martes, 31 de mayo de 2016

Apuestas (Frivolidades varias).


Un amigo pierde una apuesta y debe subirse al metro, en horario punta, con un gorro mexicano.

Otro amigo, a unos metros de él, lo va filmando.

Lo que no sabe ese segundo amigo es que tiene pegado en la espalda un papel que advierte que él graba a niños en el metro, y que tengan cuidado.

Y claro, como va grabando, y en la multitud del metro no puede distinguirse bien qué es lo que filma, mi amigo es acusado y agredido por unos tipos que lo retienen para entregarlo a los guardias.

Asimismo, el del sombrero mexicano ya ha sido empujado y una señora le arrebata a tirones el gorro, produciéndose gran revuelo.

Un tercer amigo que también perdió apuesta está vendiendo preservativos en otro vagón y hasta ofrece que se los prueben, sin compromiso, o que comprueben sus sabores.

A él también, por cierto, lo va grabando un cuarto amigo, quien sin saberlo lleva en su mochila los materiales necesarios para hacer un par de bombas molotov.

Yo soy quien debo denunciarlo, por cierto, de forma anónima, aunque todavía desconozco el resultado.

Acostumbramos jugar una vez al mes, más o menos, y aceptar lo ocurrido sin reclamos.

Siempre que el asunto empeora y terminamos con carabineros debemos escuchar discursos sobre la responsabilidad ciudadana y el respeto por los otros.

En tres ocasiones algunos hemos pasado la noche en calabozo y nos han llevado ante jueces, recibiendo multas y otras restricciones.

Cuando se nos pide explicar en juicios, sobre nuestra acción, intentamos hacerlo de todo corazón.

Es que el sol se está apagando, señor juez, la vida no tiene sentido alguno.

Eso decimos.

Por último, el juez aumenta las multas o agrega restricciones.

Y claro, nos portamos bien durante el resto del mes.

Hoy, sin embargo, todavía estoy a tiempo de que me ocurra algo.

Yo calculo que en no más de sesenta años, todos nosotros habremos muerto.

lunes, 30 de mayo de 2016

(Tal vez) Un nuevo artista contemporáneo.


Todo comenzó porque ganamos una subasta de una bodega con 70 cuadros de un pintor.

Se trataba de cuadros por un artista desconocido, guatemalteco al parecer, que tenía un grado de parentesco con uno de nosotros.

No valía mucho dinero, por lo que bastó con los ahorros de seis de nosotros, para ganar la subasta, creo que con la oferta mínima.

Fue entonces que buscamos datos del pintor, pero no encontramos nada.

Nada salvo la firma, claro, en una de las esquinas bajas de cada pintura.

Fue entonces que, tras una larga conversación, surgió el plan.

Dicho plan consistía en repartirnos los cuadros, pero no vender ninguno.

Parece un mal plan, pero la gracia estaba en ocupar al menos diez años para posicionar el nombre de un artista ficticio autor de esos setenta cuadros.

Y claro, como nuestras carreras se prestaban a la publicidad y análisis artístico; y como publicábamos artículos de vez en cuando; y como nos pareció algo entretenido de hacer, decidimos echar a correr el nombre de ese artista desconocido, poniendo además en boca de otros importantes artistas y críticos, alabanzas a su obra.

Hoy ya han pasado quince años desde entonces y tengo en mi poder once cuadros.

Los precios son altos aunque no lo he comprobado en detalle, pues nunca he puesto uno a la venta, directamente.

No obstante, me he enterado que la mayoría vendió los suyos, a precios lo suficientemente altos como para comprar un par de autos o una casa pequeña.

Y claro, si bien no tengo autos ni casa, me alegro de cierta forma de tener todavía esas pinturas.

Tal vez mis nietos… pienso a veces.

Tal vez nadie…

domingo, 29 de mayo de 2016

De vez en cuando.


De vez en cuando voy a un bar de viejos. No es que yo esté muy joven, pero calculo que hay varios que me doblan en edad, así que me siento con derecho de llamarlos de esa forma. Por lo general voy ya algo mareado y juego briscas o dominó hasta que me dejan de lado porque no me gusta llevar cuentas. Entonces me cambio de mesa y comienzo a hablar con el viejo que siempre queda a un lado, más callado. Siempre hay uno. Por lo general toma vino y hace durar los vasos, pues no suele tener mucho dinero. De hecho, a veces queda afuera del dominó por eso, porque le falta dinero para apuestas y no puede seguir el ritmo, pienso yo. Y claro, como cuesta sacarle palabras trato yo de comandar la conversación. Pocas veces lo hago, es cierto, pero en esas oportunidades acostumbro invitar un botellón y preguntar cosas hasta obligar al otro a contar algo. De vez en cuando llegan historias buenas. Otras veces solo llega el silencio absoluto. Anoche mismo, por ejemplo, estaba en un bar hablando con un viejo que había nacido en Bahía Inútil, lugar del que ya había escuchado y que han utilizado ya bastantes escritores y músicos así que mejor voy a dejar de lado. El viejo tenía un par de historias interesantes y era bastante amigable, aunque debió irse pronto del lugar. Entonces me quedé un rato más a solas, mientras anotaba algunas ideas. Por último, cuando ya me iba, llegó un tipo joven, posiblemente un universitario. Se sentó cerca y pidió cerveza. Luego me invitó otro vino. Entonces comenzó a hacerme preguntas y a tratarme de usted. De vez en cuando anotaba en su celular. Respondí un par de cosas. Luego sentí que ya era tarde. Finalmente, cuando él fue al baño, escupí en su vaso y me fui del lugar.

sábado, 28 de mayo de 2016

Casi todo es una pena.

“Hay otros que utilizan la poesía como instrumento
para ser una parte de ellos que no son”.
J, T.


-Supe de un librero en Manuel Montt que solo te compra un libro si lo has leído antes.

-¿Cómo…?

-Ya sabes… un local de libros usados, pero el encargado solo compra libros si los leíste antes…

-¿Y cómo puede saber eso?

-Te lo pregunta si le llevas algo… ¿Lo leyó? ¿Qué le pareció?, cosas así te dice…

-¿Y si le dices que no lo leíste?

-No te lo compra.

-¿En serio?

-Sí. Al principio pensé que era una especie de broma, pero al parecer solo le gusta haber tenido libros que hayan sido leídos…

-¿Y no dice por qué?

-Sí… pero no habla mucho de eso… creo que es porque pasa todo el día entre ellos y los siente un poco más vivos…

-Suena chanta.

-Sí, yo pensé eso… pero intenté venderle un libro nuevo el otro día, casi gratis incluso, y no hubo caso…

-Igual se le puede mentir, decir algo general…

-Sí, supongo que sí… pero no intenté eso… En todo caso le queda poco tiempo para estar ahí…

-¿Por qué?

-Ya sabes… casi no tiene libros… los estantes están empezando a quedar vacíos…

-Es una pena, entonces…

-¿Cómo “una pena”?

-Una historia triste… siempre cuentas cosas tristes.

-Pues ya sabes, no es mi culpa… casi todo es una pena.

viernes, 27 de mayo de 2016

Liberar espacio.


Francisca es pequeña y se asusta ante el estudio de hoy.

La veo una vez a la semana y esta vez trabajamos leyendo un libro, con bastantes ilustraciones.

El libro es un regalo de su mamá, y es bastante más llamativo que los que están en la biblioteca del hospital.

Por lo mismo, esperaba ver a Francisca alegre y con ganas de participar, pero la enfermera me contó que la niña parecía preocupada desde esa mañana.

Fue así que, tras estar un rato juntos, Francisca me contó sobre aquello que le preocupaba.

-Ese libro no cabe en mi cabeza –me dijo.

 Luego explicó.

-Tiene muchas páginas… se me van a salir de la cabeza…

-¿Qué se va a salir….? -pregunté yo.

-Las páginas… las palabras –siguió-. No caben en la cabeza.

Entonces, comencé a explicarle, lo mejor que podía, aquello que ocurría con los libros que de alguna forma entraban en nuestra cabeza.

Lamentablemente, en mitad de mi supuesta explicación, me di cuenta que ni yo sabía bien qué ocurría con aquellos libros.

No se lo conté a Francisca, claro, pero lo cierto es que, tras darle varias vueltas, no supe bien qué decirle.

De todas formas, leímos finalmente y Francisca accedió a dibujar algo después de leer, pues quedamos en que de esa forma uno podía sacar fuera las palabras y volver a dejar espacio para alguna otra lectura.

A primera vista, el dibujo de Francisca no tiene nada especial, sin embargo, algunos sabemos que se trata de un dibujo que busca liberar espacios.

Y claro, eso ya es suficiente, para que esos dibujos, tengan un valor especial, e importante.

jueves, 26 de mayo de 2016

Ella se acordó de un cuento.


Ella me llama y me cuenta que se acordó de un cuento.

Al parecer lo leyó hace meses, pero justo hoy, de regreso del trabajo se acordó de pronto y se dio cuenta que era un relato magnífico.

Siempre le pasa así, según me cuenta. Sobre todo con los realmente buenos.

Una vez por ejemplo se acordó de historias secundarias de Luz de Agosto y se demoró meses en recordar de qué libro se trataba.

La historia hace click tarde, me dice.

Un click profundo eso sí, me explica, trascendente.

Entonces ella se pone a hablar de un cuento donde hay varias historias cruzadas, aunque lo principal, según me cuenta, es la historia de dos hermanos abandonados por su madre. Dos niños que se habrían criado a solas, leyendo una gran enciclopedia… una chica y un hermano autista… Al parecer ella se hace famosa jugando Jeopardy… además es lesbiana y tiene una pareja que, según recuerda, es parte del programa. Por otro lado, el relato enfoca todo el mundo del espectáculo… la necesidad de rating por un lado… la necesidad de amor por otro… la ineficacia del saber…

Todo esto me lo dice de forma apresurada, por cierto, pidiéndome que le ayude a recordar de qué texto se trataba.

Ahora bien, mientras ella me hablaba, supongo que me pasó algo parecido a lo que, según me cuenta, le sucede… Y es que solo en ese instante recordé esa historia… que aparece por cierto en un relato de Foster Wallace… el primero que sale en La niña del pelo raro. Y sí, mientras ella me hablaba, me di cuenta que ese cuento también había quedado en mí… con un peso importante, me refiero… aunque solo vine a recordarlo cuando ella lo mencionó.

¿Estás seguro que es de Foster Wallace?, me pregunta.

Yo le digo que sí, que estoy seguro.

Aunque claro... yo lo hubiese descrito de otra forma.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Ser bueno o simular ser bueno.

“Simula ser bueno siempre
y hasta Dios se dejará engañar”
 K. V.

I.

Ser bueno o simular ser bueno.

No se encuentra ahí el dilema.

Y es que si lo importante es el efecto de la bondad
el bien para los otros, digamos,
poco importa esta cuestión.

De esta forma,
creer o fingir que se cree.

Amar o mentir diciendo que se ama.

Todos son ejemplos de lo mismo.

Y en todos esos casos, supongo, poco importa la diferencia.


II.

Ahora bien,
si Dios se deja engañar o no,
ese ya es otro asunto.

Aunque claro, si se deja engañar o no,
el bien final es para nosotros mismos.

Así, llámese recompensa o simplemente
la evasión de un castigo,
somos sin duda beneficiados
con la vista gorda de Dios.

Por último –en este aspecto-,
si resulta que no hay Dios,
tampoco pierde nadie, finalmente.


III.

Ahora bien, si Dios es Dios
lo que debiese realmente fomentarse
es la participación natural
en el plan divino.

Es decir, si Dios es Dios
supuestamente Él ya sabe
sobre la bondad posible
en cada uno de nosotros
y simplemente estaría esperando a que se cumpla
lo que debe ocurrir,
según sus designios.

Suena un poco absurdo, es cierto,
aunque me gustaría suponer
que tiene algún sentido.

Por otro lado, si Dios no es Dios,
o Dios es nadie,
la bondad –como simulación al menos-,
pierde gran parte de su sentido.

Y uno mismo, por último…
uno mismo…

¿quién mierda es uno mismo?

Supongo que no se puede ni siquiera escribir
si no se sabe aquello
con certeza.

martes, 24 de mayo de 2016

Lo malo. Lo más malo. Lo triste.


I.

Me vine más tarde del trabajo así que el metro venía lleno.

Estaba escuchando la banda sonora de Pierrot el loco.

De vez en cuando tomaba el mp3 y cambiaba o volvía a un tema.

Fue en uno de esos momentos cuando una chica me habló.

Se entusiasmó al fijarse en lo que escuchaba, pues era de sus películas favoritas.

Entonces, me habló de Godard, de Anna Karina y de varias películas de la época.

La conversación fue entretenida y hasta dijo que le gustaría volver a verme y me pidió el teléfono.

Le dije que no usaba y ella insistió y al final fue algo incómodo.

No estoy acostumbrado a eso, por supuesto.

Ella pareció molestarse y supongo que se sintió mal.

Sin embargo, debo reconocer que lo malo no fue solo eso.

Y es que si soy sincero, lo malo es que la chica era fea.

O así me pareció, al menos.

Sé que es algo frívolo y no habla bien de mí, pero eso fue lo malo.

Todo lo demás es adornar la situación.


II.

Lo más malo es que yo también soy feo.

Por lo mismo, las probabilidades para que se entable de esa forma una conversación con una Anna Karina real, es bastante menos que poco probable.

Por otro lado, como no suelo acercarme a nadie en afán de conquista, supongo que un encuentro como el de hoy es, hoy por hoy, mi única oportunidad.

Y claro, que me haya acostumbrado a eso, más las razones anteriores, supongo que configuran aquello más malo.

Sí.

Eso es lo más malo.


III.

Mientras escribía este texto pensaba en aspectos de la conversación de hoy.

Y no me refiero a lo de las películas y a algunos comentarios sobre Godard.

Me refiero más bien en cierta condición de la chica y yo.

Ambos veníamos del trabajo, en el metro, vestidos formales…

A lo que apunto es que nada era más lejano a nosotros que Pierrot el loco.

Vivimos lejos de su libertad, de su energía y hasta de las ganas de amar que desbordan la película.

No tenemos ese tipo de fiebre.

No cantamos en voz alta, me refiero.

No vivimos así.

Y eso, en definitiva, es lo triste.

Profundamente triste.

lunes, 23 de mayo de 2016

Cerca de mi casa...


Cerca de mi casa hay una iglesia.

En la iglesia, desde hace unos años, se realizan cursos.

Cristología, Hebreo Bíblico, Comprensión familiar.

Cosas de ese estilo.

Los anuncian en pequeños carteles y a veces hasta entregan información casa a casa.

Uno de los últimos cursos se llamaba “¿Cómo hablar con Dios?”

Leí la descripción y le di vueltas al asunto.

Incluso barajé la posibilidad de inscribirme.

Tal vez si hubiese habido uno “¿Qué decirle a Dios?”, habría sido más interesante.

Pensando en eso recordé una vez que trabajé de viejo pascuero.

Con harto relleno y barbas postizas esa vez me tocó atender a decenas de niños muy pequeños.

Uno de ellos recuerdo, pensó que yo era Dios.

O sea, entendió que el viejo pascuero, era lo mismo que Dios.

Me costó entenderlo esa vez, pero luego comprendí que, al menos para los niños, el borde entre Dios y el personaje de los regalos era prácticamente nulo.

Con el tiempo, sin embargo, me di cuenta que la misma confusión existe también en personas más grandes.

Así, me imagino el curso ese para hablar con Dios, de una forma parecida al ir a hablar con Santa.

Y es que en ese entonces también había un duende que daba breves instrucciones.

Acércate con cuidado.

Salúdalo.

No le tires la barba.

Dile que eres bueno.

Algo así eran las indicaciones.

Recuerdo que esa vez, de unos cien o doscientos niños que recibí, ninguno pidió algo para los otros.

Supongo que en ese entonces me afectó.

Casi coincidió con la fecha en que dejé de ir a la iglesia.

Tal vez debiesen haber cursos para eso.

domingo, 22 de mayo de 2016

Me hago una idea.


I.

-Tuve un amigo que le decíamos el cara de perro –me dijo-. Era un hueón chico, muy extraño. Siempre nos acompañaba cuando salíamos en grupo. Sobre todo cuando tomábamos en la plaza o en un lugar así. Hablaba poco el hueón eso sí. Como que gruñía no más, y hasta a veces ladraba. Supongo que era a raíz del sobrenombre… aunque tal vez fue al revés.

-¿Y caminaba en cuatro patas? –le pregunté.

-Sí… andaba en cuatro patas y se echaba junto a nosotros… Incluso a veces hasta perseguía gatos… ¿lo conociste acaso?

-No –le dije-, pero me hago una idea.


II.

-La justicia no es justa –me dijo.

-Ya –dije yo.

-El otro día un amigo, por ejemplo… resultó que lo condenaron por pedófilo…

-¿Y era inocente?

-Hasta cierto punto sí… -me contestó-. De hecho, él no sabía que ella era menor de edad, hasta que la invitó a pasar la noche juntos y ella pensó que se trataba de una pijamada… Luego llegaron sus padres y ya ves… ¿Ahora entiendes que la justicia no es justa?

-No sé –le dije-, supongo que me hago una idea.


III.

-¿Nunca pensaste en estudiar otra cosa? –me preguntó.

-No –dije yo.

-Pues yo pienso que si hubieses estudiado otra cosa, probablemente habrías dilatado tus estudios… ya sabes, viajando a Europa y todo eso…

-¿A Europa?

-Sí –continuó-, te imagino en un país nórdico, estudiando… en Noruega, por ejemplo… hasta que de pronto, tras años allá te habrías lanzado a vivir al bosque…

-¿En Noruega?

-Sí… te imagino en un bosque en Noruega por otro par de años hasta que siguiendo el cauce de un río habrías llegado al mar… y habrías construido tu propio bote y te habrías embarcado…

-Pues yo jamás habría podido construir bien un bote…

-Por supuesto que no –siguió-, por lo mismo, el bote se habría hundido y tú habrías terminado en el mar… aunque no morirías, claro… si no que te tragaría un pez gigante, sin matarte…

-¿Y entonces?

-Entonces el pez gigante te habría llevado con él hasta las costas de américa y te habría arrojado a la costa--- en Brasil, probablemente…

-¿Y?

-Entonces habrías pasado otro par de años trabajando en todo tipo de cosas hasta llegar acá, nuevamente… posiblemente habrías perdido una pierna…

-¿Cuál crees tú?

-La derecha -dijo sin dudar-. Sin embargo, más allá de esas dificultades, habrías terminado por volver a estudiar…

-¿Qué cosa?

-Lo mismo que estudiaste ahora, claro…

Entonces hice bien con ahorrarme todo eso, supongo.

-No sé –me dijo-. Igual eso habría ampliado tu experiencia, ¿no crees?

-Tal vez –contesté-. Intento hacerme una idea…

sábado, 21 de mayo de 2016

Gastar el tiempo en algo incierto.


I.

No solo el tiempo, claro.

Me refiero a que siempre hay algo más.

Algo más que se gasta en algo incierto.

No faltará incluso quién dirá que todo, a fin de cuentas, es incierto.

Por otro lado, si se piensa, el tiempo es imposible no gastarlo.

En resumen: la frase del título no es buena.

Dicho con énfasis: el título allá arriba, sabe a mierda.


II.

Iba ahora a numerar cosas inciertas.

Dedicar la parte dos a eso.

Darle un matiz, incluso, con ideas delicadas.

Y claro… pensé que sería una buena lista.

Algo profundo que podría agregar cierto peso a este texto.

Y claro, terminar entonces esa parte diciendo que la vida misma es algo incierto.

Eso es lo que iba a hacer, en todo caso.

Eso o algo similar.

Frases atractivas, ya saben.

Frases llamativas y fáciles.

Eso es lo que usted estaría terminando de leer en este instante.


III.

Espero que no se ofenda si le digo que usted mismo es algo incierto.

Para mí, obviamente, aunque también para los otros.

Una cosa más de la cuál dudar, simplemente.

Algo incierto, en definitiva.

Dicho esto, solo queda advertirle que no se crea el cuento de nada más.

De ser nada más, me refiero.

Así, gastemos el tiempo en esto, y estemos tranquilos.

En poco tiempo más, morirá la vía láctea.

viernes, 20 de mayo de 2016

No me gusta todo esto.


I.

-No me gusta esto –dijo él, desde la cama.

-¿Qué cosa? –dijo ella.

-Esto… Todo esto –repitió él.

Ella intentó mirarlo y ver a qué se refería.

-No entiendo de qué hablas –confesó.

-Digo que no me gusta esto, nada más –señaló él, ofuscado.

Luego se volteó y pareció dormir nuevamente.

Ella se quedó pensando.


II.

Cuando despertó, nuevamente, ella lo estaba esperando, sentada a los pies de la cama.

Parecía molesta, pero no decía por qué.

-¿Qué es lo que no te gusta de todo esto? –preguntó ella.

Él parecía no entender.

Ella repitió la pregunta.

Entonces, él intentó explicar que eso le pasaba de vez en cuando.

Eso de hablar dormido, explicó.

-Igual las palabras salen desde dentro tuyo –alegó ella.

-¿Y desde dónde quieres que salgan? – preguntó él-

Discutieron así un buen rato.

No llegaron a acuerdo alguno.


III.

-No me gusta todo esto –dijo él, todavía desde la cama.

-¿Ves…? Has comenzado de nuevo… -dijo ella.

-¿Puedes parar? –preguntó él, interrumpiendo-. ¿No te das cuenta lo molesto que es esto?

-¿Y qué es esto? –siguió ella-. ¿Acaso no te das cuenta que necesito esa respuesta?

-Las respuestas se quieren, no se necesitan –dijo él.

Ella no contestó. Se veía nerviosa.

-Ya hemos pasado por esto –dijo luego de un rato.

-¿Por esto? –dijo él-. ¿Y qué es todo esto?

jueves, 19 de mayo de 2016

Nada emocionante (películas de cierta índole).


Vio tantas películas de esa índole que terminó creyéndose el cuento.

Por lo mismo, intentó tener aventuras trabajando de repartidor de pizzas, limpiador de piscinas y hasta de fontanero.

Nada emocionante ocurrió, por supuesto.

Sin embargo, lejos de desalentarse, descubrió que algo le producía el entrar brevemente a cada casa, o atisbar el interior, al menos.

Una sensación que le resultó atractiva, por cierto, y que le hizo seguir con este tipo de trabajo por largo tiempo.

Y es que esa intrusión mínima bastaba para proyectar vidas, pensaba… y hasta para imaginarse, entonces, dentro de esas casas.

De esta forma, le ocurría imaginarse a sí mismo llevando una de esas vidas, y renunciando a ellas tan pronto como le avisaran de un nuevo pedido, o destino.

Extrañamente, descubrió entonces que no le agradaba ninguna de esas vidas, que había observado.

Y no es que tuviesen algo malo, sino que descubrió que no eran agradables para él, específicamente.

No eran vidas que él quisiera, digamos.

Fue comprendiendo esto poco a poco, por supuesto, pero le afectó de tal manera que terminó por alejarlo de casi cualquier modo de vida.

Entonces, desanimado hasta el punto de dejar esos trabajos, volvió a ver en abundancia películas de cierta índole.

Largas películas.

El resto de su tiempo, en tanto, no era empleado en nada que revelase tener mayor sentido.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Santos de yeso.


No me sé bien la historia, pero es más o menos como sigue.

Llega una partida de figuras de yeso hasta una tienda en Iquique.

Da lo mismo cuándo.

Son imágenes de santos.

Imágenes totalmente blancas, muy sencillas.

Una colección de doce santos en figuras de aproximadamente veinte centímetros.

Entonces, la hilera de santos es puesta en vitrina y permanecen ahí por semanas.

Un amigo que vive allá me mandó una foto de ellos para ver si reconocía los nombres.

Él había podido identificar a seis.

Yo, en cambio, reconocí a cinco y al final fallé en dos.

A pesar de aquello, la consulta sirvió para que él se fijara en ciertos compradores jóvenes que solo llevaban a San Sebastián.

Y claro, como no parecían muy devotos, fue comprendiendo, poco a poco, el verdadero negocio.

Dos meses después –cuando ya no quedaban Sebastianes-, llegó la policía e incautó los otros santos.

En total, pusieron en el piso 483 figuras y las fotografiaron.

Lamentablemente, en el caso de esas figuras, solo resultaron ser santos de yeso.

Con el tiempo, se supo que el dato había sido dado por un adicto resentido que había intentado aspirar a San Esteban.

Por lo que se comenta, el denunciante habría sido baleado poco después en una botillería de Alto Hospicio.

Y claro, como el hombre se salvó y la noticia se divulgó lo suficiente, ahora resulta que San Esteban es la figura más vendida en la ciudad

San Sebastián, en tanto, sigue llegando y desapareciendo, sin que existan cifras oficiales.

martes, 17 de mayo de 2016

La soportable levedad del ser.


I.

Créanlo o no, ese es el verdadero problema.

La soportable levedad del ser.

Le he dado vueltas al asunto y estoy seguro que el problema es ese.

Puede sonar soberbio, es cierto.

Puede parecer, incluso, que uno mira el tema casi por el retrovisor.

Pero claro, que parezca así, no quiere decir que sea cierto.

De hecho, no es que sea, para mí, un problema ajeno.

Yo también me acostumbro, digamos.

Yo también me dejo llevar por la facilidad, me refiero.

Y hasta desconfío del ser, a partir de su ligereza.

Eso me ocurre, a fin de cuentas.


II.

Nadie discute la levedad del ser.

Nadie que yo conozca al menos, o casi nadie.

Se trata simplemente de una especie de significado adjunto.

Casi una tautología.

Uno más de tantos juegos de palabras que creemos
no va afectarnos mayormente.

Así, la lista de esos juegos se engrosa cada día.

La felicidad reducida a la alegría.

El amor a un sinnúmero de pequeñas experiencias.

Y hasta la existencia misma, que por su peso,
que ya ni siquiera cargamos.

En cambio, preferimos llevarnos el ser, que es más cómodo.

Como un cepillo de dientes plegable, para hacernos una idea,.

De este modo, acostumbramos cargarlo y no sentimos su peso.

Y claro, es entonces cuando volvemos nuevamente al punto de inicio.

O al problema de inicio, más bien.

Es decir, que nuestra propia levedad nos sea soportable.

Tan soportable que hasta olvidamos al ser que entrega esa levedad.

Créanlo o no, cosas así ocurren.

Y claro: ese es el verdadero problema.

lunes, 16 de mayo de 2016

La suerte de Lot.


A diferencia de lo que se cree Lot no es valiente.

Lo que ocurre simplemente es que Lot arranca hacia adelante.

Y claro: Lot tiene suerte.

Y esa suerte se desglosa en varios ámbitos.

Buena esposa, buenos animales, buenas hijas, por ejemplo.

Incluso buenos parientes y buenos contactos.

Así, tras ser hecho prisionero, es rescatado por Abraham, su tío.

Luego, tras un dato que le llevan unos ángeles, logra arrancar de Sodoma.

La ciudad está en llamas.

Su esposa se convierte en sal por mirar hacia atrás.

Sus hijas van con él.

Lot se salva porque ese día amanece con Tortícolis.

¡Qué suerte la de Lot…!

Además su esposa no era tan buena que digamos.

Y los animales arrancan por otra ruta hasta ponerse a salvo.

Lot entonces se refugia en una cueva.

Sus hijas, -como corresponde-, lo emborrachan.

Y excediéndose un tanto –hay que reconocerlo-, ambas quedan embarazadas.

¡Qué suerte la de Lot…!

Si nacieron robustos, sanos y varones.

Y hasta un pueblo propio llega a tener cada uno.

¡Esa sí que es suerte!

¡Juégate un Loto, Lot…!

O un lote de lotos, y patentamos el trabalenguas, de paso.

¡Estoy seguro que hasta hacemos dinero…!

Un lote de dinero, estoy seguro.

Arranquemos entonces, en esa dirección.

(El dinero es tuyo)

domingo, 15 de mayo de 2016

¿A qué se agarra usted?


No estoy loca, me dijo, pero podría estarlo. Es cuestión de no esforzarse, nada más. Se trata de dejarse ir. De soltarse, más bien... ¿A qué está agarrado usted, a todo esto? Porque no me va decir que no se agarra a nada. Además eso es lo que nos mantiene en pie, no los huesos, por si no lo sabe… Yo misma, por ejemplo, me aferré al trabajo y a mi hija… Luego me cansé un poco y me solté… Luego me agarré a otras cosas… Hay muchas cosas a qué aferrarse, ¿no cree? La idea de Dios, el amor, la ciencia, las artes… Todo son agarraderas, si se piensa… Yo estoy tentada a soltarme, pero ya ve, me aguanto. Por eso no estoy loca. Aunque claro, debo reconocer que tienta saber qué se siente. Me refiero a soltarse y ver hacia dónde cae uno. Hacia abajo, hacia arriba, o tal vez simplemente comenzamos a flotar, como esos astronautas que a veces se lanzan al vacío y que nadie reporta. ¿No le parece extraño a usted? Eso de aferrarse, me refiero. Eso a lo que le llamamos cordura y que no es más que un ancla, a fin de cuentas… A todo esto, ¿me contestó ya a qué se aferra usted? ¿Sabe hacia dónde caería? Yo le recomienda que lo sepa, para que no se suelte. Es decir, no creo que usted sea un buen loco. Nos falta estilo, pienso yo. Sobre todo a usted, me dijo, le falta estilo.

sábado, 14 de mayo de 2016

Farmacias.


“El amor, la comprensión  y un poco de dinero
no eran suficientes para aquellas personas.
Querían medicinas también”
K. V.

De vez en cuando entro a vitrinear a las farmacias.

Miro las ofertas, saco números de atención y hasta pido algún catálogo.

No compro nada, es cierto, pero me gusta mirar dentro de ellas.

Observo a la gente, por ejemplo, que compra en las farmacias.

Los sigo un poco, observo si están enfermos o si compran para algún otro.

Luego observo cómo pagan.

Estoy seguro, por cierto, que hay una imagen de derrota en ese gesto.

Una especie de acción que se hace como última opción.

Porque no podemos solos ni siquiera con la gripe.

O porque rezar no sirve mucho.

O porque nos falta el tiempo.

Eso observo en las farmacias.

De vez en cuando, regalo el número que saco a alguien que va de último.

En otras ocasiones compro algo pequeño, para que no sospechen.

Y claro…. A veces hasta creen que robo o intento hacerlo, en mis visitas.

Gajes del oficio, digamos, nada más.

Y es que todo ocurre a fin de cuentas,
mientras por fuera de la farmacia camina gente
que se siente superior a nosotros.

Gente sin necesidad de farmacia, digamos, por un momento.

Aunque de reojo, para ser sincero,
miran un tanto las tiendas,
y hasta se fijan en ofertas
que podrán serles de utilidad
en un futuro próximo.

Eso observo en las farmacias.

Eso, y que el mundo gira,
sin saber muy bien
para qué.

viernes, 13 de mayo de 2016

Una cosa por otra.

“Nosotros no meamos en vuestros ceniceros.
Así que, por favor, 
no tire cigarrillos en nuestros retretes”
Anónimo, Baño público.

Tres cuartas partes del mundo no son agua.

Tres cuartas partes del mundo son cosas que te cansan.

Y no es que uno quiera hablar de esas cosas, pero a veces no hay de otra.

Y uno intenta, claro, cambiar el tema.

Y hasta hablar del corazón o de cuánta cosa que a veces creemos vale la pena.

Sin embargo, el corazón y esas cosas que a veces creemos valen la pena, son parte también de esas tres cuartas partes que te cansan.

Y uno termina entonces mezclando todo.

Y encuentras colillas en el refrigerador o tenedores donde guardas las cucharas.

Y hasta una mujer que no recuerdas, a un costado de la cama.

Una cosa por otra, digamos.

Siempre una cosa por otra…

Por lo mismo,  intentas buscar ese cuarto del mundo que apenas sobrevive.

Y no sabes dónde puede estar y desesperas.

Por hallarlo, me refiero, desesperas.

Y confundes entonces el horno con la lavadora.

Y en vez de la pera vas y mascas la ampolleta.

Y armas el pesebre mientras celebras fiestas patrias.

Así, contrariado, piensas que incluso el mundo es en realidad tres cuartos de mundo.

Y no ves en ti, ni en tus palabras, ni en tu desesperación.

Y equivocas las miradas y la sed.

Y uno intenta, decía, cambiar de tema.

Una cosa por otra, ¿recuerdas?

Así era siempre.

Simplemente buscabas un final y encontrabas un principio.

Y Dios nace gusano y yo lo piso.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales