miércoles, 30 de septiembre de 2020

Fósforos.


I.

Jugaba con fósforos.

Los encendía de a uno.

Esperaba a que se apagaran solos o en última instancia los soplaba.

Era un juego sencillo.

Inocente, incluso.

En lo personal, ni siquiera lo consideraría un juego.

No había objetivo, digamos.

No consistía en quemarlos enteros ni en demorarse menos tiempo.

Encenderlo solamente porque se podía.

Porque eran fósforos, digamos.

Porque para eso estaban hechos.

Además eran baratos.

Y en última instancia, no le hacía daño a nadie.


II.

Suena como algo menor, o como frase hecha.

Pero es más importante de lo que parece eso de no hacerle daño a nadie.

Quien cuestione o ponga reparos en el hecho de encender fósforos le recomiendo que piense en eso.

Que evalúe otras actitudes que parecen menos cuestionables.

Una persona podría encender fósforos toda su vida y no ser un mal tipo.

Incluso alguien, a lo lejos, podría observar ese fuego intermitente y considerarlo una señal.


III.

Si Dios existe, alguna vez jugó con fósforos.

Puede que un instante, pero un instante para Dios ya saben lo que significa.

Puede que haya encendido millones y algunos todavía estén por apagarse.

En lo personal, no lo consideraría un mal Dios por eso.

No lo juzgaría.

Lo observaría como un hecho, más bien.

Dios jugaba con fósforos, diría.

Los encendía de a uno…

Y así seguiría pensando, mientras el mundo sigue sostenido sobre la nada.

Moviéndose incluso, sin que percibamos sonido alguno.

martes, 29 de septiembre de 2020

Hecho.


I.

Vuelves a buscar algo que se te quedó.

Pero vuelves de más.

Si se te quedó es por algo.

De alguna forma habías decidido olvidarlo.

Dejarlo atrás.

Te traicionas, entonces, al volver.

Sin saberlo, te traicionas.

Recoges lo olvidado y te alivias incluso, sin saber por qué.

Siempre que se vuelve, se vuelve a lo mismo.


II.

Le temes al olvido, pero en el fondo es bello.

Es protector, incluso, el olvido.

Piénsalo si quieres con pequeñas cosas.

Ir a comprar sin dinero.

Cocinar el arroz olvidando la sal.

Nada es tan terrible como parece.

Caminar al almacén y volver.

O saludar incluso y contar que te olvidaste.

Así también se conecta la gente.

Y puedes salar el arroz después de cocinarlo.


III.

No te esfuerces por recordar.

Empeñarte en eso no es sano.

Serás como un niño, si lo haces, sacándote una costra.

Olvida los documentos.

Olvida las llaves.

Olvida hacia donde te diriges.

Probablemente ni siquiera debías ir ahí.

No te preocupes por esas cosas.

Incluso el día en que durmiendo te olvides de respirar.

Probablemente no será un mal día.

Algo habrá en el sueño, tal vez, que te detenga.

Y todo lo demás, ciertamente, ya habrá estado hecho.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Kamikazes.


El número de pilotos voluntarios japoneses, destinados a lo que nosotros resumimos y entendemos bajo el concepto de kamikaze, era tres veces superior al número de aviones disponibles para esas maniobras. 

Hay grabaciones al respecto y están también los documentos oficiales, a partir de los cuáles se generó una lista donde aparecen sus nombres e incluso hay cartas de solicitud de algunos de ellos, para ser escogidos antes que otros. 

Leo sobre ello en un libro publicado hace pocos años en que se aborda dicho fenómeno e incluso se entrevista a un par de estos pilotos que, ya con más de 90 años, recuerdan ese momento y parecen incluso lamentar el no haber alcanzado a ejecutar esa última misión. 

Las nuevas generaciones desconocen la pureza del sentimiento de dar la vida por algo más grande y perfecto que ellos mismos, dice uno de estos pilotos. La vida de ellos es más vacía y pobre. 

También se mencionan algunos comentarios o reacciones de hijos o nietos que descubrieron el nombre de su padre o abuelo en la lista, y que desconocían que ellos se hubiesen ofrecido para tal maniobra. 

Mientras leo, lejos de cuestionar o analizar razones o sinrazones de todo aquello, observo las páginas con imágenes de la lista oficial de los voluntarios. Están en caracteres japoneses, pero de todas formas paso por cada uno de esos nombres e intento darles un sonido. 

Uno a uno intento darles un sonido, mientras observo las listas. 

La gran mayoría sobrevivió a la guerra y volvieron con sus familias, pero ese no es el punto. 

Prefiero quedarme con los nombres, simplemente, y dejarlo hasta acá.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Todo es un eslogan


Todo es un eslogan.

Lo ignoramos o fingimos no saberlo, pero todo es un eslogan.

Los primeros balbuceos.

La forma en que llamamos a nuestros padres.

Las primeras frases de amor.

Todo es un eslogan.

Un único eslogan, me refiero.

Desde el llanto al nacer, hasta el último estertor.

Todo es un eslogan.

Uno por individuo, digamos.

Un eslogan por producto.

Y tú eres el producto, por supuesto.

Te vendes a ti mismo, pensando que eres libre.

Todo es un eslogan.

Es cierto, aunque no te guste.

Tan real como tú ahora leyendo mi propio eslogan.

Nada de esto puedes evitarlo así que no te esfuerces.

Siempre será así, aunque no quieras.

Aunque te quedes en silencio, pues ese silencio también es parte.

Todo es un eslogan.

No lo olvides.

Hasta tus gritos de dolor son parte de él.

Hasta el llanto que acongoja al hombre cuando cree perder a alguien.

Todo es un eslogan.

Un conjunto de palabras que permanecerá, aunque te hayas ido.

La publicidad tardía de un producto que ya no puede adquirirse.

Acéptalo ya...

Todo es un eslogan.

Y aunque te parezca absurdo.

Y aunque te preguntes para qué.

La mayoría de las cosas seguirán, más o menos, el rumbo previsto.

Porque así es como ocurre.

Porque todo es un eslogan que debe ser dicho.

Porque te promocionas a ti mismo, aunque no quieras.

Y es que somos algo así como el canal publicitario que ve Alguien.

No sabemos, ni sabremos, para qué.

Por lo mismo, mejor no te esfuerces.

Mejor no intentes nada.

Todo es un eslogan, dicen los que saben.

Todo es un eslogan.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Los dados.


Cuando no quería pensar en nada o me sentía un poco angustiado me gustaba tirar los dados. 

Igual como algunos aprietan una pelota, hacen círculos en una hoja o realizan alguna otra acción que, al menos ahora, no me interesa detallar. 

El punto es que yo, cuando me sentía así, me ponía a lanzar unos dados. 

Eran dos dados blancos, clásicos, que andaba siempre trayendo en un bolsillo, pues la sensación solía llegar sin aviso y aquel ejercicio era, sin duda, una forma eficaz de aplazarlo. 

Los veía rodar y observaba los puntos, sin siquiera ser consciente de lo que ellos marcaban. 

Solo los veía rodar y detenerse, antes volver a tomarlos, para lanzar otra vez. 

Fueron varios años que tuve esa manía. 

Varios años en que todo funcionó hasta que comencé a darme cuenta que los dados seguían un patrón específico. 

No en los números que salían, sino en la forma de rodar, me refiero. 

Suena absurdo, pero es cierto. 

Con el tiempo, de hecho, descubrí investigaciones que habían demostrado aquel comportamiento en los dados, lanzándolos a través de elementos mecánicos que empleaban siempre la misma fuerza, y observando luego sus patrones de comportamiento. 

Era una de esas investigaciones que ganan concursos científicos alternativos, en los que se premian descubrimientos o propuestas que están ligadas, por lo general a alguna situación absurda o inútil. 

Después de averiguar sobre aquello, por cierto, la estrategia de los dados perdió efectividad. 

Y es que mis sensaciones se volvieron tanto o más angustiantes cuando observaba rodar aquellos dados. 

Por lo mismo, dejé de lanzarlos, por supuesto, e intenté buscar otra técnica. 

Han pasado quince años, desde aquello. 

Y todavía no la encuentro.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Un vuelco.


I. 

-Una vez me pasó -me dijo-, íbamos en auto, un poco borrachos, cuando se nos pinchó una rueda.  Tuvimos que parar e intentar cambiarla. Nos costó una hora casi, en el estado en que estábamos, pero finalmente lo hicimos... 

-¿Todo salió bien, entonces? -pregunté. 

-No… -contestó-. Al final resultó que cambiamos una rueda buena y dejamos igualmente la pinchada. 

-¿Y qué hicieron…? ¿Pararon a cambiarla más adelante? 

-No alcanzamos -me dijo-. Habíamos tomado un desvío, mientras nos reíamos del hecho, cuando nuestro auto volcó. 

-¿Hablas en serio…? ¿Fue muy grave? 

-No tanto -me dijo-, al menos para mí… además fue hace años… unas cuantas fracturas, nada más… ¡Ah…! y un par de días sin despertar en la clínica… 


II. 

En las noticias muestran el video de un auto que volcó en la carretera. Fue captado por una cámara de vigilancia. Puede observarse que el vehículo da dos vueltas completas, a muy alta velocidad. Luego sigue andando, como si nada hubiese ocurrido. 


III. 

-¿Y tú? -me pregunta. 

-¿Yo qué? 

-¿No me estabas poniendo atención? 

-Sí, pero no entiendo qué es lo que quieres. 

-Pero es claro, ¿no?… que relaciones la historia con lo que hablábamos… o que agregues algo... ahí ves tú… 

-¿Y si le doy un vuelco? ¿Qué dices si en vez de relacionarlo lo planteo mejor como algo distinto? 

-No sé, decídelo tú, pero si lo haces preocúpate que no se note bien eso que hablamos… que parezca simple, pero no lo digas directamente… que el que quiera entender, solamente entienda…

jueves, 24 de septiembre de 2020

¿Razones?


I.

Me dio sus razones, pero no las escuché. O las escuché, pero no las entendí. O tal vez las entendí, pero no me parecieron razones. Podría esforzarme y determinar cuál de esas alternativas se acerca más a lo que ocurrió, pero lo cierto es que el resultado, a fin de cuentas, sería el mismo. Espero no me pidan hacer eso. Pueden tomar esa aclaración, por cierto, como les dé la gana. Ese no es mi problema. 


II.

¿Cuáles son mis problemas? Pues no sé. Muchos, supongo. Muchos y no vienen al caso. Podría hacer una lista, pero gastaría parte del poco tiempo que tengo para solucionarlos. Me refiero a que lo sé, en el fondo. Sé cuáles son. Lo que desconozco es para qué quieres que te los diga. Y aunque quisieras decirme el para qué tampoco lo escucharía. O te escucharía, pero preferiría no entender. O tal vez entendería, ciertamente, pero escogería no considerarlas razones. 


III.

Es cierto. Puedes tomarlo como una estrategia de defensa. Pero en realidad puedes tomarlo como cualquier cosa. Yo solo sé que estoy cansado. Lo resumo en eso, aunque sea mucho más. En el fondo y en la superficie estoy cansado… y en el medio están las emociones que intento proteger. Si eso no basta puedes seguir hablando. Gastando saliva en expresar razones sobre algo que no se puede razonar. Que no se debe razonar, incluso. Tú sabes, en el fondo, de qué hablo.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Soñar con una lechuza.


Fue derivada al siquiatra por soñar con una lechuza. 

El asunto no es tan simple, por supuesto, pero lo resumo así. 

Ella me lo contó varias veces, años después, pues seguía recordando todo de forma clara. 

Más allá de las sensaciones asociadas (que fue lo que ocasionó la derivación y el tratamiento), a mí me interesaban, ciertas particularidades del sueño. 

Por ejemplo, ella decía que la lechuza volteaba su cabeza para mirar en otra dirección, pero que no dejaba, sin embargo, de mirarla fijamente todo el tiempo. 

A partir de esa observación (o de ese hecho incuestionable, para ella), llegué a comprender que, durante su sueño, ella estaba, de cierta forma, omnipresente. 

Es decir, no tenía una ubicación específica, sino que ella era más bien el todo donde se situaban las cosas que poblaban su sueño, por lo que podía tener acceso al “rostro de todo”, en cada momento. 

Lo anterior, por cierto, no lo comprendí de forma fácil. De hecho, ella misma fue haciéndose consciente de esta particularidad a medida que contaba sus experiencias. 

Y es que, comprendimos, nunca había sentido la presencia de algo que estuviese fuera de su vista. 

No tengo espalda, en el sueño, me intentó explicar. 

Y las cosas, tampoco son capaces de ocultarse… no pueden voltearse, digamos, de ninguna forma… 

Con el tiempo y el tratamiento, sin embargo, esos sueños (y las complejas sensaciones que le generaban dichos sueños) lograron disminuir. 

Hoy confiesa que apenas sueña, y si lo hace, lo cierto es que no recuerda nada asociado a esa experiencia. 

Al menos ahora las sensaciones son mejores y puedo enfocarme en otras cosas, me dice, cuando acabamos de conversar. 

Yo no le pregunto nada más, por cierto, pues esas cosas en la que ahora dice enfocarse, no me interesan en lo más mínimo.

martes, 22 de septiembre de 2020

Formas de mirar una corbata.


Un día me asusté mirando una corbata.

Primero me reí, por cierto, al verla colgando, en un ropero.

Me reí de mí y de la corbata, aclaro, en ese instante.

De lo absurdo de la prenda.

De la poca utilidad.

De ese algo al borde del disfraz y del ridículo, que tiene en el fondo la corbata.

Luego seguí mirando, sin embargo, y la sensación cambió.

El mismo absurdo, aclaro, pero ahora ese absurdo incomodaba.

Sobre todo, porque yo era parte de ese absurdo.

La corbata era mía, digamos, en principio.

Pero además, si uno busca, encuentra siempre otros agravantes.

Pensado esto, pasé a ser yo quien me sentía, prácticamente una corbata.

Colgado del mundo, por mi parte, igual que la corbata, en el ropero.

Y claro, la sensación de absurdo comenzó entonces a pasar de una cosa en otra.

Y fue así que el miedo se instaló, sin que lo viese venir, de un momento a otro.

Esa corbata basta para desarmar el mundo, me dije.

E imaginé que, si tiraba de ella, como de una hilacha, el mundo entero podía deshilvanarse.

Luego, pensé que la forma más fácil de alejarme de esa sensación era cerrar el ropero.

Sin embargo, no lo hice.

Seguí mirando la corbata hasta ver quien se rendía primero.

Como si mirara un precipicio miraba la corbata.

Como si mirase, ciertamente, un vacío sin fondo.

Con afecto, incluso... buscando comprender.

Hasta que el miedo se alejó, la observé.

Y el alivio trajo entonces algo similar a una sonrisa.

Y lloré un poquito, agradecido.

Y después seguí adelante.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Ella tuvo un perro que sabía que era un perro.

 

Ella contaba que una vez tuvo un perro que sabía que era perro, creo que era un dálmata. O sea, no sé si el animal sabía que era un dálmata, pero ella aseguraba al menos que sabía que era un perro. Nunca entendí sus explicaciones respecto a cómo ella podía saber que el perro sabía que era perro, pero sí recuerdo que, para ella, su impresión era un hecho irrefutable. Tanto así que llevó al perro a una especie de psicólogo animal que, según ella, confirmó su apreciación. Además de confirmarla, a través de varias sesiones, determinaron que era malo para el perro saber que era perro. Esto, ya que, si bien el perro sabía que era perro, no llegaba a comprender qué significaba, justamente, ser perro. Y ese conocimiento incompleto es la fuente de su desgracia, señalaba ella, cuando yo le pedía explicar lo que ocurría. Sé que luego de eso el animal siguió un tratamiento, pero sinceramente no recuerdo que ella me haya contado en qué consistió. Por esto, si alguien leyó hasta acá esperando un desenlace, me disculpo por no tener algo concreto que ofrecerles. Además, aprovecho de aclarar que narré confuso adrede, pues ella también era confusa. Y porque la vida es confusa, también, cuando quiere.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Una vainilla.


-¿Sabes…?

-¿Qué?

- No me apures… es que estaba pensando.

-¿Y en qué pensabas?

-No sé bien… cosas raras…

-¿Cómo qué?

-Pensaba en qué haría si fuese una vainilla.

-¿Una vainilla?

-Sí, pero me costaba pensar porque creo que no sé en realidad cómo es una vainilla…

-…

-¿Tú sabes?

-¿Me preguntas si sé cómo es una vainilla?

-Sí, eso…

-Pues no… no sé… como una frutilla, supongo, pero amarilla…

-Sí… puede ser… de todas formas no importa… el punto es que pensaba en eso…

-¿En cómo es una vainilla?

-No, ya te lo dije… pensaba en qué haría si fuese una vainilla…

-¿Si tú fueras una vainilla?

-Sí.

-¿Pero acaso se puede hacer algo siendo una vainilla?

-¿A qué te refieres?

-Piénsalo un poco… ¿qué opciones crees que tiene una vainilla salvo colgar del árbol de vainillas?

-…

-Eso si es que existe un árbol de vainillas.

-Pues no sé cómo decirlo… no es que pensara en ser una vainilla, solamente…

-¿No solo una vainilla?

-No.

-¿Y entonces?

-Pues entonces… no sé… supongo que me pensaba como un yo en la vainilla…

-¿Un tú en la vainilla?

-Sí, más o menos eso… ya ves que era absurdo…

-¿Y qué pensabas hacer, entonces, como vainilla?

-¿De verdad quieres saberlo?

-Claro, por eso pregunto.

-Pues si fuese una vainilla lo primero que haría sería comprar una esencia de vainilla…

-¿Una esencia de vainilla?

-Sí, de esas que vienen en botellitas y que se les pone a algunos postres…

-¿Y para qué querrías la esencia?

-Pues no sé… para echármela encima, supongo… para asegurarme de tener la esencia que me corresponde, nada más…

-¿Nada más?

-No, nada más. Siempre es simple, en el fondo, lo que yo quiero.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Siempre habrá cucarachas.

 

I.

Siempre habrá cucarachas.

Sobre el resto, nada sé.

Y es que todo pasará, salvo las cucarachas.

Cuando cese la luz, estarán su reino.

 

II.

Nada sé, decía, sobre el resto.

Manejo datos, apenas, de cosas que desaparecerán.

Cifras, adjetivos y hasta nombres de emociones.

Todo lo demás, se perdió antes, incluso, de ser encontrado.

 

III.

Salvo las cucarachas, sostengo, todo pasará.

Ni el llanto ni la vida ni la risa son eternos.

Dios, si es que estuvo, fue apenas un músculo.

Un tejido extraño, como el corazón de los hombres.

 

IV.

Estarán en su reino, cuando cese la luz.

Y caminarán entonces, a sus anchas, por el reino.

Volverán a la superficie, justamente porque nadie las llamó.

Y el silencio será la señal, para que se esparzan por el mundo.

 

V.

Habrá siempre, sin duda, cucarachas.

Podría apostarlo, pero no habrá nadie, después, para pagar.

El movimiento cesará mientras un último lobo aullará en la noche.

Y las cucarachas comerán los restos, de las cosas que creímos nuestras.


VI 

Así y todo, si me preguntan, elijo no ser cucaracha.

Y es que no me siento preparado, para sobrevivir un poco más.

Podría darle más vueltas, pero la conclusión será la misma.

El tiempo dado a cada uno debiese alcanzar perfectamente.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Una relación frugal.


Dormimos en el auto nueve días, para ahorrar.

Luego, cuando ya habíamos ahorrado, vendimos el auto.

El dinero nos alcanzó para arrendar una cabaña, por un año, menos el verano.

Es decir, por nueve meses.

También ahorramos, esos nueve meses, comiendo y durmiendo exclusivamente en la cabaña.

Apenas llegamos, recuerdo, un viejo nos enseñó a hacer sidra, con las manzanas del lugar.

Hicimos -y tomamos-, exactamente sesenta y ocho litros.

Sé el detalle de todo esto pues ella me pidió que llevara las cuentas.

Yo lo hice en un cuaderno pequeño, que tenía pocas hojas y tapas de cartón.

Anoté, por ejemplo, que durante esos nueve meses, ella pintó exactamente doce cuadros.

Yo, en tanto, escribí cuatro obras de teatro que ahora ya ni recuerdo donde están.

Pasados los nueve meses, ella vendió sus cuadros y yo una chaqueta y unos libros, para regresar a Santiago.

Cuando llegamos, nos costó acostumbrarnos al calor. 

Estuvimos molestos esos tres meses, en Santiago, mientras seguimos juntos.

Ella pintó un par de cuadros, pero lo cierto es que ninguno de nuestros proyectos resultó.

Hablamos de eso varias noches hasta que decidimos separarnos.

Dividimos los libros y revisamos juntos el cuaderno de cuentas, comprobando que nadie debiese nada al otro.

Y es que hasta el sufrimiento nos ahorramos, podríamos decir.

No hubo despilfarro, entre nosotros.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Pájaros.

“Unas veces te mueres, otras no"
Ch. B.

Igual que moscas vi a los pájaros acercándose a la carne. Pájaros comunes, de ciudad, que se acercaban a picotear los restos. De hecho, vi a las aves primero, amontonadas, sin entender qué hacían. Solo después, tras acercarme un poco, descubrí la carne. O los restos de carne, más bien, que estaban en el lugar. Algunos pájaros se iban, pero regresaban luego de un momento. Tal vez iban a dejar restos a algún lado o simplemente se iban y volvían otros. No podría asegurarlo. Solo señalo mis impresiones, no determino una verdad… nunca entenderán de qué les hablo si no comprenden eso. Reconocí la carne por el hedor, primero, y porque había restos todavía aferrados a los huesos. De todas formas las aves no me dejaban ver bien de qué se trataba, y todo fueron impresiones incompletas hasta el día siguiente, cuando regresé al lugar. Apenas se veía uno que otro pájaro acercándose y en el suelo algunas filas de hormigas que, al parecer, recién comenzaban a establecer rutas para llegar al sitio donde ahora solo había unos cuantos huesos, y unos pocos restos mezclados con la tierra del lugar. Por otro lado, el olor ya no era tan desagradable ni intenso, y todo volvía, de cierta forma, a verse más o menos limpio. También había grupos de pájaros cerca, pero comportándose de forma habitual. Posados en árboles, realizando vuelos cortos… aparentemente distraídos. Como si nada, realmente, hubiese llegado a pasar.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Brillante y vacío.


Debía escribir un breve texto para la inauguración de una exposición, así que me enviaron a conversar con uno de los artistas.

Se trataba, aparentemente, del artista principal, o al menos el que tenía más obras expuestas -todo un sector, de hecho-, con una obra que brillaba desde lejos pues todo parecía hecho con algún metal plateado, como latón y aluminio.

Apenas nos reunimos me preguntó en qué idioma prefería que respondiera mis preguntas.

-¿Podría ser en armenio? -le pregunté.

El artista se excusó.

-¿En georgiano? -consulté.

Él volvió a excusarse.

-Entonces en español -le dije, fingiendo decepción.

Comenzamos entonces algunas preguntas de rigor, informativas mayormente, que parecieron decepcionar al artista.

Finalmente, luego de perder tiempo de esa forma, le dije que podía hablarme de su obra, si lo sentía necesario.

Mientras lo escuchaba, debo aclarar, recorríamos el lugar donde estaban sus creaciones.

-El universo -dijo en un momento, indicando n rozo de meal-, brillante como una cacerola…

-Como una cacerola -repetí yo.

-Como una olla que hierve para nadie -siguió.

-Para nadie… -repetí yo, mientras intentaba seguir su ritmo.

Luego, se dedicó a explicar de qué forma las latas triangulares que estaban dispersas en el piso representaban a la humanidad, mientras que una gran bola de acero, según me dijo, representaba el tiempo.

-Interesante -dije yo.

Por último, nos paramos frente a un tarro muy grande que estaba en lo alto, al fondo del sector destinado a sus obras, con una gran cantidad de luces dentro que se reflejaban en los costados.

-Un dios brillante y vacío… -comentó.

-Brillante y vacío -repetí, mientras me aseguraba de guardar esa frase para el título del texto.

Poco después, como ambos guardábamos silencio y ya habíamos recorrido el sector donde estaban sus obras, le pregunté si no tenía nada más que decir.

-Todo ha sido dicho -contestó, aparentemente satisfecho.

Yo asentí y me despedí del artista, quien se quedó en el lugar, fotografiando sus propias obras.

Nunca más, por cierto, volví a visitar aquel sitio.

martes, 15 de septiembre de 2020

Por doquier.


Hay frases hueonas por doquier.

No sé quién las inventa, pero yo culpo al que las repite y no me hago problemas.

El otro día, por ejemplo, en plena teleconferencias fui obligado a escuchar a un psicólogo que se hacía el interesante.

Hasta para los planetas hay cosas peores que la muerte, dijo entremedio de otras frases.

Como se produjo un silencio poco después, aproveche de activar el micrófono y confirmar si había escuchado bien.

Disculpe, dije, hace un momento me pareció que usted decía una frase… Incluso la anoté: Hasta para los planetas hay cosas peores que la muerte… ¿eso es lo que usted dijo?

, me contestó, pero no era algo central… solo un comentario a partir de una frase hecha, para explicar lo que hablábamos sobre el miedo y los efectos que…

Entendí lo del miedo, interrumpí. Solo tenía dudas sobre esa frase.

Pues espero haberla aclarado -continuó. ¿Alguien más tiene una pregunta?

Yo mismo, me adelanté a decir. Respecto a la misma frase de antes… ¿Qué cosa es peor que la muerte, para un planeta?

El tipo se quedó en silencio un rato y no dijo nada.

¿Se escucha, cierto?, pregunté.

Sí, escuché, solo que no sé qué quiere que le conteste, me dijo.

La pregunta, le aclaré. Quiero que me conteste la pregunta, si fuese tan amable.

Se produjo entonces un silencio incómodo y luego ya no supe pues me echaron de la sesión.

Por un momento lo sentí como un alivio, pero luego me inquieté un poco, netamente por cuestiones laborales.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Un viejo y un pájaro.


Conocí a un viejo que trabajó cuarenta años en las minas de carbón, en el sur.

Lo conocí porque íbamos a filmar un cortometraje y había ciertas dudas que debíamos aclarar, para completar el guion.

Era una historia muy mala, por cierto, pero que ya estaba aprobada como parte esencial del proyecto y no podía cambiarse demasiado.

El viejo vivía junto a un sobrino, en una casa pequeña, en Lota.

Mientras tomábamos mate me mostró fotos antiguas y me explicó algunas cosas. En una de las fotos aparecía él junto a una jaula en la que había un pájaro.

-Nunca tuvo nombre ese pájaro -me dijo-. Era uno de los que bajábamos a la mina, para detectar si había grisú… Usted sabe, si el pájaro moría debíamos salir todos…

-Claro -dije yo.

-El punto es que este pájaro nos hizo salir varias veces y al final no se murió nunca… -continuó-. Parece que se desmayaba simplemente y nos hacía correr a todos, pero luego se despertaba como si nada…

Yo miraba con atención la foto en que aparecía el ave. Parecía un canario.

-La primera vez lo tomamos por un error, pero ya con la segunda descartamos que sirviera. Yo pedí que me lo dejaran y probé con bajarlo nuevamente por mi cuenta y ocurrió lo mismo… el pájaro ‘parecía morirse allá abajo, pero de pronto despertaba, como si simplemente hubiese dormido una siesta.

-¿Qué le pasó al pájaro, finalmente? -le pregunté.

-Murió -me dijo- como morimos todos. Pero años después eso sí, cuando lo tenía en mi casa.

-Ya -dije yo.

Mientras tomábamos un vino, un par de horas después, el hombre volvió al tema y se permitió incluso reflexionar al respecto.

-La muerte del pájaro debía avisar algo -me dijo-. Esa era su gracia... Yo lo pensé mucho, pero no supe entender de dónde tenía que arrancarme, cuando el pájaro murió…

Yo asentí.

-Además -concluyó-, yo creo que de cierta forma la muerte de uno también le debiese avisar a alguien que está pasando algo…

-Puede ser -dije yo, por decir algo.

-Todo puede ser -completó él, bruscamente, llevándome hasta la puerta.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Un hombre robot en Ámsterdam.


Un hombre robot en Ámsterdam
vende semillas de flores.

Lo encuentras en el aeropuerto
o en otros sitios
donde suelen pasar los turistas.

Tiene gran variedad de semillas,
por supuesto,
y te entrega información de cada una de ellas,
si así lo solicitas.

Las semillas vienen en sobres de colores,
con un código impreso que puedes escanear,
para saber los cuidados que debes tener
y cómo crecerá cada una de ellas.

El hombre robot de Ámsterdam
tiene una voz amable
y su apariencia es muy cuidada
por lo que siempre ves a algún turista
sacándose una foto con él.

Por otro lado,
al aceptar distintas monedas
y sistemas de pago
las ventas de este hombre robot
son muy masivas
y se calcula que sus sobres con semillas
son hoy en día
uno de los souvenirs
más vendidos en Ámsterdam.

Girasoles, amapolas y tulipanes
están entre las flores más vendidas,
aunque en realidad muchos de quienes compran
no se fijan mucho
en el tipo de semillas que seleccionan.

De hecho, según estudios,
se estima que solo el 3% de los turistas
que compran semillas al hombre robot
terminan plantándolas.

Y de ese 3%, por cierto,
no se tienen datos ciertos,
sobre cuántas flores podrían haber germinado
finalmente.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Muchos hablan del punto de partida.


.Muchos hablan del punto de partida, pero el punto de partida no existe. O si existe, se pierde en la primera letra, o en el primer paso. Nadie sabe, de hecho, que está en su punto de partida hasta que el recorrido lo hace pensar sobre el inicio y se escoge entonces un momento: “Todo comenzó cuando…”. Pero lo cierto es que ese es también un artificio, un invento necesario para trazar, desde ahí, una trayectoria. No es cuestión de esforzarse en recordar… después de todo, siempre hay otro punto de partida más allá del punto de partida que hemos escogido, hasta que más allá todo se desdibuja y hay algo así como un origen disperso, una fuente única de la que nace todo, pero cuyos detalles no sabemos distinguir.

El punto final, por el contrario, es más concreto. No acostumbramos hablar sobre él, pero justamente esa ausencia de discurso es prueba de que existe. Mi lógica es sencilla: no hablamos porque le tememos y porque le tememos existe. Así de simple. Ocurre simplemente que lo postergamos. Alargamos la trayectoria. Inventamos nuevas metas o fijamos estaciones para no enfrentarnos con él. Y es que ante el punto final no tenemos posibilidad de triunfo. Una vez que llega no hay vuelta atrás. Encontrarse con él es como pisar una mina subterránea. Apenas levantes el pie esa mina va a explotar, no hay otro camino. Si lo encuentras estás quieto. Debes estar quieto. Ojalá satisfecho de todo lo anterior, aunque dudo que eso sea tan fácil. Podríamos buscar palabras más felices. Por ejemplo, decir que el hombre muere únicamente cuando no sabe unir el final con el principio, pero no me siento en condiciones de arrojar aquello como una verdad. Lo que sabe uno es poquito, después de todo. Y ni siquiera sabemos si nuestra comprensión puede transformarse en comprensión para los otros. Aunque claro… siempre queda la esperanza

viernes, 11 de septiembre de 2020

La otra siuación.

“La unidad aristotélica de la narración,
según Wingarden,
fue el segundo error principal
que podemos encontrar en sus escritos”
I. L.


Hace años viví un tiempo con una chica que escuchaba ruidos extraños mientras dormía.

Se despertaba de golpe diciendo haber escuchado algo y entonces yo debía ir a ver.

Nunca había nada, por supuesto, pero yo debía ir igualmente o todo podía volverse una discusión y empeorar el asunto.

Hay alguien en la cocina, decía.

Escuché que alguien abría la puerta, comentaba.

Parece que quieren abrir la ventana del living, insistía.

Lo decía con cierto miedo y hasta daba recomendaciones para que me cuidara, cuando notaba que no me lo tomaba muy en serio.

Ya al día siguiente intentaba conversar sobre el tema, pero ella parecía no darle importancia al asunto.

Anoche me hiciste a ver si robaban el auto… le explicaba. Y no sé si recuerdas, pero no tenemos auto.

Entonces habrá sido un ruido en otro lado, contestaba, lo importante es que fuiste a ver.

Por otro lado, intentaba siempre explicarle que, incluso si encontrase a alguien, no sabría bien qué hacer.

Además, pensaba, no teníamos mucho que pudieran robarnos en la casa.

El asunto siguió, sin embargo, y hasta empeoró un poco, pues recuerdo que hubo noches que me hizo levantarme hasta tres veces.

Varias de esas veces, me encontraba despierto, leyendo algo, y me iba sin decir nada hasta la cocina y aprovechaba de prepararme algo.

Intenté adaptarme, digamos, a la situación.

De hecho, nos distanciamos por otras razones, desligadas de ese tema.

Faltó un final adecuado, lo admito, para la otra situación.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Prefiero ver a Buster Keaton.


Prefiero ver a Buster Keaton.

Corriendo, en blanco y negro.

Construyendo una casa, haciendo de espantapájaros y hasta intentando suicidarse sin lograrlo.

Cada cierto tiempo vuelvo a verlo.

Dejo de lado otras cosas mientras me recuerda la importancia de no quedarse quieto.

Huyendo de prisión, arrancando de un perro y por lo general enamorado de una chica.

Y es que siempre se mueve Buster Keaton.

Incluso cuando no lo ves se está moviendo.

Subiéndose a un auto, colgando de un tranvía, arrojándose de un tren o cayendo aparatosamente desde una moto.

Donde lo viera reconocería a Buster Keaton.

Aunque lo viera en colores lo reconocería sin problemas.

Su forma de andar, de llegar a donde quiere, de caer sin que eso lo frene.

Y es que sabe caer Buster Keaton.

De hecho, caer sea probablemente lo que mejor sabe.

Desde grandes alturas, rodando por barrancas o rebotando entre un edificio y otro.

No pasa un segundo y vuelve a estar de pie, corriendo nuevamente.

Si te paras rápido no duele, parece decir Buster Keaton.

O si duele ya estás en marcha otra vez y eso es lo importante.

Y como vuelves a caer y a pararte… -y luego a caer y a pararte, otra vez-, todo es un poco indistinto.

Y hasta el dolor, el movimiento y la vida se revelan entonces como una misma cosa.

Y sonríes tú ya que él no lo hace.

Porque esto es para ti, únicamente.

Todo ese afecto es para ti.

Nunca lo olvides.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Cosechamos las papas.

“Hay un gran desorden bajo los cielos,
la oportunidad es excelente”
M. Z.

Cosechamos las papas.

Nos dividimos el trabajo y las fuimos separando por su tipo.

Yo me encargué de unas papas amarillas que tenían un nombre que he olvidado.

También las limpiamos, pesamos y guardamos en sacos.

Luego revisamos las listas y dividimos en familias, según el número de integrantes.

La mayoría fue a retirar las que les correspondían al día siguiente y un pequeño grupo se organizó para llevar a los mayores y a las familias más lejanas.

Para evitar complicaciones tratamos de distribuir también los tipos de papas.

Todo en proporciones justas, por supuesto.

Recuerdo que en casa, esa vez, intentamos distinguir la diferencia de sabor entre los tipos de papas.

Eran ocho clases distintas.

En lo personal, me gustaron más, justamente, las que yo había cosechado.

Las comimos asadas, esa vez, únicamente aliñadas con sal y tomillo molido.

Las que quedaron hechas las recalentamos en sartén, dorándolas con mantequilla, un toque de ajo, pimienta y romero.

Una vecina que nos acompañó nos compartió limones para echarles un poco, luego de servirlas.

No pensé que sirviera, pero quedaron mejor.

Intentamos repetir la experiencia otros años, pero no resultó de igual forma.

Varios comenzaron a trabajar en un supermercado que inauguraron en la ciudad.

Otros se fueron a estudiar y no regresaron.

Por último, vendimos los terrenos y dividimos el dinero.

No era mucho, pero al menos fuimos justos al momento de repartirlo.

Nos despedimos como amigos.

Nadie recuerda, hoy en día, en qué lo gastó.

martes, 8 de septiembre de 2020

En una oreja.


Estaba un tanto loco, yo creo. Decía que tenía la muerte en una oreja. Nos hacía mirar dentro y hasta hurgar un poco. Algunos creían que bromeaba, pero yo lo observaba atento y sabía que, para él, al menos, se trataba de algo serio. Era su oreja izquierda, según recuerdo. Una oreja grande, por cierto. Creo haber leído que las orejas siguen creciendo, hasta nuestra vejez y por ese entonces él ya tenía más de 80 años. Todos discutían un poco con él en ese tiempo. Por el asunto de la oreja, me refiero. Pasaba casi todo el día en cama salvo unas horas en que lo bajaban para que se sentara en una mesa donde almorzaba y hojeaba el diario. Cada cierto rato, lo observaba intentar meterse algo en la oreja, cuando creía que nadie lo veía. No coordinaba muy bien así que de vez en cuando se hacía alguna herida. Nada de gravedad salvo una ocasión en que se hizo un corte que se le infectó y tuvo que venir un médico. Le pusieron un parche, esa vez, aunque duró apenas unas horas hasta que él volvió a quitárselo. No solo está ahí, me dijo esa vez. Ahora también me dice cosas. Yo no le conté a nadie, por supuesto, sobre lo que me había dicho, para no complicar el asunto. Ya hablaban de llevarlo a algún sitio si su condición empeoraba, así que guardé el secreto. No recuerdo mucho más sobre el hecho, pues su condición empeoró y con el tiempo ya era incapaz de llevarse la mano cerca de su oreja. Surgieron complicaciones más graves, digamos. Fallas respiratorias, principalmente. Fue un periodo largo, pero sinceramente no lo recuerdo en detalle. Apenas hablaba y dejó de escucharnos casi por completo. Le hablábamos escribiendo en una pizarra, en ese entonces. Murió cuando yo tenía quince años, más o menos. Ocurrieron cosas extrañas durante los últimos días, cercanos a su muerte… pero no me gusta hablar de aquel asunto. Principalmente porque siento que son cosas que no comprendo. Lo que sí comprendo es que si la muerte estuvo en esa oreja debió abandonarlo cuando él murió finalmente. Un cuerpo muerto no tiene la muerte dentro. Ni la vida ni la muerte, digamos. Solo es un cuerpo. Huesos, carne… cartílagos. Lo demás se pierde o queda en los otros, tal vez, hasta que lo olvidamos. Así son las cosas y no están tan mal, después de todo. Esto no es lo que parece.

lunes, 7 de septiembre de 2020

En resumen, si me lo permite.


-Así que, en resumen, si me lo permite… ¿podríamos decir que se siente mal porque no siente nada?

-Exacto doctor. Eso me pasa.

-Hmm… ¿está seguro?

-Muy seguro…

-Pero, ¿qué tan mal se siente, según usted… al no sentir nada?

-Muy mal doctor… no ve que por eso vine.

-Claro, es cierto… así veo…

-¿Me ve mal, entonces, doctor…?

-No… no me refería a eso…

-Entonces me ve bien.

-No… No es eso, tampoco...

-¿No?

-No. Me refiero que no importa como yo lo vea.

-Pero claro que importa, doctor, no me diga eso… por eso vine… SE supone que usted es el especialista…

-Puede ser… pero tenga presente que no soy especialista en lo que usted, particularmente, pueda o no pueda sentir…

-¿A qué se refiere, doctor? ¿Es algo más grave de lo que usted pueda tratar? ¿Acaso…?

-No se preocupe. No me malentienda. Cuénteme mejor a qué se refiere con que no siente nada.

-Pues a eso, justamente… a que no siento nada…

-¿Puede explicarse mejor?

-Pues no sé en realidad cómo pueda explicarse… No siento nada, simplemente… Pase lo que pase no siento nada…

-Pero se siente mal de no sentir nada…

-¿Cómo?

-Eso me dijo antes. Solo lo repito…
-Sí. Lo recuerdo, pero esa es la excepción, doctor… En el resto del tiempo nada de nada…

-Ya… entiendo…

-¿Qué anota ahí, doctor?

-Lo que usted me dice… es un registro…

-¿Anotó que no siento nada?

-Pues sí… más o menos eso…

-¿Me dejaría ver?

-¿Qué cosa?

-Lo que anotó… Quiero saber si no anotó algo más grave… No me gusta que me oculten las cosas.

-No le oculto nada… pero este es un registro profesional, no puedo mostrárselo.

-Si no lo muestra está ocultando, doctor… a lo mejor usted ahí anotó cómo debiese sentirme y yo quiero saberlo… es importante que lo conozca…

-Pues no anoté eso.

-Entonces dígame qué anotó, doctor. Muéstrelo rápido si quiere… o tape las palabras del medio…

-No voy a hacer eso. Es ridículo…

-Usted dirá si le parece ridículo, pero para mí es necesario…

-No estoy de acuerdo con eso. Y no voy a discutir con usted… creo que es mejor terminar acá la consulta… Si quiere le podría recomendar…

-No me recomiende nada, doctor. No me recomiende nada y muéstreme eso que escribió…

-Solo escribí Teofrasto.

-¿Qué cosa?

-Teofrasto. Un griego antiguo… Recordé que él decía que la bóveda del cielo estaba mal ensamblada y por eso se filtraba la luz, en el espacio… De alguna forma lo relacioné con algo de lo que hablábamos…

-¿Teo…?

-Frasto. Teofrasto. Eso es lo que anoté. Le voy a mostrar, pero ahora le pide que m escuche un poco…

-No voy a escucharlo, doctor. No creo necesario escucharlo…

-Pero…

-Usted mismo dijo que se acabó la consulta.

-Pues sí, es cierto, pero…

-Entonces dejémoslo así… mejor me voy…

-¿Se ofendió? Si se ofendió disculpe, yo…

-No… Ya le dije que no siento nada. Solo un tanto mal, a veces, por no sentir nada…

-¿Y eso siente ahora?

-No. Ahora no, en realidad. No es eso…

-¿Y entonces?

-Pues ya le dije que no siento nada. Creo que tres veces, se lo dije, pero usted no me escucha…

-Claro que escucho, yo…

-Nada… Dejémoslo así… Mejor me retiro.

-¿No va a querer entonces…?

-Nada, doctor. Deje que me vaya…

-Entonces recuerde que puede usted volver, ya sabe…

-Todos lo sabemos, doctor.

-¿Y se va a sí… sin comprobar si en el papel decía o no lo que le dije?

-No necesito comprobarlo… ese no es el punto.

-¿No es el punto?

-No. No lo es… Buenas tardes doctor.

-Está bien… Buenas tardes.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales