jueves, 30 de junio de 2022

Sitios donde ir.


Es mentira que iba al cine porque no tenía donde ir.

El cine mismo, de hecho, podía ser uno de esos sitios donde ir.

Y una vez dentro, por supuesto,
habría que considerar también los cientos de asientos
que podía escoger…
cada uno de ellos como un pequeño sitio.

Claro que tenía sitios dónde ir.

Por supuesto que los tenía.

¡Qué absurdo que alguien creyese lo contrario…!

Todos tenemos sitios donde ir.

El mismo sitio en el que estamos, ha sido un sitio a donde ir.

Quien creyese lo contrario debía ser alguien lo suficientemente amargo
como para convivir con ese absurdo.

Alguien insatisfecho con el sitio en que se encuentra, pensaba.

Alguien incapaz de comprender el valor real del espacio propio,
y de todo aquello que reside en ese espacio.

El cine mismo, además, no es que fuese siempre el mismo sitio.

Y es que se puede escoger uno, ciertamente, entre varios.

¡Tenía tantos argumentos…!

¡Tantos y tan claros argumentos…!

La película misma, incluso…
¿no era acaso un sitio distinto cada película distinta?

¿No te llevaba incluso cada una de ellas (que ya era un sitio en sí)
a otro sitio también distinto?

¡Por supuesto que es mentira que iba al cine porque no tenía donde ir!

Por supuesto que es mentira.

miércoles, 29 de junio de 2022

Una pregunta hipotética.


M y F están sentados frente a frente. Llevan un rato hablando mientras toman un café en el casino de la universidad. Por su apariencia no sabemos si son profesores jóvenes que trabajan en el lugar, o estudiantes que cursan -probablemente con retraso-, su último año de carrera.

-Si me lo preguntan -dice M.-, yo diría que el problema se origina al incorporar algunos conceptos equivocados, o con una base falsa… por ejemplo, cuando se habla del grado de desorden de la materia.

-Pero no te lo preguntan, ¿cierto? -dice entonces F.

-No, no me lo preguntan -admite M.

Guardan silencio un momento. Supongo que están planeando qué decir, pero lo cierto es que no parecen realmente interesados en el tema. Hablan de la misma forma en que toman su café mientras lo acompañan con unas galletas que ambos van sacando de una porción que comparten. Me refiero a que toman café y comen galletas porque es lo que se hace, mayormente, a esa hora en el casino. Y hablan, entonces, siguiendo el mismo principio.

-No se trata solo que no me pregunten a mi algo específico -dice entonces M., retomando la conversación-. El punto es que hablar del “desorden de la materia” como un principio que puede establecerse con parámetros definidos y no simplemente comparando dos posibles órdenes diferentes, es sin duda una respuesta sensata a una pregunta que busque indagar en el verdadero origen del problema…

-Pero no te lo preguntan, ¿cierto? -vuelve a decir F.

-No, no me lo preguntan -vuelve a admitir M.

Luego de esto, se quedan nuevamente en silencio hasta que deciden, tácitamente, abandonar el lugar. Sobre la mesa, por cierto, queda una última galleta.

martes, 28 de junio de 2022

No me hagas hablar.


No me hagas hablar.

Me duele hablar.

Igual que cuando tienes un daño en la garganta.

Una irritación, inflamación o hasta una herida abierta.

No me hagas hablar, te digo.

Mi garganta está bien, pero no me hagas hablar.

De igual forma no lo hagas.

Y es que me duele hablar, te digo.

Me duele decir hasta la cosa más mínima.

Desde hace un tiempo que es así.

Todo lo que digo roza con algo similar a un nervio.

Todo lo que digo no sabe existir fuera de mí.

Se aferra a mí, de cierta forma, para no salir al mundo.

Para no desmoronarse fuera.

Se niega, sin dolor, a existir para nadie.

Entierra sus uñas, en mí, para no salir.

No me hagas hablar.

No me pidas decir nada.

Ni siquiera el nombre, me pidas.

Nada de historias.

Nada de explicaciones.

Nada de sermones dichos porque sí.

Toda palabra es rezo y ya no hay dioses que contesten las plegarias.

Mi voz se daña cuando cruza el alambrado.

No me hagas hablar.

Por favor, no me hagas hablar.

Me duele hablar, es cierto.

Cada palabra es un jirón que me arranco a mí mismo.

No me hagas hablar, te digo.

Escucha:

lunes, 27 de junio de 2022

O muy pronto o muy tarde.


O muy pronto o muy tarde.

Ya sabes cómo es.

La forma en que no funcionan a tiempo las cosas importantes.

No se trata de mala suerte.

Tampoco se trata de culpar a nadie.

Solo se trata de dejar la información sobre la mesa.

De transparentar las cosas.

Dejarlo dicho, al menos.

Una, dos y hasta tres veces dejarlo dicho.

Escrito sobre una superficie siempre visible:

O muy pronto o muy tarde.

No busques otra opción.

Mientras antes lo aceptes menos tarde será.

O será muy pronto, pero no importa.

La vida se gasta de igual modo.

Aunque no la uses, incluso, la vida se gasta.

Se gasta y se desgasta, digamos.

Y está bien.

Es correcto que así ocurra, me refiero.

Recuerda que no es queja.

Así ocurre con las cosas.

Así ocurre con las cosas de este mundo.

Y así debe ocurrir.

Igual que en la noche, cuando esperas dormirte y el sueño no llega.

O llega demasiado pronto.

O muy pronto o muy tarde, ya sabes...

Nadie te ha dicho nunca otra cosa.

Nadie te ha ocultado la verdad.

No vale la pena quejarse.

Así es simplemente como no funciona.

No hay velo.

Así es la forma en que no funcionan a tiempo, las cosas importantes.

domingo, 26 de junio de 2022

¿Odilon Redon te dijo qué...?


*Lo encontré en un cuaderno viejo. Era un texto que acompañaba unas viñetas hechas en base a recortes y acuarela. En ellas, el padre de un pintor que prefiero no nombrar le daba consejos a su hijo. Al parecer, el hijo pintor había sido atacado por Odilon Redon. Ese es el contexto. En el cuaderno, por cierto, hay varias historias así. O mini historias. O como quieran llamarles.

____

¿Que Odilon Redon te dijo qué…? ¿Parásito del objeto…? No le hagas caso. No te amargues. Son palabras, nada más. Frases dichas con despecho. Además, siempre somos parásitos, si lo piensas. Humanos, por supuesto, y parásitos como consecuencia de lo anterior. Creo que incluso había una sentencia latina que planteaba aquello. Sí… podríamos buscarla. El punto es que, si aceptamos lo anterior, solo nos queda elegir de qué somos parásitos. Él, por ejemplo, eligió ser un parásito de sí mismo. Se consume a sí mismo y ni siquiera sabe. Si te vuelve a molestar dile eso. Que es un parásito de sí mismo. De todas formas, al final lo que duele es la palabra parásito, nada más. Ya sabes… duelen más las ofensas cuando son esdrújulas.

sábado, 25 de junio de 2022

Ryu y Haruki traducen a Carver.


No son familiares. Apenas se conocen. De hecho, lo único que conecta a Ryu Murakami con Haruki Murakami es que ambos tradujeron a Carver. A edades similares, por cierto, lo tradujeron. Fueron contactados, de hecho, por la misma editorial, para conseguir la traducción. Luego, la editorial decidió publicar una de las traducciones y vendió la otra a una editorial distinta, que operaba en otra región. Ellos nunca conversaron sobre aquello.

Haruki traduce a Carver con un tono neutro. Dejando que los personajes hablen, aunque con esto los muestre demasiado conscientes. Como si diese por hecho que ellos ya saben quiénes son. Que están en dominio de sí mismos. Que son autodestructivos, incluso, de forma consciente. Que se extravían a sabiendas. Que hablan desde un centro. Que son dueños de sí. Parecen gatos los personajes de Carver, traducidos por Haruki Murakami. Caen de pie, me refiero. Siempre caen de pie.

Ryu en cambio traduce a Carver con rabia. Los personajes parecen estar en un sitio que no les corresponde. Un sitio definitivo en el que permanecen sin saber cómo abandonar. Sus voces son la forma en que arañan las paredes. En que se agreden a sí mismos y unos a otros. Portan cuchillas los personajes de Carver, traducidos por Ryu Murakami. No son gatos. Son animales que se estrellan. Que no saben caer de pie.

Humanos, diría Ryu.

Profundamente humanos, diría Haruki.

viernes, 24 de junio de 2022

El verdadero puente colgante.


I.

El verdadero puente colgante no cuelga desde ambos extremos. De hecho, eso no es colgar, digo yo. Colgar es estar suspendido solo desde un extremo y que el resto, justamente, cuelgue. Así, el puente colgante sería aquel que solo está sujeto en un extremo mientras el otro extremo cuelga. Como una especie de escalera, digamos, sujeta desde una única posición. Eso es para mí un verdadero puente colgante.


II.

No se cruza el puente colgante. No el verdadero, al menos. Se desciende por él. Se baja, con cuidado. Ni siquiera se baja con seguridad, pues no sabemos si conecta necesariamente con otro nivel. De hecho, no debiese conectar si es un puente colgante. Debiese colgar, simplemente. Hacia la nada, colgar. En este sentido, debiese ser un desafío el puente colgante. Una forma de existir precaria. Un grito lanzado hacia un extremo que no vemos. Desde el extremo en que somos, me refiero. Desde el extremo en que estamos.


III.

El verdadero puente colgante no cuelga desde ambos extremos. Por eso, justamente se trata de un puente colgante. Alguien podrá alegar, por supuesto, que me centro en el adjetivo y dejo de lado que se trata de un puente y que entonces debiese unir dos extremos. Pero un puente es algo que en realidad, simplemente, te permite ir hasta otro sitio. No te lleva hasta él, exactamente. Y es en esa diferencia donde se funda la esencia del puente colgante. Es ahí, digamos, donde se fija su único extremo.

jueves, 23 de junio de 2022

Serio.


Ella:

“Lo dijo tan en serio que me sorprendió. De hecho, creo que hasta entonces nunca lo había oído habar en serio. Se lo comenté, por supuesto. Le dije que parecía otro hablando de esa forma. Que le había cambiado la cara, incluso, hablando en serio. Él me miró entonces, supongo que pensando qué camino tomar a continuación. Si seguir serio, me refiero, o retomar el tono habitual que tenía siempre. Y su rostro habitual, de paso. Ni yo misma sabía qué quería. Había tanta diferencia entre ambos que me asustaba enfrentarme a esa persona nueva. Era peligroso, supongo. No sé.”


Él:

“Atrás de ella estaba ella. Ni siquiera se asomó cuando la llamé. Cuando hice el último llamado. Me dijo que me había cambiado el rostro, que era extraño oírme hablar en serio. Su mirada era la misma. Escogía ser la misma. Prefería arrancar del sitio donde estaba y hablarme desde la piel. Desde de la sorpresa en que era yo el extraño y no ella. Fue un momento tenso. Y triste, para mí. Me refiero a que la buscaba, en silencio, intentando hacerla salir. Como un animal que cambia de piel me hubiese gustado verla salir de ella misma. Era peligroso, pero necesario. No sé.”

martes, 21 de junio de 2022

Defendieron la ciudad.


Defendieron la ciudad hasta que no hubo ciudad. Aguantaron el asedio. Resistieron. Batallaron incluso, cuando no hubo otra opción. De hecho, todavía estarían resistiendo, pero en medio de la refriega se percataron que ya no había ciudad. Que el desgaste era por nada. Bajaron sus armas. Cambiaron su actitud. Se alejaron libres, de aquel sitio. Decidieron que no podía defenderse una ciudad que ya no existe.

No sabían de caminos. No sabían qué era aquello de avanzar si no se sabía donde iban. Se sentían siempre en el mismo sitio mientras veían pasar las cosas junto a ellos. Aún así, asentarse les producía malas sensaciones. Erraron, de esta forma, de un lado para otro. No sabían si buscar o esperar, en algún sitio. Hubiesen querido estar seguros de algo, pero no lo estaban. Tampoco sabían de caminos.

De vez en cuando se encontraban con hombres iguales a ellos. Incluso, con algunos, compartían los mismos nombres. Entonces, los hombres se sentaban y comían juntos, mientras buscaban algún recuerdo que les fuera común. Una región abandonada. Una lluvia incesante. Un pequeño terremoto. Cuando daban con algo se detenían ahí. Parecían alegres. Extrañamente, ninguno de los hombres había oído nunca sobre la ciudad que alguna vez defendieron.

lunes, 20 de junio de 2022

Desconozco el ruido...


Desconozco el ruido que hacen las cosas que se nos caen de las manos.

Supongo que lo percibo, por supuesto, pero lo cierto es que no distingo su forma de existir.

Su manifestación, digamos.

Es como si las cosas cayesen en lo profundo de un pozo y la distancia amortiguase el ruido.

O lo extinguiera, sin más.

Aclaro, sin embargo, que las cosas que caen de mis manos no caen, literalmente, en un pozo.

De hecho, si la cosa que cae es un plato, por ejemplo, probablemente se rompa al chocar contra el suelo, como ocurriría se cayese desde cualquier otro par de manos.

La diferencia, en mi caso, radica simplemente en que desconozco el ruido que produce, aquello que cae.

O no distingo al menos aquel ruido, dentro de la atmósfera de ruidos en la que me veo inserto en el momento que la cosa cae.

Soy distraído, por supuesto, pero no creo que mi desconocimiento sea producto de dicha distracción.

Tampoco creo que se trate de un problema de audición, pues salvo en estos casos, percibo todo claramente.

En resumen, no sé cómo explicar las razones detrás de este fenómeno.

Por eso, tal vez, me limito a enunciarlo.

domingo, 19 de junio de 2022

Robarle a Robin Hood.


Ladrón que roba a ladrón que le roba a ladrón.

Y el perdón lo dejo a un lado.

Esa es en principio, la premisa.

No una razón, sino un principio.

Robarle a Robin Hood, si quieren un ejemplo.

Robarle sin razón, me refiero.

Solo porque sabemos que hay que hacerlo.

Porque una voz lo dijo y alguien la escuchó.

No gastemos más palabras.

No abusemos de la excusa de repartir entre los pobres.

Nada de discursos ni manifiestos ni declaraciones empalagosas.

Eso dejémoslo para alguien más.

Para alguien que roba porque lo cree justo, por ejemplo.

Y es que mi caso, sin duda, es más simple.

Un principio, simplemente.

Eso es lo que digo.

Y una acción que no se diferencia del principio.

Robarle al ladrón que le roba al ladrón.

Y luego quemar lo robado, si se quiere, para no repetir el ciclo.

Puede parecer absurdo, pero aunque así fuese no está mal.

Después de todo, cada uno hace lo que quiere.

Que el ingenuo piense que todo es como un bucle.

Que malentienda los motivos y gaste su vida buscando una razón.

Yo prefiero, en cambio, alejarme de todo aquello que finge nacer de lo que el otro busca.

Robarle a Robin Hood, entonces.

Robarle a Robin Hood.

El verdadero plan A.


Haces un plan A, pero solo para descartarlo. Lo comprendí hace poco. Ese es el truco para que funcione. Para que funcione el plan B, me refiero (El plan B es la clave, por supuesto). Aunque claro, si uno fuese riguroso en la nomenclatura, habría que aceptar que existe un plan previo al plan A… digamos un plan AA (que sería en realidad el plan A), y ese sería justamente el que dice que descartaremos el plan A (que sería en realidad el B), para quedarnos con el B (que sería en realidad el C). Esa es la forma en que comprendí (hace poco) que funciona. Todo bien hasta ese punto.

Lamentablemente, luego de ponerlo en práctica un par de veces (y comprobar que funciona), algunas sensaciones incómodas me hicieron replantear la fórmula empleada. Y es que esas sensaciones (desagradables, por cierto), me llevaron a sentir culpa (no es la palabra, pero la imprecisión es un arte) por el plan A original (no el AA, sino el A que pasaba realmente a ser el B). Culpa ya que este plan existía solo para ser desechado, pero existía (y además yo lo hacía existir), por lo que era culpable y víctima, al mismo tiempo.

Para solucionar esto, claro está, ideé otro plan, que podría nombrarse como plan AAA (y que obligaría a renombrar todo, por supuesto, si fuésemos rigurosos). Ese es el plan que, por cierto, comencé a poner en marcha (sin ser consciente de ello en ese entonces) cuando comencé este blog hace ya bastantes años. La forma en que funciona ese plan (que ha fallado en el último tiempo, por supuesto, pero todo falla), es la siguiente:

Haces un plan A, pero solo para descartarlo. Y etcétera.

sábado, 18 de junio de 2022

El regreso del profeta.


Seis años después el profeta volvió.

Esa fue su primera falla.

O al menos la primera que nos resultó evidente.

Y es que el profeta, se adelantó un año a lo que él mismo
había anunciado.

Se veía más viejo.

Más débil, incluso, de lo que nosotros recordábamos.

Se escuchaba nervioso.

Lo que pasa es que no volví realmente, dijo cuando lo encaramos.

Lo miramos en silencio.

Su excusa era burda, pero de igual forma no nos molestamos.

Probablemente él mismo había olvidado sus predicciones.

Daba igual.

De cualquier manera, nunca le creímos totalmente.

Entonces comimos con él.

Bebimos, con él.

Avanzada la noche, le preguntamos sobre su viaje, pero declinó contestar.

O más bien contestó, pero con evasivas.

Solo frases cortas, me refiero.

Inconclusas.

Él, por supuesto, intentaba que sonaran enigmáticas.

El respeto se acabó poco después.

Terminó de desgastarse, más bien, hasta romperse.

Una broma primero… luego fueron burlas directas.

El profeta estaba incómodo.

Mantenía su actitud, sin embargo, como negándose a abandonar su juego.

Lo bueno es que al menos, dijo entonces, no he defraudado a nadie.

Se hizo un poco de silencio.

Recuerdo que alguien le arrojó un vaso de cerveza, en ese instante.

Supongo que reímos, pero no lo recuerdo muy bien.

De la forma en que ustedes lo ven,
nadie puede llegar a ser profeta.

Dijo antes de irse.

Ni siquiera profeta de uno mismo.

Luego se marchó.

Ya va a ser un año, desde entonces.

viernes, 17 de junio de 2022

Tal vez haya un duende en mi jardín.


Tal vez haya un duende en mi jardín.

Ahora mismo, me refiero. En este instante.

Tal vez haya un duende en mi jardín y no lo sepa.

No hablo de un duende de madera, aclaro.

Ni tampoco de otro duende estático, de material indefinido.

Tampoco de greda.

Ni de cerámica.

Ni menos aún de yeso.

Un duende duende, digo yo.

No un enano.

No un niño pequeño.

Ni siquiera un duende muerto.

No un duende enterrado desde una época en que no viví, me refiero.

Eso tampoco vale.

Un duende vivo ahora, en mi jardín.

Tal vez haya un duende vivo ahora, en mi jardín.

Y yo no sepa.

Tal vez haya uno viviendo simplemente a solas, entre las plantas.

Dueño de una soledad que es en el fondo estar cara a cara, con el mundo.

Sí: tal vez haya un duende en mi jardín.

Y yo no sepa.

Y aunque no tenga jardín, incluso.

O no tuviera.

Tal vez siempre hay alguien dueño de la soledad que es en fondo estar cara a cara con el mundo.

Un duende, esta vez.

Tal vez.

Caminando libremente porque sabe, en el fondo, que el jardín no existe.

O que no permaneces, al menos.

Sí: tal vez haya un duende en mi jardín.

Tal vez.

Y no lo sepa.

jueves, 16 de junio de 2022

Ella trabaja en el rubro de las bolsas.


Ella me cuenta que trabaja en el rubro de las bolsas. En una empresa que está venida a menos por las nuevas políticas medioambientales. Por lo mismo, ahora trabajan con nuevas fórmulas que aseguren un avance en este aspecto. Ella, por cierto, trabaja en esas fórmulas. Creando aquellas fórmulas, me refiero. Es bioquímica. Fue mi estudiante en secundaria y ahora es bioquímica. Le gustaba la pintura, según recuerdo. Hizo un trabajo bueno, sobre la Lispector. Ahora es bioquímica. Tiene una hija y se casó con un compañero de universidad. Parece que se separaron un tiempo y luego regresaron. Hablamos entonces del pasado. Recordamos situaciones, nombres, actualizamos información sobre gente de la época. El compañero que murió, el que ahora es millonario y el que terminó preso. Mi propia historia la esquivo, por supuesto. Para no mentir, bromeo sobre ello. Se acuerda de Schopenhauer. Del mundo como voluntad y representación y de aquellas páginas que Nietzsche le robó en el origen de la tragedia. Ante rem, post rem, in rem… todas esas cosas, me dice. Antes de separarnos comenta que yo tenía razón, que las bolsas para cadáveres no son muy distintas de las bolsas de basura. Un poco más gruesas nada más. Luego sonríe. Imagino que su hija debe sonreír igual. Siempre es así. O un poco, al menos.

miércoles, 15 de junio de 2022

Todos somos Peter Parker.


Soñábamos todos, por supuesto, pero no ocurrió así. No hubo capas ni superpoderes ni nada parecido. Todos éramos lo que éramos, simplemente. Nada más. Y nuestras aventuras eran más o menos las mismas sin muchas variaciones. Nos costó aceptarlo, por supuesto. Siempre cuesta. Entrenamos en vano. Nuestra pequeña fuerza se disolvió en el desengaño. Caímos desde altura, no encontramos contrincantes… ni siquiera logramos proteger a alguien. Los que resultamos heridos demoramos en sanar, si es que sanamos. Nada de orígenes secretos. Nada de arañas radioactivas ni anillos de poder ni mucho menos rayos gama. Éramos lo que éramos, sin más. Y un siquiera eso comprendimos. Crecimos así, sin saberlo. Sin poderes e irresponsables. Apenas fuimos Peter Parker. Posamos la vista en todo aquello que no éramos y descuidamos el resto. O decidimos no verlo. Tampoco intentamos comprenderlo hasta que ya fue tarde No ocurrió como queríamos, pero sería injusto decir que no ocurrió como esperábamos. Y es que nunca esperamos nada, realmente. Si había fe era tan pequeña que apenas nos llevó a saltar desde un segundo piso. Nuestras heridas existieron -y perduran-, pero todo fue superficial. Poco se dañó bajo la piel. O poco de eso es evidente, al menos. Si rezamos, fue apenas para amortiguar el golpe. Así ocurrió. No hubo nada más. Ya saben: Todos somos Peter Parker.

martes, 14 de junio de 2022

Nueve días que parecieron más.


No sé el nombre de ese lugar, pero ahí viajé. En la parte del barco que queda siempre bajo el agua. Junto a unas máquinas que emitían ruido sin cesar. Varias botellas con agua. Una caja grande con paquetes de galletas. Sin luz y con un baño improvisado en un sector de similares condiciones. Nueve días, pero parecieron más. Con un libro que no podía leer. Una mochila que usaba de almohada y una manta que encontré sobre una de las máquinas. Nueve días que parecieron más. No quise siquiera contarme historias, para no olvidarlas. Tampoco recé, porque ya entonces no creía. Supuse que sería un día, tal vez dos. Que si la situación se hacía insostenible le confesaría a alguien que bajara a ver las máquinas. Pero nadie bajó en esos nueve días. Nadie hasta que se detuvieron las máquinas. Ni siquiera un ratón, que pensé habría en aquel sitio. Entonces se escucharon puertas de metal que se descorrían. Entró luz por un sector y me hizo daño. Vomité incluso, por la luz, antes de salir de aquel sitio. Fue ahí que un hombre me vio y me dijo que habían pasado nueve días. Nueve días que parecieron más. Me dejó salir, sin preguntas. Pasé entre otros, hasta desembarcar. Habíamos vuelto al mismo sitio. De hecho, no sé si cuenta como viajar, pues no llegué a un sitio distinto. Tampoco sé si cuenta como viajar en barco, pues estuve todo el tiempo en ese sector del que ni siquiera sé su nombre. Esa parte que siempre queda bajo el agua. Nueve días que parecieron más. Un mes. Un año. Una vida, incluso. No sé el nombre de ese lugar.

lunes, 13 de junio de 2022

Los veraneantes.


Los veraneantes llegan al lugar todos lo veranos. Por eso, ciertamente les decimos veraneantes. Cambian rostros y apariencia, pero esencialmente son los mismos. Vienen y van, digamos, cada año. Así, apenas sienten el calor, se arrastran a sí mismos de un lado a otro. Y nosotros los recibimos, por supuesto, porque de cierta forma nacimos para eso. Eso es lo que nos dicen.

Por otro lado, son tantos los veraneantes que de vez en cuando alguno se extravía y no es tan importante. Hay alboroto, por supuesto, pero eso no altera la llegada de los otros. Si es uno por verano, o a lo sumo dos, eso no afecta en lo absoluto. Son solo llantos pasajeros, lamentaciones, cosas que debían pasar en medio del verano. Parte del flujo, digamos. Y yo ayudo a que ello pase.

La primera vez fue de curioso. Quería descubrir si un veraneante seguía existiendo luego del verano. Por lo mismo, lo escondí entre unas rocas para responder mis inquietudes. Se resistió, por supuesto, así que me vi obligado a tomar otras medidas. Así, digamos, fueron pasando los veranos hasta que construí esa especie de bodega donde todavía los tengo. Es curioso, pero no intentan escapar, salvo en verano. El resto del tiempo están tranquilos, aunque un tanto demacrados. Puede parecer ardua mi labor, pero lo cierto es que sé sobrellevarla. Además, el verano no es eterno.

domingo, 12 de junio de 2022

No hace caso.


No hace caso. No se rebela abiertamente, pero se resiste. Una y otra vez, se resiste. Le pido que hable, por ejemplo. Le pido que me explique su actitud, pero en vez de eso, silba. Lo peor, sin embargo, es que silba como si me hablase. Con matices, me refiero, y mirándome a los ojos. Como si el silbido fuese realmente aquello que yo he requerido. Entonces vuelvo a preguntarle por qué e insisto una y otra vez, para poder llegar a algún sitio. Nada ocurre, por supuesto. Solo damos vueltas en lo mismo. Podría enojarme, pero lo cierto es que lo miro y no veo mala intención. No me está desafiando, solo está entendiendo otra cosa. Su naturaleza, digamos, está entendiendo otra cosa. Su naturaleza y no él, me refiero, es quien se resiste. Y él, me parece, ni siquiera es consciente de su naturaleza. Pueden parecer apreciaciones rápidas e irresponsables, pero lo cierto es que he pensado en esto largamente. Además, no lo digo buscando ofender o desestimar en forma alguna sus capacidades. Ocurre solo que no logramos entendernos. A veces, pienso que él también, por ejemplo, me escucha silbar desde el otro lado. Y que las palabras se transformas en otra cosa una vez ingresan a espacio del otro. Son ideas absurdas, por supuesto, pero me gustaría creer que son ciertas. Que son las palabras las que no hacen caso y se transforman en otra cosa. O que revelan, más bien, una naturaleza distinta. Ajena a la naturaleza de quienes las engendramos, me refiero. Palabras y acciones que se desprenden y alejan en direcciones propias. Orgullosas, hasta cierto punto. Libres.

sábado, 11 de junio de 2022

La rabia en vez del hambre, en un cuento de Roland Topor.


I.
Un cuento breve de un hombre que no siente el hambre. Creo que es de Roland Topor. El hombre, como casi muere por inanición, decide comer todo el tiempo, para no morir por distraído. Crece y engorda, por supuesto, pero no recuerdo si ese era o no el punto. Sí recuerdo que cuando los mendigos le decían que tenían hambre, él los trataba de afortunados y se alejaba con rabia. Y esa rabia, por cierto, era el único aliciente que lo llevaba a alimentarse con fruición. La rabia entonces, en vez del hambre, en un cuento de Roland Topor. Ese debiese ser el título.

II.
Del contenido poco sé. O no sé, derechamente. De este contenido, me refiero. Supongo que simplemente digiero, igual que su personaje, que comía sin hambre. Luego abro mi estómago y les muestro mis entrañas. Esta es la digestión, les digo, mientras escribo justamente esas palabras: Esta es la digestión. Si la rabia puede reemplazar al hambre poco sé. O poco digo. O tal vez ese sea mi secreto. Digestión en vez de contenido.

III.
Por último, recuerdo que en otro cuento de Topor, un hombre (otro hombre) para no morir de inanición llegaba a comer sus propias piernas. En lo alto de la montaña, en medio del frío, las comía. Y claro, como tenía las piernas congeladas, nada sabía del dolor, o nada se decía sobre él, al menos. No sé esto sirve como final ni menos como conclusión, pero es lo que les traigo. Ustedes coman, con confianza. Esto es lo que les sirvo.

viernes, 10 de junio de 2022

Olvidaba cosas.


Olvidaba cosas, pero no creía. Me refiero a que no creía que olvidaba, sino que culpaba al resto o pensaba que bromeaban. Ocurrió siempre así hasta que un día olvidó su nombre. Estaba sola aquella vez, frente a una hoja de papel en blanco. Tampoco recuerda por qué, pero ese día intentó escribir su nombre y se dio cuenta que lo había olvidado. Pensó que era un sueño, pero no lo era. Buscó algún documento, pero tampoco encontró. Entonces, como si sirviese de algo decidió mirarse al espejo. Miró su rostro, buscó detalles que la ayudasen a recordar cómo se llamaba. Incluso, para no olvidar lo que buscaba escribió en la hoja en blanco. Estoy buscando mi nombre, fue lo que escribió. Luego miró sus ropas y las cosas de la casa. Tal vez sus pertenencias arrojasen alguna pista. No encontró nada, sin embargo, que le permitiese recordarlo. Estaba angustiada… ¿Qué pasaría si alguien le preguntaba quién era? ¿Cómo decir quién era si no tenía siquiera un nombre? Siguió así un buen rato. Olvidando por momentos qué es lo que buscaba, pero recordándolo luego, gracias al papel que había escrito. Y claro, fue en uno de esos intervalos en que recordó su nombre, repentinamente. Y lo escribió en la hoja, por si volvía a olvidarlo. Luego lo leyó varias veces como si quisiese asegurarse de no olvidarlo. Poco después, pensó que su nombre bien podía haber sido cualquier otro y que no decía mucho. ¿Encontré mi nombre, pero qué fue lo que encontré?, pensaba ahora, mientras calentaba agua para preparase un té. ¿O era un café, aquello que quería?

jueves, 9 de junio de 2022

Un hombre y un caballo y otro hombre.


Un hombre intenta mover un caballo. Está montado sobre él. Lo toma de las riendas, pero el caballo no se mueve. Otro hombre lo observa.

-Yo no quiero, pero mire. Me obliga.

-¿Lo obliga a qué?

-Pues a eso… ya sabe… no me haga decirlo.

-¿A golpearlo?

-No es eso exactamente, pero sí. No sé qué más hacer.

-¿Ya probó con una moto?

-No. No tengo.

-Lo lamento.

-Además, estoy sobre un caballo y no sobre una moto.

-Es cierto. Bajo usted hay un caballo.

-Así es. Un caballo terco.

-¿Ese es el nombre del caballo?

-No.

-¿El color, entonces?

-No. Tampoco.

-Entiendo.

-Ayer me pasó lo mismo. Estuve seis horas sobre el animal y solo avanzó unos pasos, cuando quiso.

-¿Cuando quiso qué?

-Pues no sé… me refiero a que el caballo avanzó cuando quiso.

-¿Con usted arriba?

-Sí, conmigo arriba, pero solo fueron unos pasos.

-¿Y está seguro que fue cuando él quiso?

-¿A qué se refiere?

-A que tal vez avanzó cuando no quiso…

-Y entonces, ¿cuando quiso no avanzó?

-Eso no podemos saberlo. Lo importante son los pasos.

-Así es. Eso pensé yo, para darme ánimos.

-¿Y hoy?

-Pues hoy nada. Y no quiero tener que… bueno… pues ya sabe…

-¿Golpearlo?

-Así es. No quiero.

-Piénselo así: sin latigazos, Jesús no llevaba la cruz a ningún sitio.

-¿Eso cree usted?

-Eso creo.

-Puede ser… pero no sé… creo que le daré una chance más de avanzar sin golpes.

-¿Una chance más?

-Sí. Una hora más, digamos. Luego ya veremos.

-¿Veremos?

-Sí. Ya veremos luego.

-¿Y qué va a hacer mientras?

-Pues no sé… decidir a dónde quiero que me lleve, tal vez.

-Sabia decisión.

-Gracias. Si quiere puede usted acompañarme.

-¿Se refiere a que me quede aquí y espere con usted?

-Así es. Espere usted. Pero en silencio.

miércoles, 8 de junio de 2022

No se ve el faro.


-No se ve el faro.

-¿Qué?

-Que no se ve el faro. Ya está oscuro y no se ve. Mira…

-¿Y qué quieres que mire si no se ve el faro?

-Pues mira en la dirección del faro… ¿no recuerdas dónde estaba?

-Claro que recuerdo, pero no se ve.

-Exacto.

-¿Exacto qué?

-Que es exactamente lo que te decía. No se ve el faro.

-Es cierto, pero igual debe estar…

-¿Cómo…?

-El faro. Aunque no se vea debe estar.

-Claro, nunca he dicho que no esté, solo que no se ve.

-Entonces dilo bien. Lo que no se ve es la luz del faro, no el faro.

-¿Acaso puedes ver el faro?

-¿Ahora?

-Sí, ahora.

-Pues no, no puedo, pero…

-Entonces tengo razón. Ya ves que no se ve el faro.

-Enredas todo…

-No enredo nada, a ti te gusta discutir, nada más.

-No es cierto, me gusta ser preciso.

-Nadie es preciso.

-El faro era preciso.

-Pues ya ves… ahora se apagó y ya no hay precisión.

-…

-¿Quieres que investiguemos?

-¿Lo de la luz del faro?

-Sí. Podríamos ir e investigar…

-Pero sin la luz del faro es peligroso… No se ve nada y las rocas…

-Obvio… si se viera bien habría luz, y no tendríamos qué investigar.

-…

-¿Vamos?

-No sé… no descubriremos nada.

-Da igual. Ese no es el punto.

-¿Y cuál es?

-Vamos… si me acompañas, te digo.

martes, 7 de junio de 2022

Mi mono interior.


Es verdad, aunque no crean.

Tengo un mono interior saltando de costilla en costilla como si fueran ramas.

Tienen derecho a no creer, es cierto.

Pero yo doy fe que existe, ese mono interior.

A veces, juega con mis órganos, a falta de otro mono.

Otras veces, permanece en el ventrículo derecho, como en un jacuzzi.

No siempre lo percibo, pues ando, como todos, preocupado de otras cosas.

Mi mono interior, en cambio, no parece enterarse de preocupación alguna.

El otro día, por ejemplo, perdí por un momento el equilibrio porque estaba jugando en uno de mis oídos.

No es malo, por supuesto, pero lo cierto es que siempre provoca pequeños percances.

Y cuando yo me justifico, creen que bromeo.

Otro ejemplo:

La enfermera que me vacunó el otro día no creía cuando el mono empujaba la aguja, desde dentro de mi brazo.

Decía que era yo, en cambio, quien estaba apretando el músculo.

Tendremos que extirpar ese mono interior, dijo entonces la enfermera.

Lo dijo riendo, por supuesto, pero debe haberlo asustado,
pues mi mono interior dejó pasar la aguja y se fue a otras partes de mi cuerpo.

¿No envejece el mono interior?

¿No desespera tan solo dentro mío si nadie a quién arrancarle los piojos?

Esas son preguntas que haría alguien que cree, en aquello que les digo.

Pero aún no hay nadie.

Y es que todos piensan que bromeo, aunque yo dé fe.

Y mi fe debiese bastarles.

Sería lindo, al menos, que así fuera.

lunes, 6 de junio de 2022

Nieve, bajo el agua.


De pequeña, ella pensaba que la nieve que caía sobre el agua se hundía lentamente, hasta que el fondo se cubría por completo y nevaba también, para los peces.

Así me lo dijo y se lo comentó también a todos.

Con esas mismas palabras, me refiero.

Tranquila, segura y aparentemente orgullosa de aquello que ella misma adjudicaba a su sensibilidad e ingenuidad.

He luchado por no perder eso, decía.

Luego presentaba sus relatos y dibujos.

Y claro, nosotros observábamos.

¿Qué observábamos?

Fácil:

Todo aquel mundo submarino cuya belleza no sobrevivía en la superficie.

Tal vez por eso nos gustaba.

Y tal vez por, incluso, llegué a escribir un par de historias propias, en un mundo semejante.

Fue entonces que nos conocimos.

Y hablamos entonces, de ese mundo inexistente donde la nieve podía existir al fondo del agua.

Ambos nos mentimos, por supuesto.

Pero sabíamos que mentíamos.

Y fingimos creer que nuestras palabras se aposaban en algún sitio.

Igual que ocurría con la nieve, bajo el agua.

No ocurrió esto, sin embargo.

Bajo la piel, no se aposan las palabras.

Y todo es piel. O casi todo.

Así, ocurre que sabemos lo que somos, pero jugamos a olvidarlo.

No hay nieve, bajo el agua.

domingo, 5 de junio de 2022

Ella volvió de entre los muertos.


Ella volvió de entre los muertos.

Había ido esa mañana al cementerio, para el entierro de su padre.

Y volvió de entre los muertos.

Manejando, volvió.

Fue y regresó, manejando.

Nada de barcas y otros trucos.

Nada de reglas especiales, a excepción de las leyes del tránsito.

Iba con sus hijos, en el auto.

Un hijo y una hija, para ser más exactos.

Lo que pensaba no lo dijo, pero por supuesto lo pensó.

Ella volvió de entre los muertos.

Ya en casa deberá cocinar.

Algo rápido, probablemente, para no complicarse.

Su hijo dice que quiere hamburguesas, pero ella no sabe si quedan congeladas.

Carne molida sí, para hacer algunas, pero no quiere tener carne molida entre sus manos.

Su hija se suma a la idea.

Incorpora al pedido papas fritas.

Comida rápida, le dicen.

Entonces ella (la que volvió de entre los muertos) piensa que tal vez puedan pasar a algún sitio.

Aunque no sabe, en realidad, si eso se consideraría correcto.

No sabe si hay reglas para eso.

Comprar para llevar, tal vez, pero abrir sobres de kétchup y mostaza no le parece apropiado.

No sabe bien por qué, pero eso es lo que piensa.

Mientras un semáforo da rojo, ella piensa.

Entonces, un auto choca el suyo por detrás.

Nada grave, al parecer, los chicos no parecen asustados.

Apenas una sacudida, porque no partió a tiempo y el auto de atrás aceleró.

Mira por el retrovisor y piensa qué es aquello que debe hacer.

En la radio dicen que lloverá, uno de estos días.

sábado, 4 de junio de 2022

M. trabaja en el SERNAC.


M. trabaja en el SERNAC.

Ya no le gusta hablar de su trabajo.

Antes sí, porque era ella misma
quien recibía y tomaba notas,
sobre algunos casos.

Dentro de todo, cuando hablamos,
admite que eso le gustaba.

Hace unos años, en cambio,
su puesto la aísla de los verdaderos reclamos.

Una vez llegó uno, por ejemplo,
me dice,
que hasta el día de hoy le parece extraño.

Reclamaban porque un libro de juegos,
de esos en que buscan a Wally,
no venía, justamente, con Wally.

Páginas y páginas de imágenes
en que se aglomeraban personajes,
menos aquel que debía encontrarse.

Pensaron que era broma, aquella vez,
me cuenta,
pero al final resultó ser cierto.

M. y otros funcionarios pasaron horas confirmando
que ahí, extrañamente,
no estaba Wally.

La demanda se acogió, luego de aquello,
aunque finalmente fue perdida.

Según entiendo,
nunca el libro de juegos había prometido
de forma explícita,
que Wally había de ser encontrado.

Como rareza, sin embargo,
M. le ofreció comprar el libro al demandante.

Dice incluso que aún lo mira,
de vez en cuando, algunas tardes.

¿Te imaginas si lo encuentro?, me pregunta,
mientras hablamos.

Yo la observo y no sé qué responderle.

Finalmente, cambiamos de tema
y después nos separamos.

No hemos vueto a vernos, desde entonces.

Ambos seguimos trabajando.

viernes, 3 de junio de 2022

¡Benditas sean, las ratas!


Podías morder, si querías, la mano gigante que te llevaba de un lado a otro. Esa contra la que te oí hablar en tantas ocasiones. Igual que lo hace una rata aprisionada por la mano de un hombre. Así podías morder aquella mano. Dirás que era inútil, tal vez, y que por eso no mordiste. Buscarás excusas que asoman nerviosas desde tu mal asumida miseria. Pero lo único cierto es que no mordiste aquella mano. Que preferiste separar las mandíbulas apenas para blasfemar y lanzar quejas y excusarte. Eso es lo que hiciste. En cambio, si lo piensas, debes reconocer que la rata realmente aprisionada no se pregunta aquellas cosas. La rata muerde, sin más. Se desespera. Y no deja de morder ni ante la fuerza ni ante la caricia. Muerde una y otra vez hasta que llega la muerte, o es lanzada contra el piso o simplemente encuentra una abertura y se arroja sin dudarlo. ¡Benditas sean, las ratas! Tú, en cambio, no mereces alabanzas. Ni siquiera merece mi oído, que lo vuelva indigno, para alojar tus quejas. Todo en ti supura mediocridad. En vez de mandíbulas bastaba con una cloaca por donde arrojaras la voz. ¡Benditas sean, las ratas!

jueves, 2 de junio de 2022

Todos duermen.


Primera vez que despierto y veo que todos duermen.

Los observo primero, en calma, hasta que poco a poco se instala el miedo.

Nadie me ve. Nadie me observa. Nadie sabe que estoy despierto.

Y es que todos duermen mientras los observo.

Incluso, por un momento, tengo la impresión de que podría verme, durmiendo.

Cierro los ojos. Los abro. Vuelvo a cerrarlos.

Al otro lado de mis párpados, los que duermen parecen muertos.

No se mueven, mayormente. O no los escucho moverse, al menos.

Vuelvo entonces a abrir los ojos. Poco o nada ha cambiado.

Sus cuerpos se mueven levemente. Tal vez, uno sueña que lo observo.

Pienso entonces que debe existir algo así como un interruptor, en algún sitio.

Un interruptor que apague el mundo, para que nosotros despertemos.

No lo busco, en todo caso, pero estoy seguro que podría encontrarlo.

Mientras los otros duermen, podría encontrarlo. Estoy seguro.

Por el momento, sin embargo, me envuelve un temor absurdo. Me aprisiona.

Y la peor prisión es esta: no saber para qué estás despierto.

¿Para qué despertarlos?, me digo. ¿Para qué despertarlos?

¿Podría acaso alguien responderme aquello?

¿Pueden explicarme acaso por qué se instala el miedo?

Esas cosas te pregunto.

Pero probablemente tú también, estés durmiendo.

miércoles, 1 de junio de 2022

Aun si existe y ama.


-Aun si existe y ama -me dijo-, no hay que dar todo por sentado. Y es que, si existe y ama, eso no quiere necesariamente decir que “nos” ama. No sé si me explico.

-Solo hasta cierto punto -le dije-. ¿Podría ser más concreto?

-¿Más concreto o más específico?

-Creo que más… directo. Sí. Esa es una mejor palabra.

-De acuerdo -comentó-. Lo intentaré.

-Gracias -señalé.

Él hizo una pausa, como si necesitase ordenar sus ideas, y luego habló.

-El invento de la gracia y el amor de dios como un regalo es lo que ha provocado a fin de cuentas la muerte de dios.

Como se detuvo aquí, debí preguntar.

-¿La muerte de dios?

-Sí -contestó-. Pero se queda usted con las últimas palabras que no son aquí lo más importante.

-Lo lamento -comenté.

-Además, si bien dije “la muerte”, también pude decir la no necesidad de que dios exista. Lo importante en todo caso es que hacemos desaparecer su voluntad cuando hablamos del amor como gracia.

-…

-Me refiero a que el amor de dios no solo se otorga, debes ganártelo. Y no quiero repetir con esto esa idea tan trillada de ser o convertirse en un recipiente digno. Hablo más bien de crear ese amor. De fabricar el amor de dios. De construir y envolver tu propio regalo.

-¿Crear a dios o crear el amor de dios? -pregunté, intentando comprender.

-En parte es lo mismo -explicó-. Crear a Dios negándote a ti mismo, en definitiva, para que él exista.

-¿Para que exista su amor, entonces?

-En parte, pero no comprendes -señaló-. Para comprender primero debes desdibujarte y aprendas a negarte, conteniéndolo. Luego comprenderás lo absurdo de entender el amor como un regalo. O como un regalo que se recibe. O de entender el amor, simplemente…

-Es cierto que no comprendo -acepté.

-Por supuesto que es cierto -concluyó.

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