquellos en que señala que el obrero, en el sistema neoliberal, se ha ido transformando en empresario… pero empresario de sí mismo.

Amo y esclavo, digamos, en una misma persona.

El trabajador que se explota a sí mismo.

Etcétera.


¿Se han dado cuenta que casi nunca se escribe completa la palabra etcétera…?

Es un tipo de ahorro, supongo.

Aunque claro… todo es un tipo de ahorro, hoy en día.

Todo o casi todo, si lo pensamos.

Pero claro… es justamente lo que no es ahorro, lo que purifica (en parte) todo esto.

Usted leyendo estas palabras, yo escribiendo…

Sin mayores apuros, me refiero.

Porque claro… un regalo se da sin apuros, por supuesto.

Eso supongo, al menos.

No es que no tenga sueño ni que usted no tenga cosas mejores qué hacer.

Quiero creer que no.

Quiero seguir creyendo que se trata de un regalo.

¿Ya les dije que estaba haciendo una guía…?

Pues ahora estoy también haciendo unas preguntas de esa guía.

Trato de llevar, con las preguntas, algunos conceptos al contexto específico de mis estudiantes…

El estudiante como empresario, digamos.

El amigo como empresario.

La pareja como empresario.

Cosas así…

Después de terminar este texto volveré a la guía, y me prepararé un té.

También tengo ganas de una ducha.

En 4 horas vuelvo a trabajar.

En unas 23 o 24 vuelvo también acá, nuevamente.

Es la consigna.

Me gusta ese concepto.


Como trabajador, en definitiva, soy uno de los peores empresarios del mundo.

Y me enorgullezco de serlo.

sábado, 21 de febrero de 2015

¿Y qué te dijo el sabio?



-(…) Porque él era un sabio, es cierto, pero yo algo sabía del asunto y se lo hice saber… Se lo expliqué incluso, con detalle, por si no era tan sabio como todos suponíamos, y hasta lo encaré y le exigí que se pronunciara al respecto…

-¿Y qué te dijo?

-Bueno, en realidad no dijo nada… pero su actitud lo delataba… él sabía que yo estaba en lo correcto. De hecho, para demostrárselo, cité a Goethe: “La desgracia que ocurre no es jamás la que se ha previsto”, le dije, y me pareció que asentía… o sea, no con agrado, es cierto, pero todo llevaba a concluir que aceptaba su derrota… Además se trataba de una observación de Goethe, no era cualquier cosa… Y bueno, entonces quise asegurarme de que la comprensión era completa y se lo planteé directamente… ¿entiende cuál es la desgracia?, le pregunté…

-¿Y qué te contestó?

-Pues no dijo nada, realmente… pero me pareció que el silencio del sabio estaba lleno de significados… y hasta me dio lástima verlo reducido a eso… O sea, no negaré que es reconfortante tener la razón, por sobre un sabio, pero también es terrible ver fallar a un hombre de esa envergadura… Me refiero a que es como escuchar crujir a un puente, o ver llorar a un padre… es una señal debilidad de un sistema completo de creencias… Así que entonces, traté de explicarle mis sensaciones, para que comprendiese de mejor forma cuáles eran mis verdaderas motivaciones… Pues bien, ¿sabes qué me dijo cuándo expliqué mi situación?

-No… no sé…

-Pues no me dijo nada, tampoco. Siguió en silencio, nada más, aparentemente derrotado… Y su ánimo empezó, lamentablemente, a calar en mí… Me refiero a que la situación entera era compleja… y no era para nada reconfortante puesto que se trataba de una victoria que se había edificado sobre la idea de la desgracia… Él lo sabía, claro, pero se negaba a admitirlo, por eso se lo pregunte mejor directamente… ¿Tanto te cuesta aceptar que mi razonamiento sea válido…?, le dije… Y bueno, adivina que me contestó…

-¿No te dijo nada?

-No, sí me habló esa vez… Pero solamente para decirme que yo era el que estaba equivocado y  que la salvación que llega tampoco es la que se espera…

-¿Que la salvación que llega tampoco es la que se espera...?

-Sí, eso me dijo.

-¿Y qué se supone que quiere decir eso?

-Pues no lo sé muy bien, realmente… pero se lo pregunté un par de veces y no contestó… Yo creo que confiaba en que yo comprendiera todo por mí mismo, pero lo cierto es que me costó un poco…

-¿Ahora entiendes, entonces?

-Pues no sé bien, supongo que un poco… pero no lo tengo totalmente claro…

viernes, 20 de febrero de 2015

Le pregunté quién era y me dijo un nombre.


"Poco usamos lo poco que tenemos"
R. R.


Le pregunté quién era
y me dijo un nombre.

¡No se sabía, la pobre…!

Insistí sin embargo
y me volví un poco amargo.

¡Ya sé lo que me espera…!

Y es que los ojos no bastan
ni tampoco las letras…

¡Confunden a cualquiera…!

En cambio, hay que sacar tijeras…
privilegiar el silencio.

¡Todo ruido desgasta…!

No seamos necios
mientras colgamos del trapecio…

¡Cuando en caída siempre acaba!

¿Y ella…?
poco decía y callaba…

¡Solo mirar las estrellas!

No existen palabras bellas
tampoco existen  miradas (le dije).

¡Este no es un poema…!

Apenas la enredadera
que desarma algunos versos…

¡Un tren que nadie dirige…!

¿Ordenar el universo…?
Eso nadie lo exige.

¡Si hasta parece perverso...!

¡Cuánto silencio…!


Los peces en la pecera
(presiento)
no saben si viven o sueñan.

jueves, 19 de febrero de 2015

Lustrar los zapatos de Dios.



Soñé que lustraba los zapatos de Dios.

Sé que suena hueón, pero eso es lo que soñé.

Los zapatos eran negros y yo me tenía que esforzar para que quedasen brillantes.

Dios, por cierto, tenía puestos los zapatos, y yo los lustraba sin levantar la vista hacia donde estaba el resto de él.

Era un trabajo agotador, pues los zapatos de Dios eran inmensos y yo debía utilizar una gran cantidad de paños y de latas de pasta para intentar terminar con mi trabajo.

No recuerdo que hubiese nada más en el escenario del sueño.

Me refiero a que junto a mí solo estaban los zapatos de Dios (con los pies de Dios dentro), y los elementos para llevar a cabo mi labor.

Entonces recuerdo haber escuchado un pequeño murmullo.

Algo así como voces pequeñas que susurraban algo, y que venían desde la distancia.

Por ningún motivo, debo aclarar, podía tratarse de la voz de Dios.

Así, concentrándome, logré escuchar un par de frases nítidas…

-Es como el grillo ese que intentaba cantar en el centro de Santiago…

-Otro hueón que se creyó el cuento…

Luego, mientras seguía lustrando escuché risas.

Esas mismas voces se estaban riendo de mí, pensé.

Y claro, seguí lustrando, pero no pude evitar que mi pensamiento cuestionara toda aquella situación…

¿Para qué mierda necesita Dios zapatos…?, pensé.

Se debe estar burlando de mí…

A pesar de eso, debo reconocer que, en el sueño, seguí lustrando los zapatos de Dios.

Sentí como si pasaran horas, en el sueño.

Realmente estaba agotado.

Poco antes de terminar, sin embargo, mientras observaba el trabajo completo –sin atreverme a ver más allá de los zapatos, por cierto-, observé que quedaba una pequeña zona sin lustrar, cerca del taco del zapato izquierdo.

Entonces me acerqué, pasé un trapo por la pasta… y fingí que limpiaba también ese sector…

Y claro… mi gesto rebelde fue así dejarle una minúscula parte sucia, a los zapatos de Dios.

Con todo, mientras despertaba, me cuestioné fuertemente si no era una derrota más profunda de mi parte el haber estado horas haciendo ese trabajo y dejarlo finalmente inconcluso, que el haberme tomado esa pequeña venganza

Ya despierto, dejé de cuestionarme, y llegué a una conclusión sensata.

Sé que suena hueón, pero eso es lo que hice.

miércoles, 18 de febrero de 2015

(No) encender un fósforo.



Ella cuando está triste
enciende un fósforo.

Por lo general deja que se consuma,
pues no le da el ánimo,
ni para apagarlo.

Con todo,
confiesa que la quemadura que deja el fósforo
al consumirse y tocar la piel
la hace reaccionar de alguna forma
y le da risa incluso,
por lo tonto que es, según ella,
haber estado triste.

Él la escucha y se molesta entonces
pues aquello le parece una actitud cobarde…
eso es escapar mientras arrojas el fósforo,
le dice,
pues tampoco se alcanza a consumar la quemadura,
y entonces se produce incluso
un escape doble.

Ella parece dolida por esas palabras
y alega que dejar el fósforo hasta el final
solo produce un daño innecesario,
lo cual es aún más tonto
que haber estado triste.

Yo, en tanto,
en medio de la discusión,
estoy intentando ver la forma de escaparme,
pues siento que ya llegó el momento
donde empiezan esas supuestas reflexiones
que no conducen
a ningún sitio.

Digo ciertas palabras de rigor,
invento una excusa para una fecha próxima,
y me largo del lugar pensando en que me gustan más
los fósforos sin encender
y la gente socialmente silenciosa.

Por otro lado,
como a pesar de todo
no soy mejor que esa pareja,
llego hasta mi cuarto y escribo unas palabras,
para no encender un fósforo.


Así quemamos la vida.

martes, 17 de febrero de 2015

Un puente bueno y un puente malo.



I.

El arquitecto hizo un puente y quedó mal hecho.

Eso comentan todos en el pueblo.

Los políticos que venían a inaugurarlo se enteraron y ya no vienen.

La ceremonia se hará igual, pero mal hecha.


II.

Pasa el tiempo y el puente mal hecho se está haciendo famoso.

De todos lados vienen personas a verlos y se fotografían junto a él.

En TV hacen parodias sobre el arquitecto y su fallida construcción.

Las parodias tampoco están bien hechas, ciertamente.


III.

A mí también me dicen que construyo mal mis oraciones.

Creo que el error está en el tiempo de los verbos o algo así.

Por lo mismo, le tomo cariño al puente mal hecho.

Aunque si lo pensara mejor debiese encariñarme con el arquitecto.

(Pero eso suena gay).


IV.

En el pueblo también existe un puente perfectamente construido.

Pero nadie se interesa en ese puente.

Me refiero a que sigue pasando el tiempo y nadie se interesa en él.

Por lo mismo, poco a poco he dejado de encariñarme con el que está mal hecho.

Y claro… me he acercado al que estaba correctamente construido.

Ya hasta me confundo cuál es cuál.


V.

Con el tiempo, la gente comienza a transitar por el puente mal hecho.

Y cuando digo transitar yo digo que van y vienen.

Me refiero a que no conozco a nadie que haya pasado en una sola dirección del puente.

Es como los relojes detenidos, tal vez, que marcan la hora correctamente, y sin variar, dos veces en el día.


VI.

Mientras pasa el tiempo yo observo el pueblo desde el puente bueno.

Aunque claro, con el abandono se ha ido deteriorando y ahora parece que es el malo.

Por lo mismo, si me reuniera a hablar con el arquitecto, esa sería una conversación de genios.

Y es que ambos logramos que, sin saberlo, la gente siguiera nuestro plan.

lunes, 16 de febrero de 2015

Pensar en lo que no existe v/s Un jugo de melón.



Ella intenta pensar
en lo que no existe.

Luego,
como no lo logra
se prepara un jugo de melón.

Por esto,
ocurre que una mitad de su cuarto
está llena de melones
y la otra mitad
está llena de restos
de lo que alguna vez
fueron melones,
pero ya no.

Su posición,
por cierto,
es siempre la misma:
de pie,
justo entre ambas mitades de su cuarto,
con un vaso lleno hasta el borde
del ya mencionado
jugo de melón.

Ocurre entonces que
gran parte de sus días
ella cae en esta situación,
por lo que su vida cotidiana
ha comenzado a sufrir
distintos tipos de mermas,
muchas de ellas trascendentes, es cierto,
aunque claro…
también existen otras,
como las económicas,
de no tan difícil solución.

Es así que,
para solucionar estas últimas,
me presento en su cuarto para sacar algunas fotos
que ella quedó de enviar
a una revista
en la que trabajaba antaño.

Y sí…
hay que reconocer que,
el asunto ese de los melones y las cáscaras,
más la luz que entra por la ventana,
y la actitud de ella,
justo al medio de su pieza, vaso verde en mano…
dan como resultado
una composición maravillosa…

Y claro,
es entonces cuando me cuenta
que intenta desde hace mucho
pensar en lo que no existe,
pero que al fracasar termina siempre,
preparándose jugo de melón.

Así, finalmente,
como no se me ocurre qué agregar
a su confesión,
me alejo del lugar calculando
si resulta o no más provechoso
lograr pensar en el que no existe,
pero no tener en la mano
ese vaso con jugo de melón.

(Yo lo prefiero,
por cierto,
sin azúcar.)

domingo, 15 de febrero de 2015

Los dioses no lloran estas cosas.



Las flores mueren y nacen,
pero yo envejezco.

Todo es justo.

Los dioses no lloran
esas cosas.

Se quiebra el jarrón.

Se agrieta la tierra.

No vale la pena
desgastarnos
poniendo nombres
a las estrellas.

Pasar por la vida
simplemente
como pasa el tiempo.

Eso dice el agua.

Eso dice el viento.

La corona del rey se oxida
y hasta el corazón se arruga
y después se seca.

Y es que uno tal vez
debiese reírse de estas cosas.

Tal vez…

Pero en cambio
aquí está uno
planchando camisas.

Aquí está uno
ordenando libros…

Aquí está un
corrigiendo pruebas…

¡Qué sé yo
lo que está mal
o lo que nunca lo estuvo…!

Ni los dioses saben
de esas cosas.

¿Saber…?

El mar inmenso debe estar sonando,
pero no lo escucho.

Hasta los mismos astros
cuando se mueven
deben estar sonando
y no los escucho.

El corazón de millones de hombres
está sonando…
y ya saben lo que ocurre.

¿Habrá entonces
que aguzar el oído?

¿Sabremos realmente qué hacer
si oímos aquello
que está sonando…?

Pues bien,
mientras tanto,
no hable usted de amor
si no ha aprendido
a escuchar estas cosas.

Así,
(tal vez)
llegará el día
en que no tendremos temor
de escribir en las lápidas
el verdadero epitafio:

Y cuando murió
sus manos se abrieron
y de ellas no cayó
absolutamente nada.

Pero claro…

Todo es justo.

Los dioses no lloran
estas cosas.

sábado, 14 de febrero de 2015

Todo empezó por un error.


Todo empezó por un error. Reemplazaba a un amigo en la cabina de efectos de sonido para una obra teatral. Todo lo que había que hacer estaba indicado hasta en el más mínimo detalle. No recuerdo bien de qué obra se trataba, pero el asunto es que tenía un argumento triste. Fue entonces que, justo en un momento en extremo dramático, apreté un interruptor que hizo sonar risas. De esas risas fuertes, como de serie cómica antigua. Los actores se detuvieron y no pudieron evitar mirar hasta donde me encontraba. Por suerte, antes que la situación empeorara, el público se rio, espontáneamente. Los actores se relajaron un poco y siguieron la escena. Incluso vino una que estaba en ese momento fuera de escena y me dijo que insistiera con las risas, cada cierto rato, total el ánimo del público ya estaba cambiado. Todo salió a la perfección. La obra tomó un aire experimental y la recepción de los espectadores fue increíble. Los actores entonces se rieron de mi error y hasta incorporaron las risas a las futuras presentaciones. Y claro, a mí me gustó tanto el experimento ese que, por un tiempo, llevé conmigo esas risas grabadas y las hacía sonar cuando estaba en medio de una situación trágica. Debo reconocer, sin embargo, que esas risas no fueron tan útiles fuera del escenario, y que, prácticamente, solo trajeron malos ratos y provocaron un gran número de situaciones incómodas. Quizá por lo mismo, el sonido de ese tipo de risas lo asocio hoy a sensaciones trágicas y desagradables, nada más.

Con el día del amor, por cierto, me sucede lo mismo.

Es decir, pongo las risas, pero no funcionan.

Todo empezó por un error.

viernes, 13 de febrero de 2015

Lo que me enseñó un profesor del que no aprendí nada.

.

Visité a un profesor muy cercano
poco antes que él muriera
de un cáncer fulminante
que le diagnosticaron
de forma tardía.

Contamos anécdotas,
nos reímos recordando estupideces
y me pidió que le encendiera un cigarro
a escondidas de la enfermera.

No recuerdo que hayamos tocado
ningún tema “serio”,
salvo reírnos un poco
a partir del sentido de la tragedia
en Beckett,
mientras recordábamos algunas situaciones
igualmente absurdas.

Creo que le habían dicho
que le quedaban tres semanas
y el doctor que dio el pronóstico
fue, según mis cálculos,
bastante certero.

Otra cosa que hicimos
fue ver un rato las noticias.

También me ofreció unos libros
que nunca fui a buscar.

Y claro…
nos despedimos deseándonos suerte.

No recuerdo, por cierto,
haberle dado muchas vueltas
a su situación.

Me refiero a que no lloré su muerte,
por ejemplo.

Ni asistí a su entierro.

Y tampoco entregué palabra alguna
a la familia,
tras su deceso.

Con el tiempo, incluso,
me he preguntado qué mierda
aprendí de ese profesor…

Y lo cierto es que no recuerdo
haber aprendido nada.

Nada concreto, al menos.

Ni tampoco nada esencial.

Bueno,
en realidad me prestó unos libros
donde conocí a los surrealistas,
pero eso fue fuera
del ámbito escolar.

También me prestó un poema muy extenso de él,
en rollo,
que extravié en Valdivia
y que intenté recuperar por años…

Pero claro…
yo decía que como profesor,
en el aula, digamos…
no recuerdo haber aprendido 
nada en particular.

Con todo,
tras darle vueltas al asunto,
y al cariño este
que siento por él
hasta el día de hoy,
podría concluir que aprendí
que creer en el otro
es algo natural
y que el cerebro no puede sacarle jugo alguno,
por más que se intente,
a ese tipo de naranjas...

Y es que había que reírse con Beckett,
simplemente,
y aburrirse con Joyce
y amar ingenuamente con Eluard
y alegrarse con Prevert…

Cada cosa a su tiempo,
por supuesto,
y con la libertad que cabe en un mundo
que siempre avisa
cuando parece ser demasiado tarde...

Suerte, hasta antes que se muera,
creo que le dije esa vez,
en la última visita.

Y claro...
él se despidió 
de la misma forma.

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